Comunidad penatenciaria: sensibilidades habitan cuerpos // Laura Peretti

Lo viviente transvasa memorias sintientes

Marcelo Percia

 

Un texto, diario de viaje o recuerdo de experiencia hace lugar a una intervención de la que fui parte y partera, a partir de un trabajo de campo para una carrera de posgrado. La apuesta es fabricar una narrativa de los habitantes de una comunidad, varones que fueron invitados a hablar de su historia de vida en una cárcel. Grupalidad que reunió a personas privadas de libertad y trabajadores penitenciarios, un armado que insistió en crear y sostener los encuentros como formas instituyentes frente a las que resiste la institución.

  1.   De ingresos y destinos

Transito instituciones carcelarias como psicóloga. Cada entrada es un ritual que se repite sin dejar marcas, aunque el montaje parezca fijar destino. El personal penitenciario cambia, pero siempre piden lo mismo: nombre, DNI y profesión. La persona que abre el portón de ingreso, anota los datos en unas hojas sueltas, atadas con un gancho de chapa y separa con el trazo de una línea cada nombre al que da admisión. Registra la hora, y el papel se descarta al final del día. Esa anotación lejos está del registro formal, una vez un celador lo escribió en su mano.

¿Peretti se escribe con una t o dos t? ¿tiene jerarquía? son las preguntas que me esperan cada ingreso. Respondería muchas cosas, pero en ese momento, me ajusto al guion. Respondo con dos tt. Soy “actor/a externo”. Así le llaman a quiénes no pertenecemos al servicio penitenciario. Significante no menor, se emparenta al “agente externo” aquel que puede infectar la institución.

 Camino entre pasillos, y vuelvo a dar mis datos algunas veces más.  Cerca del consultorio a donde me dirijo, está la cocina del casino penal. El pasillo con una mezcla de olor a mierda y flores muertas. Antes de entrar al consultorio, hay una tapa de resumidero que refuerza el hedor del pasillo. Piso y entro, el olor es más fuerte. Una vez que ingreso, enciendo sahumerios como un ritual. Abro una pequeña ventana por la que circula aire. Entre las rejas hay un pequeño espacio donde ubicamos cuatro plantas suculentas, trasplantadas una mañana de octubre con un paciente.  La ventana da a un patio, donde frecuentan quienes asisten a la cocina penal. Primero faltó una maceta y después otra. Las dos que quedaron no pasaron los barrotes. Pienso en la sustracción, tan habitual y tan naturalizada en este lugar, pero ahora lo sustraído era algo vital. Pienso mientras camino ¿qué destino habrán tenido las suculentas?

 ¿Qué destino tiene la salud mental en una institución penitenciaria? ¿cómo se distribuyen los espacios físicos que habitamos? ¿cuál es la decisión política en esa administración? Si la cárcel es un destino elegido por la selectividad del sistema penal hacia jóvenes vulnerados desde antes del ingreso, ¿cómo construir y ofrecer otras metáforas y otros espacios a los del desecho, resumidero, escoria de la sociedad? ¿cómo invitar a que las palabras den lugar a nuevas narrativas?

  1. Ante la escucha, las sensibilidades

Kafka en el cuento Ante la ley, narra una relación desigual entre un guardián y un campesino, el intento de ingresar a una puerta, y el banquillo en el que permanece por años el campesino buscando la ley. ¿Qué sintieron los personajes? ¿qué les pasaría si hubiera habido una escucha que los singularice? ¿a qué posibilidades abriría esa invitación? Desde una política de la escucha, de la circulación de la palabra, se ramifican otros destinos desconocidos que dan lugar a las sensibilidades. Marcelo Percia, usa la expresión “sensibilidades que hablan” sugiere que las palabras gravitan sobre las afectividades. (Percia, 2020) También agrego, sensibilidades escuchan, escuchas sensibles crean horizontes, ni diagnósticos ni etiquetas estancas.

Desde estas citas leo algunos registros cotidianos en las prácticas. Empiezo por escribir los nombres de los pacientes, o nuevos consultantes, que llamo en cada jornada y entrego una lista al celador de turno. En este marco, observé con atención cómo llegaban al consultorio. Lo particular del contexto es que no llegan solos, es decir voluntariamente, sino que son “trasladados” por el personal penitenciario. Vienen atados con grillos o esposas[1], desde los pabellones donde se encuentran, hasta el lugar donde los espero.

El trabajador golpea la puerta avisando que llegó el paciente y yo salgo a recibirlo, me dispongo a abrir el consultorio. El consultorio es un cuarto propio, un lugar de diferenciación donde ficcionamos un afuera. Hay un mural de un paisaje, un río, árboles, y un cielo abierto; también armamos una biblioteca y una videoteca, donde circulan revistas, libros y películas. Cuando se abre la puerta del consultorio, comienza la “de-sujeción”. A veces ocurre que los celadores se van sin sacar los grillos, entonces hago el pedido de que, por favor, desate los puños. En ese gesto, empecé a notar que algunos podían poner la llave en el hierro frío de manera cálida, hasta a veces haciendo un chiste, o llamando al interno por el nombre. Y, por otro lado, quiénes ejercían un destrato, marcando el poder por tener la llave, imposibilitados de esperar a que la entrevista termine, irrumpiendo con ruidos detrás de la puerta, con los mismos grillos que habían sacado.

A partir de esas escenas, hubo un acto de lectura de los vínculos ¿cómo se percibe lo común? ¿se reconocen como parte de una misma institución? ¿qué sabe cada uno del otro con el que convive? ¿cómo armar algo del intercambio que incluya un registro de comunidad?

  1. Crear una propuesta

A partir de las preguntas que pude ir construyendo en el cotidiano de una institución que da certezas, inacciones y órdenes dirigidas a individualidades despojadas de palabras e historias de vida, me entusiasmó la posibilidad de presentarle al director la propuesta de trabajar en grupos que incluyan a los trabajadores penitenciarios. Población que el equipo general de salud mental al que pertenezco, no incluye. Tema que me convocaba al debate y a pensar. Entonces avancé en la propuesta, el trabajo de posgrado ofrecía la opción de hacer algo más que mi trabajo cotidiano. Me interesaba escuchar a los celadores, ya que depende del personal “disponible” el trabajo con la población privada de libertad ambulatoria. Me interesaba armar conversación, registros de otros con los que se vive, armar cercanías, acortar dualidades que rivalizan.

El entusiasmo en la grupalidad venía siendo un norte. Hacía tres años que junto a Pablo mi compañero de equipo, alguien sensible e inteligente, ofrecíamos un taller de escritura creativa para los escritores que desearan participar libremente. La potencia del grupo nos cautivaba, nos daba nuevos lazos a los que la institución resiste, nos daba palabras, y como dijo Emanuel, un escritor que participó del taller, nos daba “justicia por letra propia”. Taller que tres años después, por interés de sus participantes, reunió a músicos creando una banda, “Los propios”.

Un trabajo grupal que incluya a los trabajadores penitenciarios, no era una experiencia inédita, era una experiencia que tomé de mi director de tesis, Juan Carlos Dominguez Lostaló, titular de Ps Forense de la Facultad de Psicología de la UNLP. De quién tomo que lo forense tiene que ver con el foro, con los fundamentos primigenios de administración de justicia, anteriores a la plaza romana. Una forma comunitaria de debate de los conflictos, la escucha es fundante de la sanción en el acto del foro, a mayor capacidad de escucha mayor es la posibilidad de decir la propia palabra.  “El efecto de resonancia despierta un grado de participación y un efecto de jurado”  (Dominguez Lostaló, 2006).   Es fundamental el derecho al consenso como al disenso entre las voces, y el sentir particular -transferencias- entre los participantes.

Armé la propuesta de trabajo, fui con el material escrito y un aval de la carrera de posgrado a hablar con el director de la unidad. El director era un señor que se mostraba con amabilidad, en particular con las mujeres, tenía un semblante de actor, alto, y de ojos claros. Su traje celeste portaba una serie de estrellas doradas en el lado izquierdo del pecho y un cartel con su nombre en letra imprenta mayúscula. Le comenté del proyecto. Había elegido para trabajar un número de diez personas, cinco integrantes del taller de escritura, ya conocidos y quedaban por elegir cinco trabajadores. El director puso objeción. Los trabajadores no podían participar porque estaban en su horario laboral. En segundo lugar, dijo que no podían ser los mismos trabadores debido a que el personal era rotativo. Por ejemplo, todos los martes no iban a estar los mismos. Ese detalle, se me había pasado. La segunda objeción del director era más alentadora, entonces seguí por ahí. Le propuse hacer encuentros con las mismas personas cada 15 días, y dejaba sujeto al horario más conveniente, el que no afecte recuentos de pabellón ni actividades de traslados. Además, le hablé de la experiencia de haberse hecho en otras instituciones, de lo inédito de hacerlo en ésta, del aporte que iba a generar a los lazos, en fin, ponderé con coraje lo que no sabía que iba a resultar.

El director después de algunos rodeos aceptó la propuesta, convenimos los martes a las 14hs. Sugirió tres trabajadores, y yo propuse dos que conocía, que había notado con disponibilidad de hablar. Por otras reuniones y situaciones, estaba advertida que el “decir que sí” del director, no era signo de que sea posible. Pero continué el plan, asumiendo el desafío de las dificultades. Hablé individualmente con cada persona invitada, contando el proyecto que había nombrado: “historias de vida de los habitantes de una comunidad penitenciaria”[2]. Fueron aceptando la participación, con recepción de sorpresa por estar invitados a una actividad compartida dentro de la institución.

 

  1. Invitar a un lugar común

Los encuentros fueron cinco, a los primeros me acompañó Pablo como co-participante. El proyecto planteaba un tema por encuentro. El primero daba lugar a la presentación de cada uno, lugares de procedencia, y registros anteriores a la institución. Los temas posteriores fueron sobre salud, educación, trabajo, (como derechos humanos fundamentales) y violencia institucional. Temas que seguían el eje de la invitación a hablar de las “historias de vida”. Los escollos fueron apareciendo en cada encuentro, desde no tener el lugar asignado y reunirnos en el consultorio, un lugar bastante chico para tantas personas. También en insistir en que lleguen las personas citadas, la búsqueda de cada uno, llamados a pabellones, preguntas a oficiales. Todo fue con mucha dificultad y tenacidad para que las reuniones pudieran darse.

Recuerdo sentires variados, un compromiso en la escucha del otro, risas y malestares. La sorpresa, como factor común, por haber compartido los mismos lugares, escuelas, instituciones de salud, juegos de infancias, trayectos laborales precarizados, disconformidad hacia la institución, hacia la jerarquía, órdenes que recibían y no dependía de ellos.

Con el análisis de los encuentros, ubico al neoliberalismo, como otro lugar común, uno de los principales factores de causalidad en que ellos habiten una institución carcelaria. Las personas detenidas estaban por causas penales de “robo”[3] y los penitenciarios, por el argumento de tener un “sueldo fijo” mensual.

Se sumó a los encuentros un trabajador que hacía tres meses estaba en la actividad laboral. Su puesto era en las “garitas”, un puesto por fuera, que nadie quiere ocupar, un puesto de “derecho de piso”. Él dijo que tuvo un mes de “formación” en la escuela penitenciaria y luego pasó al cargo, con arma cargada y con responsabilidades que cumplir. Pudo decir que vivía con miedo e inexperiencia esa situación. Nos quedamos acompañando su relato, con las experiencias de los otros trabajadores en sus llegadas. Un tema con complejidades y variables de análisis.

En el tercer encuentro propuse una actividad de lectura y escritura. La consigna fue hablar sobre la Convención de los Derechos Humanos, leímos los artículos 1 Obligación de Respetar los Derechos, 5 Derecho a la Integridad Personal y 11 Protección de la Honra y de la Dignidad. Luego invité a escribir una breve reflexión sobre lo escuchado. Quiénes estaban por causa penal, hablaron del incumplimiento y la violación de los Derechos Humanos en la institución. Armaron reflexiones en torno a la igualdad y a la dignidad. Cabe destacar que había una presencia de la lectura y escritura más cercana, la idea de consiga era algo que compartían por el taller de escritura. Los trabajadores en cambio, se sorprendieron y tomaron con dificultades la actividad. Para ellos los derechos se cumplen, y en relación al artículo sobre las personas privadas de libertad, no avalaron la relación de separación entre procesados y condenados, de modo contrario al establecido en la convención de los Derechos Humanos[4].

El desconocimiento, la falta de información, también es un derecho vulnerado hacia los trabajadores. Como quién porta armas luego de ir un mes a la escuela penitenciaria. Los celadores se mostraron con malestar por su precariedad laboral, falta de vacaciones, rotación y traslado. La mayoría viajaba muchos kilómetros hasta el lugar de trabajo. Situación que los alejaba de su familia, “nosotros no tenemos fin de condena, ellos en algún momento se van”. Esa expresión, nos dejó habitando el silencio de la profundidad de lo dicho. El celador que hizo ese comentario, también planteó la necesidad de un espacio para hablar de su malestar, ya que un compañero trasladado un año atrás había cometido un quíntuple crimen. Aquel trabajador al regresar a su domicilio, con arma, mató a su ex mujer, y a cuatro familiares más. La sorpresa otra vez fue compartida, una sorpresa que abrió a lo siniestro, a la angustia ¿cómo no pudimos ayudarlo? Se preguntó ese trabajador, ¿cómo no hicimos nada, si yo lo veía que andaba ido? ¿cómo acompañar a otros que no están bien? Valiosas preguntas tomaron cuerpo.

Devenir al tema de las violencias familiares, una trama de tensiones que se repiten y multiplican ferozmente. El silencio fue parte de la sorpresa, un silencio ante la escucha de sensibilidades que hablan, y ponen palabras al horror.

 

  1. Comunidad Penatenciaria

La cárcel es una máquina de producir dolor, una bestia magnífica, dice Foucault. Varones portadores de armas, poco empáticos y sin poder llorar.

En los encuentros aparecieron vidas sufrientes, con sentires, con historias portadoras de fragilidades. Ante la escucha, se abren múltiples derivas, y el registro de la escritura permite una marca de diferenciación y de existencia.

La institución penitenciaria forcluye las penas, las rechaza. Pienso en la exigencia a la hombría, y recuerdo una cita de Rita Segato: “Mostrar y demostrar que se tiene la piel gruesa, encallecida, desensitizada, que ha sido capaz de abolir dentro de sí la vulnerabilidad que llamamos “compasión” y, por lo tanto, que es capaz de cometer actos crueles con muy baja sensibilidad a sus efectos. Todo esto forma parte de la historia de la masculinidad, que es también la historia de la vida del soldado”. (Segato, 2018)

Esa exigencia a ser visto por otros, como “macho”, a mostrar una masculinidad armada, hegemónica, sin fisuras, estalla. Cada vez más seguido de las peores maneras. No me refiero a cualquier muerte, me refiero a los feminicidios: la violencia extrema de matar a mujeres, travestis, trans, transgénero.

El sistema penal está formado por tres agencias: la policía, el sistema judicial y el sistema penitenciario. Eugenio Zaffaroni, plantea que “abarca desde que se detecta o supone que se detecta una sospecha de delito hasta que se impone y ejecuta una pena”.  (Zaffaroni, 2020) En este sentido, la pena es el resultado de un delito para el sistema penitenciario. Los términos jurídicos ubican que la pena es el “castigo” que se mide en tiempo.

¿Qué pasa con las penas, las emociones de las masculinidades, y en particular de quiénes habitan las cárceles? Recuerdo a un joven que escribió en el taller de escritura, una carta a una jueza de ejecución penal que decía, “señora jueza de ejecución de las penas, yo sólo quiero ver a mi hija”. El lapsus, como hallazgo, mostró la verdad de lo íntimo de su sentir, más allá de la intención de nombrar de modo público a una jueza de ejecución de la pena. Decir otra cosa, en esa otra escena está lo que el psicoanálisis nos enseña. Dispositivo que es posible de habitar cuando alguien habla, cuando hay escucha, y efectos de las palabras.

Traigo otros interrogantes ¿cómo poner a jugar las penas con las palabras? ¿cómo darle atención al sentir de cada uno? ¿cómo construir lo penatenciario? Pero no como un lugar de castigo, eso ya sería el no hablar penitenciario, sino con la posibilidad de de-sujetar la hombría y dar lugar a lazos humanizantes.

Cuando las penas se rechazan, crecen, retornan de diferentes formas y camuflajes. A veces devastando al entorno, como el celador del quíntuple crimen. Este punto de capitón redireccionó el trabajo inicial de investigación sobre los vínculos de la institución, permitiendo ubicar lecturas de género, e invitar a hablar del sufrimiento de las masculinidades enmudecidas. Marta Boccardo, fue mi co-directora del trabajo de posgrado y es una referente que acompaña en lecturas y escrituras de un psicoanálisis con perspectivas de género.

Al recordar los encuentros, me vuelve la cita de la canción de Atahualpa “las penas son de nosotros las vaquitas son ajenas”. Ese “nosotros” fue desde el encuentro con otros semejantes, pero no desde los fenómenos de masa que comandan la institución. Sino desde un lugar común con voces escuchadas, que comparten penas y también alegrías. La risa apareció frecuentemente, aunque tampoco es libre de manifestarse. Trayectorias de emociones vitales, que patriarcado mediante, no han recibido el don de la posibilidad de hablar.

Pedir ayuda, es un signo de la “comunidad penatenciaria”, aquella comunidad que puede poner atención a las penas, y también a la búsqueda de amor. Ubicando que no son ajenas, siguiendo la cita de Don Ata, las vaquitas en cambio sí. El poder, está en otro lado, no está preso, no viene de barrios vulnerados, ni tiene portación de cara del estereotipo de “delincuente”. Es el poder el que construye segregaciones, reincidencias, y penas cada vez más severas.

Las resonancias amplificaron cercanías. En el taller de escritura hablaron sobre la experiencia compartida, narrándola a quienes no habían participado. El rasgo de sorpresa seguía siendo una respuesta común, sobre todo por el modo que nombraban a los trabajadores que habían sido parte. Poder hablar del otro, desde una vivencia de las palabras y la escucha, produjo la apertura de nuevos registros para cada uno y entre todos.

Los celadores siguieron preguntándome por mi trabajo de la carrera, llamándome por mi nombre y yo por el de ellos. Esa marca de encuentros también generó mis propias cercanías a ubicar los sentires, las vulneraciones, las penas, más allá de los trajes y las investiduras. Después de los encuentros grupales, suelo preguntarles a los trabajadores por sus nombres. Se sorprenden con la pregunta. Muchos sonríen, encontrando en esas ceremonias mínimas, un modo más humano de habitar la institución.

 

Referencias

 

Boccardo, Marta (2018) Masculinidades y mandatos del patriarcado neoliberal. Buenos Aires: Entre Ideas

Dominguez Lostaló, J. (2006). El porqué de una psicología forense. UNLP: ficha de cátedra. Facultad de Psicología.

Percia, M. (2020). Sensibilidades en tiempos de hbalas del capital. Adrogué, Buenos Aires: La cebra.

Segato, R. (2018). Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo.

Zaffaroni, E. R. (2020). Manual de derecho penal. Buenos Aires: Ediar.

 

 

[1] En el artículo Voces masculinas tras las rejas. Me detengo en este significante, en el lugar que también es nombrada la mujer para la cultura patriarcal.

[2] Hoy no le pondría el mismo título, la parte de historia de vida sí, pero lo de comunidad penitenciaria, abre un gran debate. En todo caso, hacia una comunidad penitenciaria.

[3] Es interesante las consideraciones sobre lo simple y agravado del robo. Quién evalúa esos criterios, y cómo las causalidades por vulnerabilidad, que establecen Las 100 reglas de Brasilia, quedan por fuera de estos puntos a determinar desde el poder judicial.

[4] Parte del Art 5 plantea: Nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.  Toda persona privada de libertad será tratada con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano.  La pena no puede trascender de la persona del delincuente. Los procesados deben estar separados de los condenados, salvo en circunstancias excepcionales, y serán sometidos a un tratamiento adecuado a su condición de personas no condenadas.

 

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