Las conmemoraciones del Día de la Soberanía Nacional y el Día de la militancia. En el medio: el discurso de Cristina Fernández de Kirchner.
Después de la intervención de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) durante el 1º Foro Mundial de Pensamiento Crítico organizado por Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), parece no quedar dudas de que la actual senadora es la oradora más lúcida de la “clase política” argentina. Tampoco que, de no encabezar, seguro jugará un rol determinante en el conglomerado de fuerzas políticas que se unan para intentar bloquear el intento de la actual gestión neoliberal de Cambiemos de renovar por el voto popular su mandato al frente del país por cuatro años más. CFK habló en Buenos Aires a dos días de que se haya conmemorado el Día de la militancia y horas antes de una nueva conmemoración de la Batalla de Obligado. Militancia popular y soberanía nacional, entonces, como dos cuestiones a tener en cuenta a la hora de pensar aquel discurso, y también, los desafíos de cualquier proyecto transformador de la actualidad.
Hay algunas cuestiones del discurso de CFK en las que me quisiera detener para pensar estos dos ejes transversales de militancia popular y soberanía nacional. A saber:
Primero: los movimientos sociales y la historia reciente de la Argentina.
Segundo: la cuestión de la historicidad nacional e internacional más en general.
Tercero: el señalamiento del problema institucional en las democracias actuales.
Cuarto: su referencia a los tópicos de derecha/izquierda y la necesidad de disputar desde la categoría “pueblo” el tan mentado “la gente” del neoliberalismo.
Quinto y último: la identificación del neoliberalismo como enemigo de los pueblos.
La sociedad en movimiento
Cuando CFK dice que antes de su gobierno había “piqueteros” y que hoy existen “movimientos sociales” que son producto del kirchnerismo no hace más que repetir una típica operación de este espacio político (que muy en el fondo es también un viejo tópico peronista): antes de nosotros no había nada, o más bien, había infierno. Lo hemos dicho muchas veces ya, así que para no abundar recordar solamente que la asunción de Néstor Kirchner un 25 de mayo de 2003 haciendo referencia a mismo día pero 30 años antes, se saltea en el linaje su historicidad más reciente: la de la revuelta que llevó a 2001, no infierno sino suelo desde el cual pudo edificar una gestión progresista del ciclo. En ese borramiento de las genealogías desobedientes e insurrectas no sólo queda afuera el movimiento piquetero (que tuvo numerosas expresiones organizativas, extensión por todo el territorio nacional y una intensa labora política que se sostuvo durante los siete años previos a la asunción de su gobierno) sino incluso parte del movimiento de derechos humanos (HIJOS y sus escraches) y el movimiento de mujeres (que inició sus Encuentros Nacionales en los primeros años de posdictadura), sino también –por supuesto– el rol de la clase obrera más allá de sus burocracias sindicales (desde el sabotaje y las huelgas durante la última dictadura hasta los planteos programáticos de la CGT encabezada por Saúl Ubaldini en los años ochenta).
En el fondo lo que prima es una mirada estadocéntrica, que por más llamados al frentismo cívico que haga entiende la política del modo más tradicional: partidos/elecciones/gestión.
Sin nostalgia lírica
Juan José Hernández Arregui supo escribir que no nos dirigíamos a los “muertos insepultos” por “nostalgia lírica” sino porque en ellos encontrábamos el eslabón roto, el nervio desgarrado de la historia nacional.
Más allá de lo dicho en el apartado anterior sobre la historia más reciente de nuestro país, no puede dejar de destacarse la importancia que CFK otorga a la historia a la hora de fundamentar su posición actual. Y en este caso, no sólo la historia nacional sino internacional.
Si bien en más de una oportunidad hemos subrayado esta función obturadora del “memorialismo” de cara a elaborar nuevos cuestionamiento radicales al capitalismo contemporáneo, no deja de ser un dato a destacar la importancia que tiene para las generaciones más jóvenes el hecho de que una referente de su envergadura tenga la capacidad de construir un relato en el que los hitos históricos más importantes desde la revolución francesa de 1789 hasta acá estén presentes. Sobre todo si se tiene en cuenta la pobreza teórica, la pereza intelectual de quienes suelen hablar en actos y en televisión.
Los modos en que interpreta los acontecimientos e incluso el recorte de la historia que hace no es motivo para no reconocer la importancia que ese juego entre actualidad y legado tiene para el pensamiento crítico y las militancias que pujan por un cambio. De allí que la construcción de una genealogía insurgente se nos presente como desafío para fortalecer una imaginación histórica que pueda pivotear sobre el ciclo libertario europeo (la revolución francesa, las barricadas parisinas de 1848 y la comuna de 1871), el proceso independentista y rebelde nuestraamericano (de la independencia haitiana a la revolución mexicana; de la revolución cubana a la sandinista) y las luchas socialistas y las desobediencias del siglo XX en latitudes diversas (de la revolución rusa a Mayo del 68; de la independencia argelina al otoño caliente italiano; de la República Española a la Revolución china y vietnamita; de la lucha independentista vasca a la intifada palestina), sin dejar de subrayar las fechas y figuras emblemáticas de la historia nacional (de San Martín, Moreno y Juana Azurduy a Felipe Varela; de Simón Radowitzsky a Norma Arrostito; de Eva Perón a Mario Roberto Santucho; de Alicia Euguren a Agustín Tosco; de John William Cooke a Rodolfo Walsh; de Agustín Ramírez a Darío Santillán…).
La fuerza brutal de la antipatria
CFK se refirió en su discurso en Clacso a un tema fundamental para la actualidad y el porvenir de los procesos de cambio que puedan emprenderse: el de las democracias o, más precisamente, el de las instituciones democráticas.
Como en tantos otros temas, llama la atención que Cristina se refiera a algunas cuestiones de la actualidad del modo en que lo hace: como si no fueran sus propios gobiernos los que controlaron el Estado durante doce años, algo inédito en la historia argentina, teniendo en cuenta que nunca el peronismo (hasta el gobierno neoliberal de Menem) pudo terminar sus mandatos.
Mas allá de eso, es pertinente el señalamiento, ya que ninguno de los procesos Latinoamericanos que aún se sostienen pujando por no ceder a la ofensiva conservadora mundial (Venezuela y Bolivia) realizaron profundas modificaciones institucionales. Tanto Evo Morales como Hugo Chávez Frías entendieron de entrada que había que gestar una nueva institucionalidad si de verdad se quería avanzar en alguna perspectiva de cambio.
Por supuesto que no se trata de “regalar” el concepto de democracia a los apologistas de la inmutablidad, pero sí de dar cuenta de lo restringido de estos dispositivos parlamentarios que hoy “representan” las vidas de los pueblos (cuando de lo que se trata es de que el pueblo esté presente en las grandes decisiones). Ya lo decía Evita: “ a la fuerza brutal d ella anti-patria, opondremos la fuerza popular organizada” (entendida como “democracia autoritaria de masas”, incluso antes de que exista una tendencia revolucionaria del peronismo, la década peronista supo revalidar en elecciones una dinámica que excedía por completo el funcionamiento liberal de la institucionalidad burguesa).
La disputa por imponer otra mirada acerca de la democracia se tornará fundamental para cualquier transición hacia otro tipo de dinámica de organización social en el siglo XXI.
Desde abajo y a la izquierda
En consonancia con ciertos planteos realizados por Podemos en el Estado Español, también el kirchnerismo viene abogando en Argentina por un desdibujamiento de los modos tradicionales de entender y nombrar a los potenciales sujetos del cambio. En Clacso CFK dijo que los términos “izquierda y derecha” dividen al pueblo, que es el término desde el que habría que entender la construcción de un Frente cívico y patriótico. El mote de “Ciudadano” desde el que el kirchnerismo intervino en las últimas elecciones y el modo en que su líder política hizo campaña (tomando “casos” individuales para dar cuenta de conjuntos sociales), en conexión con los modos de entender los “derechos” durante toda la “década ganada” (derechos ciudadanos que son individuales y no conquistas sociales colectivas), dan cuenta de un modo neoliberal de entender la batalla anti-neoliberal.
Por supuesto que, tal como señaló Carlos Olmedo (comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias) en su debate con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en 1971, el marxismo no es una “bandera política universal” sino una teoría revolucionaria que puede servir como instrumento de análisis y comprensión de una realidad histórico-concreta. Y es importante entender que una cosa son los conceptos y otra los nombres y las identidades desde las que se construye una organización, frente o movimiento. Pero ya que se trataba de foro de pensamiento crítico, la reducción del concepto izquierda al de pueblo resulta por demás difusa, sobre todo teniendo en cuenta la multiplicidad de miradas que se han construido en torno a “lo popular”.
La hidra en acción
Por último, quisiera referirme a esta identificación del neoliberalismo como enemigo último de los pueblos que suele realizar el progresismo de la región.
Si bien es presentado como un debate menor puesto la envergadura del enemigo que se tiene enfrente, resulta pertinente recordar y subrayar que el neoliberalismo (o lo que se denomina como “gobiernos neoliberales”) no es más que un modo del capitalismo, sistema que es el que genera explotación, dominación y opresión.
Por supuesto que frente a los 140 millones de dólares con los que la gestión Cambiemos endeudó a la Argentina el planteo de la soberanía nacional cobra relevancia, y que frente a las políticas de ajuste y represión el garantismo (en términos de defensa de los derechos humanos) y las perspectivas reparadoras (en lo social) se presentan como la contra-cara de la ofensiva conservadora atroz, pero sería bueno no olvidar que no es con cancelaciones de deudas fraudulentas que se defenderá la soberanía, ni con confianza en buenos gobernantes que se edificará el necesario poder popular que podrá permitir obtener más y mejores conquistas para las y los de abajo.
Si de conmemoraciones se trata (17 y 20 de noviembre), cabe poner de relieve que ha sido siempre con participación popular activa que se ha defendido la soberanía nacional (no estaría de más, en este sentido, recuperar los planteos de consulta popular respecto al pago de la deuda externa, por ejemplo), y que ha sido con militancia movilizada, organizada y consciente que se ha defendido la soberanía popular.
Más allá de las candidaturas y los conglomerados capaces de sacar del gobierno a quienes actualmente gestionan el Estado (cuestión que a estas alturas ya nadie con un poco de sensatez puede dudar que es una tarea de primer orden), de lo que se trata es construir, desde abajo, el programa popular que se pretenda imponer, defender y profundizar para el futuro próximo de la Argentina, gobierne quien gobierne.