Coreografías de sal, la nueva creación performática y de instalación de Osías Yanov, esboza una estrategia de emergencia social. Un posible método de intercambio por afinidades intensivas y no por contrato social. Un acercamiento entre modos de vida quemados por adaptación y formas de vida en fermentación. Presentada en el Faena Art Center, el museo de un empresario, no deja de asumir ese antagonismo de la vida social en clases, razas, especies, géneros. La instalación reúne en un mismo suelo —el piso de mármol cubierto de sal marina y las paredes transparentes del lujo— coreografías sociales heterogéneas, grados de intensidades en contraste —espacialidades, corporalidades, sonoridades y temporalidades—, que se conectan justo en sus puntos de diferenciación. Por un lado, la coreografía de lxs peformers-sirenas-perritxs; al lado, la coreografía de lxs participantes del taller que coordina Yanov; y más acá, nuestra coreografía de espectadorxs —clientes millonarios del Faena y artistas contemporáneos—, que recorremos el espacio trazado. Un territorio de transformabilidad que se performea con los relevos y deformaciones de las corporalidades de performers, talleristas y espectadorxs. Durante las dos horas de acción, podemos variar los puntos de vista, mover sensaciones en el ambiente, mezclarnos con los cambios de la luz natural, atravesar los surcos de sal, acompañar las vacilaciones de los cuerpos no siempre autorizados para performear, expandir la percepción del tiempo, ver los pasajes de información de un grupo coreográfico a otro, tocarnos con lxs performers en devenir perritx. Un multiperspectivismo y un multinaturalismo en escala escénica.
Las coreografías de sal que ejecutan lxs performers son simples, se arman antes de empezar, aparentan ser rituales a los muertos. Las coreografías de lxs talleristas son más ambivalentes y se aprenden en la presencia activa. Y por último, nuestra coreografía social de turistas recién llegados que desandamos durante la acción. Tres tipos psicosociales: lxs performers-sirenas-perritxs, con catsuit rosa viejo, desplegando rituales, lecturas, cánticos, insurrecciones corporales, diálogos con los muertos; lxs talleristas vestidos de colores dispares como interfaz cromática en la vulnerabilidad de todo aprendizaje; y nosotrxs espectadorxs metropolitanxs con ropa negra, tan neutrales, tan verticales, tan sujetos-objetos aún. Esas pequeñas tonalidades de gestos y vestimentas hacen que los componentes de un grupo social y otro se (auto)perciban y produzcan intercambios por afinidad. Los signos de la instalación no funcionan por descodificación. Se espacializan como afinidades virtuales, materia posible de relaciones e intercambios humanos y no tan humanos. La sal no es un signo, es un ser. Materia sensible que hace de suelo para que los intercambios entre grupos —gestos, sensaciones, visiones, repercusiones, toques— se efectúen.
Pero ¿qué es acá una coreografía? ¿Una coreografía de danza? No, sin dudas. Es una coreografía terapéutica que no se deduce del sistema de salud. Una práctica sensible que se asume en común. Empieza por un aprendizaje deseante: un desear aprender un cuerpo con otros seres. Porque lo que se suponía que era “mi cuerpo propio” está conquistado, aparateado, en simpaticotonía por el régimen del rédito. Pero también, porque ontológicamente no existe ningún “cuerpo propio”: todos los cuerpos son compuestos. El punto es la autonomía de nuestras composiciones, cuáles son deseadas y asumidas en situación y cuáles no. “Lo pedagógico, lo terapéutico, lo escénico” de lo que refiere Yanov cuando le preguntan no es el pharmacón del arte aristotélico de la antigua Grecia. No purga culpas. Más bien, regenera tejidos sociales y activa las formas vitales que han sido dañadas, intoxicadas, explotadas, insensibilizadas por la vida de mulas y de ortivas que nos hace vivir el régimen de la Conquista del rédito.
Varixs artistas estamos elaborando estrategias de defensa y nos estamos haciendo cargo de las formas de recreación del lazo social y las formas de ocupar la tierra. No ideológica ni temáticamente, sino inventando prácticas de experimentación y sensibilización social en forma de dispositivos pedagógicos, terapéuticos y escénicos. Cuando el Estado y el Mercado redistribuyen algo de los recursos que garronean, siempre burlamos cualquier instrumentalización y usufructuamos esos recursos para la “ofensiva sensible” que necesitamos. El conflicto no está saldado. Necesitamos pagar nuestras cuentas con el cosmos. Vérnoslas con el problema de la Conquista de una especie sobre otra, de una forma de vida sobre otra. La humanidad no es un crisol de razas. La humanidad es un cromatismo de intercambios afines de todos los seres de la tierra. Las especies y los seres no mueren, no murieron: son exterminados desde la Conquista y sus criterios de beneficio, acumulación, dios y poder. Sin embargo, la tierra que nos reúne puede ser experimentada desde la plasticidad de una coreografía de sal: con trazados grupales, afinidades de diferencias, intercambios intensivos.