Pasamos la Navidad entre una huelga general y otra. Más de la mitad de las ferrovías están bloqueadas, y los Metros otro tanto. Hasta ahora tres gigantescas jornadas de lucha han bloqueado literalmente Francia, y Paris en particular. El año pasado por estas fechas sólo estaban los chalecos amarillos haciendo alboroto. Después de un año, son muchos quienes se preguntan frente a estas enormes manifestaciones cuál ha sido el efecto de los chalecos amarillos en la masificación de las luchas sociales en Francia.
Se sabe que el tema del disenso hoy es el sistema jubilatorio. El gobierno quiere sustituir el sistema actual (de reparto) por un sistema a puntos, atribuyendo a esta operación un fin solidario, dado que, en su discurso, serían eliminadas las diferencias «corporativas» en los regímenes de pensiones. En los hechos, la reforma Macron es una típica reforma neoliberal, enfocada a individualizar el tratamiento jubilatorio y a subordinarlo a la gobernanza, es decir a la capacidad de controlar y eventualmente reducir el «salario diferido» (del Welfare y de las pensiones), a variables dependientes del desarrollo capitalista. Te imponen una máquina empresarial para explotarte incluso cuando has envejecido en la explotación. La guinda en esta torta navideña es el aumento de la edad jubilatoria de 60 a 64 años.
Se dice que el rechazo a esta reforma ha sido masivo. Pero la cosa más interesante de notar es que la huelga sobre las pensiones contiene muchos otros frentes de rechazo y lucha. Más allá del sector del transporte ferroviario y metropolitano, están empeñados en la lucha los y las docentes, los hospitales y el mundo de la investigación, es decir todos aquellos sectores, sobre todo en Francia, «públicos». Se puede entonces afirmar que estas huelgas y estas manifestaciones, esta resistencia que agita hasta el fondo la sociedad francesa, no son simplemente contra el nuevo modo de funcionamiento, sino contra la liquidación (de parte del Estado) de lo público.
Vieja batalla, se dirá. Y a la vez no. Es aquí que los chalecos amarillos han cualificado la lucha de un modo nuevo. Subrayando que la defensa de lo público, cuando se la hace contra el Estado, deviene afirmación de lo común.
Lo común es la forma de vida y la figura de contrapoder que los chalecos amarillos han introducido en Francia en la lucha de clases. Allí donde la protesta contra el costo de la vida, el rechazo a la redistribución de los ingresos por medio de la inequidad fiscal, la denuncia de la explotación y la exclusión vienen asumidos como objetivo de lucha con el fin de construir una forma de vida común, y se proponen como contrapoder respecto a la destrucción de «lo público» que las élites neoliberales persiguen. Proponiendo lo común como objetivo, los chalecos amarillos han constituido la fuerza de gravedad de este ciclo de luchas. Y hasta aquí, han caracterizado siempre más intensamente el desarrollo del movimiento, en sus formas así como en sus objetivos.
En cuanto a las formas, los chalecos amarillos han mostrado que la convergencia entre las luchas, además de masificar el movimiento debería producir (como dice un volante de los de Belville) «efectos de multiplicación, de divergencia y de exploración de manifestaciones salvajes». Es lo que ha acaecido en estas jornadas de lucha, en las cuales, al lado de las grandes manifestaciones, se han tomado miles de otras iniciativas, en los territorios, en las autopistas, en las escuelas y en todos lados. No podemos enumerarlas todas, pero van de los bloqueos de carreteras a la interrupción del suministro de energía eléctrica, de las huelgas salvajes en las grandes áreas logísticas al bloqueo de los puertos, etc.
Pero más importante aún es lo que ha sucedido en las marchas sindicales. En los años pasados, delante de cada marcha sindical, en las innumerables ocasiones de lucha de los trabajadores, se formaba una «cabeza» que podía andar entre los 500 y 5000 militantes. En contraste con aquellos quietos paseos sindicales, esta marcha ofrecía otra música. Hoy ella es absorbida por la gran manifestación, antes sindical, hoy marcha del común. Un común variopinto, diverso y colorido, sólido y fuerte, capaz de expresar formas de vida alternativas al neoliberalismo. Este es el efecto fundamental de un año de luchas de los chalecos amarillos -y no es un efecto de hegemonía (nada más lejano del estilo de los y las chalecos amarillos), sino un efecto de gravedad-.
Un último elemento de cuanto está aconteciendo aquí en Francia en los últimos días, sobre todo en la última manifestación del 17/12 (seguramente justo por el nuevo atractivo de masa producto de la nueva figura de la marcha), es que ha reaparecido una componente social, otras veces demasiado recalcitrante a los ceremoniales sindicales: el precariado cognitivo. Esta componente tiene una enorme consistencia pero también una radical dificultad para aceptar las liturgias. La recomposición de clase de esta componente no solo es importante sino necesaria: ella abre una nueva figura política de las luchas, un advenimiento difícil que ya la lucha sobre las pensiones de estas semanas nos pone delante. Tarea de estas luchas es injertar en el viejo pero siempre ágil cuerpo de los trabajadores y trabajadoras de los servicios urbanos, a estos reclutas de la cooperación cognitiva, multitudinaria y asalariada. Si este experimento prospera, de esta lucha contra el macronismo se podrá decir: «¡bien excavado viejo topo!”
Pero volvamos a nosotros. No hay señales de desmovilización en perspectiva. Se espera incluso un acrecentamiento de la lucha, con la participación directa de las poblaciones, de los sindicatos de los y las docentes y del personal hospitalario. La lucha continúa. Después de la semana navideña se retomará más fuerte y dura. ¿Sobre qué objetivos? El retiro del «proyecto de sistema» relativo a la jubilación, sí, pero también la desestabilización del bloque económico-político hoy en el poder.
Macron parece querer la «graduación Thatcher» a través de este conflicto, como en aquel que Thatcher ganó contra los mineros. Pero la situación es muy diferente. Aquí no hay un sector en lucha, sino una población (a pesar de la tremenda dificultad no solo con el transporte, el apoyo a la lucha no baja del 60 %). Una población, una sociedad de trabajadores y trabajadoras que parece siempre más capaz de oponer un altísimo grado de subjetivación y un deseo incontenible al rediseño macroniano del régimen capitalista. La lucha continúa, ¡Feliz Navidad!