Crímenes más violentos a causa de cuerpos más violentados: entrevista a Bruno Nápoli

por Alejandro Farías


El alcohol y las drogas, la depauperación social y el efecto contagio fueron los motivos que explican el aumento de crímenes violetos en Mendoza. Con el objetivo de profundizar aún más en la búsqueda de las causas (y, en todo caso, de las posibles soluciones) que han llevado a la sociedad a vivir en una suerte de permanente estado de alerta y a las personas a cometer crímenes cada vez más violentos, consultamos a Bruno Napoli, historiador y docente, quien trabaja sobre temas de violencia institucional y terrorismo de Estado, desde el punto de vista histórico.


Para Napoli, la violencia debe analizarse a partir de que “son los cuerpos los que reaccionan violentamente”, y propone una práctica: “Si por ejemplo tomás un grupo y le decís ‘hablemos del fideicomiso equis por el cual se comprobaron 50 mil estafas’, van a hacer un gesto con la cara, van a levantar los hombros. Pero si les decís hablemos de Ángeles Rawson, todos los cuerpos se mueven en las sillas y quieren reaccionar y hablar y participar y levantan la voz, y la reacción inmediata física tiene que ver con que están más influenciados por un tema que por otro. Evidentemente, ahí caló hondo el mensaje de los medios, y esa es la influencia de la marca de la violencia en el cuerpo”.


– Hay un notorio incremento de crímenes que implican muertes y hasta robos comunes pero que cada vez se realizan con más violencia. ¿Desde qué punto podemos explicar que esto suceda?


– Yo siempre parto de la idea de la disciplina de los cuerpos, en qué contexto están disciplinados de manera absoluta los cuerpos en una sociedad, todo esto porque la soberanía de un país se entiende, como decía León Rozitchner, por la soberanía de los cuerpos. Los cuerpos son el espacio soberano nuestro, y esos cuerpos reciben diferentes tratos. No es la misma la experiencia que hemos tenido vos en los últimos 20 o 30 años de vida que la que he tenido yo, pero tampoco es la misma la carga en el cuerpo de un chico que trabaja en la calle, un hombre que trabajó toda su vida en el campo, un obrero que estuvo toda su vida encerrado en una fábrica, y cada vez que esos cuerpos se expresan, lo hacen de acuerdo a lo que aprendieron. Si son cuerpos violentados, van a expresarse violentamente, si son cuerpos bien tratados, van a hacerlo de manera amable. En esa lógica, un adolescente o un adulto que pasa muchos años de su vida en contextos de encierro, por ejemplo, en una cárcel, tiene una relación con el mundo violenta, porque su cuerpo fue violentado durante muchos años. Los reos que comienzan a tener salidas transitorias, lo primero que hacen cuando salen es tener problemas de violencia familiar o en la calle, y esto no es una justificación, simplemente es un pensamiento crítico sobre el trato con los cuerpos. Entonces, esto exige un trabajo profundo de parte del individuo y de la sociedad para poder empezar a pensar en tratarlo de otra manera y que él se piense de otra manera.


– Cuando hablás de violencia, me imagino que no sólo te referís a la física, sino también a la simbólica.


– Exactamente, porque pensá en un niño, porque la infancia es el espacio formativo del cuerpo humano, que esté viviendo en un espacio familiar profundamente violento en el que reciba maltrato físico y psicológico, lo más probable es que repita su maltrato físico y su maltrato simbólico hacia el otro, y ese espacio simbólico lo ocupa lo que aprendimos, pero también lo ocupa la mirada del otro. Pensaba recién, mientras venía en el subte [Napoli vive en Buenos Aires], en la cantidad de chicos que entran pidiendo o haciendo malabares, la cantidad de gente viviendo en la calle, y cuando nosotros pasamos por al lado de eso naturalizado, tenemos esa mirada social sobre la persona que está siendo maltratada por el ambiente, esos rasgos tan violentos de lo simbólicos con familias enteras viviendo en la calle, y que mi mirada sea indiferente también es parte de una construcción simbólica de la violencia. Para nosotros, eso es natural, pero si un hijo nuestro viviera en la calle nos desesperaríamos. Pero como es otro, y es un otro muy lejano, no nos desesperamos. Tal vez sí nos conmueve profundamente la imagen de un chico en África con hambre y donamos los centavos de un vuelto del supermercado para darles un techo, pero está lejos, lo cercano simbólicamente violento nos es muchas veces indiferente, y esa indiferencia carga las tintas sobre una violencia que vuelve. Si yo soy indiferente a la violencia, si no la trato, lo más probable es que después no la pueda controlar.


– Se me ocurre, a partir de esto, que estamos muy acostumbrados a una suerte de construcción de la otredad distante y no queremos ver la otredad inmediata.


– Me parce que ese es el punto. La otredad inmediata nos molesta sobremanera. Yo creo también, y en esto no voy a justificar al que mira indiferente, que muchas veces esa otredad nos carga de una angustia que no podemos resolver, entonces apelamos a la indiferencia. Y esta indiferencia puede ser individual, pero no puede ser social. Yo individualmente tal vez no pueda hacer nada, pero sí puedo hacerlo socialmente. Si estoy pensando en la convivencia, en un Estado y en una sociedad que tiene organismos que tienen que regular esa violencia y no lo hacen, ahí estamos fallando socialmente, fallando como grupo humano que supuestamente vive en comunidad, que tenemos reglas que ponemos para respetarlas. Pero esa indiferencia existe y esa construcción de la otredad tan cercana la tratamos de una manera muy indiferente, y eso hace que no haya posibles soluciones a las acciones violentas. Y también pensemos en esto, cuando un pobre roba, es un negro de mierda que está robando, y cuando se descubre el defalco de un banquero, se dice que es un ladrón de cuello blanco. Fijate la violencia simbólica que cargan esos lenguajes sobre un acto que, para mí, es el mismo, es robar, y está mal en todos sus órdenes, y no estoy queriendo moralizarlo, sino que digo que si está mal robar, no es cosa de negros o de blancos, sino del hecho en sí, que comporta una violencia muy grande. Y veámoslo así también: la violencia en la calle es una violencia que se nota, es específica, te dan un golpe, te pegan un tiro, te fajan entre varios, pero la violencia de los llamados de cuello blanco es una violencia que te puede dejar sin tu casa, sin tu sueldo, sin tu auto, sin tu tarjeta de crédito, con una hipoteca que te deja en la calle, como pasó en España, o sea, es una violencia profunda, a largo plazo, y sin embargo no es tomada de la misma manera, siguen siendo ladrones de cuello blanco unos y negros los otros.


– Volvamos a las violencias cotidianas de quienes no pudieron construir un cuerpo con el cual vivir pacíficamente. Ya adultos, ¿cómo los afecta lo económico, lo intrafamiliar, los mensajes de los medios de comunicación?


– Yo ahí haría una diferencia. Una cosa es la influencia de los medios y otra cosa es lo económico-social. Cuando se ven los casos de violencia, por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires, de cada diez homicidios, seis son entre familiares y amigos que discuten entre ellos, sacan un arma y se matan, y esos son registros oficiales, y vos fijate que es mucho menor la proporción de homicidios entre gente que no se conoce que entre la gente que se conoce. Por otro lado, cuando vos ves la escala social, hay un cruce horizontal. No importa si sos rico, de clase media, pobre, la violencia intrafamiliar es casi la misma. Y ahí sí yo pongo la diferencia con los medios, porque los medios generalmente remarcan mucho, porque también funcionan desde la otredad, que la violencia está entre las clases bajas, entre los pobres, y eso es muy interesante, porque en realidad no coincide con las estadísticas. Tenemos, por citar un ejemplo, el caso de Misiones en el que chicos de clase muy alta se paseaban en una cuatro por cuatro golpeando hasta la muerte a los pobres que encontraban en la calle, y no sé si judicialmente eso avanzó, porque también es cierto que judicialmente, si tenés dinerom, tenés muchas más posibilidades de sortear espacios legales, de dilatar una causa hasta que prescriba, pero si sos pobre vas con un defensor oficial y podés estar diez años, como pasa con el 80 por ciento de la población carcelaria de Buenos Aires, que está sin condena, y algunos desde hace diez años. O el caso de Matías Bragagnolo, que lo mataron acá en Capital en la puerta de un edificio, y lo mataron chicos de clase muy alta, y después, por tener abogados muy caros, demostraron que el chico había muerto por una enfermedad anterior a la golpiza, pero lo cierto es que se muere en la golpiza. Entonces, lo social, lo económico, tiene una influencia relativa, porque el corte es tranversal. Y lo mediático tiene una influencia distinta, por la diferenciación que hace, que es profundamente violenta, y porque también la violencia se muestra constantemente, a mí si hay algo que me preocupa y me duele, porque me deja conmovido, es la cantidad de imágenes violentas que se repiten constantemente en la televisión, de violencia de todo tipo. Si se filmó la muerte de alguien en la calle, ese video se pasa las 24 horas en todos los canales, y la verdad es que la sociedad muchas veces actúa por repetición, nadie nace asesino o ladrón, se hacen, no hay una marca en el ADN, pero se hace por repetición de lo que ve, y en ese sentido sí creo que los medios influyen. Como el caso de Ángeles Rawson, que se pasó casi en cadena nacional contando detalles de cómo la mataron, cómo la violaron, cómo la ataron, cómo la tiraron el container, y eso es profundamente violento y genera repetición. Y pensemos en otro ejemplo, con el caso de Candela, que fue una repetición absoluta pero tratado de otra manera porque era de otra clase, no era de clase media alta, era de un sector social más necesitado, y el tratamiento de los medios fue muy diferente, fue más violento, incluso la chica de clase media era un promesa a futuro y de Candela se llegó a decir que hasta tenía relaciones con un montón de hombres. El trato fue profundamente diferente, y esa simbología genera violencias alternativas. La sociedades también actúan por repetición, entonces, si yo estoy todo el día viendo escenas violentas, se graban en mi inconsciente, y esto está estudiado por comunicólogos. En definitiva, los discursos violentos, los discursos de la violencia, cualquiera sean sus formas, se transmiten en distintos formatos, a través del lenguaje físico y simbólico, y se apropian de los cuerpos, que reaccionan con ira, miedo, agresión, encierro. Pero su lado más trágico es que generan consensos, pues se presentan como soluciones fáciles a problemas difíciles. La frase “a estos hay que matarlos a todos” es una de las más escuchadas. Tengo la hipótesis que ese tipo de frases, en los 70 centralizada en el Estado y que la llevó a término a través de un exterminio vía terrorismo de Estado, en los 90 se atomizó y pasó a formar parte del discurso corriente, y ahora ya no es el Estado en su formato tradicional el que lo dice, sino cualquier vecino tomado por esas ideas violentas. Tal vez sólo pueda revertirse con discusiones amplias y críticas sobre nuestras propias prácticas y generando otros consensos, con posibilidades como estas, donde se puede hablar libre y críticamente sobre estos temas.


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