Pibitas y guachines solo diagraman su mundo a través del consumo y no negocian casi nunca con casi nadie. Tal vez por eso, aún esperan con ciertas ansias el día de hoy, tal vez por eso aún acompañan a la abuela a cobrar la jubilación. Tal vez por eso soportan solo en algunas fechas el asco que les da el padrastro.
En la guerra por el consumo son nuestros peores enemigos. Sin duda el más voraz, sin duda la más traidora. No nos toman como prisioneros porque hacerlo es mirar al futuro, y el futuro como mucho son cuotas, celulares, motitos y la edad justa para empezar a ranchar. Con el consumo despiertan sus mejores pasiones alegres: admiran a los que llevan una vida chorra, desean tener un 15 bien cheto, odian la copa de leche y solo van cuando hay plata.
Consumir es más vital que ser alumno, hija, promesa, caso, estadística, niñe. Es ahora. Es mejor que esperar, que recorrer cargado de tappers un comedor cada día, es mejor que cuidar a sus hermanitos que aprendió a odiar. Siempre es mejor que ser empleada, que hacer un taller de embarazo adolescente a los 11, que marchar por el plan y el bolsón con la mamá, que ir al centro comunitario a aburrirse.
Consumir es hacer mundo cada vez. La existencia social, lo que se arma o desarma, lo que se compone o disuelve, las mutaciones progresivas que sufren sus vidas, son solo efecto de los avatares del consumo. Ya no hay sostén de referencias ni de afectos antiguos, solo amigues pantallas y calles. Lo que aprenden consumiendo se vuelve una potencia indomable.
El consumo libera, arma nuevas sensibilidades, despierta insubordinaciones, es el sentido común en la disidencia de guachines y pibitas. Nuevas sensibilidades habilitan nuevos mundos y una nueva constelación de afectos. Afectos como fuerzas capaces de lograr modos de resistencia.