Querido bichito, Coronavirus, SARS Cov-2 o COVID-19, bolita con patas, extraño compañero:
quisiera compartirte algunas reflexiones que me has forzado a tener muy presentes en estos días de incertidumbre, miedo y desconcierto pero también de quietud, desierto y ensanche del tiempo.
Te siento paseando, no sé si a gusto, por mis músculos, articulaciones, pleura, pericardio, membranas cerebrales y te imagino volando por mi torrente sanguíneo y espacios intersticiales donde no llega mi percepción. Trato de seguirte por donde señalan mis síntomas poniendo atención, confiando en que tal vez, así, las potencias de resistencia de mi cuerpo se fortalezcan y no decaigan, que no sea la imagen la de una batalla, que sea la de una amable conversación, ¿crees que es posible?
Ya van mas de tres semanas y sé que aun seguimos. Lo has trastornado todo. Tu, pequeño, invisible, desconocido, poco mortal pero veloz y duradero, nos has pillado con el culo al aire, con las manos levantadas, con la mirada perpleja. Y aun así, tampoco tan de sorpresa, eh? Que un escenario así se hacía posible hace tiempo pero no queríamos ni imaginarlo. Mejor tentar la suerte y luego ya vemos, total, nunca es para tanto se escucha decir. Claro, mientras no nos toque o según cómo nos “toque”, como siempre.
Me enfadé mucho, ¡muchísimo!, cuando aparecieron mis primeros síntomas. Aaaaaaaaaahhhhhhhhgggggg, ¿por qué a mi? Si fui de las más prudentes desde el inicio, si lo estaba viendo venir y trataba de hablarlo. Si cerré mi trabajo poco antes de que decretaran el estado de alarma, si ya me tomaba mis precauciones, si ya evitaba las aglomeraciones. Menos el 8M claro, contra eso no pude. Cedí, dejé de escucharme, dejé de hablar del dichoso tema. Me sentí irracional y miedosa. Me decían que contribuía al estado de pánico generalizado con mis absurdas precauciones no basadas en datos objetivos y demostrables. Cada vez que lo pienso más me irrita. En general, mis compañeras feministas tampoco me escucharon en serio, salvo para reforzar en todo caso su opinión, ésta era otra estrategia del poder para inocular el miedo y que no podamos pensar. No las juzgo, ¡no sabíamos nada!, pero ¿estábamos pensando realmente o dejándonos llevar por la inercia habitual, por la crítica ya conocida? Sentí molestias por el modo en que no nos escuchamos mientras aun no percibíamos la seriedad de la situación que ya estaba frente a nosotrxs. Como si en nuestros entornos militantes no hubiera ese espacio para no pensar siempre en términos de control del poder, como de un poder que se cierne desde fuera por más que leamos Foucault, Deleuze y Guattari. Sentir miedo, ser prudentes, no diagnosticar sin saber, pararse, ¿es ponerse del lado del poder, dejarse atrapar? ¿Replegarse y esperar, dejar de hablar, es obedecer? Quizá si…pero no lo tengo tan claro. Yo siento que obedecí a nuestras propias presiones cuando no pude sostener mis dudas sobre cómo hacer el 8M. Me daba vergüenza reconocer que sentía que era un error lanzarse en masa a la calle y no hablar de lo que pasaba. Una vez más, mis miedos e inseguridades.
Me has hecho recordar también con mucha fuerza aquella frase, “Ah! ¿Tú eres de las que no dan besos?”, un modo de juicio, para mi, que bloqueó la conversación con aquellas que percibían otra cosa, que trataban de escuchar algo nuevo. Me sentí algo incómoda aquellos días y me sigue retumbando en el cuerpo. Quisiera poder conversarlo de nuevo, con calma, abrir ese espacio de la duda y el miedo sin que nos sintamos juzgadas. Yo sentía que podíamos no dejar de tocarnos y besarnos de tantas maneras…
Quizá mi molestia va dirigida realmente a no haber sido capaz de sostener mis preguntas y mi propia intuición y actuar en consecuencia.
Al final obedecimos, cerrando nuestros centros sociales, con el decreto de alarma, cuando ya estaba encima el problema, pero ¿a qué estábamos obedeciendo?, ¿no queríamos quedar mal de cara a la ciudad? ¿De repente sí nos creímos que había un problema y que había que ser responsables en términos de cuidados? ¿Ni una cosa ni la otra pero no nos quedaba otra opción?. Si no se hubiese decretado el estado de alarma, ¿qué hubiésemos seguido haciendo?
Luego, casi inmediatamente, un sinfín de frentes abiertos en términos de reclamos de derechos, de redistribución económica, de compensación, todos legítimos y súper necesarios y, sin embargo, yo siento que nada de todo eso importa tanto ahora, que la urgencia está en otro lugar, en esa inquietud compartida de nuestras tripas. ¿Cómo hacerle hueco? ¿Podemos parar de hacer mientras nos ayudamos a sostenernos? Supongo que pienso así mientras no tengo la urgencia de no saber cómo llenar la tripa.
Siempre pensé mucho sobre qué es esto de enfermar. Hace unos años era impensable que estableciésemos una relación directa de la enfermedad con nuestros modos de vida, nuestros modos de ser, sentir y estar en el mundo. Creo que cada vez hay menos dudas sobre ésto, y no porque haya una tendencia a psicologizar y sentimentalizar nuestros conflictos, que también, y ahí nos hacemos trampas, sino porque entendemos mejor cómo funcionamos, qué es esto de las afecciones y emociones que modulan nuestro ser en-con el mundo. Pero apareces tú, invisible y constante contagiándonos por todos lados y generas efectos de todo tipo, asintomáticos, sintomáticos leves, menos leves, graves y muy graves hasta llegar a ser mortal. ¿Qué hace la diferencia? ¿Por qué mi pareja no desarrolló síntomas si no me aislé de él? ¿Por qué la pareja de la persona que creo que me contagió tampoco desarrolló síntomas siendo una persona más vulnerable en principio? ¿Por qué tantas personas que no tomaron precauciones no desarrollaron síntomas? ¿Qué hizo la diferencia? Está la propia inmunidad asociada siempre a tu historia y hábitos de vida y está la inmunidad también expandida de la que te dota tu entorno socioeconómico. El contagio nunca es matemático, ni siquiera el tuyo. ¿Cuánta gente no se habría agravado y cuanta gente no habría muerto teniendo a su alcance los cuidados de salud y amor necesarios para acompañar el proceso? Una vez más queda expuesta la desigualdad de nuestras condiciones en diferentes dimensiones de la vida. Comparto las declaraciones de María Galindo cuando decía, sí, todas estamos infectadas, de un modo u otro, al final, estamos infectadas.
¿Qué hizo en mi caso la diferencia? ¿El exceso de control quizá? ¿Una prudencia excesiva? soy sanitaria, ¡no puedo evitarlo!. ¿Un sistema inmune fuerte pero tocado por otras disfunciones previas? ¿El contacto fortuito con una persona infectada con elevada carga viral? ¿Una crisis previa existencial, emocional, que me vulnerabilizó aún más? ¿Un deseo potente de parar desde hace años? ¿Todo junto? Nunca podré saberlo, quizá sólo intuirlo.
Hoy vuelvo a sentir el miedo y la angustia. Después de unos días de tregua vuelvo a sentirme mal, sube la febrícula, ¿qué quiere decir? ¿Puedo empeorar? ¿Puedo seguir infectando a mi compañero y que finalmente desarrolle él también los síntomas? Me cago de susto, demasiada incertidumbre, no sabemos nada. Te dicen que finalmente se pasa, necesito confiar en eso, que volveré a sentirme sana, que me habré fortalecido y que habré aprendido muchas cosas que no olvidaré. Quisiera desarrollar esa inteligencia de las entrañas que te hace abandonar toda lucha y entregarte al fluir de lo que acontece.
Ay bichito, me has hecho pensar mucho sobre la muerte, una vez más. Una vez recuerdo haberme sentido así, en un avión que no dejaba de agitarse y ya empezábamos a mirarnos entre todos con cara de ¿estamos en peligro?. Con angustia en el estómago me pregunté, ¿estás preparada para morir hoy? ¿Puedes dejarte caer tranquila?. Y pensé que sí, que no tenía deudas afectivas importantes y que había vivido feliz en general (de repente la idea de felicidad cobraba sentido). Fueron momentos que me hicieron pensar en cómo es prepararse para la muerte, si es que te da tiempo, como hacen los animales. Pensaba que tenía que enfrentarla con calma, dignidad y sin hacer aspavientos. Pero cuando compartí esas reflexiones con mi terapeuta manual me dijo, “¡pero cariño! ¿qué pasa si te hubiese entrado el miedo y la locura y hubieses echado a correr a ninguna parte? Habrías sido tu igualmente, ¿cual es el problema? ¿por qué te exiges ser tan perfecta?”, y aquello relajó mi cuerpo y me dije, “qué manía con tener que hacer todo bien, ¡hasta morirme!”.
Ahora, bicho, me colocas en una situación parecida, no porque esté lidiando con la muerte, sino porque me haces pensar en eso y en plantearme de nuevo pruebas como “¿te lo estás aguantando bien? ¿Puedes controlar el miedo a empeorar, a la incertidumbre real que hay sobre ésto? ¿Estás siendo fuerte y no cayendo en la histeria y la neurosis? Mejor vete preparando para lo que pueda venir, fortalécete, ¡es tu oportunidad!, ¿qué pasaría si las cosas se pusieran peor, qué harías?”.
Me mantienes oscilando permanentemente entre estos polos, el desarrollo de la fuerza y de no sucumbir a la angustia y el sucumbir a la angustia y el miedo. A cada cual se le abrirán sus preguntas y cada cual resolverá o no en función de sus fuerzas, de lo que sea capaz. Dejar de emitir juicios es un imperativo para mi hoy, eso siento cuando me haces cosquillas por los bronquios y me gritas, “¡Cállate, cállate, que me desespeeeeeeeeras!, ocúpate de tus asuntos y amplifica tu percepción, no hace falta que hagas nada, ¡escucha!, presta atención, déjate hacer”.
Está bien, acepto el reto, me ayudas a parar y cuando me aprietas siento que todo lo demás, el no trabajar, el no saber qué pasará con la vida cotidiana que conocíamos, pierden toda importancia. Has detenido el tiempo del reloj, no sigo horarios salvo para comer más o menos y me reconforta. Me reconforta el silencio de la calle. Siempre me he resistido a la rutina, a tener que trabajar por obligación, para vivir. Disfruto ver pasar los días sin una finalidad concreta. Los cuidados de mi compañero me permiten relajarme, descansar y reír. Me resisto a las quedadas obligatorias, a las tareas, incluso al aplauso de las 20:00. A veces estoy, a veces no, según me siento. Para mi el aplauso de las 20:00 es y no es consensual, no todas aplaudimos lo mismo y eso está bien, por eso no me adhiero a consignas (solo el primer día me dejé llevar por mi costumbre militante, después empecé a escuchar). Llevaba muuuuuuucho tiempo queriendo parar, sin saber como se podía hacer de verdad, que no fuera una simulación, un oasis de resonancia como lo llama Hartmut Rosa, que solo produce ecos pero no experiencias realmente transformadoras. Porque la experiencia de parar de verdad siempre estuvo muy asociada a la enfermedad. Tu enfermedad te para pero el mundo sigue moviéndose. Ahora, tu experiencia de parar-enferma está sincronizada con una parada del mundo, no total, no absoluta, pero sí en algunos aspectos y de manera internacional y generalizada, ¡guau!. Entonces todo se amplifica, y tú me desafías: “¡Hala! Aquí tienes tu parada, a ver qué haces con ella!”. Así que una parte de mi te lo agradece, acepto el reto.
Finalmente me mandaron a urgencias, no por gravedad sino por prevención, por tantos días de evolución. No se sabe una mierda. Por suerte mis pulmones están limpios y agradecí la doctora que me atendió, tan joven y agradables su voz y su mirada a través de tanta protección. Sin embargo, la Medicina me inquieta. Salvar la sanidad pública, sí, protegerla, mimarla. Y seguir profundizando en qué tipo de medicina necesitamos para vivir y morir bien. Pensar juntas. Me angustié camino del hospital por si me tocaba pasar a la tercera dimensión, la de la hospitalización, sin más oportunidad de volver a mi compañero. Me angustié pensando en mis padres que no sabían nada. He tardado mucho en contarlo porque nunca pensé que se alargaría tanto y sobretodo no deseaba contribuir a la preocupación y estrés generalizado, pero ya he sentido la necesidad de compartirlo con mis amigos para no traicionar su confianza y para que pudieran acompañarme a la distancia, por ellas y por mi. Y me están cuidando, llamándome de a poquito para no cansarme demasiado. ¿Ves bicho qué suerte y qué alegría poder contar con una red extensa de personas que están presentes y te dan amor y cuidados, chistes incluidos? Qué bien que nos hemos creído y currado tanto que el hacer comunidad, por más variada, intermitente y distante que sea a veces, es parte fundamental de lo que nos sostiene. Me encanta sentir esas extensiones de mi cuerpo, puedo percibir los haces de fuerzas vivas y no vivas que me componen y sostienen y cómo formo parte yo también de esos haces que componen y sostienen a otres.
Cuatro semanas y vuelve a subir la fiebre, vuelvo a urgencias, me mandan antibióticos. De nuevo más cansada, más inquietud en el pecho, más agotamiento cerebral. No tengo ganas de recuperarme para volver al trabajo, sino para alargar más y mejor esta parada. Me resulta llamativo que este confinamiento, el medio parón del sistema de producción y consumo, el miedo al contagio y a las muertes, la enorme incertidumbre que se cierne sobre nuestras vidas humanas, nos hayan generado a muchas, más que una sensación de espanto ante el posible cambio o pérdida de nuestro mundo conocido, una sensación más bien de cierto alivio y conmoción, como percibiendo mejor que algo no andaba bien, no ya todo lo que sabíamos que no funcionaba, sino lo que nos funcionaba también. Hemos sentido el chirrido de la maquinaria ensamblada con nuestros cuerpos en sus múltiples modos y se ha abierto una nueva problemática. ¿Realmente queremos volver a lo que teníamos? ¿No? ¿Algunas cosas sí?. Ay bichito, si fuesemos capaces de parar más a menudo, no de pensar, sentir y convivir, sino de producir, consumir, colonizar, destruir, progresar, avanzar sin comprometernos e implicarnos éticamente con cada entorno y tierra que tocamos. ¿Podremos ser capaces?
Seis semanas y los síntomas que restan van desapareciendo a ritmo de caracol…¿de verdad te vas a ir?
Siete semanas y media, continúan la astenia y la febrícula, y todas las pruebas han salido negativas. NEGATIVAS. Ni rastro de ti…inquietante…¿me lo he provocado todo? ¿Aproveché la oportunidad para vivirlo más realmente, intensamente? ¿Encontré la excusa perfecta para parar? ¿He sido el claro producto de un hechizo tecno-mediático? Para la medicina ha sido otra cosa ¿pero justo ahora? ¿Qué está pasando? Intuición, ruido, intuición…al final, sí, de un modo u otro, todas estamos infectadas.
Ocho semanas y media y ya me siento mejor. Voy recuperando las ganas de leer, de moverme, de hablar con gente, de salir a pasear tranquila, caminando, con la bici. Después de descartar otras posibles causas y ahora que van sabiendo más cosas me dicen que sí, que lo más probable es que te hayas paseado por mi cuerpo aunque no hayas dejado huella analítica, ni anticuerpos amigo, qué cachondo. Pero claro, ¡claro que has dejado huellas en mi cuerpo!, solo que no se pueden medir. Y además sigo con secuelas, me fatigo fácilmente, me mantienes ralentizada. No se bien cómo volver ahí afuera, pero mi intuición brilla más. Estoy más atenta. El mundo ha cambiado.
Me pareció muy interesante. Gracias.