Sebastián Scolnik: Bueno, buenas noches. Hoy es un día muy feliz para la Biblioteca, porque han venido muchos amigos a festejar la salida de Contorno, la edición facsimilar, y para nosotros fue un hecho bastante grato poder editar Contorno, pero a la vez sorprendente, por la, por lo que generó la edición de Contorno: mucha gente se vio sorprendida por la salida de Contorno. Y para nosotros, en la escena cultural contemporánea, y en la escena política contemporánea, volver a traer una experiencia como Contorno a la discusión, creemos que es parte de nuestra tarea acá en la Biblioteca.
Por eso le pedimos a amigos, también, que viniesen a presentar la revista, y nos acompañan Américo Cristófalo, León Rozitchner y David Viñas. Así que, bueno, por ahí si, Horacio, querés decir algo, después, este… ¿Ahora mismo?
Horacio González: No, para proseguir lo que estaba diciendo Sebastián, que fue el que tuvo la idea de hacer Contorno; y si digo “hacer Contorno” introduzco un equívoco: en realidad ya estaba hecha, Contorno, pero Contorno se componía de aquel momento inicial y de todas la conversaciones que permanecen hasta hoy en el rastro de su propia leyenda, de modo tal que este libro, de lo que fue una revista –no sé si lo digo bien–, este libro que contiene la revista Contorno permite, muchos años después, revisar nuestro propio mito sobre la revista Contorno, en la medida en que no la leímos contemporáneos a ella. De modo que el lector no contemporáneo de Contorno tiene un derecho, que me parece que no se le puede retirar a ningún lector, de imaginarse como un lector anterior, un lector que la leyó en el momento que correspondía. De modo tal que, lo que resulta interesante es saberse que siempre estamos en la posición del lector que no corresponde; salvo cuando decidimos imaginar que es posible hacer la experiencia retrospectiva del lector que hubiéramos sido.
Y, en ese sentido, al revisar Contorno –y repito algunas cosas que leí en la muy buena reseña que hace Zeigler en Página/12 el domingo–, tenemos la experiencia de algún modo imposible de recuperar, pero que tampoco es falsa, que es la experiencia inicial del lector que la leyó en la época. Y a pesar de que muchos conocíamos sus artículos por las antologías, esto dice Zeigler, efectivamente era mi caso, o sea, como parte de la leyenda de Contorno, que creo que es la condición que compartimos todos aquí, ser parte de una leyenda, un colectivo de lectores, conocía mucho los artículos, y sin embargo no sabía las publicidades que tenía, recordé la calle Viamonte, la publicidad de la librería Verbum y muchas otras que son de pequeños negocios de la zona; de modo tal que imaginé el modo en que se hace una revista, que también es una de las tareas del lector, que no siempre le ocurre al lector, imaginar como lector de investigación, o lector a posteriori, digamos, a destiempo, puede no querer, y con toda razón, recuperar el sentimiento inicial del mundo cultural y cotidiana y los indicios perdidos que tiene toda revista, no leídos por el lector actual pero notados por el lector posterior, que tiene otra contemporaneidad a la cual el lector inicial no tiene acceso.
Hay una escena de El Jefe muy interesante, donde el escritor de la película, el que estaba representado por Duilio Marzio, si no recuerdo mal, inventa una revista pornográfica y en el film se ve la escena gloriosa, jocosa y… gozosa, digamos mejor, es la escena en la cual los que escriben la revista, que era para ganar dinero, ostensiblemente, la revista de inocente pornografía, año ’60, ven los paquetes atados de la revista que los tira un camión a la ciudad. Bueno, esa imagen me pareció muy recordable para Contorno –que no es una revista pornográfica, está de más aclararlo, pero el modo en que David ha pensado las revistas hasta hoy, el modo en que hasta hoy piensa las revistas (me permito decir esto, David), el modo en que David Viñas piensa hasta hoy las revistas es como un acto, un gran acto de antropología urbana aplicada, es esa escena donde un camión tira revistas sobre la ciudad. Y alguien la mira, quizás como diciendo “¿qué he hecho?”, pero sabe que es el modo de tirarse entre los hombres, entre los lectores, digamos también.
Entonces, reafirmo lo que dijo Sebastián Scolnik hace un minuto: de las tantas formas que se justifica una Biblioteca Nacional, hay muchas que hacemos que creo que justifican estas tareas, pero no considero que la menor de las justificaciones sea lo que ocurre hoy: esta presencia, el modo en que nos convoca la palabra “contorno”, y que, si existiera esto solo en la Biblioteca Nacional, ya de algún modo justificaría el compromiso no escrito, valga la redundancia, el compromiso no escrito de ninguna biblioteca en relación a la cultura de un país. Eso me parece que es la profunda y gran significación que tiene este acto de Contorno en la Biblioteca Nacional.
Bueno, ahora… [aplausos]
Sebastián Scolnik: Muchas gracias, compañeros contornistas…
Horacio González: Ahora damos la palabra a Américo Cristófalo.
Américo Cristófalo: Bueno, comparto, sí, con muchísima alegría la edición de Contorno, agradezco la edición de Contorno a la Biblioteca, y lo primero que voy a hacer es referirme precisamente a uno de los argumento de Horacio recién, que es el del lector a destiempo, porque efectivamente estoy en ese grupo muy claramente, con un detalle particular, que me parece que valdría la pena agregar a ese “destiempo”, y que tiene que ver con el hecho de reconocer en la lectura de hoy, que es la lectura a destiempo, la incidencia que tuvo sobre nosotros, digo un nosotros genérico, me refiero probablemente a la generación del ’70, a la así llamada “generación del ‘70” que, sin saberlo, en realidad, de algún modo estábamos impactados por el efecto de Contorno. Sin saberlo, porque, efectivamente, en el ’70 ya éramos lectores a destiempo y, probablemente, hayamos recuperado la lectura de Contorno recién a partir de, o hayamos empezado incluso a leer Contorno recién a partir de los ’80 o mediados de los ’80.
Lo que esta vigencia o esta paradoja temporal me parece que evoca, de una manera para mí bastante evidente, es una paradoja que voy a tratar de pensar como la de “lo nuevo”, la del “lenguaje nuevo”: el lenguaje nuevo de Contorno me parece que tenía, efectivamente, una… implicaba, digamos, o evocaba efectivamente una paradoja respecto del tiempo, sobre todo si tenemos en consideración que, todavía hoy, es un lenguaje que permanece efectivamente en el campo de lo nuevo; por lo menos así lo leo, porque me parece que está determinado por la decisión, precisamente, de establecer en el lenguaje esta dimensión de “lo nuevo”, de establecerla a partir de una retórica, digámoslo así, o de una implicación del cuerpo, por lo tanto –si es del lenguaje es del cuerpo–, del cuerpo, por lo tanto, en esta renovación.
Y la otra consideración que es evidente, y que también hace a la paradoja temporal que esta en juego, me parece, en esa lectura a destiempo, es la circunstancia de que, para hacer el movimiento, ese movimiento de “lo nuevo”, ese movimiento de lenguaje nuevo, es imprescindible haber entrado muy fuertemente en la historicidad, y ese me parece que es el detalle, o uno, por lo menos para mí, detalles contundentes del lenguaje de Contorno, ¿no? O sea, el modo en que Contorno entra fuertemente en el campo histórico. Y, digamos, en ese movimiento, me parece, Contorno tiene que resolverse, digamos, a confrontar con dos lenguajes muy tradicionales en la Argentina, o con el diálogo de dos lenguajes muy tradicionales en la Argentina en el campo cultural y en el campo político, que son los lenguajes del liberalismo, por un lado –del liberalismo cultural y del liberalismo político, por un lado–, y el lenguaje del nacionalismo, por otro.
Me parece que uno de los desafíos, el centro de uno de los desafíos de esta “lengua nueva” de Contorno está precisamente en esa tensión dramática con estos, con estas lenguas, o con estos lenguajes tradicionales. Que, digamos, con “tradicionales” quiero decir que, efectivamente, se remontan históricamente. Y que Contorno me parece que rompe de un modo muy moderno, digamos, ¿no? O que rodea estos lenguajes de un modo muy moderno, con un sistema de enormes matizaciones, de enormes problematizaciones. Con un lenguaje que me parece que efectivamente apela a la idea de hacer del lenguaje de la crítica un lenguaje vivo. De ahí su historicidad, de ahí el compromiso y las implicancias del cuerpo de esta retórica.
Y me parece que ese rodeo, digamos, de la historicidad de Contorno, del modo en que Contorno “choca” con el tiempo, la distancia que Contorno presenta respecto de, por ejemplo, digamos, la tradición que va de Martín Fierro a Sur, los modos de lectura que presenta Contorno, digamos, esto que efectivamente se ha dicho muchísimo acerca de Contorno: el modo en que Contorno abre un campo para la crítica, el modo en que Contorno renueva el pensamiento mismo acerca de la lengua, el modo en que Contorno lee la novela argentina… Bueno, todo lo que de algún modo podemos enumerar acerca del impacto de Contorno, me parece que sigue teniendo la vigencia de ese movimiento que encuentra, efectivamente, en la escena histórica, los motivos de su propia discursividad, los motivos de su propio lenguaje.
Y ahí, en ese punto, digamos, me parece que hay que pensar que esta lectura a destiempo, una lectura que, finalmente, se propone poner a Contorno en presente, lo que se puede poner en presente, claramente, de Contorno, es esta pulsión de la crítica por establecerse en un lenguaje nuevo.
Yo recuerdo que, digamos, a partir de los ’80 más o menos, y creo que todavía con alguna intensidad hay un debate acerca de cómo… la pregunta que ese debate circunda o rodea es la pregunta acerca de cómo establecer un lenguaje nuevo para la izquierda argentina. Digo, entre otros debates, me parece que ese debate sigue teniendo efectivamente alguna actualidad, alguna vigencia, porque da la impresión de que, efectivamente, diríamos, “el tiempo lo exige”. Será porque la relectura de Contorno, además, me parece que en este destiempo pone una pregunta muy fuerte acerca de la idea de la decisión y la voluntad de esta renovación del lenguaje, y la idea de cómo esta decisión y esta voluntad se chocan, digamos, o se cruzan con una serie de naturalezas históricas que la hacen posible, que le abren un lugar, digamos, que… Contorno vendía cinco mil ejemplares, dice Ismael Viñas en el prólogo, un prólogo que tiene la virtud de mostrar algunas entrecasas, digamos, de la realización de la revista.
Y si… La pregunta es si la vigencia de la pulsión por el lenguaje nuevo de la crítica, qué lugar tiene hoy en este país, que es una preguna que se hace Contorno al principio, digamos, en el primer número: qué posibilidad hay, qué condiciones, qué condiciones históricas. Y, por otro lado, la decisión, la voluntad de, la pulsión por alcanzar este motivo. Me parece que la, el centro de la pregunta de Contorno tiene que ver con esto.
Después, recorrer Contorno es… pasar, digamos, por la revista es un motivo de asombro y de… de asombro más o menos permanente, ¿no? Porque, se conocían algunos artículos por antologías pero, como efectivamente se señala en la reseña de Página/12 del domingo, no se tenía una visión de conjunto de la revista, y la visión de conjunto permite ver, leer algunas lateralidades. A mí me sorprendió una muchísimo, que es, ya sobre el final, digamos, sobre el último, el anteúltimo número de Contorno, se cierra con la única foto que hay en toda la revista: es una foto que está enmarcada en una publicidad, es una foto de Frondizi, de Arturo Frondizi. El número siguiente de la revista es el número sobre el frondizismo. Estamos en el ’59, y me parece que el número sobre el frondizismo, por lo menos en mi caso, en la lectura del texto que allí publica Ismael Viñas, que se llama “Orden y progreso”, por razones justamente de generación me toca muy especialmente, digamos, porque me parece que ahí en ese texto está muy claramente ya diseñado algunos de los motivos de lo que va a constituir la polémica, la discusión de la izquierda en los ’70, muy minuciosamente pensados por Ismael. Y la revista termina en ese punto, ¿no? Termina en abril del ’59, muy pocos meses antes de Cuba, o sea, muy pocos meses antes de la Revolución Cubana. Que, me parece, vendría a constituir el otro –esto también es probablemente un lugar común–, vendría a constituir quizá el otro gran motivo de lo que discutió la generación del ’60, del ’70, o de los efectos sobre esta izquierda.
Quiero cerrar con una brevísima evocación, también iconográfica. La foto de Frondizi y una foto que, por completo azar, por razones de trabajo, digamos, me crucé no hace mucho, que es una foto de algunos miembros de Contorno, que me parece reconocer que están en una playa, así parece, quizás algunos de ustedes la conozcan. En esa foto están David, Masotta, y Sebreli. Están, presumiblemente… bueno, el que claramente está vestido de ese modo es Masotta, pero uno presume que tanto David como Sebreli también están en malla. Están en malla, están en la playa y están en malla. Masotta tiene el torso desnudo, está en malla solamente, y David tiene una camisa blanca, y Sebreli creo que lleva como una polerita o algo así. [RISAS] La evocación de la foto es más o menos evidente, digo, yo lo que conocía mucho eran fotos de… todos nosotros por ahí tenemos muy presente las iconografías de Sur, por ejemplo, ¿no? Las fotos de la gente de Sur, ese aura marmórea, casi, ¿no? Sí, sí, marmórea, digo, en el sentido propio, porque están en escaleras, ¿no? Dispuestos, “divinos”, diríamos, casi encerados, ¿no? Y bueno, esa comparación, para cerrar, digo: “lenguaje nuevo”, ¿no?
León Rozitchner: Bueno, en principio me pareció ver la figura de Noé Jitrik, que anda por aquel lado, y me gustaría que viniera, porque también formaba parte de Contorno, y seguramente tendría que estar acá entre nosotros. ¿Por qué no se lo invita? Por qué no se lo invita a que pase… [APLAUSOS]
Horacio González: No es que no se lo invita, Noé había dicho que prefería estar en el público… Esta mesa está llena de incidentes [RISAS] Noé había dicho que prefería estar en el público, no es que “no se lo invita”, como dice León, pero no quiero agregar ningún motivo, acá… [RISAS]
León Rozitchner: Bueno, y para vencer la resistencia, uno tuvo que pedirle que venga, ¿está mejor así? Bueno, es decir, yo no sé para qué uno, este… Uno fue invitado acá porque iban a honrar la revista Contorno, y me sorprende un poco que tenga uno que hablar de sí mismo, ¿no? Por eso digo… Bueno, algunos están más habituados que otros a hablar de sí mismos, como sabemos, pero en fin… De todos modos, es una cuestión a destiempo, ¿no?, porque uno piensa… Es extraña, porque cuando éramos pendejos, digamos, jóvenes, y hacíamos la revista, invitación, primeramente, hay que reconocerlo, de Ismael y David, que ellos fueron los primeros directores que hicieron la revista, y cuando llegamos a volver a hacernos amigos, renovando una amistad anterior en comienzos de la facultad, bueno, se nos invitó a participar de la revista, y ahí es donde entramos nosotros, que formamos parte de ella. Por lo tanto, bueno, de alguna manera, gloria y loor a David y a Ismael, que hicieron posible que nosotros estuviésemos hoy celebrándolo, ¿no es cierto?
De todos modos, cuando escribíamos eso, uno sentía que éramos un grupo de amigos, más o menos cercanos, no sé si fuimos más próximos algunos de nosotros con el tiempo, y lo que tuvo de particular, me parece, es que, cuando acá se señala la escritura, en realidad no era un estilo lo que tratábamos de desarrollar, me parece, como si tuviéramos conciencia, sino más bien era un estilo de vida, es decir: era una relación amistosa que se fue entretejiendo y desarrollando mientras hacíamos la revista, y de alguna manera profundizando y abriendo un campo de coherencia común para todos nosotros. Esas fueron, si vos querés… El conjunto, lo colectivo fue hecho a partir de las semejanzas que comenzamos a reconocer, y que fueron ahondadas. Después el tiempo, bueno, y la distancia abrieron las diferencias y es así que, bueno, estamos de alguna manera dispersos. Y quiero recordar sobre todo con mucho afecto, bueno, la memoria de Ramón Alcalde, que formó parte de la revista, persona que seguramente todos seguimos lamentando que él esté ausente, y que realmente, bueno, creo que era un lugar fundamental: aunque no escribiera tanto, era capaz seguramente de hacerlo porque después lo hizo, comenzó a hacerlo, pienso que era un lugar que, de alguna manera, cimentó, yo no sé, yo lo viví a Ramón como aquel que daba cimiento, al mismo tiempo, igual que, bueno, igual que David, igual que Ismael, pero sobre todo tenía una figura erguida, de prohombre, dentro de nosotros, que hacía posible que lo miráramos como una referencia para todo lo que hacíamos –no sé si es común para todos ustedes también. Y del mismo modo quiero recordar también a Adelaida Gigli, que está en Italia, y bueno, también reconocer en ella uno de los compañeros que hicieron posible esto ¿no?
Ahora, por eso les decía, antes, y rápidamente, para no perder mucho el tiempo hablando de nosotros, les decía lo del “lenguaje vivo”: creo que lo del lenguaje vivo respondía al hecho de que estábamos más vivos de lo que vemos que está mucha gente ahora, por decirlo de alguna manera. Y si ahora nos sentimos viejos, bueno, nos sentimos viejos pero no, no, no… Justamente, viejos pero que recuperan todavía la distancia con aquella juventud como diciendo “¿y por qué nos extrañamos que hayamos hecho eso, si todavía seguimos haciendo cosas?”, ¿no es cierto? De modo tal que esa distancia, ese destiempo, es vivido, creo, por los otros, no por uno, que no está más que en la continuidad de aquello que hicimos natural, normalmente, digamos, y sorprendidos que ahora el mármol, que es una forma de presentarse el mármol en el encuadernamiento, ¿no es cierto?, una Contorno encuadernada, bueno, era increíble, insospechado que el tiempo nos traería y que nos pusieran como una especie de mármol dentro de la Biblioteca Nacional. Lo cual, evidentemente, es que nos supimos hacer de amigos, bueno, de amigos muy queridos y muy inteligentes que pudieron ver ese pasado de Contorno en el presente, como lo que acabo de escuchar ahora ¿no es cierto? Pero les insisto: uno hacía lo que podía, y lo hacía sin pensar que con el tiempo –y eso es lo que asombra–, de pronto, eso se recuperara como algo importante. Seguimos, creo, bueno, haciendo lo que podemos. Por lo tanto, les agradezco evidentemente esta reunión, o esta edición, más bien; que no soy yo el que tendría que agradecer, más bien creo que ustedes saben lo que hacen pensando que al público le puede interesar lo que hemos hecho, ¿no?
Noé Jitrik: No había preparado nada para esta ocasión…
[] Ahora queremos verte, en la improvisación…
Noé Jitrik: No, son muchas cosas… Es cierto que esto pone, nos pone en las imágenes de otro momento en el que hicimos esto, y nos devuelve una atmósfera, un clima; eso me parece que fue un clima que fue verdaderamente extraordinario, extraordinario para nosotros, individualmente, para cada uno de nosotros, ¿no? Es decir, un clima en el que me parece que había como estímulos, había como escuchas, muy fuerte, más que planificaciones. Si ustedes ven por ejemplo el número, este número ladrillo sobre la novela argentina, y bueno, hacíamos… acumulábamos cosas, es decir, poníamos todo lo que nos pasaba por la cabeza, y los demás lo admitían, lo recogían, y era como una fiesta. Era una fiesta muy… muy ardorosa, diría yo; y muy divertida, y muy loca. Me acuerdo que una vez –eso, no se me va a escapar, León y David seguramente lo recordarán– había salido un libro de David que formaba parte de la atmósfera de Contorno, hicimos una reunión en la casa de él, y Adelaida, que era un poco la que fogoneaba todo eso, pensó que había que grabar la conversación y después desgrabarla; y la desgrabación se la encargó a alguien que no tenía la menor idea ni del aparato, ni de las palabras ni de nada. Y salió una locura, un texto completamente parecía de los hermanos Marx, no se entendía absolutamente nada de lo que habíamos dicho, y era hilarante, pero era una fiesta, era una fiesta.
Ahora, una fiesta ¿en qué circunstancias? ¿En qué circunstancias del país, por ejemplo? Todo, parecía… parecía que había inminencias. En realidad, la revista me parece que entendió, desde el comienzo, un estado de inminencia: como que… como que algo iba a pasar. Los años anteriores, sí, los años, por ejemplo, en que con León nos encontramos en Europa, daban la impresión de que nada se movía en el país, que todo estaba muy congelado. La revista, o la iniciativa –y yo, digamos, el que existiera, el que se produjera esa iniciativa a mí me estimulaba, me estimuló también: yo venía de un lugar un poco menos, digamos, menos promotor que el que tenía David o después Ismael, a quien conocí en ese momento–, bueno, era esa sensación, de que algo iba a cambiar. Y ese algo que iba a cambiar también daba lugar a discusiones muy interesantes, muy apasionantes, que no se traducían en decisiones políticas inmediatas, sino en la posibilidad de seguir pensando y seguir proponiéndose cosas y demás: lecturas. Yo diría que Contorno es un sistema de lectura: de lectura de la realidad, lectura del pasado –es simplificar decir “lectura del pasado”: nunca hay una lectura del pasado, siempre uno está leyendo lo que ocurre, ¿no?, a través del pasado, y todo lo demás–, bueno, y esas lecturas… Sí, por supuesto, nadie piensa que las cosas que hace van a tener alguna trascendencia, o que van a significar en el futuro: si lo pensara así ya sería arrogante, no sería una empresa entusiasta de jóvenes, sería monumentalista, “yo ahora me voy a ocupar de los grandes temas del país para que en el futuro se diga que me van a tener que hacer un monumento”… Eso no era, eso no era. Era otra cosa. Tampoco ahora es un monumento; ahora es un reconocimiento que alguien como Horacio es capaz de hacer; no es “la Biblioteca Nacional”, no nos engañemos: es Horacio González, cuya generosidad e inteligencia no están solamente en haber recuperado esto, sino en muchas otras de las cosas que hace y el compromiso que toma con los hechos intelectuales, a los que también los somete a una lectura implacable, incesante, compleja, donde se pone entero en cada una de las cosas.
Y parte de eso es la idea de crear una filiación implícita, indirecta, no inmediata, nada de “a esto viene lo otro”, sino de recoger esta cosa. Y creo que para todos nosotros es bastante sorprendente el sistema de citas de Contorno que se producen: hoy le decía no sé a quién que en el número 5 o 6 de la revista hay un trabajo mío sobre la novela de Marechal; bueno, lo hice, en fin, lo aceptaron, lo admitieron. Lo leí al cabo de unos años y me dio una vergüenza absolutamente espantosa, me pareció que realmente era malísimo ese trabajo. Entonces, les cuento la anécdota: yo no lo conocía a Marechal, lo conocí años después: simpatizamos, en Cuba, en fin, estuvimos juntos, charlamos, él no sé si sabía del artículo o no, no importaba, pero en fin, como habíamos hecho una relación de amistad, lo llamé por teléfono y le dije “mirá, te llamo porque acabo de leer el artículo y tengo una vergüenza que no puedo soportar” y ahí me puse a llorar por teléfono [RISAS], dije “no puede ser que yo haya hecho una cosa semejante, horrible”… Bueno, ahora está enclaustrada, aquí [RISAS], condenado yo para siempre con ese artículo; quienes me lean dirán “¿pero éste qué se cree que era, era un…?” [RISAS]
Pero bueno, en la cuenta del interés, del entusiasmo, del descubrimiento… Y descubrimiento que debo, en realidad, a una incitación de David, porque en ese momento era muy promotor, es decir, es como que creía que los demás podían hacer determinadas cosas: te decía “hacelo, hacelo, metete con Marechal”, y Marechal era un ladrillo bastante pesado, y bueno, y hubo que meterse, porque no podía renunciar, y ahí está, en el testimonio mi pasado me condena [RISAS], pero la revista, que forma parte de mi pasado, creo que no nos condena a ninguno de nosotros.
David Viñas: ¿A ver? [PRUEBA EL MIC] Quizás, dame ese aparato, porque es más enérgico… [CAMBIO DE MIC] Bué… [SILENCIO] Tengo que recuperar, de ser posible, el comienzo de un trabajo que hicimos este año en la Facultad de Filosofía y Letras, allá en la calle Puán, metiéndonos con los problemas de América Latina. En ese momento ineludible después del paseillo, que es entrar al toro, dije que… recordé a los actores del Nō japonés, que antes de subir al escenario, rezan. Previsiblemente, diría, esa zona me está vedada, pero de cualquier manera intenté enunciar, aludir a una especie de plegaria laica. La situación es análoga de ese momento, tratando de ir ordenando inevitablemente –tarea o provocación que me cuesta notorios esfuerzos– algunas cosas motivadas por lo de Contorno, que no… se han repetido que no me terminan de conformar. Quiero decir con esto que podría apelar a lo grupal: desde ya, toda una serie de coincidencias, de comunes denominadores en esos años ’50… Pero prefiero correrme por el güín: digo, ¿qué cosas había, por lo menos en mi perspectiva –desde ya que esto abre polémica, saludablemente– al comienzo de, al arranque, con el arranque de esta revista?
Había dos bestias negras, que yo no sé si las compartían o no, pero era una franja que aludía o una serie de coincidencias que favorecían, si no el diálogo inobjetable, quizá los rencores y otros malestares, que era: la denuncia de Mallea, que era una especie de blasón de La Nación, y el enfrentamiento al que era ministro de Cultura en esa época, el doctor Ivanisevich. Es decir, que, en mi perspectiva, insisto, pero creo que considerablemente compartido, el cuestionamiento de dos figu… típicos figurones de la literatura argentina, tanto por el lado de la tradición liberal como lo que era en ese momento la etapa clásica, diríamos, del peronismo, entre el año ’46 y el ’55, teniendo muy en cuenta además la reaparición y las significaciones del doctor Ivanisevich. Eran lo que se llamaba dos figurones, análogos en su andadura –la ciudad, mucho más restringida–, en su andadura por la calle Florida, ¿no? Como si se superpusieran dos figuras distantes, en un momento dado prácticamente eran una sola imagen. Mallea, Sur y La Nación, que eso significaba sobre todo La Nación, y el doctor Ivanisevich que era nada menos que ministro de Cultura, y que inauguraba los Salones Nacionales de Pintura.
Digo, puede sonar a rencor –que lo es [RISAS]–, quizás anecdótico –también lo es, sí; lo que pasa es que, a cierto nivel, las anécdotas, o a cierto nivel de poder, las anécdotas ya definen un momento histórico ¿si? De la nariz de Cleopatra para aquí, podemos apelar a esa secuencia. Mallea e Ivanisevich. Y frente a esos dos figurones, que recorrían la calle Florida entonces, año cincuenta y tantos –entendámonos: era una calle en donde no se podía andar con la novia con el brazo sobre los hombos; esa era la calle Florida, tengamos en cuenta que no es esta especie de feria centro-oriental que es actualmente, más o menos tanguera y eventualmente amena. Con sobretodo de… ¡inolvidable! Con sobretodo de piel de camello, y los guantes como si fuera un ramo, guantes de patito [RISAS]: estos eran los figurones, los emblemas, como se dice ahora, como reiteran los periodistas, “lo emblemático” de todo un sector del poder, de la presencia cotidiana, del manejo más o menos precario, si ustedes quieren, entonces, de los grandes medios. Sobretodo de piel de camello y guantes de patito: eran caricaturas. Eran caricaturas de la cultura argentina oficial. Por el lado liberal y por el lado del peronismo clásico, repito, de los años ’46 al ’55. Enfrente de eso, desde Contorno aparecen dos propuestas de… blasones también, que son dos números, que se materializan en dos números especiales, uno dedicado a Roberto Arlt y otro al viejo Martínez Estrada –lo de “viejo” ya es un chiste, ¿no? Porque, en perspectiva histórica, el mundo sigue andando –mal.
Es decir, Roberto Arlt y Martínez Estrada, frente a la paparruchada significativa encarnada en Eduardo Mallea y el doctor Ivanisevich. ¿Por qué? No había mucho para elegir, ¿no?, desde ya; pero eran –siguen siendo; en ese momento lo sentíamos probablemente de manera mucho más encarnizada, diría– todo lo contrario como propuesta, como resolución, como lenguaje, desde ya. Hay que pensar que, todavía, la llamada “literatura argentina” oscilaba permanentemente en el uso del tuteo, del voseo o de lo que fuere. Digo, para aclarar esto tenemos que tener presente –otra anécdota– que la primera edición de El túnel de Sábato está escrita en tú: es decir, las vacilaciones de ese tipo, y todo lo que implican esas vacilaciones. En los colegios –problema de edad, de tiempo– se nos enseñaba algo tan obseno como el “tú amas” o el “vosotros amáis”: ¿quiénes amaban, en la Argentina, en tú o en vosotros? De ahí que los argentinos llegamos a amar de manera muy deficiente. [RISAS]
Pues bien, Arlt por el lado de la novela, fascinante: hablaba del cuerpo, Arlt. ¡Hablaba de un puto! ¿Qué es esto, cómo? Y, aparecía un ¡puto! en la literatura argentina. Es decir, alguien execrado, marginado, marginación de la que él también participaba, de pronto aparecía en un muchacho, ahí, muy dramatizado, muy humillado, etc. Pero, es decir, había una ruptura con toda una literatura que no tiene sexo, que no tenía sexo, que no tenía lenguaje: en Mallea, los personajes nunca usan el vos, y se tienen que convertir, para tener una cierta movilidad literaria, digamos así, narrativa, en silencio, se inventaba el silencio: ¡el argentino era silencioso! [RISAS] Pues bien, eso nada menos que en la primera presidencia del general Perón.
Roberto Arlt. Era entrañable –sigue siéndolo, desde ya. Alguien había intentado rescatarlo y se había ocupado de él, no es que lo descubriéramos: un hombre de quien nadie habla ya, incluso por el sanbenito de haber sido comunista, de haber sido estalinista, de haber estado con Codovilla. ¡Monseñor De Andrea y la señora Victoria Ocampo hablaban de Stalin diciendo “el tío Pepe”! Quiero decir, cómo funcionaban ciertos grandes símbolos entonces y las vueltas que han dado, ¿no? Pues bien, Larra había escrito, podría decir, anecdóticamente, no nos convencía pero se había ocupado levantando la figura de Roberto Arlt, diciendo “señores, acá tenemos un novelista del que nadie se ocupa”. ¡El novelista argentino era Mallea, señores! De esto estamos hablando, ¿sí? Como el representante de la cultura peronista en ese momento era el doctor Ivanisevich, que reaparecerá posteriormente con la señora Isabelita: el mundo y sus vueltas del… Porque si no, todo “sos puro”. “Todos somos puros”, nada: yo podría empezar a hablar de mis torpezas, no sólo con mis hijos, sino con algunos de mis amigos, ¿sí? Para que aquí no estemos postulando una especie de Olimpo inobjetable.
Mallea-Ivanisevich: ahí había que escupir, por lo menos, insultar. Llegar a insultar: el uso del agravio en la Argentina. Es decir: “esto es muy malo, señores, esto es lamentable desde todo punto de vista”. Es un género que aparece muy de vez en cuando, generalmente… Reaparece, sí, en algunos casos de manera muy saludable, desde ya, pero generalmente… Argentinos, es todo un emblema: yo, argentino.
Las personas más íntimamente vinculadas a Contorno: León Rozitchner, Noé Jitrik, Ramón Alcalde y mi hermano Ismael. Digo –es un decir, ¿no?–, el excelente trabajo de León Rozitchner sobre Mallea, ¿sí? Descifrando toda la serie de astucias, de estrategias literarias, intelectuales, culturales de Mallea para justificarse frente a un presunto público. Incluso cuestiona, cuestionó en ese momento nada menos –sí, ahora ya, historia antigua, es historia antigua, pero que tiene una vigencia impresionante… El doctor Francisco Romero escribió un artículo sobre La pasión argentina diciendo que era “la presencia renovada de Descartes”, pues bien: León Rozitchner lo denuncia sistemáticamente al doctor Francisco Romero y, desde ya que a Eduardo Mallea. Excelente trabajo. Como se hace en clase, allá en la calle Puán, convendría releerlo, ¿sí? Porque reaparece naturalmente, sostenido por todo el aparataje de La Nación, que sobrevive, cada vez más miserable, levantarlo a Eduardo Mallea. ¡Hay que escucharlo a Eduardo Mallea: era tan imbécil, este hombre! [RISAS] Que después de la caída de Perón, en el año ’55, dieron una serie, estos grandes figurones del liberalismo tradicional, dieron una serie de conferencias en la facultad de Filosofía vieja, en la calle Viamonte, el amigo –digamos– Eduardo Mallea durante quince minutos habló ¡en latín! [RISAS] Eso era “la cultura”, ¿no? Como aquel personaje de la comedia del siglo XVIII: “para entendernos mejor, vamos a hablar en griego”. [RISAS]
León. Noé: recién yo, por tradición sarmientina, no escucho muy bien, no oigo muy bien; me pareció que te encarnizabas con tu Marechal. Quiero reivindicar tu trabajo sobre Marechal [RISAS], sobre todo que me parece muy considerable en un momento en que el sistema, el aparato liberal de entonces, Nación y Sur, lo denostaba. Incluso, con el andar del tiempo, nunca se cita, se cita un trabajo de Cortázar donde efectivamente lo reivindicaba a Marechal y al Adán Buenosayres, pues bien: quiero decir, y subrayar públicamente, que era todo… digo, porque creo que además es el núcleo fundamental de Contorno, que es el ademán contornista, que implicaba reivindicar a un tipo como Marechal, que estaba condenado en ese momento por sus vinculaciones políticas anteriores.
Alcalde: memorable. ¡Alcalde! “¡De qué barrio sos que Castillo no te canta!” Alcalde, Ramón Alcalde, el que tenía mejor formación humanística de todos nosotros, porque había estado años en la formación jesuítica, rigurosa, y después años de años psicoanalizándose, el decía “lo que yo he pagado a psicoanalistas no te podés llegar a imaginar”, años… Desde ya, componentes marxistas, etc., era, para decirlo sintéticamente, repito, la persona con mayor nivel intelectual, con mayor formación clásica. Incluso, los buenos muchachos de la facultad, no sé cuál de ellos, de la calle Puán, lo despacharon porque daba Griego, e iban cinco alumnos a Griego, cuentan que porque poca gente, entonces hay que prescindir de Ramón Alcalde, ¡que leía griego de corrido, a libro abierto, griego clásico! Pues bien, prescindible Ramón Alcalde, que quiero recordar con precisión un trabajo excelente: “La iglesia argentina, cuestiones para su uso”, como si fuera un remedio. Excelente. Y una polémica sagacísima, que en ese momento tenía una considerable actualidad, por muchas razones, polemizando digo con el llamado “colorado” Ramos: decía “señor, usted de problemas de imperios, de tal, bartolea más o menos de manera sistemática, no se confunda”. [RISAS] Ramón Alcalde.
Y mi hermano Ismael. Que, creo, en toda es jungla de seudónimos –porque aparecieron, hicimos cantidad de seudónimos, por una razón digamos táctica, que era hacer creer que teníamos más gente [RISAS], éramos muy pocos. Cantidad de seudónimos que a veces los releo, ahora con este motivo de la reedición y ya, francamente, no sé quiénes fueron los autores de uno u otro. Pero bien, lo ponemos en el capítulo, en el rubro… En el rubro, una película que vimos en el cine Trocadero, “estoy en el rubro de la construcción”, decía un personaje [RISAS], pues bien, estábamos en el mismo rubro. Ismael… [silencio] escribía de política, y lo hacía muy bien.
El otro día, alguien me comentó –esas anécdotas que también ocurren, con mayor o menor rugosidad, con mayor o menor densidad–, era el hombre joven que tenía más condiciones para ser líder político en la Argentina. Apostó a una mano de la que yo no participo pero, en fin, es otra historia.
Dando otro paso adelante… ¿No se puede fumar, acá? ¿Sí?
Horacio: Aclarando que transgrediendo todas las normas…
David: Y desde ya, para eso estamos [RISAS]… ¿Alguien me da un cigarro? Gracias, compañera, ahí está… ¿Tenés fueguito? [RISAS] Bueno, está bien, completa es una suerte. Costaba veinticinco centavos, el completo…
Bueno… Los laterales de Contorno. Ahí hay tres figuras considerables desde todo punto de vista, porque, en algunos casos, el andar del tiempo… Eh, no me asombra, diría, casi podría haber estado esperando, que en el caso de Sebreli –y no lo voy a injuriar, simplemente voy a descubrir, describir… gracias viejo… describir su trayectoria–, en una mesa redonda televisiva que partipamos con Horacio González él estaba, él se reivindica actualmente como en prolongación del primer Sartre, habría que decirle, yo no lo dije, lo digo ahora, lamento que no esté, y apoya la candidatura de López Rega… ¡López Rega, valga el lapsus! ¿Cómo se llama este otro caballero? López Murphy, tanto vale [RISAS- APLAUSOS] Apoya la candidatura, ¡reivindicando a Sartre! Yo pregunto: ¿qué tiene que ver Sartre, al nivel que sea de análisis crítico, con este caballero que es un pelafustán como otros pelafustanes que nos ha ido segregando y activando y distribuyendo los diarios del sistema, especialmente La Nación? López Murphy… Es decir, mi querido Juan José, aparte de esta fotografía a la que aludía Américo, entonces éramos jóvenes, ¿sí? Es una, un común denominador considerable de ese momento de Contorno, sin duda, pero no el definitivo; digo, podemos volver sobre esto incluso en términos muy polémicos, muy enfrentados. Pues bien, Sebreli. Incluso, tampoco se lo dije, es que a veces me tienta fingirme educado, tener buenas costumbres; él eludió concretamente su fascinación, legítima desde ya, por el peronismo de entonces, porque acusó a otras personas, subrayadamente, de haber sido peronistas pero él tenía que haber dicho “yo también fui peronista”. Incluso su peronismo creo que se puede corroborar con dos inflexiones: la primera, que iba a unas clases de un hombre considerable, que era Puiggrós. Iba él, iba Masotta e iba Correas; era el ala peronistoide de Contorno. Pues bien, hoy lo niega sistemáticamente.
Sebreli, Masotta: eran brillante, sobre todo Oscar y Correas, realmente. En el caso de Oscar Masotta, una especie de fascinación permanente por el “vient de paraître”: tener el último librito con la faja y que diga, que decía –debe seguir diciéndolo– “acaba de aparecer”. Pero, lo comentaba entonces y ahora lo rescato, de una lucidez considerable desde todo punto de vista, podría decir –“considerable” me parece palabra casi maliciosa– excepcional. Es que lo estoy viendo desde aquí al viejo compañero Lafforgue, que recordaba, en un libro que acaba de salir y que yo leí atentamente, un examen que le tomaron a Masotta delante de un profesor, un señor que se llamaba Victorica, que era un malentendido, lógicamente, pero que tuvo la sensación de que Masotta sabía mucho más que el profesor. Y no me cabe la menor duda. Si tuviera que tratar de ser ecuánime, digo, en este caso objetándole eso, la fascinación y el reemplazo permanente por las cosas que tenían prestigio: ya fuera Sartre, fuera Merleau-Ponty eventualmente o Juan de los Palotes, hasta terminar… digo “hasta terminar”, pienso en este momento si no tenía derecho a hacerlo, se divertía… Allá él: fue el hombre que divulgó, aquí y en España desde ya, toda la cosa lacaniana. Era parte de su avidez de estar al día, tener la última cita posible, posible e intimidatoria.
Y el caso de Correas, y ya entramos en una zona… inquietante ¿no? ¿Sí? Cuando, ¿cómo era? “Cuando oigas sonar las campanas, no preguntes por quiénes son, por quién tocan, están tocando por ti”. ¿Sí? Podría decir, más que maliciosamente, casi malignamente: es el único, de las personas, la única de las personas de Contorno que se suicidó, ¿sí? Creo que abriría un capítulo más que considerable la presencia del suicidio en la literatura argentina ¿no? En lo que rodea a la literatura, ¿no?
Sebreli, Masotta, Correas. Quiero rescatar a otro amigo, que creo que por muchas razones, entre otras su condición de provinciano obstinado, que es Adolfo Prieto. Probablemente él se… no sé si se flagelará de una forma muy evidente, pero es como ha elaborado Adolfo su primer libro, que se llama nada menos que Borges y la nueva generación; yo creo que, de cualquier manera, correspondería rescatarlo, porque he leído críticas donde dice que la gente de Contorno no lo había leído, no había leído Borges. Yo creo que lo había leído con una perspectiva muy crítica en ese momento, incluso perspectiva crítica que reivindicaba el lugar que le ocupaba Eduardo Mallea, que era la estrella de todo el sistema liberal. Adolfo Prieto, que en ese momento publica varios libros considerables, desde ya, pero en un momento publica uno que me parece rescatable, había amigos… no aparece en la foto, en el número que han editado en la lista de gente responsable de la revista, lo fue, lateralmente; podríamos decir que si Masotta, Correas y Sebreli presuponían ser la izquierda de Contorno, Adolfo era la derecha. Escribió un libro considerable desde todo punto de vista en ese momento, habrá que recuperarlo, que es La autobiografía en la Argentina. [La literatura autobiográfica argentina, nota del desgrabador]
Las mujeres… [SILENCIO] Un poco de mujeres hace el amor más puro. [SILENCIO]
Tengo aquí anotado, con iniciales, a Adelaida Gigli. Suenan las campanas, ¿sí?, desde ya. Pero también creo que deben sonar los… las recuperaciones: he leído un trabajo también excelente, León, mi querido León… En Cuba me, alguien me corrigió porque yo digo “Lión”, no “León”, hay que decir “León”, los leones en Cuba son con “e”, en Argentina, en Buenos Aires, es con “i”: “¡es un lión!”, ¿sí? Y no come verduras… Un artículo sobre Adelaida… No te duermas, León, por favor [RISAS], ánimo, ánimo, vamos a ser breves, y te vamos a mimar. Adelaida, ¿sí? Otra mujer, que no aparece nunca nombrada: el nombre confieso que me sigue intimidando un poco, que es Regina, pero era Perla, Perla Gibaja, ahí hay un trabajo de ella sobre la versión del feminismo que da Ernesto Sábato, excelente. Perla Gibaja, que no sé qué ha sido de ella, no sé.
En el orden genérico, del género –a mí confieso que lo de género todavía me hace pensar en la tienda Las Filipinas, pero en fin, son mis limitaciones–, Susana Fiorito, que en el momento en que Contorno empieza a politizarse explícitamente, cada vez más, es decisiva. Susana Fiorito, que vive en Córdoba. El mundo.
Y después, otra mujer, León, Diana Guerrero. Tiene un libro que se llama Arlt, el habitante solitario. El nombre se lo puso una amiga de ella, que yo he perdido, como tantas, allá, pelirroja, dijo, “salió el habitante” y ella dijo “el habitante solitario”. Se han hecho dos ediciones de ese libro, excelente, yo creo que es el mejor libro sobre Roberto Arlt. Diana Guerrero.
En ese rubro femenino, una compañera que trabaja con nosotros en el equipo allá en la calle Puán está trabajando sobre Boedo y Florida, señala algo que me parece considerable para establecer sincronías y diacronías, que así se llaman, árboles genealógicos, la presencia decisiva del juvenilismo en Boedo y Florida: hay un libro de un norteamericano que, hablando de Boedo y Florida, titula: Los últimos hombres felices. Incluso esta compañera, que está haciendo su tesis sobre Boedo y Florido, señala algo que me parece muy sagaz, digo, por los elementos contradictorios y políticos, está ahí la política, explícita incluso, que es el enfrentamiento, dentro de Florida, entre la gente que simpatiza con Alvear –don Marcelo, modelo de presidente liberal– y la gente que apuesta a la mano de Hipólito Yrigoyen. Una interna ¿sí? Alvearistas, “pelados y peludos”, se decía entonces, y la presencia de Borges: Borges yrigoyenista. Digo, las vueltas del mundo, ¿no? Borges payador: “Radicales, los que me oyen/del auditorio presente,/el único presidente/es el doctor Yrigoyen./Son turros los que desoyen/este llamado al laburo/y desde esta noche juro/encontrar un argumento/para joderlo a Uriburu”. Jorge Luis Borges [APLAUSOS]. [“y desde esta noche juro/no descansar un momento/en buscar un argumento/pa joderlo a Uriburu”, según consta en los comienzos de la novela del propio Viñas Hombres de a caballo; nota del desgrabador]
Dando otro paso adelante. Algo que intentamos ver el centro, el eje, el carozo de Contorno, al cual yo le… le adscribo, me parece, desde ya, polémica, que es el ademán contornista: hay un ademán, que es la confrontación de Lugones y Rodolfo Walsh. Porque Rodolfo está vinculado, lateralmente, a Contorno. Podría decir, si me pusiera enfático, es el mejor hombre de Contorno. Y desde ya que aparece la muerte, ¿eh? Y cómo. Digo, que es un tema que está ahí, permanentemente, un problema, es algo que, creo, que corroe prácticamente toda la colección de Contorno.
Lugones y Walsh, sobre todo teniendo en cuenta algo que hace a nosotros, que es: el recorrido lugoniano contrapuesto al recorrido de Walsh. Esto lo hemos planteado en alguna oportunidad, creo que habría que considerarlo. En el caso de Lugones, desde la izquierda hacia la derecha, el desplazamiento; en el caso de Walsh, a la inversa: desde la derecha hacia la izquierda. Y en el caso de Lugones, propongo, a partir del discurso de Ayacucho, el ’24, cómo en ese discurso, releído en numerosas oportunidades, está el carozo –con inflexiones, de acuerdo a cada coyuntura histórica, desde ya, con matices– hasta llegar a Galtieri. Año ’30, Uriburu; ’43, jornada redentora de la patria; 4 de junio; ’55; ’66, ’66 que, de pronto, recuerdo –digo, uno ya recuerda cosas inverosímiles–, el primer personaje que en la Argentina tiene carisma; la palabra “carisma” era una palabra académica, técnica; y de pronto, previsiblemente ya, transparente, visto en perspectiva, el señor Mariano Grondona le adjudica a este personaje que tiene carisma. Yo el otro día escuché que “este señor de Gualeguaychú tiene carisma”, que dice un señor, un señor, “Tiene carisma”. Le pregunté, “¿qué, es muy buen mozo?”, y me dice “no, tiene carisma”. Pues bien, el primer carismático en la Argentina fue el inefable general Onganía, por el empeñoso trabajo del doctor Grondona.
Decía, a partir del ’24 –y voy terminando, ¿sí?, porque me canso, entre otras cosas–, el carozo de cómo se llega a exaltar al sable, no simplemente como un símbolo, sino corroborándolo, valorándolo, con la guerra. Y ahí fue, es la dictadura del ’76 al ’83: ¡quieren ir a la guerra! Es decir, desde el elogio del sable, el elogio del sable está in nuce, se decía, ¿no?, en potencia, en ir a la guerra, en demostrar que los… eso, que los militares son los más machos de la Argentina, los únicos pre… Eventualmente, ir a la guerra con Chile, ir a, con la gloriosa guerra de las Malvinas ¿sí? Desde el año ’24 hasta el ’82: itinerario interno, ¿no? Recorrido del pensamiento militar en la Argentina.
En orden de… [SILENCIO] cortes y continuidades, hablando de Contorno. Y mi… César Fernández Moreno organiza en Paris un número especial, que es la continuación y culminación de Contorno, en la revista de Sartre, que aquí jamás alguien ha… creo que en alguna oportunidad, Horacio González me dijo de la posibilidad de publicar ese número, enorme, dedicado a la Argentina en diciembre del año ’81: un número íntegro dedicado a nuestro país. Digo como continuidades, ¿no? El saludo a César, que era un hombre que venía de otra franja, pero que en un momento dado reivindica –creo que en ese número, dice: “César Fernández Moreno. Dedicado a la gente de Contorno”. Creo.
Digo, es en el ’81; continuidades, ¿sí? Prolongaciones, flecos, de eso que sugiero que se llame, se titule, se designe “ademán de Contorno”. Que son algunos tomos de literatura argentina. Dos, quizás, para no abundar: los tomos de María Pía López y el tomo de Guillermo Korn, que también creo que pueden estar involucrados en esta continuidad. Sí, la pedantería, mirá, dale que va… Sincronías y diacronías.
Pues bien, y voy llegando al final ¿sí? ¿Qué es hoy el ademán de Contorno? Frente a La Nación: creo que La Nación, lo hablaba con una compañera cuyo apellido lamento no recordar, como estructura política-cultural, la más densa en la Argentina en este momento, en mi criterio, La Nación.
Tengo que aclarar, intercalo, que yo no soy del grupo K: yo, con la K, creo que mi relación se limita a Kafka y a un personaje kafkiano. Quiero aclararlo con precisión, porque se me repite el enfrentamiento, digo: yo estoy, personalmente, en polémica tanto con La Nación como con el gobierno de K. En La Nación me voy a encarnizar, desde ya; en lo que respecta al gobierno K, podría abundar en otro momento, desde ya que sí.
La Nación. En una época se decía que las estructuras más serias en la Argentina eran el ejército y el partido comunista. Hoy, creo que la estructura global, el paquete totalizador está radicado en La Nación. Podría –lo hago, desde ya, estamos en eso… hay un señor que se llama Morales Solá. Y tiene una audición de la televisión que se llama “Desde el llano”: yo oportunamente le dije “perdón, Morales Solá, usted no habla desde el llano; usted habla desde el poder, y el poder que está detrás de usted es La Nación, usted es un hombre de La Nación”. Es una posibilidad que ya se ha institucionalizado y en muchos, muchísimos casos de intelectuales, que se produce hoy no ya tanto por el ninguneo, por un lado, pero otro sí por la cooptación. Podría decir, el caso de Sebreli es un ejemplo típico de cooptación de un hombre que viene de la izquierda que se instala en La Nación y que es recibido amablemente, probablemente con más amabilidad de lo que suele utilizar la gente presunta de la izquierda.
Morales Solá. Morales Solá no tiene vergüenza. Porque, permanentemente, incluso en artículos [APLAUSOS] habla denunciando “el doble discurso” del gobierno actual. ¡El doble discurso, denunciado desde La Nación, por intermedio de este caballero! Morales Solá. Cuando La Nación es un típico ejemplo de doble discurso: cotidianamente –esto lo he dicho allá en la calle Puán y lo retomó acá, precisamente, incluso esperando, provocativamente, que haya algún vigilante vinculado a La Nación, desde ya [RISAS]. Cotidianamente, La Nación saca el Santoral, cotidianamente. Y se describe a sí mismo, se evalúa a sí mismo, se posiciona como diario católico. Desde ya que eso apareció en la audición que estuvimos con Horacio González, que estaba Sebreli y un joven voluntarioso llamado Fernando Iglesia. Porque yo le recordé el itinerario, los períodos de La Nación al señor Morales Solá, que facionaba, digamos, esta reunión en la que teníamos que hablar sobre los intelectuales argentinos: desde ya, 1900, la tradición liberal: escribía Unamuno y otra gente por el estilo –quiero decir, incluso algunos anarcos como Pío Baroja, Azorín, etc. Y sobre los años ’20 hay una mutación muy considerable, porque lo expulsan de La Nación a un hombre casi imperceptible, diría, que era Carlos Alberto Leumann, porque escribe un cuento sobre la virgen de acuerdo a la tradición evangélica, es decir, la virgen con otros hijos, etc. Lo expulsan de La Nación. Hay una carta obscena –hay dos, son dos. Una es del Arzobispo de Buenos Aires, exigiéndole al director de La Nación que lo expulse al señor Carlos Alberto Leumann; y la otra carta es abyecta, es del director de La Nación, año veintitantos, ’27, creo, Jorge Mitre, pidiéndole disculpas al Arzobispo por el cuento que se ha publicado, que es una vergüenza terrible. Es la obsecuencia más abyecta que yo he leído en muchos años: año veintitantos, en La Nación. Pues bien, de ahí al doble discurso: todos los días el Santoral, por un lado: santa Genoveva de Bravante, san Ignacio Pocatierra Abad y Crisantemo… todos los días. Pero, en la sección de artículos subrayados, profesionales, aparece la lista de las chicas: culitos, lolitas, universitarias, preferentemente de Filosofía y Letras, chicos rugbiers –es un festival, leerlo [RISAS], desde ya. Santoral, y esto: doble discurso. Es decir, que La Nación, en este momento, creo que es nuestro adversario más… decisivo. Entre otras cosas porque es un diario proxeneta [RISAS-APLAUSOS].
Horacio González: Bueno, quiero decir unas palabras finales. Creo que la próxima tarea de la Biblioteca Nacional, que le vamos a encomendar al compañero Scolnik, que fue el que tuvo la idea de sacar Contorno bajo esta nueva versión, es la publicación que, efectivamente, alguna vez hemos charlado con David de Los tiempos modernos de Sartre bajo la dirección de –David dice– César Fernández Moreno, creo, en ese momento, 1982, con artículos de Noé Jitrik, creo y recuerdo también de León, publicada en francés en relación a las cuestiones que se referían a la política argentina de esos años. Creo que puede ser perfectamente una tarea que, Sebastián, será tuya, que prolongue el compromiso de la Biblioteca Nacional.
Bueno, yo creo que es necesario agradecernos a todos por esta gran jornada, buenas noches.