Comentarios sobre el gusto, la conversación y el paseo en la Clínica 


por Osvaldo Saidón

“En el país de la psicosis, no soy intérprete, sino explorador y cartógrafo”.
J.C . Polack “La íntima utopía”
El lugar del comentarista o del conferencista se relaciona con el del prologuista o el epiloguista. El prólogo, prescindible por un lado es al mismo tiempo tan prepotente en sus consecuencias, que muchos lectores deciden a través de él si vale la pena seguir con el libro o si se conforman con el simple comentario.En eso la escritura o la retórica pierden para las artes visuales o plásticas. Los críticos, por suerte para estos artistas, no pintan ni tocan, sólo escriben. Los poetas, ensayistas o literatos deben soportar no solo a los críticos sino también a los amigos prologuistas, discutidores y o presentadores que muchas veces como se dice en la jerga del espectáculo, roban cámara, pasean su estilo y su saber con los pergaminos que otorga cierta trayectoria.La única perjudicada de este juego de vanidades es la obra, aunque hay casos y no son pocos, en que acontece absolutamente otra cosa. Entonces el comentario  es un anhelo.Los que desde hace muchos años frecuentamos la lectura de Deleuze lo sabemos bien. Secretamente, y no tanto, escribimos imaginando realizar nuestro íntimo deseo de que el pensador nos comente, nos agregue algunas frases, confirme nuestras inquietudes, realce nuestras preguntas. Es así porque amamos su modo de pensar tanto como su modo de decirlo.Ese tipo de conversación, ese tipo de vinculación, ese “entre” que esperamos de la critica, la encontramos tan saludable que también la llamamos clínica. Una inclinación hacia nuestro modo de encarar nuestra tarea cotidiana es que roce el pensamiento de Deleuze y Guattari.Así se nos ocurre que una clínica es encontrar un estilo, una intervención donde comenzamos a sentir que estamos participando de ese lanzamiento del pensamiento que Deleuze y Guattari provocaron, del Antiedipo en adelante.   
Estuve entonces, a partir de los casos que trae Polack en su libro, pensando acerca de cómo comentar entre nosotros acerca de esta clínica en el encuentro con el autor en San Pablo.

Primero un poco de geografía, del viaje.
San Pablo, gigante por su propia urbanidad de viaductos y culturas. Megalópolis que no hace gala de ningún monumentalismo, no lo precisa. Jamás dudó de su poder y de sus pilares: su clase obrera, su clase universitaria y su industriosa oligarquía. Y a pesar de todo eso, siempre se ofrece a ser seducida, conquistada, ganada por los extranjeros que la visitan con una insistencia difícil de justificar. Es que los paulistanos de los más diversos orígenes nos hipnotizan haciéndonos creer cada vez que bajamos en Guarulhos, que somos una especie de Clark Kent, ya un poco gastado, llegando a la gran ciudad. Intentaremos conquistarla, a sabiendas de que no es una sino miles de aldeas citadinas en bullicio permanente con una dinámica más que humana. Nunca atendí a un solo paciente en San Pablo y en decenas de visitas vine siempre a hablar, a compartir cuestiones ligadas a la clínica. A la clínica de pacientes llamados psicóticos o borders, a la clínica de grupo y o instituciones, a la clínica de derechos humanos.
En esta oportunidad La íntima Utopía, este hermoso título con el que Polack nos convida a pensar en la clínica, me ha desatado un sueño: Tenemos un La Borde en Brasil, con filial en Bs. As. Un territorio existencial con fronteras imprecisas. Es más fragmentado de lo que a veces soportamos. Comenzó en grupos de estudio y se extendió a propuestas académicas. Funcionó en Institutos altamente prestigiosos y atacados, ocupó sus lugares en la lucha política y sindical.Hospitales de día, programas gubernamentales de Salud Mental, consultorios en Higienópolis, en Ipanema y en Palermo experimentaron las más diversas pragmáticas esquizoanaliticas…
Hoy se extiende en diversas publicaciones tanto de especialistas como de crítica de arte, ensayos y literatura. Ha encontrado un lugar de expresión especialmente en el teatro y ya son elencos afianzados los que trabajan en la programación teatral porteña y los nómadas actores de San Pablo recorren el mundo.Los psi, los filósofos, los artistas que conforman el plantel de este rizoma conforman varias tribus y aprovechan para encontrarse cuando viene alguien de La Borde propiamente dicha, del territorio de Guattari. Entonces sí, los sentidos se animan y un renovado entusiasmo por la clínica se nos aparece desde esos encuentros.Allí aparece la posibilidad del comentario, la conversación, la conferencia.
Saber que lo que uno busca no es la unidad sino la variedad requiere dar un paso al costado en la mirada y la actitud clínica que el pensamiento hegemónico ha querido determinar: los políticos de un modo, los artistas de otro.Allí en las sesiones, en las relaciones que se cuentan en este libro de Polack, esa diversidad no atenta contra un diagnóstico psicopatológico sino que los incluye en una novedosa variedad.A la manera de esos poetas que al describir y pensar un objeto cualquiera nos abren un abismo que atraviesa una novedad de sentidos, de lo que se trata es de comprometerse con el gusto, con lo propio, con lo singular que emerge en esa relación que allí se describe en el tratamiento de los pacientes llamados psicóticos.Francis Ponge decía en ocasión de una conferencia al referirse a la variedad y complejidad de abarcar lo que allí acontece: “Estamos reunidos aquí, pero no estamos sólo entre nosotros, estamos rodeados de cosas, paredes , llaves en los bolsillos, toallas en el baño. ¿Cómo hablar de todo eso?”. A partir de esta comprobación Ponge nos indicaba entonces que el hombre subjetivo no podía captarse a sí mismo sino a partir de la resistencia que encuentra, y de esa resistencia extraer una nueva intensidad. Retomamos así un entusiasmo que a veces se diluye cuando venimos con aquella mala pregunta acerca de: ¿No estaremos fuera de esta época? (el libro que nos ocupa tuvo su primera edición hace más de 20 años y nos hace seguir pensando).Trátase de que nuestra filigrana clínica, de nuestra insistencia en que todo puede ser visto de otro modo, dicho al infinito, como una combinatoria que no cesa tiene siempre el desafío de la época, el de  habitar la flecha del tiempo. 
Llegamos. ¿En qué anda nuestra clínica ahora? ¿Cómo está ese extraño La Borde tupiniquim?Cada grupúsculo que hable por sí. Arnulfo, al viernes siguiente después de la primera entrevista, se apareció con la cabeza rapada y una barba de punta que asomaba de su pera. Me llevó unos minutos reconocerlo, encontrarme con él y reconstruir su imagen. Aquel viernes pasado, en el primer encuentro, su apariencia era otra. Cabello largo lacio y una barba prolija que acompañaba el rostro. Me ofrecía a la atenta mirada clínica una armonía solo interrumpida por algún tatuaje que asomaba desde su cuello. Esta segunda vez insistió en lo mismo a pesar que ya se presentaba como otro: “Busco una terapia que me posibilite entrar más profundamente en mis cosas, revisar a fondo el  pasado sobre todo concentrarme en mis problemas”. Le creí un poco. En la catedral del psicoanálisis siempre hay que desconfiar de las adhesiones exageradas a sus principios más vulgares: la verdad, la profundidad, la escucha, el decir.En sus viajes, sus paseos y experimentaciones huía de los destinos y los determinismos a los que nos consagran los grandes temas: la familia, el amor, el trabajo. En la geografía se muestra más claro que en la historia.Quería volver a la selva, había vivido allí hasta hace 5 meses, pero no aguantó y se volvió a Bs. As.Me conmovió su radicalidad.Estamos acostumbrados a binarismos más tibios. San Pablo o Buenos Aires, Buenos Aires o Madrid o Barcelona, el interior o la capital.Este es bien más radical: Buenos Aires o Iquitos, la  merca o la ayaguasca, el cuarto disciplinado por la pantalla y su software —al pasar me contó que era programador en computación—, o la aldea, con  su  sexualidad derramada, donde noche, día y borrachera acontecen sin escándalo. ¿La frialdad del celeste, o la obscenidad del verde? Cómo lo quería pasar, cómo realizar su gusto.El lugar, dónde, cuándo, el apuro. Porque: “el tiempo no anda para atrás” —me dijo.Todos estos estados se habían transformado en algoritmos que tenía que descifrar junto a él. Debería volver a experimentar las sensuales y solitarias lluvias del trópico; ya era hora de tomarle el gusto a las modalidades que el trabajo y el amor adquieren en la ciudad porteña. Me apresuré, escuché a la privilegiada de todas las angustias: la angustia de muerte. Creencia y apresuramiento son dos malas compañías para la actividad clínica. Esta enseñanza inglesa sobre lo que llamamos timing se nos confirma ante cada nuevo fracaso.Fracasé nuevamente, fracasé mejor, acudo a Becket. Y entonces sigo adelante con mi reflexión. En esa segunda entrevista me conquistó, soy proclive a fascinarme cuando alguien me muestra su postulado de coherencia en un espacio como el de la sesión donde el relato puede ser encubridor de la falta de acción. Cambió su figura, aparecieron sus grandes orejas, que me llamaban a escucharlo. Habló, después de haberse mostrado un instante dispuesto a cambiar de un día para el otro, por lo menos de imagen, lo que no es poco. Renovó mi interés y me contó del accidente de coche en el que a la muerte de su madre le sobrevivieron el conductor que era su padre y el propio Arnulfo, con cinco año de edad en esa época.Otra vez el tiempo ¿volvemos, seguimos adelante, rememoramos?Esta vez le creí, insistió, quería revisar y por otro lado, empezar a enamorarse, estaba difícil.En la tercera y última entrevista asomó la conversación, y con ella su lado exhibicionista más insoportable: la inteligencia[4]. Ahora pienso que tal vez Arnulfo hizo bien en no soportarla. En la conversación, muchas veces, termina aconteciendo que la inteligencia se representa un orden que nos excluye y que discute el lugar que ocupamos. Acaba entonces de este modo destrozando la singularidad en nombre de las conclusiones generales. Se asume superior cuando nos señala que la muerte es inevitable. ¡Qué novedad! ¡Con esta actitud lo que consigue es poner límites, margen y anticipación a los imprevistos y así termina desbaratando nuestros proyectos!
Permítaseme una cita de Las dos fuentes de la moral y de la religión, de Bergson. Ella es igualmente aplicable al rol de paciente o terapeuta: “Su enfermedad es su propia normalidad. Que de lo que padece es de su inteligencia y de las representaciones de lo real que ésta impone a su atención… Solo puede soportarlas a condición de hacer entrar allí delirios, fabulaciones que restauren su apego a la vida y reconstituyan su equilibrio natural. Pero por eso mismo sigue sometido a su inteligencia, no se libera de su sumisión, no hace más que volverla soportable: Este equilibrio solo está hecho de compensaciones, incluso de consuelos que caracterizan a la enfermedad de la que no se puede salir: su neurosis”. La inteligencia hizo su prematura aparición en la sesión. Me sentía lleno de ideas y conexiones temporales. Comenzó a iluminar con esa luz directa que daña la percepción. Con su claridad, sometió al dialogo a los cuerpos después. Por último, comenzaron a emerger fabulaciones. Apunté a la realidad, no lo dejé con sus ficciones: “Reconstruyamos el accidente” —le propuse. Un rictus, una perplejidad apareció en su rostro. Le recuerdo que su madre murió cuando tenía 5 años. El jueves siguiente me llamó, no vendría más .Optaba por una terapia que incluyese relajación, yoga y meditación; donde lo guiara una maestría, una creencia, una obediencia. Tal vez así conseguiría encarnar algo de la selva en el hormigón urbano —pensé y no dije nada. La intuición creadora, la emoción, buscan su lugar, todavía no les llegó el momento. Le creí, me apresuré, al final soy un terapeuta de un Buenos Aires a lo carioca, que me ando inventando desde mi vuelta a la Argentina. A propósito, ¿dónde está aquella muchacha tan tímida tan sensual que de la selva brasilera boliviana me visitó tantas veces? No me acuerdo cuándo se fue, no me acuerdo cuándo me fui… Bergson, Beckett, Deleuze, no se deberían mezclar con Freud y menos con Lacan o Melanie Klein, nos dice la inteligencia emergente de los primeros combates clínicos que propuso el Antiedipo. Guattari y sus seguidores fueron después embarrando la cancha, trajeron el caos, mezclaron las teorías, inventaron palabras y nos invitaron a dejar de lado para siempre las policías epistemológicas. Para subvertir el pensamiento, alegrar la práctica, comprometer la acción, nos fuimos dando cuenta de que un buen espacio era aquello que de alguna manera hacemos todos los días: la clínica, se llame como se llame. Estuve acaso demasiado psicoanalítico con Arnulfo. No supe habitar el “entre” que se insinuaba en el encuentro, y exhibí la inteligencia de la inteligencia científica como defensa. Tal vez eso contribuyó todavía más a que él me vea un poco viejo para acompañarlo en su aventura. Antes de despedirme por teléfono, le dije que nos queda pendiente esa entrada en su infancia que me propuso, tal vez no sea tiempo, más probablemente yo no sea el adecuado, pero lo más seguro es que no se trata de rememorar sino de proyectar y entonces… hay tiempo. Atendí a Arnulfo en los días que estaba leyendo los casos que relata J .C. Polack en su libro, lo que inmediatamente me llevó a reflexiones de las que llamamos institucionales.La tensión aparece necesariamente en un pensar cuando se quiere consagrado. El pick up, que nos posibilitaría la fina toma de ciertos conceptos, debería consolidar la diferencia con cualquier práctica que todavía se reconozca de estirpe psicoanalítica. Estas tensiones en algunas ocasiones se instalan en el pensamiento que circula alrededor de la clínica. Cuando el poder  y las ideas ocupan el lugar del gusto, la lucha por la hegemonía domina el común. Las aguas se estancan, florecen el sentido común, las buenas conductas, la literalidad televisiva y periodística, y comienza ese pedagogismo que transforma a la clínica en un manual de instrucciones. ¿Cómo dedicarnos a la clínica, a aplicar psicoterapia individual y de grupo, sin usar algunas categorías del psicoanálisis y la psicopatología? En todo caso poder hacerlo pero al mismo tiempo dejar que un pensamiento del devenir suceda; un aire fresco, una brisa spinosista pase por la sesión, un relato sobre el relato del paciente se vuelva más que comprensible: interesante. ¿Cómo conversar entre dos integrando a estos amigos comunes, a este extraño tipo de amistad que potencian las raras alianzas?: Deleuze, Guattari, Ulpiano, Spinosa, Beckett, Artaud. Todas alianzas que no estaban preparadas, encuentros de destiempos entre filosofía, biología, arquitectura e inconsciente…”Somos tantos grupúsculos como procesos maquínicos que ponemos en marcha ante cada demanda de terapia, de escritura, de vinculaciones”. La siguiente cita de Deleuze, la leo en un libro de Arturo Carrera[5] que hace funcionar el pensamiento nómada a través de su propio estilo y alejado de cualquier intento pedagógico: “Cuando escribo sobre un autor, mi ideal sería no escribir nada que pueda entristecerlo; en caso de que haya muerto, nada que pueda hacerlo llorar en su tumba: pensar en el autor sobre el que se escribe. Pensar en él con tanta fuerza que ya no pueda ser un objeto, y que uno ya no pueda identificarse con él. Evitar entonces la doble ignominia del erudito y del familiar. Devolver al autor un poco de la alegría, de la fuerza, de la vida amorosa y política que él ha sabido dar, inventar”. Pensar entonces no se da a partir de  la relación de objeto, ni tampoco a través de un proceso de identificación, es algo más, es otra cosa también. Edipo ordena con claridad amar a Mamá como objeto, identificarse con Papá, o lo uno o lo otro: Te identificarás por un lado y amarás por otro, es la ley que estructura la sexualidad. ¿Y si no fuera así? ¿Si la psicosis y la neurosis no fueran estructuras absolutamente diferenciadas? ¿Si un mismo impulso vital las recorre? La interpretación entra en crisis. Hay otro modo de vincularse: acompañando, deviniendo, experimentando, inventando. Así parece habernos señalado Guattari en la clínica de la psicosis, en el atendimiento al proceso primario, en el inacabamiento kafkiano. En Crítica y Clínica, Deleuze nos conduce por maravillosas páginas donde literatura y clínica inventan diversas mezclas, raras continuidades. De la neurosis inglesa al delirio americano como el Bartleby de Melville. De la neurosis shakespereana al delirio becketiano; de Hamlet a Godot, de Dora al Hombre de las ratas, de Lacan y sus amoríos de salón a la delirante sexualidad de Foucault. La potencia de la escritura de Deleuze está en las interminables invenciones que su lectura promueve. Está siempre volviendo como una  infinita cinta transportadora que nos acerca cuestiones, problemas, autores y reflexiones de distinto tipo… Así entonces me fui acercando a los textos y a los casos que relata Polack. La lectura de los mismos me propuso una mezcla de terapeutas, pacientes, pensadores, críticos, artistas: todos eternos aspirantes a expresar sus gustos. Los capítulos me fueron llegando durante las últimas semanas. Extrañas coincidencias entre el modo de funcionar de los correos electrónicos con sus archivos y los encuentros esporádicos de las sesiones. Fui conociendo a los pacientes: Anne, Leonor, los monstruos, Philipe y a J. C. Polack y a Danielle, los autores terapeutas, maquinando con situaciones que pusieron en evidencia mis incertidumbres, mezcladas con las de ellos.
Ya sabemos que el lenguaje no es solo representación… La expresión verbal entonces, ni hablar. Hace mucho más que hablar y ya sabemos que gana su eficacia clínica cuando está ligada al afecto. En los casos que el libro relata nos transporta hacia los afectos que emergen en las sesiones. Aparece un “entre”, una poética que no cesa de accionar y que nos inventa cada vez. Entonces el inconsciente es una escritura, no una cadena de representaciones o significantes. Escritura múltiple[6]que incluye escritos pictográficos, intensidades y ritmos. Pero podríamos ver la sesión, la conversación analítica como una tentativa oral de esa escritura. Aquí lo convocamos a Francis Ponge que en una conferencia que denominó “tentativa oral” nos propone el balbuceo del poeta como modo de aproximarnos a la creatividad[7]. En un momento de su conferencia nos muestra de diferentes modos que cuando uno escribe lo hace contra la palabra oral, contra las insuficiencias de expresión que se producen en el curso de una conversación. Entonces, nos dice que para corregirnos, para retractarnos de esas fallas, para llegar a una manifestación más compleja, más firme, más ambigua quizás, llega la vez de ponernos ante el problema de la expresión. Allí hay un concepto: “el gusto”. Es el gusto asumido, gozoso, por lo que hacen, dicen y escriben; lo que hace circular la sensibilidad y la sensualidad en la “Intima Utopía”. Allí en ese terreno Ponge nos dice: “Es así, sin vergüenza, elegir su propio gusto, pero ser terriblemente nítido con eso. Uno sabe lo que ama, hay que elegirlo, hay que tener el coraje del propio gusto y no solamente de las propias opiniones, pero creo que el gusto es algo más vital aún que las ideas. Que la poesía está al alcance de todo el mundo, si todo el mundo tuviera el coraje de sus gustos, de sus asociaciones de ideas. Las palabras vienen, incluso si no se tiene el talento de escribirlas de entrada, de hallarlas de entrada. Basta con esperar. He aquí la poesía hecha con todos de la que hablaba Lautremont”. Los medios de expresión vienen después pero el afecto, el agenciamiento están allí buscándolos. Cuántas ideas se bifurcan, cuánto nos gustan ciertas frases pronunciadas escritas, pensadas por los pacientes cuando nos reenvían a sentimientos propios y compartidos. Tres ejemplos: dice Philippe “¿De qué vamos hablar?”. ”Mi madre no me amaba, ella me admiraba” —dice Anne. Danielle dice de Leonor: “Su ser mujer toma el frente de su identidad proletaria”. El “entre”, la maquinación que se fue armando estas semanas a partir de la necesidad de esta mesa, me fue aclarando algunas cuestiones, de ese modo tan singular que este pensamiento nos propone, extendiendo las ambigüedades, arrojándonos a nuevas incertidumbres, incentivando las ganas de sumergirnos en un caos que está lleno de promesas. No son soluciones sino extensiones, devenires impensados que a pesar de todo porque nobleza obliga, precisan algunas conclusiones en relación a la clínica, a esa labor que desde hace un tiempo insiste en llevarnos a cierta disciplina y perseverancia. Nos mantiene sentados un buen tiempo reflexionando, afectándonos, ensayando con palabras y gestos modos de expresión predominantes en nuestro andar cotidiano. En este andar se me aparecen entonces tres ideas-fuerzas para trabajar en la clínica. La conversación, el gusto y el paseo. Tres componentes que seguramente están presentes en nosotros mismos en este momento en dosis singularmente diferentes. Las referencias a estas cuestiones están por todos lados y no hay que decirlas siquiera porque son materia del propio evento clínico. No lo trascienden ni lo organizan, son su consistencia. Acabo de leer sobre Thomas, el paciente de J.C., antes de rasguñar estas líneas. Uso bien la palabra rasguñar porque la asociación del sueño de Thomas sobre la bola de tenis en relación a su padre me lastimó un poco y puso luz a cierta oscuridad matinal. Ayer fue el día del padre del que yo como Thomas también tuve que alejarme pocos días antes de que se muriese durante un viaje. Mi hermano está enfermo, lo visité ayer también y aproveché para dar un paseo por el barrio, lo que hacía tiempo que no hacía, y no sé si con este frío de 3 grados mañana voy a jugar al tenis; no  me quisiera enfermar justo antes de viajar a San Pablo. Como ven, un arrastre interminable de asociaciones neuróticamente porteñas. Entonces es bueno escuchar al final a estos colegas compañeros que en serio se meten con el proceso que convoca el tratamiento con la psicosis… Sí, no hay que retroceder ante la psicosis, hay que mezclarse.
Por último una cita y un relato breve antes de salir: “Todo lo que no invento es falso”. (Mantel de Barros en Memorias inventadas). Pablo. Llega Pablo, no lo conozco, lo convoqué después de sus numerosas llamadas telefónicas; bajo a abrirle. Lo veo desaliñado, un poco gordo. Transpirando me comenta ya en el ascensor que un chabón lo miraba en el colectivo sin cesar. Debe ser un pedófilo, me dice con su primera sonrisa. Respondo que él parece tener ya más de 20 años; pero bueno, pienso, el Vaticano en estos días entra por todas partes, activando las alarmas ante las desviaciones de todo tipo, propias y ajenas… Sí, los esquizos deliran, pero deliran con la historia. ¿Por qué querés entrar a un grupo?, le pregunto, mientras pienso lo difícil que va a ser incorporarlo a un grupo de neuróticos. Soy muy tímido con las chicas, nunca estuve con ninguna, dice. Atrevete, dudo. El tímido soy yo con esto de cuidar al grupo en su refugio neurótico en ese teatrito de las representaciones. La cita vuelve, otra vez: “Evitar la doble ignominia del erudito y del familiar”. Al final termino sosteniendo a un grupo que sea como uno: familiar, inteligente, churro, donde nos mostramos y nos pavoneamos con nuestros respectivos saberes y así transitamos un análisis sin riesgo. Bueno, me mando. Llamame la semana próxima que hablo con el grupo para que entres.

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