Chile: los ciegos que dejó la represión // Por Alejandra Carmona* y Ana Rodríguez** (Cosecha Roja)

/ Fotografías: Junior Vásquez***

Carlos Morán (37) fue por primera vez a manifestarse a Plaza Italia el 24 de octubre. Ya lo había hecho los días previos en su población, ubicada en el límite entre las comunas de Pedro Aguirre Cerda y Lo Espejo, en el sur de Santiago. Ese jueves, junto a su esposa, decidió sumarse al llamado a huelga general de trabajadores, que convocaba a reunirse en el lugar más central de Santiago.

Alrededor de las 19:30, cuando la represión de las Fuerzas Especiales de Carabineros no les permitió seguir resistiendo parados en Plaza Italia, Carlos y su esposa dieron la vuelta hacia el Parque Forestal. A los veinte minutos, dice Carlos, la cosa se complicó.

–No tuvieron perdón con la gente –recuerda.

Carlos encaró al carro lanzaaguas con una pancarta que decía “Por mis hijos, por los tuyos, por un Chile más justo”. Cuando quiso arrancar se dio vuelta y se dio cuenta de que estaban solos. A cinco metros de distancia, el carro lanzaaguas le disparó directo a la cara. También impactó a su esposa, que se revolcó por el suelo y se golpeó en la cabeza. Ambos quedaron semiinconscientes y fueron socorridos por otros manifestantes que estaban cerca. 

–El chorro es como un impacto, una revolcada tremenda. Es más que un puñetazo. Quizás como un piedrazo o un latigazo. Ahora siento todo el cuerpo adolorido, todo el lado derecho hasta la pierna. Estaba a cinco o seis metros de distancia de ellos, o sea el chorro fue a quemarropa. No fue ni siquiera para dispersar. Dispararon directo a la gente –narra Carlos.

Luego de ser socorridos por la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, FECH, quienes les dieron los primeros auxilios, Carlos, su esposa y una sobrina caminaron sorteando los cordones policiales hasta llegar a la Unidad de Trauma Ocular del Hospital Salvador, UTO, pero eran las 21 y ya estaba cerrado.

Carlos partió a un Servicio de Atención Primaria de Urgencia (SAPU), donde le inyectaron algo para los dolores y le revisaron el ojo. 

–Me pusieron anestesia, me echaron antibióticos y me dijeron que el ojo estaba complicado y que tenía que venir a oftalmología. Aquí estamos, con orden de atención ahora, a ver qué sucede. Esto pasó por reclamar algo, unas pocas de las tantas cosas que se están reclamando ahora –dice, sentado en la sala de espera de la UTO.

Carlos es electricista y lleva meses cesante. Mientras busca algo, está trabajando de Uber. Tener buena vista, dice, es fundamental en sus dos ocupaciones. Y se pregunta cómo va a tomar un cable electrizado si apenas ve.

–Ahora mismo me siento como súper embarao (torpe), no dimensiono las distancias con un ojo tapado. Para venir a esta consulta tuve que sacar el auto estacionado. Me tuve que bajar a mirar y todavía me quedaba un metro y medio de distancia. Ahí manejó mi sobrina –cuenta. 


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Carlos tiene dos hijos, de 17 y 9 años. Lucha por ellos y, quizás, dice, también exista todavía una oportunidad para él y su esposa de tener una mejor vida. Desde que comenzó todo, la tarde del viernes 18 de octubre, Carlos ha recorrido las calles aledañas a su casa en Pedro Aguirre Cerda en auto, agitando las cacerolas para animar a los vecinos. Participan con la familia en cacerolazos en las esquinas, con las mismas pancartas que llevó a Plaza Italia el día que fue agredido. Algunas veces ha subido al techo de su casa a protestar con su hijo de 17. Otras, cuando ya era de noche y el toque de queda los obligaba a mantenerse adentro, se paraba en el patio de su casa a agitar la bandera chilena mientras sentía el zumbido de los helicópteros como un enjambre de abejas.

–El helicóptero yo creo que andará a 30 metros de altura. Retumba en mi casa.

En su barrio ha habido bastante represión policial. Habitualmente es un lugar tranquilo: vive a doscientos metros de tres comisarías, una de ellas de Fuerzas Especiales. Pese a la cantidad de contingente policial en la zona, Carlos cuenta  que una noche, a la 1 de la madrugada, se incendió un supermercado mayorista que está a 50 metros de la comisaría de Fuerzas Especiales.

–Tengo un amigo que vive a la vuelta y tiene un video, dice ‘weon, nadie en la calle y esta hueá se está quemando’. Muy sospechoso.

Carlos es uno de los nombres que se suman a las decenas de personas que han quedado ciegas en los días más duros del estallido social en Chile. Hasta el 27 de octubre, sólo en el Hospital público del Salvador, en la Región Metropolitana, la Unidad de Trauma Ocular registraba 94 pacientes con trauma severo, 27 de ellos con estallido del ojo. 28 de ellos entraron con visión cero a la urgencia. En el país, el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) registró hasta el domingo 27 de octubre 126 personas con heridas oculares.

 
Hernán Rodriguez
Hernán Rodriguez
 

Pedro Aguirre Cerda es una de las zonas modestas de la Región Metropolitana. Ahí, según datos de 2015, la tasa de pobreza llegaba a 11%; mucho más que en las comunas más ricas de Chile, como Vitacura, donde el mismo indicador es igual a cero. Si bien las balas fueron repartidas en toda la Región Metropolitana por igual, los incendios de empresas o supermercados cobraron el mayor número de víctimas en las zonas más pobres como La Pintana o Renca. 

De esta última comuna es Carlos Alberto Puebla (45), quien está internado en la Posta Central, en Santiago. Su hijo Esteban dice que no quiere hablar. Que está tratando de lidiar con la ceguera que le dejó un perdigón que atravesó su delgado gorro de lona hasta reventarle el ojo izquierdo.

El viernes 25 de octubre estaba protestando en Plaza Italia, cerca de las cinco y media de la tarde, cuando sintió el golpe.

–No sé cómo va a seguir trabajando con fierros en la construcción, que era a lo que a él se dedicaba. Menos sé cómo se va a acostumbrar a vivir así, porque a él le tuvieron que sacar el ojo –cuenta Esteban.

Su caso, junto a otros cuatro, forma parte de las primeras acciones judiciales que deberá enfrentar el Estado de Chile por la gran cantidad de personas ciegas que dejó la policía. Paz Becerra, abogada de DD.HH que lleva adelante el recurso de Amparo, dice que la acusación en contra del Ministerio del Interior y Fuerzas Especiales de Carabineros surgió por la enorme cantidad de casos que se pesquisaron desde el comienzo de las protestas. “La mutilación está contemplada como un delito y en un contexto de represión por parte del Estado puede llegar a constituir un crimen de lesa humanidad”, dice. La abogada cuenta que hay decenas de casos más en otras regiones de Chile que aún no han sido contabilizados en los reportes finales.

El nombre de Camilo Cartagena Salazar (31) también figura en este recurso de amparo. El jueves 24 de octubre a las 4 de la tarde recibió tres impactos de perdigón: en el brazo, el estómago y arriba de su ojo derecho, cerca de la ceja. Camilo vio correr sangre por todo su cuerpo pero no sintió dolor. 


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Inmediatamente lo atendieron auxiliares de la Cruz Roja. Alrededor suyo quedaron tres o cuatro personas heridas.

Luego de esas primeras curaciones, Camilo partió caminando, herido, hasta Rodrigo de Araya –una calle ubicada a 5 kilómetros de Plaza Italia– porque estaba todo el transporte cortado. Una vez en su comuna, San Joaquín, se atendió en el SAPU y lo trasladaron en ambulancia al Barros Luco, uno de los hospitales públicos de la zona.

Camilo no tiene claro aún si los perdigones que recibió eran plásticos o metálicos. Tiene dos trabajos, como independiente y también en una empresa de retiro de asbestos. Ser independiente implica estar todos los días trabajando para generar dinero. Esta situación se lo ha impedido y siente que ha perdido mucho tiempo. Desde que recibió el impacto ha ido mejorando su visión, pero aún ve borroso.

 
Raúl Muñoz
Raúl Muñoz
 

–¡Una ambulancia! ¡Que traigan una ambulancia!

Raúl Fuentes Muñoz, 36 años, artista plástico, gásfiter y soldador, escuchaba que decenas de personas gritaban lo mismo: “¡Llamen a una ambulancia o a un doctor!”. A menos de dos kilómetros de La Moneda, la casa de Gobierno, mientras se retorcía de dolor, tendido en el suelo, Muñoz esperaba que todo lo que estaba viviendo fuera un sueño. Quería creer que no era él quién estaba tendido en La Alameda. No era él quien se había despedido hace pocos minutos de sus amigos para volver a su casa en Quinta Normal, en el poniente de la capital. No era él quien estaba ahí, intentando levantarse.

Ese miércoles 23 de octubre, cerca de las 14:30, una bomba lacrimógena le reventó el ojo. Él ni siquiera alcanzó a intentar esquivarla. 

–Sentí lo mismo que debe sentir alguien que recibe la patada de un caballo con furia, pero la herradura era la bomba. Sólo recuerdo que caí en ese mismo momento y sentí, inmediatamente, que me había quedado ciego.

Raúl habla desde la habitación de una clínica, en el sector oriente de la capital, donde se lo llevaron. Tiene el ojo morado y no puede abrirlo. Desde que llegó a la clínica, el miércoles que la bomba lo golpeó, tuvo una cirugía que duró dos horas y media para evitar que perdiera el globo y reconstruir los músculos del párpado que también se dañaron con la explosión. Su pareja, María José Ramírez, le pone gotas de Predforte cada dos horas. “Es un antibiótico para que el ojo no se convierta en una pasita”, explica María José, quien lo acompaña junto a los músicos de la banda Anarkia Tropical, donde Raúl, a quien todos llaman “punky mauri figurín”, hacía las máscaras.

–Lo más terrible es que la policía seguía disparando. La gente que me ayudó me tuvo que subir arrastrando al Cerro Santa Lucía para que los árboles detuvieran las balas o las bombas –dice.

Raúl perdió solo un ojo. Pero es como si hubiera quedado completamente ciego. Para él, el izquierdo era el “ojo bueno”. De niño nunca pudo ver a más de un metro con el derecho. Como al menos veía, su familia hizo lo que hacen muchas familias chilenas cuando una enfermedad no es invalidante: vivir así. Es común que en las poblaciones los vecinos hagan bingos, rifas y encuentros musicales para financiar enfermedades de alto costo. Incluso, cuando las cifras económicas han situado a Chile dentro de los países más pujantes de la región, en las zonas más modestas y de clase media, los bingos son considerados la única forma de financiar tratamientos como el cáncer. 

–Estaba protestando por un país mejor y terminé peor –dice.

Por ahora, Raúl consiguió que en los días que vienen lo cuide su hermana. Después no sabe cómo va a poner en marcha su vida de nuevo.

 
 

Hernán Rodríguez Jemenao (20) tampoco sabe cómo se va a levantar. El jueves 24 de octubre hubo una concentración en la estación de Metro Protectora de la Infancia, en Puente Alto, una de las más dañadas de la red. Como en la gran mayoría de las manifestaciones, todo comenzó de manera pacífica. Unas 500 personas, incluidos niños, jóvenes y ancianos batían sus cucharas de palo contra las ollas. 

Rodríguez estaba ahí cuando, pasadas las cinco de la tarde y de manera abrupta, comenzó la represión policial. Los carros lanzaaguas tiraban chorros para todos lados y el tumulto corrió hacia una esquina. Él también corrió, hasta que se encontró de frente con un efectivo de Fuerzas Especiales, quien le disparó dos veces.

–Cuando me iba a disparar me observó, sabía que yo estaba ahí y me disparó igual. Y no a los pies, directo a mi cara. No sé en qué estado estarán porque los veía así súper extraños, no humanos –recuerda Hernán.

Luego del primer disparo, Hernán cayó al suelo con heridas en los brazos y en su ojo derecho. Se dio vuelta sobre sí mismo para pedir ayuda a quienes estaban cerca, pero el efectivo le disparó otra vez, impactándole sobre la espalda y glúteos. Cuando llegó en ambulancia al centro asistencial, supo que tenía un perdigón en el ojo que había chocado contra su cráneo y se había roto en varios pedacitos. Hernán dice que el balín era plástico y que junto a él, ese día, cayeron otros varios heridos.

–Por suerte, porque si no, no la contaba dos veces. Perdí la consciencia, veía todo negro, pensé que había perdido el ojo. Agradezco que no haya sido así y agradezco no ser otro muerto más de este complot del Presidente. Están abusando mucho de la fuerza, están secuestrando y matando. La gente sólo exige los derechos que todos deben tener, como cualquier ser humano. Ya basta de que nos pisoteen. Han pisoteado mucho –dice.

La retina del ojo derecho de Hernán sufrió daños. Actualmente, tiene un 20 por ciento de visión en su ojo derecho. Hernán Rodríguez, que en el último año ha tenido trabajos esporádicos, dice que tratarse estas heridas es su prioridad. Luego quiere sacarse los perdigones que todavía tiene incrustados en su espalda y los brazos. No sabe si va a ver bien como antes, tiene incertidumbre porque hace malabares y de eso vive. No se arrepiente de haber salido a la calle:

–El mismo Presidente dijo que estamos en guerra. Pero qué guerra, si la gente está con banderas, pancartas, protestando por algo que es nuestro. Es fuerte lo que está pasando, pero hay que seguir la lucha.

***

Nunca antes en la historia de la salud visual de Chile había existido en tan pocos días la cantidad de personas que van a quedar ciegas en forma permanente de un ojo. Lo confirmó el vicepresidente nacional del colegio medico y oftalmólogo, Patricio Meza.

Para Enrique Morales, presidente del departamento de Derechos Humanos del Colegio Médico, lo más grave es que esto es provocado por agentes del Estado y avalado por las autoridades, quienes están de alguna manera haciéndose responsables de que más de cien personas hayan perdido su visión y decenas hayan quedado mutilados.

*Periodista chilena independiente. Docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.

**Periodista independiente, ex subeditora de The Clinic, docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.

***Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile. 

 
 
 
 

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