Como sustrato antiguo, rígido e inamovible, la colonialidad nos clasifica,
y dibuja horizontes únicos, universales, totalizadores.
Pero el poder de la repetición, como gotita de agua en la roca, erosiona, moldea y fractura.
La memoria de los cuerpos humanos, animales y vegetales, se cuela en cada intersticio donde se pueda desplegar la vida.
El horror y el despojo de siglos no solo subyuga,
también hace reconocer amistades, y elaborar estrategias de sobrevivencia y resistencia.
En Chile el Estado son los pacos,
balas en los ojos,
lacrimógena en los pulmones,
violaciones en las comisarías.
El Estado son los bancos,
garantía de impunidad empresarial.
Asesinatos, saqueos, robos y apropiaciones, que se perdonan al rico,
se exhiben con pedagogía aleccionadora ante el pobre.
Chile es cuerpo-tierra indómita,
explota como volcán,
se sacude como terremoto,
se emborracha y quiere borrar su tristeza,
cual tsunami borra ciudades costeras.
Chile es negación absoluta a cualquier política de representación.
Vota y desnuda a todos sus gobernantes.
Cuando sale a la calle, quema y saquea.
Cuando va a las urnas, escupe.
Odio visceral a los de arriba,
desconfianza absoluta a quienes se enuncian como vanguardia, cabeza de proceso,
o tienen el micrófono colgado al cuello como crucifijo.
Ridiculización a cualquier ficción grandilocuente.
No hay más verdad que la realidad material y concreta que habitan los cuerpos endeudados,
enfermos,
cansados,
explotados,
rabiosos de tanta exhibición de impunidad.
Cuerpos diestros en la economía de mercado y la auto empresarialidad,
expertos en la evasión al Estado y la mentira astuta ante la burocracia.
Cuerpos siempre dispuestos a la auto organización, callejera y asamblearia,
para organizar la olla común,
o garantizar colectivamente algún cuidado en medio de la catástrofe.
No hay futuro que encante dentro de los imaginarios impuestos desde ideologías quebradas.
Pero está presente siempre la ternura del encuentro,
la satisfacción en lo efímero,
la contentura de las zapatillas nuevas y la tele de 52 pulgadas,
el orgullo de conectarse ilegalmente a la empresa eléctrica y no pagar la micro,
el éxtasis de colarse sin pagar al concierto de Daddy Yankee,
la tranquilidad de llegar con la moneda para tener agua caliente en el invierno.
Chile es mestizo y destituyente, no cree en nadie ni en nada.
Solo hay cuerpos neoliberales haciendo implosionar las promesas de la democracia burguesa.
Intuye que su cara es de indio,
le gusta más como lo muestran las publicidades,
y habita ya cómodo su identidad ciudadano/cliente.
Chile saquea y quema, porque es espejo sucio y vengativo de la clase empresarial,
se emborracha y llora, porque no aguanta tanto dolor.
Chile sobrevive con estrategias invisibles a los ojos coloniales,
sabe que los animales son sus verdaderos amigos, tibieza y protección mutua.
Sabe que la reconstrucción de la ciudad es un negocio… sabe que todo es negocio.
Ante la descomposición, desborde y violencia.
Ante la mirada de desprecio, apropiación del insulto
para infundir miedo y desconcierto a la clase política.
Persevera la memoria espiritual de un pueblo
que ha vivido siempre en condiciones miserables y humillantes.
La memoria viene como impulso incontrolable,
la voz sale con vida propia,
y no se puede decir PACO, sin decir CULIAO
– ¡PACOS CULIAOS!
– ¡PACO PERKIN, DÉJATE DE DEFENDER WEONES!
La bandera chilena cobra significado dependiendo de la circunstancia:
hay bandera del APRUEBO saliendo de un ano travesti,
hay bandera negra,
hay bandera baleada.
La bandera es un trapo que sirve para cualquier cosa.
No hay político confiable,
solo tratados de libre comercio,
acuerdos a puertas cerradas,
complejo de superioridad y choreo.
A Chile lo pueden usar para experimentos sociológicos,
para vanidosas elucubraciones y teorías,
pero todo lo revienta.
Solo canciones, carteles anónimos y graffitis son su voz legítima.
Chistes homofóbicos, racistas y el robo hormiga le hacen reír.
Chile es transparente, como sus lágrimas,
de furiosas reacciones, como sus terremotos.
Siempre dispuesto a desilusionar a cualquier inocente
que deposite en él,
la soberbia de convertirlo en ejemplo.