Anarquía Coronada

Category archive

Sin categoría - page 57

Clinämen: La derrota antes vital que (macro)política

Conversamos con el Colectivo Juguetes Perdidos, autores del libro “¿Quién lleva la gorra?”. Volver la mirada a los modos de vida leer los resultados electorales a partir de una cartografía de nuevos barrios. Vida mula, seguridad y consumo. La vagancia como interrupción. El fondo precario sobre el que armamos nuestras vidas. Las promesas de felicidad. 

Clásicos, populistas y postmodernos: breve comentario a Jorge Alemán

Pedro Yagüe y Diego Sztulwark


Jorge Alemán discute en su reciente artículo (“Neoliberalismo, experiencias populares e izquierdas”) con dos caricaturas que él mismo construye: la izquierda clásica y la izquierda posmoderna. Ambas, afirma el Consejero cultural de la embajada Argentina en España, critican las experiencias populares latinoamericanas sin advertir las transformaciones estructurales que estos procesos llevaron a cabo. El tipo de discusión que Alemán plantea en su artículo nos habla menos de las izquierdas con las que pretende discutir que de su propia necesidad de caricaturizarlas para así refutar fácilmente objeciones simplistas que nadie realizó.


Alemán señala que la izquierda argentina se regocija en la comodidad de dos críticas falaces a los procesos latinoamericanos: 1) la incapacidad de salir del modelo extractivista, 2) la producción indeseada de una “clase media consumista”. La falacia de estas críticas radica, según el propio autor, en no advertir la imposibilidad de los gobiernos latinoamericanos de jugar en un terreno diferente al que la agenda neoliberal les impuso. Esta agenda neoliberal aparecería entonces como el punto de partida de cualquier política transformadora. Es desde los pliegues de su poder que las experiencias populistas logran, según él, intervenir políticamente con eficacia. El problema es que el neoliberalismo pareciera tener la agenda bastante cargada y hará falta contar con algo más que con fe y esperanza para desarticular su renovado ímpetu gerencial-securitista.
Dos oraciones después de relativizar los efectos subjetivos del consumo Alemán sostiene que la subjetividad neoliberal “provoca en la propia vida íntima una relación bloqueada casi en su totalidad con todo intento de transformación, que no coincida con una mera “gestión”. ¿Puede esperarse que una sociedad en la que la inclusión fue planteada desde el consumo no desee ahora una buena gestión? ¿No era ése el atributo principal de Randazzo, quien, según el ala progresista del FPV, era el representante más adecuado al “modelo”? Consumo y gestión aparecen hoy como dos caras de una misma moneda.
El modelo neoextractivista permaneció intacto durante estos años. Las permanentes luchas que lo enfrentaron no pudieron entrar nunca en la agenda oficial. Más bien lo contrario. Por lo que suena a mala fe invocar aquí razones de imposibilidad estructural para modificar este rasgo salvaje del modo de acumulación mientras que en otros ámbitos se acude con razón a la voluntad política como fuerza capaz de problematizar todo aquello que el neoliberalismo naturaliza. Y no nos referimos sólo al problema asociado a la fuga de dinero por parte de las grandes empresas (fuga que la legislación financiera vigente posibilita), sino también el impacto ambiental y su fuerte influencia en la salud y los modos de vida de la población.
Desde lo que llama la “Izquierda clásica” podría recordársele a Alemán que los trabajadores de Cresta Roja pelean en este mismo momento para que cinco mil familias no queden en las calles. Ellos participan, a pesar de Alemán, de eso que no vemos cómo denominar sino “clase obrera”. Y dado que la “Izquierda postmoderna” es la que ha identificado el campo político con el de la producción de subjetividad, no sería ocioso preguntarle desde allí a Alemán cuál es el aporte especifico de la izquierda “lacaniana” o “populista” a esta noción productiva de la política más allá de insistir con la ecuación prototípica de: Estado = Orden Simbólico = Clase Media intelectual. Ecuación que se ha mostrado insuficiente a la hora de desplazar la batalla cultural del terreno de las ideas a la de los afectos, como puede leerse en la coyuntura actual. ¿No se equivoca Alemán en buscar culpas afuera en lugar de ayudar a pensar los límites de los razonamientos de estos últimos años, sin los cuales será difícil asumir el desafío político actual representado por el macrismo?
Alemán tiene razón al sostener que si las experiencias populares fueran inoperantes entonces no se entendería por qué “tanto empeño en las oligarquías financieras nacionales e internacionales en pagar cualquier precio por arruinar a esos proyectos y contratar a todo tipo de mercenarios mediáticos para destruirlos”. Pero este modo de preguntar se vuelve retórico porque no permite formular el interrogante del momento: ¿qué es lo que no funcionó durante estos años en el modo de concebir el protagonismo popular? La izquierda llamada clásica podría recordarle a nuestro autor que durante este “largo” proceso el sector financiero nacional e internacional fue uno de los principales beneficiarios económicos y jurídicos. Y lo que él llama izquierda postmoderna tal vez podría ayudarlo a señalar los límites de una concepción de la inclusión incapaz de trastocar jerarquías (las rémoras de colonialismo interno en el propio proceso de inclusión), de alterar el fondo de la precariedad social, de denunciar el accionar de las fuerzas represivas en los barrios pobres y de repensar un modelo de consumo por fuera de la propia subjetividad neoliberal. 
Más que inventar izquierdas caricaturales funcionales al proceso de culpabilización por la derrota electoral del FpV, mejor haríamos todos en comprender qué es lo que pasó para que del proceso latinoamericano de los gobiernos llamados progresistas surgiera una coyuntura tan oscura como la actual (que no podemos adjudicar sólo a los enemigos del proceso sin pensar a fondo el modo de concentración de la decisión política de los propios gobiernos). Más que inventar caricaturas a las que rebatir, mejor haríamos en imaginar juntos cómo superar los límites teóricos y prácticos que todos quienes participamos de estos procesos evidenciamos.

El kirchnerismo y su continuación radical, nutriente fundamental

Diego Valeriano

El kirchnerismo y su continuación radical fueron nutriente fundamental de las vidas runflas. Las hicieron virtuosas, prepotentes, autodestructivas; enemigas a veces, aliadas siempre. Por supuesto que los negros y las rochas siempre estuvieron ahí, pero en estos últimos años y en complicidad con el buen gobierno saltaron a la escena. Se volvieron visibles, se hicieron poderosas; el capitalismo runfla de tan vital echó raíz y se paró de manos con el otro capitalismo.

Post 2001 la sobrevivencia la encabezó la runfla y con el envión siguió nomás. El círculo de guita, informalidad, consumo se apropió de los territorios y mutó formas de vida, formas de relacionarse, pirámides sociales y construyó nuevas formas de resistencia.

Un saqueo, la toma de una comisaria, la quema de la casa del violador, el corte de la ruta 4 porque la policía mató a un asesino son protagonizados por negros y rochas casi a diario. La autoridad se mostró débil frente a esas resistencias y el buen gobierno lo entendió.

No cabe dudas que este nuevo gobierno ya rompió la alianza con las vidas runflas, es estético, es ético e ideológico. Las odian, les temen. No quieren negros indómitos con guita viva en los bolsillos comprando lo que quieren. No quieren nuevos dueños.

Mientras abundan análisis coyunturales y supra estructurales mi pregunta pasa por la resistencia de las vidas runflas ¿podrán resistir sin el buen gobierno de aliado? ¿Podrán mantener la pelea lo suficiente para que la fiesta no se termine?

Ni los locos, ni los pibes, ni las vidas runflas tienen voz política. A los dos primeros se los terciaria. Lo que viene no está nada bien, pero igual no hay que perder las ganas. Tal vez todo se vuelva más desordenado, incómodo y hostil (ojala). La fiesta y el consumo liberan ¿Resisten? Y hay que estar preparado. Necesitamos de todos, necesitamos estar atentos y si es necesario convocar a la Banda del Nafta súper; vidas runflas si las hay.

Fragmentos de la presentación en La Tribu de «Conversaciones Ante la Máquina»

Fragmentos de la presentación en La Tribu del libro «Conversaciones Ante la Máquina: para salir del consenso desarrollista». Una selección de 21 entrevistas realizadas con activistas y pensadores de todo el mundo en la columna Clinamen del programa La Mar en Coche. Voces en orden de aparición: Sebastián Scolnik, Bruno Nápoli, Alejandro Horowicz, Neka Jara, Alberto Spagnolo, Colectivo Juguetes Perdidos y Christian Ferrer. Las canciones en orden de aparición pertenecen a Fede Cabral y Luis Alberto Spinetta.

Contextos de frontera

Diego Valeriano


Las mayores explosiones de inteligencia, innovación y resistencia se dan en contextos de frontera. La plaza de Cristina es interesante, pero insuficiente, vacía de alguna manera. Sin la violencia, necesidad, consumo y deseo de las vidas runflas, de los pibes, las rochas y las extranjeras voraces todo va a transcurrir en un anodino camino hasta el 2017.

Conquistar una espontaneidad, advierte Maccia, es buscar lo más difícil. Y un amigo de éste nos avisaba que es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa. Espontaneidad y arbitrariedad son valores de subsistencia en los contextos de frontera.

No sé cuál es antónimo de frontera, tendría que ser la palabra política y de fronterizo, militante. Todos creemos estar buscando generar transformaciones cuando en realidad no es así. Nuestra práctica nos lleva a un callejón sin salida de la comodidad intelectual.

Hay una consistencia y una temperatura propia de los contextos de frontera: barro y calor. También hay un ambiente de lo más promiscuo. La fiesta y el consumo de las vidas runflas se combinan y construyen una fuerza de resistencia concreta, en un espacio delimitado, en un lapso breve y con resultados siempre provisorios.

En la periferia las categorías políticas no dicen nada. Las tácticas oportunistas se aceleran, la fiesta es regla y el consumo organiza el día a día.

Hoy salí a correr temprano y en el pancho 69 que esta camino a Merlo Gómez, cuatro amanecidos rodeaban un patrullero cantando la marcha peronista. El más gordo, llevaba el ritmo golpeando el techo. Seguí corriendo con la certeza y alegría de que había comenzado la resistencia.

Clinâmen: ¿Dónde está la intensidad?: Militancia, subjetividad y progresismo

Conversamos con Silvio Lang, director escénico dedicado a la investigación teórica, la enseñanza y colaboraciones artísticas en danza contemporánea, performance y teatro. La escena del macrismo. La política espiritualista y la puesta en riesgo de los cuerpos. Las mujeres sumisas al poder. La conversión de la subjetividad. ¡Que no haya arte!

El enemigo de Macri.

Diego Valeriano




Los militantes no saben estar al acecho, están demasiados ensimismados en la propia como para estarlo. Esto les impide ser el enemigo de esta restauración careta que se está llevando adelante.

Sabemos que quien no está al acecho, no está haciendo ninguna. El cristinismo placero y sus picnics temáticos no son el real enemigo del macrismo, seguramente  desde las filas del PRO  observan con buenos ojos como de manera ordenada se juntan, veneran a Barone, no dejan basura en el parque y después postean selfies con los ídolos de ocasión. Esperan que vuelva algo que paso.

El troskismo combativo tampoco puede serlo, anda medio desorientado. En los últimos años se viralizo al calor de los grandes medios. Un corte de medio carril en Carapacahay y el delegado de la comisión interna estaba media hora hablando con Nelson Castro. Ahora nada. Así de ingratos son los grandes medios. Esperan que vuelva algo que creyeron que tiene que pasar.

Estar al acecho no es lo mismo que buscar, es otra cosa. Es una cualidad sensible a que pase algo, las cualidades se aprenden con el cuerpo: roces, olores, texturas, propiedades sensoriales, viveza, cálculo y regateo. Estar al acecho no es esperar, no es esperanza o utopía. Es la predisposición corporal a la batalla. Por eso no hay dudas que los reales enemigos de Macri son las vidas runflas. Porque no esperan nada, porque no buscan, pero tienen el estado de ánimo predispuesto,  los poros alerta, el pico caliente, la esquina fácil. El rumor de un saqueo, un patrullero atrevido, las cuotas que se acortan, la guita que no alcanza para el asado son signos del mundo que hacen ponerse en guardia y enfocar al real enemigo.

Es una actitud, un modo batalla difícil de alcanzar. Cualidades difíciles de aprender en la vida cotidiana y real de la política. Ellos están dispuestos a que pase, tal vez ni lo sepan, pero lo están. Las vidas runflas son las únicas capaces de ganarle a la restauración en ciernes. Y son las únicas que tal vez nos hagan tener una idea un poquito más interesante para no vivir repitiendo clichés militantes. 

León Rozitchner y Ricardo Piglia. «Los muchachos se entretienen»



Tremendo lujo de Lobo! 
León Rozitchner y Ricardo Piglia hablan de lecturas, malos entendidos y espiritismo filosófico.
Acompaña Diego Sztulwark

«La Calle judía» Conversaciones con León Rozitchner

«Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa»

Conversaciones de Diego Sztulwark con León Rozitchner


10. «Nada de Sagrado» Conversaciones con León Rozitchner

Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa.
Conversaciones de Diego Sztulwark con León Rozitchner 

«Pertenencia Terrenal» Conversaciones con León Rozitchner

Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa.
Conversaciones de Diego Sztulwark con León Rozitchner

Víctimas, runflas y empoderados. Diego Valeriano

Los familiares de Cromañon o los de la masacre de Once no pararon, ni van a parar. No tienen nada que perder. Apenas les queda su cuerpo y seguro no les importa. Las victimas persiguen y consiguen, son a fuerza de tenacidad el único sujeto político de los últimos tiempos. Son imbatibles, incansables e inabarcables.
Las vidas runflas siguen afirmando sus derechos de sociedades segmentarias contra el orden de los centros. Son cuerpos nómades que se niegan a sedentarizan  su fiesta y el consumo. Llegan después de largos viajes, ocupan, disputan, se quedan mientras no los puedan echar. Y casi nunca pueden.
Los empoderados por ahora son ordenados, como con memoria floja. Llegan y se vuelven. Les tira la comodidad del hogar. Algo moral los arroja a las plazas, pero algo del cuerpo los vuelva a casa.
Macri con tres DNU desmantelo todo un andamiaje simbólico; tiro a la mierda la ley de Medios, el Afsca, el Centro Cultural Kirchner, dejo sin laburo a 10.000 personas y varias cosas más. El mismo Macri un par de años atrás quiso borrar de los alrededores de la estación de Once a los runflas que ocupan todo y venden lo inimaginable. En este caso el saldo fue negativo para la restauración. Las vidas runflas resistieron, pusieron el cuerpo y se enfrentaron con quienes les vinieron a quitar sus derechos adquiridos. Gases, inspectores huyendo por Jujuy, piedrazos, doñas descompensadas llorando en los medios, muchos detenidos y dos patrulleros quemados fueron el saldo de la batalla.
Víctimas y vidas runflas saben de combates, saben de poner el cuerpo, saben de derrotas pero principalmente saben que retroceder es perder. Tal vez los empoderados deban soltar algunos lastres y aprender de los impulsos vitales de esas vidas. 

«Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa» Conversaciones de Diego Sztulwark con León Rozitchner

1.     «El bricoleur» 
sus años de estudio en Francia, su acceso a los conceptos y su trato con los libros /

2.      «Cuba»

/ su paso por Cuba, la mirada retrospectiva de la obra de una larga vida y el misterio de una coherencia /

3.    

«Combatir para comprender»/ el cristianismo y la necesidad de refutar la obra de otros para comprender la propia /


4.     

«¿Se puede seguir siendo judío?»/¿se puede ser judío y de izquierda? /

5.       «La calle judía»

/ su infancia, la búsqueda de un origen que está disperso en todas partes /

Sabes por qué se juntan en las plazas los empoderados? Diego Valeriano

¿Sabes por qué se juntan en las plazas los “empoderados”? Porque están angustiados. Por la simple y pura exposición al mundo, por la incertidumbre que sienten y la zozobra que les genera.  Esta angustia está atada al descubrimiento del fin de la voluntad y pasión política. A la pérdida de una comodidad. Al hallazgo que no son seres colectivos e individuales, es decir, no son núcleos de verdad histórica: sitios de elaboración y verificación de lo histórico y por lo tanto, campos de disputa de poder y política.
La ciudad de punta a punta siempre tiene algo de desprovisto, algo de indeterminado, de descontrolado y de sorpresivo, es un contexto vital y mutante que jamás se domina. Juntarse sirve para catalizar la angustia, pero casi, casi para nada más.
El miedo es otra cosa, el miedo es un estado de alerta, una vitalidad elemental que no tiene forma pero es el origen de los modos de resistencia. Las vidas runflas no están angustiadas, pero saben de miedos. Poseen un vitalismo al que se llega luego de la destrucción de las buenas formas de vida.
El miedo es la tecla que prende el modo batalla. Las tácticas oportunistas se aceleran, el cuerpo puede y el cálculo (después del tamiz lógico) enfoca al enemigo.
La angustia está relacionada con una desorientación respecto al mundo, obnubila el pensamiento, construye clichés. El miedo, en cambio, construye pensadores. Al igual que los pibes y los locos, las vidas runflas solo pueden confiarse a su vitalismo pensante. A la permanente creatividad de subsistencia. Estar al acecho es pensar mucho más allá de las ideas preconcebidas, perdón, de las ideas.
La permanente transformación de las periferias, el enfrentamiento con lo aleatorio sin más red que el propio cuerpo y la liberación que produce la fiesta y el consumo constituyo vidas runflas pensantes, vitales, promiscuas; la restauración careta con sus miedos los va a hacer enemigos. Mientras tanto los angustiados cada vez saldrán menos de sus casas, hasta llevar a la política al peor lugar de todos: la vida cotidiana. 

Resistencia. (Sólo en Berlin, Hans Fallada) Por Diego Sztulwark

La fuerza de conmoción es la que mejor transmite qué es la resistencia: «Sólo en Berlin», de Hans Fallada (embolsillo, Madrid 2011; traducción de Rosa Pilar Blanco), 612 páginas extraordinarias desde todo punto de vista. Una pareja de obreros en lucha concreta, arriesgada, existencial y anónima contra la maquinaria del Tercer Reich; en la Berlin de los años `40`-42.
Fallada es más que un novelista: retoma esa historia perdida de los archivos de la Gestapo y la transforma en una fuente infinita y emotiva de inspiración.
 Luego de leer la carta un espeso silencio se apoderó de ellos. Los Quangel -una pareja algo mayor de trabajadores adherentes al nazismo sin ser parte del partido- acababan de enterarse de la muerte de su hijo caído en la guerra. En el silencio que no los abandonará por varios días se incuba una transformación de alcance inesperado. Otto, el marido, comienza a escribir la primera de sus cartas: “Madre: El Führer ha matado a mi hijo…”. En ese instante Anna comprende que “con esa primera frase él ha declarado una guerra eterna”, “guerra entre ellos dos, unos pobres, pequeños insignificantes trabajadores que con una palabra podían ser  borrados para siempre, y al otro lado el Führer, el Partido, con su enorme aparato de poder y su esplendor y tres cuartas partes, incluso cuatro quintas partes del pueblo alemán detrás” (168).
 Al leer esa primera carta finalizada Anna piensa para sí: “La primera postal de esa guerra tiene su origen en el hijo caído”. Es la primera formulación de algo que se ha transformado para siempre: “un día detuvieron a su hijo, el Führer lo ha asesinado y ahora escriben postales”.
 Hans Fallada (Rudolf Ditzen; 1893-1947) había rechazado un primer encargo de sus amigos de la recién creada Liga Cultural para la Renovación Democrática de Alemania. Fundad en 1945, la Liga había tenido acceso a los legajos de la Gestapo y proponía al escritor que escribiera una novela sobre la historia del matrimonio Otto y Elise Hampel (luego los Quangel). Para convencerlo, en una segunda entrevista, se le “subrayó la singularidad del caso, que no se trataba de una actuación derivada de un compromiso político consciente, sino de la voluntad individual de dos personas corrientes de vida retirada”. Es lo que cuenta Almut Giesecke en su epílogo. Sólo así Fallada aceptó.
Y escribió un primer artículo (incluido en la edición): “Sobre la oposición, que si existió, de los alemanes al terror de Hitler”. Allí narra el acceso de Fallada a los archivos-Hampel, y se nos cuenta la historia completa, ya en camino a convertirse en una monumental novela, que necesariamente altera datos y modifica circunstancias, buscando la mayor fidelidad posible al espíritu de los Hampel y confiando plenamente “en que su lucha, su sufrimiento, su muerte, no haya sido en vano”.   
 Los Quangel escribían sus postales preferentemente los domingos y luego las dejaban en las escaleras de algún edificio de la ciudad. “Inundaremos Berlin de postales”, dice Otto a Anna: “entorpeceremos el funcionamiento de las máquinas, derribaremos al Führer, pondremos fin a la guerra…”.
El viejo Quangel, jefe de taller de una gran fábrica de carpintería, bien lo sabe, será siempre para sus jefes y para los 80 trabajadores de la planta “el viejo y estúpido, un hombre poseído por el trabajo y una sucia avaricia. Pero en su cabeza alberga ideas que no tienen ninguno de ellos. Todos ellos se morirían de miedo si los asaltaran semejantes pensamientos. Pero él, el viejo Quangel, los tiene. Está ahí engañándolos a todos”.
 Y cuanto más cartas y postales escribían, y distribuían (en edificios habitados por médicos y abogados, para garantizar que sus pacillos sean más poblados), más se daban cuenta de cómo cambiaban sus percepciones, sus ideas, por ejemplo en relación con la persecución de los judíos que siempre habían aprobado: “pues, como la mayoría de los alemanes los Quangel, en su fuero interno no eran amigos de los judíos” y estaban de acuerdo con las medidas que contra ellos se tomaban, y sin embargo ahora que “se habían convertido en enemigos del Führer esas cosas adquirían un aspecto y una relevancia completamente diferentes.  Les demostraba la mendacidad del partido y sus dirigentes”.
 Más de una vez pensaron en cómo sería cuando ya no se ocupasen de escribir sus cartas. ¿Que harían entonces?. “¿Después? –inquiró él, porque de pronto, tras la victoria al fin conquistada, los dos vieron ante si… una vida completamente vacía. –Bueno –contestó la mujer-, ya encontraremos algo por lo que merezca la pena luchar. A los mejor algo público y notorio, sin tanto peligro. –Peligro –repitió Quangel-, siempre hay, Anna, pues de lo contrario no sería lucha. A veces sé que ellos no podrán atraparme, pero después me paso horas y horas tumbado, cavilando dónde hay peligro, qué es lo que quizás he pasado por alto. Cavilo, pero no encuentro nada. Y sin embargo el peligro acecha en alguna parte, lo huelo. ¿Qué podemos haber olvidado Anna?. –Nada –contestó ella-. Nada. Si eres cuidadoso al repartir las postales… El sacudió la cabeza malhumorado. –No, Anna –dijo-, no me refiero a eso. El peligro no acecha en la escalera, ni al escribir. El peligro está en un lugar diferente que no puedo precisas. De pronto nos despertaremos y sabremos que siempre ha estad ahí, pero no lo hemos visto. Y entonces será demasiado tarde”.
 Los Quangel creían equivocadamente que sus cartas circulaban por Berlin. Ignoraban que casi todas eran inmediatamente trasladas por sus aterrados lectores a la Geheine Staatspolizei, conodai como la Gestapo.
 Le sucedía a los Quangel “como a todo el mundo: creían en su esperanza”.
 Tiempo después, interrogado por sus captores, Otto Quangel no logra responder satisfactoriamente a sus inquisidores: ¿cómo pensaban derrotar, sólo Anna y él, al aparato de Führer?: “usted no lo entenderá nunca”, decía Otto –ya enterado de que sus cartas no habían circulado ampliamente-, “da igual que sólo luche uno o diez mil; cuando alguien se da cuenta de que tiene luchar, lucha, sea sólo o acompañado. Yo tenía que luchar, y siempre volvería a hacerlo. Sólo que de un modo distinto, completamente diferente”.
 Sobre el sentido de sus actos conversará Otto, desesperado y ya sobre el final de su vida, con el profesor Reichhardt, director de orquesta arrojado a los mismos calabozos de la Gestapo, por no asimilarse al estado de cosas. Juntos esperan la sentencia de muerte. Otto jamás había entrado en contacto con la alta cultura y el profesor le ha enseñado a jugar al ajedrez mientras aguardan su hora. Otto escucha el punto de vista del profesor: “¿quién sabe? Al menos usted se opuso al mal. Usted no se volvió malo. Usted y yo y los muchos que hay en esta casa y los innumerables de las otras prisiones y las decenas de miles ingresados en campos   de concentración… todos ellos resisten todavía, hoy, mañana…”
 Ni mejores ni peores, ciertas resistencias son lo que son a partir de ser inevitables. Incluso, tal vez, involuntarias. En la tapa los editores creyeron conveniente agregar la siguiente nota de primo Levi: «El libro más importante jamás escrito sobre la resistencia alemana».

De Foucault a Marx, el hilo rojo de la crítica // Julián Mónaco, Alejandro Pisera y Diego Sztulwark



I. Los modos de la crítica en medio de la gubernamentalidad neoliberal
El lenguaje de la crítica se ha vuelto moralizante y sus operaciones suponen una idea simple del poder (como negación, como esencia, como atributo) y de la resistencia (como libertad, como sabotaje) siempre polares. Ese lenguaje se torna impotente para problematizar situaciones cuya trama es ambivalente (Virno[2]); gobernada por un régimen de la excepcionalidad permanente (Benjamin[3], Agamben[4]); cargada de posibles (Simondon[5], Lazzarato[6]).
Tales los rasgos de un nuevo tipo de conflicto social (IIEP[7]), caracterizado por innumerables tensiones de carácter biopolítico (Foucault[8]), por cuanto las fronteras entre los pares vida/política, juego de fuerzas/normatividad, poder/resistencia, formas de vida/lucha –corpus conceptual que durante mucho tiempo organizó esa crítica–, se han vuelto porosas y promiscuas[9]. Para comprender lo social, revestido de una opacidad estratégica (en gran medida producto de la extensión y complejización del mundo de las finanzas y de la producción de renta) se requiere, en consecuencia, de nuevas formas de la crítica.
La investigación política no trabaja en el aire, sino a partir de las condiciones concretas en que se (re)determina la vida en común. De allí, el pensamiento extrae los elementos de la crítica. El combate del pensamiento no se despliega como aplicación del saber teórico acumulado sino como reflexión sobre lo que aún no se sabe, en la no-familiaridad implícita en el devenir concreto de toda situación histórica.
La renovación de la crítica (para no agotarse en la denuncia) necesita de nuevas fuerzas y no solamente de la certeza subjetiva de tener razón: la verdad es efecto de las prácticas y no de una coherencia abstractamente razonada.
Ir de Foucault a Marx supone asumir la crítica del primero al marxismo (y al mismo  Marx), pero también, y sobre todo, valorar la capacidad del último Foucault para retomar aspectos importantes de la crítica de la economía política. No nos es indiferente el hecho de que intentando construir su noción inconclusa de biopolítica Foucault haya pensado con una radicalidad inigualable la cuestión del neoliberalismo.
En este texto no vamos a meternos con la discusión contemporánea de la biopolítica (intentamos no pronunciarnos en torno a lo que este debate tiene de moda académica, es decir de perecedero y banal). Sí, en cambio, vamos a tratar de tomar en serio la secuencia que va del surgimiento de la economía política y del liberalismo (frente al cual Marx alcanza la madurez del proyecto de su crítica) a la aparición del neoliberalismo como algo más que una mera política económica o una ideología pasajera de las élites de los años 90. En ese punto, intentaremos desentrañar cómo Foucault, siguiendo a Marx sin decirlo abiertamente, intenta renovar las premisas metodológicas de la crítica.
La crítica en Foucault y en Marx (dentro y contra)
Hay una vía posible de comunicación entre las críticas puestas en juego por Marx y por Foucault, aún si este último era reacio a ese término. Recordemos que, para Marx, ni las relaciones jurídicas ni las políticas pueden ser explicadas por sí mismas. Ni pueden explicarse, tampoco, por el desarrollo general del espíritu humano. Desde el comienzo, la operación crítica de Marx consiste en desnudar la pretendida “autonomía” de las “formas” por parte de la religión, del Derecho, de lo político, del Estado y finalmente de la economía política. Todas ellas, a su turno, se pretenden autofundantes y ofrecen una representación mediada por trascendencias de lo humano genérico. Marx acabará por llamar fetichismo al modo de imponerse de esta autonomía de las formas –lo “suprasensible” – sobre lo sensible del trabajo humano en la mercancía. La operación crítica consistirá siempre en reenviar la apariencia de universalidad que envuelve a estas “formas” a sus presupuestos histórico-concretos, es decir, en aterrizar las representaciones ideales en los procesos reales. De allí la singularidad de la crítica en Marx como crítica práctica.
La crítica se forja en Marx en polémica con Bruno Bauer, pero sobre todo con Hegel, y apunta a superar la representación del Estado, de la política y del Derecho (como luego ocurrirá con la economía) como el autodespliegue de una universalidad espiritual a partir de unos propios principios racionales que adoptarían vías específicas de realización en la historia, por detrás y a través de los sujetos particulares.
El corazón de la crítica que Marx elabora a partir de los años 1843-44 apunta al “misticismo lógico” de Hegel: la idea de que los sujetos no se constituyen sino a partir de un rodeo, una mediación trascendente que los determina en sus rasgos sociales, racionales y morales. El problema con esa mediación es que su “lógica” no refiere a un funcionamiento histórico-inmanente, abierto en su fundamento mismo, sino a una realidad organizada de espaldas a sus presupuestos (la universalidad política da la espalda a la realidad de los particularismos que pueblan la sociedad civil y reina la propiedad privada). Tal es su misticismo, una supervivencia secular de lo teológico-político que se concreta en instancias históricas (leyes e instituciones) del Estado, cuya verdad hay que buscar en la sociedad civil burguesa. Estas son las primeras tesis del Marx comunista, antes de emprender la crítica de la economía del capital.
La crítica en Marx busca sustituir lo universal (pensado al nivel del Estado o de la economía) por las dinámicas y tensiones que orientan la producción histórico-concreta de las sociedades. Ni la ciencia del estado, ni la de la economía política (mistificaciones deshistorizantes) permiten comprender la constitución de lo social.
Es que la economía política aparece como la respuesta natural y última a los problemas que la crítica plantea a la política, el hecho de presentarse como causa interna y principio determinante del todo social: esencia espontánea de lo social y verdad material del Estado. No hay operación crítica posible si no se parte de poner en crisis la prescripción económica como condición de posibilidad para las prácticas humanas. Es exactamente en este punto que madura en Marx la crítica de la economía política, cuyo objeto son esas leyes económicas que realizan plenamente la inmanentización de la trascendencia y nos entregan la percepción de un orden inapelable regido por el juego de intereses entre las diferentes categorías –clases- que componen la sociedad.
Marx penetra en esta apariencia de totalidad social para mostrar que las categorías de la ciencia de la economía política constituyen el punto último de penetración de las formas trascendentes en las relaciones humanas: para descifrar el secreto del fetichismo de la mercancía es preciso comprender cómo se da la yuxtaposición de lo supra-sensible sobre lo sensible mismo. La crítica de la economía política cumple, así, una doble tarea: por un lado, desmonta la narración –la maquinación– economicista (y su perfecto complemento politicista) que naturaliza como descripción científica lo que no es sino un conjunto de consignas de mando; por el otro, señala que estas categorías están atravesadas por un antagonismo, unas resistencias y un deseo de libertad.
¿No sucede algo parecido en Foucault? En su caja de herramientas el investigador foucaultiano  lleva los elementos de la crítica de los universales, aún si lapalabra, en su acepción marxiana, desaparece de su obra. Hay una profunda ironía en las relaciones explícitas de Foucault con Marx, enfrentado como estaba con el Partido Comunista Francés. El propio Foucault se ha divertido volcando párrafos de Marx sin comillas a la espera burlona de que los marxistas lo descalifiquen por no citar al padre del Materialismo Histórico. A pesar del énfasis que liga la crítica foucaultiana con Kant (inscribir el problema estudiado en sus condiciones de posibilidad), vale la pena considerar sus lazos con la crítica practica de Marx.
La crítica de los universales (el Estado, lo jurídico, lo político, lo económico) consiste en declarar que ellos no explican nada sino que son ellos mismos los que deben ser explicados. Como grandes conjuntos que implican relaciones requieren de una investigación sobre su constitución. En el lenguaje de Foucault no tiene tanto peso la crítica práctica aunque hacia el final de su obra desarrolle cada vez más el concepto de “problematización”, próximo en muchos sentidos.
La preocupación del propio Foucault por la locura o la sexualidad lo llevó a interrogar la naturaleza de estos objetos en sí mismos inexistentes y ante los que cabe preguntarse cómo es que se constituyen en cada coyuntura histórica: ¿cuál es su genealogía, es decir, las fuerzas, procesos y dinámicas que convergen para que se produzca el efecto que sólo erróneamente se coloca como fuente de explicación de lo que acontece?
Lo mismo en relación con el Estado. Su constitución material no se explica por los principios formales de la ciencia política o de la historia del Estado. Para entender lo que es el Estado en cada período hay que analizar procesos heterogéneos, incluso moleculares, series de acontecimientos de todo tipo que convergen o se integran en determinadas estructuras y procesos. No se trata de historizar un concepto (como si fuera una esencia que sufre cambios a lo largo de la historia), sino de dilucidar cómo se constituyen efectivamente los grandes conjuntos sociales y, en especial, a qué tipo de problemas dan solución.
Claro que los estudios de Foucault sobre las relaciones de poder recusa la separación de estructura y super-estructura en Marx. Las tecnologías de poder son radicalmente inmanentes a lo social. Sólo que este desacuerdo tiene más sentido contra el marxismo que contra Marx mismo: ¿o acaso es posible creer que en Marx se pueda pensar la relación de la máquina con la industria o del colonialismo y la acumulación originaria sin suponer la operación de relaciones de poder en la constitución misma de lo económico y de la producción? ¿Puede investigarse ese “conjunto de operaciones a través de los cuales los hombres producen su vida” por fuera de las relaciones de poder que allí se traman?
Hay, a nivel metodológico, una primera zona de aproximación entre Foucault y Marx: el Estado, los universales, los fetiches, las grandes instancias de referencia legal y moral no pueden ser explicadas por sí mismas (o por el modo en que se auto-manifiestan) y la crítica reenvía siempre a ciertas condiciones históricas, a tensiones y conflictos en el nivel de las prácticas y de las fuerzas que conforman lo real de la situación o del problema a pensar. El sujeto es efecto de unas condiciones no elegidas (estructura, historia, dispositivo) y a la vez es deseo y libertad condicionadas por su relación de resistencia y lucha en y contra esas condiciones mismas que lo condicionan. En Foucault, como en Marx, hay un rechazo a pensar en términos de los avatares de una racionalidad (Marx la rechaza en Hegel; Foucault en la Escuela de Frankfurt y particularmente en Habermas) a favor de las múltiples racionalidades –subjetivaciones– que se juegan en la conflictividad histórica.
A diferencia de quienes plantean el problema de la emancipación ligada a una historia de la razón, tanto en Foucault como en Marx el problema de la subjetivación se da siempre en torno a una escisión entre lo subjetivo y lo no subjetivo (se es sujeto resistiendo los efectos de unos dispositivos concretos; sobreponiéndose a unas condiciones determinadas no elegidas[10]); contiene una dimensión involuntaria (la subjetivación remite a una composición estratégica en torno a un campo de posibles) y remite a una pluralidad de racionalizaciones (dado que no hay solución predeterminada o natural, sino múltiple estrategias de problematización).
Como decía Spinoza en el apéndice de la Ética I: el hombre se cree libre porque sabe lo que quiere, pero no lo es porque no sabe por qué quiere lo que quiere. El problema de la liberación está planteado menos en el nivel de la conciencia de los sujetos y más en la capacidad de problematizar los agenciamientos en los cuales se quiere lo que se quiere y se cree lo que se cree.
Foucault: el neoliberalismo como forma de gobierno
Leídos durante los años 2013 y 2014 desde Buenos Aires, en una coyuntura en la cual lo sudamericano recobra preeminencia a la hora de plantear problemas, los cursos Seguridad, territorio, población y El nacimiento de la biopolítica invitan a reabrir la comprensión que tenemos del neoliberalismo, tomando la crítica europea –de Foucault a Marx– como archivo vivo: ¿en qué sentido el neoliberalismo sobrevive a las mutaciones sociales y políticas de la última década como verdad de los actuales mecanismos de gobierno de lo social? 

Partimos del hecho de que el neoliberalismo se ha revelado como algo más profundo y capilar que una mera política (Consenso de Washington), una ideología dominante (un discurso de las élites nacionales y globales), o una receta económica (ajuste y privatización). En tanto estrategia de dominación política racionaliza determinadas relaciones de fuerza, crea procedimientos de mando y da nacimiento a un nuevo campo de obediencia en el que, paradojalmente, se pone en juego la noción de libertad y de cuidado de sí[11]. El neoliberalismo resulta de este modo inseparable de una política de la verdad que hace inteligible lo social por la vía de la competencia y de las regularidades del mercado (la construcción de más y más mercados) así como por la vía de la proliferación de una infraestructura financiera que se trama en los diversos estratos sociales y, por tanto, pasa a formar parte de las diversas estrategias (conductas y contraconductas) de diversos actores sociales[12].
El neoliberalismo forma parte de la cuestión del gobierno de las conductas de los otros (y de uno mismo). Una cuestión más amplia que la del estado. La gubernamentalidad neoliberal no se explica con la imagen de la dominación “desde arriba”, como si de una dictadura militar se tratase. En el mismo sentido en que se dice que las relaciones de poder se renuevan a partir de procedimientos y tecnologías inmanentes a las relaciones sociales, el neoliberalismo promueve un tipo de gobierno fundado en la horizontalización de las verticalidades y en la socialización proliferante de las jerarquías. Y de este modo el mundo es dominado por un esfuerzo tendiente a convertir toda la agencia social en emprendeduría, exaltación ontológica de las virtudes espirituales de la empresa[13]subsumiendo al mundo del trabajo y orientando la vida, la salud y la medicina[14].
Tal y como afirma Verónica Gago, la situación sudamericana se define por una extraña coyuntura en la que el dato principal no es tanto la voluntad de varios de sus gobiernos de impulsar la inclusión social en base a políticas neodesarrollistas o neoextractivas –variantes políticas que surgen de una exitosa inserción en el mercado mundial– como la convergencia entre la consolidación y la extensión de las condiciones neoliberales (que por un lado conllevan una renegociación constante entre lo formal y lo informal, y entre lo legal y lo ilegal determinada por la exigencia de optimización en base a procesos de valorización) y  la vitalidad de unos conatus, de una pragmática plebeya (feria; crédito popular; empresarialidad de masas) que da curso a una economía popular que no se deja reducir al ideal de la empresa en la medida en que la mezcla de elementos familiares, de género y comunitarios introduce tensiones que el ideal empresarial no acaba de totalizar. La actual exaltación del consumo –Valeriano[15], Gago– se complejiza en la medida en que reúne en sí (y ya no podemos simplificarlo sólo en su dimensión de “alienación”) la complejidad de estas tendencias opuestas (apropiación plebeya y renovación de las categorías de la economía política, comenzando por la extensión del crédito y la deuda al mundo popular).
Aun si puede rastrearse la historia a partir de la cual los neoliberales difundieron su estrategia al mundo occidental, sus efectos se han objetivado de tal modo que, como explican en una reciente entrevista Laval y Dardot[16], su capacidad de regular los intercambios sociales, de estrategizar el campo social y volverse autoevidente persiste incluso cuando y donde como ideología ha sido completamente derrotada, deslegitimada.
De allí que no se resuelva el problema del neoliberalismo desmontando su discurso. Menos aun moralizándolo Foucault permite justamente plantear nuevos interrogantes y vías de investigación (pensar nuevas formas de la crítica): ¿cuál es la fuente de normatividad neoliberal? ¿Cómo combatir una política que es de inmediato modo de vida? Con el neoliberalismo la vida misma se entreteje, bis a bis, con las categorías de la postmoderna economía política (la deuda, la extracción, el consumo, la moneda, el crédito). Dice Lazzarato, lo extra-económico mismo (la subjetividad, la moral, los proyectos, el tiempo) se desenvuelve a partir de la razón económica..[17]

La gubernamentalidad neoliberal –que es también la gubernamentalidad del estado mismo– refiere entonces a múltiples mecanismos, acuerdos y dispositivos (jurídicos, comunicacionales, monetarios, de representación política, etc.)[18] tendientes a orientar –producir saberes, valores y regulaciones– las prácticas sociales a un ideal de optimización por la vía de la producción de renta para los actores sociales.
La perspectiva de Foucault –la problematización– consiste en la acción del pensamiento que surge no de una natural voluntad de pensar, sino de la presencia de signos pululantes de indeterminación de ciertos aspectos de la realidad del  mundo que hasta el momento creíamos estables. Siguiendo a Nietzsche, pensar es activar una voluntad en torno a una interpretación que se descubre insuficiente o adversaria y descubrir que no hay hechos sino interpretaciones. No hay positividades, sino por efecto del encuentro de fuerzas.
¿Se da hoy fuente alguna de problematización que no sea la que el propio neoliberalismo se pone a sí mismo para seguir desplegándose? Por ahora sólo podemos agregar lo siguiente: en el terreno social, la problematización deviene inseparable de la emergencia de contraconductas (y hay que retener que las contraconductas no adquieren su rasgo problematizador a partir de una voluntad estética o nostálgica sino de sus prácticas efectivas al interior de dispositivos concretos, cuyas líneas –de visibilidad, de enunciación, de poder y de deseo– alteran, cortándolas, continuándolas más allá, plegándolas sobre sí[19]).
Para el caso de las sociedades gubernamentalizadas –“neoliberales”, de “seguridad” (Foucault) o de “control” (Deleuze)–, las contraconductas se organizan dentro y contra de los dispositivos de las finanzas (la deuda y el crédito); de la representación política; de la seguridad y de la mass-mediatización[20]. La crítica práctica o contraconducta se propone como desafío. Pero un desafío que no se reduce en la discusión de táctica política. Pues como afirma Santiago López Petit[21], el capital se ha hecho uno con la realidad. Y por tanto es la realidad la que se ha vuelto impotente. Ya no es ella quien nos provee de un exterior para la crítica. La renovación del proyecto de la crítica práctica, de la problematización a la altura de la realidad global que se impone requiere de desplazar (violentar, fugar de) la realidad misma.
II.    Pastorado y gubernamentalidad
Seguridad, Territorio, Población
Cuando intentamos valernos de los conceptos que heredamos de la filosofía política para entender nuestro presente, nos enfrentamos a un desajuste entre las nociones que eternizan una imagen soberana del estado y una realidad en la que el poder político circula a través de un complejo entramado de dispositivos. Michel Foucault describió ese pasaje de la soberanía a la gubernamentalidad hasta llegar al neoliberalismo, en el que la trama de poder se subjetiva de modo indirecto actuando sobre el medio (ese espacio sobre el que interactúan los individuos) antes que sobre las personas mismas. No se trata de que el neoliberalismo minimice al estado: más bien lo gubernamentaliza.
Una comprensión del estado y de la sociedad en términos de gubernamentalidad conlleva un replanteo de la imagen que la filosofía política difunde de un poder soberano del estado como resultante de un pacto social. A diferencia de la simplificación habitual que lo presenta como un pesimista de la naturaleza negativa –Homo  homini lupus est–, Thomas Hobbes veía en el hombre un ser de capaz de artificio. El animal que crea ficciones es el que más se parece a Dios creador, pues es el que puede crearse una naturaleza y un cuerpo colectivo: el Leviatán. Sólo que el hombre que pacta y que fabrica artificios no es un hombre pre-social y desnudo, pura potencia de invención, sino el hombre sometido a los poderes religiosos.
Se trata, entonces, con Foucault, de volver a contar la historia que va de la soberanía a la gubernamentalidad flexible del neoliberalismo, pero esta vez tomando en cuenta esta otra trama de poderes que subtienden a la filosofía política y que conciernen a la historia de la gubernamentalidad religiosa de Occidente.
Una vez que nos decidimos a abandonar la idea del Estado como si de una esencia inmutable se tratase (y este es, como hemos visto, un presupuesto metodológico fundamental de Foucault) captamos lo estatal como un conjunto variable de secuencias de integración de procesos plurales y heterogéneos que no funcionan en el vacío, sino al interior de una vasta voluntad de gobierno del alma y de las conductas que no siempre se expresa de modo directo en el estado. 
Foucault se ocupa de esta idea de “gobierno” que obsesionó a Occidente de un modo particular, y seguramente es su reflexión sobre el pastorado cristiano la que más penetración alcanzó en este sentido.  Pero a la hora de plantear la disyunción entre soberanía de estado y gobierno de las almas y de las conductas, Foucault se interesó en la crítica que los jesuitas realizan a Maquiavelo. En efecto, la literatura anti-maquiavélica del siglo XVI se constituye en contrapunto con El Príncipe, en tanto se ocupa de formular el problema del gobierno de los hombres a partir de un nuevo campo de problemas (el de la población) y de nuevos mecanismos de saber y de poder (que a la larga devendrán en economía política).
En El príncipe, según la literatura anti-maquiavélica que Foucault cita ampliamente, se propone al poder político como aptitud para obtener y conservar un territorio. La soberanía, por tanto, es concebida como lazo trascendente príncipe-principado, un vínculo de apropiación que toma a la población como un dato natural, una propiedad más del territorio. El principado, en tanto que posesión del Príncipe, no se llega a plantear la cuestión del gobierno de las poblaciones, sino que se detiene en el arte de las astucias para derrotar a los rivales en la competencia por la apropiación. No es, desde luego, que no se perciba a la población. Pero no se la considera como un factor específico de creación de riquezas ni se perciben los mecanismos inmanentes de regulación que harían de ella una fuerza productiva. Sobre todo, no se toma en cuenta que, por debajo del príncipe, hay jefes capilares: padres de familia y líderes de órdenes religiosas capaces de modular la actividad de la población. El poder soberano gobierna por la ley y no se interesa por coordinar productivamente esa red población-territorio-riqueza que comienza a conceptualizarse durante el siglo XVII.
La literatura anti-maquiavélica, refutando a Maquiavelo, plantea la existencia de una realidad poblacional capaz de una productividad que permanece opaca para una visión restringida al problema de la propiedad territorial. La inspección de este nuevo objeto, la población, conjunto de singularidades que se determinan en relaciones recíprocas, llevan al descubrimiento de “la sociedad” y, junto con ella, al problema de su gobierno. Estos problemas nuevos, que demandan saberes nuevos –de la estadística a la sociología– desembocarán en la economía, a partir de la preocupación por conocer las reglas que permiten comprender los asuntos vinculados con el enriquecimiento de los estados.     
El territorio, a la luz de la población, será cada vez más concebido como un medio. Y en el orden de lo que se entiende por soberanía surgirá a nivel del derecho el problema de los límites al poder del estado. El buen gobernante será aquel que sepa respetar, fijarse un límite. ¿Límite ante qué? Ante las regularidades virtuosas que parecen poseer las poblaciones, cierta proclividad natural que la sociedad posee para optimizar sus relaciones entre personas y cosas (territorios, recursos, hábitos, enunciados, riquezas, acontecimientos, etc.). La población, entendida por la nueva ciencia económica como conjunto de mercados, se vuelve fuente de verdad para el gobierno.
Para pensar esta población como pluralidad de interacciones, o sociedad civil, es imprescindible reparar en la “familia” como unidad de reproducción de personas, pero también de relaciones sociales. Y con ella toda una ciencia del deseo y la subjetividad que, con el tiempo, reparará en las cuestiones de la locura y la sexualidad. Al poder soberano, aquel que funda estados, parece escapársele este conjunto de procesos “moleculares” o “micropolíticos” que se encuentran, sin embargo, en el comienzo de la organización de los grandes conjuntos, sea el poder religioso o el estatal, sea el poder psiquiátrico o el de la prisión.
La gubernamentalización de la sociedad y del estado resulta inseparable del problema de la intensificación productiva de esta pluralidad poblacional largamente sometida a dispositivos de seguridad y estudiada por la ciencia de la economía.  No se trata con esto, para Foucault, de anunciar el fin del estado, sino de entender que el fundamento –los presupuestos- de su poder vienen dados por el desarrollo de larga duración de esta gubernamentalización de lo social.
Población, sociedad civil y economía constituyen, desde entonces, las grandes categorías del liberalismo, primero, y del neoliberalismo (que es una cosa diferente), después. Y en la medida en que gobernar lo social es, todavía hoy, ensamblar dispositivos aptos para la intensificación económica de una población, se comprende que el estado reciba de ese proceso la norma para sus acciones.
Cuestión de método
Esta enorme reflexión sobre la gubernamentalidad lleva a Foucault a formular, en el orden del método, tres desplazamientos.
El primer desplazamiento concierne al modo de pensar lo institucional. Lo que la gubernamentalidad enseña sobre el Estado –que es un integrador de procesos que le son exteriores– se extiende al pensamiento de cualquier institución: la lógica interna de la institucionalidad pone en juego un medio de exterioridad. Lo que sea una escuela, una radio o la policía no es asunto que pueda decidirse exclusivamente al interior de cada una de esas instituciones sin afrontar el medio exterior que tiende a constituirlas de un cierto modo. Para refrendarlo o para resistirlo y crear otras maneras, no se puede trazar una historia de las instituciones sin hacer una historia de ese orden de funcionamiento en que se inscriben. Este es el sentido de la declaración de Deleuze: “Foucault nunca fue un teórico del encierro”. Lo que hace Foucault no es describir prisiones y loqueros, sino analizar cómo, en un cierto período, una conjugación de fuerzas imprime una arquitectura panóptica a las instituciones de ciertas sociedades.
El segundo desplazamiento es el de la función, y refiere al hecho de que los medios de exterioridad prescriben procedimientos cuyo sentido puede ser contra-efectuado (para volver nuevamente a un comentario de Deleuze): el diagrama de funciones (asignar cuerpos según espacios; ritmos a las acciones de los cuerpos, etc.) sólo encuentra un sentido en el nivel de los estratos que se forman en las instituciones. Es en la institución que el diagrama de fuerzas se vuelve empírico (es allí que se ve, se siente). Y al mismo tiempo es a partir de estos estratos institucionales que el pensamiento puede comenzar su trabajo genealógico o problematizante, que consiste en elevarse al diagrama para contra-efectuar el juego de las fuerzas. A diferencia de lo que pasaba con los estructuralistas, en Foucault el pensamiento de las fuerzas es un medio de historización radical. Si las estructuras se definían por sus invariantes, los dispositivos lo hacen por sus líneas curvas de variación.
El último desplazamiento afecta al objeto. Al rechazar un objeto dado o yaciente (sea la delincuencia, la perversión, o la enfermedad mental) Foucault se plantea captar el movimiento por el cual estas figuras se constituyen en categorías discursivas como parte de una política de la verdad: ¿qué juego interpretativo es el que piensa una cierta multiplicidad en términos de delincuente, perverso, loco? ¿Es posible remontarse a la cuestión que está en juego en ese pensar para replantearla, y en complicidad con quienes padecen el poder de la prisión o de la psiquiatría crear nuevos discursos, hacer variar el modo en que vivimos nuestra relación con la violencia, el castigo, el cuerpo o la propiedad?
En resumen, la reflexión sobre la gubernamentalidad conlleva una valoración metodológica del medio -y del espacio- en el que se producen saberes y relaciones capaces tanto de resultar integrados –estatizados- como de conmover las estructuras de poder.
Pastorado.
Con el pastorado nace a Occidente una vía extraordinaria y trascendente que lo singulariza y que, en su desarrollo, entronca con el proceso de gubernamentalización que converge en el neoliberalismo. La historia del poder pastoral no coincide exactamente con la historia religiosa de las religiones. El pastorado no es una religión, no es un conjunto de creencias y doctrinas, sino un conjunto de técnicas de poder. Y es a ese nivel que hay que preguntarse por la producción de subjetividad. En este sentido se puede decir que el hombre cristiano no es fruto de “el cristianismo” como doctrina, exactamente en el mismo sentido que el hombre liberal es fruto de los principios de “el liberalismo”. Es en torno a determinadas técnicas de poder que se gobierna a los hombres y a las mujeres.
Foucault muestra el proceso epistemológico y político que “descubrió” a la población (anteriormente reducida a mera variable interna del territorio), y cómo el poder pastoral elabora y comanda dicho proceso. Por debajo de las cuestiones propiamente teológicas –esas en las que corre riesgo de perderse Agamben– el poder pastoral remite a una práctica (de la que los enunciados de la teología hacen parte) y a unos mecanismos novedosos y efectivos de subjetivación e individuación sin los cuales no reconoceríamos rasgos fundamentales del llamado “sujeto moderno”.
Existe entonces en Foucault la idea según la cual lo político moderno (la gubernamentalización de lo social, el neoliberalismo como estrategia de dominación) es inseparable de una suerte de preparación cristiana, sobre todo en lo que tiene que ver con la obediencia y con el cálculo. ¿Cómo se presenta esa continuidad por debajo de las grandes rupturas que dan origen a la época moderna? El pastorado despliega un campo general de obediencia (proponiendo la obediencia misma como valor) combinando, en la relación pastor-rebaño, el cálculo vinculado al premio y al castigo.
Así, si tomamos lo religioso a partir de la práctica real que su espíritu promueve (como proponía el jovencísimo Marx de La cuestión judía) veremos aparecer, parece decir Foucault, una economía funcionando en la cual la “ley” hace pasar las ansias de verdad y salvación. En lo fundamental, el modo de poder cristiano se constituye en un campo general de obediencia signado por la división entre pastor y sus ovejas (siendo, a su vez, el pastor, oveja para otro pastor). El pastor cuida el rebaño, pero se fija en cada oveja y evalúa para cada una de ellas méritos y deméritos, reguladores de la salvación (Omnes et Singulatim).
Observamos, entonces, en el pastorado como práctica de poder lo siguiente:
1. Que la salvación viene otorgada bajo la forma de una economía;
2. Que en esa economía de méritos y deméritos no se juega sólo el rebaño y cada oveja individual, sino que se desmultiplica al individuo en una serie de singularidades pre-individuales que son los “actos”;
3. Que el pastorado liga esa economía a la salvación por medio de la postulación generalizada del valor de la obediencia.
Por medio de esta descripción desespiritualizada, Foucault capta las premisas que anticipan el papel de la economía en la gubernamentalidad devenida neoliberal. A diferencia del poder soberano, el pastorado se difunde en un espacio de obediencia generalizado que a todos abarca y concierne y supone un lazo inmanente e individualizado al extremo, capaz de conocer y orientar las almas del rebaño.  Esta individualización no repara en el estatus de un individuo o su nacimiento, sino en la serie de sus actos. Cada uno merece según el modo en que interactúa y se recompone en función de esta racionalidad económica en que está de lleno involucrado.
El poder pastoral (como todo lo que ocurre a nivel de los dispositivos) opera a nivel de afectos, hábitos, y ensambles económicos complejos. Ya en el poder pastoral se da lo que Deleuze generalizará como rasgo fundamental de la sociedad de control: más que sujetos  hay flujos. No hay identidades previas. Y cada vez hay que hacer una analítica económica para saber de quién o de quiénes estamos hablando.
Más que un “yo” individual y posesivo, estos mecanismos definen un campo en el cual la trascendencia se inmanentiza en una red de servidumbres en donde la individuación se da vía sujeción. Es lo que Foucault observa en las prácticas de confesión, en las que se coloca al sujeto a decir/producir verdades sobre sí (como hoy lo hacen las encuestas de mercado, los sondeos de opinión, el psicoanálisis). Siempre hay un resto de nosotros por conocer y en ese conocer hay una vía de sujeción/subjetivación.
El pastorado cristiano es una forma enteramente económica de poder ligada a la “salvación” y a una política de la verdad. Verdad y Salvación no desaparecerán del todo en el neoliberalismo, sino que permanecerán implícitos en la exaltación del juego de la economía como competencia y empresarialidad. El campo de la obediencia generalizada se convertirá en apología de la libertad y el pastor se desdoblará en prácticas de autocontrol y en tecnologías de seguridad.
Epílogo: economía política
La gubernamentalidad, enseña Agamben, es una máquina de doble pinza. Una de esas pinzas es el Estado, heredero de la soberanía en sentido schmittiano; y la otra, capilar y sutil, es la economía política. “La economía política es la verdad o el corazón interno de la gubernamentalidad contemporánea”, dice Foucault, desplazando al polo soberano del centro de la escena, sin desconocerlo. Y es que cada vez más el corazón del dominio político toma la forma de la economía y se orienta menos a controlar el cuerpo individual de manera directa (prisión) y mucho más a un conjunto de técnicas que pueden regular las conductas (a través, por ejemplo, de la deuda).
La gubernamentalidad moderna, contemporánea, se basa en la generalización del cálculo económico a lo extra económico, obligando al gobierno político a bregar por la salud del mercado de transacciones: “si no pagás estás en problemas; pero si pagás, estás gobernado”. Pero para poder pagar hay que insertarse libremente en el campo de la obediencia: así de sereno es el rostro sin rostro de la gubernamentalidad neoliberal.
La crítica desmonta funcionamientos, desarma trascendencias. Al retomar estas formulaciones en las que Foucault rastrea la preparación de nuestra gubernamentalidad neoliberal en un largo-tiempo del occidente nos permite penetrar en el vínculo complejo entre capitalismo y religión. El hilo rojo se extiende hacia atrás, hacia Spinoza. Y llega a nosotros, planteándonos la pregunta por el papel de lo religioso, de lo teológico político en el enhebrado (el suplemento moral) de los dispositivos de la gubernamentalidad neoliberal.
III.   Prólogo al neoliberalismo
1.
En uno de sus habituales textos publicados en Página/12, Neoliberalismo y subjetividad”, el psicoanalista argentino Jorge Alemán se refirió a los cursos dictados por Foucault, en particular al Nacimiento de la biopolítica y a la conceptualización que allí se hace del neoliberalismo en tanto racionalidad de gobierno. El propósito del autor –fundador de lo que se denomina la “izquierda lacaniana”– es componer un cuadro de situación global según la cual la Europa neoliberal seguiría sometida a los dispositivos foucaultianos  de seguridad, mientras que en sudamérica, a partir de los gobiernos progresistas de buena parte de la región, se habría ingresado en una nueva fase (a la que el investigador brasileño Emir Sader suele llamar en diversas publicaciones “postneoliberal”).

Según Alemán, las conclusiones de Foucault resultan perfectamente vigentes para describir la situación europea: el neoliberalismo allí no actúa, dice, como una mera ideología de la retirada del Estado en favor del mercado sino que debe ser entendido como una construcción positiva, cuyo objetivo final parece ser la producción de un nuevo tipo de subjetividad: el empresario de sí. En sus palabras: “remarcando entonces el carácter constructivo del neoliberalismo y no sólo su faz destructiva, o insistiendo en el orden que se pretende hacer surgir a partir de sus destrucciones, se puede mostrar que las técnicas de gubernamentalidad propias del neoliberalismo tienen como propósito, en consonancia con la racionalidad que lo configura, producir, fabricar, un nuevo tipo de subjetividad. El empresario de sí, el sujeto neoliberal, vive permanentemente en relación con lo que lo excede, el rendimiento y la competencia ilimitada”.

Los discursos neoliberales que surgen a partir de la década del 40 en Alemania, dice Foucault, se caracterizan por una reformulación del problema del gobierno biopolítico y de la legitimación del estado a partir del mercado. El neoliberalismo encarnará efectivamente una verdadera práctica político-antropológica cuya política vital (vitalpolitik) tendrá como objetivo hacer que el tejido social completo adquiera la forma, la espesura y la dinámica propias de la empresa: la población será entonces reconocida en su capacidad de iniciativa y su aptitud emprendedora, ocupándose el estado de crear y reproducir las condiciones que permiten que la sociedad funcionen como un ensamble de mercados, según la competencia.

La principal diferencia entre el neoliberalismo contemporáneo (Foucault analiza la escuela alemana y la norteamericana, pero haríamos bien en leer de cerca el debate de los neoliberales del Perú de los años 80) y el liberalismo clásico es su teoría del Estado. Los neoliberales no creen en la libertad de mercado entendida como una naturalidad de las cosas que brota al ritmo que el estado deja de regular los intercambios sociales. Al contrario, ellos han aprendido la lección del artificio: la sociedad de competencia, que es para ellos también la de la libertad, sólo funciona bajo condiciones muy difíciles de lograr (dada la tendencia al monopolio, a las mafias, etc.). Se trata, por tanto, de construir una compleja maquinaria judicial, administrativa, política y policial que sea capaz de crear y sostener, a partir de una hiperactividad regulativa, las condiciones que promueven el ser social como subjetividad empresaria.

Así lo entiende Foucault en su repaso de la teoría neoliberal del “capital humano”, en la que se ilustra de manera asombrosa el método neoliberal consistente en extender el cálculo atribuido a la racionalidad del hombre a todas las esferas y acciones de la vida. Encargada de aniquilar toda la reflexión marxiana del trabajo, la explotación, y la rebelión colectiva, la tesis hiper-realista del capital humano enseña a concebir la propia vida y la de los demás como la administración empresarial de un stock inmaterial –no importa su magnitud– imputable a cada persona. La máxima racional que guía la vida de cada quien, en las circunstancias más diversas, es extraer renta (incluso una renta psíquica). Este esquema produce al sujeto en la exigencia de la gestión individual, y premia o castiga sus actos según la lógica de la inversión.

En los hechos esta teoría significa que todas las potencias de los vivientes adquieren un fin económico, bloquea toda representación de clase y de intereses colectivos y permite codificar toda conducta –desde la migración a la maternidad, desde la elección del barrio en el que vivir hasta las horas dedicadas a la socialidad– según la razón económica.

En esta sociedad del riesgo se hacen necesarias políticas sociales compensatorias que apuntan al individuo que no ha logrado administrar su capital vital con mínima eficacia. Las políticas públicas para “pobres” conllevan el ideal de restitucion de las capacidades empresariales, o bien tratan a los seres improductivos como seres inválidos para la vida social.

El neoliberalismo se difunde como modo de vida en el cual se impone la autogestión de tipo empresarial de las potencias y virtualidades del viviente. Cada quien administra su marca y se encarga de definir sus estrategias. Difundido como modo de ser de masas, el neoliberalismo se trama en un vitalismo estratégico de la población.

2.
Alemán ensaya en su texto una lectura de la coyuntura política global según la cual “esta racionalidad actualmente se ha adueñado de todo el tejido institucional de la llamada Unión Europea, en la consumación final de su estrategia de dominación (…) Latinoamérica es actualmente, en alguno de sus países, la primera contra-experiencia política con respecto al orden racional dominante en el siglo XXI. El neoliberalismo se extiende no sólo por los gobiernos, circula mundialmente a través de los dispositivos productores de subjetividad. Por ello a Latinoamérica le corresponde la responsabilidad universal de ser el lugar donde se pueda indagar todo aquello que en los seres hablantes mujeres y hombres no está dispuesto para alimentar la extensión ilimitada del sujeto neoliberal”.

América Latina como experimento postneoliberal es una fórmula que debe ser abierta a la luz de por lo menos cuatro tipos diferentes de preocupaciones:

(1) la producción retórica de los gobiernos llamados progresistas, un amplio abanico que va –según la diversidad de situaciones nacionales– de la producción de políticas públicas que apuntan a cuestionar dispositivos de la gubernamentalidad neoliberal, al apuntalamiento de un neoliberalismo –neodesarrollismo/neoextractivismo– con mayor intervención nacional-estatal;

(2) la necesidad de ciertos actores globales –de organismos internacionales al propio Estado Vaticano- de relegitimar su rol político en la crisis global y de dar cuenta de una nueva configuración geopolítica a partir de la emergencia de potencias asiáticas;

(3) la necesidad de los movimientos de lucha del sur de Europa de encontrar referentes en la región para su lucha contra las políticas de austeridad;

(4) el punto de vista de los movimientos sudamericanos que siguen intentando producir formas de vida y de coordinación política afirmando prácticas antagónicas a las que se promueven desde las grandes dinámicas de la valorización de capital.

Como se ve, el llamado postneoliberalismo adquiere entonces tonos y significados bien diferentes. En todo caso, las tensiones de la coyuntura sudamericana pasan en la actualidad por el choque entre las exigencias del tipo de inserción en el mercado mundial y la activación del mundo plebeyo. Tras la crisis de las políticas neoliberales puras de los años ’90, las “demandas” (como diría Laclau) populares se han ido incluyendo parcialmente en un ciclo de ampliación del consumo cuya condición de posibilidad es, efectivamente, el tipo de inserción que recién señalábamos.

El experimento sudamericano se caracteriza por una mayor porosidad entre Estado y sociedad, y por la generalización de una trama social activa y politizada que ha logrado conquistas importantes en diversas coyunturas. Sin embargo, no conviene simplificar el asunto, ni desconocer el carácter esencialmente ambivalente de estos procesos. Al mismo tiempo que una pluralidad de sujetos políticos cuestionan la hegemonía neoliberal, esta se reproduce a partir del dominio de las finanzas, del mando ejercido a nivel del mercado mundial, del ensamblaje mediático y tecnológico que apuntala lo que Ulrich Brand ha llamado un “modo de vida imperial”[2].

Y más profundamente aún es necesario comprender hasta que punto, como lo señala Verónica Gago, desde el nivel mismo de la reproducción social, las estrategias populares se han apropiado de estas condiciones neoliberales y han desarrollado una pragmática vitalista (un “neoliberalismo desde abajo”) en la que se traman modos familiares y comunitarios de gestionar conocimientos y cuidados de uno mismo y de los otros, introduciendo nuevas posibilidades estratégicas de la población a lo largo y a lo ancho del continente.

Así planteado, puede dar la impresión de que leemos en Foucault un triunfo absoluto del neoliberalismo. Pero no es así. Lo que sucede es que pensamos que en análisis muy difundidos del proceso sudamericano –de Alemán a Sader– se simplifica al cuadro de la gubernamentalidad oponiendo al polo Mercado, el polo Estado, como si de por sí el desarrollo del aparato del Estado fuese índice suficiente de una postneoliberalidad substancial. No estamos sólo criticando un punto de vista que cierra la imaginación política a la centralidad del Estado. Estamos más bien afirmando que este tipo de anti-neoliberalismo se orienta a una mayor sustentación estatal de la racionalidad neoliberal que, como hemos visto, es flexible y no se restringe a las políticas de ajuste y privatización.
En todo caso, quisiéramos afirmar que por postneoliberalismo entendemos lo contrario a una configuración nacional-estatal de izquierda cerrada sobre sí misma y negociando en desventaja su lugar en el mercado mundial. Imaginamos, en cambio, una estatalidad cada vez más abierta, tanto en su porosidad respecto de lo social, como a nivel regional, como único modo de fortalecer otros modos de pensar, de imaginar la vida individual y colectiva.

3.

Lo que leemos en Foucault en definitiva es la emergencia de un nuevo tipo de poder social y político que se basa en la paradoja ya señalada según la cual el poder neoliberal produce obediencia por medio de una práctica de la libertad, trastocando, de este modo, las contraconductas de tipo libertarias que suelen quedar comprometidas (sea por impotencia, sea por complicidad) en la obediencia.

El sujeto del neoliberalismo se sitúa estructuralmente en un punto en el cual se es sujeto por medio de una libre gestión de sí, en un contexto en que los dispositivos –seguridad, moneda, representación y mediatización– que conducen la maquinaria social (incluida su burocracia, su aparato de salud y educación, etc.) desembocan en la servidumbre.

Lo que aprende el poder neoliberal del poder pastoral es la triple relación entre ganancia y salvación; entre cálculo económico e individuación servil. Pero si el poder pastoral hacía funcionar estas equivalencias sobre un extendido plano de obediencia generalizada, el poder neoliberal sólo produce obediencia por medio de la libertad.

Es este tipo de paradojas lo que la “izquierda lacaniana” intenta pensar como “goce”: la participación activa del sujeto deseante en su situación de servidumbre.
Pero esta misma paradoja, por la cual sólo a través de una cierta práctica de la libertad se produce obediencia, ha sido apropiada al menos parcialmente desde abajo, dando lugar a fenómenos de una riqueza y una notable ambivalencia en los nuevos sujetos surgidos durante la última década en la región. Asunto que no siempre es bien recibido por un progresismo que sólo acepta valorar el mundo popular a partir de la figura de la víctima.

Una política post-neoliberal, pensamos, consiste, en este contexto sudamericano, en hacer vascular estos elementos de mixtura y reapropiación plebeya de la libertad hacia momentos de fuerza colectiva en los cuales hacer saltar los nexos fundamentales de la gubernamentalidad capitalista.
Esta posibilidad es más sudamericana que europea en virtud de una extensa red de prácticas biopolíticas conformadas durante décadas de resistencia al mando neoliberal: ¿cómo hacer converger el polo libertario del sujeto neoliberal con estas redes biopolíticas sin que el proceso de convergencia se cierre de modo sectario sobre el aparato de Estado?

Lo que ocurre de interesante en Sudamérica es el tipo de ambigüedad de lo social que, apropiándose de la dimensión empresarial, no se deja cerrar sobre ella y alimenta una economía popular capaz de mezclarse –este es el verdadero experimento– en un horizonte abierto y democrático con redes biopolíticas que surgen de la resistencia política a los núcleos duros del neoliberalismo.

Foucault, que se reía de los que sentían una “fobia al Estado”, no creía que el Estado, como lo hemos visto, fuese una esencia eterna e inmutable. No es aquí sobre el Estado que se discute, sino sobre un modo de pensar que toma al Estado como pura negatividad o como pura positividad sin reparar en su condición actual de dispositivo de doble articulación, pieza esencial en la inserción en el mercado mundial y de políticas de inclusión.

Lo que tomamos de Foucault, entonces, es la posibilidad de cambiar la pregunta: no ya por el papel que el Estado debe tomar en el cambio social, sino más bien, por cómo las políticas del cambio pueden actuar sobre las instituciones a partir de una teoría más amplia del gobierno.

En efecto, el héroe neoliberal ejemplifica la sujeción obedeciendo a la consigna “sé libre”, consigna que cada quien debería llevar a su propio ámbito de producción subjetiva específica: ¿resultará efectivo oponer a esta consigna un “sé solidario”? Realismo del capital y moralismo político no constituyen alternativas a la altura del tejido postneoliberal.

IV. ¿Un Marx “lampiño”?
“Lo que se reivindica y sirve como objetivo es la vida, entendida como necesidades fundamentales, esencia concreta del hombre”
Michel Foucault
“Esto es un homenaje a Marx, ‘la esencia concreta del hombre’ viene de Marx”
Gilles Deleuze
Aun si hay un Foucault “liberal”, opuesto a Marx (su amigo Paul Veyne escribe que Foucault no fue un hombre de izquierda) reivindicamos la hipótesis según la cual hay implícito en su obra, notoriamente en algunos de sus cursos, un redescubrimiento de la crítica de la economía política (sin que esto agote para nada un estudio de las relaciones posibles con Marx), a condición de considerar la crítica:
(1) Como reorientación del pensamiento hacia las prácticas y al movimiento real de lo real (captado como antagonismo, lucha, resistencia o contraconducta). En este punto, vía Foucault, se da la convergencia Marx/Nietzsche. La crítica apunta a comprender el juego efectivo de las fuerzas, identificando y combatiendo trascendencias. Como hemos visto, en Foucault la crítica conecta con (contra) el problema de los “universales” y con (a favor de) lo que denomina “problematización”.
(2) No se orienta sólo a trascendencias exteriores (modelo de soberanía), sino, sobre todo, a trascendencias inmanentizadas (los dispositivos de poder no son exteriores a la producción de efectos de subjetivación). El modelo de esta crítica de las trascendencias inmanentizadas se forja a partir la crítica de la religión (Spinoza, Marx). Si los poderes religiosos penetran en la carne y el alma, si se apropian de la vida práctica mistificándola, la crítica apunta a lo religioso como modelo de mistificación extendido a la economía política. Esa crítica sólo puede ser práctica y desplegada a partir de la vida misma. Este funcionamiento de la crítica supone tanto el descubrimiento de unas tecnologías religiosas de poder que en Occidente preparan el modelo de las trascendencias inmanentizadas, como los mecanismos de su secularización-prolongación en el plano de la moderna economía política.
(3) Como desconfianza del Estado en tanto forma que puede autoexplicarse. El Estado no extrae sus rasgos y potencias de sí mismo (no tiene esencia), ni posee una historia interna. Lo político-jurídico-institucional se explica por un medio de “exterioridad”, expresión de una voluntad de poder que se torna empírica en las instituciones. Las instituciones mismas, como hemos visto, se tornan campos de batalla cuando son capaces de contra-efectuar esas relaciones, remontando lo empírico a lo abstracto de las fuerzas.
(4) Rechaza la idea de una Razón en la historia y admite tantas racionalidades como experiencias de racionalización (trazado de relaciones) se experimenten en el nivel del movimiento real.
(5) Se enfrenta al discurso capitalista de la libertad, lo que conduce, en última instancia, al problema del control del trabajo y la reproducción y al discurso de la biopolítica.
(6) Apunta a producir comprensión democrática en torno al modo en que las categorías de la economía política dan tratamiento a los acontecimientos, mostrando hasta qué punto el discurso de la economía política, que actúa como racionalidad de última instancia  del conjunto de las dimensiones extraeconómicas de la vida, permanece subtendido por antagonismos internos que lo agrietan y desbordan. Es allí donde la crítica deviene política, enfrentando “dentro y contra” la verdad y la realidad producida por el ensamblaje de los dispositivos de poder neoliberales.
La crítica persiste en desanudar la articulación entre fetichismo de la mercancía y teoría política del estado y de las instituciones.
Cierto es que Foucault no converge con Marx sino al precio de “desprofetizar” su discurso y volverlo estratégico/genealógico. Y Foucault y Marx no convergen con nuestro proyecto de una crítica  sin antes provocar en ellos un descentramiento de la cuestión europea. Si en Marx se ha podido contrarrestar parcialmente este reproche a partir de su giro del año ‘67, nos preguntamos si los usos de Foucault encuentran en nuevas contribuciones su “desprovincialización”.22
Notas:
[1] Este artículo, «Los modos de la crítica en medio de la gubernamentalidad neoliberal» es el primero de una serie de cuatro textos que aparecerán los siguientes viernes y lunes en Lobo Suelto! bajo el título común de «De Foucault a Marx, el hilo rojo de la crítica» (el resto son «Pastorado y gubernamentalidad», «Prólogo al Neoliberalismo» y la Coda: De Foucult a Marx). En conjunto retoman las reflexiones desarrolladas a lo largo de dos años en el grupo “De Marx a Foucault”, coordinado por Diego Sztulwark. 
[2] Virno, Paolo; Ambivalencia de la multitud, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2011.
[3] Benjamin, Walter; “Sobre el concepto de historia”, en Obras Completas. Libro I/vol. II, Editorial Abada, Madrid, 2008.
[4] Agamben, Giorgio; Estado de excepción, Adriana Hidalgo, Buenos Aires,  2004.
[5] Simondon, Gilbert; La individuación; Editorial Cactus y La Cebra Ediciones, Buenos Aires,  2009.
[6] Lazzarato, Maurizio; Política del acontecimiento, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2006.
[7] Instituto de Investigación y Experimentación Política: http://iiep.com.ar
[8] Foucault, Michel; Seguridad, Territorio, Población, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006.
[9] Colectivo Situaciones, Conversaciones en el Impasse, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2009.
[10] Sandro Mezzadra, En la cocina de Marx, el sujeto y su producción; Tinta Limon Ediciones, 2015.
[11] “El neoliberalismo es una forma de vida, no sólo una ideología o una política económica», entrevista a Christian Laval y Pierre Dardot disponible en:
[12] Gago, Verónica; La razón neoliberaleconomías barrocas y pragmática popular, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2014.
[13] Boltansky, Luc y Chiapello, Eve; El nuevo espíritu del capitalismo, Editorial Akal, Madrid, 2002.
[14] Rose, Nikolas; Políticas de la vida: Biomedicina, poder y subjetividad, Editorial UNIPE, Buenos Aires, 2012.
[15] Para una lectura de la posición de Diego Valeriano visitar el blog “Lobo Suelto”, en donde escribe asiduamente. http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/
[16] Ver nota 10.
[17] Lazzarato, Maurizio; La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, Amorrortu, Buenos Aires-Madrid, 2013.
[18] Deleuze y Guattari ofrecen un razonamiento complementario cuando describen la operación del capital como una axiomática. 
[19] Hay mucho escrito sobre los dispositivos en Foucault. Reenviamos a Deleuze, Gilles; “¿Qué es un dispositivo?” en Michel Foucault, filósofo, Editorial Gedisa, Barcelona, 1990.
[20] Hardt, Michael y Negri, Toni; Declaración, Editorial Akal, Madrid, 2012.
[21] López Petit, Santiago. Hijos de la noche, Ediciones Bellaterra, Barcelona, 2014.
[22] Tarea que ya ha comenzado, por supuesto. Ver por ejemplo en Castro Gómez https://www.youtube.com/watch?v=sMU2AbbTD00

Pregunta // Diego Sztulwark

¿Dónde están y en qué estado se encuentran las fuerzas colectivas? Están elaborando, adaptándose, desmoronándose, latentes, bastardeadas, preparando lo intempestivo, resignadas, aleladas, aguantando, satisfechas, mudas, hipnóticas, componiéndose molecularmente, esperando un llamado, respondiendo a uno, solitarias, en duelo, en revancha, esperanzadas, resentidas, al acecho?

Dossier: «10 años sin (pero con) Ignacio Lewkowicz»

El 4 de abril pasado se cumplió una década de la muerte de Ignacio Lewkowicz y Cristina Corea. Una ocasión para recordar, sin dudas. Lobo Suelto! convoca, a partir de la publicación de este dossier  “10 años sin (pero con) IL” a retomar la conversación con –y a partir de– su pensamiento.

por Diego Sztulwark.
por Silvia Duschatzky.
por Agustín Valle.
por Pablo Hupert.
por Raquel Bozzolo.
por Pancho Ferrara.

7-“Estudio LWZ”,
por Alejandra Grego.
por Ignacio Lewkowicz.

por Ignacio Lewkowicz.

10- «Ignacio Lewkowicz: remembranza«,
por Andres Pezzola

Intuición y empecinamiento: el método polémico de León Rozitchner // Verónica Gago


Para sintetizar su modo de trabajo, León conjuga en una frase dos palabras aparentemente discordantes. La intuición y el empecinamiento. Así lo dice en una conversación de esas largas horas filmadas que estamos viendo[1]. Me gustaría desplegar un poco ambos términos y sugerir su funcionamiento como máquina polémica. El intento es mostrar algo así como un método leonino en el que no se discute como si tratara de un enlace de ideas discordantes, sino poniendo en juego la composición de cuerpos que sienten y piensan y que combaten contra la expropiación  de su materialidad sintiente como fuente de sentido. Es una clave que pone a León en conversación con las pensadoras feministas más radicales y, desde mi punto de vista, marca una torsión interesante respecto a la teoría del saber de Foucault. Quiero proponer también que ese método se sintetiza en un momento muy singular, el del exilio político, cuando se trama la escritura simultánea del libro sobre Simón Rodríguez (el maestro de Bolívar), la polémica con otros exiliados sobre qué significa evaluar la derrota política en Argentina (desarrollada en parte en la revista Controversia, publicada en México) y la coyuntura de la guerra de Malvinas que lleva a León a escribir, en tiempo real con los acontecimientos, el libro Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia.
1.
La intuición es una sensibilidad. Una especie de simpatía del cuerpo que deja una huella fugaz y al mismo tiempo durable: se intuye como quien tiene un presentimiento. Forzando un poco, se podría decir que la intuición es casi un órgano de la potencia: lo que permite captar sensiblemente una fuerza aun virtual pero a la cual se la percibe como real.  La intuición, de esta manera, pone en juego  la promesa de un posible que, en la medida que se intuye, se vuelve presente.
Y algo más: hay un cuerpo sensible que aloja la intuición, y la hace propia, la autoriza como fuente de un saber. ºEl cuerpo es el lugar de la coherenciaº, dice León. Y hay coherencia porque hay una verdad del deseo. Así aparece enunciado en el libro sobre Simón Rodríguez en paralelo a la formulación de una teoría de la lectura como ºtransfusión de sangreººe aparecer en sus sueños. Esa etado por Jorge Attala y Javier Ferrercurece, para Das, , tiene que aparecer en sus sueños. Esa e: leer es implicar el deseo del lector para que la lectura se realice. Confiar en que el pensamiento y el saber tienen una dependencia del cuerpo envuelve una tesis muy potente y concreta: hay un cuerpo apasionado que anima las ideas.
Entonces, intuición que conduce un deseo. Deseo que permite confiar en la intuición. Y un cuerpo que en tanto pensante es sintiente y en tanto sintiente es pensante. Afirmar esto en el exilio implica en los textos de León un programa político indisimulable: hay que poder ºaprender del fracasoº, de un fracaso que está marcado en los cuerpos.
2.
El segundo término, el que venía después de intuición, era el empecinamiento. El empecinamiento se une a ese destello que intuye la potencia. Se convierte así es un tipo de perseverancia, en una perseverancia estratégica. En un gesto por hacer durar y darle fuerza a la intuición. La palabra que le cabe mejor para el vocabulario de León sería la de prolongación: ampliar, extender, y hacer continuar esa intuición primera.
O, para decirlo con otra frase del propio León, el empecinamiento es un modo de la arbitrariedad. De esa arbitrariedad necesaria para hacer cualquier cosa, como decía el León recién llegado a París citando al poeta.
Un modo de autorizarse a seguir una intuición que se siente en el cuerpo, que es materia del cuerpo sensible. Una intuición a la que no se llega como efecto de un camino de erudición que totalizaría el saber, sino casi lo contrario: un recorte que emerge sin necesariamente proponer una totalidad como punto de arribo y conclusión.
Una intuición es también la actualización arbitraria de una memoria. Un empecinamiento sobre ella como una torsión capaz de hacerla siempre viva, memoria del origen del cuerpo sensible como inicio de todo deseo, de toda vida.
La intuición entonces abre un posible. El empecinamiento lo despliega. En ambas se necesita darse una autorización para confiar en lo que el cuerpo dice. De modo que el pensamiento se transforma en un saber de los cuerpos. Por esta tesis, León es imprescindible para la filosofía y para el feminismo radical que cuestiona la metafísica espiritual bajo la cual el occidente cristiano encubre sus expropiaciones sistemáticas. Pero también porque León no elige entre afecto y razón, apañando una y condenando la otra. Lo que propone es ligarlas, criticar la distancia que las binariza.
Por eso León aúna ºimaginación-afecto-razónº. No hay razón que no sea movilización de afectos, no hay imaginación que no devenga energía para una sistematización de las ideas, como tampoco hay afectos congelados en una pura psicología individual.
El cuerpo compone los tres elementos porque el cuerpo, para existir, pudo primero ºser el lugar de una acogida cálida donde el otro tiene para mí un valor semejante al de mi propia vidaº. Esto lo dice León animando el dolor del niño huérfano que nunca deja de ser Simón Rodríguez. Es ese niño vuelto hombre quien se ve compelido más que nadie a recordar esa existencia expósita y buscar un segundo nacimiento que consiste en prolongar ese deseo de vida con otros. Sólo la ºequivalencia del deseoº, el reconocimiento de un deseo que nos trama, pone en juego una relación con los otros que no es caritativa ni solidaria ni paternalista. Es la apuesta a una igualdad que será siempre desmesurada en relación al deseo, siempre distinta por variación de intensidades pero siempre igualitaria si se reconoce esa materia común que hace posible la vida, su perseverancia y prolongación en los cuerpos de los otros y de la naturaleza. Lo común, lo que en el lenguaje de Marx León llamaba lo genérico, teje esa equivalencia del deseo, ese que impulsa la intuición y que tiende al empecinamiento. Es esa equivalencia sin medida del deseo lo que salda materialistamente la obligación a elegir entre igualdad y diferencia o, como se hace a veces, combinarlas oportunistamente.
4.
A diferencia de las facultades del espíritu de las que hablaba Kant, etéreas y por eso aparentemente creíbles, se podría decir que para León el pensamiento, el afecto, la lengua son la carne del mundo. Ya no sólo la prosa que quería Merleau-Ponty, sino un paso más. Tal como cuenta León que aprendió francés de sobrecama, sugiere para el pensamiento lo mismo para las lenguas: no son facultades específicamente cerebrales, sino un fluido corporal, como la comida y el sexo, una materialidad encarnada y, más precisamente en León, materialidad ensoñada.
Si Foucault hizo célebre la fórmula que relaciona saber y poder, Rozitchner se adelanta con otra: saber y deseo. Dice, hablando de Don Simón: ºSaber es actualizar en sí mismo ese núcleo primero de un drama asumido que tiene, desde el origen por lo menos dos actores: uno que desea ser amado, y otro que reconoce o no ese amor y lo condena, insensible, al sufrimientoº.  El deseo, de nuevo, como fundamento originario de una trama compartida que se actualiza como pensamiento, como saber de los cuerpos.
La dramatización del saber es una escena amorosa donde se cifra la relación entre cuerpo y cabeza. No hay ideas que puedan animar un cuerpo desafectado, no hay combate de puras palabras sin el drama del enfrentamiento. Desde acá surgen dos posibilidades de comprender al pueblo (que –dirá León- es al problema que volvemos una y otra vez): quienes sólo lo perciben sumiso y dependiente y, de última, justifican su explotación y quienes ven aquello que veía Bolívar ºla puesta en juego de la vida en las Milicias para salir de la esclavitud con el riesgo y el coraje que lleva a jugarlaº. Saber y deseo entonces se convierte en una fórmula inseparable de una gramática de la guerra.
3.
Volvamos al sentido bajo el cual se componen los términos intuición y empecinamiento como máquina polémica. La polémica es siempre en referencia a otros. Se polemiza contra otros. No se discute en abstracto por el puro placer de refinar argumentos, sino como un modo de la batalla. Justamente ºcombatir para comprenderº es la frase de León que sintetiza una epistemología de guerra, un modo contencioso del pensamiento. Cuando León pone en escena a Bolívar y a Rodríguez, a las milicias populares y a aquellos que moderan la independencia, al Papa y a los pedagogos, está pensando en simultáneo la derrota de la guerrilla argentina y, pronto, se cruza con el avecinamiento de otra guerra: la de Malvinas. La constelación en sí no puede ser sino polémica. Una dramatización de un conflicto que difiere y se repite, en los que se convoca la persistencia colonial en América Latina y la pregunta siempre angustiosa por qué relación puede haber entre filosofía y emancipación.
León insiste con que lo peor en la guerra es ilusionarse con unas fuerzas que no se tienen. El delirio del combatiente es ser poco materialista. Para discutir la derrota que se encarnaba en el exilio de los años 70, Rozitchner va al nudo de esa pregunta: ¿por qué cedimos a la ilusión?, ¿qué no pudimos pensar en la urgencia? Seguramente para responder este dilema de alto calibre haya que ir a los dos tomos sobre Perón y a esa otra dramatización de Perón con Clausewitz, cuyo prólogo también escrito en el exilio venezolano al borde literal del cierre de la década del 70 (escrito el 31 de diciembre de 1979), cita a Maquiavelo y a Spinoza para volver al fundamento de todo poder: las fuerzas del pueblo.
Todo contra-poder, dice León, despunta de la corporeidad más íntima. Si la Ética de Spinoza ºes un tratado de insurgencia político-moralº es porque despliega justamente esa relación desmesurada entre deseo y saber:  nadie sabe lo que puede un cuerpo porque ºhay un poder del cuerpo que excede todo saber º. A Maquiavelo y Spinoza, se suma Clausewitz: obsesionado según León por la bastardía de su origen, este general intelectual reconoce también la pulsión popular como la fuerza que los altos mandos no podían ver, pero no logra ir más a fondo: al pueblo en armas le hace falta un jefe de estirpe concluye Clausewitz.
Es entonces desde esa fórmula que amalgama saber y deseo y que la conjuga con la gramática de guerra que León habla a los exiliados: ºEl criterio de la verdad de la política está en la guerra (…). Teoría ésta, la de la guerra, donde nada puede ser pensado impunementeº. No hay impunidad porque el cuerpo y la vida se ponen en riesgo, constituyéndose como índice de verdad. Índice es una palabra que se repite una y otra vez en Rozitchner. Hay otro índice irrenunciable que es, como lo dice para hablar de don Simón, el índice del dolor y del fracaso. No se puede hablar del exilio, de la derrota en Argentina, sin darle al dolor y al fracaso un índice de verdad, un señalamiento del estado de las fuerzas, convertirlo en la ocasión ineludible de un aprendizaje.
4.
¿Desde dónde hacer una crítica? ¿Quién es el sujeto que critica y qué pone en juego? ºLa interpretación crítica pone en juego los límites del sujeto que interpretaº decía en el Simón Rodríguez. ºEl punto ciego de la crítica políticaº es el subtítulo del libro de Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia. Ahí se anuda un punto de empecinamiento de León: los agujeros negros que -si es que pensar y sentir se quiere- delimitan la percepción de nuestra realidad en la cual hay zonas de la historia colectiva que permanecen en las sombras. ¿Por qué ese empecinamiento en volver sobre ellas? Porque elaborar la verdad histórica, dice, ºsignifica habilitar de nuevo a la vida las zonas mortecinas, insensibles, postergadas e impotentes de nuestras propias vidasº.
En el libro sobre Malvinas León confiesa un deseo que parece inconfesable en aquel momento: dice que desea el fracaso militar en las islas y que se anima a defender ese deseo a costa de ser llamado, subjetiva y objetivamente, traidor. Sin embargo, lo que se lee de revés es que para León ser traidor sería no animarse con su propio deseo. Y ¿de qué está hecho ese deseo?, ¿por qué no puede renunciar a él? Porque para León ese deseo tiene como origen las razones del terror que los obligan, a él y a los argentinos refugiados en México con quienes discute,  a exiliarse, a sabiendas de los desaparecidos y los torturados. Esa experiencia por la que el terror los obligó a dejar el país, por lo cual miles murieron, se vuelve un ºíndice irrenunciableº, justamente aquello que no se puede dejar de lado si es que se quiere pensar y sentir en la inminencia de la guerra que es, ni más ni menos, que la exteriorización de una guerra que fue primero interior.
De nuevo saber y deseo: la pregunta de León escribiendo durante la guerra misma es clave: º¿y si el deseo no fuera irracional?º. Dicho de otro modo: ¿y si no se puede anular al deseo como fundamento del saber?
5.
La escritura del Simón Rodríguez tiene un objetivo claro: ¿cómo aprender de un fracaso ejemplar? La escritura de Malvinas tiene el ritmo de una pregunta que está en esa misma frontera pero de otro modo: ¿por qué podemos desear cierto fracaso? La condición exiliar –de la cual ya viene discutiendo con quienes serán sus contendientes sobre la posición de los militares frente a las islas- pone una pregunta a la condición misma de los exiliados como seres de excepción: ¿cómo no perder de vista que, a pesar del terror, hay un lugar invencible que es donde reside el poder social? Es esa misma cuestión que en la secuencia Maquiavelo, Spinoza, Clausewitz leída desde Freud y Marx busca ir al fondo del origen: la materialidad corpórea de todo contrapoder social que busca ser sometido y aterrorizado para que se desconozca justamente como origen.  
León anuda la pedagogía sobre el fracaso, la lección estratégica sobre la derrota de fuerzas, sin darse por vencido. Ahí de nuevo el empecinamiento. El exilio y la derrota no lo lleva a desconfiar del poder social, sino a redoblar la apuesta, a ºmantener la llamitaº –y hacerlo sin humildad-, autorizado por ese saber indómito del cuerpo deseante.

[1] Del film León Rozitchner: Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa, una serie de conversaciones con Diego Sztulwark (filmado por Ximena Talento y editado por Jorge Attala y Javier Ferrería).

Los gerentes del capital. Entrevista al economista marxista y sinólogo Gérard Duménil. Por Veronica Gago

Economista de formación, investigador del Centro National de la Recherche Scientifique de Francia, apasionado sinólogo y autor de numerosos trabajos sobre capital financiero, Gérard Duménil estuvo en Buenos Aires con una doble tarea: participar del encuentro Ecologías Políticas desde los territorios (Centro Franco Argentino-UBA-IDAES-UNSAM) y presentar su flamante libro La gran bifurcación. Acabar con el neoliberalismo (Katz), co-escrito con Dominique Lévy. Centrado en el estudio del neoliberalismo a partir de fines de los años 70, su objetivo es definirlo como un fenómeno de clase.
–¿Qué lugar ocupan los cuadros?
–A finales del siglo XIX y principios del XX empieza en Estados Unidos un fenómeno nuevo que se llama la revolución del management: al ser tan grandes las empresas, un dueño capitalista ya no puede gestionarla. Se forman nuevos grupos –los cuadros– de trabajadores asalariados, pero no de producción, sino pagados por el capitalista para maximizar sus ganancias. En términos marxistas, hay un problema de transformación de las relaciones de producción porque la relación del dueño respecto de su propio capital se transformó por la nueva manera de gestionar.
–¿Se trata de un nuevo rol de la gestión en el capitalismo entonces?
–Esto significó una transformación básica del capitalismo en términos de eficacia: la introducción de los cuadros transforma el taller y la fábrica pero también los comercios. En términos de clase es muy importante porque después de la Segunda Guerra estos cuadros asumen la preocupación por la empresa en desmedro de los intereses de las clases capitalistas. Estábamos entonces en un mundo de protección social y de progreso y los datos muestran que los ingresos de las clases capitalistas disminuyeron por entonces. Con el neoliberalismo, las clases capitalistas entran en alianza con los cuadros –en particular, con los de mayor jerarquía. Es un nuevo tipo de alianza por la cual se transforma todo el sistema y las políticas pasan a ser manejadas por las empresas, y el impulso al libre movimiento de capitales es la prioridad. Todo esto hubiese sido imposible sin los cuadros, cuyos ingresos aumentan de manera abismal.
–¿Cómo afecta este planteo a un concepto como el de lucha de clases?
–En la teoría de Marx se decía que los dueños del capital se apropian de la plusvalía. Nosotros pensamos que a través de los salarios altos, los cuadros también se apropian de una parte del trabajo global de la sociedad. En este sentido los cuadros son una clase y hay también un proceso de explotación. Este es el aspecto revisionista de nuestra teoría, al que muchos marxistas consideran demasiado fuerte. Nosotros analizamos lo que pasó en los países que se reclamaban socialistas también en estos términos: si el eslogan de la Unión Soviética era “todo el poder a los sóviets”, después fue “todo el poder a los cuadros”. La lucha fue heroica porque representaba una alianza revolucionaria entre el pueblo y los líderes pero muy rápidamente, tanto en la URSS como en China, los líderes se transformaron en una nueva clase dominante. Entonces, esta teoría de los cuadros explica la historia del capitalismo pero también la del socialismo.
–Aunque hablan de gestión, la conceptualización de estos cuadros refiere claramente a atributos políticos y no meramente técnicos…
–Sí, porque son una clase y su papel es clave en el Estado. Por supuesto el Estado tiene una relación con las estructuras de clase y, de hecho, es dentro de las instituciones estatales donde se van a definir y se deciden compromisos y dominios entre las varias fracciones de clase. En el Estado de bienestar podemos decir que existía un compromiso entre cuadros y clases populares, y en este sentido las clases populares desempeñaron un papel para la reforma social. El cambio neoliberal, entonces, también se expresa en el Estado bajo el cambio de alianza del que hablamos. No se llega al neoliberalismo sin ciertas políticas de Estado, por eso el Estado neoliberal es un Estado fuerte.
–¿Cuál es el papel de las instituciones financieras a las que ustedes ponen en un plano fundamental?
–Lo que llamamos finanzas son las clases capitalistas y sus instituciones financieras. Marx ya había entendido esto. Las clases capitalistas primero tienen el apoyo de los cuadros y esto acontece dentro de grandes empresas financieras. En el libro mostramos que en la cima hay un núcleo de grandes empresas financieras que se poseen mutuamente. Es toda una familia. ¿Y quién hace el trabajo de manejar las acciones de los capitales? Los cuadros financieros que reciben salarios muy elevados y así controlan todo el sistema productivo. Del otro lado, en estas empresas, están los consejos de administración, que son otros ejecutivos. Esto es lo que llamamos interfase propiedad-gestión: la articulación de estas grandes empresas financieras y los consejos de administración. Con el neoliberalismo, son los cuadros de las empresas financieras los que controlan esos consejos y logran imponer sus reglas que básicamente es una: maximizar las cotizaciones bursátiles. Y esto se debe hacer con la ayuda de los fondos buitre. Se trata de un sistema muy eficaz, con una historia institucional que no busca el crecimiento sino el incremento de las cotizaciones bursátiles de los ingresos de las clases altas.
–¿Cómo se estructura la fuerza de las clases populares cuando la subjetivación asalariada no es la misma que en los llamados “treinta gloriosos” (1945-1975)?
–Nosotros usamos este concepto de clases populares para simplificar porque basta una estructura con tres elementos: las clases capitalistas y sus instituciones financieras, los cuadros y las clases populares (que son clases de obreros y otros tipos de empleados diversos). El problema en el cual estamos ahora es la muerte de las utopías por fracaso de los movimientos de emancipación. Esto lleva a que en las clases populares no haya hoy proyecto de transformación radical de la sociedad. Y esto forma parte de la victoria de las clases superiores. El neoliberalismo como proceso de globalización ha colocado a todos los trabajadores del mundo en una situación de competencia para acabar con las conquistas sociales y, por ejemplo, atacar la capacidad de compra de los sectores populares.
–¿No les ven a los movimientos actuales capacidad de transformación?
–Sí, claro. Pero América Latina no es como Francia. Aquí hay discursos donde se habla de los problemas como problemas del capitalismo y eso permite al menos pensar un más allá del capitalismo (N. del E.: se refiere a una sesión del encuentro “Ecologías políticas desde los territorios” que tuvo lugar en la fábrica recuperada Cooperativa 19 de Diciembre, en Villa Ballester). Hablar hoy de socialismo no es una solución, sino parte del problema. No basta tampoco con proclamarnos ecologistas, feministas, etc. Necesitamos entender cómo generar una nueva proyección utópica.
–¿Cuál es el papel de China?
–China es un país que está levantando al capitalismo sobre el liderazgo del Partido Comunista. Dentro del partido, hay grandes capitalistas. También son nacionalistas, como Estados Unidos. Ellos analizaron muy bien la historia del mundo y en particular la historia soviética y entonces saben de la importancia de la unidad del territorio. El aspecto nacional de poder, en este sentido, es decisivo. Su transición hacia el capitalismo es bastante lenta y sus nuevas clases capitalistas opinan que vamos a ver una transformación radical, especialmente vinculada al papel de su Bolsa.
–¿Cómo lee la caída reciente de la Bolsa china?
–La única respuesta es la ralentización de la economía china. Lo que conviene explicar es el alza impresionante que precedió a la actual caída. Este aumento no es el primero. Entre abril de 2006 y septiembre de 2007, el índice había saltado de 1000 a 6000, para volver a caer hasta 3000. Estos movimientos hacen pensar en las transformaciones de la economía japonesa. El índice Nikkei había llegado a su punto más alto en diciembre de 1989, al término de un alza de igual amplitud, justo antes de caer exactamente en las mismas proporciones. Mi interpretación de estas subidas es que una fracción de la opinión financiera china e internacional da por descontado un gran cambio de orientación similar a aquel que vivió Japón hacia un capitalismo maximizador de las cotizaciones bursátiles. Pero tal cambio no se produjo, o va demasiado lento para los especuladores, ya que las riendas aun las lleva el gran Partido. De ahí la caída.
–¿Cuál es la eficacia de hablar de izquierda y derecha tal como lo hacen en el libro?
–Izquierda y derecha deben entenderse en relación a la estructura de clases y sus compromisos. El compromiso entre clases populares y cuadros a la salida de la guerra fue de izquierda. El compromiso del neoliberalismo entre clases altas y cuadros financieros es de derecha. Necesitamos un nuevo compromiso entre clases populares y cuadros.

Entrevista a Silvia Federici // Veronica Gago

«La globalización y la liberalización de la economía mundial han destruido los sistemas de reproducción de países de todo el mundo»


Silvia Federici (1948) es historiadora, investigadora y activista radical feminista. De origen italiano, a mediados de los años ’60 se instaló en Estados Unidos para estudiar Filosofía en la Universidad de Buffalo. Ha sido docente en varias universidades de ese país y, en los años ’80, vivió en Nigeria, donde enseñó en la Universidad de Port Harcourt y participó activamente en organizaciones de mujeres y contra las políticas de ajuste estructural que se ensayaban entonces en África. Actualmente es profesora de Filosofía Política en la Universidad Hofstra de Long Island, Nueva York. Sus obras son «The construction of the concept of western civilization and its others» (La construcción del concepto de civilización occidental y sus otros), «Structural adjustment and the struggle for education in Africa» (Ajuste estructural y la lucha por la educación en Africa), «Literary images, political change and social struggle in contemporary Africa» (Imágenes literarias, cambio político y lucha social en Africa contemporánea), «Il femminismo e il movimento contro la guerra USA» (El feminismo y el movimiento contra la guerra estadounidense) y «Caliban and the Witch. Women, the body and primitive accumulation» (Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria). En este último, recientemente editado en castellano, la feminista italiana retoma la matanza de brujas como elemento fundacional de un sistema capitalista que domestica a las mujeres, imponiéndoles la reproducción de la fuerza de trabajo como un trabajo forzado y sin remuneración alguna. Para la autora, la transición del feudalismo al capitalismo no se produjo sin el recurso a la violencia extrema, ya que «la acumulación originaria exigió la derrota de los movimientos urbanos y campesinos, que normalmente bajo la forma de herejía religiosa reivindicaron y pusieron en práctica diversos experimentos de vida comunal y reparto de riqueza. Su aniquilación abrió el camino a la formación del Estado moderno, la expropiación y cercado de las tierras comunes, la conquista y el expolio de América, la apertura del comercio de esclavos a gran escala y una guerra contra las formas de vida y las culturas populares que tomó a las mujeres como su principal objetivo». «En el corazón del capitalismo -afirma Federici- no sólo encontramos una relación simbiótica entre el trabajo asalariado/contractual y la esclavitud sino también, y en relación a ella, podemos detectar la dialéctica que existe entre acumulación y destrucción de la fuerza de trabajo, tensión por la que las mujeres han pagado el precio más alto, con sus cuerpos, su trabajo, sus vidas». A partir de la aseveración de la socióloga alemana Maria Mies (1931) que en «lo que en una parte del capitalismo se presenta como desarrollo, en otra lo hace como subdesarrollo», Federici coincide en que «el principio fundamental es que el desarrollo capitalista es, siempre y al mismo tiempo, un proceso de subdesarrollo». Esto depende, claro, de multiples factores: «estamos más bien ante un desarrollo desigual y combinado, entrelazado con grandes expropiaciones, -apropiaciones de riquezas para el capital-, en el que el grado de acierto del proletariado en la lucha de clases, la productividad aumentada por el desarrollo de las fuerzas productivas en determinadas esferas de la producción, y el estado del ciclo industrial global, forman un resultado no mecánicamente simétrico en la distribución mundial del grado de desarrollo y subdesarrollo». La idea de bosquejar la historia de las mujeres en la transición del feudalismo al capitalismo nació a mediados de los años ’70, cuando dos activistas del Wages for Housework Movement (Movimiento por el Salario al Trabajo Doméstico), Mariarosa dalla Costa (1942) y Selma James (1930), publicaron respectivamente «The power of women and the subversion of the community» (El poder de las mujeres y la subversión de la comunidad) y «Sex, race and class» (Sexo, raza y clase), ensayos con los que reconfiguraron el discurso sobre las mujeres, la reproducción y el capitalismo. A diferencia de la ortodoxia marxista, que explicaba la opresión y la subordinación a los hombres como un residuo de las relaciones feudales, Dalla Costa y James proponían que la explotación de las mujeres había tenido una función central en el proceso de acumulación capitalista, en la medida en que las mujeres han sido las productoras y reproductoras de la mercancía capitalista más esencial: la fuerza de trabajo. Para las autoras, el trabajo no pagado de las mujeres en el hogar fue el pilar sobre el cual se construyó la explotación de los trabajadores asalariados, «la esclavitud del salario». El análisis de estas obras arrojó como resultado la publicación en Milán en 1984 de «Il grande Calibano. Storia del corpo social ribelle nella prima fase del capitale» (El gran Calibán. Historia del cuerpo social rebelde en la primera fase del capital), escrito en colaboración con la feminista italiana Leopoldina Fortunati (1949). Este trabajo inicial devino, veinte años más tarde, en «Calibán y la Bruja», libro que toma el título de dos personajes de William Shakespeare (1564-1616): Calibán, el trabajador esclavo de «The tempest» (La tempestad) y la Bruja, que el escritor inglés dejaba en un segundo plano en la obra que el dramaturgo inglés escribió en 1611. Ambos nombres, Calibán y la Bruja, sintetizan para Federici la dimensión racista y sexista del disciplinamiento que el capital pretende imponer sobre los cuerpos, pero también las figuras plebeyas y desobedientes desde las cuales se lo resiste. La aniquilación de la Bruja representa el inicio de la domesticación de las mujeres, el robo de los saberes que daban autonomía al parto, la conversión de la maternidad en trabajo forzado, la devaluación del trabajo reproductivo como no-trabajo, y la masificación de la prostitución frente a la desposesión de tierras comunitarias. Por fin, para Federici, el capitalismo, en tanto sistema económico-social, está necesariamente vinculado con el racismo y el sexismo: «El capitalismo debe justificar y mistificar las contradicciones incrustadas en sus relaciones sociales -la promesa de libertad frente a la realidad de coacción generalizada y la promesa de prosperidad frente a la realidad de la penuria generalizada- denigrando la naturaleza de aquéllos a quienes explota: mujeres, súbditos coloniales, descendientes de esclavos africanos, e inmigrantes desplazados por la globalización». La periodista Veronica Gago la entrevistó en su departamento de Brooklyn para la edición del 15 de abril de 2011 del diario «Página/12».
¿Cómo empieza su militancia feminista en Estados Unidos?
Llegué a Estados Unidos en 1967. Aquí me involucré con el movimiento estudiantil, con el movimiento contra la guerra. Ahí empezó también mi participación en el Movimiento por el Salario al Trabajo Doméstico y mi trabajo político a tiempo completo como feminista. En 1972 habíamos fundado el Colectivo Feminista Internacional, que debía lanzar la Campaña por el Salario para el Trabajo Doméstico en el plano internacional. En las raíces de mi feminismo está, en primer lugar, mi experiencia de mujer crecida en una sociedad represiva como era la de Italia en los años ’50: anticomunista, patriarcalista, católica, y con el peso de la guerra. La Segunda Guerra Mundial fue importante para el crecimiento del feminismo en Italia porque fue un momento de ruptura de la relación de las mujeres con el Estado y con la familia, porque hizo entender a las mujeres que debían independizarse, que no podían poner su supervivencia en manos de los hombres y de la familia patriarcal, y que no tenían que hacer más hijos para un Estado que los mandaba a masacrar.
¿Cuáles son las raíces teóricas?
Teóricamente, mi feminismo ha sido una amalgama de temas que venían tanto del movimiento de la autonomía obrera italiana y de los movimientos de los no asalariados, como del movimiento anticolonial y los movimientos por los derechos civiles y por el Poder Negro (Black Power) en los Estados Unidos. En los años ’70 también fui influenciada por el National Welfare Rights Movement (NWRO), que era un movimiento de mujeres, en su mayoría negras, que luchaban por obtener subvenciones estatales para sus niños. Para nosotras era un movimiento feminista, porque esas mujeres querían demostrar que el trabajo doméstico y el cuidado de los niños es un trabajo social del cual todos los empleadores se benefician, y también que el Estado tenía obligaciones en la reproducción social. Nuestro objetivo principal era demostrar que el trabajo doméstico no es un servicio personal sino una verdadera obra, porque es el trabajo que sustenta todas las otras formas de trabajo, ya que es el trabajo que produce la fuerza de trabajo. Hicimos conferencias, eventos, manifestaciones, siempre con la idea de hacer ver el trabajo doméstico en un sentido amplio: en su implicación con la sexualidad, en la relación con los hijos, y siempre apuntando a los factores de fondo, a la necesidad de cambiar el concepto de reproducción, y de colocar esa cuestión en el centro del trabajo político.
¿Cómo es ese conflicto entre luchar por el salario y luchar contra el salario?
Nuestra perspectiva sostenía que cuando las mujeres luchan por el salario para el trabajo doméstico, luchan también contra ese trabajo, en la medida en que el trabajo doméstico puede continuar como tal siempre y cuando no sea pagado. Es como la esclavitud. El pedido de salario doméstico desnaturaliza la esclavitud femenina. Entonces el salario no es el objetivo final, pero es un instrumento, una estrategia, para lograr un cambio en las relaciones de poder entre mujeres y capital. El objetivo de nuestra lucha era convertir una actividad esclavizante, explotadora, que estaba naturalizada por su carácter de no ser paga, en un trabajo socialmente reconocido; era subvertir una división sexual del trabajo basada en el poder del salario masculino para mandar sobre el trabajo reproductivo de las mujeres, lo que en «Calibán y la Bruja» llamo «el patriarcado del salario». Al mismo tiempo proponíamos poder trascender toda la culpabilización que generaba que sea considerado siempre como una obligación femenina, como una vocación femenina.
¿Hay un rechazo y al mismo tiempo una reconsideración del trabajo doméstico?
El rechazo no es al trabajo de la reproducción misma, pero sí es rechazo de la condición en la cual todos, hombres y mujeres, debemos vivir la reproducción social, en la medida en que es reproducción para el mercado de trabajo y no para nosotras/os mismas/os. Una temática que era central para nosotras era el carácter doble del trabajo de reproducción, que reproduce la vida, la posibilidad de vivir, la persona y, al mismo tiempo, reproduce la fuerza de trabajo: ésta es la razón por la cual es tan controlado. La perspectiva era que se trata de un trabajo muy particular, y por tanto la pregunta clave cuando se trata de reproducir a una persona es: ¿para qué o en función de qué se quiere valorizarla/o?, ¿valorizarlo por sí misma/o, o para el mercado? Hay que entender que la lucha de las mujeres por el trabajo doméstico es una lucha anticapitalista central. Verdaderamente llega a la raíz de la reproducción social, porque subvierte la devaluación del trabajo reproductivo, subvierte la esclavitud en la que se basan las relaciones capitalistas, y subvierte las relaciones de poder construidas sobre ellas en el cuerpo del proletariado.
¿Cómo se altera el análisis sobre el capitalismo al poner el eje en el trabajo doméstico?
Reconocer que la fuerza de trabajo no es una cosa natural sino que debe producirse, significa reconocer que toda la vida deviene fuerza productiva, y que todas las relaciones familiares y sexuales se convierten en relaciones de producción. Es decir que el capitalismo se desarrolla no sólo dentro de la fábrica sino en la sociedad, que deviene fábrica de relaciones capitalistas como terreno fundamental de la acumulación capitalista. Por eso, el discurso del trabajo doméstico, de la diferencia de género, de las relaciones hombre/mujer, de la construcción del modelo femenino, es fundamental. Hoy, por ejemplo, mirar la globalización desde el punto de vista del trabajo reproductivo permite entender por qué, por primera vez, son las mujeres las que lideran el proceso migratorio. Permite entender que la globalización y la liberalización de la economía mundial han destruido los sistemas de reproducción de países de todo el mundo, y por qué hoy son las mujeres quienes se van de sus comunidades, de sus lugares, para encontrar medios de reproducción y mejorar sus condiciones de vida.
¿Cómo influye en sus preocupaciones su vida en Nigeria en los años ’80?
Fue muy importante porque ahí tomé contacto con la realidad africana, con el mundo llamado «subdesarrollado». Ha sido un gran proceso educativo. Estuve justo en un período (1984-1986) de intenso debate social, también en las universidades, sobre si endeudarse o no con el FMI, tras el inicio de la gran crisis de la deuda y el fin del período de desarrollo construido con el boom del petróleo. Vimos el inicio de la liberalización y las primeras consecuencias de este programa para la sociedad y también para la escuela: los grandes cambios sobre el gasto público, el corte de subsidios para la salud y la educación, y el comienzo de toda una serie de luchas estudiantiles contra el FMI y su programa de ajuste estructural. Era claro que no se trataba sólo de un conflicto provocado por la miseria sino, también, de una protesta contra un programa de recolonización política. Vimos nítidamente cómo se estaba dando una nueva división internacional del trabajo que implicaba una recolonización capitalista de estos países.
Hay una temática de los bienes comunes y, en particular, de la tierra que también surge entonces…
Sí. La otra cosa importante que aprendí en Nigeria fue la cuestión de la tierra. Una gran parte de la población vivía de la tierra bajo el régimen de propiedad comunal. Para las mujeres en particular, el acceso a la tierra significaba la posibilidad de ampliar sus medios de subsistencia, la posibilidad de reproducirse a sí mismas y a sus familias sin depender del mercado. Esto es algo que ha devenido en una parte importante de mi comprensión del mundo. Mi estancia en Nigeria también amplió mi comprensión de la cuestión de la energía, del petróleo y de la guerra que estaba dándose en el mundo impulsada por las compañías petroleras. En Nigeria se hizo en los ’80 lo que pasó en Europa una década después: primero un empobrecimiento de la universidad pública para luego transformarla en un sentido corporativo por el cual el conocimiento que se produce está únicamente orientado por el mercado y se desprecia todo lo que no tenga ese signo.
¿Que son los bienes comunes? ¿De dónde surge el discurso de defensa de los bienes comunes?
En el discurso de los movimientos de los años ’60 y ’70 no existía el concepto de «común». Se luchaba por muchas cosas, pero no por lo común tal como lo entendemos ahora. Esta noción es un resultado de las privatizaciones, del intento de apropiación y mercantilización total del cuerpo, del conocimiento, de la tierra, del aire y del agua. Esto ha creado no sólo una reacción sino una nueva conciencia política, de hecho, ligada a la idea de nuestra vida común, y provocó una reflexión sobre la dimensión comunitaria de nuestras vidas. Entonces hay una relación o correspondencia muy fuerte entre expropiación, producción de común, y la importancia de lo común como concepto de vida, de las relaciones sociales.
¿Qué influencia tienen las teorizaciones feministas sobre esta cuestión de lo común?
Formular lo común desde un punto de vista feminista es crucial porque las mujeres actualmente son quienes más han invertido en la defensa de los recursos comunes y en la construcción de formas más amplias de las cooperaciones sociales. En todo el mundo ellas son productoras agrícolas de subsistencias, son aquellas que pagan el mayor costo cuando se privatiza la tierra; en Africa por ejemplo, el 80% de la agricultura de subsistencia está hecha por mujeres y, por tanto, la existencia de una propiedad comunal de la tierra y del agua es fundamental para ellas. Por último, el punto de vista feminista se ocupa de la organización de la comunidad y de la casa. Porque una cosa que me sorprende es que en todas las discusiones sobre lo común se habla de la tierra y de Internet, ¡pero no se menciona la casa! El movimiento feminista en el que yo me inicié hablaba siempre de la sexualidad, de los niños y de la casa. Y luego, toda la tradición feminista, socialista utópica y anárquica me interesa mucho, por cómo aborda estos temas. Hay que hacer un discurso sobre la casa, sobre el territorio, sobre la familia, y ponerlo al centro de la política de lo común. Hoy vemos la necesidad de prácticas que creen nuevos modelos comunitarios.
¿A qué se refiere?
Por ejemplo, ahora en Estados Unidos hay millares de personas que viven en la calle, en una suerte de campamentos, por la política creciente de desalojos. Actualmente hay campamentos en California por la crisis de las viviendas. Es un momento en el cual la estructura de la relación social cotidiana se va deshaciendo, y existe la posibilidad de una forma de sociabilidad y cooperación nueva. Creo que en este sentido fue fundamental lo que se vio del movimiento de desocupados de la Argentina, como momento en el que muchas personas necesitaron poner su vida en común. Eso es exactamente la reinvención de la práctica comunitaria.
¿Cómo sintetizaría el objetivo de la caza de brujas?
La caza de brujas fue instrumental a la construcción de un orden patriarcal en el que los cuerpos de las mujeres, su trabajo, sus poderes sexuales y reproductivos fueron colocados bajo el control del Estado y transformados en recursos económicos. Esto quiere decir que los cazadores de brujas estaban menos interesados en el castigo de cualquier transgresión específica, que en la eliminación de formas generalizadas de comportamiento femenino que ya no toleraban y que tenían que pasar a ser vistas como abominables ante los ojos de la población.
Por eso la acusación era extensible a miles de mujeres…
La acusación de brujería cumplió una función similar a la que cumple la «traición» -que, de forma significativa, fue introducida en el código legal inglés en esos años- y la acusación de «terrorismo» en nuestra época. La vaguedad de la acusación -el hecho de que fuera imposible probarla, mientras que al mismo tiempo evocaba el máximo horror- implicaba que pudiera ser utilizada para castigar cualquier tipo de protesta, con el fin de generar sospecha incluso sobre los aspectos más corrientes de la vida cotidiana.
¿Puede decirse que en su persecución se juega una gran batalla contra la autonomía de las mujeres?
Del mismo modo que los cercamientos expropiaron las tierras comunales al campesinado, la caza de brujas expropió los cuerpos de las mujeres, los cuales fueron así «liberados» de cualquier obstáculo que les impidiera funcionar como máquinas para producir mano de obra. La amenaza de la hoguera erigió barreras formidables alrededor de los cuerpos de las mujeres, mayores que las levantadas cuando las tierras comunes fueron cercadas. De hecho, podemos imaginar el efecto que tuvo en las mujeres el hecho de ver a sus vecinas, amigas y parientes ardiendo en la hoguera y darse cuenta de que cualquier iniciativa anticonceptiva por su parte podría ser percibida como el producto de una perversión demoníaca.
(Fuente: Revista Herramienta)

Posibilidad de insumisión, de insurrección y de emancipación // Diego Valeriano


Luego de ganarle en todos los espacios y con relativa facilidad al cristinismo (ahora están defendiendo un despacho) la restauración careta va por el único enemigo que encarna la posibilidad de insumisión, de insurrección y de emancipación.
Liniers, Flores, Once, también Pinamar, son focos que se propagan segundo a segundo. Un metro cuadrado primero, casi toda la vereda después y ya sobre la tarde sobre la calle. Las vidas runflas se expanden y modifican los territorios hasta volverlos ajenos para todos. Un fantasma recorre la ciudad y es iletrado, inabarcable e inexplicable.
Las vidas runflas  remiten a cierta ficción, que se esfuerzan en llevar a la realidad, por medio del sueño, del deseo o de la violencia la posibilidad de goce. Pero sobre todo, es un concepto que remite a la imposibilidad de control. Atacan de manera frontal el dogma de la supremacía blanca y de la dominación del buen comercio.
Cada tanto se abre un nuevo capítulo de la batalla por el control territorial, tal vez este que está en ciernes sea más doloroso para las vidas runflas. La suma de todas las fuerzas de choque van a despejar de una u otra manera las veredas y calles. No va a ser fácil para nadie, el dolor, sufrimiento y el miedo se impregnaran en el aire hasta volverse irrespirable.
Algo fantástico es como encaran la batalla en la esfera mediática, sin más aparato que su cuerpo, se paran frente a movileros y con un tono entre evangelista y oprimido reclaman trabajo genuino y subsidios. De puros prepotentes nadie les repregunta.

Hay una experiencia dolorosa, la de recorrer miles de kilómetros para llegar y de un esfuerzo para sostener lo esencial de su humanidad. Pensamos la «resistencia», pero la resistencia, al menos en la teoría de la guerra, sólo funciona a la defensiva. La defensiva, a su vez, sólo puede afirmar su posición en el campo de batalla cuando es resistente. No es un juego de palabras: para que la resistencia sea una estrategia efectiva de las fuerzas, esas fuerzas deben ser las fuerzas populares, dado el modo en que sólo el pueblo se vincula con el tiempo y con el territorio. Las vidas runflas hacen de vanguardia de toda resistencia posible. Sólo ellas tienen hoy por hoy esta relación con la riqueza del medio y del tiempo.

Macrismo como desafío (en dialogo respuesta a Diego Valeriano) // Basilio Calsmich

  
Miremos de frente la situación, es grave. Si no damos una respuesta al macrismo permaneceremos pasivos mientras se destruye lo que amamos. Con Sarcasmo Diego Valeriano señala nuestro límite. Tenemos que aprender de esa indicación. Ese problema es el del amor: el kirchnerismo fue nuestra rebeldía. Lo que amamos de nosotros mismos en el kirchnerismo nos condena al más narcisista de los amores. Ese narcisismo actúa de un modo simple y corrosivo: nos hace sobre-estimar al kirchnerismo y subestimar al macrismo.
Nuestra rebeldía consistió en entusiasmarnos, en permitirnos la ilusión y la creencia en plena ofensiva del capital-neoliberal-global triunfante y su cinismo. EL Siglo XX terminó con la derrota del socialismo y con el desafío de las clases trabajadoras. ¿En qué fundas nuestra alegre rebeldía cuando ya no encuentra apoyo en fuerza social alguna? Esa rebeldía fue un puro acto de amor , lo intempestivo mismo. Un acto que logró inscribirse en lo político sin contar con la fuerza necesaria para una transformación social, aunque fuese un leve reformismo. EL kirchnerismo es nuestro modo de no resignarnos, de acomodarnos en la derrota. En un mundo sin lucha de clases, en que toda lucha es por incluirse en el mundo del consumo y todas las capas sociales se entregan a un mismo edonismo el kirchnerismo en el poder fue nuestro modo de hacer diferencia.
De acuerdo. No es fácil aceptar que ese proyecto fue desplazado por errores propios y por límites históricos precisos. Pero aunque nos cueste, nos toca entenderlo. El macrismo es el opuesto de lo que deseamos. Expresión a la vez silvestre y muy organizada de ese poder “estructural” que procede de los mercados, que no son una mera forma de coordinar recursos sino una potente fabrica de subjetivación.  Esa subjetivación, que en nuestro gobierno existió y se fortaleció como inclusión y como ampliación del consumo sacaba por percibir nuestros esfuerzos como arrogancia y hasta como mentira. Ha identificado en nuestros modos una cierta perversión.
Ellos, los representantes políticos de los mercados, en cambio, se exiben con una honestidad brutal. Su verdad guarda coherencia con el entero sistema de un modo transparente, que todos sabemos decodificar. Esa es la fuerza del ajuste: no hay para todos. No es cierto que todos somos iguales. No digamos cosas que no son, no mintamos más. No disimulemos la realidad con retóricas que a fin y al cabo no transforman nada y encima distribuyen privilegios. Y todo privilegio, a la larga, genera resentimiento.
Ante este grabe estado de cosas dos preguntas debemos hacernos a 30 días de macrismo:  una concierne a lo que entendemos como estado. La misma facilidad relativa con que  el macrismo avanza en el desmontaje de las estructuras que nuestro gobierno desarrolló estos años –cierto que no sin resistencias (esperemos que crecientes)- va encallando en algunos de las zonas mas “duras” (las mismas con las que se topó Cristina): la liquidación de la cosecha por parte de los exportadores; la relación con los sindicatos; con la trama policial y su gestión de los ilegalismos; las relaciones con los fondos buitres.  Es decir, aquellas en la que el estado surge como articulación estructural con el poder de fuerzas sociales dinámicas y organizadas. ¿cómo hemos pensado el estado, cómo debemos pensarlo de aquí en adelante?
Segunda, la obtención del 51% de los votos por parte del macrismo nos obliga a revisar el diagnóstico sobre el éxito de la hegemonía nacional popular. No hay hegemonía sino una disputa que en el extremo se divide en las mitades de siempre. Es necesario tomar nota de un medio país en el que pensamos poco. En la Argentina no hay mayorías duraderas y es de esperar que la actual se deshaga pronto. Lo que funciona entre nosotros es un histórico movimiento pendular: a veces ofensiva del capital; a veces defensiva de los sectores populares. A veces colisión liberal, otras frente nacional. Lo extraño de este nuevo movimiento del péndulo es que no está causada por una crisis.  Hemos caído en la tentación de superponer a este mapa de fuerzas el viejo e inadecuado mapa de las izquierdas y las derechas. mapa no equivalen en lo mas mínimo a derecha e izquierda.  Basta mirar hoy al peronismo para ver hasta qué punto estos esquemas no funcionan. Entonces ¿qué fuerza política es la que aspiramos a construir ahora?

Creerse mejor que los demás es un pasaje directo al patetismo.  El peronismo fue el único movimiento que en nuestra sociedad ha aceptado siempre las cosas como son, sin juzgar, sin elitismos. Al amor por lo que somos debe sustituirlo el amor a lo real. El propio kirchnerismo no hubiese surgido de otro modo. No lo convirtamos ahora en lo que nunca fue. El peor camino que podríamos elegir es blindarnos sobre el parque centenario e involucionar en la en la única dirección que la política actual no permite: convertirnos en un partido de izquierda.

La Tablada: “A la izquierda le faltó voluntad de sentarse a discutir lo que nos llevó al asalto del cuartel” // Verónica Gago y Diego Sztulwark

Entrevista a Joaquín Ramos, ex integrante del MTP


Con motivo del 25 aniversario de la acción de la toma del cuartel de La Tablada aparecieron varias notas periodísticas, y se acumulan ya algunos libros e investigaciones.  Más allá del juicio de valor que nos pueda merecer tal o cual reflexión, lo cierto es que siempre se privilegia la reflexión sobre los años setentas y sus protagonistas (sobre todo la figura de Enrique Haroldo Gorriarán Merlo); o bien se intenta comprender las cosas desde la óptica de la ideología de la democracia y del papel del gobierno de Alfonsín, asuntos estos sobre los que ya iremos conversando. Pero lo que realmente nos interesa es comprender -y por donde quisiéramos comenzar esta entrevista- es cómo se fue dando la trayectoria -tuya y de tus compañeros de entonces-. ¿Podes contarnos algo de las discusiones militantes que tenían entonces quienes compartían con vos las derivas militante de tu generación, digamos, tus compañeros que estaban en torno a los veinte años y que se proponían la cuestión de la revolución en aquel enloquecido (y enloquecedor) año 89? ¿Cómo recodas tus lecturas militantes de aquellos años? ¿Cómo fue que decidiste entrar al MTP?
Joaquín Ramos: Me incorporé a la militancia en el centro de estudiantes de la secundaria donde caí a la vuelta del exilio. En mi caso, a pesar de venir de una familia peronista y militante, empecé a militar como reacción al autoritarismo de la escuela de aquella época, más concretamente porque me hicieron cortar el pelo. En los últimos años de la dictadura ya había grupos de jóvenes que militaban y que una vez que volvió la democracia se volcaron a la lucha por profundizarla, por generar espacios de mayor participación popular y por expulsar al fascismo que habitaba (y aun habita en muchos ámbitos) en nuestra sociedad.
Fue una época muy confusa, la postura oficial sobre los 70 era la teoría de los dos demonios que promovían los radicales. Los peronistas estaban entre los mariscales de la derrota (los viejos políticos del PJ y la burocracia sindical más dura) y la Renovación, que no era ni chicha, ni limonada. En el medio miles de jóvenes buscando cómo participar, buscando explicaciones a lo que había pasado en el país, buscando cambiar de alguna manera un poco difusa, el país que nos había tocado.
La información era mucho menor, la sensación era de soledad en un punto pero era soledad de muchísimos buscadores, de muchísima participación. De hecho ni siquiera hoy se producen las manifestaciones que hacíamos nosotros y los centros de estudiantes tan numerosos.
Muchas actividades de esa época estaban orientadas a conseguir información tanto de lo que pasaba afuera como de nuestro pasado. No había desde ningún lado un discurso distinto al oficial (o el alternativo era aún peor que la teoría de los dos demonios, todavía había gente que decía que los desaparecidos estaban en Europa etc.). Hay que pensar que en esa época los que rescataban a los desaparecidos mayormente lo hacían como víctimas (incluso se hablaba de víctimas inocentes) y no como militantes.
Nosotros tomábamos las escuelas, cortábamos las calles y no había un sector del periodismo que nos apoyara o nos diera espacio para expresarnos, o nos ignoraban o se tiraban en contra. Las redes sociales no existían y había unos pocos programas progres que fueron desapareciendo rápidamente hasta solo sobrevivir el de Aliverti.
En los primeros tiempos la discusión siempre fue por profundizar la democracia, incluso dentro de los partidos. Recuerdo los compañeros de la Fede entusiasmados con el 16 congreso de PCA que supuestamente democratizaría el partido.  La realidad era que, en lugar de avanzar, la democracia se achicaba.
La militancia social o gremial tenía un techo en mi opinión y después de mucha búsqueda (recuerdo reuniones en  muchas unidades básicas, con grupúsculos en formación, con gente grande que armaba sus propias orgas) caí en la revista Entre todos. Y fue un proceso natural terminar fundando el MTP. Fue la sensación de haber encontrado EL lugar que había estado buscando. La revista, primero, fue un espacio de reflexión y luego un movimiento político en el que militar que respondía preguntas fundamentales para mi hacia adelante y hacia atrás, hacia la reflexión sobre los 70.
Las discusiones entre los militantes eran variadas pero giraban mucho en torno al tema de la deuda externa, los derechos humanos, la propia organización, la violencia política de los 70 etc. 
Con algunos compañeros discutíamos el tema de la revolución, sobre todo a raíz del triunfo sandinista pocos años atrás y sobre cómo sería en Argentina. No existía aun la sensación de que la revolución podría tomar una forma distinta a la armada, o de que era imposible. Había muchas interpretaciones sobre cómo sería o cuánto faltaba para eso y cuáles habían sido los errores de las organizaciones armadas. Ya hacia el interior del MTP hablábamos de una revolución más insurreccional que guerrillera, de los parecidos que iba a tener con la nicaragüense (el tema de mantener la democracia y cierto tipo de propiedad privada etc.). También se hablaba del proceso que había iniciado la URSS y hacia dónde iban o cuáles habían sido sus errores. Las discusiones de hacia dónde iba el campo socialista eran muy interesantes. Se había realizado un festival de la juventud en Moscú y encuentros por la deuda externa en La Habana y todos traían algo que contar, algún detalle. Por supuesto nos sentíamos más cerca de las revoluciones latinoamericanas que del bloque oriental. Pero hablábamos muy en abstracto, no mucho más allá del momento del triunfo.
La toma del cuartel de La Tablada por parte del MTP ha sido un fenómeno tan impactante, en su momento, como inexplicable (entonces y ahora) para la izquierda y para la sociedad. A 25 años de la ocupación del cuartel, y desde el punto de vista del sentido de aquella acción, por parte de un grupo de militantes políticos que formaban parte de la tradición revolucionaria argentina y latinoamericana, ¿qué es lo que te parece que falta decir, narrar, desarrollar, explicar, clarificar en relación a las versiones y relatos que han circulado?
JR: Por un lado creo que faltó voluntad de escuchar lo que teníamos que decir al respecto. Están quienes pensaban que habíamos sido engañados y solo querían escuchar eso: conspiraciones increíbles con el Coti Nosiglia, carne podrida etc. Esta versión era la mas amable pues nos consideraba compañeros engañados (y un poco tontos también). Hay otro sector que solo quería escuchar una autocritica sanguinaria en la que nos cortáramos las venas y renunciáramos a todo lo que pensábamos. Así que me parece que desde la izquierda ha faltado voluntad de sentarse a discutir, con la mente abierta, lo que nos llevo al asalto del cuartel. Negar la posibilidad de discutir la acción a militantes populares como nosotros nos dejaba en una situación de cierta “indefensión” y nos aísla del resto del campo popular (por llamarlo de alguna manera).
Por nuestro lado, faltó la voluntad de hacer una autocrítica (que no es lo mismo que arrepentirse y es una tradición muy loable de la izquierda revolucionaria) y de contar, de una vez por todas, la verdad de lo que nos llevó a La Tablada. Gorriarán dio un cierre unilateral en el que no decía demasiado (pudimos habernos equivocado, pero fue con buena voluntad) y muchos compañeros han descansado en eso evitando, lo que yo creo que es una responsabilidad militante, dar más explicaciones sobre lo que hicimos.
Entonces, es una situación en la que unos no escuchan y otros prefieren no hablar. La versión dada por el Pelado no se sostiene y era cuestión de analizarla para darse cuenta qué faltaba y cómo rellenar los huecos que no se mencionaban. Ese fue el caso de Claudia Hilb que elaboró un documento y es la primera persona que se hizo preguntas políticas sobre la acción como: ¿qué significaba ganar para los militantes del MTP? Claudia saca algunas conclusiones con las que no estoy de acuerdo, pero rescato esa voluntad de discutir.
En mi caso particular hace años que he decidido decir la verdad y hacer una valoración política del hecho (véase acá)
Con la recuperación del cuartel por parte de las fuerzas armadas, ¿cuál fue el papel jugado por el gobierno y por el presidente Alfonsín? ¿Y cuál el de las FFAA? ¿Qué ha pasado con las denuncias por torturas y desapariciones?
JR: Si la pregunta se refiere a la teoría ridícula de que los radicales, o por lo menos una parte, tuvo que ver con el asalto, la respuesta es nada.
El gobierno de Alfonsín, cuando ocurrió La Tablada, estaba en franca retirada. Llevaba cediendo a los militares desde la sublevación de Semana Santa. Alfonsín fue a la Tablada cuando terminaron los combates, con lo que quizás ayudo a que no nos mataran a todos, pero eso no impidió que ese mismo día los militares hicieran desaparecer a dos compañeros (el lunes habían desaparecido otros dos y habían rematado a todos los compañeros que se rindieron).
Alfonsín nos vio en el lugar donde estábamos siendo interrogados (no nos torturaron en su presencia) desnudos y tirados en el suelo, y luego declaro que nos vio bien, sentados en sillas y que estábamos un tanto nerviosos como era natural… (podemos decir que fue el mismo comportamiento que durante casi todo su gobierno. Hizo cosas que no alcanzaban y que terminaban dejando disconforme a todo el mundo).
En cuanto a las causas por violaciones de DDHH, no ha avanzado ninguna y nos costó muchos años descubrir qué compañeros permanecían desaparecidos, ya que nos faltaban compañeros, pero había cuerpos sin identificar. Nos pusieron todas las trabas imaginables para llegar a esa información y al esclarecimiento de cualquiera de las muchas violaciones a los derechos humanos ocurridas en el cuartel.
Hoy hay algunos compañeros que están impulsando las causas por los desaparecidos que son: Carlos Samojedni, Francisco Provenzano, Iván Ruiz y José Díaz
¿Te animás a hacer un retrato de Gorriarán? Seguro no se te escapa que hay visiones opuestas sobre él en el país: quienes lo acusan de servicio y quienes los mitifican como una suerte de Guevara en la Argentina. ¿Cómo evalúas su responsabilidad durante y después de La Tablada?
JR: Primero, una aclaración que debería ser innecesaria: no era servicio, ni agente doble, ni nada que se le parezca. Para mí, el Pelado tiene varios momentos. Como dirigente revolucionario, internacionalista, autocrítico con la experiencia de los 70, pero  no arrepentido y con voluntad para seguir luchando adaptando la idea de la revolución a las nuevas épocas que se habrían en el ‘83 (de ahí el surgimiento de MTP) y otro, post Tablada, en el que me parece que no estuvo a la altura.
El Pelado fue un militante revolucionario con sus aciertos y sus errores, con una vida dedicada a la revolución en Latinoamérica. Y es la misma persona que, luego, no quiso hacer una revisión crítica de La Tablada, ni asumir su responsabilidad como máximo dirigente del ataque. Como a la mayoría de las personas, no se la puede juzgar por solo una de sus facetas o momentos. Hay cierta reivindicación acrítica que me parece que no aporta demasiado (la otra opinión no merece la pena ni comentarla).
Pero me parece que debió asumir su responsabilidad en lo que, para mí, fue el error del ataque a La Tablada, haciendo una autocritica desde el lado de los revolucionarios. Es una pena que un episodio de nuestra historia, que podía tener una suerte de cierre colectivo (teniendo en cuenta que tenemos tantos que no) de todos sus protagonistas del lado del pueblo, no lo haya tenido y eso es, en parte, su responsabilidad.
¿Crees que los principales trazos del MTP conducían a una acción militar del tipo de La Tablada?  Si te parece que sí, ¿por qué? Si te parece que no, ¿cómo explicás la irrupción de esa idea y el modo en que pudo concretarse?
JR: Sí y no. Como ya dije, Gorriarán había hecho una autocritica sobre la violencia en los 70, había evaluado que el tiempo de la guerrilla en Argentina había pasado. En democracia una acción armada se veía como un error.
Por otro lado, yo me metí a militar en el MTP pensando en hacer la revolución, en cambiar el país, y eso siempre estuvo en el espíritu de una buena parte del movimiento. Se pensaba que las formas habían cambiado, pero no el objetivo. Por lo que una acción armada como La Tablada era impensable cuando iniciamos nuestro movimiento.
Después vinieron los levantamientos militares, la inestabilidad política del gobierno de Alfonsín y la sensación de que se venía un golpe de estado, que hacen que la Tablada tome un cierto sentido para, por lo menos, una parte del MTP. No digo que obligatoriamente teníamos que terminar en la Tablada y tampoco éramos los únicos que veíamos la posibilidad de un golpe de estado, ni una inestabilidad que pudiera favorecer un cambio revolucionario en el país.
La acción en sí no se parecía a la imagen que teníamos de lo que iba a pasar, pues hasta el ultimo momento se hablaba de resistir a una tentativa de golpe e iniciar en ese momento una especie de movimiento insurreccional que iniciara un proceso revolucionario.
En su momento, la acción de La Tablada sacudió a la izquierda. Después de la revolución cubana se consolidó la idea de que el socialismo dependía de una revolución, y esa revolución, de la lucha armada. Ha pasado mucha agua bajo el puente. ¿Cómo entender La Tablada en este proceso?   ¿Fue una acción revolucionaria en contexto equivocado, una torpeza  o un anacronismo liso y llano, una apelación a la violencia revolucionaria que se corresponde integralmente con otra época?
JR: Me parece a mí, y es en estos momentos que lamento no haber podido hacer un cierre colectivo, que fue una acción armada  que correspondía a criterios que eran obsoletos en el momento que ocurrió. En el 89, sin que nosotros, ni la mayoría de los militantes revolucionarios, populares etc. nos diéramos cuenta, se estaban operando cambios que llevarían a plantearnos nuevos paradigmas, nuevas reglas de juego, nuevas cosas que discutir.
Creo que ante una situación de inestabilidad (que, creíamos, podía derivar en la apertura de un proceso revolucionario) y la nueva irrupción en la vida política argentina del ejercito (o de una parte) como factor de poder o como partido militar, hizo que los compañeros que venían de otras experiencias se refugiaran en lo que ya conocían y plantearan una respuesta que ya estaba mal en los 70 y que en el 89 estaba completamente desfasada. Eso es fácil verlo ahora con el diario del lunes (que, por cierto, es la única manera de aprender cosas de la historia, analizarlas a posteriori) pero en ese momento no eran tan claras.
De cualquier manera, además de responder con unos conceptos de los 70 en lo que fue el inicio de los 90, hay factores que no se respetaron de la propia dinámica o reglas de este tipo de respuesta. Así como en el 75, contradiciendo cualquier lógica de la conspiración y el accionar guerrillero, el ERP decide tomar Monte Chingolo sabiendo que era una operación cantada, nosotros dejamos de lado varias cuestiones que se demostrarían fundamentales. De ellas, las más importantes en mi opinión son: 1) que las acciones armadas se deben explicar solas y, si no es así, estás cometiendo un error. 2) que no se puede iniciar una revolución con una mentira como la de que fuimos a parar un golpe que se gestaba en La Tablada. No me refiero al engaño al enemigo para obtener alguna ventaja militar momentánea, sino a justificar políticamente la acción con algo que no era verdad. Las dos cosas son parte de la misma y hacen a la primera regla. Si no se entiende lo que haces o no lo podes explicar legítimamente, estás cometiendo un error.
De cualquier manera, creo que equivocarnos no nos hace ni más, ni menos revolucionarios. Si no se cometen errores, no se avanza. La lucha del pueblo no es lineal. Nosotros somos parte de este pueblo y de sus luchas. Creo que decir la verdad de lo que pasó y transmitir nuestra experiencia es un deber militante para con las futuras generaciones.

Macri es la cultura // Diego Sztulwark

(Almacenes coloridos a los que llamás ciudad)

-Se decía que iban a bajar los cuadros de Néstor en la Rosada.

-¿Nosotros? ¡No! ¡Si no nos importan los cuadros!

-Hay uno de Chávez en un lugar central. ¿Ése lo van a bajar?

-No tiene importancia. Me interesa más Balcarce que el cuadro de Chávez. Es mucho más profundo.

Entrevista a Durán Barba, 23 -1-2016, diario La Nación


No hay ni habrá política cultural, porque Macri es la cultura hoy.
Inútil evaluar, como se hace en los diarios, el “primer mes de la gestión” del nuevo gobierno, en este caso, supongamos, del área que dirige (el CEO) Pablo Avelluto. Allí no habrá política cultural sino gerencia más marketing. Intolerancia amigable. La cultura no es Avelluto, es Macri.
No hay ni habrá política cultural porque la política que vemos desplegarse ya no trabaja a nivel de la cultura, sino que es trabajada por ella. La política, pobrecita, ha quedado desnuda, patética, reducida a pura gestión público-mediática, incapaz de percibir creación alguna por fuera de la restricción a un espacio delimitado por los actores de la más previsible de las gobernanzas postneoliberales (lo de “post”, entiéndase bien, es una frágil concesión a quienes, como nosotros, aún recuerdan 2001. El neoliberalismo que se viene cocinando en la Argentina –y no solo– es uno que presta más atención al problema de la producción interactiva entre orden y “legitimidad”. Ahí radica, macrista, la comprensión de lo “cultural”).
El kirchnerismo hizo de lo cultural una batalla. ¿Hay balance de ese deseo de politización? ¿Scioli fue ya la derrota o una táctica de encubrimiento? Al menos en Gramsci el problema de la hegemonía no era separable de una reforma intelectual y moral. Es la ventaja de pensar a partir del modelo de la guerra, más riguroso que el de las ciencias sociales. Ni Coscia en su momento ni Avelluto ahora son la cultura. El asunto desborda secretarías y ministerios. Incluso a los más célebres intelectuales.
Nada menos frívolo, más serio y más grave que partir del hecho de que la cultura es lo banal. La llamada crítica fue derrotada, o realizada, y hasta nuevo aviso subsiste como gesto lateral, apenas tolerado. Lo banal en cambio da respuestas concretas a problemas urticantes. Lo banal no es lo superficial, ni lo efímero, ni lo que se resuelve a nivel de las modas y el consumo. Sino lo permanente y estructural, lo que hace posible esta superficialidad, lo que hace posible que este reino de la moda y del consumo roten. No es lo fluido y el cambio incesante, sino aquello que gobierna los flujos y permanece en la lógica de las mutaciones. No es lo mismo.
Macri es la cultura: fútbol, televisión, empresa, Policía Metropolitana, Awada, celebridad, voluntariado, transparencia y negocio textil; Rabino Bergman; “equipo” (como señaló hace poco Horacio González), onda Pro, beca en el exterior y Balcarce. Todos sus rostros (cada rostro una terminal de poderes globales) transmiten la misma transparencia abrumadora: una proliferante pluralidad al servicio de una asfixiante lógica del orden. Una sinceridad que exhibe y ríe ante aquello que –suponíamos– debiera encubrir (esta es la novedad). Estrategia, domesticación y auto-ironía, como dice Duran Barba.
Un orden de mercado es un juego de domesticaciones. No basta con pronunciar esa palabra –“mercado”– con tono irónico para hacerse el vivo y creerse a salvo cuando estos mercados vehiculizan lo cultural más penetrante, lo que arma congruencia entre individuo y orden social. Esa potencia de orden (sigue siendo de orden por más que sea de “innovación”) trabaja por sucesivas resonancias totalizantes. En todos los planos de la existencia –y esto viene de lejos– las cosas tienden a ordenarse a partir de una misma consonancia. Ese eje consonante es el peligro, lo fascista. Lo que alinea normalidad y represión (no es solo Salas-Cresta Roja. Son todos estos años en los barrios). Lo que habría que saber quebrar. Lo que enhebra desde la gestión de la salud a la industria del alimento. Pasando por el lenguaje y los consumos culturales. Por la bancarización y la digitalización. Y hasta por la mediatización del erotismo.
Lo banal no es la generalización de lo aparente, lo pasajero, lo snob. Sino el hecho de que toda afirmación cultural actual, desde el modo de hacer ciudad a la forma de pensar en cómo tratar a los pibes, obedezca a incuestionables protocolos estéticos y de seguridad. Y de felicidad. Lo banal es el modo de regular modos de vida según afirmaciones en resonancia con un profundo deseo de orden en todas las clases. Es la racionalidad convergente de una máquina que subsume toda práctica (de la cultura urbana de vanguardia a los consumos de sectores intelectuales-militantes, de las terapias a los movimientos populares) en un mismo bazar.
Y no alcanza con insistir en que bajo estos hechos de cultura se esconde la barbarie. Ya somos bárbaros cuando somos parte de esta cultura. Bárbaros domesticados, tal como Macri es un “perro amaestrado”, según caracteriza –de nuevo– Durán Barba. Macri es la cultura, la derrota o la consumación –vaya uno a saber– de todo aquello que aspiró en algún momento a la crítica. O mejor: de todo aquello que la crítica durante estos años se negó a pensar. Es la obediencia más consensuada al modo en que los laboratorios y centros de diseño del mercando mundial conciben los modos de hacer, las experiencias de satisfacción y los modelos de lo deseable. Si se la sabe fragmentar adecuadamente, no hay segmento de la crítica que no pueda ornamentar un último diseño: discurso o producto.
Que esto resulte inaceptable para todxs aquellos que trabajan a nivel de lazo social (pedagogía, terapias, militancias, comunicadores, toda la amplia red de labores que crean modos de vivir) es lo que puede despertar un movimiento. Macri es lo vencedor en la cultura. Lo banal mismo nos desafía o nos aplasta.

Macri y el deseo de “normalidad” // Diego Sztulwark


El último acto contra-cultural a escala de multitudes nacionales ocurrió durante la noche del 19 diciembre de 2001, cuando la gente salió a la calle, sin más articulación simbólica que la que emana de la decisión de poner freno a la barbarie, dejando los televisores encendidos hablándole a las paredes de sus hogares. Ese último rapto contra-cultural, por obvias razones nunca apreciado por los gobiernos posteriores, será –seguramente- revalorizado ahora incluso, por quienes durante estos años identificaron aquel diciembre sin más con el infierno. Ya sin ese tipo de interferencia podemos retomar aquel hilo rojo para ver si tirando de él encontramos las claves para enfrentar esta Cultura oficial que, ahora sin estorbos de ninguna clase, se muestra íntegramente como lo que es: la coordinación gerencial de los aparatos del tecnocapitalismo comunicacional y financiero.
Si Macri es la Cultura hoy
¿Estamos ante una mera coordinación gerencial o ante una contra ofensiva política? Según el gran pensador de lo político Carl Schmitt el secreto de todo orden jurídico válido es la fuerza decisional soberana sobre la excepción. Sin esa intervención normalizadora no existe situación “normal”. ¿Es Macri el inadvertido príncipe que avanza, creando fuerza de ley declarando la excepción, sin dar respiro a sus enemigos?
Si la Cultura macrista es banal lo es por lo redundante de su estructura: sólo el deseo de orden legitimará el orden. Si esta estructura no es trivial es porque parece conectar con un deseo de normalidad tras el quiebre de 2001. Licenciando al kirchnerismo como fuerza normalizante de la crisis, el macrismo nos muestra algo que sólo veíamos como entre la neblina: la fuerza y la masividad de ese deseo normalizante; el contenido mercantil e intolerante con cualquier vestigio de la crisis que tiene esa Voluntad de Normalidad; la mutación profunda que podría sobrevenir si el macrismo es exitoso en la canalización de ese deseo, llevándose puesto tanto al peronismo como al social-liberalismo; el carácter real de enfrentamiento entre deseo de normalidad y subjetividades de la crisis que subsiste por debajo de esa exitosa trasposición comunicacional llamada la “grieta”.
La “grieta” es una de las expresiones de la Cultura. Logra transmutar lo perdurable del enfrentamiento social en una coyuntura de polarización exacerbada entre kirchneristas y antikirchneristas. Como si el kirchnerismo fuese la crisis misma, y no un modo diferente de normalizarla. Es tan apabullante el consenso cultural a este respecto que ahora pareciera casi natural el intento de conciliar a los argentinos por medios de técnicas empresariales de “amigabilidad”.
Lo Pérfido no quita lo discutible

Un capítulo esencial de esta instalación cultural es la disputa por los juicios a los genocidas de la última dictadura que comenzó con el primer amanecer del flamante presidente electo – y la escritura a cargo de la editorial de La Nación–.
El problema de los juicios a los genocidas no se reduce en lo mas mínimo a un problema de justicia histórica. Abarca de modo estructural a nuestro presente. El juicio de la trama de responsabilidad represiva corporativo-militar lleva, si nadie se le interpone, a la trama económica y espiritual que hizo posible la alianza entre terror estatal y concentración empresarial como núcleo constitucional duro de la Argentina actual, la kirchnerista incluida. La conexión entre ese terror y este presente guarda la clave de esta cultura banal que hoy nos agobia: sólo la presencia de contrapoderes efectivos logra evitar que aquello que estructura las relaciones sociales no estructure también el psiquismo. ¿De dónde nace, sino, la intensificación del racismo y del patriarcalismo que vimos crecer la última década hasta devenir hoy, ya sin inhibiciones, en Cultura Oficial sin eufemismos?
Jorge Lanata y Lo Pérfido desean ahora revisar el número de treinta mil desaparecidos ofrecido por los organismos de derechos humanos. Se trata de un revisionismo que no lleva al perfeccionamiento sino al desmonte de los instrumentos de investigación –verdad y justicia- sobre el proyecto y los crímenes de la dictadura. De otro modo no se dedicarían a denigrar todo esfuerzo por establecer hasta el final las coordenadas de la acción genocida: campo por campo, desaparecido por desaparecido, para profundizar en la red íntegra del terror corporativo militar de aquellos años, conociendo al detalle la acción de cada fuerza, de cada miembro de la jerarquía de la iglesia católica, de cada una de las grandes empresas que participó de la toma de decisiones durante la dictadura.
Claro que para seguir profundizando en ese camino habría que hacer justo lo contrario de lo que se hace: en lugar de desmantelar -como están haciendo ahora mismo- el área del Banco Central que investiga derechos humanos y finanzas (durante la última dictadura y con proyección al presente) habría que aumentarle los recursos. En vez de bastardear a quienes protagonizan estos esfuerzos (Lanata escribió que las madres y abuelas se “prostituyen”; Levinas acusa al perro de “doble agente” al amparo del “filósofo” Alejandro Katz; quienes investigan delitos financieros de la dictadura son “ñoquis de la Cámpora”) habría que ampliarles los apoyos. En lugar de pedirle al gobierno que revise los juicios -como hizo hace unos días el historiador Romero (h)- debería mas bien haberse sumado a la comisión votada por el congreso para investigar a las principales 25 empresas del país por su rol en la dictadura. Lo Pérfido mismo, integrante del grupo de franjistas morados -sushis- que apoyó desde «la cultural» la acción de De la Rua durante diciembre de 2001 podría haber ofrecido los recursos públicos que maneja para organizar una auténtica discusión sobre cómo pensar desde hoy la dictadura. Si todo esto no ocurre, si no quieren discutir en serio la dictadura es porque lo que les interesa –¡también a nosotros!- es el presente. Sólo que para ellos este presente es, se ha dicho ya, de pura restauración: es decir, de pura rehabilitación de un extendido orden empresarial con un estado profesionalizado –también en lo represivo- a su íntegro servicio. 
Lo vemos en la declaración de la emergencia de seguridad cuya eficacia real -el discurso del narcotráfico- es aumentar la mierda represiva en los barrios (lo mismo a lo que nos tenía acostumbrado la bonaerense de Scioli, pero ahora con renovada legitimidad ordenancista). Lo vemos ahora mismo en Jujuy.
En el fondo, el problema de la última dictadura,  es el de cómo trata la sociedad la intensificación de sus conflictos reales, en un país que cuyos mejores momentos fueron determinados más por ciclos insurreccionales (1945-1969-2001) que por los líderes que supieron gobernar las crisis por ellos producida. En otras palabras: lo otro de lo banal (la idea de que el lazo social se organiza en torno a tres significantes: gestión empresarial; seguridad policial; fe en el futuro), de ese deseo de “normalidad” que por sí mismo alcanza para generar consensos incuestionables, es la crisis.  
De la Voluntad de la Inclusión a la de Normalidad
Del 2003 para acá se ha perdido el punto de vista propio de la crisis. La crisis fue vista sólo como lo negativo a superar. Durante el kirchnerismo esa superación fue concebida a partir de una Voluntad de Inclusión. Voluntad que saca de nosotros lo mejor –activa un deseo de igualdad- y lo peor –media ese deseo por una distancia jerárquica del tipo víctima/emancipador. En muchos casos, bajo esa Voluntad de Inclusión actuaba ya un deseo de normalidad. Deseo de orden que ahora desiste de toda buena voluntad para aparecer desnuda e intolerante como puro apego al poder. Es la mayor apropiación ordenancista de la crisis que pudiéramos imaginar, porque contiene en sí misma los componentes conservadores distribuidos en el sistema político en su totalidad.
Esa Voluntad de Normalidad se apropia de la crisis –que no ha desaparecido, aunque por el momento sea confinada, arrinconada, en la periferia del sistema Cultural- por medio de una experiencia de la disociación y del tiempo. Se hace de la crisis algo que “puede ocurrir” en un futuro lejano o próximo y no algo que está ocurriendo ya mismo, que no ha dejado de ocurrir. La crisis como amenaza fundamenta desde siempre el juego del temor y la esperanza, del premio y del castigo. Todo está permitido menos asumir corporalmente las intensidades de la crisis actual.
El fascismo postmoderno no odia al progresismo, al peronismo ni a las izquierdas, sino a los sujetos de la crisis. A todo aquello que se esconde tras las fronteras. A todas aquellas pulsiones que intentan quebrarlas. De ahí que lo “juvenil” se haya convertido en significante en disputa. Lo “joven” legitima por sí mismo la Cultura, tanto como lo “nuevo”. Es el máximo de legitimidad de lo banal dejado a sus anchas. Joven es, para la cultura, aquel a quien se le atribuye, en virtud de los años por vivir que arbitrariamente se le suponen, potencial de innovación. Semilleros del sistema. Son los jóvenes que vemos en los medios. Otra transposición Cultural. Porque la juventud como figura de la crisis es lo más hondamente amenazado. La juventud de un tiempo sin crisis glorifica las estructuras de la Cultura renunciando de antemano a vivir el espacio social como algo fracturado, como la escena de un drama que pide estallar, para dar lugar a nuevas relaciones. ¿Es posible considerar joven a quien interioriza el mundo de ese modo?, ¿no es la interioridad del espacio exterior en el tiempo ya vivido signo eminente de la vejez? Nada corre más peligro hoy que el impulso joven de rechazar la estructura que esconde lo Cultural.
Si la crisis no estuviera ahí
El punto de vista de la crisis desnaturaliza al máximo las jerarquías, y transversaliza tanto la rabia como la estrategia. Pasó con la lucha por los derechos humanos y los movimiento que luchaban contra el genocidio neoliberal de fines de los años 90. El abandono de ese punto de vista, que la Cultura de lo Normal fomenta, supone la desconexión y la generalizada insensibilización. El campo social vuelve a reducirse a lo familiar, incluso en el terreno de los derechos humanos.
El problema, entonces,  no es tanto cómo pensar lo generacional, sino cuánto tardamos en comprender que sin el protagonismo de la fuerza de la crisis –del trabajo sumergido; de los pliegues de lo barrial; de las contra-sensibilidades micropolíticas- sólo queda la más dolora humillación. 

¿Cómo ríe la derecha? // Diego Sztulwark


La risa, libro que le redituó a Bergson el novel de literatura, es una sanción social –nunca reímos en solitario, siempre lo hacemos con otros, aunque sea a nivel de una complicidad imaginaria-  que se realiza en nombre de lo vivo (lo fluyente, lo flexible, lo versátil) frente a la presencia en la vida de lo rígido, lo mecánico, lo automático. Con la risa lo animado de los cuerpos se convierte en texto de intelegibilidad de las relaciones que sustentan lo social moderno.
Lo propio del actual resplandecer de la consolidada Cultura Global Tecno-económica y Comunicacional, lo vemos a diario es el modo en que lo anímico se sitúa en el corazón de la disputa política en el minuto a minuto de la acelerada ciudad mediatizada: la Cultura, símbolo cuyo cuerpo es la economía de flujos, ejerce como sistema de administración de las pasiones. 
La derecha, en esta Cultura, ríe. No sólo lo hacen sus candidatos y en sus afiches. También lo hacen sus intelectuales más empoderados. No se trata sólo del festejo por haber ganado las últimas elecciones. Sino de una disposición más duradera e “ideológica” (si cabe). Alejandro Rozitchner, “coatchin” del Pro y confeso escritor de los discursos del Presidente Macri, le llama “entusiasmo”.
El entusiasmo no refiere a una situación particular o un aspecto de la vida. Es mucho más (y tal vez mucho menos): un modo ni enfermizo ni neurotizado de la voluntad. La ecuación es sencilla: se es feliz y se experimenta sanamente el amor en las actitudes que nos permiten una exitosa adecuación al orden. Se es, en cambio, patológico cuando sentimos que las cosas del mundo no van bien y cuando invertimos esfuerzo intelectual en la crítica, síntoma de males de impotencia y resentimiento vital.
Notable operación ésta que utiliza al Nietzsche que descubría en el odio y la culpa (pero también el amor a ella asociada) el instrumento de triunfo de lo servil sobre lo noble y creador, contra el Nietzsche que filosofaba a martillazos contra los valores dominantes. ¡También Nietzsche es llamado al orden!
Alguna vez Deleuze escribió que en épocas de Bergson –antes de la segunda guerra- la risa tenía como punto de referencia lo maquinal serial, ralentizador, puramente repetitivo de la fábrica de su tiempo, mientras que con Jerry Lewis aprendíamos a reíamos de un cuerpo eléctrico, acelerado, en continua variación,  en el que lo no vivo en la vida se producía a través de una nueva generación tecno-productiva. La risa sabe sobre las máquinas y tecnologías del capitalismo.
Lo banal en la Cultura es lo Durán Barba, es decir, la eficacia política cómo técnica de aplastamiento de lo sensible micropolítico a partir del peso de todo aquello que en lo social pesa, estratificado. Pero es también lo Alejandro Rozithcner, que ofrece los “conceptos anímicos” para que el equipo funcione.
En el centro de esos conceptos está el “amor” de los cursos espirituales para empresarios y otras élites.  Un amor obsesionado con la adaptación a un medio que ya no se busca transformar porque, sacerdotes de la Cultura actual, se trata de custodiar, como lo hace la gendarmería en los barrios bajos de la urbe, el entusiasmo con el orden real del mundo.  
                                                                                                                    
Lo policial del asunto salta a la vista. Entre creación y adaptabilidad no hay afinidad, a no ser que se ponga lo primero al servicio de lo segundo, como en el régimen de la gran empresa.  ¿Será la tristeza mas propia de nuestra época el que la risa se vuelva -contra Nietzsche y Bergson- instrumento de sanción de las tecnologías comunicacionales y financieras contra lo que resiste en la vida? ¿Serán ellas, a fin y al cambo, las fuerzas que apoderándose de lo flexible y lo fluyente se encarguen de someter hasta el final estos lentos cuerpos que somos y que desean extremadamente dóciles? Es muy probable, puesto que cada vez más –el asunto viene de lejos- se hace de toda vida que no se adapta a esta voluntad de normalidad una ocasión para la patologización, la minorización y la criminalización.

Trapitos // Diego Valeriano



No se amplía el campo de batalla, siempre estuvo ahí, sólo que ahora gobierna la normalidad careta y entonces todo está más expuesto.

El runflerío (inmigrantes paganos, travas, negros, rochas, transas y locos) no deliberan ni gobiernan, ni a través de sus representantes. La restauración los quiere eliminar, pero hay otros que los quieren organizar y explicar.

El aparato mediático, más la justicia, más el dolor de una madre lo condenó. Jorge lo durmió de una piña y listo. Ni víctima, ni victimario (categorías obsoletas): a Jorge le re cabió, y perdió, como decían en los ‘70. El problema son los explicadores, los que se arrogan la representatividad de los que eligieron no tener voz. El ministro de seguridad quiere prohibir los trapitos, y está bien, están en guerra. La otra parte de la política busca justificarlos, organizarlos, redimirlos. Esos, esos son peores.

De Liniers a Parque Centenario: un abismo // Diego Valeriano

Porque cuerpo y territorio lo son todo. Lo son los miles de kilómetros para llegar, lo son las fiestas que hay en el camino y por sobre todo, la entrega. Esa entrega absoluta hasta ocupar todo. La física impide que dos cuerpos ocupen el mismo lugar al mismo tiempo. Por eso son vanguardia; porque despejan, ocupan y resisten.
El runflerio es vanguardia de la resistencia, son resistencia y ocupación. Son la real resistencia que no está en otro lado, está ahí, ahí mismo. Son vanguardia de la ocupación, son el real enemigo que enfrenta a la restauración donde más les duele: en el orden necesario para sus negocios.
Para resistir genuinamente es necesario morir políticamente y no quedar atado a apelaciones nostálgicas, explicaciones absurdas y artificios morales. Morir como gesto: soltar el cuerpo político. La calle José León Suarez de Liniers habla más de la vida,  la resistencia y el aguante que las plazas de los empoderados.

Ya sabemos que el consumo libera. Desata formas de vida inauditas. Rebeliones permanentes. Mutaciones del territorio, descalifica ideas muy asentadas. El horror que les produce a algunos el goce de las vidas runflas, los hace pegar un grito desesperado y complejo. De tan complejo tal vez, los acerque (cuando no hacen política)  a sus adversarios políticos. 

Ni tan mamertos, ni tan caretas. // Diego Valeriano

La apelación al runflerio siempre es peligrosa. Tiene algo de amenazante, de traición, de que te re cabió. Las vidas runflas son excesivamente desprolijas, desordenadas, violentas y conflictivas; diría subversivas pero siempre es un exceso.  Son  enemigos de todos, transan con todos, no son nobles.
Todo lo runfla sugiere. Todas las runflas construyen miedos. La capacidad transformadora está en la necesidad permanente de consumo, fiesta y conflicto. Para esta triada runfla es necesaria siempre una acción desmedida. Una ocupación corporal y violenta de la ciudad.
Es informe, incomodo, bardero, transa, promiscuo. Es una imagen permanente de que las cosas, en cualquier momento, se van a la mierda.
La capacidad transformadora  que tienen se centra en lo inabarcable, en lo intempestivo, en lo inmanejable, en lo irregular, en lo hambriento, en lo desprolijo, en lo festivo. No hay formas de abordarlos.  ¿Cómo se aborda una fiesta?
Su potencia radica en la certeza de que se están adueñando de la ciudad y que en ese adueñarse nos pasan por arriba.  Nos devoran. Son la desobediencia de toda regla, pero sin transgresión. No hay forma de detenerlos, se van a librar miles de batallas, vamos a mirarlas atónitos sin saber de qué lado ponernos, pero no hay forma de detenerlos. Son la certeza o peor aun, la expectativa, de que todo va a cambiar.

La compresión acabada de un término, que tal vez ya haya entrado en desuso, sea un poco la llave para entender  lo que va a pasar. El “te re cabio”, en su dimensión filosófica,  psicológica y jurídica a lo mejor nos ayude a soportar un poco el peso de tanta  ambigüedad y así no ser ni tan mamertos, ni tan caretas. 

Teoría del grito // Diego Sztulwark



Grita, pero grita justamente detrás de la cortina, no solamente como alguien que no puede ya ser visto, sino como alguien que no ve, que no tiene otra función que la de hacer visibles esas fuerzas de lo invisible que lo hacen gritar aquellas potencias del porvenir. 
Hay una diferencia sutil pero decisiva entre ver (ver lo que hay que ver) y hacer visible las fuerzas invisibles que nos modifican. En la Cultura de lo Banal, fundada en un deseo de orden que sólo se legitima a través de la postulación del orden mismo y que sólo se interesa por lo evidente mismo –infectándolo todo de imágenes inexpresivas y por tanto tóxicas–, no hay acceso a esas fuerzas. Su lógica es la compatibilización de todo lo que ocurre, sin censuras, dentro de las coordenadas de la normalización.
Lo tóxico, esa inexpresividad, es la esencia misma de la Cultura de lo Normal. Pura sensibilidad insensibilizada. Separación, desconexión, ignorancia del mundo de las fuerzas. Todo intento por preguntar o argumentar, por actuar o resistir dentro de la Cultura, se sumerge de inmediato en una redundante impotencia. El dato no es nuevo, pero ahora se ofrece desnudo. Sin forzar la crisis –ruptura o fuga– no nos es posible siquiera comprender lo que pasa. De tanta apelación al orden: ¿dónde encontraremos, sino en la crisis, una verdad?
Si lo político admite ser leído en términos de fuerzas, como ocurre por ejemplo en el paradigma de la guerra, la Cultura del orden –el triunfo postideológico de los dispositivos de gobierno de un capitalismo re-estructurado–puede ser entendida como la victoria de las fuerzas políticas que con menos distorsión expresan el orden material neoliberal dentro y fuera del país. Una breve historia del ciclo político que culmina en la instalación de la Cultura de la Normalidad puede construirse en tres secuencias: primero, el estallido de las subjetividades de la crisis (en torno al 2001); luego, el kirchnerismo como normalización vía “inclusión social”; 2013-2015: finalmente, la Voluntad de orden hecha Cultura inapelable. Leído desde hoy, la clave de inteligibilidad de ese proceso es la proliferación de una reacción contra todo lo que recuerde a la crisis y el incubamiento de un deseo de orden y normalidad progresivamente desparramado en casi todo el conjunto del sistema político, económico y social.
El macrismo parece entender cómo canalizar y darle forma cultural (y un diseño institucional) a estas fuerzas presentes y dominantes desde hace años  -¿desde siempre?- en nuestra sociedad. Lo extremo de esta normopatía se revela en el actual clima de revanchismo antikirchnerista que parece ignorar por completo la eficacia con la cual las políticas de inclusión social sobre fondo de precariedad lograron  una primera fase de normalización del país negativizando las subjetividades de la crisis. Esas subjetividades que hoy son inútilmente evocadas y convocadas a la resistencia (y cuya fuerza hoy se añora de manera abstracta) permanecieron ligadas al kirchnerismo de modo subordinado y a la larga de un modo casi fantasmal. Pero para la paranoia de la Cultura Oficial alcanza esa marca, ese remanente casi exclusivamente  emotivo de la crisis, para encender las alarmas de peligro y declarar la guerra santa restauradora.
Todo este proceso termina en la más alta frustración: no sólo se refuta a quienes creían que la política es de por sí el camino de la transformación –la política separada de la subjetividades de la crisis no puede ser otra cosa que un operador de la Cultura de la Normalización– sino que además, esto es lo más pesado, se nos convierte a todos en espectadores estáticos, sujetos obligados a “ver” lo que pasa, y a expresar nuestras perplejidades (patologías de la hiperexpresión). 
Ojos ciegos bien abiertos, ver sin ver o sólo ver en “lo que pasa” la punta que podría permitirnos dar con eso que vuelve pensable las fuerzas que sobre nosotros actúan sin que podamos aún afrontarlas. Remontarnos de la sensación a las fuerzas que la producen. Operar la torsión de lo sensible a lo que lo causa: eso es el grito. No el grito como estado de ánimo, o expresión de nuestro desencanto: eso no interesa a nadie. El grito –no gritar “por”, sino “contra”–es la detección de esas fuerzas invisibles, aquello que nos pasa cuando advertimos que estamos presos, capturados por ellas. El grito conjuga el horror y la vitalidad de lo que fluye sustituyendo la violencia-espectáculo por la violencia-sensación. Sólo de ese contacto con las fuerzas vale la pena esperar potencialidad. En el grito, nos enseña Gilles Deleuze en un asombroso libro sobre pintura, surge “el acoplamiento de fuerzas, la fuerza sensible del grito y la fuerza sensible del hacer gritar”. El grito es una declaración de “fe” en la vida, dice el pintor Francis Bacon.
El grito como medio para recuperar la distancia que necesitamos de aquellas premisas afectivas que fijan nuestros pensamientos en la ineficacia. Toda idea, toda acción que pueda insertarse en la Cultura sin producir sus propios modos de gestión-gestación, sin apuntar –aunque sea en la intención–, a herir su régimen sensible está ya derrotada.  Es lo propio de todo proceso de normalización. Pero esa constatación realista y necesaria aún debe afrontar algo más radical: la necesidad de partir del grito.
¿Es posible suponer que la crisis haría emerger subjetividades como las que se expresaron en el 2001, como si la mutación territorial de los últimos años no hubiera acontecido, dando lugar a nuevas formas de soberanía que de hecho que pueblan los nuevos barrios? No es seguro que ante la inminencia de la crisis vuelva a dominar la organización comunitaria fundada en la lucha por la dignidad, de fuertes rasgos horizontales y autónomos, que conocimos a través de experiencias como los movimientos piqueteros, los clubes del trueque, los escraches, las fábricas recuperadas. 
¿No es suficientemente preocupante que el kirchnerismo (“normalizador” por lo que de ordenancista hubo siempre en la sustitución de la lucha por la dignidad de las subjetividades de la crisis por una promesa de inclusión en términos de mediación financiera y ampliación de modos tradicionales de consumo), que no parece capaz de mantener por sí mismo la capacidad movilizadora demostrada durante sus últimos años en el gobierno, no pueda limitar la ofensiva conservadora, si quiera a nivel de defensa de puestos de trabajo? El propio peronismo, aún estallado y todo, toma parte activa en esta primera fase de la gubernamentalidad macrista. No se verifica, en lo visto en estos meses, que los años de construcción política desde arriba hayan dejado en pié un movimiento sólido y dinámico para responder los golpes recibidos.
¿Es posible, acaso, apostar a que la izquierda militante tal y como hoy existe –me refiero a la no peronista–esté en condiciones efectivas de heredar lo popular del peronismo, de suscitar una nueva rebeldía afectivo política de masa?
Así como la matanza de Maxi Kosteky y Darío Santillán en junio de 2002 señala un momento de repliegue político de las subjetividades de la crisis,los años 2008-9 y 2012 iluminan los límites del proyecto llamado de “inclusión social”: la derrota por la resolución 125 mostró la fuerza de alineación social con la renta agraria y tecnológica. Hasta cierto punto la pelea por reformas de la justicia y la estructura de medios siguió un derrotero similar. La segunda muestra hasta qué punto la disputa por el control de la divisa -el control de cambio- vivido como un ataque a la libre disponibilidad de esa misma renta actualizaba la implantación de la cultura neoliberal.
Lo demás quedó en manos de Jorge Lanata y de la estrategia mediática de encubrir esta disputa en términos de moral anti-corrupción. O de Duran Barba, y sus mediciones cuantitativas, que le permitieron  entrever la posibilidad de una gobernabilidad sin protagonismo estelar peronista. O de Alejandro Rozitchner como gurú que coherentiza equipos y conceptos en base a paradigmas procedentes directamente de las estructuras de sensibilidad del tecnocapitalismo. Y Massa quebrando el peronismo.
No se trata de denunciar, en definitiva, lo visible del régimen de la normalidad –porque lo visible es lo de por sí evidente- sino de enfrentar a fondo el deseo que lo mueve; de gritar al advertirla presencia de esas fuerzas   de orden en nosotros mismos, de gritar en su contra. Puede resultar frustrante admitir la soledad a la que ese grito puede conducirnos en lo inmediato. Esa conciencia de fragilidad, sin embargo, en la medida que acompaña un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con estas fuerzas esboza posibles diferentes –grieta, fuga, crisis–de aquellos que surgen dentro de la Cultura, donde toda violencia sensible es desviada y traducida de inmediato como fuerza-Espectáculo: “la lucha con la sombra es la única lucha real”.

Color y repugnancia // Diego Valeriano

El consumo en su cruel corporalidad libera. Y libera en tanto fuerza que da y recibe flujos, en tanto conflicto, en tanto mano a mano, en tanto fiesta, en tanto creación de nuevas vidas indomables.
El consumo es una infinita potencia social que transformó las vidas desde las periferias hacia el centro. En el siglo corto que viene transcurriendo, las vidas runflas a partir de su vinculo promiscuo con el consumo han creado energías transformadoras mucho más grandiosas y colosales que cualquier relato político anterior.
Las vidas runflas transformaron territorios y trazas. Atestaron de color y repugnancia espacios sociales pensados para otras cosas o ni siquiera pensados. Llenan de música, gritos, tensión y conflictividad cada lugar que ocupan.  
La restauración careta con sus dos vertientes va hacia el corazón de las vidas runflas. Enfriar y ordenar el consumo parecen ser las medidas más seria de este gobierno. Menos guita en el bolsillo, tarifas y precios por las nueves, policías protegiendo las veredas liberadas y controlando los cuerpos son golpes certeros al corazón del runflismo.
Las vidas runflas seguirán afirmando sus derechos de sociedades segmentarias contra el orden del banquismo y la restauración. Son cuerpos nómades, festivos y vitales que descubrieron una forma de vida ancestral y a la vez inaudita.  Imposible de estar mejor y, a su vez, mortal.
Como una especia de ginkgo biloba autóctona fue lo primero que broto post catástrofe. Habían llegado para quedarse pero ahora parece que tienen la verdadera pelea. Hacedores y víctimas, poderosos y frágiles, con la ambigüedad y prepotencia propia de un proceso de liberación que es puro presente.
En esta pelea (proceso de liberación) se juegan varias cosas. Se juegan la propia, la de todos los días y la también la posibilidad real de goce. Además se juegan la nuestra. Con la militancia y los empoderados zarpados en obviedades y sin reacción frente a los permanentes golpes; las vidas runflas son el ultimo dique de contención que tenemos, los que miramos atónitos, frente a la fuerza y la masividad de un deseo normalizante. 

Querer vivir // Silvio Lang


Pienso en al menos tres emplazamientos de la ontología del presente macrista como proceso de derechización de la cultura y su reproducción de formas de vida:
1) Por un lado, la producción obscena –a la vista- de un anti-relato reactivo de la “década ganada” o la ficción de hegemonía kirchnerista, es decir, todo lo que durante un período de tiempo el Estado y la sociedad civil “empoderada” de capacidad de consumo y nuevos derechos identificamos como la felicidad consensuada –nuestros 12 años felices. Todo lo que remueven hay que erosionárselos, discutirles todos los planteos.
2) A la par, una re-estructuración de las fuerzas del capitalismo y su producción de la forma de vida sensible-insensible neoliberal a escala planetaria, que en Argentina estalló en el 2001, al que siguió una tregua democrática de la guerra del Capital, que permitió algunos procesos ambivalentes de alternativas llamadas progresistas y neodesarrollistas en gran parte de Latinoamérica. Extraer tanto las continuidades como las rupturas del kirchnerismo-macrismo en la línea de vida neoliberal. Poner en cuestión la verdad realista-costumbrista neoliberal desde las fotos domesticas de Juliana Awada hasta la teleserie k “La leona” o la dramaturgia bienpensante de Mauricio Kartun.
3) Inherente a estos dos procesos, y es esto lo que más me da que pensar como singularización porque lo conozco desde mi temprana experiencia en mi lugar de origen, La Pampa, la constitución de un deseo de ordenamiento cultural basado en el orden patriarcal, machista y criminal de tu vida, con base en el cristianismo, ya sea con revestimientos new age o de la cultura de lo banal, lo que Diego Sztulwark va a llamar “Cultura de lo Normal”, o desde el movimiento LGTBI, podríamos llamar “heteronormatividad”, noción que, quizás, nos quedó trasnochada.
La Pampa fue para mí y para muchxs un campo concentracionario, es decir la experiencia del fascismo que te mata: ya a mis 5 años masacraron y asesinaron, en la bañadera de una escuela hogar, a mi tío adolescente por puto, mi primer amor… Lo que no se podía hacer en La Pampa era repartir las palabras; hablar o actuar las pasiones sensuales, amatorias y políticas de los cuerpos en las calles y en las prácticas artísticas; tejer redes de solidaridad por fuera del orden familiar; intelectualizar los actos; querer a los negritos de los barrios y a todos los cuerpos y subjetividad raras de la ciudad… Todo lo que una banda de desacatados hacíamos y por lo cual recibimos unos cuantos golpes. Sin embargo, todo lo que hay que reactualizar más aún cuando la cultura se normativiza en una “década ganada” y pierde en las urnas con el fascismo. La experiencia del terror fascista la tengo inscripta como estigma en el cuerpo, hasta en la superficie de la piel. Pero todo estigma es una cicatriz y una cicatriz es la marca corporal de la memoria de una fuerza anterior de sobrevivencia y de contrapoder. Entonces, creo que de lo que se trata hoy, en todos nuestros bandos y esquinas es de reactualizar esas fuerzas de “violencia defensiva” inscripta en nuestros cuerpos, articular las experiencias e inteligencias comunes de sobrevivencia colectiva, no por una ideología, si no por el deseo afectivo-corporal de querer vivir.

Amor amarillo // Agustín Valle


El kirchnerismo como problema de la resistencia; el imperio de la actualidad; breve genealogía del eficientismo y la desmovilización de la revuelta.
“Vosotros me decís: ‘la vida es difícil de llevar’. Mas ¿para qué tendríais vuestro orgullo por las mañanas y vuestra resignación por las tardes? Nosotros amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar.”
“’En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios’ -así rige el monstruo-. ¡También os adivina a vosotros los vencedores del viejo Dios! ¡Os habéis fatigado en la lucha, y ahora vuestra fatiga continúa prestando servicio al nuevo ídolo!”
Así habló Zarathustra
Sería una revolución basada no tanto en una crítica del sufrimiento en la sociedad dominante sino en una crítica total de su idea de felicidad. (…) ‘A decir verdad, la única razón por lo que uno lucha es por aquello que ama -dijo Saint Just-. Luchar por todos los demás es sólo una consecuencia.”
Rastros de carmín
1.
Está rebotina Buenos Aires, cada uno vuelve del descanso y cranea fugarse de nuevo; pero Monstruópolis es pegajosa y  su gravedad puede más que las opiniones de quienes la padecemos y gozamos. Aún convertida en este encierro en el presente que es el verano macrista (“no se puede pensar en otra cosa”). Pero este “sinceramiento” de la vida capitalista que triunfó en Argentina, produce mejor dicho un encierro en la actualidad, y es un atentado masivo contra el presente entendido como el espacio potente de la presencia, abierto por naturaleza. Actualidad lisa, obvia, inmune a nuestros chillidos.
También el kirchnerismo modulaba el tiempo histórico; con una política discursiva sobre las periodizaciones históricas, hizo pasar continuidades por rupturas y rupturas por continuidades, como decía Ezequiel Gatto y demuestra Bruno Nápoli en su En nombre de mayo. Hablar ahora del kirchnerismo parece vetusto y reaccionario ante la inundación de la cínica violencia amarilla, pero el kirchnerismo es un problema para resistir al macrismo -aunque haya que reivindicarlo situacionalmente, como en el último acto electoral, si es herramienta del ánimo multitudinal que lo precede-.
A solo un par de meses, ya parece poco firme su protagonismo en la resistencia (entre lo limitado del “placismo” clasemediero y la fragmentación pejotista), pero además, aún en su versión más romántica el kirchnerismo puede contener la movilización opositora como contención ejerce un féretro, si, como dijo Diego Genoud, se obstina en la misma lectura de sí que nos llevó a la derrota. El motivo triunfante en las elecciones fue el anti kirchnerismo, sustento básico de legitimidad del gobierno que, así, puede alimentarse de una resistencia que tenga identidad kirchnerista (por eso, una de las primeras “plazas”, convocada en principio por un cualquiera desde internet, fue titulada por La Nazión como “concentración del kirchnerismo”: les conviene más eso que una multitud informe). 
Borrar la fecundidad de 2001, tratándolo como llana crisis terminal, fue la más clara violencia del kirchnerismo sobre la genealogía que lo parió. Ver en la revuelta pura crisis es propio de una óptica plantada en el sistema representacional, y -como me apunta Damián Huergo- en el economicismo. Negaron la revuelta como eclosión de intolerancias positivas y arrebatos contra imágenes de lo humano sesgadas y excluyentes; intolerancia alegre y viril contra los condicionamientos políticos de la posdictadura sobre la vida. Negaron que 2001 fue fuente de la agenda y agrimensor de la legitimidad gubernamental ulterior. No se fueron todos pero pudieron quedarse los que entendieron la obsolescencia popularmente determinada del ajuste y la represión (y la corte adicta y en realidad miríada de cosas), del gobierno pleno del embriagado capital concentrado.
Sabido: aquel agite que tumbó al consenso neoliberal noventero fue gestado y efectuado por modos múltiples y complejos, protagonizado por bandas de pibas y pibes, HIJOS, los redondos, motoqueros, desocupados organizados… y, con la idea de que “la juventud volvió a la política” básicamente con La Cámpora, se negó -para aquellos sujetos pero también por tanto de modo genérico- la politicidad que surge de modo inmanente y orgánico de las vidas, sacralizando, en cambio, un modelo de politicidad conciencial, programático, adhesionista, ideológico-moral, en fin, militante: encuadrado, obediente, sacrificial (y, sí, también, soberbio, aunque a quién le importa… salvo por su condición sintomática: solo un triste de fondo, un finalista, es soberbio). La proliferación de agrupaciones diversas se homogeneizó en la morfología de la tropa (desparejamente, por supuesto, en algunas zonas más y en otras menos, pero hasta la propia CFK salió, alertada, a decir “ustedes no son tropa”).
Hubo dos grandes vectores gubernamentales de desmovilización del acontecimiento 2001 como agite abierto, solidarios entre sí: el vil asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (en el que el odio de clase, en los hombres-agentes, como decíamos en A quién le importa, no fue exceso, sino que encarnó, hecha instinto, la razón de Estado), y el otro vector de desmovilización de 2001 fue el kirchnerismo, detrás de varias de cuyas facetas se pergeñó, conflictiva pero firmemente, el umbral de restauración del orden conservador.
La masacre y el gobierno kirchnerista fueron dispositivos ante todo distintos, pero, aún así, vimos cómo la inyección de tristeza y espanto de aquella intervención policial produjo una mutación anímica de trasfondo en los movimientos sociales desde la cual se entiende su posterior aceptación del llamado gubernamental, al abrazo del Estado y su provisión de guita y nuevos derechos -bueno, en realidad la guita resultó ser un derecho: esa fue una política del capitalismo argentino provocada por el sacudón de 2001, iniciada pragmáticamente por Duhalde, convertida en divisa por Kirchner.
El encargado de operar la conversión de agitadores en micro empresarios sociales o en funcionarios o en “receptores” de dádiva estatal fue el mismo que, cumplida la desmovilización de los sujetos más organizados de la revuelta, se ocupó de reinstalar la represión, y por cuya boca el gobierno de los derechos llamó energúmenos a trabajadores que defendían luchando el civilizado botín de sus puestos de trabajo, doctor Garca Berni: repartió primero plata -que resultó disolvente de la organicidad de muchos movimientos-, luego palos y tiros.
¿Realmente debemos recordar que los derechos solo son subjetivantes -es decir hacen a una mutación efectiva del cuerpo- cuando se conquistan y elaboran, nunca cuando simplemente se reciben de parte de alguien, que pasa a ser condición necesaria de mi -refutada- libertad? Y parece que debemos recordar, también, que si el grueso esencial de los derechos recibidos consiste en un aumento cuantitativo de los productos y servicios que se reciben por dejar la vida en el mercado (incluso el trabajo mismo como premio, “tengo trabajo”, “conseguí trabajo”, etc), lo que más se reconfirma, en la médula misma de la inteligencia corporal y social, es el juego del cual esos son los premios, y no la potencia inventiva y soberana de la subjetivdad.
(Ya la idea misma de redistribución de la riqueza -con todo lo bancable que obviamente tiene- puede ser una vía de refirmación de fondo del juego capitalista, sobre todo si en realidad se trata de un aumento del mercado interno pero sin alteración de los poderes adquisitivos relativos entre los estamentos sociales; alteración política hay si se redistribuyen también los poderes decisorios y valorativos -como ejemplito, recuerdo un video que circuló, sobre asambleas ciudadano-escolares donde se decidía colectivamente cómo sería el uniforme de los alumnos, en Cuba: pura belleza e intensificación cualitativa de la vida. No se trata nunca de la cosa, sino del tipo de movimiento vital que la involucra-).
Esa desmovilización de la revuelta alcanzó su cénit en los festejos del bicentenario: una fiesta programada gubernamentalmente, con lo político como espectáculo. Yo ahí lo vi a Julio Blanck con su familia: ni él podía no estar, porque la afectividad de la fiesta era más fuerte que discursos argumentos o ideas. Se estaba ahí y punto, en esa movilización total del traspaso del protagonismo desde los cualquiera, comunes, los nosotros, etc, hacia el mediador representante. De la jauría al rebaño, pero todos contentos: hay Luz y hay Bien.
Pero esa desmovilización del acontecimiento 2001 también tuvo “accidentes”, trastocamientos, desbordes, al menos en 2008 (contra el lock-out), 2010 (muerte de Néstor), y “la Plaza del 9” que despidió amorosamente a Cristina, así como las semanas previas al 22 de noviembre, de burbujeante movilización anti macrista. Quizá también algunos momentos de saqueos en los que traccionaba más la alegría del agite que el influjo mercantil. Bicentenario y plaza de Néstor coinciden en año, pero diversan en naturaleza; una es zumum de la coincidencia entre la programática de las “productoras” como maestras de ceremonia y rectoras de lo común, la otra es un desborde inesperado que muestra que el aparato tiene un grueso de su potencia en su condición de pieza elegida por la multitud.
Hay por supuesto una cercanía, por momentos promiscua, entre el agite y la aparatización; hay una interfaz, que permite tanto reconversión como pivotes, ambivalencias y complejidades. En esa zona de disputa interviene CFK, cuando confronta a la propia multitud que la fue a bancar el 9, diciendo “ustedes no son autoconvocados, son empoderados”. Ustedes son efecto, el Gobierno es causa, dijo. Bien podría haber dicho que toda resistencia, toda victoria democratizante, tiene como fundamento la movilización decidida de los comunes (aún si luego su garante se organiza gubernamentalmente). Y que al fin y al cabo ella era la empoderada. Pero no: desde su posición de mandataria (saliente) y jefa del peronismo (¿saliente?), consideró necesaria una reacción para negar la figura de los autoconvocados (y eso que tampoco “autoconvocados” es figura incendiaria…). Dijo: vos no estás haciendo historia sino en cuanto te hicimos nosotros, desde determinados “resortes”.
2.
No busco reponer acá a 2001 (nadie quiere volver a ser como antes), cual animado tomuer busca cerebros, no: sobre todo porque algo de 2001 está bastante presente. De la notablementemente lúcida, corajuda y oportunista lectura de Néstor, quedó fuera lo que puede verse como un “resto formal”, un tercero excluido del noviazgo del kirchnerismo con dosmiluno…, que fue creciendo mientras el kirchnerismo llevó adelante una agenda progesista haciendo las cosas mayormente de modos precarios, gestuales, con realidades locales muy ambivalentes (por hacer veloz la crítica), mientras crispaba y crispaba a la derecha -esta crítica la hacemos desde 2007, y, sin embargo, ahora, viendo la facilidad con que entra la estocada amarilla y se evapora el aire pingüino, hasta los más incrédulos encontramos que fuimos ingenuos.
Si el macrismo borra de un plumazo muchos de los espacios institucionales valiosos y bancables creados en la década k, es porque los ideologemas puestos a rodar no fueron una afirmación consistente jurídica, política, estatutariamente, como leí en un breve post de Diego Sztulwark hace poco. Muchos de los espacios y políticas “ganadas” se sostenían en la precariedad de las condiciones de sus trabajadores. Por poner un ejemplo, las universidades en barrios periféricos son loables espacios donde campean los contratos basura, las exigencias a los trabajadores precarizados de realizar “sacrificios para sostener el espacio”, además de los amiguismos berretas, los giles “empoderados” con un escritorio de dirección departamental, etc. Más allá del ejemplo (podría ser seguramente cualquiera de los programas inclusivistas), no es por criticar, es por ser realista y entender: la flexibilidad laboral -el neoliberalismo en ese plano- fue condición material de la inclusión neodesarrollista.
Pero además de que el neoliberalismo regente en la cotidianeidad de las vidas fue condición de base de la pragmática concreta de los programas de inclusión y derechos, hay otro aspecto que también rompe con la polarización k-pro. En esos espacios de inclusión, la imagen era esencial siempre; la realidad local, a veces. Y si los mirábamos de cerca, la presión por “los números” de cada espacio y programa, la codificación estadística de las realidades vitales, una y otra vez se divorcia de -sino aplasta- la calidad de las presencias concretas. Y eso preparó el terreno para la razón gestionista, para la cual la gestión es más importante que lo gestionado.
Pero el actual fascismo contemporáneo gobernante borra de un plumazo espacios que eran al menos ambivalentes, espacios cuya efectuación cargaba con -o era regida por- el gestionismo, para el que vale más la representación -básica pero no solamente numérica- de la cosa que la cosa, sí, pero espacios que ponían a rodar ideologemas democráticos (educación universal, educación sexual integral, naddie quedándose afuera de la circulación de recursos elementales, etcétera), cuya implantación respondía a lecturas más ricas y éticas de lo social; espacios con zonas útiles para el igualitarismo democrático.
Las políticas kirchneristas fueron menos consistentes que la crispación -y la subsiguiente cohesión- que produjeron en la derecha. Crispación que, además, como me apunta nuevamente Damián Huergo, no se erigió solo contra “los kirchneristas”, sino contra los sujetos que el kirchnerismo al menos hizo visibles y en algunos casos legítimos, los putos, los deshauciados, los rotos, etc. El fascismo actual tiene fuerte cuño moral, ordenancista. Y por cierto allí hay, como dice Rubén Mira, una diferencia con el noventismo y su fiesta. Acaso entre las cosas que los agentes del propietariado aprendieron de estas décadas está la idea de que la fiesta de los noventa terminó siendo escollo para la eficiencia de gestión  de negocios y gobierno. Visto así, el bailecito horrendo de Maurizio es bien sintomático: hay un momento y lugar bien determinadito para festejar. Y se lo hace mecánica, patéticamente.
3.
Una defensa de zonas de igualitarismo conquistadas encabezada por el kirchnerismo bien puede ser, decía, menos efectiva que una más caótica, lenta y desreglada resistencia por modos cualesquiera, comunes, no lineales, químicos… Prácticas vitales -rancheadas esquineras, autodefensa campesina, intolerancia hacia “empoderamientos” policiales, trabajadores ministeriales que logren “disimular” algunas líneas de trabajo popular, tiempos dedicados a un potlach amistoso de fabulación, infinito etcétera- que banquen lo que haya que bancar y atenten contra lo que haya que atentar y creen lo que haya que crear por agregación de instintos, por aliento mutuo, por convencimiento replicante de la verdad que se impone como tal por su gracia: que todo lo que sea más vivo, fresco, autónomo y por eso gracioso, se fortalezca ante la esencia de la explotación de lo vivo por lo muerto. Resistencia del ánimo buscón sobre la pragmática autoevidente del rendimentismo.
El macrismo es una rotunda afirmación de que la vida debe someterse al orden, como si primero viniera el orden y después -a perturbar- la vida. (Justo en esta tierra, donde escupís y pintan formas de vida, tirás semillas, tirás bichos, tirás gente y, con los pies en esta tierra -que comunica también nuestras vibraciones, de manera menos obvia que la pantalla-, inventan formas de vida). En ese punto y aunque la superficie engañe, el amarillismo es una expresión renovada de la Ley, “celosa y resentida de los cuerpos porque ellos existen primero”. El gestionismo afirma que la gestión sabe más sobre la vida que la misma vida. La ley, la ley no de los papeles que nos hacía iguales, sino la ley que emana la materia misma, de las cosas mismas en el orden capitalista, es el conjunto de deberes y limitaciones coherentes con el mercado. (Este es el verdadero motivo por el que del Pro surge el término “sinceramiento”).
Y los movimientos multitudinales, que como decía pueden proveer de agenda para políticas de gobierno, cuando son creadores, sin embargo, no es tanto por la agenda que imponen:  es por el tajo que trazan en la temporalidad normal. Convertir una revuelta en agenda programática borra su potencia más específica, el trastocamiento del espacio común que inducen gracias a ese agite sobre la temporalidad, como dice Furio Jesi, y abre la transición hacia el orden del eficientismo. Los agites son precipitaciones -también se da en muy pequeña escala- donde el tipo de presencia que se inaugura vale por sí misma como experiencia. Valen como una intensificación de la presencia tal que logran la liberación del sometimiento del futuro: no se sabe a dónde se irá, pero mientras estemos así, vamos. Vamos y vamos viendo: la verdadera percepción se abre cuando la experiencia se emancipa del orden programático. La revuelta conquista un no saber. Y ya no importa el desarrollo, importa quién habla. Quién enuncia, quién pone los nombres de las cosas. Etcétera: y cosas.
Pero la revuelta también se da en pequeñas escalas,  en espacios personales, laborales, amorosos, etc. Un amigo miembro de una versátil banda decía que cuando se juntaban se activaba tan claramente una frecuencia distinta, que incluso entrenó y aprendió a “juntarse solo”. Lejos de la imagen de “la revuelta” como sacralidad histórica, se trata de pescar las puntas anímicas que pueden difundir dichas frecuencias presenciales, donde algunos sujetos se despegan -más o menos- de su función, suspendiendo el orden normal… 
4.
Es muy tentador olvidarlo, pero el macrismo se incubó en el kirchnerismo. Como oposición, pero, también, con coherencia con el tipo subjetivo dominante en la dékada. Recuerdo una propaganda, para Cristina 2011, que circuló por internet y pegó bastante: la de “no seas rata Roberto, si te va bien”. Mostraba un tipo comprando un cero kilómetro al que le preguntaban y decía que no sabía a quién iba a votar. No seas rata Roberto, si te va bien, le decía el que había preguntado, que nunca se veía en cámara, era un ñato escondido en la concesionaria. La propaganda la firmaba la “comunicación kirchnerista clandestina”. Era clandestina respecto de la imagen kirchnerista del kirchnerismo. Porque sinceraba lo que años después también Cristina hizo explícito muchas veces al decir “No les pido que miren al país siquiera, les pido que miren su bolsillo y comparen cómo estaban antes”. Récord de venta de autos y motos, cuotas en frargarino y turismo por doquier. Trabajo para dejar la vida ahí, para exprimirse (de los oprimidos a los exprimidos, decía Pablo Húpert). Y laburar cada vez más para no quedarse afuera de ningún tren que sea posible. Es cierto y valioso, se repartieron más premios, todos -obviamente- deseables; pero lo que más se refirmó es el trunfo del juego. El consumo moviliza. Vida capitalista. Y para vida capitalista, ¿por qué no probar unos que ofrecen capitalismo sin más, sin verba, sin discurso ni gritos? Sin política…
Y es ahí donde encontramos a 2001 (a un componente suyo, luego “resto formal”) bastante presente, en la anti política del Pro. Es una reconversión del “que se vayan todos”, hecha divisa del reino del capital, trabajo muerto acumulado que se invierte para proyectar vida “ya vivida”, programática, obvia. Reino que no concibe que nada exista porque sí, donde la gestión es más importante que lo “gestionado”, y donde la dominación de los más poderosos es naturalizada. Reino que opera una desubjetivación parcial general: olvídense de ser protagonistas de la vida, esclavos. De imaginarlo, siquiera.
El Pro fue la mayor lectura no kirchnerista de 2001, como le oigo decir hace rato a Ariel Pennisi. Ofrece como servicio aquel componente antipolítico; ofrece una pospolítica de gerentes de empresa duchadosen after office, que hacen política pero no son políticos, son otra cosa: gente subjetivada -y convertida en valor productivo- en otro ámbito, básicamente, claro, el citado de la empresa. Pero ya cuando Daniel Scioli triunfó en la interna del Frente para la Victoria, la dupla competidora del balotaje entera consistía en “hombres no políticos pasados a la política”. Ganó -ambos recibiendo enorme cantidad de votos de rebote, que los eligieron por descarte- el que más plenamente ofrecía la versión de la política que negaba la política como práctica específica, ofreciendo hacer “gestión” en el Estado. (Es muy indicador, como me señaló Marcela Martínez, que el gobierno haya formado una “mesa política” para tramitar los conflictos: implica que no conciben al ejercicio de gobierno como inherentemente político). 
En Pro leyó también al 2001; de ahí entendemos que el gorilaje careta usara, de 2008 para acá, métodos caceroleros y piqueteros para combatir al gobierno kirchnerista, bajo el signo clave de las elites pero que triunfaron apoyados por muchos trabajadores y otras clases de no-gorilaje careta, muchos de los cuales -ya dicho- quisieron sacarse de encima “las formas” kirchneristas. Y en efecto, hay una dimensión estética fundamental en la política, donde lo que se impuso es un modelo espantoso de belleza lisa, pastel, rubia, sintética y tersa, con sonrisas de guasón y baile de casamiento enlatado, donde, está claro, los morochos tienen lugar como mascotas y amigos de su propia servidumbre. (Y donde todo estaba perdido desde unos años atrás, cuando el término “cheto” -en los pibes de las denominadas clases populares- se liberó de su peyorativismo y pasó a ser ponderación.)
Pero es también por su condición de no-políticos, de eficaces ejecutores, que es entendible su componente despótico: les resulta natural que el jefe sea una voluntad que manda y ya.
También es por su anti política que tienen afinidad con el poder judicial, los jueces también hacen política como si no fueran hombres políticos. Tenemos ministros de la Suprema Corte que prácticamente ni hablan en público, como si fuera una actividad meramente formal, casi científico-administrativa, simple “aplicación de justicia”. La Justicia pasa como no política porque se acerca al trasfondo del Estado, ellos son agentes de la ejecución de la racionalidad estatal; el orden jurídico, cuyo sustento se auto considera iluminista pero bien mirado es oscurantista, un poder sin argumentos: la Ley manda porque manda y ya. No hay nada anterior.
Porque lo “anterior” es el conflicto, la vida, los cuerpos, etcétera: y cosas, las cosas.
Y el Pro niega el conflicto. Esto no se refuta sino que se confirma con sus medidas violentas económica, política y policialmente. Porque niega al conflicto como constitutivo e inherente, natural a lo social. Por eso mismo puede afirmar que hay sujetos que causan problemas. Al postular que los problemas son causados por sujetos particulares, niega que lo que hay es conflicto y sujetos entramados por el conflicto. Odiaban la conflictividad retórica de los kirchner, porque incluía al conflicto dentro de lo explícito del juego republicano. Para el gerente que “decide pasar a la política”, la actividad política se rige por la eficiencia y todo depende de ella -y de la buena onda, claro-. En el debilísimo acto electoral (ahora los progres recriminan a los votantes de Macri, pero ¿pensaban que la elección era una libre decisión?), y aunque engarzando, sí, con una poderosa voluntad popular (ligada a ideas y percepciones sobre la vida y lo común), ganó la política de que vengan al gobierno algunos que no son políticos, son eficientes y modernos hombres de oficina -y after office-; gente que viene de las soluciones, no del conflicto. Para ellos -para este entendimiento político-, aquellos sujetos cuyas vidas, si se afirman, ejercen conflicto, deben ser mantenidos a raya, siendo docilidad o desaparición sus pretendidos destinos naturales.
Es pifiado creer que el Pro está “provocando” con sus violencias. No. Las marchas y repudios kirchneristas las espera, y sabe que alimentan al consenso que lo hizo ganar, el anti kirchnerismo, que fue apenitas mayoritario. Al contrario, así es la normalidad que buscan. Pero hay algo más profundo. Los negociados infaustos, las políticas económicas enriquecedoras de la elite más rica y propietaria, la escalada represiva y demás, no se impugnan por visibilizarse. La denuncia tiene patas cortas. Esas violencias son aceptadas. La crítica es un género viejo. Las críticas cabían a la ideología, pero son estériles ante esta sensología triunfante (Ariel Pennisi me contó que Mario Perniola acuñó ese término de post ideología). Gobiernan los afectos, como hace rato dice Diego Sztulwark y también Hans Landa, en Bastardos sin gloria, cuando sseñala que dan asco las ratas y ternura las ardillas:“lo interesante del argumento no cambia lo que usted siente”.
Las violencias gubernamentales son concebidas como violencia necesaria para que las cosas puedan seguir siendo como son, que es como deben ser. Justas y necesarias para el deseo de “romperme el orto tranquilo sin que me rompan las pelotas”. También para los ricos, el deseo de gozar del privilegio (es decir, de la violencia histórica) sin que nadie te rompa las pelotas.
Pero mayoritariamente, esa violencia económica, política, policial, es justa para una vida que tiene como premisa callada -envuelta en capas y capas de rin tin tín y de alegría- al temor. Porque el régimen existencial del mercado capitalista está fundado en la derrota. Todos -casi todos- entramos a un juego donde ganan otros, donde ya ganaron. Entramos ya con el estigma de la inferioridad, la enajenación. El juego tiene premios, eso sí: resultan ser premios que valen más que la vida que los produce. Sobre un plano silenciado de una derrota gigantesca, la derrota de la aspiración de libertad, las carreras por estar conforme dan premios que son la consolación de esa vida. De esta vida. Un temor de fondo, un temor en este país del desierto: que no haya máquina alguna que enganche tu vida en un movimiento. (El cagazo, por cierto, es el que puede refutar la esperanza de que “no se le saca a la gente umbrales de consumo así nomás”).
Temor, y premios adorados que valen más que la vida que los produce, porque son su consuelo. Cualquier molestia o amenaza, ahí, merece violencia. Molestias como que haya gestos que sí comportan un ansia de libertad -arrebato de no coincidir con la funcionalidad de nuestra vida-. Esa molestia, que amenaza los premios y cuestiona su sentido, que deja cara a cara con la vida, conecta con la consentida violación a sí.
Y es por eso también que cualquier guiño que la festeje sin más, a esa esa vida, que le sonría, que le prometa animarla sin recordar su sometimiento basal, engancha, engancha como cabeceo rozagante que saca a bailar a quien, solo, se moría de angustia.
Ahora cambió el dj y todos esos odiadores están henchidos graznando en el centro de la pista.
Todos comen el sintagma más esencial -y callado- de la nueva gubernamentalidad: la riqueza y los ricos son algo natural y nunca postulables como causa de padecimientos sociales.
5.
¿Entonces? Ahí otra trampa. La pretensión de “saber” en materia política. Nadie sabe, no se puede saber. No tiene sentido denunciar ni se puede saber. El saber es parte del orden. Si hay movimientos revoltosos, grandes o chicos, que tajean la temporalidad normal, conquistan justamente un no saber, e impera el divino mientras tanto ensanchado. Ahí es posible olfatear y estar a la altura de las prácticas que no son gobernadas por esta mierda, como dice Juguetes Perdidos. Instinto de vínculos y modos de hacer fuerza que ejerzan otra calidad de presencia.
Lejos de dedicarse llanamente a “hacer política”, casi en lógica de “respuesta” a lo que impone la actualidad, repetida y renovadamente hay que  preguntarse “¿cómo me imagino el socialismo?”, o lo que cada uno pueda preguntarse para conducirse a las prácticas que expanden lo mejor que puede concebir en la vida, sea cuidar viejitos o bailar y beber ron o ayudar a aprender las matemáticas a los niños o construir barcos o cocinar o… No es la política la que puede sostener una resistencia históricamente relevante; es la vida. La actualidad del mundo acecha, y la Política es partícipe y beneficiaria de esta dominación mediática de la fabulación. El facebook ofrece tres íconos de sucesos en la pantalla personal: amigos, mensajes, y el tercero es el mundo: hoy el mundo tiene treinta y dos notificaciones para ti… Catarata que evanesce la presencia, que invade su tiempo con, siempre, otro lugar. Y es la presencia la que puede subrepticiamente hacer manar el flujo que rompa la actualidad. Presencias -comunicacionales, callejeras, etílicas, musicales, naturalistas, escolares…- que logren desmarcarse de lo debido para lograr movimientos desde la óptica de lo que pueden por sí, sus accidentes, sus encuentros, sus instintos, en combate involuntario hacia la ridiculización y el disecamiento del eficientismo (como idea, deseo, policía, etcétera).

Formatos estandarizados de comprensión de los otros // Diego Valeriano


Hace unos años Prat Gay propuso formalizar a los feriantes de La Salada ¿Sabes por qué? Porque les tiene miedo, porque sabe que las vidas runflas son su principal enemigo, lo eran en ese momento, lo son ahora.
Frente al banquismo de la restauración careta,  las vidas runflas y su capitalismo de abajo, emergen como los  verdaderos contrincantes. Prepotentes y desordenadas; pero con una convicción: se juegan verdaderamente la propia día a día.
¿Y las plazas? Sin duda alguna los artistas, empoderados y militantes están más cerca de Prat Gay; aunque contrincantes en la política; comparten el temor por el runflerio.
Y está bien, son de temer, vienen por todo. Son una expectativa de la viralización de mundos posibles. Horribles por una lado; festivos, revolucionarios y conflictivos por otro. Vitalización de formas de vida que asusta.
Y como asusta hay que minimizarlos, explicarlos, victimizarlos. Las vidas runflas no son trabajadores de la economía popular; son muy otra cosa. Son una fuerza indómita, son una fiesta, son construcciones improbables y artificiosas. No son organizables con los nobles parámetros de la política.

El término popular los minimiza, no los describe. Son la expresión de lo ilegal, sin duda alguna son el enemigo. Uno que acecha formas de vida cristalizadas, carreras, morales, consumos y  formatos estandarizados de comprensión de los otros desde la política.

Spinoza es lo que falta // Diego Sztulwark

La miseria actual de lo político es índice de una profunda normalización en curso ya desde hace años. El deseo de orden contrasta con las subjetividades de la crisis y resulta directamente proporcional a la fobia al conflicto y a la división que toda política efectiva conlleva. Despojada de antagonismo, la política pierde toda relación con la actividad crítica, todo fundamento en la dinámica material de la vida colectiva para buscar apoyo en la entronización de los valores del orden como máxima justificación. Este movimiento que va de la crisis al orden, de la crítica a la adecuación, del antagonismo a la norma es irremediablemente binario: distingue el espacio de la gestión del sistema de las necesidades; lo político de lo económico; lo subjetivo de lo objetivo. Lo político-subjetivo debe prevalecer y armonizar todo aquello que a nivel de lo económico-objetivo conduce al caos.
Lo político, para Carl Schmitt, hereda de la “forma” católica esta prevalencia normativa de lo espiritual por sobre lo objetivo-material reducido a económico técnico. Lo político teme a la vida espontánea de las cosas, también en el campo de lo social secularizado. Tanto lo neoliberal que privatiza la decisión política, como lo progresista que la equipara a lo público-estatal comparten la convicción naturalista según la cual la vida de las cosas libre de restricciones encuentra un orden racional propio: el del mercado. Para el reformismo laico, lo político viene pensado como un ámbito exterior que pretende “regular” los procesos materiales sin penetrar en ellos.  Y su polémica con los neoliberales gira en torno a las regulaciones necesarias para evitar que la economía desembozada acabe en polarización social, crisis y guerra.
En todos estos casos, lo social fue escindido de lo político y degradado frente a él. Lo político ha sido enaltecido en detrimento de la dimensión económica y material. Incluso en el caso de los neoliberales, para quienes lo político privatizado en el sistema de las corporaciones supone un pensamiento de la gestión de la complejidad. En todos los casos, lo político fue despojado de las subjetividades productivas. La vida concreta ha sido desprovista de toda dignidad política propia y convenientemente cauterizada. Lo político no es autogobierno de lo social sino forma-estado acaparada por la exigencia de gobernar sobre lo social.
Con sus importantes diferencias, todas estas variantes de la teoría política –de la tiranía decisionista a la gubernamentalidad neoliberal, pasando por los gobiernos llamados populistas- comparten el hecho de ser respuestas normalizantes a la crisis. Su carácter reactivo no se evidencia tanto en justificar su legitimidad en su potencia de conjurar el caos, como en el hecho de que para conjurarlo se introduzca una separación fundamental entre vida activa y sistema de lo político, un fundamento espiritual para establecer la validez del orden jurídico.
Spinoza ha escrito páginas imprescindibles contra este modo –tan dominante ayer como hoy– de lo político. En un tratado especialmente dedicado a este asunto escribió que la libertad de pensamiento era el fundamento de la auténtica paz y de la seguridad para el estado entendida como libre asociación humana. Aunque la tradición moderada de la ilustración leyó su Tratado Teológico Político como un manifiesto en pos de la tolerancia religiosa, hay en sus páginas una teoría alternativa del gobierno (el estado y la economía).  
La “libertad de pensamiento” de la que habla Spinoza no es simplemente el derecho a tener ideas propias, creencias religiosas privadas y a expresar opiniones disidentes. Más radical, lo que Spinoza defiende es una potencia de pensamiento que se descubre al poner en práctica premisas diferentes: un poder colectivo que surge de la composición entre los cuerpos. Esta puesta en continuo de afecto y concepto, entre derecho y potencia, supone un enfrentamiento con el fundamento de las teorías políticas del orden. A las que Spinoza llama teológico-políticas, en la medida en que sustituye el orden de la concatenación de los cuerpos por el de la superstición (lo que Marx llamará “fetichismo”). Lo teológico político es el sistema de las trascendencias capturando lo político, inoculando el temor y la superstición en la vida de las masas populares como técnica de gobierno por medio del sometimiento.
Por “superstición” Spinoza entiende el funcionamiento de unas imágenes separadas de toda potencia expresiva fundada  en su inserción en el juego de las relaciones entre los cuerpos; la transmisión de unas ideas escindidas de sus causas, la completa degradación del pensamiento sostenido en premisas afectivas y determinaciones específicas; la postulación de verdades trascendentes que actúan como signos arbitrarios que exigen credulidad y obediencia. La naturaleza primera de la superstición es la abstracción que separa a cada quien de lo que puede, la tristeza que aleja a cada quien de su involucramiento en el poder colectivo. La superstición es el mecanismo que secuestra el entendimiento de su propio fundamento material; el conjunto de clichés que circulan como supercherías propias de cada época. Es el conjunto de diques que impide la fuga de eso que define a un tiempo histórico como epocal.
La afinidad entre superstición y religión no es obvia ni necesaria. Spinoza antes que Nietzsche la atribuye a los teólogos. Son ellos quienes elaboran, en base a esta conjunción, los instrumentos para la dominación política a través del gobierno de los afectos. Tomada como técnica de dominación, la religión entra a formar parte de lo político, a título de una pedagogía de la degradación de lo material sensible que condena a mujeres y hombres a una vida sin enraizamiento en la potencia, sometida a la oscilación y la inconstancia anímica. Sin acceso alguno a un poder colectivo, de naturaleza (y racionalidad) diferente. La superstición, para Spinoza, sólo engarza en la vida humana mediante el miedo. El temor es su causa y su esencia. El terror es el fundamento del poder político separado, de lo político separado (de lo teológico político).
La libertad de pensar en Spinoza es ante todo la libertad que resiste a la superstición (en este sentido hay un Spinoza militante, muy bien retratado por Joanthan Israel en su libro La ilustración radical). Es la libertad de limitar el poder teológico. Es la capacidad de hacer del pensamiento un desafío respecto de todo aquello que difunde el terror y el sistema de la obediencia. El pensamiento libre es pensamiento libre de temor. Es decir, pensamiento que encuentra apoyo en el poder de los cuerpos, de los que dice que nunca sabremos del todo qué es lo que pueden, hasta dónde puede llegar su potencia colectiva. El pensamiento libre es investigación colectiva sobre la potencia de los cuerpos no sometidos al terror. 
La banalidad de la cultura en que se apoya la miseria de lo político actual mete miedo. En nombre del orden se extiende un ideal de vida como adecuación a los poderes. La misma abstracción, la misma separación. No es cierto que ya no estemos en el siglo XVII. La economía política, el mundo de las finanzas gobernando a través del mercado mundial los flujos de riquezas y, por tanto, de posibles vitales; el Estado como mera polea de transmisión entre ese orden de las finanzas y la temible normalización de las vidas reúnen todos los requisitos de lo teológico: la denigración de lo corporal como fundamento, la postulación de una instancia mediadora abstracta (el valor), la reivindicación de un mando trascendente. Particularmente el mundo de las finanzas, con sus cálculos de riesgo, sus sistemas estocásticos, sus redes digitales y su pretensión de subsumir el futuro a variables de mando del presente. Todo muy laico. Lo teológico político se ha secularizado, es decir, se ha realizado por completo. Su rasgo dominante, el terror, no ha dejado de propagarse a través de los caminos habituales (patriarcalismo, colonialismo, racismo, el fetichismo de las mercancías extendido al entero campo social a partir del sistema de la renta). Su pedagogía está más vigente que nunca. Tanto que se la festeja. Se la asocia con la inclusión, y con el cambio.
Falta Spinoza, quiere decir: falta romper la teoría política de la normalización.

El concepto de lo político // Diego Sztulwark


¿Cómo entender el paso de una relación con el estado que pretendía aportar un máximo de politización de lo social a una coyuntura como la actual, tan orgullosa de su repliegue tecnocrático?  La idea misma de un máximo de politicidad conduce a Carl Schmitt, para quien el concepto y la especificidad de lo político pasaba por su capacidad de decidir la enemistad. Su “todo es político” remitía en última instancia al hecho que la elección de las relaciones amigo/enemigo terminaba por teñir toda otra realidad del campo social: de la economía a la religión. La política, por tanto, no era para él una esfera determinada de la realidad sino un campo vivo de intensidades. Luego de haber escrito que el estado se definía como el monopolio de la decisión política, hechos como la Revolución Rusa y la emergencia de un combativo proletariado industrial en varios países de Europa lo llevaron a invertir la definición: la estatalidad se organiza al interior  de este campo de intensidades definido por una pluralidad de actores que disputan la decisión de enemistad.
La política es la actividad dedicada a producir soberanía, es decir, la aptitud para fundar un orden adecuado a una unidad colectiva irremediablemente atravesada por la división y conflicto (que tiende a la crisis), y por la lucha (que tiende a la guerra). Este componente agonal le da a lo político, dice Schmitt, una realidad existencial, ligada, en definitiva, con la muerte. Esa existencialidad se pone en juego en la toma de la decisión, esencia misma de lo político. La persona que decide (una o muchos) adopta de hecho un carácter heroico (fuente de legitimidad carismático-legal) al asumir lo que ya nadie quiere asumir: las consecuencias que surgen de la acción. Una acción que es soberana porque decide la crisis y actúa normalizando la situación, salvando el orden público. Conservador o revolucionario, el político decisionista es aquel que pone en práctica esta determinación de ocupar el estado, declarar la excepción e imponer de hecho una salida: un orden válido y estabilidad.
El concepto de lo político fascina por la agudeza de su crítica al humanismo liberal y a toda forma de repliegue de la decisión sobre lo privado, sea en nombre de una moral de tipo liberal social –eso a lo que hoy llamamos “progresismo”– o de un neoliberalismo tecnocrático en manos de corporaciones. La actualidad del pensamiento de Schmitt consiste, precisamente, en este virulento rechazo de toda formas de despolitización, es decir, de extirpación el antagonismo de lo social, en tanto confinan lo político al “diálogo” y el problema de la unidad del orden a lógicas económico-técnicas. Al determinar lo político como campo de intensidades, Schmitt colocaba la decisión política como fuente de sentido último para las más variadas prácticas sociales.
Más que un pensamiento de la crisis, el de Schmitt es un pensamiento del orden, auténticamente devoto de la tradición católica y del pensamiento de Hobbes (a quien considera inspirador del proceso de secularización de lo teológico cristiano en lo jurídico moderno). Sólo que el orden político que piensa Schmitt  no le escapa a la crisis sino que la asume frontalmente, la atraviesa y recoge de ella los elementos válidos para su normalización. El orden se funda en la capacidad de declarar el estado de excepción. Si algo irrenunciable hay en este pensamiento de Schmitt es su atracción por lo extremo, el descubrimiento del valor cognitivo y ético de la excepción por sobre el de la norma que la encubre.  Descalificar la obra de Schmitt por el hecho de haber sido nazi implica desaprovechar un pensamiento aún desafiante.
Elementos de esta revalidación de lo político –a partir de un Schmitt convenientemente parcializado, depurado y matizado (Chantal Mouffe)– se hicieron presentes en los intentos de los últimos años por reponer la legitimidad de lo político estatal frente a lo arrasador neoliberal. Remozadas a un contexto postdictatorial, las tesis de Schmitt resonaron productivamente en la defensa de la autonomía de lo político-estatal frente al dominio de la economía concentrada y la influencia de los grandes medios de comunicación. Aunque fueron también esgrimidas, todo hay que decirlo, contra las subjetividades de la crisis (lo hemos visto durante la crisis del 2001 y sobre todo en los años posteriores). Este agrupamiento de situaciones diametralmente opuestas –de un grupo empresarial-mediático a unas organizaciones piqueteras autónomas- en un mismo paquete de la “antipolítica” constituyó desde el vamos un elemento despolitizador interno A la pretendida máxima politización de la sociedad. 
Esta paradoja de una voluntad de politización habitada por una despolitización  tuvo al menos dos dimensiones. Al declarar la enemistad a las corporaciones, el estado que promovía la politización social lograba denunciar efectivamente operaciones empresarias y dinámicas ominosas del mercado mundial abriendo espacios de participación y de movilización, sin cuestionar (primer elemento despolitizante), si quiera a nivel de un pensamiento con vistas a reformas futuras, su propia y profunda inserción en esta misma trama corporativa y global. A la larga, esta limitación –esta dependencia estructural del estado politizador de la trama a la que decía combatir– inhibió a lo político de una relación abierta con la crisis y lo enfrentó a quienes cuestionaron el modo vigente de acumulación.
Igualmente despolitizante (segunda dimensión) fue la inconsistente declaración según la cual todas aquellas organizaciones sociales y comunitarias que cuestionaron el modo de acumulación sin compartir las expectativas de una politización desde arriba forman parte de la antipolítica (en tanto movimiento destituyente) . Lo claudicante de esta declaración es el modo en que debilita el núcleo mismo de lo político como decisión y hostilidad. El movimiento social y comunitario vinculado a la crisis es muy político precisamente por el modo de asumir de modo inmediato la intensidad de la enemistad, y de otorgarle a la decisión política una densidad material y una ampliación a la actividad reproductiva a un punto al cual el estado vigente de diseño liberal no tiene cómo llegar. Este mismo estado, que en virtud de su razón sólo sabe pensar en términos de público y privado, no ha sabido leer la capacidad de decisión política de estas organizaciones sino como privatización de la decisión. Y en lo que respecta a la enemistad, las organizaciones comunitarias en lucha la han dirigido plenamente contra el modo de acumulación (combinación de elementos neoextractivistas, neodesarrollistas y de explotación financiera) respecto del cual el estado se mostraba extremadamente dependiente. 
En esta última confrontación el estado se condena a rechazar a todos aquellos movimientos y organizaciones que no consideraran que el problema de la enemistad que divide al campo social comience y acabe en el estado, y a desconocer, por falta de categorías, todo elemento de radicalidad social que no se adapte a la percepción de lo político cuya imaginación vaya mas allá de lo público como adaptado a lo estatal. Las dos dimensiones de esta paradojal de esta politización-despolitizante son: el esfuerzo por compatibilizar el elemento de confrontación con el del respeto por ciertas directrices duras del modo de acumulación y consumo; la inclusión abusiva en el paquete de la “antipolítica” de todo protagonismo no obediente a la reducción del par público-privado con las que piensa el estado de diseño liberal.  La dificultad para identificar y radicalizar los límites que esta paradoja planteaba resulta hoy día capitalizada por el tipo de consenso que actualmente intenta consolidar el macrismo.
Y no es que al pensar esta paradoja haya que ignorar la debilidad política de las organizaciones y movimientos sociales que plantean vías diferentes. Ya desde el 2001 se hacían presente dificultades como tales como la estereotipización de las organizaciones, la inmadurez para afianzar de modo expansivo una articulación más próxima entre decisión política colectiva y modos de reproducción social sin explotación, la fragilidad por momentos extrema frente a la neoliberalización de los vínculos. Sin embargo, y a pesar de todo eso, el problema de una comprensión más radical de lo político se actualiza cada vez que se defiende un territorio frente a la desposesión y al despojo, sea frente a Monsanto, ante la violencia patriarcal o en plena avenida Avellaneda.
Al personificar la decisión política en un héroe–heroína decisor que salva el bien público –sea este héroe de izquierda o de derecha– se asumen ya, con total realismo, las premisas de lo político despolitizante. Sobre todo porque en el político decisionista tiende a prevalecer el componente espiritual de la decisión. La voluntad soberana a la Schmitt no se desprende de tanto de la naturaleza del antagonismo que determinan la crisis como de la actividad histórica de un logos teológico. En este punto no hay como seguirlo. Sobre todo cuando disponemos de una igualmente fascinante comprensión de lo político, de signo opuesto a Schmitt, como la de Antonio Gramsci, que sí se preocupaba por pensar el continuo material que se teje entre crisis, antagonismo y decisión (siendo de hecho esta preocupación lo comunista en Gramsci). Sólo que para el italiano, este problema de la decisión se hace presente como tarea de creación de un “príncipe colectivo” capaz de trastocar el orden jerárquico entre gobernantes y gobernados, superando la experiencia actual del estado. Con Gramsci podemos replantear la cuestión en otros términos. Lo que está en juego en nuestras sociedades no es sólo el problema schmittiano del valor de una subjetividad que asume la decisión y el antagonismo contra las corporaciones (y esto dicho en momentos en los cuales, sobra decirlo, las corporaciones poseen prácticamente todo el poder de decisión sobre las vidas), sino la necesidad de transformar el modo mismo de establecer la enemistad política y de pensar la decisión más allá del estado en su diseño actual: la necesidad de concebir, si de construir otra fuerza se trata, un decisionismo más denso y material. Mas pegado a la defensa de los territorios y atento a la proliferación de la ultra explotación laboral. Más colectivo y abarcador. Cierto que las condiciones para plantear el problema son cada vez más hostiles. Pero ¿qué interés puede guardar la política si no afronta de lleno este tipo de problemas? 

Clinämen: ¿Qué bicho nos picó?

Iniciamos nuestra temporada 2016 tratando de darnos algunas preguntas para orientarnos en la coyuntura amarilla. La política tomada por la Cultura del Orden, La banalidad: la obviedad y el “fascismo posmoderno”. ¿2001 y la crisis como deseo de normalidad? ¿Qué está en juego de cara al 24 de marzo?



http://ciudadclinamen.blogspot.com.ar

Otras marchas // Diego Valeriano

Hay que tener el corazón muy ortiba para no sentir que estos casi tres meses de la restauración careta fueron furiosamente anti populares. Ni una cosita, aunque sea una, que no sea en benéfico de ellos mismos. Algunas les cuestan un poco más, algunas muy fáciles. La verdad sea dicha, están haciendo lo que se les canta el orto y no se los impedimos.

 

Ahora, en un mes se cumplen 40 años del golpe, es como que todos lo estamos esperando. Algo tiene que pasar. Ciertamente lo de Obama es mucho. Mucho lo que nos indigna, mucho que venga. Tal vez haya una exageración compartida  en la visita de Obama, tal vez. De todas maneras la marcha es nuestra cita obligada, aunque seguramente ahí ya no pase nada.

Pienso en las otras marchas,  más vitales, más transformadoras, que se dan a diario, veo fugas y esperas. Hay marchas de Catan a Liniers, de Olmos a La Plata, de Perú a San Telmo. Marchas donde no sabes qué hacer con lo que te pasa, sentís más cosas de las que tu cuerpo puede resistir y sin embargo se resiste.
Estas marchas no son una certeza, no se trata de encontrar algo perdido, de llenar un vacío o completar la pieza que falta.  No hay modo de reflejar lo que no se comprende. Una fuga que no se sostiene en la creencia de algo original, clave o esencial. Consumo, fiesta y conflicto. Una marcha que es poco percibida, que balbucea apenas una consigna. Una transformación que no cesa, una huida que no responde tanto a una persecución como a una espera. Hacer mundo como porvenir de una fuga que siempre comienza, que nunca se alcanza, que no se completa, que desespera.
Marchas sin opinión, sin reflexión. Pura carga vital, pura conservación de la interioridad como manifestación de resistencia. Y al llegar, quedarse: resistir, fiesta y conflicto; como los cartoneros en Paternal, como los puesteros en Once, como mujer de preso alrededor del penal, como la puntera Rosa totalmente zarpada en impoder.
La de los 40 años es cita obligada, como no serlo! Pero también estan estas marchas de los otros en que la identidad (nunca definida del todo, siempre runfla) se sustenta como fuga y no se sostiene en una creencia clave o esencial.
Hay una marcha que siempre me gusto y lamento que haya terminado, es la que se da en el video de Intoxicados, el Pity va esquivando balas con su bicicleta y se le empiezan a sumar rolingas, pibas, parejitas jovenes, murgueras, vecinas, nenitos en cuero, turros por venir y cuanto runfla ande por ahí. Siempre quedo manija al verlos avanzar ocupando toda la calle, contentos de tan prepotentes. Tal vez si esa marcha continuaba las cosas eran bien distintas, tal vez ante la insensible crueldad del tiempo, no hay mejor verdad que el absurdo.

 

Valor de uso de la crisis // Diego Sztulwark

Claudia Chávez

in memoriam


La crisis como fuerza del Orden

Macri es la Cultura. De otro modo, no habría razones para ocuparse de él. Es la Cultura en el sentido que el Orden da al término: instauración de un código funcional adaptativo, un modo de procesamiento colectivo de adecuación activa a la Normalidad. Este juego no se organiza a partir de una referencia a cualquier otro orden alternativo, sino que se da como una dialéctica cerrada en torno a la Crisis
El empleo productivo que el Orden hace de la Crisis viene señalado en A nuestros amigos, el libro del Comité Invisible que la editorial Hekht está por lanzar: la presencia de la crisis funciona como un momento constituyente del Orden. De la inminencia de la crisis extrae el Orden su legitimidad. Una legitimidad que no se restringe a la de los poderes ejecutivos de los estados, sino que se extiende sobre un espacio postnacional determinado por redes y dispositivos de “gobierno”. El Orden es el gobierno de la logística. De la comunicación. De las estructuras que capturan y organizan la movilización de la vida.
La crisis como palabra de Orden es el reverso perfecto de la Cultura como adecuación. Lo político-cultural trabaja en él como elaboración de un código capaz de volver todos los segmentos del campo social compatibles entre sí y con el comando que crea el código. El éxito del sistema es la redundancia. Junto a una  férrea violencia excluyente. Hay una relación directamente proporcional entre el esfuerzo invertido en ofrecer un código de compatibilización -que permita a cualquiera adaptarse al Orden- y la expectativa de desbrozar el espacio de la conectividad de todo obstáculo, de cualquier trayecto vital que introduzca opacidad al sistema.
En la Cultura del Orden las instancias de producción de ese código provienen, lo sabemos bien, del mundo del marketing, de las finanzas y las empresas.  Su lenguaje es el de los “equipos” dedicados día y noche a la “gestión”, a la “modernización” y a la continua promesa de “normalidad”. Sus tecnologías resultan cada vez más penetrantes: no es sólo la sofisticación encuestológica y los Focus Group, sino también toda una avanzada de especialistas portadores de un conocimiento digital, comunicacional, de cientistas de la imagen y de las redes sociales. Uno de los indicadores más nítidos de normalización política en curso es el hecho mismo de que los estudios de mercado sean los principales proveedores de saberes y esquemas de comprensión de lo social.
Y es que la racionalidad del paradigma de gobierno propio del Orden no recae, en última instancia, en los políticos sino en una amplia trama de operadores culturales capaces de ofrecer una interface viva entre el mundo de los mercados financieros (de su heroica tentativa por ofrecer marcos de inteligibilidad y de estabilidad a unas operatorias a futuro dominadas por la incertidumbre) y los modos de vida. Lo Cultural busca, en la traducción entre vida y finanzas, modos de sostener la promesa de previsibilidad y hasta de seguridad: propone un estado de ánimo y un modo amigable de asumir el estado de “en riesgo”.  Gobierno de la crisis y coaching ontológico.
Desde el punto de vista de la política local, el macrismo se muestra hoy como vencedor en este juego. Y alardea de haber sustituido al kirchnerismo en la tarea de ofrecer mediaciones para gobernar la crisis. El macrismo se revela así como un análisis del kirchnerismo, del mismo modo que el kirchnerismo era ya un análisis de la crisis del 2001. Retomó, de modo ultra reaccionario, la idea según la cual no hay orden posible sin negativizar las subjetividades de la crisis. Pero donde el kirchnerismo combinaba su tributo al orden con militancia, participación e inclusión, el macrismo dio un paso al asumir la crisis de acuerdo a la tipificación proveniente de la agenda del orden global: “seguridad” y “narcotráfico”.
Con estilo gerencial, el nuevo gobierno se da el lujo de licenciar –sin reconocimiento y no sin violencia– a aquella parte del andamiaje kirchnerista identificada con la “politización” del estado. Esa parte ya no corresponde a este nuevo período. Su liquidación pública simboliza la transición a una nueva disposición subjetiva en la que domina la confianza plena en los dispositivos del mundo de los mercados, en su eficacia integradora, en su mecánica a la vez fluida y jerarquizante de la organizar lo social.  
En el pasaje del kirchnerismo al macrismo lo político termina así de hundirse en esta redundancia ultra-codificada del orden por el orden. En el kirchnerismo, a diferencia de la actual utopía del orden macrista, había una politización paradojal: un concepto de lo político capaz de denunciar la neutralización empresarial-corporativa de la soberanía, una denuncia abierta de lo antipolítico capaz de abrir procesos de movilización. Lo que nunca llegó a constituir el kirchnerismo, sin embargo, fue una convicción en la socialización de la decisión política, ni una aprehensión de la crisis como un momento de horizontalidad productiva, de la cual extraer un paradigma antagonista respecto al del gobierno del Orden, que es el único que manda.  
Eterno retorno
Convocado como su reverso dramático por el Orden, 2001 no deja de volver. Y no dejará de hacerlo mientras la crisis siga siendo invocada como fundamento, imagen a conjurar, base sobre la cual suscitar el miedo y, con él, la fuga hacia el Orden. En el momento en que el orden tambalee, vacile, la crisis estará irremediablemente allí, como grado cero del orden. Sólo que vendrá ya negativizada: ¿conservará la crisis así tratada algún poder insurreccional?  Es el riesgo que corre el Orden al manipular la Crisis como su fundamento.
De allí la difícil relación entre crisis y resistencia. Del lado de la llamada resistencia, el problema consiste en cómo evitar el abrazo al orden, presente en el temor a la crisis. Y desde el punto de vista de la crisis misma, ¿no es evidente que la imagen que podemos hacernos hoy de la insurrección ya no se ajusta en nada al 2001, con el fuerte contenido comunitario de muchos de sus protagonistas?
Parece que el problema, la encerrona que enfrentamos, al fin y al cabo, es la falta de toda imagen positiva de la Crisis. Tal el éxito, la penetración alcanzada por el Orden. Parece que no pudiéramos ya imaginar la afirmación de la crisis, sino como triunfo mortífero del Caos. Como si no alcanzáramos a adoptar un punto de vista que no fuera ya el del Control. Tal es la fuerza de adherencia del Orden: su capacidad para privatizar y neutralizar todo desafío.
Al margen, la peor herencia de 2001 es la estereotipización de las organizaciones sociales y las militancias autónomas. También estas imágenes trabajan para el Orden.
Precursores oscuros
A Nietzsche le gustaba la idea del precursor. En un célebre y emocionado pasaje de su obra narra lo que sintió cuando descubrió en Spinoza un “precursor”. Ya no la soledad, o en todo caso ahora, ¡una soledad de dos! No es Borges enseñándonos a inventar desde el presente nuestra propia tradición, a elegir nuestros legítimos predecesores. Lo que Nietzsche siente es el impacto que en el presente autoriza a seguir su curso, hasta entonces algo confuso o inhibido. Un curso aún no autorizado.
Contra el actual operador cultural, coaching ontológico -maestro en la serena adecuación-, el precursor de Nietzsche reúne en el presente las fuerzas para lanzar el desafío. Descubre en el pasado hasta entonces inexplorado el apoyo que precisaba, un antecedente que viene a confirmar lo que León Rozitchner decía haber aprendido de joven de Paul Valéry: que hay que ser arbitrario para crear cualquier cosa.
Los precursores avanzan en la pura opacidad, donde aún no hay senderos delimitados. Son oscuros aún si anticipan una nueva luz, sin la cual no llegaríamos nunca a visibilizar la materia de los posibles que en ella convergen.  Anuncian una luz que aún no les es propia. Su tiempo es intempestivo, como la declinación (clinamen) de un átomo, un desvío que aparece justo antes del relámpago que ilumina al cielo seguido por el trueno. Los precursores operan en diferentes series sin pertenecer del todo a ninguna de ellas.
Conocemos, en nuestra historia política, precursores reaccionarios (desvíos que funcionan desde el comienzo en favor del orden, no son propiamente oscuros). Por muchos años recordaremos el apellido Menem. Un términos que perteneciendo a la serie Peronismo, que supo formar parte también de la serie Liberalismo, sin que los liberales puedan apropiárselo del todo, sin que los peronistas suelan, en su mayoría, reconocerlo como propio. Menem mostró cómo se podían insertar partes de liberalismo entre las capas del propio peronismo. Esa inserción, luego rechazada durante años como “traición” por el peronismo, no ha sido del todo revertida. Lo vemos claramente hoy día.
Tampoco deberíamos olvidar con facilidad los precursores insurrectos que a lo largo de las últimas décadas han creado vasos comunicantes entre las subjetividades de la crisis. ¿O no hay un clinamen inesperado en el momento en que aquellxos de los que se espera que actúen como víctimas reclamando derechos (familiares de desaparecidos; los “sin” trabajo o “sin” techo, los “sin” patrón) actúan creando contrapoderes efectivos?
Un punto de vista que busca en la crisis no el mero negativo despotenciado a partir del cual se crea orden sino la emergencia, en roce con el caos, de una nueva razón (¿política?). Desplegar este punto de vista podría ser, aún hoy, la mejor parte de la herencia de 2001.
Mientras tanto el precursor oscuro que no apaga su fuego en la adecuación al código de Orden aparece como una suerte de ética (una ética a su modo más política que la política misma): vivir sabiendo que no somos seguidores de ningún curso nuevo, admitir que ningún camino novedoso se ha desencadenado con la potencia esperada y, al mismo tiempo, rechazar la adecuación al orden que se nos propone, como si cada uno de nosotrxs fuese por su cuenta –aunque no necesariamente de modo aislado- el oscuro precursor de un saber posible que alguien necesita, para quien nuestra resistencia pueda ser, en efecto, anticipación salvadora. La fuerza que hoy no tenemos sería entonces, también, la fuerza que a pesar de todo se forja oscuramente en una reunión que aún no sabemos entender bien. Un modo de no renunciar a esa cita.  Quedaría entonces flotando en el aire que cada quien respira la pregunta que en su hermoso libro, Hijos de la noche, formula Santiago López Petit: ¿cómo hacer para recrear a nivel colectivo lo que en la vida asumimos como desafío?

Katz y el nihilismo fofo // Diego Sztulwark

Según su propia mitología, el PRO es el primer partido del siglo XXI porque las ideologías le importan un bledo. Pero el gobierno de los CEO´s ya tiene quien le escriba. Alejandro Katz fue uno de los intelectuales post-orgánicos que acudieron al llamado del nuevo Presidente, para ayudarlo a interpretar la época. El obsceno oficio de pensar sin dignidad.
Ya bajo los efectos de la locura, Nietzsche describió su praxis bélica en cuatro postulados prácticos:  a) “sólo ataco cosas que triunfan”; b) estos ataques se realizan a nombre propio, sin aliados; c) no se ataca nunca a personas: se sirve uno de ellas “tan sólo como de una poderosa lente de aumento con la cual se puede hacer visible una situación de peligro general” y, finalmente; d) sólo es lícito atacar cuando está excluida toda cuestión de enemistad personal.
Bajo esta recomendación, aunque sin respetarla al pie de la letra, propongo prestar atención al modo en que triunfa, en el plano de la escritura reflexiva en el que pretende desenvolverse el ensayista Alejandro Katz, algo que podemos llamar “lo obsceno”: un tipo de argumentación en la que lo impúdico se deja traslucir sin explicitárselo del todo. Se lo hace pasar distraídamente, como si de un accidente de la comprensión se tratase, mientras se aparenta hablar decorosamente.
mail prólogo
Todo surge de un breve mail que el periodista Gabriel Levinas introduce a modo de prólogo en su reciente Doble agente, la biografía inesperada de Horacio Verbitsky, libro canalla si los hay. El autor de ese correo electrónico es Katz. Levinas lo introduce, nos dice, para evacuar las dudas que pudieran subsistir respecto de sus motivaciones y de la legitimidad misma de difundir la “información” de “enorme relevancia” que, según cree, el libro en cuestión contiene: “fue la opinión del filósofo y ensayista Alejandro Katz la que, de manera más categórica, ayudó a comprender la razón de este libro”.
Katz comienza su intervención distinguiendo las controversias que el libro desea suscitar. Hay algunas que son de incumbencia del autor y otras que no. Entre estas últimas designa, en primer lugar, la controversia en torno a la “veracidad de la documentación” acusatoria de Verbitsky. No se presenta para Katz problema alguno a elucidar, sino “una cuestión fácil de resolver” que “depende de expertos, de peritos que pueden confirmar que cada una de las pruebas utilizadas es verdadera”. ¿Lo son? ¿No ha refutado punto por punto estas “pruebas” Horacio Verbitsky?
Como sea, Katz no se hace ninguna pregunta sobre las prácticas diversas de veridicción, ni siquiera cuando resulta evidente que acusador y acusado se oponen precisamente en este campo. Levinas personifica de modo lineal el lenguaje de los medios, mientras que Verbitsky abreva en las fuentes del periodismo de oficio, en el procesamiento militante de información –tradición que arranca con Prensa Latina–, y en el trabajo de archivo de los organismos de derechos humanos en procura de volver públicas las articulaciones jurídicas, económicas, teológicas y políticas del genocidio. El conflicto que aquí se presenta no es menor: Levinas no hace en su libro sino impugnar, precisamente, este modo de trabajo de Verbitsky al que percibe como un procedimiento de acumulación ilegítima de poder. Y apunta a desprestigiar el esfuerzo actual por ampliar los juicios al personal de la última dictadura al campo de los ilegalismos financieros. Katz, en cambio, se despreocupa de estos asuntos, dejando que del problema de la verdad se encargue la policía.
Una segunda controversia que según el filósofo no le corresponde asumir al autor, tiene que ver con los motivos mismos de la publicación. Cuestión que se resuelve automáticamente gracias a una suerte de ética del periodismo según la cual no vale la pena preguntar qué es lo que debe hacer un periodista con la información, puesto que el verdadero periodista sólo conoce un tipo de reacción: publicar todo lo que le llega. Lo relativo a la evaluación del sentido de la oportunidad y de los efectos de la intervención queda por tanto delegado a la demanda de las empresas y los dueños de la comunicación.
La controversia que sí interesa al filósofo y la que se propone sostener es la siguiente: “¿por qué es de interés público la vida que otro llevó en la dictadura? ¿Quién puede decir que el modo de actuar de otro fue el modo justo, el modo intachable, y por qué?”. Entre las palabras con las que el filósofo Katz fundamenta a Levinas contra Verbitsky, encontramos la siguiente caracterización vinculada a la última dictadura: “nadie en un régimen de terror tiene, ya no la obligación, sino  tampoco la posibilidad de actuar como un santo o como un héroe”. La perfección de la frase ejemplifica el funcionamiento de lo obsceno en política al sustituir el problema que la situación del genocidio plantea (¿cómo se llegó a eso?, ¿qué fuerzas lo operaron y por qué medios?) por una evidencia incontestable: el hecho que las personas, en condiciones de amenaza de muerte, no suelen sino obedecer. Semejante sustitución cancela la fuerza ética en el pensamiento, y aniquila toda dignidad. En adelante sólo podemos comunicarnos sobre la base de la evidencia.
ser-para-el-consuelo
Ya no se trata sólo de eludir la reflexión sobre aquel terror cuya eficacia consistió en destruir el lugar resistente que en lo colectivo e individual siente y piensa contra la obediencia. Ahora el pensamiento mismo que se practica está definitivamente asentado sobre el borramiento de toda potencia subyacente, de la que sólo puede tenerse representaciones religiosas o literarias (“un santo, un héroe”).
Katz se sitúa en un lugar fuera de toda “mística”. Él dice: en la realidad “gris” que debieron vivir millones de personas durante la dictadura, a él no le resulta fácil delimitar “qué significa colaborar, qué es resistir, qué es ser cómplice”. Pero entonces: ¿por qué tomarse, filósofo y periodista, el trabajo que se toman en atacar a Verbitsky con acusaciones sobre su conducta de aquellos años? Katz ofrece dos razones: porque se trata de un hombre “público” vinculado a la valoración de esa época y porque “tiene un discurso público sobre lo que otros hicieron”.
A Verbitsky, en definitiva, se le reprocha no haberse adecuado a esta nueva realidad post-genocidio. Se le cuestiona obrar extemporáneamente, usurpando una facultad de juzgar que no le pertenece por derecho a él sino a los jueces de la república: “poco derecho tiene nadie, entonces, de juzgar qué han hecho los otros, cuando lo que hayan hecho no merezca estar bajo revisión judicial”.
La filosofía sirve, entonces, para rectificar “el modo en que desde el presente se juzga ética y jurídicamente a muchos de los protagonistas de aquella época”. Siempre el llamado al orden: ¿en qué consiste esta rectificación? Sencillamente en “restituir a nuestra vida en común los claroscuros que personas como Verbitsky pretenden disimular, o directamente, borrar: para comprender que no se trata de señalar a los demonios y a los puros, sino de reencontrar lo humano en nuestra propia, frágil, débil humanidad”.
Más que una reedición de la teoría de los dos demonios, una ontología del ser-para-el-consuelo. Sin lugar para aquello que Spinoza llamaba una “vida humana”, organizada en torno al descubrimiento de la virtud y la utilidad común. ¿Qué se afirma en el terreno de la ética? La nada misma, la mera aspiración a perdurar, el más fofo de los nihilismos. Sólo lo “humano débil”. Es lo único que se quiere escuchar.
protocolo de actuación del pensamiento
¿Qué queda entonces de la esperada palabra filósofa? Sólo el mantra antropológico de la finitud y el conformismo.  ¿Es todo lo que lo contemporáneo en nuestra época puede pensar? Consumo y seguridad. ¿Pura domesticación?
Colonizada por la tecno-semiótica, la filosofía –otrora campo de la lucha de clases en la teoría- ya no responde a sus viejos imperativos del estado y/o la revolución. Ahora se ofrece en los mercados como terapia de la existencia en dosis aceptables, como parte de una pedagogía más amplia destinada a enseñar a vivir. Ella participa del combo de las sabidurías diseñadas para evitar riesgos. Porque, en el fondo, lo que manda es la indolencia. Lo único que se acepta pensar, el máximo de tensión ética admisible, lo que se llega a imaginar como espacio político, no pasa de una módica escena pedagógica y moral.
Se dirá que de todas formas la argumentación ya no pesa demasiado, y eso es estrictamente cierto. No es la defensa del pensamiento lo que importa. Y tal vez nunca haya importado demasiado. Se agregará que casi todos los episodios de la llamada “batalla cultural” han estado dominados por similar indolencia. De hecho, no hay tanto que rescatar de esas escaramuzas.
Lo que cuenta, sí, es aprender a defenderse del régimen de lo obsceno, aprender a combatirlo, porque en él se esteriliza al lenguaje y se anula su poder de participar en la creación modos de vida.
(fuente: Revista Crisis http://revistacrisis.com.ar/)

El día de las pibas // Diego Valeriano

No es una mujer palestina, pero sufre la ocupación territorial de la policía y de los pibitos que como roban se creen grandes y machos. Ambos con sus fierros y sus pijas desenfundadas. No es una estudiante heroica, jamás podría tomar el Nacional, quiere terminar la secundaria con el FinES en una Unidad Básica que está a dos cuadras. Y en una de esas  puede conseguir laburo en algún lugar mejor.
Es perseguida desde antes de tener tetas. Sufrió el abuso del padrastro, la complicidad de la madre, el silencio de las hermanas mayores, la risa traidora de los hermanos. El vecino le muestra la pija desde que ella recuerda, el vecino envejece a fuerza de falopa y escabio, pero sigue ahí con su pija en la mano.
Nada heroico se asoma en ella. No hay lucha política en pintarse para ir a bailar, en clavarse el shorcito en acomodarse el escote, tomarse el tren y juntarse  con sus amigos en el obelisco a escabiar, siempre con el cuidado suficiente de no ser violada por alguien si queda hecha un despojo. No es una comandante del EZLN, no es Ramona, no es reivindicada por nadie un 8 de marzo. En la jungla está sola, ella y su cuerpo.
A sus 14 tiene más vida sexual que la psicóloga que da el taller de sexualidad en el centro comunitario. Más conocimiento real de la justicia que el trabajador social que la citó al servicio social de la municipalidad. Más saber sobre política que la piquetera con el pañuelo palestino que anda dando vueltas en algunas fotos.
Y ahí va con su cuerpo, con su deseo, con su placer. Con la certeza de lo que un cuerpo puede a pesar de lo sufrido. Fiesta, viaje y consumo. Es permeable a cada mirada, crece con ellas, se fortalece, su poder interior se expande. Tiene el poder de la esponja. Camina y va acomodando su cuerpo a los horrendos gestos de aprobación que recibe de los otros. Con las miradas deja las frustraciones y tristezas bien atrás. Lejos de cualquier aplanamiento de su vida en un fetiche amoroso, este tipo de curiosidad expande su práctica hacia una multiplicidad de figuras corpóreas, para encontrar allí su tránsito hacia una pequeña trascendencia. Ninguna piba nace heroína, es solo un transitar.

Reencarnaciones en Plaza Miserere // Diego Valeriano.

Un viejo de mil años intenta convencer a una trava de algo, insiste, está manija, imagino que no tiene plata y pretende igual algo de cariño; pero solo imagino eso de careta y solitario que soy. El baile de los evangelistas se vuelve frenético, pagano, solitario. Rodeo el monumento y me encuentro con dos viejas besándose; ni erotismo, ni amor, tal vez un poco de belleza por el reflejo del sol. Un chabón  a los gritos me explica que es la reencarnación de Perón, intento no prestarle atención, pero esgrime un dato certero que hace que me detenga: Perón es la reencarnación de uno de los tres Reyes Magos.
Chorras, transas, cocineros, turros, desquiciados, una pintada que nos anuncia que CFK  vuelve, una pareja muy joven con su bebe que lo crían a fuerza de viajes, fiesta, amor y consumo. Dos chicas comparten una tortilla y un cafecito antes de encarar para Merlo. Es sábado, casi las cuatro de la tarde y al pisar plaza Miserere se teme la vitalidad de otras vidas, de otros mundos.
Diego Sztulwark en una de sus excelentes notas, nos habla de los precursores (Nietzsche) y que estos avanzan en la pura opacidad, donde aún no hay senderos delimitados. Son oscuros aún si anticipan una nueva luz, sin la cual no llegaríamos nunca a visibilizar la materia de los posibles que en ella convergen. Anuncian una luz que aún no les es propia. Intuyo que Plaza Miserere, Flores, toda la Pueyrredon de Rivadavia a Corrientes, la Peatonal de José C paz, la calle José León Suarez o cualquier feria prepotente del conurbano ya no anuncian esa luz, más bien la irradian.Habla de los precursores insurrectos que a lo largo de las últimas décadas han creado vasos comunicantes entre las subjetividades de la crisis. ¿O no hay un clinamen inesperado en el momento en que aquellxs de los que se espera que actúen como víctimas reclamando derechos (familiares de desaparecidos; los “sin” trabajo o “sin” techo, los “sin” patrón)
Nadie habla de las vidas runflas y tal vez no lo hagan por la inmoralidad y promiscuidad política que los sustenta. Inmoralidad que impide clasificaciones e incómoda análisis. Seguramente  ni se debería  hablar de política. Las vidas runflas son el otro incomprensible e inabarcable. Los militantes  y gestores solo los ven como víctimas o victimarios. Jamás como precursores insurrectos imbuidos de una potencia de transmutación, insurrección y destrucción de normalidades, restauraciones y cultura dominante.
Dos chicas cruzan la plaza de la mano, las dos con el mismo peinado y un piercing un poquito arriba del labio, sin duda son un homenaje a Amy Winehouse, o su reencarnación, la carga política viene por detrás.  Sin saberlo tejen una telaraña en su andar. O mucho más runfla, se agarrapatan, “se agarran”, “se prenden”, con mucha prepotencia, al mundo. En ellas y en todos los demás que componen esta plaza la resistencia no es una mera táctica “con aguante” que “vamos a volver”, sino que se parece más a una creación. Me detengo a mirarlas, ellas también se fijan en mí, bajo la vista. Ellas siguen ahí, en lo importante, en la creación de otros mundos.

La plaza vacía y victoriosa.// Diego Valeriano

La foto mostraría una derrota política en los términos de José Pablo Feimann, pero tal vez ese el primer error. La foto tal vez hable de una victoria de algún tipo en términos de Alejandro Rozitchner, siempre optimista, siempre entusiasta.
La verdad es que Sabatella y Cerutti meten más gente en una plaza que Macri. Y hay que verlos a ellos exultantes, felices, importantes, codeándose con los artistas repletos de alegría militante. Macri es presidente y Sabatella ex director del AFSCA.
Tal vez la foto muestre la inutilidad de la movilización popular, siempre tan sobrestimada. Y en ese mostrar, también nos muestre la poca relevancia de los imprescindibles: artistas, militantes, empoderados.
La militancia es bovarista, tiene el poder para concebirse otro del que es y, por consiguiente, de crearse una temperamento ficticio, de desempeñar un papel al que se atiene a pesar de su verdadera naturaleza y de los hechos. El militante bovarista tiene la actitud del individuo que por falta de autocrítica se imagina superior a sus parientes, amigas y compañeros de trabajo; solo ellos no se dejan captar por los medios y reclaman consideración a la personalidad idealizada que ellos mismos se han forjado.
La militancia es un trabajo más, casi como cualquier otro, hipervalorizado por quien lo ejerce, demasiado denostado por el resto.
Sabemos que la víctima es la única que hace política. Si no hay víctima no hay política. También sabemos que no es fácil ser víctima: es una compleja construcción de valores, una disputa del sentido común, alianzas, coyunturas y legitimaciones. Ninguna víctima nace víctima. (Madres, Once, Blumberg, mujeres)
Estos meses de la restauración careta mostraron que la militancia no hace política, ni transforma absolutamente nada, es más bien algo para sentirse pleno uno mismo. Nadie terciariza sus dolores, ni la sed de venganza. Los militantes no saben estar al acecho, están demasiados ensimismados en la propia como para estarlo. Y sabemos que quien no está al acecho, no está haciendo ninguna.

Treinta años de espera, dos siglos de condena // Verónica Gago

Entrevista a Rita Segato


La antropóloga Rita Segato fue una pieza clave en el histórico juicio que, en Guatemala, por primera vez expuso un crimen de género como un crimen de Estado. Las quince mujeres mayas festejaron las condenas a 240 y 120 años de prisión para quienes las sometieron a esclavitud sexual y doméstica en un cuartel de descanso del ejército cuando ya empezaba el proceso de paz. Segato, responsable del peritaje que desnudó la maquinaria de sometimiento como rutina militar en la guerra represiva, explica cómo se aplicó aquí su concepto de “pedagogía de la crueldad” y por qué esta sentencia y sus fundamentos sientan un precedente en todo el continente y aportan también para pensar los femicidios y el cuerpo de las mujeres como campo de batalla.
Por primera vez, una nación juzga un crimen de género como crimen de Estado cometido durante el período de la guerra represiva en Guatemala. Las protagonistas de esta victoria histórica fueron quince mujeres mayas q’eqchi’es que desde hace tres décadas piden justicia por lo que sucedió en el período autoritario, durante los años 80. El tribunal acaba de concluir sus trabajos, que se desarrollaron durante todo el mes de febrero, y terminó por condenar a 240 y 120 años de cárcel, respectivamente, a los dos militares responsables: el coronel Esteelmer Reyes Girón y el ex comisionado militar, Heriberto Valdez Asig. Pero su eficacia legal y simbólica los sobrepasa ampliamente ya que este caso –conocido como Sepur Zarco, el nombre de la aldea q’eqchi’ donde se ubicó el “Cuartel de descanso” militar– es, sin lugar a dudas, un hito ejemplar tanto por la condena como por los argumentos que le dieron cuerpo. Y, sobre todo, porque provee un vocabulario, una voz querellante y un precedente jurídico sin igual para la elaboración conceptual, política y de teoría de género para las múltiples formas de guerra que hoy se despliegan contra las mujeres, haciendo de su cuerpo el principal territorio de la contienda.
Para prepararnos para el 8 de marzo conversamos, una vez más, con quien fue otra de las mujeres clave para esta victoria: la antropóloga argentina Rita Segato, a cargo del peritaje antropológico de género, cuyo objetivo fue desentrañar la maquinaria de “la esclavitud sexual y el servicio doméstico forzados como rutina militar en la guerra represiva”. Segato leyó su informe ante el tribunal por más de dos horas y media; luego fue interrogada por la fiscalía y por la defensa. Al leer su trabajo de más de cien páginas, además de su rigor y compromiso, no deja de sentirse ahí la fuerza de un pensamiento que deviene herramienta práctica de combate. Por las fotos que circulan, puede revivirse el estremecimiento jubiloso de las mujeres querellantes al escuchar la sentencia. Esa fuerza ya es de todas.
¿Cómo fue el encuadre del caso?
Agentes de un Estado sometieron a un grupo de mujeres indígenas a esclavitud sexual y doméstica –esta última sentida con tanto dolor como la primera por las querellantes-, durante seis años, de forma rutinaria y “coreografiada”, como dije en el juicio, en un cuartel militar “de descanso”, después de desaparecerles a sus maridos porque aspiraban a los títulos de su tierra ancestral. Decimos que se trata de un crimen de género de lesa-humanidad porque agentes estatales son acusados de trato inhumano, cruel y degradante mediante rutinas de acceso sexual forzado como forma sistemática de ejecutarlo, así también como otras formas igualmente importantes de sometimiento compulsorio como la entrega forzada de servicios domésticos y la obligatoriedad de presencia en “turnos” en el espacio del cuartel militar o, como única alternativa, la condena a muerte de sus hijos en el destierro a la montaña. Mi argumento central, que conseguí probar, es que no se trató de un proceder espontáneo y de causa libidinal, resultante de la testosterona de la soldadesca, sino de una estrategia de guerra. Una estrategia diseñada quirúrgicamente, resultante ciertamente de una asesoría de expertos, llevada a efecto mediante una programación que llamé “neurobélica” de los soldados que luego, cuando se decide que la guerra terminó, es suspendida por la misma secuencia de mandos que la había instalado.
¿Cómo usas la palabra esclavitud para la cuestión sexual y doméstica específicamente en tu peritaje?
Ese es el tenor de la denuncia elevada a la Corte por Mujeres Transformando el mundo, organización que, presidida por la abogada Paula Barrios, condujo de forma magistral, francamente deslumbrante y efectiva, este proceso que hizo llegar, después de recorrer un camino azaroso y lleno de obstáculos, la voz de las mujeres hasta la tarima de los jueces. La “obligatoriedad de disponibilidad sexual y doméstica” es lo que se entiende por “esclavitud sexual y doméstica”. Argumenté que allí se dio una rutina de sometimiento e intervención expropiadora en el territorio-cuerpo de las querellantes. El término “esclavitud doméstica” la diferencia del servicio doméstico contratado y, en mayor o menor medida, remunerado y libre. Mediante el uso del término “esclavitud” se indica su extracción por coerción, la ausencia de remuneración y, en este caso, además, se suma el onus –carga– de la obligación de aportar los insumos por parte de las víctimas, retirándolos de sus propias familias para entregarlos a una tropa de ocupación que eliminó a sus cónyugues desaparecidos, torturados, y localizados en una fosa común. (N.de E.: Como surge del testimonio de las querellantes, ellas debían aportar la harina para las tortillas que debían cocinar a los militares y también el jabón para lavar sus uniformes, todo bajo amenaza de muerte).
Una vez más, ¿por qué el cuerpo de las mujeres? ¿Qué se juega ahí?
Se trata de una estrategia de las guerras difusas contemporáneas que entiende que en la agresión por medios sexuales al cuerpo de las mujeres se alcanza el centro de gravedad que mantiene en pie el edificio de la comunidad. Por eso digo que es una guerra entre hombres que se hace en el cuerpo de las mujeres. Así se rasga el tejido social comunitario, se instala el autodesprecio, el endo-racismo y el racismo intrapsíquico, pues el método es la profanación. El cuerpo de la mujer alegoriza el cuerpo social, y la dominación sobre el mismo simboliza el poder jurisdiccional sobre un territorio. Las mujeres y sus crías, además de ser seres humanos que sufren en su cuerpo y en su espíritu la saña de los verdugos, son además figuras de intenso poder enunciativo y símbolos de futuro de sus comunidades y pueblos, y la pieza intermediaria, la interpuesta persona a través de la cual se atraviesa el daño a la colectividad en su conjunto. En el daño a sus mujeres y sus crías, también, se revela la impotencia de un colectivo que debería ser capaz de mantenerlas bajo su protección y custodia: éste es un esquema arcaico, ancestral, que permanece intacto en el imaginario colectivo.
¿Podrías explicar un poco más estos conceptos de racismo?
El endo-racismo se genera mediante el reclutamiento forzado de hombres indígenas de las aldeas ocupadas para actuar como Comisionados y Patrulleros a cargo de tareas compulsorias de delación, represión y masacre, y de participar en la apropiación del cuerpo y servicios domésticos forzados de mujeres de su mismo pueblo. Podríamos llamarle de acriollamiento forzado, es decir, la captura del hombre indígena y mestizo a la función de apropiador, lo que requiere que pase a despreciarse a sí mismo y depende de que sea dócil a la pedagogía racista que le impone despreciar su raza en sí mismo y en aquellos que vienen de una historia común consigo.
¿Cómo sería el vínculo que marcas entre racismo y guerra entonces?
Es evidente que la violencia no pasa de los hogares campesino-indígenas a la guerra, como ha sido, en general, la lectura eurocéntrica y en especial de la cooperación española. Y sí, en cambio, de la guerra a los hogares. Al punto que no existe en lengua maya queqchi, y en general en las lenguas mayas, ninguna palabra para “violación”. Por eso quedé perpleja cuando mi tesis fue respaldada por el peritaje lingüístico. Cuando las mujeres empezaron a contar lo que les había sucedido no tenían léxico, no tenían en su lengua ningún término para el acto de violación, y la palabra que usaron, lo más próximo que encontraron es la palabra maya para “profanación”. (Rita se refiere a la palabra “muxuk”, reproducida en varios medios locales, junto a otra frase de las querellantes: “Maak’al chik inloq’a”, que se traduce como “me quedé sin respeto/sin dignidad”). Es esencial alejar la comprensión de estos hechos tanto del mundo de la intimidad, como de la violencia de género de orden doméstico y también de una espontaneidad fruto del caos y del descontrol propios de la guerra. Y sobre todo es necesario dejar de atribuir al orden de género de los hogares campesino-indígenas las causas del mal que les sobrevino a partir de la guerra y como consecuencia de la guerra. Las violencias sexuales que se ejecutaron en la guerra, tanto las violaciones como la rutina de esclavitud sexual y doméstica a que fueron reducidas las mujeres son de manual, fueron pautadas y practicadas por los soldados a partir de lo que se podría llamar “programación neurobélica” y obedecieron a una secuencia de mandos. Nada tuvieron de espontáneas o de resultantes de una “cultura machista”. Así lo revelaron los soldados a las mujeres en algunas ocasiones y, sobre todo, se comprueba con la suspensión de esa práctica cuando las mujeres fueron recogidas en cuarteles de cuidado y rehabilitación al iniciarse el proceso de paz.
¿Se trataría más bien de lo que venís llamando “pedagogía de la crueldad”?
Por un lado, la truculencia es la única garantía del control sobre territorios y cuerpos, y de cuerpos como territorios, y, por el otro, la pedagogía de la crueldad es la estrategia de reproducción del sistema. Con la crueldad aplicada a cuerpos no guerreros, sobre todo, se aísla y potencia la función propiamente expresiva de estos crímenes, función que, como he destacado en todos mis análisis anteriores, es inherente e indisociable en todos los tipos de violencia de género. Es necesario recordar y reafirmar que éstos no son crímenes de motivación sexual, como los medios y las autoridades siempre insisten en decir para privatizar y, de esa forma, banalizar este tipo de violencia ante el sentido común de la opinión pública, sino crímenes de guerra, de una guerra que debe ser urgentemente redefinida a la luz de una expansión constante de una esfera para-estatal en nuestro continente. Ese proceso continúa. Las guerras represivas se transformaron en guerras de corporaciones armadas de tipo mafioso, escena en franco proceso de expansión en nuestro espacio continental.
¿Esta guerra tiene a la desposesión de bienes comunes, en particular la tierra, como uno de sus objetivos estratégicos? Hablaste también de una población no completamente conquistada, ¿en qué sentido?
La elección de las víctimas, todas ellas esposas de hombres que, en los Comités de Tierras, intentaban informarse sobre la situación de títulos de las tierras que ancestralmente ocupaban, compitiendo de esta forma con los intereses de los finqueros de la región delata una definida selectividad. El interés de los finqueros era seguir explotando la tierra sin otorgar derechos a sus ocupantes ancestrales y contar con la mano de obra indígena fragilizada, que perpetuaba el régimen servil colonial semi-esclava o servil de los habitantes de las aldeas que, como Sepur Zarco, se encontraban dentro o en el borde de sus fincas, en una situación de títulos de propiedad inciertos. Y sí, considero Guatemala un país donde la conquista no logró concluirse, un país todavía victorioso frente al dominio conquistador. No podría de otra forma ser país de una mayoría maya tan vital y deslumbrante. De ahí el manifiesto odio y tenebroso racismo de las elites blanqueadas, que pierden control por ese hecho y que, también, son presas de la furia al ver en el espejo su propia imagen como habitantes de un país no-blanco, un país vencedor frente a la blancura, un país que, en su gran mayoría, no desertó de su mayanidad.
Esta “crueldad expresiva”, como vos también la nombrás, sin embargo excede a contextos y paisajes comunitarios, ¿verdad?
La crueldad expresiva denota la existencia de una soberanía para-estatal que controla vidas y negocios en un determinado territorio y es particularmente eficaz cuando se aplica al cuerpo de las mujeres. Este “método” es característico de las nuevas formas de la guerra no convencionales, inauguradas en nuestras dictaduras militares y guerras sucias contra la gente, en las guerras internas, en las guerras llamadas “étnicas”, en la soldadesca asalariada de las empresas militares privadas, en el universo de los sicariatos que trabajan para las mafias, y en el accionar para-estatal de las fuerzas estatales de seguridad en tiempos de “democracia real”. Por eso hablo de una nueva conflictividad informal y de guerras no-convencionales que configuran una escena que se expande en el mundo y, en especial, en América Latina, con muchas fases. Allí, la crueldad expresiva es la estrategia, y el cuerpo de mujeres y niños es el objetivo táctico, para alcanzar, por la ejemplaridad y truculencia, el tejido social en su centro de gravedad.
¿Cuál es la singularidad y la importancia de este juicio?
El Estado guatemalteco constituyó un tribunal para juzgar exclusivamente y como tema central del juicio un crimen de género, perpetrado por medios sexuales, como crimen de guerra -en este caso de guerra interna, represiva. Esto nunca había sucedido anteriormente, pues siempre estos crímenes fueron mencionados y considerados como agregados a los crímenes de guerra de interés general y significación universal: aquéllos contra los hombres y contra poblaciones en su conjunto, y en los casos en que se juzgó por esclavitud sexual como crimen de guerra separadamente siempre fue en tribunales de conciencia o simbólicos, como en el clásico caso de las mujeres coreanas por los japoneses. La importancia fue enfatizar la forma quirúrgica en que, a través de la mujer, se agredió la comunidad y los principios de reciprocidad y mancomunamiento que la articulan, pues en el mundo comunitario el par conyugal garantiza los intereses reproductivos y productivos de la aldea, de la comunidad, del pueblo, es decir, garantiza la posibilidad de su continuidad, el proyecto histórico de continuar como pueblo.
Su significación es también especial para el continente, donde la cuestión de los femicidios parece no tener límite…
Se lo dije a la jueza: este juicio y su sentencia no solamente interesan a las mujeres querellantes, sino también a toda la nación guatemalteca, a América Latina por entero, también al mundo, incluyendo a los propios acusados, que muy probablemente no tuvieron noción de qué pieza jugaron en esa guerra sucia ni para quién trabajaron. Los acusados tuvieron penas de más de un siglo y la última foto muestra el júbilo de las mujeres maya queqchies después de esperar treinta años por justicia y reparación. Un aspecto muy importante de la reparación material, moral y comunitaria que ellas reclaman, entendida desde su propia perspectiva, es que el Estado, a través de la sentencia ejemplar, declare y establezca públicamente su inocencia, condición indispensable para que la comunidad las reintegre y pueda reconstituirse, sanar su tejido social. Lo más impresionante fue su gran coraje todo este tiempo, sin asustarse –pues el enemigo nunca dejó de ser truculento– y sin desistir.

“La derechización está en curso por la propia dinámica del gobierno `progresista´” // Verónica Gago y Diego Sztulwark

Entrevista a Huáscar Salazar Lohman


Economista boliviano, activista ligado a organizaciones sociales y miembro de la Sociedad Comunitaria de Estudios Estratégicos, Huáscar (1983) publicó el año pasado el libro Se han adueñado del proceso de lucha. Horizontescomunitario-populares en tensión y la reconstitución de la dominación en laBolivia del MAS (2015) (SOCEE/Autodeterminación), con prólogo de Raquel Gutiérrez Aguilar, una investigación académica de largo aliento que trata de comprender lo ocurrido desde la llegada de Evo y del MAS al gobierno desde el punto de vista de las tramas comunitario-populares, que hasta entonces desarrollaron un enorme poder de veto contra las políticas modernizantes del estado neoliberal al punto de desestabilizar el conjunto de las categorías jurídicas, políticas y económicas de la dominación.

Luego de esa fecha, en cambio, y a contrapelo de la retórica oficial, esas mismas tramas retroceden ante la nueva síntesis estatal que no ha dejado de plantear intensos conflictos con sus iniciativas modernizantes de tipo neodesarrollista. Huáscar sostiene que no se entiende el proceso boliviano sin considerar que “la derechización ya está en curso por la propia dinámica” del gobierno “progresista”. Encontramos a Huáscar en octubre de 2015 en Puebla, en el Congreso de Comunalidad, y retomamos la conversación durante el verano para seguir de cerca el referéndum convocado por el gobierno boliviano en el que fracasó la iniciativa reeleccionista.
 
¿Qué es lo comunitario-popular en Bolivia y qué papel ha jugado en las luchas de los últimos años? ¿Qué valor tiene hoy día y qué horizonte abre?

Lo comunitario-popular es un horizonte que se establece a partir de una forma específica de producción de lo político, la cual parte de lo que Raquel Gutiérrez Aguilar –quien propone y desarrolla el término– denomina la reapropiación colectiva de la riqueza material disponible.[1]Un horizonte comunitario-popular es, entonces, la expresión política y de lucha de una serie de relaciones sociales que se tejen en torno a garantizar la reproducción de la vida, partiendo de formas autónomas, autorreguladas y siempre colectivas de ejercicio del poder y de la gestión de bienes comunes; contrapuestas siempre –aunque nunca en estado de pureza– a las que son impulsadas a partir del ordenamiento capitalista de la sociedad.

La defensa y el despliegue de esas relaciones, que básicamente implica resguardar y recuperar la capacidad colectiva de decidir sobre una base material que nos es común, es la lucha política empujada desde un horizonte comunitario-popular, el cual no parte del objetivo de la toma del poder estatal, sino que más bien tiende reapropiarse de prerrogativas sobre el ámbito material y simbólico expropiadas por la institucionalidad estatal y funcionalizadas al capital.

Si se revisa la larga historia de las luchas bolivianas, ese horizonte comunitario-popular ha sido un denominador común, el cual se ha expresado de diversas maneras en cada contexto particular, incluso en muchas ocasiones entremezclado con luchas centradas en la “toma del poder”. La Revolución Nacional del 52, por ejemplo, hubiera sido impensable sin los levantamientos indígenas y campesinos que la precedieron –muchos de ellos promovidos por el afán de recuperar sus tierras y sus propias formas de autogobierno– y que debilitaron las estructuras de dominación de ese entonces. No fue sólo una rebelión obrera, como se suele interpretar a este hecho histórico.

El ciclo rebelde de 2000-2005 fue una expresión profunda de ese horizonte, distintas fuerzas comunitarias, urbanas y rurales, lucharon sistemáticamente por la reapropiación colectiva del agua, los hidrocarburos, el territorio, además de poner en cuestión la forma de la política del Estado neoliberal. Era gente organizada a partir de asambleas, sindicatos agrarios, juntas vecinales, y otras formas organizativas centradas en la deliberación colectiva. En la mayoría de los casos no existían vanguardias iluminadas, sino que eran las formas cotidianas y autónomas de organización social las que se desplegaron en las calles. De ahí que se debe entender que si bien el Movimiento Al Socialismo emerge del movimiento cocalero en ese contexto de luchas, nunca fue la vanguardia de ellas y tampoco se debe pensar que esas luchas tenían como objetivo llevar a Morales al gobierno, ese fue un resultado más, que si bien fue importante, no expresaba el núcleo del horizonte que iba mucho más allá.

Lo comunitario-popular, entonces, se basa en la práctica colectiva de gestión de la vida social y la vigencia de este horizonte no depende de la presencia un discurso ideológico, sino más bien de la capacidad de la puesta en práctica de aquellos mecanismos que permiten recrear la relación social comunitaria. Estos, aunque no desplegados, siguen muy vigentes en la realidad boliviana, aunque eso sí, también están fuertemente golpeados por la dinámica estatal de la presente coyuntura.
¿Cómo caracterizas al gobierno del MAS? ¿Qué papel juega desde su asunción,  a partir de 2006? Tu modo de exponer el proceso boliviano, que no se hace expectativas con el papel del estado y que ve en el MAS una fuerza de normalización quita esperanza a mucha gente, no sólo de Bolivia. ¿Cómo asumís este choque con las ilusiones que aún despierta en muchos lugares la figura de Evo?

Ha habido una gran dificultad para caracterizar y nombrar al gobierno del MAS. En un primer momento, desde la llegada de Morales al gobierno hasta, yo diría, el cierre de la Asamblea Constituyente, en 2008, pudimos evidenciar una forma de ejercicio de la política estatal en la que los gobernantes se vieron obligados a responder a una serie de presiones permanentes que venían desde distintas organizaciones populares –aquellas que habían asumido las banderas de luchas entre 2000 y 2005–. La fuerza política de estas organizaciones era la base social del gobierno, que le daba legitimidad y capacidad para enfrentar a las fuerzas más conservadoras del país. En otras palabras, estas organizaciones empujaban al gobierno a cumplir una agenda popular, al mismo tiempo que le dotaban de la fuerza e impulso para lograrlo. Distintas leyes –como la de Reconducción de la Reforma Agraria– y la propia Asamblea Constituyente fueron resultados de esta dinámica, que finalmente fue impulsada desde los entramados comunitarios.

Sin embargo, aquella no era una situación cómoda para los gobernantes y menos para el ejercicio que realizaban del poder estatal. Si se revisa cuál fue la actitud del MAS en los primeros años de gobierno frente a ese empuje popular, lo que vamos a encontrar es una disputa en la que el gobierno buscaba limitar la capacidad de presión de las organizaciones sociales, expropiando prerrogativas de decisión política que éstas habían logrado a través de la lucha, y para lograr esto la estrategia fue la de establecer alianzas con las élites dominantes.

Es así que, por ejemplo, si bien en el gobierno del MAS se estableció la Asamblea Constituyente por la presión de las organizaciones, fue el propio gobierno quien produjo una serie de límites para contener las posibilidades más profundas de transformación social que aquellas organizaciones sociales intentaron plasmar en ese proceso constituyente. Tanto es así que la Constitución Política del Estado aprobada por la Asamblea Constituyente no es la que está vigente, sino que quedó una modificación de ella, la cual se realizó en una negociación a puerta cerrada entre gobierno y fuerzas conservadoras, sin organizaciones sociales. En esa negociación se modificaron más de cien artículos quitando la esencia de aquella agenda popular. La muestra más clara: tenemos una Constitución Política del Estado que constitucionaliza el latifundio, cosa que antes no había sucedido.

Lo que hizo el MAS, en tanto fuerza gobernante estatal, fue expropiar la capacidad de decisión política sobre distintas cuestiones públicas, la cual había sido reapropiada por las fuerzas populares en casi seis años de lucha previa. Para esto se vio en la necesidad de, primero, desarticular las fuerzas populares que pugnaban por dar forma a la política estatal e instrumentalizar al gobierno –en la medida de lo posible– según las heterogéneas agendas que tenían. Para lograr esto subordinó y disciplinó a las cúpulas de las principales organizaciones sociales, y a las que no logró alinear a la política gubernamental, las intervino y las reprimió.

En segundo lugar, el gobierno del MAS asumió como suyo el proyecto de los nuevos y viejos sectores dominantes, desde las transnacionales hidrocarburíferas hasta la oligarquía terrateniente, pasando por las cooperativas mineras, capital comercial, etc. Esta no es una aseveración menor, pero basta una revisión detallada de la política económica de este gobierno para evidenciar –más allá de una serie de políticas de bonos y subvenciones– que el MAS logró consolidar en Bolivia buena parte de la agenda que el neoliberalismo intentó imponer pero no pudo; sólo que lo hizo en un contexto económico internacional favorable que le permitió financiar el corporativismo que ha asumido la estructura estatal y también lo hizo a partir de formas distintas.

Entre esas formas está la retórica reproducida por el gobierno, la cual también puede considerarse como un despojo de los discursos que articularon las luchas populares previas al gobierno del MAS. Esa retórica se ha sostenido como contraparte de una política que en esencia no tiene absolutamente nada que ver con ella y su enunciación se vuelve cada vez más vacía en el imaginario popular boliviano, lo que, por supuesto, quita esperanza y produce mucha frustración, era un proceso que no necesariamente tenía que tender a esto. El MAS, como lo esperábamos muchas y muchos de nosotros, podía haber coadyuvado a profundizar las transformaciones sociopolíticas que habían impulsado las luchas populares desde las calles, abriendo un tiempo histórico fértil para pensar alternativas sociales, y no debía ser el agente que más bien se encargara de cerrar ese tiempo.

Quizá todo esto es menos evidente afuera del país, y más si tenemos en cuenta que el gobierno boliviano ha establecido, como política de legitimación internacional, la sistemática difusión de un discurso altamente seductor para una izquierda progresista latinoamericana, la cual, lastimosamente, no está haciendo el esfuerzo por ver más allá de lo que el gobierno boliviano quiere mostrar. Esas redes de apoyo internacional, que otrora eran profundamente útiles como cajas resonancia de las voces críticas existentes al interior del país, ahora están apagadas e, incluso, muchas de esas redes –las más institucionalizadas–, se han convertido en operadores intelectuales “iluministas” que se encargan de deslegitimar las voces críticas y las luchas populares que poco a poco emergen en la realidad boliviana.

Yo creo que la actual Bolivia estatal debe dejar de ser un referente de esperanza, porque es una esperanza vacía y esas esperanzas son estériles. Lo que puede convertirse en fuente de esperanza fértil –y que pasa acá y pasa en muchos lados– son las luchas populares que se empiezan a re-articular desde abajo.
¿Cómo evalúas la coyuntura de Bolivia a la luz de los cambios geopolíticos en Sudamérica?

Se habla del fin del ciclo “progresista” en América Latina, y si bien no me gusta mucho la idea de que veamos estos procesos como un “ciclos”, creo que la figura es útil para entender lo que se viene después de estos gobiernos que se autodenominaron como “progresistas”. Y sobre esto quiero puntualizar un aspecto: el horizonte que, desde la democracia formal, nos dejan este tipo de gobiernos es un horizonte de derecha. Me explico y lo ejemplifico en el caso de Bolivia –aunque por lo que conozco de otros países podría, guardando las diferencias, pensarse algo similar.

Por lo que expliqué anteriormente, más allá del discurso, el gobierno de Morales ha asumido como política de gobierno los intereses de lo que históricamente denominamos como derecha en Bolivia; es decir, esta aparente izquierda, desde una retórica popular, operativiza los intereses de la derecha, por lo que en este caso la derechización ya está en curso por la propia dinámica del gobierno “progresista”. Pero lo que también este gobierno hizo fue desarticular y aplastar los proyectos políticos críticos, aquellos que desde la heterogeneidad construían sus propias alternativas, incluso, muchas de ellas de corte electoral. El intento de monopolizar el ámbito de lo que entendemos por “izquierda”, llevó al MAS a aniquilar otros proyectos que emergieron desde abajo, un ejemplo fue el barrido y la destrucción del Poder Amazónico y Social (PASO), que era un esfuerzo de campesinos e indígenas del norte amazónico por estructurar su propio instrumento político electoral, como éste hay varios ejemplos más.

Hace unos días, un intelectual del gobierno expresaba “tenemos un solo proyecto y un solo líder”. La lamentable realidad de sus palabras nos muestra que, en la democracia formal boliviana, aparentemente nos quedan dos opciones: el MAS que se perfila para seguir gobernando como la nueva derecha, y la única alternativa pareciera ser la derecha de siempre, la tradicional. En otras palabras, el gobierno progresista pareciera que nos deja un horizonte de derecha como única opción.

Yo creo que esta dinámica de derechización de la región va a venir con fuerza, bajo distintas formas pero de manera sistemática. Sobre esto habrá que ver cuál es la capacidad de reorganización de fuerzas populares que, más allá de que participen o no en el escenario electoral, mantengan su centro de gravedad hacia abajo, ya que ese podría ser el contrapeso principal para limitar dicho proceso.
¿Qué tipo de síntesis social no-estatal imaginas como perspectiva posible?

Debo admitir que siempre me exasperan las vertientes epistemológicas que tienden a reducir la posibilidad de lo político al ámbito estatal, en primer lugar, porque se corresponden con la vocación totalizante del Estado; es decir, una epistemología de este tipo reconoce al Estado como ámbito único y privilegiado para la producción de la decisión sobre los asuntos públicos. En segundo lugar, porque son desconocidas como legítimas y válidas otras formas de producción de lo político. Lo político desde abajo, que se hace desde los “márgenes”, en palabras de Raúl Zibechi, o el “subsuelo político”, en palabras de Luis Tapia, queda simplemente invisibilizado.

En ese sentido, pensar en una síntesis social parcial no-estadocéntrica –que no necesariamente es no-estatal–, implica pensar una sociedad en el que el Estado no ejerce el monopolio de la decisión política, sino que también se despliegan una multiplicidad de formas sociopolíticas de gestión de la vida, las cuales, permanentemente –y recalco esto porque es un proceso siempre inacabado– destotalizan la vocación totalizante de la relación estatal, a partir de formas autónomas y colectivas de ejercicio del poder.

No concibo una síntesis parcial no-estadocéntrica como una imagen prefigurada, sino más bien como el despliegue de una práctica que se vivió en Bolivia desde el 2000 hasta el 2008. En todo ese periodo, las fuerzas populares bolivianas cercaron al Estado y establecieron una serie de límites a la política desde su institucionalidad. A medida que eso pasaba, los hombres y las mujeres que luchaban se fueron re-apropiando, desde su vida cotidiana, de una serie de capacidades de decisión sobre asuntos que les importaban. Incluso en los dos primeros años del gobierno de Morales, distintas fuerzas políticas no estatales se desplegaron e intentaron plasmar una Constitución Política del Estado en la cual, más que establecerse las bases de una nueva “nación”, se buscaba consolidar de manera sostenible en el tiempo una serie de límites al Estado desde su propia gramática. La idea de territorios indígenas autónomos, la participación de autoridades originarias de manera directa en la democracia formal o la propuesta de consolidar un “cuarto poder” por medio del cual las distintas organizaciones tuvieran capacidad de veto sobre todas las decisiones del legislativo y ejecutivo, entre otras propuestas más, fueron reivindicaciones que iban en ese sentido.

Entiendo, entonces, que esa fuerza desplegada desde distintos horizontes comunitario-populares, y que se posicionó en la realidad social boliviana de manera efectiva –no solamente prefigurada–, nos permitió experimentar sobre las posibilidades de producir una síntesis social parcial y no-estadocéntrica. Lo que también se aprendió de esa experiencia es que no basta producir una síntesis de ese tipo para luego transferir, por las buenas o las malas, las prerrogativas recuperadas a un gobierno que consideras “aliado”, ya que la dinámica estatal recompondrá las relaciones de poder a favor del Estado.
¿Qué repercusiones tendrá la reciente victoria del NO en el Referéndum para el proceso político boliviano?

La puesta en escena del referéndum de reforma constitucional para que Morales pueda ser re-elegido por tres periodos consecutivos marca claramente las prioridades que tiene esta administración: la consolidación de una estructura de poder dominante en torno a la figura de un caudillo. Era la primera reforma a la nueva Constitución Política del Estado y los temas más importantes, como el problema de la constitucionalización del latifundio u otros más, ni siquiera fueron pensados como una posibilidad de reforma desde este gobierno. Así pues, podríamos decir que el denominado “proceso de cambio” no sólo necesitaba habilitar a sus líderes como candidatos en 2019 para seguir existiendo, sino que, poco a poco, el “proceso de cambio” se ha convertido en eso.

La victoria del SÍ en el referéndum hubiera significado la consolidación del MAS como partido gobernante hegemónico, lo que, a su vez, se habría traducido en un clima aún más agresivo y de hostigamiento hacia cualquier intento producción de alternativas políticas populares. Y, por tanto, también hubiera significado el afianzamiento del proyecto de la nueva derecha que: reprime indígenas (masacre de Chaparina o la brutal represión de Takovo Mora); que permite el incremento de la producción cultivos transgénicos (la producción de la soya transgénica pasó del 20% al 99% en 10 años del MAS); que promueve la devastación de bosques (el perdonazo legislativo a los agroindustriales que desmontaron 5.5 millones de hectáreas); que promueve la construcción de carreteras para el gran capital pasando por territorios autónomos de indígenas sin consultar (el caso del TIPNIS y la represión a los indígenas); que ha generado una estructura prebendal nunca antes vista a todos los niveles de gobierno (empezando con el reciente caso de corrupción multimillonaria relacionada a la empresa china CAMC); que nacionaliza los hidrocarburos para pagar subvenciones a las petroleras (incentivos que llegan a otorgar el 74.5% del valor de la venta de los hidrocarburos a las transnacionales); que más allá del discurso es colonial en esencia (un vicepresidente que por fuera del país habla de pomposos conceptos y teorías, pero cuando le habla a la gente sencilla de su país, desde el paternalismo y soberbia que lo caracterizan, les dice que “Evo es como cristo resucitado”[2]); que utiliza el miedo como mecanismo de propaganda política (amenazas para quitar el apoyo a quienes no voten por el MAS[3])….En fin, la nueva derecha, esa nueva dirigencia política de las clases dominantes se habría visto fortalecida.

La victoria del NO, en cambio, ha significado la apertura de un espectro de posibilidades políticas. Por supuesto que entre esas está la derecha tradicional de este país, que es la que ahora trata de capitalizar el momento político, aunque sin mucho éxito. Esta vieja derecha le disputa el poder al MAS en el plano de la dirigencia, pero no en el plano del proyecto político; por lo que una discusión sobre cuál es menos malo es bastante estéril. Lo importante es el respiro que, esta pérdida de legitimidad y resquebrajamiento de hegemonía que ha sufrido el MAS, le da a distintas fuerzas políticas que posiblemente veremos emerger nuevamente en los próximos años. Que después algunas de estas alternativas se fortalezcan desde abajo y otras pasen a la democracia formal, será otro tema y habrá que ver de qué manera lo hacen. Pero en este momento lo que tenemos son cuatro años hacia adelante en el que continúa un gobierno de derecha pero debilitado y enfrentado con una derecha tradicional; y, en paralelo, tenemos una serie de fuerzas populares diversas y polifónicas que poco a poco encuentran cauces para su accionar político emancipador; estos son procesos que llevarán su tiempo pero que ahora la tienen un poco más fácil.

Siento que en Bolivia hemos pasado por distintas etapas frente al proceso del MAS, quizá la primera fue la de intentar  “reconducir” el “proceso de cambio” a la cabeza del actual gobierno, para pasar a un momento de  gran frustración e impotencia, que dejaron inmovilizados a las fuerzas populares, sin embargo, esta última etapa que estamos viviendo puede ser leída como un momento en que esas fuerzas empiezan a re-encontrarse y re-encausar sus esfuerzos, y lo hacen ya no interpelando al gobierno como un aliado, sino más bien como un contendiente político representante del nuevo orden dominante.


[1] Al respecto ver: Horizonte comunitario-popular. Antagonismo y producción de lo común en América Latina, 2015, SOCEE/Autodeterminación, Cochabamba.
[2] http://eju.tv/2013/12/vicepresidente-compara-a-evo-morales-con-jesucristo/
[3] https://video-frt3-1.xx.fbcdn.net/hvideo-xat1/v/t42.1790-2/10983953_455388304614160_1749238546_n.mp4?efg=eyJybHIiOjMwMCwicmxhIjo1MTIsInZlbmNvZGVfdGFnIjoicmVzXzQyNl9jcmZfMjNfbWFpbl8zLjBfc2QifQ%3D%3D&rl=300&vabr=146&oh=c1d69cffc0d38d41129c5e0e51e59c2d&oe=56D0FE48

El 24 de marzo le queda lejos // Diego Valeriano

Plaza de Mayo le queda lejos, lejísimo. Igual que el 24 de marzo. Hace un rato se quedó charlando con los pibes de la básica de a la vuelta que lo invitaron a que marche con ellos y medio por vergüenza no les preguntó para qué. ¿Cuánta memoria puede aguantar un pibe?
Los rebotes de la Memoria, de esa memoria, le son demasiado lejanos. Joel recuerda otras cosas, lo hace con todo el cuerpo, sus percepciones sensoriales son aprendizajes a fuego. Sabe que tiene que cuidarse de la policía, por su hermano sabe que en el penal te tenés que hacer respetar, sabe que la escuela no puede nada y que los políticos son todos cagadores. Aunque a Cristina la quiere.
Antes iba a los actos de la municipalidad, pero de un tiempo a esta parte no lo hace más, los llevaba Cepillo. Se divertía un poco, comía algo y le daban unos mangos. Bastantes menos de los que ganaba Cepillo por llevarlos.
Mientras camina a la estación de Bosques le rebota la frase “terrorismo de estado” que le dijo unos de los flacos y casi sin proponérselo se acuerda cuando la policía mató a Renato dejándolo tirado en el andén, piensa en su tía que se desangró en la guardia del hospital sin que la atendieran y, como siempre, vuelve a preocuparse por su hermano que la cagó y ahora no la pasa nada bien.
Su memoria es de corto plazo, pero de una persistencia brutal. No olvida, no perdona, no se reconcilia. Nunca se va a reconciliar con el policía que dejó ir al marido de su mamá después de cagarla bien a palos. “Cosas de parejas”, le dijo mientras él y su hermana juntaban los pedazos de mamá tirados en la vereda. No olvida la cara de Renato cuando muerto de miedo le dijo que se tenía que ir porque el jefe de calle le había jurado que lo iba a matar. Nada se puede olvidar, ni la lágrima tatuada, porque era más que un hermano. No puede perdonar que su viejo los dejó solos ni bien nació Ludmila y nunca más apareció.
Sabe que el olvido es una mentira. Todos los días aparece. ¿Por qué tendría que haber un día especial de la memoria, si todos los días son el día de la madre?
Hace unos pares de años, los pibes de la básica lo llevaron a la Universidad de Varela. Era una charla que daba una viejita con pañuelo blanco. Remotamente había oído hablar de las Madres de Plaza de Mayo. El amor que salía de esa vieja le hizo acordar al amor de su mamá por ellos tres: por él, por Ludmila y por Sebastián, que aunque esté en el penal y sea un infinito garrón visitarlo, ella va casi todas las semanas.

Seguramente Plaza de Mayo es lejísimo, tanto como la dictadura, los militantes, los obreros, el terrorismo de ese estado, esos desaparecidos y la patria socialista, un mundo tan increíblemente ajeno a él, del que no tiene información y ni siquiera quiere imaginar. Siente la obligación de acompañar a los pibes que le hicieron conocer a esa madre que ama tanto como su vieja. “Si no hay amor que no haya nada entonces, alma mía” repite una y otra vez mientras llega a la estación, su memoria se enciende y descubre que en sus nervios hay mucha más información del futuro. 

Clinämen: ¿Día de los Derechos Humanos?

Conversamos con el historiador Bruno Nápoli


¿Qué cambia en las discusiones sobre los derechos humanos con el cambio de ciclo político? ¿La venida de Obama para estas fechas consolida o banaliza las políticas de la memoria? ¿una marcha, dos marchas: esa es la discusión? ¿es aceptable que se haga de «derechos humanos» un discurso separado del de las formas actuales de violencia estructural?

Clinamen, todos los martes 11hs

fmlatribu.88.7

www.fmlatribu.com

El consenso del arte // Silvio Lang

1.
No se podría decir que el arte de estos últimos doce años en Argentina haya sido libertario y excesivo. Hubo libertad de acción y manifestación, sí, sin dudas. Hemos vivido hasta el día de hoy en una verdadera democracia de manifestación en el sentido que el filósofo Jacques Derrida definia la literatura: la pasión democrática que puede decirlo todo. Se escribió y se dijo como nunca: en las redes sociales, en la televisión, en los diarios, en las radios. Pero siempre en relación con el discurso central de los dos grandes gobernantes del período. Néstor y Cristina, en apariencia insuperables en sus retóricas performáticas y apuestas políticas, dibujaron los contornos de lo pensado durante el ciclo de los gobiernos kirchneristas. Así como ningún otro dirigente político, es probable que ningún artista, en tanto legislador del espacio y el tiempo social, haya intentado ir más allá del horizonte de “la década ganada”. ¿Quién osó redoblar la apuesta en el ámbito de la fabricación simbólica y afectiva? ¿Quién osó actualizar los modos de producción cultural más allá de la política modernista del kirchnerismo?
2.
La política cultural del kirchnerismo se desplegló en una perspectiva modernista del capital: incrementó su mercado de poder según una ley de libertad de cambio de la producción y de profesionalización o emprendurismo de la práctica artística. La cultura del libro se benefició con la generación de docenas de pequeñas editoriales independientes y la apertura de librerías, favorecidas también por el aumento de la capacidad de compra, en el marco de las políticas de consumo del Gobierno y la regulación impositiva de las importaciones. La inyección presupuestaria a la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares generó una mejora técnica y una presencia cultural de las bibliotecas en todo el país. Un proceso extraordinario y de singular vitalismo vivió la Biblioteca Nacional, conducida por Horacio González, que conectó la cultura del libro con los procesos de subjetivación política y cultural. La Biblioteca Nacional fue encontrando en el camino la experiencia de un proceso libertario y excesivo, que se desarrolló con la participación de las cabezas más contemporáneas y singulares de la patria. La producción audiovisual se incrementó y multiplicó sideralmete: en los últimos años se estrenaron, promedio, dos películas argentinas por semana entre producciones nacionales y co-producciones internacionales; se grabaron teleseries finanaciadas integramente por el Estado; se filmó en las provincias con equipos locales, inaugurando una profesionalización de los cineastas del interior del país; se abrieron salas de proyección exclusiva de películas argentinas en todo el territorio nacional. El Teatro Nacional Cervantes, aunque no culminó su obra de refacción edilicia, ordenó y reforzó su burocracia sindical y administrativa, lo que permitió que volviera a funcionar con normalidad y que pudiera desarrollar –no sin muchas deficiencias técnicas– un programa federal de giras. Cristina inauguró el Centro Cultural más grande de Latinoamérica con el nombre de su marido fallecido y la gigantesca feria Tecnópolis. Se recuperó el predio del ex centro clandestino de detención en la Escuela de Mecánica de la Armada para convertirlo en sede de espacios culturales coordinados por los organismos de Derechos Humanos. Se abrieron diarios y revistas estatales e independientes con escrituras e investigaciones particulares y complejas comoMiradas al surTiempo ArgentinoCritíca, InfojusAnfibiaCrisisMancilla,Suplemento Soy. El Ministerio de Cultura y muchos organismos del Estado Nacional generaron una cuantiosa suma de contrataciones a cantantes, actores para recitales y actuaciones en multifacéticos eventos como nunca antes en la historia de la cartera cultural. Se diseñó un Mercado de las Industrias Culturales Argentinas como el signo mayor de distribución de cultura para el consumo. Radio Nacional multiplicó sus contenidos y staff y hasta creo una FM de rock nacional con programas periodísticos. Se abrieron canales de televisión didácticos como Pakapaka y Canal Encuentro. La Televisión Pública, dirigida por Martín Bonavetti, se transformó íntegramente y podríamos decir que generó una estética propia y una cultura de trabajo nueva en su burocracia. Muchas obras de teatro y danza contemporánea se exhibieron en los festivales y teatros más importantes de todo el mundo generando una plusvalía de poder y hegemonía en cierta subcultura artística.
3.
Sin embargo, en el transcurso de “la década ganada”, la producción artística y semiótica ha resultado marcadamente conservadora, reaccionaria, enclaustrada, realista, antiutópica y, principalmente, acrítica. Se ha imaginado y realizado bastante poco en el plano de las estéticas singulares y las producciones semióticas del campo social. Muchas oportunidades de singularización de la sensibilidad estética y de transformación de los modos de vida sociales se desaprovecharon en la legitimización de los artistas y la legalidad militante. ¿Qué riesgos hubo en pensar más allá del Estado de cosas y la agenda gubernamental? Es curioso que desde la gestión kirchnerista no hubo un eje en la experimentación artística en sus políticas culturales, fue más bien legitimizar lo que ya se producía. Es probable que la moral del sujeto del rendimiento en la lógica consumista, el emprendurismo de la vida neoliberal, el imperativo de pertenencia y el narcisismo de la pura construcción de sí en el ágora global de internet desalentaron apuestas vitalistas en la micropolítica. No hubo, desde la producción cultural y estética, creaciones de realidad articuladas a gran escala con el campo social. No hubo experiencias épicas ni utópicas colectivas. No hubo estéticas singulares críticas, que excedieran las estructuras de obediencia consensuadas por “la razón neoliberal”. No hubo elaboración de estrategias para organizar el presente colectivo. Por ejemplo: ¿qué exceso vitalista pueden exponer las narrativas escénicas porteñas enclaustradas en sus salas privatizadas para 40 espectadores? ¿Qué nueva proyección utópica colectiva puede generar un teatro de living tomado por la neurosis de familia de clase media urbana?
4.
Es probable que el imaginario más excesivo y desbordante haya venido de la mano del Estado. Basta observar la inauguración del mega Centro Cultural Kirchner, que operó como contraseña de entrada a las sociedades desarrollistas, aunque con un funcionamiento admistrativo, técnico y curatorial impotente. Las puestas en escena multitudinarias de los festejos por el Bicentenario –a cargo del productor cultural Javier Grosman– y la ceremonia por la muerte de Néstor, que ocuparon todo el Centro de la Capital Federal, también fueron imaginarios amplificantes y, en el mismo pase, una producción de poder. Habría así un desfasaje entre la apuesta épica-excesiva del Gobierno kirchnerista y el realismo naturalista conservador de los artistas de “la década ganada”. Un tipo de disciplinamiento que legitima la “normativización de la cultura” continuada en estos meses de neoliberalismo macrista y que convoca, hoy más que nunca, a pensar y a elaborar procesos de producción subjetiva transformadores, irreductibles, libertarios y vitalistas.

Fuente: Nuevos Trapos (www.nuevostrapos.com.ar)

Política del deseo // Entrevista a Raquel Gutiérrez Aguilar // Verónica Gago

Ex militante del Ejército Guerrillero Tupac Katari, activista más tarde en la Guerra del Agua –siempre en Bolivia aunque es de origen mexicano–, filósofa, docente, matemática, Raquel Gutiérrez Aguilar se ha formado sobre todo al calor de los movimientos sociales de los que es parte activa y cuyo devenir le ha servido como prisma para analizar los conflictos políticos latinoamericanos y sus ciclos ondulantes más allá de los resultados electorales. En busca de una voz propia que no puede escindirse de lo colectivo, Gutiérrez Aguilar resalta el valor del “entre mujeres” que se da en las distintas luchas territoriales y que reinventa y desafía el canon político previo, desarticulando categorías, poniendo el deseo en primer plano. De ahí, ella también desea, vendrá el próximo tsunami.
El asesinato de la dirigente indígena y feminista Berta Cáceres en Honduras a manos del sicariato como represalia a su combate contra los proyectos extractivistas en la región dramatiza una escena de aleccionamiento por medio del terror. Al mismo tiempo, estas ofensivas del poder responden a un incremento de las luchas que hacen del territorio un campo de batalla en un sentido profundo: como espacio-tiempo de recursos comunitarios, políticos y naturales, capaz de mixturar nuevas formas de vida urbanas y rurales, cosmopolitas y comunitarias, con articulaciones de un regionalismo plebeyo y capaces de impacto global. Un prisma particular surge de leer América latina desde estas dinámicas, el cual complejiza los análisis que sólo ponen el acento en la suerte de los gobiernos y las contiendas electorales. En esta línea trabaja desde hace años Raquel Gutiérrez Aguilar, ex militante del EGTK (Ejército Guerrillero Tupac Katari) y activista en la Guerra del Agua (unas de las luchas emblemáticas contra el neoliberalismo a inicios del nuevo siglo) en Bolivia, filósofa y matemática, animadora de iniciativas autónomas en México y docente de la Benemérita Universidad de Puebla. Autora de varios libros sobre estas experiencias de lucha, que incluyen también una reflexión feminista sobre sus años como presa, ahora trabaja en un proyecto de largo aliento, que en tránsito de devenir título de su próximo libro puede sintetizarse así: ¿Qué es hacer política en femenino?
Tu idea de política en femenino parte de otra pregunta: ¿qué es tener una voz propia, autónoma, en términos políticos, vitales, organizativos?
Tener voz propia significa no aceptar, para nuestro pensar-decir-hacer, relaciones de tutela o dependencia entabladas desde los múltiples lugares sociales donde se concentra el poder. Significa, también, no olvidar en ningún momento la red de interdependencias que continuamente producimos y habitamos. Partir de la red de interdependencia en la que somos y estamos –que es una noción que viene de la ecología política– es algo muy distinto a lo que se delimita con el par antinómico dependencia/independencia. Consiste en tener presente, todo el tiempo, en primer lugar que no somos personas aisladas sino que siempre estamos insertas en conjuntos dinámicos de vínculos y relaciones que nos preceden y que, al mismo tiempo, producimos a través de nuestras acciones cotidianas. En segundo lugar, consiste en estar al tanto de que los vínculos en los que somos-estamos y que también producimos y transformamos cotidianamente pueden dibujar una gama muy amplia de formas variadas.
¿Por ejemplo?
Pueden adquirir la clásica forma moderna jerárquica y enajenada que desconecta las relaciones directas y separa a quienes son parte de una red de interdependencias –los separa entre sí y con sus medios de existencia, como dice Silvia Federici– para introducir mediaciones susceptibles de concentración ascendente –y acá hablo del dinero o de la energía social que se concentra como mando. O pueden adquirir nuevas formas –que en realidad son actualizaciones o regeneraciones sistemáticas de formas de vínculo y enlace directo, cara a cara, complejo, plástico, no mediado –o al menos no plenamente mediado– por criterios exteriores. Esta práctica cotidiana de regeneración auto-reflexiva de colectividad más o menos autorregulada que internamente acomoda, organiza y gestiona las diferencias es, a mi modo de ver, el sostén fundamental de la voz propia. Claramente, no puedo tener voz propia si estoy sola, aislada.
A contrapelo de la ficción moderna de la independencia, una autonomía interdependiente…
Sí, sólo podemos tener voz propia en medio de una trama colaborativa, cooperativa de sostén recíproco. Es por ello que para tener voz propia, autónoma, en términos políticos, es necesario contar con condiciones mínimas de autonomía material, individual y colectiva. Y es por ello también que la negación de la autonomía política pasa por la imposición de condiciones de despojo de las posibilidades de autonomía material. Esto es lo que alienta y permite las relaciones de tutela política. Esto es un gran problema en los tiempos que corren pues justamente el mar de precariedad en el que habitamos como sociedad, se dirige a negar las condiciones materiales de nuestra autonomía política, y la pinza se cierra cuando a través de medidas tecnocráticas –estatales y privadas- se sujeta y condiciona la garantía de ciertas mínimas condiciones materiales para el sustento y nos obliga a la aceptación individual y colectiva de tutela. En términos clásicos estoy tratando de escudriñar, como ya te diste cuenta, el viejo par explotación/opresión para reconocer sus características actuales.
¿Cuáles serían?
Creo que podemos entender a través del par “despojo y tutela” una parte central de lo que hoy niega la autonomía política individual y colectiva. Pensar el despojo no únicamente como la “desposesión” de bienes o riquezas naturales o materiales previamente producidas, sino como un abanico heterogéneo de “despojos múltiples” –como dice Mina Navarro- que abarca la relación de explotación en el proceso de producción (de capital) mismo, pero que amplía la lente para incluir en el análisis la expropiación de toda la riqueza concreta susceptible de ser producida a través de otros vínculos y relaciones humanas. Esta es una clave muy relevante para subvertir marcos clásicos de análisis. Nosotras, acá en Puebla, estamos comprometidas con hilar los elementos de una forma de lo político a la que llamamos política en femenino, que trata de entender a distintos niveles este conjunto de prácticas de despojo y tutela justamente como negación de la capacidad humana colectiva de regeneración de la vida y de lazos sociales fértiles que habilitan autonomía. Y elegimos como punto de partida el proceso de reproducción material y simbólica de la vida social.
Los ritmos abiertos de América latina
¿Cómo se traduce esto a la hora de leer América latina? ¿Pone otros ritmos y calendarios más allá de la idea de fin de ciclo que se impone a nivel de los gobiernos?
Comenzaré por discutir lo que entendemos por “ciclo”. A mí me gusta mucho utilizar, más bien, para aludir a esto, metáforas que tengan que ver con las olas, con la manera en la que el agua del mar se mueve incansablemente. Lo hace en ciclos, claramente. Pero no ciclos como los que se exhiben, por ejemplo, con algunas funciones trigonométricas: ciclos de periodo regular, cognoscible, determinable, etc. Para pensar en lo que hoy ocurre en América Latina tenemos que pensar en procesos dinámicos abiertos, que den cuenta de la incertidumbre y los cuales, efectivamente, exhiben rasgos cíclicos; aunque, insisto, no son ciclos determinados y medibles. Son más bien, bucles cíclicos siempre inciertos y siempre abiertos. Así, hoy parecería estar colapsando en toda América Latina –salvo quizá en Ecuador donde la “revolución ciudadana” ha escalado la represión a niveles alarmantes– un ciclo de luchas de mediano alcance que se abrió a comienzos del siglo XXI y que tuvo dos momentos claramente distinguibles: el momento del protagonismo social desplegado –como lo llama el Colectivo Situaciones– y el tiempo de la confusión y la ambigüedad que fue el tiempo del despojo de las capacidades sociales de dar forma recuperadas por la sociedad para condensarlas en el Estado y en sus instituciones. Entonces, a la expropiación o despojo de las capacidades sociales y políticas de transformación del mundo recuperadas y/o reactualizadas a comienzos de siglo por luchas muy variopintas y polifónicas, siguió un tiempo, que hoy está o bien colapsado –como en Argentina– o agrietado –como en Bolivia– que encauzó dificultosamente toda esa energía social hacia nuevos procesos de acumulación de capital reinstalando relaciones de tutela entre gobernantes y gobernados que se impusieron a través de nuevos y múltiples despojos.
¿Cómo entender entonces la ofensiva actual de la derecha?
Si una toma las luchas desplegadas como punto de partida, entonces se entiende con más claridad qué es lo que hoy colapsa: la forma deformada y enajenada de nuestros esfuerzos anteriores, de los anhelos colectivos de transformación social desplegados por nosotros mismos años atrás. Entonces, la actual ofensiva de la derecha es, nada más, la revelación grotesca de lo que ya ocurría: la renovación de la dominación del capital organizada en la vigencia de la democracia procedimental como forma emblemática –y casi única– de lo político. Es un fin de lo que alcanzamos a producir en la oleada anterior –y por eso se nos presenta como fenómeno cíclico- pues el bucle se reabre, en condiciones muy difíciles en Argentina, y no tan adversas en Bolivia y quizá en Uruguay.
¿Cómo avanzamos?
¡Qué pregunta difícil! El punto de partida que nosotras cultivamos es que tenemos que partir de las luchas que de por sí ya se están desplegando ante nuestros ojos… Y hay muchas cosas ocurriendo más allá de la hoy muy visible ofensiva de fracciones del capital sumamente reaccionarias y quizá criminales. En América Latina hay una gama amplia de luchas en defensa de lo común que confrontan y boicotean las acciones de despojo más radicales y virulentas que coaliciones transnacionales empujan de la mano de gobiernos locales y nacionales. Son por lo general luchas locales, difíciles, que enfrentan situaciones de violencia cada vez más agobiantes, como en México o en Honduras. Todos estos esfuerzos han señalado cuando menos dos aspectos muy relevantes: la importancia del territorio como lugar del despliegue de los esfuerzos de resistencia y regeneración de la vida y la presencia masiva y tumultuosa de las mujeres en estas luchas.
¿Qué te hacen pensar estos dos aspectos que marcás?
La lucha “territorial” es, por lo general, una lucha para garantizar condiciones dignas de existencia –“vida digna”, dicen los zapatistas. De ahí que para comprender los múltiples esfuerzos que se despliegan en tales luchas vale la pena colocar la reproducción material y simbólica de la vida social como punto de partida. Esta clave, creo, nos brinda una mejor plataforma de análisis que otras perspectivas –como aquellas que clasifican las luchas en “económicas”, “políticas”, “reivindicativas”, etc. Tomar las diversas luchas para la garantía del sustento –contra el despojo de bienes materiales, contra la imposición de rutinas y ritmos de trabajo heterónomos, etc.- entendiéndolas como multiformes esfuerzos por garantizar y ampliar las posibilidades de reproducción material y simbólica de la vida social nos vuelve comprensibles un conjunto muy diverso de esfuerzos colectivos. No se trata de pensar que todas las luchas hacen y buscan “lo mismo”, pero sí se trata de entender lo que comparten y, por lo mismo, lo que puede habilitar articulaciones políticas más allá de lo local. En relación a la muy vasta presencia de mujeres en casi todas las luchas del período reciente, creo que esto está en el corazón de nuevas posibilidades de subversión de lo que existe y de regeneración de otras formas de convivencia y autorregulación.
Entre mujeres: hacia un (des)orden de la madre
¿Ves en este punto algo de novedad, diferente a momentos anteriores?
Creo que son tres las vetas que se han abierto. En primer lugar, una revaloración del “entre mujeres”: en casi todas las experiencias que desde la lucha se pueden documentar, en los espacios de resistencia territorial y en otras experiencias de defensa de lo común, la presencia de mujeres no sólo es notable sino que se recupera una añeja disposición de las mujeres de, además de la “lucha general”, establecer espacios para reunirse, para hablar, para dar fuerza a su voz compartida, para apoyarse entre sí a la hora de sostener sus puntos de vista… No se trata de “ocupación de espacios” o no sólo ni principalmente. Se trata de que la lucha se va tiñendo de nuevos colores y que se van mirando y atacando durísimos problemas sociales como la violencia intrafamiliar, la consolidación de prácticas de cooperación y acuerdo mucho más fluidas, etc. El “entre mujeres” prolifera en todas las luchas y en múltiples rincones del paisaje social de América Latina. Esta práctica recuperada del “entre mujeres” –muchas veces “más allá del feminismo” liberal capturado en las tecnocráticas “políticas de género”– tiene dos aristas relevantes que son las otras dos vetas que mencioné arriba: en muchas ocasiones coloca los asuntos ligados a la reproducción material y simbólica de la vida social en su conjunto como punto de partida y, además, se despliega como una “política del deseo” en el sentido que lo trabaja Lía Cigarini, como creaciones que se colocan “por encima de la ley” y que por lo mismo son tan pero tan subversivas. El “entre mujeres” –que no necesariamente excluye a los varones, pero que si, digamos los “filtra”, tratando de contener y expulsar a los varones violentos al tiempo que conserva un espacio específico de mujeres– de manera inmediata entabla y visibiliza relaciones de interdependencia que se ocupan del cuidado de la autonomía política y material. Se ocupa, además, de una amplia gama de asuntos considerados como no políticos o no plenamente políticos y por lo mismo politiza el espacio privado y desafía la distinción privado-público (tan cara a la organización capitalista de la vida) y, finalmente, se abre al ensayo y la renovación de lo político sin presuponer que hay que ceñirse a ningún canon político previo. Ojo, no es que no conozca el canon… es que no lo respeta, lo reinventa, lo deforma, lo desafía. De ahí política del deseo. Por acá es donde yo veo que se irá generando la renovada energía para la nueva oleada que, esperemos, esta vez sí alcance calidad de tsunami.
Vos hablás también de un momento de contra-insurgencia de nuevo tipo que vemos desplegarse en la ofensiva neoliberal y el recrudecimiento de la violencia patriarcal y que genera una “opacidad” en los conflictos, una deliberada confusión…
Claro… “el otro lado también juega” –como dice Adolfo Gilly. La producción sistemática de inestabilidad e incomprensión es un elemento fundamental para ejercer dominación. Piensa si no, en lo que hacían los torturadores de las décadas previas que buscaban quebrar guerrillerxs y organizaciones por la vía de la tortura: privar de sueño, hacer desconocer donde estaban, romper los elementos mínimos para la orientación espacio-temporal, inocular la sensación de indefensión total, etc. A mi juicio hay una especie de uso instrumental de una violencia brutal a nivel social justamente para quebrarnos: producir opacidad y administrar la incomprensión de lo que pasa, inocular miedo sistemáticamente… Así estamos viviendo en este período de guerra mundial no declarada, de arrasamiento encubierto de los territorios, de devastación social. Es como si el cuerpo social en su conjunto, el de quienes vivimos por nuestras manos, estuviera siendo sistemáticamente torturado en algún cuartucho maloliente de un cuartel militar. Y cuando no es suficiente, entonces se despliega toda esta, ahora sí, “violencia expresiva” ejemplificadora y aterrorizante de la que habla Rita Segato.
Todo esto, que pertenece a un ámbito más general de la contraofensiva contra nuestras luchas se ve plenamente fortalecido con el refuerzo irreflexivo e impune o consciente y premeditado de los rasgos más violentos de la calidad masculino-dominante de la acumulación capitalista y sus formas políticas; incluso entre algunos “compañeros”. Y aquí hay una pregunta dura: ¿a quién llamamos compañero? ¿El izquierdista abusivo y violento puede ser compañero? ¿El padre irresponsable de nuestras crías puede ser compañero? Este es un tema muy urgente de discutir.
¿Ves aquí un síntoma de una crisis, o un llamado al desorden, para usar tus palabras, de larga duración?
La impresión que yo tengo es que a raíz de los esfuerzos colectivos de impugnación al orden dominante desplegados durante comienzos de siglo y a la proliferación del “entre mujeres” se desafió e impugnó de manera eficaz el carácter patriarcal del orden de dominación del capital y que ahora vemos los dolorosos y crueles afanes –no sólo militares– por reinstalar un orden simbólico masculino dominante ya totalmente descompuesto. Esto está ocurriendo en múltiples lugares de forma fractal: es decir, reiterada y expansiva. Mujeres que en sus lugares de trabajo son sistemáticamente agredidas y acosadas –no sólo sexualmente-, que en sus casas son “castigadas” y reprendidas cuando impugnan prácticamente los mandatos del régimen patriarcal, etc. Esto está ocurriendo cotidianamente y se vincula a la violencia generalizada en la que a veces quedamos atrapadas. A mi juicio, hay claros signos de un agrietamiento general del “orden del padre”. No hay quien provea, no hay quien establezca una “ley” medianamente justa, no hay quien dé sentido de pertenencia… por mencionar rasgos de lo que se anudan tradicionalmente en el orden simbólico del padre. Sin embargo, ya estaría generándose –re-generándose– y haciéndose visible un orden simbólico de la madre: en las apuestas y luchas de los pueblos indígenas, en las críticas de los ecologistas y su énfasis en el carácter creativo de ciertos vínculos y cuidados, en el “entre mujeres” que se expande… Yo por acá encuentro posibilidades de esperanza en medio de estas ruinas que habitamos.

Ir a Arriba