Como una plegaria: en memoria de Zak Kostopoulos // Dimitris Alexakis

Al principio, el joven que vemos en las imágenes no tiene nombre. Lo miramos morir antes de saber quién es. Es cualquiera. No es nadie. La escena la capturó, en picado, una cámara o un móvil, a algunos metros del lugar, y las imágenes son de mala calidad.

Al cabo de algunas horas, la silueta que dos hombres apalean a plena luz del día en el centro de Atenas adquiere un nombre.

Recibimos la noticia como cuchillada en pleno corazón: el joven tirado por el suelo no es sino Zak, compañero, amigo de niñez o sencillamente vecino, amante, ser querido, performer y reina de los drags shows atenienses con nombre de ¡Zackie Oh!, militante de los derechos de la comunidad LGTBQI y seropositivo — una de las pocas personas que hablan públicamente, en Grecia, de sus estatus serológico.

Las imágenes del asesinato se vuelven intolerables, retrospectivamente, como si sólo ahora nos diéramos cuenta de que alguien ha muerto de veras.

Viernes 21 de septiembre: se acaba la tarde y leo en mi hilo de actualidad que el propietario de una joyería le ha pegado a patadas a una persona que entró a robar en el barrio de Omónoia. Ya no recuerdo lo que tenía que hacer en ese preciso momento pero cierro la pantalla. Termino viendo el video recién a la noche —las imágenes son borrosas, no se puede reconocer el rostro. El título del artículo que acompaña la filmación menciona invariablemente, sea cual sea el medio de comunicación, el intento de robo a mano armada que habría precedido la escena.

Un joven bastante alto se tambalea tras el escaparate de una joyería y levanta con dificultad el matafuego con el que parece querer romper la puerta de vidrio para salir. Cosa extraña, está solo adentro de la tienda. Titubea como un oso atrapado en una jaula de vidrio. El matafuego que sostiene a la fuerza parece atraerlo inexorablemente hacia el suelo. Desde el exterior, dos tipos desenfrenados y claramente de mayor edad, uno de ellos con camisa rosa, están increpándole y tirándole proyectiles a través de los vidrios. Aunque alejados, se alcanza a oír gritos y las reacciones horrorizadas de una mujer. Nos enteraremos después de que los proyectiles son piedras y un cenicero, que el tipo vestido de rosa es el propietario del lugar, y que el segundo es un agente inmobiliario, cuadro de una organización de extrema derecha, el Frente Patriótico.

Adentro de la tienda, una piedra u otro objeto ha alcanzado al joven: termina soltando el extintor, se tira al suelo y avanza arrastrándose hacia el interior del escaparate, por debajo del mostrador, como si quisiera escapar de una pesadilla o acurrucarse en un sitio más seguro. Los dos hombres destrozan a patadas el escaparate y le golpean la cabeza. El joven se arrastra sobre los cascos de vidrio hasta la acera. Distinguimos siluetas de espaldas… gente mirando la escena. Más lejos, un hombre con camiseta amarilla habla por teléfono. Dos hombres intervienen recién cuando el joyero patea la cabeza del joven como si fuera una pelota. Ahí se para el vídeo.

Hacia las seis de la tarde, el sábado, un amigo postea la foto de Zak acompañada con el acrónimo que suele emplear la mayoría de los usuarios de Facebook para saludar la muerte de alguien conocido, R.I.P. No alcanzo a atar cabos enseguida, a entender que Zak y el joven asesinado en la calle Gládstonos son una única y misma persona.

En el segundo vídeo, filmado desde un balcón o una ventana, Zak se va parando algunos minutos después de haber sufrido el ataque. Tiene el cráneo vendado y parece costarle orientarse. Recibe una patada en la parte baja de la espalda, se aleja tambaleándose, con una esquirla de cristal en la mano, tropieza con las mesas de un café, se desploma en el piso antes de que los agentes se precipiten sobre él. El tercer vídeo, publicado algunos días después, es aún más insoportable porque vemos a Zak muriéndose, tumbado boca abajo en la acera, ensangrentado. Su rostro está azul, ocho policías se ensañan contra su cuerpo inerte, esposándole las manos en la espalda — bastante probable que estos gestos para atarle las manos sean los que provoquen o precipiten en este instante su muerte por asfixia.

Los testimonios recogidos relatan que la ambulancia se va con su cuerpo sin encender la sirena, seguramente ya está muerto cuando arranca el vehículo. En cualquier caso ya ha muerto al llegar al hospital, y sigue esposado. Los enfermeros allí presentes lo toman, según dirán ellos mismos, «por un africano» a causa de la tez de su piel. El vídeo es insoportable porque reconocemos perfectamente su rostro y que quienes se ensañan contra él son quienes hubieran tenido que darle socorro.

Aún ignoramos en ese momento que entró a la joyería para encontrar auxilio. Tendemos a creer en la hipótesis de un robo menor, mucho menos en la del robo a mano armada: no sólo porque no aparece ninguna arma en sus manos —excepto si consideramos como arma el trozo de vidrio que agarra a último momento en su intento desesperado de huida— sino sobre todo porque él aborrecía cualquier forma de violencia. Robo o no, las imágenes son las de un hombre en situación de gran fragilidad y no podemos andar esperando que se le inocente para decir que su muerte es infame.

Ninguno de los vídeos publicados permite evaluar el número de curiosxs que asistan al linchamiento pero los testimonios que empiezan a hablar indican un grupo de más de cincuenta personas, algunas grabando la escena con sus móviles.

En los minutos y horas siguientes, los policías, en vez de aislar el lugar, le dejan hacer limpieza al propietario. Hay fotografías del joyero frente al escaparate iluminado, barriendo las esquirlas como un trabajador minucioso al terminar su jornada laboral. Parece extrañamente tranquilo y no ha cambiado de ropa. Sigue con la misma camisa rosa. Después de que se fuera la ambulancia ha dado una entrevista a una cadena de televisión privada en la que explica que actuó impulsado por la exasperación, para defender su bien. Casi todos los medios de comunicación difunden su versión de los hechos. Una presentadora famosa no tardará en solicitar a los espectadores para que digan si entienden «la reacción del joyero» frente a un «hombre armado con navaja». Una cadena vinculada con una personalidad de extrema derecha les propone la pregunta siguiente: « ¿Le parece a usted favorable que a un atracador homosexual y seropositivo se le considere un héroe?». Un tercer sondeo pretende establecer en qué proporción lxs Griegxs consideran a lxs extranjerxs y a lxs homosexuales como «vecinxs indeseables». Siguiendo un mecanismo bien aceitado, a la víctima se la sienta inmediatamente en el banco de lxs acusadxs. Uno o dos días después, el hombre de rosa reconsidera sus primeras declaraciones, reconoce que no hubo ningún ataque a mano armada, pero la mentira inicial ha cumplido con su efecto: más de diez días después de los hechos, muchos siguen creyendo que el joyero ha actuado en estado de legítima defensa, que se ha hecho «justicia por mano propia » y que ha «querido proteger su negocio» —la sociedad griega se compone en gran medida de pequeños propietarios.

A la «negligencia» policial se le encuentra una disculpa bastante sencilla: por lo general, lxs yonquis o lxs migrantes que sufren palizas y son evacuados por ambulancias tras este tipo de violencias son gente anónima; nadie o casi nadie pregunta por ellxs, intenta tener noticias suyas o acude para reclamar sus cuerpos. El representante de la Unión de los empleados de policía tiene razón: los policías han actuado como siempre lo hacen frente a los más vulnerables —sin sospechar que esta vez la víctima tenía cientos de amigxs y miles de followers.

El informe de autopsia afirma que el cuerpo de Zak no presenta ninguna lesión susceptible de haber provocado su muerte, que las causas de su fallecimiento a primera vista son «indefinibles» o «indiscernibles», « αδιευκρίνιστα ». El adjetivo genera estupor. Nos enteramos de que habrá que esperar los resultados de los análisis histológicos y toxicológicos, que no se harán públicos hasta dentro de un mes, pero también que dos de los médicos forenses han andado vinculados en un pasado reciente con la formación neonazi Alba Dorada. Ante la incredulidad, uno de ellos se esfuerza en aminorar las conclusiones del informe.

Varixs profesionales de la salud denuncian el silencio del servicio de ayuda médica de urgencia, y cuestionan el actuar de los camilleros presentes allí antes de que muriera Zak, que aceptaron transportar du cuerpo esposado. El sindicato de lxs médicxs hospitalarixs habla de ultraje al muerto. En cambio, el representante sindical defiende la actitud de los ocho policías («así son nuestras prácticas, que les guste o no a ustedes») y aprovecha una intervención televisiva para enviarle al gobierno griego un mensaje de desafío apenas disimulado. Su actitud y su retórica reactualizan el viejo término de «παρακράτος» que refiere a las fuerzas de extrema derecha que actúan en la nuclearidad del Estado, de la policía y de la Justicia: «Estado profundo», «Estado en el Estado», « fuerzas paraestatales». Este responsable instrumentaliza además el «miedo al sida» sugiriendo que los policías habrían evitado tocar cuanto posible a Zak, que lo habrían desplazado con la punta de los pies para evitar contaminarse o contaminar ulteriormente a «sus hijos».

La versión defendida por la prensa inicialmente se parece a una pared roída de humedad, un papel pintado que no aguanta y cuyas tiras se van desprendiendo y cayendo al suelo unas tras otras.

Más y más testimonios hablan de un altercado o un ataque previo, desmintiendo así la tesis del robo, del «ataque de locura» o de la agresividad de la que habría dado muestras Zak. Una empleada que trabaja en la panadería-café ubicada en la esquina de la calle explica que Zak estaba algunos minutos antes en estado de pánico, que gritaba, que dos o tres personas lo rodeaban, esforzándose tal vez en tranquilizarlo, que una de ellas habría entrado a su tienda para traerle una botella de agua —cuando volvió a salir, Zak ya estaba atrapado en el interior de la joyería. ¿Con quién estaba hablando? ¿Por qué ha desaparecido la persona que le propuso llevarle agua? Los hilos de discusión en las redes se convierten a veces en una investigación colectiva como si, frente a la incuria policial, las redes sociales hubieran tomado a cargo la búsqueda de la verdad. C. apunta que una de las cosas más insoportables es pensar que quizás no se sabrá jamás.

E., defensor de los derechos de las personas encarceladas, mira y escucha los vídeos en bucle y termina notando un detalle que aísla en un pantallazo: el interior de la puerta de vidrio ya tenía rastros de sangre antes de que entraran en tromba el joyero y el agente inmobiliario ; Zak ya sangraba quizás al entrar en la tienda.

Tras haberlo golpeado, el agente inmobiliario abandona el lugar y se toma tiempo para escribir un tuit en el que afirma que Zak se habría suicidado con el trozo de cristal que tenía en la mano.

Un montón de preguntas nos obsesionan. ¿Por qué se refugió Zak en esta joyería? ¿Lo perseguían? ¿Un episodio de bullying precedió a la paliza? ¿Por qué era de cristal corriente la vitrina de la joyería y no de doble vidrio irrompible como en la mayoría de tiendas de este tipo? ¿Es verdad que la tienda no disponía, como lo pretende su propietario, de ninguna cámara de seguridad, y que las joyerías de este barrio también son negocios de perista a los que suelen acudir toxicómanxs para entregar objetos robados a cambio de ínfimas sumas? ¿Por qué se callan numerosxs testigxs? Por qué el silencio permanente tanto del gobierno como de la autoridad de tutela de los policías, el «ministerio de la protección del ciudadano»?

El segundo vídeo permite distinguir la navaja que sujeta en su espalda, sin guantes, uno de los policías que rodean su cuerpo, como si se preparara para disponerlo en la escena del crimen. Hoy sabemos que en esa navaja no hay ninguna huella digital de Zak. Falta la mayoría de las pruebas que deberían figurar en el expediente, ni se ha sacado ninguna fotografía del lugar ni se ha efectuado muestra alguna tras los hechos. Los servicios de policía se niegan ostensiblemente a ejecutar las órdenes del juez de instrucción, aún no se han embargado los vídeos de seguridad de las tiendas aledañas. Nos preguntamos si la intención del policía no era la de dejar la navaja sobre el charco de sangre que cubría esta parte del asfalto de modo que el arma llevase una muestra de ADN fácilmente identificable.

Algunos días después del entierro, la familia de Zak, sus padres, su hermano, varixs de sus amigxs hacen un llamamiento a testigxs, por vía de prensa.

En el momento en que escribo estas líneas (4 de octubre), circula un nuevo vídeo grabado desde la panadería que está enfrente de la joyería. En él aparece Zak algunos minutos antes de morir, irrumpiendo por la acera de la calle Gládstonos y solicitando ayuda a transeúntes. Se dispone a entrar en la panadería pero un hombre con camiseta amarilla le cierra el paso: Zak cambia de rumbo y se encamina hacia la joyería. Algunos segundos antes, desde la ventana de una oficina, una mujer lo ha visto gritando «¡auxilio!» en la esquina de la calle Patissíon, luego acercarse a dos chicas para pedirles socorro y, tras huir ellas precipitadamente, adentrarse en la calle donde caerá asesinado algunos instantes después.

Zak es también Zackie o Zackie Oh !, y tiene un dragshow semanal en un boliche de Atenas.

Zak también lleva nombre de mujer, conoce su miedo y teme más que nada quienes no lo conocen.

Zak es un.a activista que defiende los derechos de lxs seropositivxs y de la comunidad LGTBQI. En las redes sociales o en la revista Antivirus, centenares de jóvenes leen sus textos, siempre divertidos, en los que suele burlarse de sí mismo.

Zak es un.a artista queer que ha actuado en el KET, nuestro espacio creativo, y con quien me cruzo a veces por la calle Kyprou, porque vivimos en el mismo barrio. Joven de mirada luminosa, de cabello corto y rizado y de largas pestañas que pasea a su perro. El día en que se lo presento a mi hija de cinco años —Eleni levanta la mirada hacia él, mira el perro después y sonríe. Me lo encuentro, otro día, bajando por la calle bailando, con cascos en las orejas, lo saludo; no me oye y sigue bajando la calle con paso ligero, con los párpados cerrados, bailando para él solo.

Una amiga recuerda la movilización que permitió volver a encontrar hace algunos meses a su perro, Snoopys, una bola de pelo blanco, Tras el asesinato, Snoopys va a vivir con su hermano, que también tiene un perro. Snoopys empieza a recuperarse poco a poco —los primeros días, escribe M., no comía y parecía completamente perdido.

En un reportaje reciente, se ve a Zak cruzando nuestro barrio, que cuenta sin duda con el mayor número de migrantes de Atenas, y contando que a él nunca le han agredido extranjerxs «siempre griegxs», pero que siempre ha conseguido salir sano y salvo —«porque corro rápido», dice sonriendo tras un silencio, «y porque puedo pegar gritos muy estridentes cuando tengo miedo».

Se le ve una sonrisa golosa y miedo en los ojos —una huella instintiva del miedo que le queda de las innumerables veces en que se han burlado de él, lo han reprendido, amenazado, insultado por la calle— el miedo de que se descontrole la situación, de que las cosas se desmadren bruscamente.

Él sabe perfectamente dónde está, en qué mundo y en qué sociedad vive, las reacciones que puede acarrear la sencilla presencia de un chico abiertamente gay y, mucho peor, de un hombre con peluca y vestido de mujer, incluso por parte de gente jovencísima: en una entrevista realizada en el paseo de Phokíonos, lo interrumpe una banda de niñxs que lo increpan y acaban exigiéndole que les diga si es un hombre o una mujer. La cámara graba sus ojos. Mientras lo molestan lxs niñxs, Zak permanece en silencio y enciende un cigarrillo. El hastío y el dolor afloran, incluso —sobre todo— frente a estxs niñxs. Una niña sale a defenderle, se separa del grupo de chicxs, ellxs se alejan y ella emprende diálogo. Zak recupera poco a poco su calma y vuelve a respirar al ponerse a charlar con la niña.

En otro reportaje se lo ve pasar progresivamente de Zak a Zackie, maquillarse ante el espejo, ponerse la peluca —aquella que llevaba para el show que dio en nuestro espacio con otrxs drag-queens durante el festival «Sound Acts» que acogimos en 2016.

Durante la marcha del miércoles pasado, D. alza uno de sus zapatos plateados como bandera de reunión. Caminamos todxs detrás del calzado de ¡Zackie Oh! que me hace pensar en el zapato perdido de Cenicienta.

Cenicienta y los vampiros.

En una foto publicada en Facebook, el calzado de Zak (unas zapatillas blancas y negras) y el calzado de Zackie (zapatos de taco alto, plateados) aparecen con los cordones desatados y colocados ambos en la entrada de su piso a un lado y a otro de la misma silla, frente a frente, separados por un vacío, como si anduvieran discutiendo de su ausencia.

Cuando los camilleros se llevaron el cuerpo, uno de sus zapallitos se quedó en el suelo junto al charco de sangre. Algunos días después seguimos sin saber por qué se la quitó uno de los policías.

«Así no, ahora no» : me vuelven a la memoria estas últimas palabras de Lo que llamo olvido, que habíamos representado hace tres años en nuestro espacio, en griego, se me vuelven en estos días en los que vamos descubriendo lo que ha ocurrido, estrato por estrato, una capa de horror tras otra: « όχι έτσι, όχι τώρα ».

A. le cuenta a F. que, durante el entierro, que transcurrió en Itea, lxs amigxs de la víctima entraron dragueadxs en la iglesia provinciana donde se hizo la ceremonia. Cuenta cómo se lanzaron al aire lentejuelas doradas por encima del féretro, cómo brillaba el strass sobre las caras de las abuelas, cómo se veía molestia en las miradas.

C. dice: nosotrxs también éramos, de otra manera, su familia.

A K. le sorprende la ingenuidad de quienes se esperaban que la familia respetara su ateísmo, su rechazo de los usos ortodoxos —en Grecia la familia sigue teniendo la última palabra y la Iglesia consigue casi siempre recuperar los cuerpos. J. saca a la luz un texto en el que Zak evoca el entierro religioso de un amigo que hubiera querido ser incinerado y que nunca hubiera aceptado lo enterrasen los popes. F. está seguro de que a Zak le hubiera gustado llevar en esta ocasión un vestido de novia. Nos consuela la imagen de lxs drag-queens cantando a Madonna bajo la nave y espolvoreando el féretro con lentejuelas. La comunidad queer busca y encuentra su propio modo de despedirse de él.

La gente se abraza al reunirse frente al bloque 9 del tribunal de Atenas o en la plaza Omónoia, antes de que salga la marcha. Por la avenida Stadíou, varixs avanzan en silencio, llorando o abrazados —una suerte de procesión funeraria y política, entre risas y lágrimas.

En el piso de la calle Gládstonos, cerca de una alcantarilla, unas velas y flores marcan el sitio donde se desplomó después de que un miembro de los servicios de urgencia le vendara la cabeza, de que se volviera a levantar e hiciera algunos pasos tambaleándose antes de caerse contra las mesas (ayer, durante la marcha del 2 de octubre, esas mesas de plástico seguían allí, abiertos los cafés).

Sobre la persiana de la joyería ahora bajada, T. L. ha pegado un texto conmemorativo: «Nos tienen miedo y nos matan / miedo del cielo que miramos / miedo del muro en el que nos apoyamos / miedo de las palabras que pronunciamos / ambos, en voz baja / miedo de las palabras que pronunciaremos mañana todxs juntxs / miedo de nosotros, Zak, amor mío; / y si nos matan / nos temen aún más / muertxs.» Odyssèas publica un poema que escribió para él un año antes: «Soy todo lo que temen/ todo lo que combaten / (…) todo lo que les da miedo/ de enamorarse.»

El primer significado de las iniciales R.I.P., Rest in Peace, se modifica. En su texto sobre el entierro, F. dice: Rest in Power. L. emplea la expresión Rest in Pride. Probablemente sea la expresión que mejor le conviene. A propósito suyo, la palabra power resuena como en aquel momento de Una temporada en el Infierno: «Debilidad o fuerza: aquí estás, es la fuerza.» La fuerza de Zak emana de su fragilidad, de una fragilidad que asume con tanta fuerza que la «gente normal» la percibe como una amenaza, y la “normalidad” de esa gente adquiere hoy rasgos monstruosos. Es fuerte, es débil, es él mismo, múltiple, no disimula.

Ahora, lxs periodistas lo llaman «la víctima». Dèspina se acuerda de él besando a un chico durante un happening a favor del reconocimiento de las parejas homosexuales; en la fotografía, Zak enlaza a su partenaire con una mano y con la otra sujeta la extremidad de un cartel en el que pone: «La provocación es la homofobia, no los besos.» A la derecha de la imagen, una pareja de chicas se besan tomando la misma pose, obligatoriamente un poco teatral, y sujetando al mismo tiempo la otra extremidad del cartel. «Cuidémonos unas a otras» cuenta H. Mientras comemos, mi hija me echa una mirada de reojo y parece como si se contuviera para no preguntarme por qué se me han saltado las lágrimas de repente. Estoy sumergido en la lectura de los posts de Twitter o de Facebook. Tengo el sentimiento de que hemos regresado al mismísimo principio del ciclo, a aquel año 2008 marcado por incendios criminales y luego por el asesinato de A., joven anarquista de 15 años, de que vuelven a empezar los episodios de violencia desnuda que marcaron el comienzo de la crisis, pero la repetición de lo mismo tiene algo más trágico, más desesperado que entonces. L. nos alienta a hablar de Zak: «Hablen de Zak, no paren de hablar, hablen del baile y de las lágrimas que compartieron, hablen de su hermoso cabello, de su talle, de su amor a Madonna, hablen de Zak hasta que se les seque la lengua, hablen sin parar, con murmullos o a gritos, hablen del Zak que conocemos, hablen de la sociedad griega que ha asesinado a Zak, hablen de sus asesinos, hablen.» G. no consigue aún hablar de él en pasado y escribe usando los dos tiempos, es, era, como si se negara aún a dar el corte, como si la muerte fuera un exilio en el tiempo. El exilio de unx solx. G., otra vez él, escribe que acaba de pasar dos días mirando en el techo, y llorando. Está destrozado, como todxs lxs amigxs de la comunidad queer, pero hace parte de aquellas y aquellos que organizan la primera marcha, una manifestación que termina en Omónoia con el Like a prayer de Madonna —no me imaginaba que se podía cantar a Madonna levantando el puño al cielo.

Para ciertos anarquistas presentes durante la asamblea general que sigue a esta marcha, lxs miembros de la comunidad LGTBQI son sujetos «apolíticos». Algunos —los más viriles y los más bocones, los más boludos pero, también, los que saben monopolizar la palabra e imponer el silencio a los demás— se proponen darles cursos de catequismo revolucionario. G. se arranca brutalmente el gorro y descubre su cráneo antes de declarar, en pie frente al anfiteatro, que los travestís, los gays, las lesbianas, lxs trans viven la anarquía día a día, en Grecia. La asamblea se va a pique, el encuentro entre los dos mundos se resume casi a una imposibilidad de escucharse. No se acepta el eslogan que se les gritó a unxs chicxs—¡afuera, machitos!— cuando éstos quisieron destrozar algunos cajeros automáticos durante el transcurso de la manifestación, tampoco se acepta el hecho de que ciertos anarquistas usen como insultos los términos de «puta», de «maricón» o de «puto» tampoco. M. recuerda aquel momento en el que un joven acusó a lxs trans de «ponerse sentimentales» —“como si no estuviésemos de duelo y como si los sentimientos no fueran políticos». «No se cambia nada sin ira, sin lágrimas, sin risas, sin alegría, sin humor, sin miedo, mi querida», replica F., una transexual de pelo rubio sentada en la estrada de abajo, que termina mandando todo al carajo y se pone a gritar sin respetar el protocolo de los turnos de palabra.

L. se acuerda la revisión integral a la que la sometieron, tras haberla desvestido una empleada del séptimo piso del edificio de GADA, la sede de la policía de Atenas, de los «canas de oficina», de la transfobia que exudaban por cada poro, del 6 de diciembre 2008, del 13 de septiembre 2013, del verano 2012, «cuando arrestaron a Tassos».

K. postea un vídeo grabado en Brooklyn en el que se muestra a un chico negro que ha absorbido cannabis sintético, esa droga llamada también Spice o K2, famosa por provocar alucinaciones, crisis de angustia, episodios sicóticos. Al chico le agarran espasmos ultraviolentos que lo proyectan escaleras abajo y lo vuelcan y revuelcan por la acera como una tortilla. Está chillando, parece asfixiarse, se incorpora, ya no controla sus piernas a las que propulsa contra un muro. Una mujer agarra y guarda la billetera que se le cayó, y después se escabulle. Tres hombres están grabando la escena en sus móviles y al mismo tiempo increpan al chico desesperado. Un hombre vestido de traje lo evita, otro le aprieta el tobillo para inmovilizarlo. El chico lleva una mochila escolar en la espalda, una mochila azul cielo, su mochila también parece tener espasmos.

Lloramos y nos dan ganas de vomitar. La ira tiene una ventaja sobre las lágrimas y la náusea: nos proyecta hacia adelante. A causa del mal tiempo, la segunda marcha se pospone de sábado a martes. Me paso los días siguientes a la espera del martes como si la marcha fuese el único lugar donde depositar y compartir la pena —las lecturas y los debates por las redes sociales acaban dando dolor de cabeza y dejan un sabor amargo de tiempo muerto, de horas y de minutos perdidos. La muerte de Zak ocurrió hace seis días, siete días, ocho días; cada día nos vamos alejando del día cuando murió, aquel día que habrá sido el último para él, pero no para nosotrxs, y parece un punto que va menguando por el océano. Lo vamos abandonando allá lejos detrás nuestro como en una isla desierta, seguimos avanzando, nos va llevando el tiempo, pero a él no.

«Me siento aterrada por este fascismo que va creciendo, escribe C., su velocidad.» «Me siento aterrada por el pensamiento de que no sabremos tal vez nunca lo que te ocurrió.» «Me siento aterrada al pensar que nos prometimos volver a vernos pronto para que me maquillaras y que nos vimos finamente en tu entierro.» «Me siento aterrada por la idea de que te viste solo, completamente solo, frente al demonio al que tanto temías, el odio.» «Me siento aterrada cuando pienso, no paro de pensar en ello, que dejaste escapar el último suspiro rodeado de asesinos que veían en ti a alguien peligroso; ¿peligroso? ¿¡tú!?» «Me siento aterrada por su odio pero recuerdo cómo lograbas convertir todo lo que te aterraba en motivo de acción. Y te prometo que a tus asesinos los condenarán. Te doy mi palabra, la palabra de todxs nosotrxs. La sociedad que querías la vamos a construir nosotrxs, aunque sea lo último que haremos jamás.»

«El hecho de que Zak haya podido entrar para buscar refugio en el lugar que lo condujera a la muerte basta por sí mismo para que nos pasemos la vida llorando, hasta el último día» escribe V.

«Vuestra normalidad apesta a sangre» dice un estencil grafiteado en los muros de la ciudad dos días después de su muerte.

En la página de un grupo de apoyo mutuo de la comunidad LGTBQI, W. envía un SOS: busca con urgencia a un,a coinquilinx con quien pueda disponer de espacio propio hasta septiembre próximo, no muy lejos del metro. Su presupuesto es de 150 euros por mes, todo gasto incluido, al menos hasta que encuentre un laburo extra. Ha cursado estudios universitarios en el campo de la petroquímica y le parece que no le resultaría demasiado difícil llevar una bandeja y servir a clientes «no necesariamente amables». L., que se siente tremendamente aislado y sufre crisis de pánico desde la muerte de Zak, le contesta enseguida.

La muerte de Zak hace volver a la superficie todos los miedos de la comunidad LGTBQI, miedos que alcanzan en algunxs un punto de paroxismo insoportable, y también todos los odios de la sociedad griega. Los comentarios, en línea, bajo los artículos de prensa, los posts de Facebook o los tuits son a veces casi tan violentos como las imágenes del asesinato. «Aún se retuerce» apunta un lector debajo de un artículo que describe el linchamiento. En la víspera de la manifestación del día 2, el partido Alba Dorada organiza una manifestación en motos por toda la ciudad, una cabalgata.
Se cuelga a un homosexual de 17 años en Irán tras haberlo acusado de haber tenido una relación con un joven de su edad. Tara Fares, ex Miss Irak y blogueadora influyente cae asesinada en una calle de Bagdad.

S. publica una foto de Zak en la que lleva una hermosa camiseta azul con estas palabras: «proteger y sobrevivir.»

«The Trick Is To Keep Breathing» Es un título de canción —la última canción que postea en Twitter la víspera de su muerte. «El truco, dice la canción, es seguir respirando.»

Dimitris Alexakis

Atenas, jueves 4 de octubre 2018

https://www.facebook.com/justice4ZakZackie/

[version originale en Vacarme: https://vacarme.org/article3181.html]
Traducción colectiva salvaje

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.