“Y en la oscuridad le sonrío a la vida, como si supiera algún secreto mágico que pudiera desmentir todo lo malo y lo triste, y lo convirtiera en mucha luz y felicidad. Y busco la razón para tener tanta alegría. No encuentro nada y tengo que reírme otra vez de mí misma. Yo creo que el secreto no es otra cosa más que la vida misma”. Con estas palabras de Rosa Luxemburgo (1871-1919) se cierra la novela gráfica La Rosa Roja que la artista y activista británica Kate Evans le dedica, con entrañables dibujos y rigurosos diálogos, a la revolucionaria polaca.
Estas palabras que enlazan oscuridad y risa, felicidad y secreto, condensan en profundidad, ternura y serenidad, la construcción que Rosa fue haciendo de sí misma, a los saltos entre los mítines donde su palabra encendía el entusiasmo obrero, las horas dedicadas al estudio, la pasión organizativa siempre hambrienta, su compromiso con amantes e iniciativas políticas diversas, los sufrimientos que se acumulan especialmente tras cada estadía en la cárcel, el combate frente a los nacionalismos alimentados por la guerra, incluso en controversia con los propios amigos y compañeros.
Publicada originalmente en inglés por la editorial Verso y la Fundación Rosa Luxemburgo, aparece en castellano gracias a Ediciones Instituto de Pensamiento Socialista (IPS). Y, en este octubre que rememora el centenario de la Revolución Rusa, es momento de leerla y celebrarla. Pero no solo con un deseo de historia, sino para recordar el futuro.
#LaPróximaPrimavera
La novela presenta en dibujos de historieta la agitada vida de Luxemburgo: desde su niñez en el pueblito de Zamość (nacida el mismo año de la Comuna de París) hasta su viaje sola a estudiar a la Universidad de Zurich, la única donde se admitían mujeres; desde su amistad con la dirección del Partido Socialdemócrata (SPD) hasta sus debates furiosos; desde la escritura de folletos, libros y artículos hasta la pena de no tener un hijx; desde sus momentos de desdicha y de derrota hasta la renovada euforia de hablar ante las multitudes y así siguiendo hasta el final de sus días.
Pero en la novela no hay estrictamente final: no se cierra con el asesinato de Rosa a manos de sicarios del ejército de extrema derecha llamados “cuerpos francos” que la arrojaron a un canal helado después de pegarle un culatazo y un tiro. Sus páginas últimas son las de una Rosa transfigurada en una militante joven que, sentada al costado de su tumba en el cementerio Friedrichsfelde de Berlín, tuitea: #rebelión, #ocupación, #comunicación, #revolución.
El verdadero cierre del libro es la promesa de una cita: #LaPróximaPrimavera. Es una frase, devenida en las páginas de Evans un hashtag, que hace referencia a lo que Rosa argumentó cuando pidió que en su tumba sólo se escribiera: “zwi-zwi”. Son dos palabras que reproducen el canto de pájaro que, con ese sonido, anuncia la primavera que está por llegar. Fue ese pájaro, un herrerillo azul, el que Rosa escuchó y aprendió a reconocer –e incluso a imitar– en la cárcel. Le escribía desde el encierro a su amiga y trabajadora social Mathilde Wurm: “En mi tumba, como en mi vida, no habrá nunca frases rimbombantes”. Le cuenta a renglón seguido del pequeño gorjeo, de una aterciopelada voz de pecho. “¿Sabés lo que eso significa? Es la primera manifestación de la próxima primavera. A pesar de la nieve, de las heladas y de la soledad creemos –los herrerillos y yo– en la próxima primavera”. Rosa se aferra a una obstinada creencia en la apertura de lo que viene, aún en medio del encierro y la guerra y ese es uno de sus más poderosos legados.
Su relación con la botánica y en particular con los pájaros la salvaron en los momentos más duros de la cárcel. Llevó por entonces un meticuloso diario donde dibujaba, pegaba y anotaba las especies que lograba mantener en su pequeño jardín en la prisión de mujeres berlinesa de Barnimstraße.
“Generalmente antes del encierro nocturno, salgo a regar las flores de mi cantero. Voy con una pequeña regadera y camino un poco por el jardín. Esta hora vespertina tiene una atracción muy particular. El sol aun calienta y sus rayos oblicuos queman cual beso en la nuca y las mejillas”. Sólo después de ese respiro se sentía capaz de volver “a tocar con los diez dedos las teclas del piano de la Historia del Mundo de modo tal de producir un verdadero estruendo” aun si también se sentía “dada de baja” mientras estaba recluida y reía de que la historia avanzara sin ella. Su diario vegetal, con sus collages, dibujos y anotaciones, fue editado por primera vez recién el año pasado, en una bella edición de Dietz Verlag Berlin, con el título de “Herbarium”.
Allí también están sus cartas de la época donde, por ejemplo, le confiesa a su amiga Louise Kautsky que durante cuatro meses no hizo prácticamente otra cosa que dedicarse a las plantas, lo cual no deja de inquietarla y darle placer: “No es algo que se corresponda a una persona seria, de la cual –por desgracia– siempre se espera algo inteligente”, le confesaba.
Las flores de su cantero minúsculo, la atracción muy particular de la luz de cierta hora que se filtra entre los muros y el oído exquisito estampan trazos de una conducta de vida muy peculiar, que atraviesa la disciplina socialista y partidaria siempre practicada por Rosa, y que la hace fértil justamente porque produce en ella una multiplicidad de variaciones. La seriedad de la herboristería no tiene jerarquía con la seriedad con que Rosa tomará la tarea, en distintos momentos, de editar un periódico clandestino o de estudiar datos económicos: es en su combinación que se dibujan otras políticas posibles y que funcionan como exigencia tanto para la política de su partido como para la poética de su existencia.
La huelga de masas
Retratada en sus momentos eufóricos y en sus momentos íntimos, la Rosa dibujada aparece, por ejemplo, haciendo investigación para reconstruir los antecedentes del levantamiento ruso de 1905. Así se la ve entrevistando a mujeres de avanzada edad y a delegados obreros y tomando notas. Finalmente aparece un lienzo donde todos los datos y acontecimientos se reúnen: desde la huelga de lxs trabajadorxs textiles de Petroburgo por la jornada laboral de 11 horas a otras que se siguen en 1902 de desempleados del petróleo, pasando por una sentada en las vías de Kiev de mujeres, niños y ferroviarios en 1903, en el mismo mes de julio que la huelga en Odessa paraliza la ciudad hasta que, dos años después, en septiembre de 1905 una huelga de masas en Varsovia se declara en protesta por la ejecución de un líder socialista.
Rosa va uniendo los elementos para caracterizar la huelga de masas como un proceso y no como un acontecimiento aislado. Salarios de hambre, trabajo a destajo, desalojos, desempleo, malnutrición, impuestos y muchas cuestiones más aparecen bordados como “múltiples factores que se entrelazan: económicos, políticos, materiales y psíquicos”.
Su hipótesis es que la acción de la huelga contiene un pensamiento político que hay que poder teorizar. Y cuando ella describe la extensión misma de ese proceso de huelga aparece una geografía acuática. “Ora se extiende por todo el imperio como una ancha ola de mar, ora se divide en una red gigantesca de estrechos riachuelos; ora brota de las profundidades como un fresco manantial, ora se hunde completamente en la tierra”. Está dando cuenta sin dudas de una multiplicidad de acciones para concluir que “todo esto fluye caóticamente, se dispersa, se entrecruza, se desborda; es un océano de fenómenos, fluctuante y eternamente en movimiento”. Así aparece escrito en su hermoso texto “Huelga de masas, partido y sindicatos”, publicado en 1906.
El movimiento fluctuante de un proceso que tiene momentos de repliegue y de ebullición la llevan a la idea de que “no se puede llamar a la huelga general cuando uno quiere. No se puede planificar o decidir”. Las críticas hacia el “espotaneísmo” que ha recibido su pensamiento desprecian su propia conceptualización de la espontaneidad que no es ingenua ni contraria al trabajo organizativo: “La espontaneidad desempeña un papel prominente”, escribirá en esas mismas páginas.
En la novela gráfica, algunas de las ideas que después irán a aquel texto emblemático aparecen discutidas en la cama con su querido Leo Jogiches, revolucionario judío lituano con quien Rosa tendrá una larga relación: muchas escenas de sexo que el libro retrata (donde se la ve con el pelo suelto y no con su clásico rodete) van acompañadas por los pensamientos de Rosa, en una ilustración de su pasión que es a la vez política, intelectual, amorosa. Por ejemplo, en las páginas dedicadas a la huelga, los dibujos eróticos se despliegan a la par de reflexiones que hacen de la huelga un momento de ritmos diversos, que narran a la huelga como un cuerpo vivo: “La huelga de masas: nos encontramos con el latido de un cuerpo vivo, de carne y sangre que está conectado con todas las partes de la revolución por miles de vasos comunicantes. Si el propósito de una teoría sofisticada es hacer una inteligente disección de la huelga de masas, esta no permitirá percibir el fenómeno en su esencia viva…, simplemente lo matará”.
Para hacer el mismo salto temporal que la novela gráfica: con los paros recientes, teniendo el horizonte pasado y cercano del Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo, podemos actualizar la teoría de Rosa desde su invitación muy precisa (que es como la cita con la primavera): ¿qué significa desplegar el pensamiento político de la huelga que nos toca vivir? Tal vez no sea casual que, desde algunas intervenciones, se halla empleado la metáfora acuática de la “marea” para hablar del movimiento de huelgas del último tiempo, justamente en este ‘17.
La correspondencia
Ardiente escritora de cartas, Rosa le dedicaba mucho tiempo a compartir opiniones, discutir y narrar el cotidiano con amigas, amigos, intelectuales y dirigentes. Hay una muy famosa que le escribe a Jogiches, donde le dice estar cansada de su tono instructivo y donde luego habla de su deseo de maternidad. De nuevo aparece una Rosa que sabe mezclar registros con sutileza: “ …tus cartas no contienen nada, absolutamente nada, salvo lo referente a Causa Obrera, críticas sobre lo que hice e instrucciones sobre lo que debía hacer. Pareces no darte cuenta de que todas tus cartas son sistemática y tremendamente desagradables; en resumen no son más que una extensa e insípida guía de conducta, como las cartas de un maestro de escuela a su alumna favorita. De acuerdo, formulas comentarios críticos; de acuerdo, por lo general son útiles y en algunos casos hasta indispensables, pero por amor de Dios, a esta altura todo el asunto se ha convertido en una enfermedad, una adicción. No puedo poner una sola idea o hecho en el papel sin provocar una arenga aburrida y fastidiosa. Escriba sobre lo que escriba, mis artículos, mis visitas, mis suscripciones a los periódicos, mi ropa, mis relaciones familiares, cualquier cosa que me importa y que comparto contigo, nada escapa a tus consejos e instrucciones. Me escribes que aún somos jóvenes y podemos encaminar nuestra vida juntos: podríamos vivir abiertamente como marido y mujer en nuestro propio, pequeño departamento, con nuestros propios, lindos muebles. Recibiríamos gente, iríamos a la ópera, daríamos paseos, pasaríamos las vacaciones de verano en el campo. ¡Ambos trabajaremos y nuestra vida será perfecta! Ninguna pareja en la tierra tiene la oportunidad que tenemos nosotros… seremos felices, debemos serlo. ¿Y quizás hasta un bebé, un bebé pequeñito? ¿Es que nunca será posible? ¿Nunca? Dyodyo, ¿sabes lo que se me ocurrió de pronto durante un paseo al Tiergarten?: una niñita tropezó conmigo, de tres o cuatro años, rubia, con un bonito vestido, y se me quedó mirando. Sentí la compulsión de secuestrarla, de salir corriendo a casa y conservarla a mi lado. Oh, Dyodyo, ¿nunca tendré una criatura mía? Siento constantemente la necesidad de un hijo: A veces se torna insoportable. Es probable que tú no puedas entenderlo…”
Evans utiliza las correspondencias de Rosa para narrar la biografía dibujada y al final del libro recopila también las citas textuales de las que nutrió las escenas, además de un detallado listado de bibliografía. Son recurrentes las viñetas del libro donde se la ve a Rosa con la espalda semi doblada, inclinada sobre esa carta que mientras se la contesta se reflexiona sobre la vida cotidiana y las últimas actividades políticas, bajo la mirada atenta de su gata Mimi –cuando lo hace en su casa–, o como un desahogo imprescindible cuando lo hace desde la cárcel.
En sus cartas hay imágenes privilegiadas de cómo Rosa anudó el compromiso con la revolución, el internacionalismo y el antimilitarismo con un pensamiento radical sobre la democracia y como cada una de estas cuestiones tenían que ver con un deseo vital de libertad e irreverencia que le permitía también discutir dentro de las estructuras de las que formaba parte.
Contra la guerra
Los dibujos de Evans son preciosos (puede verse más de su trabajo en: ‘Cartoon Kate’ http://www.cartoonkate.co.uk/). Pero el de la tapa del libro es uno de los más llamativos: sobre el rodete de Rosa se dibuja un campo de batalla, con trincheras y explosiones donde se ven cadáveres por doquier, mientras por su espalda ascienden más soldados, enfilados a la muerte. Aviones sobrevuelan unos nubarrones oscuros que se ciernen sobre la cabeza gacha de Rosa. La guerra le pasa por el cuerpo y aprieta su cabeza, al punto que le hace cerrar los ojos y fruncir el ceño en un gesto de angustia y desesperación.
Rosa Luxemburgo fue contundente contra la guerra de 1914 y llamó a los trabajadores a no enlistarse. Escribió militantemente una y otra vez subrayando su fin fundamental: la guerra se hace para desarmar las luchas obreras y para relanzar la acumulación capitalista en momentos de crisis. Combatió a los nacionalismos en tanto mujer, judía, polaca, migrante, señalando que los fervores chauvinistas cumplían el papel objetivo de combatir el internacionalismo y la solidaridad proletaria.
Fundamentaba sus posicionamientos con los argumentos que había desarrollado y probado tanto en mítines como en la escuela del partido, donde daba clases de economía y política. Su crítica a la guerra se enraíza además en uno de sus mayores aportes teóricos: la crítica a la expansión colonialista e imperialista como modo de expansión del capitalismo y superación de sus crisis. Es un famoso folleto firmado Junius, de 1915, y único texto que se publica (en fragmento) como tal dentro del libro, se lee esa condena con palabras contundentes: “El asesinato en masa se ha convertido en una tarea monótona, pero la solución final no parece estar más cerca. El capitalismo ha quedado atrapado en su propia trampa y no puede exorcizar el espíritu que ha invocado”.
Entusiasta de la Revolución Rusa de 1917 – escribe que es “el acontecimiento más grandioso de la guerra mundial“–, no deja de lanzar críticas a varias de sus medidas planteando el problema de la relación entre democracia y socialismo de manera tal que pone en cuestión el sentido mismo de la revolución como acontecimiento y su capacidad de abrir el verdadero proceso de transformación.
La revolución alemana de 1918 la encuentra otra vez empujando un proyecto político de profundización del cambio, al lado de obreros y soldados. Junto a su amiga Clara Zetkin y a Karl Liebknecht, entre otrxs, ese mismo año funda el movimiento espartaquista, más conocido como Liga Spartakus y luego devenido Partido Comunista Alemán (KPD).
Los meses vertiginosos que llevan finalmente a la insurrección espartaquista de enero 1919 son vividos por Rosa con una pasión abrumadora (y así son retratados en las viñetas de Evans). Sin embargo, su lúcida lectura de la coyuntura, la llevaba a dudar de las perspectivas de ese movimiento en Berlín, sin dejar de apoyarlo.
La asesinan el 15 de enero de 1919, apenas unos meses después de salir de la cárcel de Breslau, gracias a la presión popular que había reclamado su libertad. Lo asesinan también a Liebneck. El fascismo por entonces se propagaba hasta en las paredes. Se cuenta que en las calles de Berlín se leían pintadas que decían: “Si quieres tener pan, trabajo y paz, mata a Liebknett y Rosa Luxemburg”.
Rosa roja y feminista
Es conocida la amistad de Rosa con Zetkin, editora del periódico feminista Die Gleichheit (La igualdad) y madre soltera de Kostya (que se convertiría en un joven amante de Rosa y cuya correspondencia se publicó recién en los años 90).
Con ella, desarrolló muchos de los debates feministas de la época. Pero ya Rosa escribía en 1902: «La emancipación política de las mujeres tendría que hacer soplar una fuerte oleada de viento fresco incluso en la vida política y espiritual [de la socialdemocracia], que eliminará el hedor de la hipócrita vida familiar actual que, de modo inequívoco, permea incluso a los miembros de nuestro partido, tanto trabajadores como dirigentes».
El legado de Rosa Luxemburgo tiene, como lo sugiere el libro de Evans, una riqueza que le permite ser una cita entre generaciones. Los movimientos feministas, en la multiplicidad del aquí y ahora, podemos retomar su crítica a la guerra justamente para pensar la llamada “guerra contra las mujeres”. Claro que se trata de escenarios bélicos muy diferentes pero sus reflexiones siguen brillando para pensar qué se quiere desarmar cuando se promueve una guerra.
Del mismo modo puede ser reapropiada y actualizada su teoría sobre el imperialismo en relación a la necesidad constante del capital de extender sus fronteras y, en el caso del trabajo de cuerpos feminizados, pensar cómo la violencia del proceso de acumulación impacta especialmente en las economías protagonizadas por mujeres.
Finalmente, su teoría de la huelga como proceso no deja de ser una clave para desear el futuro y estar atentas a la próxima primavera.
Ni una sola alusión a la compañera o el compañero que hizo posible que esto esté disponible en castellano, que no es la editorial solamente, sino sobre todo la traductora o el traductor. Semejante trabajo debería estar citado y reconocido en esta reseña. Además de que ya es hora de que los traductores (autores de una versión) figuren en la tapa, pero eso le corresponde a la editorial.
Una lástima.