Anarquía Coronada

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Reimaginar la revolución // Amador Fernández-Savater

Dice el filósofo Gilles Deleuze: “hay imágenes de pensamiento que nos impiden pensar”. Es decir, tenemos imágenes de lo que supone pensar (un esfuerzo de la voluntad, un trabajo académico) que bloquean el pensamiento. ¿Podríamos decir igualmente que hay “imágenes de cambio” que nos impiden cambiar? Imágenes de lo que supone el cambio (en este caso, social o político) que bloquean en la práctica el cambio mismo.

Estas “imágenes” de que hablamos son modelos difusos, ideas preconcebidas. Organizan nuestra mirada: lo que vemos y lo que no, lo que valoramos y lo que no. Y tienen a la vez una función de orientación: nos ayudan a movernos en lo real, en lo que pasa (o nos desorientan, si no son adecuadas). Son al mismo tiempo lente y brújula.

Hay imágenes de pensamiento que nos impiden pensar. Hay imágenes de cambio que nos impiden cambiar. Entonces, para pensar o cambiar, necesitamos dotarnos en lo posible de otro imaginario: depósitos o semilleros de imágenes que organicen nuestra mirada de otro modo, que nos orienten en sentido diferente. Otras lentes, otras brújulas.

La imagen revolucionaria de cambio

La imagen de cambio por excelencia durante al menos dos siglos -pongamos, desde 1789 hasta 1976- ha sido sin duda la imagen revolucionaria. Nunca consistió en una sola imagen, sino más bien en una constelación: imagen de cambio, pero también de militancia, de conflicto, de objetivo, de organización, etc. Es decir, una determinada concepción de la transformación social implica una red o un haz entero de imágenes: modalidades de compromiso, formas de antagonismo, figuras del enemigo, esquemas organizativos, etc. La imagen de cambio es siempre imagen de imágenes.

¿Cómo caracterizar la imagen revolucionaria de cambio? Podemos tomar un primer apoyo en Hannah Arendt. En los primeros capítulos de su libro On revolution, al preguntarse por el significado de la revolución, Arendt destaca dos detalles de la Revolución Francesa: la ejecución del rey y el nuevo calendario (como se sabe, abolido el viejo mundo, la Revolución marca el año I de la nueva era y cada mes es rebautizado: Brumario, Pluvioso, Germinal, Termidor, etc.). Esos dos símbolos (bien materiales) nos remiten muy directamente a una cierta imagen del cambio revolucionario: consiste en el derrocamiento del orden antiguo y en un nuevo comienzo, un comienzo absoluto.

La imagen revolucionaria de cambio está determinada por un corte, una discontinuidad radical entre lo viejo y lo nuevo. Todo ello atravesado por la idea de “necesidad histórica” que Arendt detecta en las metáforas de los discursos revolucionarios: “corriente irresistible”, “tempestad irrevocable”, “vendaval imparable”, etc. La revolución es un cambio radical y al mismo tiempo necesario.

No por casualidad la filosofía hegeliana será el “lenguaje del cambio” durante dos siglos: su “sistema de imágenes” (dialéctica, negación, superación) permite sostener y resolver esa aparente paradoja de un cambio absoluto y a la vez absolutamente necesario. Mi amigo Juan Gutiérrez habla del “pasodoble del No” marxista y hegeliano: la negación de la negación (la negación de lo que niega la humanidad) nos conduce a la afirmación (un mundo y un hombre nuevos).

Las utopías pedagógicas de la Revolución Francesa

En los trabajos del historiador Bronislaw Baczko sobre las utopías pedagógicas de la Revolución Francesa, podemos encontrar algunos desarrollos empíricos concretos a los análisis de Arendt. Aunque la mayoría de proyectos educativos revolucionarios sólo se pusieron en práctica con posterioridad (y con las mil limitaciones y contradicciones que impone lo real a los sueños), las utopías pedagógicas nos dan a ver muy claramente cuáles y cómo eran las imágenes revolucionarias en acción entonces.

¿Cuál es el mayor desafío de la Revolución? La revolución es ruptura y discontinuidad radical, pero para persistir, reproducir y durar tiene la necesidad de crear “un pueblo nuevo”, un pueblo completamente emancipado del peso del pasado. El objetivo principal de la Revolución es “formar al Hombre nuevo para la Ciudad regenerada”. Hombres nuevos liberados al fin de los prejuicios, hechos a la medida del tiempo que se abre, modelados como arcilla por una potencia educativa considerada casi omnipotente.

El primer paso es eliminar los viejos errores, las viejas supersticiones, los viejos tabúes. Sólo así puede edificarse un mundo enteramente purificado, en todos sus detalles. “Hay que destruir el pasado hasta en sus últimos vestigios…”. No se trata de unos cuantos cambios, de un puñado de reformas. Por cualquier mínima rendija puede colarse el viejo mundo de nuevo, con su lote de ignorancias y opresiones. De hecho, los revolucionarios nunca dejaron de achacar el “fracaso” de sus aspiraciones al complot siempre renovado de lo viejo (que justificaba el recurso terrorista a la guillotina como pedagoga suprema).

Es en la Escuela donde se juega el porvenir de la República. Allí se corregirán los errores y se transmitirán nuevos saberes. Pero no sólo: la Escuela debe apoderarse de la imaginación y las pasiones humanas, generar nuevos comportamientos: “maneras francas, lenguaje sin grosería, el temperamento y el porte de un hombre nuevo”.

Un debate crucial se abre enseguida: el sueño de formar al hombre nuevo presupone al formador ideal, pero ¿dónde encontrarlo? ¿Quién instruirá a los instructores? Algunos van todavía más allá: ¿no es la misma idea de Escuela otro “vestigio del pasado”? Es lo que argumentan los más radicales seguidores de Rousseau: la sociedad (revolucionaria) misma es la mejor escuela. El nuevo orden debe poder “respirarse” a cielo abierto, en las asambleas revolucionarias y las sociedades populares, en el nuevo calendario y la nueva toponimia, en las fiestas cívicas y el recién creado sistema de pesos y medidas. La educación del “hombre nuevo” no debe tener límites espaciales ni temporales, sino poder “absorberse” directamente de las cosas, en lugares de formación permanente, ser ubicua.

En cualquier caso, la escuela (como modelo de sociedad, sostenida en una fuerte organización estatal y una nueva élite de maestros-legisladores ilustrados) y la sociedad revolucionaria (como escuela de costumbres) asumen el principal reto revolucionario: romper con la “vida orgánica” (la familia, las comunidades de nacimiento) y “elevar las almas al nivel de la Constitución”; colmar la brecha o el intervalo entre el hábito y la ley, entre la vida como es y la vida tal como debiera ser; “imaginar la perfección y realizarla enseguida”.

Los niños, la infancia, serán el objeto principal de las utopías pedagógicas revolucionarias, como “página en blanco” sobre la que puede escribirse infinitamente. El niño como  pueblo por venir. El pueblo como el niño que educar (o reeducar). La Revolución Francesa es, según Michelet, “la gran revolución de la infancia”.

El ángel de la Revolución Cultural china

La idea-imagen de la revolución inaugurada en 1789 no se agota allí, sino que impregna (como modelo de referencia e inspiración) dos siglos de tentativas revolucionarias de transformación social (en muy diferentes versiones, según los contextos).

Acerquémonos por un lateral a la Gran Revolución Cultural China de Mao-Zedong. En 1975, dos intelectuales y militantes maoístas franceses, Guy Lardreau y Christian Jambet, publican El Ángel, un libro que se plantea hacer balance de la experiencia del maoísmo francés. Una experiencia que se vuelve masiva curiosamente después de la revuelta profundamente libertaria de Mayo del 68. Cientos de jóvenes rompen entonces con su medio (familiar, geográfico, social) e ingresan en las fábricas francesas, donde tratan de mezclarse con el proletariado industrial y ayudarle a superar el marco organizativo clásico de la CGT, el corsé que había asfixiado la potencia subversiva del Mayo.

En 1974 se disuelve la gran experiencia organizativa maoísta de la Gauche Prolétarienne (Izquierda Proletaria) y la crisis de sentido se apodera de los militantes prochinos. Enseguida empezarán a llegar y socializarse además los testimonios disidentes sobre la China que ellos idealizan, pues se relacionan más con un mito inspirador que con una realidad histórico-social. El Ángel pretende ser al mismo tiempo una revisión autocrítica (pero no arrepentida) de la experiencia y una reactualización de su apuesta: “el Ángel que anunciamos ha sido siempre vencido, terminará triunfando en una revolución inaudita”. Un libro extraño y original, violento e intenso, hermoso a su manera (fría, metálica…) que nos permite captar algunas imágenes de cambio del maoísmo.

Para elaborar el balance, los autores toman apoyo en una relectura de los textos del cristianismo antiguo, planteando una analogía entre la experiencia maoísta y la de los primeros cristianos. ¿En qué sentido? En ambos casos estamos ante movimientos de masas: uno (ascético) en el mundo helenístico, otro (político) en el capitalismo moderno. Los dos consisten en una revolución cultural -más allá de la revolución política e ideológica- que pretende “alcanzar al hombre en lo que tiene de más profundo”. Y en ambos hay una visión dualista/maniquea del mundo según la cual existen dos Vías y dos Espíritus (la Luz y las Tinieblas) y entre ellas se trata de zanjar, decidir.

No hay que esperar el comunismo como desenlace automático de la dinámica de los modos de producción, la revolución es el gesto colectivo que rompe en dos la historia del mundo: ese voluntarismo radical es la diferencia entre el maoísmo y otras corrientes marxistas-leninistas.

Entonces, por un lado, violencia y furor en la inversión deliberada de todos los valores, lucha sin cuartel contra los restos ideológicos del viejo mundo. Un esfuerzo titánico por extirpar aquello que se reproduce desde la noche de los tiempos, anti-cultura radical donde la posición del revolucionario se confunde en un primer momento con lo salvaje y lo asilvestrado. En el caso del cristianismo, la furia destructora pasa por el rechazo del trabajo, el odio al cuerpo y al sexo mismo; en el caso del maoísmo, por el odio al Pensamiento (el deseo de saber por saber, la curiosidad vana), el olvido de los padres y el desasimiento del Yo.

“Teníamos el deseo de amnesia soberana (…) Hubiésemos deseado quemar la Biblioteca Nacional para sufrir como es debido (…) Convocábamos a todos aquello de los que se podía esperar la amnesia. Decíamos con Mao: “dejad que se acerquen a mí los niños, que son como el sol a las ocho o nueve de la mañana”.

Por otro lado, voluntad de pureza absoluta. El combate se libra en el interior del ser humano, “cada alma se desgarra en dos, que combaten la una contra la otra”. No hay instante indiferente en la lucha contra “las viejas cosas, las viejas ideas”. Como nadie es rojo (o santo) de nacimiento, todo el mundo tiene necesidad de ser reeducado. El mundo, la carne, está en manos del demonio (capitalista), hay que marcharse al desierto o a las fábricas. La libertad es un ejercicio radical de desarraigo de los órganos y lo orgánico. Entre los cristianos, pasa por el rechazo del matrimonio y la procreación, la práctica de la caridad; entre los maoístas, por el rechazo de los valores burgueses del egoísmo, el distinguirse y la vanagloria, la práctica de la crítica y la autocrítica, el auto-examen permanente.

¿Y cómo orientarse, cómo elegir entre “los dos mundos, las dos ciudades, los dos señores”? Cualquier militante maoísta puede llegar a ser un héroe de la revolución mediante el estudio del pensamiento mao-zedong y emulando a otros héroes (que a su vez emularon a otros y así hasta llegar al héroe por excelencia: el propio Mao). El pensamiento de Mao se resume en el famoso libro rojo, prácticamente un manual para la vida diaria del militante escrito a base de sentencias semi-poéticas: los logia o logiones, “piedras preciosas de la concisión”.

Simplicidad y pureza: en el pensamiento mao-zedong “no queda ya nada del mundo antiguo”. Hay que rumiarlo incesantemente: ante cualquier problema, ante cualquier dificultad, ante cualquier decisión (“si no estudiáis al Presidente con asiduidad/ viviréis en la oscuridad/ Estudiad bien sus obras de verdad/ y un sol rojo iluminará vuestros pensamientos”). Pero es un pensamiento que no puede entenderse si primero no se siente. “Lo que hace falta para comprender el pensamiento Mao no es saber, erudición, inteligencia, sino fe en la vía”. En verdad, el pensamiento de Mao no es el criterio para elegir el camino, sino el camino mismo.

Desplazamiento

La Revolución Cultural China funciona como analizador-revelador por su extrema radicalidad. Las cosas no llegaron tan lejos en la URSS: el debate entre Lenin y el proletkult se resuelve a favor del primero (naturalmente). No es posible crear de la nada un orden nuevo, dice Lenin, hay que edificarlo a partir del tesoro del pasado: la cultura burguesa. Y el propio Stalin responde la demanda de crear una nueva lengua que lanza Maiakovski. Si la infraestructura ha cambiado, argumenta el poeta llevando el marxismo al extremo, ¿cómo no va a hacerlo la superestructura? Stalin contesta: el lenguaje está más allá de la lucha de clases. Y fin de la discusión.

Haría falta más trabajo y espacio para asentar bien estas intuiciones. Pero por ahora se trata sólo de señalar algunas de las estrellas que conforman la constelación de la imagen revolucionaria de cambio: la revolución es una guerra a muerte entre dos mundos; el militante es la fuerza de voluntad que empuja lo que es hacia lo que debe ser; el objetivo es el Hombre Nuevo; la organización es la vanguardia consciente (organizada en Partido, embrión de Estado) con visión de conjunto y de la finalidad; el tiempo de la revolución es pensado como discontinuidad radical, a la vez absolutamente necesaria; etc.

Ciertamente, no pueden confundirse las imágenes de cambio revolucionario y lo que efectivamente es la revolución misma, un proceso siempre impuro, contradictorio, imperfecto, imprevisible, incontrolable. Pero lo que nos interesa aquí son las lentes y las brújulas. El objetivo no es juzgarlas o analizarlas críticamente (por su responsabilidad en el terror de Estado, por ejemplo), sino entenderlas. El balance de las revoluciones del siglo pasado lo dejamos pendiente para otro momento y lugar. En todo caso, puede decirse (con Alain Badiou) que ese balance habrá de ser necesariamente “interno” para quienes nos colocamos subjetivamente del lado de las revoluciones y no aceptamos la conclusión de que la misma idea de transformación radical de la sociedad es indeseable y criminal. Lo que ha quedado definitivamente enterrado bajo los desastres del comunismo autoritario no es la idea de cambio social, sino la vieja constelación de la vanguardia consciente, el cambio planificado desde arriba, la tábula rasa y el Hombre nuevo. Ahora no nos interesa tanto la crítica como proponer un desplazamiento.

Imágenes-zombi

En la Puerta del Sol recién ocupada por lo que luego se conocerá como movimiento 15M, alguien saca un cartel que pronto se hará célebre (viral): “nobody expects the spanish revolution”. ¿Significa esto la revitalización del imaginario revolucionario, tras décadas de consenso en torno al “fin de la Historia”: la democracia representativa y la economía de mercado como horizonte insuperable de la humanidad? No lo creo. La frase es sólo un desvío humorístico de un famoso sketch de los Monty Python: “nobody expects the spanish inquisition”. Esta manera metafórica, vago e irónica de hablar de la revolución es más bien síntoma de un agotamiento, el agotamiento de un imaginario de dos siglos.

¿Entonces? ¿Podemos decir que los movimientos políticos actuales (como el 15M y el resto de “movimientos de las plazas”) son movimientos simplemente “reformistas” que buscan algunos pequeños cambios en el marco dado de lo posible? ¿O bien este agotamiento del imaginario revolucionario debe conducirnos al pesimismo (“ya no es posible cambio alguno”)? Ni una cosa ni la otra, ambas son de hecho tributarias de la centralidad del imaginario revolucionario.

Pensamos más bien (con autores como Alain Badiou o Santiago López Petit) que atravesamos un “periodo de intervalo” o un “impasse”. Ese intervalo o impasse tiene que ver con un “desacople” entre las nuevas formas de politización y los imaginarios existentes de cambio. Las prácticas colectivas experimentan nuevas vías, pero casi a tientas. Y las viejas imágenes de cambio, aún saturadas y agotadas, siguen sobrevolando las cabezas y los cuerpos, como imágenes-zombi.

¿Cuál sería el problema de este “desacople”? Por un lado, mirándose en el espejo-modelo de las viejas imágenes revolucionarias, los movimientos obtienen de sí mismos un reflejo desvalorizante, despotenciador, entristecedor. Las imágenes-zombi separan a las experiencias vivas de lo que son y de lo que pueden.

El mismo 15M nos ofrece un ejemplo muy claro: a pesar de ser uno de los movimientos con mayor impacto en la sociedad española de los últimos 40 años (cuestionando profundamente la arquitectura política y cultural heredada de la Transición, desplazando los umbrales de percepción y sensibilidad social, neutralizando la tentación fascistoide que crece en toda Europa), el lamento y la queja nunca han dejado de acompañarlo: “no ha cambiado nada”. Sin otras lentes y otras brújulas, apegados a las antiguas imágenes, se reenvía una y otra vez la capacidad de transformación social a las formas y fórmulas ya conocidas: el partido que, tomando el poder (por vía electoral esta vez), cambia las leyes y los marcos jurídicos, la macropolítica. El cambio social es un cambio por arriba o no es.

Por otro lado, las imágenes-zombi debilitan las prácticas efectivas y las experiencias vivas dando valor sólo a ciertos aspectos de las mismas en detrimento de otros: se privilegia lo masivo, los momentos de insurrección abierta, lo épico, lo híper-visible, etc. Se hace necesario y urgente otro imaginario de cambio. Imágenes adecuadas para ver y pensar un cambio social complejo, no lineal, con sus mareas altas y bajas, procesos y eventos, continuidades y discontinuidades. Capaces de dar valor y visibilidad a las transformaciones invisibles y silenciosas, intersticiales e informales, imprevisibles e involuntarias, micropolíticas y afectivas, bastardas e impuras. Imágenes en las que encontremos compañía, valor y potencia.

Y no sólo necesitamos nuevas imágenes, sino también otra relación con ellas. Los viejos imaginarios revolucionarios cristalizaron demasiadas veces en un “mito tecnificado” (Furio Jesi): trascendente, rígido, inmóvil. Precisamos entonces, no tanto de un “sistema de imágenes” (acabado y coherente), como más bien de una especie de tejido, un patchwork infinito y en construcción permanente, siempre susceptible de ser modificado y alterado, donde todo suma y nada sobra, porque cada jirón (cada imagen) puede tener su momento y su ocasión. De hecho, ni siquiera se trata de negar o descartar las viejas imágenes revolucionarias de cambio (pueden ser un jirón más del patchwork), sino de complementar, multiplicar y enriquecer el repertorio de lo posible.

La “guerra de posiciones” según Antonio Gramsci

¿Dónde podríamos empezar a buscar imágenes inspiradoras para reimaginar el cambio social? Propongo ahora, simplemente a modo de indicación, tres fuentes posibles. Voluntariamente, se trata de tres experiencias del pasado. La imagen revolucionaria de cambio fue tal vez hegemónica pero no la única y el pasado es un depósito de saberes siempre actualizable desde el presente. El nuevo imaginario de cambio no necesita cortar con el pasado, sino más bien aprender a recrearlo, traducirlo y resignificarlo.

La primera fuente de inspiración posible es la obra de un autor: Antonio Gramsci, el filósofo-militante italiano. Gramsci es un nombre completamente interno al pensamiento marxista-leninista, pero sin embargo su obra es un terreno fecundo en claves nuevas. ¿Cómo es posible? En parte se lo debemos a Mussolini. Gramsci tuvo que inventar un lenguaje encriptado para esquivar la censura en las cárceles del fascismo italiano: hablaba de “filosofía de la praxis” para referirse al marxismo, etc. Ese mismo lenguaje encriptado nos llega hoy, décadas después, como lenguaje poético con multitud de lecturas y significados posibles. Eso mantiene a Gramsci a salvo de convertirse en una “lengua muerta”, como ocurre con la mayor parte del marxismo-leninismo.

Otra razón de la actualidad de Gramsci es su concepción del cambio social. En la cárcel, Gramsci reflexiona largamente sobre un fracaso repetido. La revolución pensada como “guerra de movimiento” (caracterizada por la velocidad, el asalto frontal al poder, su carácter minoritario) ha funcionado muy bien en Rusia, pero choca contra un muro en Europa occidental: aplastamiento de la revuelta espartaquista en Alemania, de los consejos obreros en Italia, etc. ¿Qué ocurre?

La guerra de movimiento, piensa Gramsci, sólo tiene éxito allí donde la sociedad es relativamente autónoma del Estado y la “sociedad civil” (las instituciones que construyen el consenso social: medios de comunicación, etc.) es “primaria y gelatinosa” (como en la Rusia zarista). Sin embargo, en Europa occidental la sociedad civil es sólida y protege el orden del Estado como una “robusta fortaleza de casamatas”, resistente a las “irrupciones catastróficas del elemento económico inmediato: crisis, depresiones, etc.”

Ni “misticismo histórico” (la revolución como fulguración milagrosa), ni determinismo económico (el hundimiento económico desencadena el proceso revolucionario), Gramsci propone reimaginar la revolución como “guerra de posiciones”. El rasgo clave de la guerra de posiciones es la afirmación y el desarrollo de una nueva visión del mundo. En cada gesto de la vida cotidiana hay una visión del mundo implícita. El proceso revolucionario consiste en difundir una nueva visión del mundo (y por tanto otros gestos) que vacía y desplaza poco a poco el poder de la antigua. Es lo que Gramsci llama “construcción de hegemonía”: no hay poder sin hegemonía, sin control sobre los gestos de la vida corriente. Sería un poder sin legitimidad, reducido a pura represión, al miedo. A la toma del poder le debe preceder, concluye Gramsci, una “toma” de la sociedad civil.

Para ilustrar esta otra idea de revolución, Gramsci recurre al ejemplo de la Revolución Francesa. Su mirada contrasta con la de Arendt: Gramsci no se fija en la ejecución del rey y el nuevo calendario, sino en el movimiento previo de la Ilustración. Durante décadas, a través de los salones, los clubs y las enciclopedias, la Ilustración disemina la idea de una igual dignidad de las personas en tanto que seres dotados de razón. La nueva concepción del mundo desplaza a la antigua, minando los pilares del Antiguo Régimen sin que nadie se de cuenta. Finalmente, cuando se hace la Revolución, viene a decir Gramsci, se ha ganado ya antes. La dominación carece de legitimidad, es sólo una cáscara vacía que de desploma al primer golpe.

Es verdad que en Gramsci funcionan todavía ideas muy clásicas: el Partido como cerebro que dirige un cuerpo, “pregonero y organizador” de la nueva visión del mundo, intelectual colectivo. Pero la imagen de la guerra de posiciones puede resultarnos hoy muy inspiradora: como una infiltración más que un asalto, un lento desplazamiento tectónico más que una acumulación de fuerzas, un movimiento colectivo y anónimo más que una operación minoritaria y centralizada, una forma de presión indirecta, cotidiana y difusa más que una insurrección concentrada y simultánea (aunque Gramsci no excluye el recurso a la insurrección, lo subordina a la construcción de hegemonía).

La revolución se gana antes de hacer la revolución, en el proceso de elaboración y expansión de una nueva definición de la realidad: lo que cuenta y lo que no cuenta, lo que que vale y lo que no vale. Definición no escrita en los libros, es decir, no sólo ni principalmente cuestión de “ideas”, sino inscrita en los gestos, en los comportamientos, en las relaciones entre los seres, con las cosas y el mundo.

La “revolución social” anarquista

La segunda fuente de inspiración posible es una filosofía en movimiento: el anarquismo. Nos interesa ahora tal y cómo ha sido releída y traducida al presente por Daniel Colson, filósofo e historiador libertario.

En su Pequeño léxico filosófico del anarquismo, Colson recuerda cómo los anarquistas se alejaron muy pronto de la idea-imagen de Revolución, demasiado asociada para ellos a un golpe de Estado, a la transformación social pensada como toma del poder y cambio de régimen constitucional (proceso constituyente, etc.). A la Revolución política, los anarquistas opusieron su “revolución social”. El adjetivo indica un cambio de sentido. En tres aspectos por lo menos.

En primer lugar, la revolución social nace y se desarrolla en el interior mismo de la sociedad: “en el terreno de las clases y las diferencias, de la propiedad y la justicia, de las relaciones de autoridad y las modalidades de asociación, ahí donde se juega el orden o equilibrio de la sociedad, de una multitud de maneras y a través de una transformación de conjunto (multiforme)”. No se trata de derribar o apoderarse del Estado, ni de desposeer a los propietarios del capital a través de una dictadura de los representantes del proletariado: la revolución social es un cambio desde dentro de las mismas relaciones sociales y de poder.

En segundo lugar, la revolución social, a diferencia de la revolución política, no se identifica única, exclusiva o principalmente con episodios excepcionales, movilizaciones callejeras, coyunturas insurrecionales, sino también con procesos silenciosos y cotidianos (creación alternativa de instituciones, relaciones sociales y subjetividades) de los que en último término depende la eficacia de transformación. La “Grand Soir” (gran noche) del imaginario anarquista no remite al corte (brusco, inmediato, instantáneo) entre lo viejo y lo nuevo. Es más bien la expresión o la manifestación final de una potencia acumulada con anterioridad. Como el fruto que el árbol madura, no como un relámpago en el cielo vacío o el asalto voluntarista de una minoría al poder.

Por último, la revolución social no depende de una estrategia clásica (la lógica medios-fines) que unos diseñan y otros ejecutan (la vanguardia consciente y las masas). Es más bien un proceso horizontal y no segmentado jerárquicamente entre lo principal y lo secundario, la táctica y la estrategia. Donde cada momento y cada situación valen por sí mismos y en sí mismos, no como partes de un todo o momentos de una línea del tiempo, ni con arreglo a su posición en un mapa diseñado desde el exterior. Cada lugar y cada instante tienen un valor “prefigurativo” (lo que queremos  es ya lo que hacemos) y no “transitivo” (lo que pasa aquí no tiene más valor que el llevarme allí). La estrategia anarquista no consiste en ordenar, segmentar y dirigir, sino en amplificar y conectar las distintas situaciones hasta conseguir una vibración de conjunto.

Recapitulando, la imagen anarquista de la revolución es 1) social y no política, se da en el interior mismo de la sociedad como campo de fuerzas (no única o principalmente en el poder político o los aparatos del Estado), 2) es un proceso y no  un evento, la “gran noche” es la precipitación final de una condensación de potencia (no el origen, la causa, el “momento de la verdad”); y 3) es horizontal y prefigurativa , sin jerarquía estratégica, remite a otra racionalidad y a otra ética. La gran aportación del pensamiento anarquista a la estrategia (que desbarata todas las estrategias) es la indistinción radical entre los fines y los medios.

La revolución cultural de las mujeres

La tercera fuente de inspiración posible son los movimientos de mujeres durante el siglo XX (como movimientos y como pensamiento: el feminismo). Sin organización única o centralizada, sin toma alguna del Palacio de Invierno, los movimientos de mujeres han desencadenado transformaciones político-antropológicas de una magnitud inaudita, redefiniendo radicalmente las relaciones hombre-mujer y, con ello, el orden masculino de lugares, funciones y cuerpos: lo público y lo privado, lo personal y lo político, la producción y la reproducción, etc.

Lo que nos interesa aquí ahora es resaltar cómo, en sus formas mismas de acción y organización, los movimientos de mujeres proponen un “más allá” del imaginario revolucionario clásico: el sujeto (heroico) contrapuesto al mundo y que lo empuja en la buena dirección; la libertad entendida fundamentalmente como desarraigo radical de “la vida orgánica”; la realidad como arcilla o página en blanco a nuestra disposición, para moldear o escribir en ella infinitamente; la acción como intervención exterior que “modela” y da forma; el cambio revolucionario como “producto” de una técnica revolucionaria, etc.

Es decir, los movimientos de mujeres no sólo plantean una renovación radical de los contenidos, sino del paradigma mismo de la acción política revolucionaria, viril y masculino. ¿Cómo? Me limito tan sólo a dar cinco apuntes.

Haciendo palanca en la pluralidad. La diversidad de corrientes, versiones, grupos, revistas del movimiento feminista ha sido enorme. Siempre en tensión y disputa, pero sin voluntad de unificación en una sola Visión u Organización, sino buscando más bien un equilibrio dinámico y conflictual, un equilibrio de lo heterogéneo.

Cambiando la vida desde la vida. Dando la pelea en el tejido mismo de la vida cotidiana (sin aceptarlo tal y como es, pero sin buscar tampoco un mundo ideal aparte): trastocando los espacios domésticos, los lugares de trabajo, las relaciones amorosas, el cuerpo y la maternidad, la sexualidad, los cuidados y la reproducción de la vida…

Vinculando el pensamiento a la experiencia. El feminismo es un pensamiento que elabora la experiencia vivida. El esfuerzo por dar nombre, concepto y relato a los malestares comunes y cotidianos (en los grupos de autoconciencia, etc.). Se deconstruye así la relación jerárquica entre el pensamiento (como proyección de modelo, de ideal, de deber ser) y la acción (como ejecución, como realización).

Poniendo el cuerpo. El feminismo cuestiona radicalmente el primado de la conciencia de la teoría política clásica. El cambio no puede fiarse sólo a un cambio ideológico, sino que pasa por la alteración de los comportamientos cotidianos. El cuerpo no es lo que hay que domeñar (la “organicidad” que se trata de someter a la razón y al ideal), sino la fuerza (vulnerable) de la que partir.

Dando valor a lo invisible. La política de transformación no obedece el mandato hollywoodiano “luces, cámara y acción”. Las prácticas de resistencia son muchas veces cotidianas, invisibles, calladas: la “anestesia sexual” practicada informalmente por muchas mujeres como control informal de la natalidad, la huelga sexual, la huelga de vientres, etc. El feminismo permite ver y valorar también como “luchas” prácticas de abstención, de sustracción, de silencio.

Los movimientos de mujeres han engendrado, en definitiva, una verdadera “revolución cultural”, una auténtica mutación antropológica que va mucho más allá de un mero cambio político o ideológico, pero evitando justamente todo lo que hizo de las revoluciones culturales del pasado una empresa normativa, coactiva y finalmente terrorista: el primado del ideal y del modelo al que hay que someter la realidad.

Repensar el conflicto y la enemistad

Gramsci, el anarquismo y los movimientos de mujeres: tres fuentes que pueden contribuir a elaborar otra racionalidad y otra imaginación política, más compleja, más rica y menos lineal, capaz de acompañar un cambio social sin sujeto (como causa o autor), sin espacios o tiempos privilegiados, sin fe en un corte mayor en la historia (aunque haya discontinuidades y estas sean decisivas).

En las tres insisten (de modos distintos) algunas ideas-fuerza importantes para nutrir una concepción pos-revolucionaria de la transformación social:

la afirmación: no surge otro mundo posible de la negación del viejo (la violencia liberadora, la negación de la negación como afirmación), sino más bien de una redefinición de la realidad (encarnada en nuevas maneras de hacer, ver y vivir) que se amplifica, expande y propaga por todas partes.

lo indirecto: los momentos épicos y visibles son “puntas de iceberg”, “concentrados” y “compuestos” de otras cosas, espuma que corona una ola de fondo. Resultantes indirectos (involuntarias, no intencionales) de luchas y cambios procesuales, cotidianos.

la multiplicidad: el cambio se desarrolla en una pluralidad de tiempos y espacios, a través de una diversidad de actores y escalas, que no se trata de “unificar”, sino de “equilibrar”. Un equilibrio siempre conflictual y dinámico que no busca “resolver” las contradicciones, sino elaborarlas como tensión productiva.

En las tres fuentes hay también elementos para repensar el conflicto, el antagonismo y la figura del enemigo (problemas políticos de primer orden). En la lógica tradicional, la existencia de un mundo pasa por la destrucción total del otro: es la polarización viejo/nuevo, antiguo régimen/ciudad ideal, burguesía/proletariado. El conflicto se imagina como gesto radical de corte y separación. Por ejemplo, un autor contemporáneo como Zizek, que trabaja en el reciclaje de las viejas imágenes de cambio, lo piensa a menudo de ese modo: un Acto (así en mayúsculas) de autonomía y desconexión.

En cambio, Gramsci propone una “inclusión subordinada” del adversario: ya no se trata de eliminarle, sino de poner su fuerza al servicio de otros fines (de otra visión del mundo). El anarquismo, tal y como lo explica Colson, funciona según una lógica “situacional” de la enemistad y el conflicto: no hay enemigo en lo absoluto, sino obstáculos a la propia potencia que aparecen en tal o cual situación. Amigo y enemigo (alianzas y obstáculos) dependen de la situación y pueden cambiar, redistribuirse de otros modos. Finalmente, los movimientos de mujeres no señalan al hombre como su enemigo, sino más bien a las condiciones y estructuras (patriarcales) que determinan y sostienen la desigualdad. Los hombres concretos pueden ser amigos y aliados.

Se trata de otro imaginario del cambio: ya no es la guerra de dos mundos entre los que hay un  antagonismo absoluto, sino que hay un “solo mundo común” en el que los diferentes tenemos que convivir en igualdad. El otro ya no es un Otro absoluto que se trata de excluir o eliminar, sino que estamos vinculados a él por una cierta relación de interdependencia y reciprocidad.

Imágenes rebeldes de cambio

Se pueden investigar también imágenes pos-revolucionarias de cambio en autores contemporáneos. Pienso por ejemplo en la “lógica de red” según Margarita Padilla, en la “estrategia sin estrategas” de Foucault, en las “grietas” de John Holloway, en las “potencias de variación” de Lazzarato, en los “procesos recombinantes” de Franco Berardi (Bifo) y un largo etcétera a explorar.

O también en movimientos. El zapatismo, por ejemplo, ha hecho un esfuerzo enorme por nombrarse y contarse con palabras propias, por destilar su experiencia en conceptos, por elaborar y compartir nuevas imágenes de cambio. Por ejemplo, la distinción entre el “rebelde social” y el “revolucionario”: “Un revolucionario se plantea fundamentalmente transformar las cosas desde arriba, no desde abajo, al revés del rebelde social. El revolucionario se plantea: “vamos a hacer un movimiento de rebeldía, tomo el poder y desde arriba transformo las cosas”. Y el rebelde social no. El rebelde social va planteando demandas y desde abajo va transformando sin tener que plantearse el tema del poder”. O la concepción anti-vanguardista, incluyente y colectiva de la transformación social: “Todos los métodos tienen su lugar, todos los frentes de lucha son necesarios y todos los grados de participación son importantes. El problema de la revolución [ojo con las minúsculas] pasa de ser un problema de la organización, del método y del caudillo [ojo con las minúsculas] a convertirse en un problema que atañe a todos los que ven esa revolución como necesaria y posible, y en cuya realización todos son importantes”.

Me pregunto, ya para acabar, si las imágenes que necesitamos no remiten a un desplazamiento radical de perspectiva, “civilizatorio” incluso. Una salida de cierto paradigma occidental. En sus libros, el filósofo y sinólogo francés François Jullien explora una y otra vez el contraste entre (lo que podríamos llamar) la “imagen griega del mundo” y “la imagen china del mundo” (en relación al tiempo, el pensamiento, el arte, el cuerpo, la estrategia y la eficacia, etc.).

Occidente, explica Jullien, divide el mundo en dos: lo que es y lo que debe ser. Es el gesto platónico por excelencia La idea occidental de eficacia se deriva de aquí: se trata de proyectar sobre la realidad lo que debe ser (en forma de Plan o Modelo) y tratar de materializarlo (llevarlo a la práctica, aterrizarlo). Entre el ser y el deber media la voluntad humana de colmar esa brecha y “enderezar la realidad” (ponerla derecha, es decir, según el Derecho, la Ley, lo que debe ser). El entendimiento abstrae y modeliza, la voluntad aplica y ejecuta. En el caso del arte militar de la guerra, el Estado Mayor propone el Plan y los ejercitos rompen las resistencias que opone la realidad. La batalla campal donde se lucha por aniquilar completamente al enemigo es el momento decisivo en el que se juega todo: la “esencia” de la guerra.

También la revolución se ha pensado desde ese molde: la vanguardia (que posee la ciencia de la sociedad y la historia) desvela y decreta lo que debe ser, la revolución es la “lucha final” en la que impondremos el plan a la realidad. De hecho, en un artículo de los años 80 publicado en la revista aut aut, el italiano Lapo Berti argumenta que la idea moderna de revolución es un concepto tributario del modelo científico propio de la mecánica clásica: la sociedad es una máquina que tiene leyes propias que se trata de conocer para poder desde ahí planificar un conjunto de acciones (estrategia) con fines de cambio.

La imagen china del mundo, según François Jullien, propone una inspiración muy diferente: no se trata de proyectar un plan y ejecutarlo (“imaginar la perfección y realizarla enseguida”, como se decía en la Revolución Francesa), sino de activar todos los sentidos para captar las potencias que ya trabajan lo real y acompañarlas, desplegarlas con cuidado, sin voluntarismo alguno.

Si pensamos el cambio social con la imagen china que nos propone Jullien, la constelación de imágenes que resulta es muy diferente: el militante ya no sería la fuerza de voluntad que colma, mediante un esfuerzo agotador, la brecha entre el ser y el deber ser, sino quien está comprometido o implicado en una situación particular y con unas potencias particulares; la vanguardia se transforma más bien en “retaguardias” capaces de detectar y acompañar procesos que ellas no dirigen ni crean; la estrategia es un trabajo de cuidado, como el de un jardinero; la organización política es la serie de dispositivos que justamente “dejan pasar” la potencia, sin trabarla al someterla a un ideal previo; la temporalidad de cambio es el tiempo de un proceso, el tiempo adecuado a la maduración de un potencial de situación, sin “batalla final”; el conflicto es el desbloqueo de la fuerza afirmativa, no la negación de la negación que trae un mundo nuevo, etc.

Y la sensibilidad sería la cualidad principal del rebelde, como la fuerza de voluntad lo fue del revolucionario, porque ya no se trata de imponer a lo real un sentido previo, sino de abrirse a sentir por dónde circula la potencia y ser capaz de acompañarla sin forzar, con tacto.

Referencias:  

Sobre la revolución, Hannah Arendt, Alianza Editorial (Madrid, 2013).

“Utopies pédagogiques de la Révolution française”, Bronislaw Baczko, revista Libre (París, 1980).

El Ángel; por una cinegética de la apariencia, Christian Jambet y Pierre Lardreau, Ucronía (Barcelona, 1979).

El siglo, Alain Badiou, Manantial (Madrid, 2008)

Guerre de mouvement et guerre de position, Antonio Gramsci & Razmig Keucheyan, La Fabrique (2012).

El capítulo “El compromiso de Antonio Gramsci” en el libro En compañía de los intelectuales, Michael Walzer, Nueva Visión (1993).

Petit lexique philosophique de l’anarchisme, Daniel Colson, Le livre de poche (2001).

Revolución en punto cero, Silvia Federici, Traficantes de Sueños (Madrid, 2013).

Mujeres en el mundo; historia, retos y movimientos, Mary Nash, Alianza (Madrid, 2012)

EZLN: documentos y comunicados (tomo 5: la marcha del color de la tierra), EZLN, Editorial Era  (México DF, 2003).

Tratado de la eficacia, François Jullien, Siruela (Madrid, 1999).

“Rivoluzione o…? Considerazioni sul problema della trasformazione sociale”, Lapo Berti, en aut aut, n. 179-180 (1980).

Y, sobre todo, las conversaciones con Franco Ingrassia, Juan Gutiérrez, Leónidas Martín y las compañeras de la Escuela de Afuera.

Macri nos re cabió // Diego Valeriano

Nos re cabió porque no entendemos, no sabemos, no queremos corrernos de la comodidad militante. Porque nos importa la víctima según quien sea el victimario, porque justificamos atrocidades espantosas y hasta las perdonamos. Porque hablamos de Clarín, porque no supimos dejar de cantar canciones que estaban bien hace 20 años, pero ya no. Porque mientras matan a una pibita hablamos del codificado.

Macri nos re cabio porque no sabemos escuchar a los que no hablan florido, porque manejamos planes, bolsones y subsidios, porque leemos cosas que ya son inverosímiles, porque despreciamos el miedo de una vieja cuando baja el sol en Morris. Porque de modernos que somos ya somos antiguos, porque queremos querer vidas heroicas. Porque Macri es la cultura y nosotros solo posteadores seriales de temas que no sabemos.

Nos re cabió porque creemos que si una vida es política tiene más valor, porque decimos cuadro político, compañero, estadista y algunos dicen jefa. Porque no nos reímos tanto, porque somos banales. Porque cuando el carnicero dice que hay que matar a todos le hablamos de derechos, escuela pública y posibilidades. Porque movilizamos como antídoto de todo, porque la revolución dejó de tener realidad práctica, porque estamos atravesados por una cantidad demente de palabras e imágenes.

Y porque casi que no dijiste nada por Luciano, porque usaron a Dario y Maxi. Porque por cualquier cosa hablamos de la dictadura, porque estamos solos, porque decimos demasiadas veces neoliberalismo, porque no entendimos y ellos sí, por eso nos re cabió. Porque es la tecnología y no la ideología. Porque creímos que todas nuestras miserias políticas eran buenas en pos de algo superior, porque hablamos en nombre de los otros. Porque creemos en la educación como herramienta de transformación, porque tercerizamos supuestos dolores, porque hacemos talleres en los barrios una vez por semana, porque casi todos nosotros somos empleados estatales.

Macri nos re cabió porque no todo se discute. Porque perdimos espontaneidad, porque hay sensibilidades que no se explican y sin embargo están, porque no vimos las constelaciones de afectos posibles. Porque desaprovechamos la oportunidad que tuvimos ese diciembre, porque todo esto es pura suerte, porque resistir es algo más de lo que estamos haciendo y porque no nos hacemos cargo de que hay lugares a los que nunca volveremos, aunque siempre volvamos.

2017-11-14

Máquinas de lectura // Oscar Ariel Cabezas

Una conversación con Oscar Ariel Cabezas, a propósito de los 150 años de ‘El capital’, de Karl Marx.

GUILLERMO GARCÍA PÉREZ 

Óscar Ariel Cabezas (El Salvador, Chile, 1972) es sociólogo y doctor en Estudios de la Cultura Latinoamericana por la Duke University (EEUU). Autor de Postsoberanía. Literatura, política y trabajo (2013) y coeditor de Efectos de imagen. ¿Qué fue y qué es el cine militante?, de 2014. El mismo año publicó Consignas, junto a Miguel Valderrama. En el año 2000 compiló el volumen Gramsci en las orillas.

¿Qué tipo de libro dirías que es El Capital (1867)? Por la multiplicidad de sus métodos y herramientas (análisis económico, reflexión filosófica, arenga política) parece más bien una maquinaria, un dispositivo. ¿En qué se distingue no sólo de otras obras de economía política, sino de otros libros de filosofía y, en general, de otras obras literarias, entendidas en su sentido más amplio?

El capital es un libro fundacional de la economía política moderna. Sus impresionantes modos de trabajo con el lenguaje de la economía clásica lo convierten en, lo que podríamos denominar, el primer libro de deconstrucción categorial de la economía política clásica. Pues se trata, efectivamente, de un dispositivo formado por un conjunto de enunciados que inventan un tipo de lectura, no hecha antes de Marx. El texto ineludible de Louis Althusser, Para leer El capital (1965), da cuenta, por ejemplo, de que El capital no es solo un libro de economía política, sino que representa un modo distinto de lectura. Para leer El capital propone una teoría de la lectura radicalmente distinta de la idea de manual o guía propedéutica, pues Althusser entiende que las categorías de la economía política clásica son modos de ver el funcionamiento de la producción capitalista. Y propone que Marx ve lo que los economistas clásicos no ven. Es decir, la circulación de mercancía, la organización del trabajo, la extracción de plusvalía o la teoría del valor son reinterpretadas en virtud de una nueva mirada, de una nueva lectura o dispositivo. La especificidad de El capital es la fuerza de esa mirada y su enorme voluntad para comprender el proceso de producción, circulación y reproducción ampliada o global del capital. Esta voluntad de lectura se logra mediante lo que llamas «la multiplicidad de sus métodos», pero que muchos especialistas han interpretado bajo la consigna del método dialéctico. Creo que por todos los escollos teóricos de la dialéctica es más interesante hablar de que El capital está recorrido por esa multiplicidad y de la dialéctica como una más de las miradas que Marx ensaya. En cualquier caso, respecto de sus contemporáneos, la lectura de Marx representa un giro copernicano. Este giro está dado, siguiendo la teoría de la lectura de Althusser, por lo que supone habitar un campo de enunciación de manera crítico-deconstructiva. Por eso, más allá del método y del laboratorio escritural que Marx ensaya, la pregunta que seguramente todos nos hacemos respecto del dispositivo óptico que lo lleva a escribir El capital es la siguiente: ¿qué es lo que Marx ve? O, lo que es lo mismo, ¿qué es lo que los economistas clásicos no ven y Marx sí puede ver? Para responder esta pregunta, y con ello a las que tú sugieres, habría que decir que El capital no es exactamente un libro cuya fuerza argumental reside en haber descifrado las leyes de la economía. Por el contrario, se sustrae de lo inmediato de las categorías económicas para ver que el capitalismo no es un conjunto de leyes para el funcionamiento de una sociedad, sino un modo de producción de la existencia. Marx puede ir más lejos puesto que entiende que trata con un modo universal de producción de la vida de la especie humana. El capital pone en crisis la idea de que las sociedades deban su existencia a lo local y de que la existencia de hombres y mujeres se produzca singularmente, y propone que esta producción se da en el marco de inscripción de las tendencias universales del capitalismo. De manera que con Marx ya no es posible entender que las relaciones sociales bajo el capitalismo estén constituidas por una simple sumatoria de leyes que rigen, morfológicamente, la economía.

A 150 años de su publicación, El capital sigue siendo leído, por la ceguera ortodoxa de algunos, como si se tratara de una Biblia en el que se encuentra la ciencia nomotética del capitalismo. Aquí hay que recordar que en el dispositivo de lectura del célebre artículo de Antonio Gramsci, “La revolución contra El capital” (1918), éste no arremete contra los postulados del libro, los cuales, como sabemos, le interesan bastante. Lo que la lectura de Gramsci critica es la canonización teológico-política del libro de Marx, es decir, critica el mito de la lectura de leyes exactas e inmutables de la historia, leyes cifradas por una supuesta naturaleza del capital. En esta crítica, el preso de Turi no solo habla del entusiasmo por la Revolución Rusa, de la pasión de los bolcheviques que se saltaron todas las fórmulas de la marxología de la época, sino que, también, inventa un modo de leer. La lectura de Gramsci permitirá pensar que, más allá de lo formulaico de las leyes del capital, se encuentra el fenómeno de la pasión política como pasión colectiva y cuya potencia está enclavada en la imaginación de la organización de los bolcheviques. No obstante, El capital se sostiene en y a través de la imaginación de ciertas categorías, como posibilidad de organizar una máquina de lectura que es, al mismo tiempo, política y literaria. En la obra de Marx, la literatura no solo informa y ejemplifica datos empíricos de la realidad, sino que teje la escritura a partir de eso que el caraqueño Ludovico Silva llama «el estilo literario de Marx». No habría que confundir el estilo, sin embargo, con la reducción de la escritura a referencias literarias –en este caso, Homero, Cervantes o Shakespeare, por no mencionar a Jonathan Swift, comparable a Marx desde lo satírico. Sin duda, se podría decir que El capital puede ser leído como una gran novela social o gótica en la que el personaje principal es el vampiro del capital y los obreros la presa. Pero habría que ir un poco más lejos y afirmar que El capital no solo es un dispositivo que lee y ve la fuerza del capital en la potencia de la ficción, sino también la potencia de la escritura como crítica de esta ficción. Sin ir más lejos, dos de los más importantes problemas teóricos que Marx plantea son: el fetichismo como el secreto de la mercancía y el valor de uso y el valor de cambio en los procesos de producción capitalista como parte de la historia de las ficciones producidas por la especie humana. Esto nos debería hacer pensar que El capital, sin ser un libro inscrito en el registro de la literatura, funciona como un dispositivo que desoculta, descubre, levanta el manto de las capas de naturalización de una realidad social que solo puede sostenerse por la fuerza de sus ficciones. De manera que si hay alguna semejanza de El capital con la literatura entendida en sentido amplio, pero también en un sentido muy específico, es en el hecho de que Marx comprende que valorizar los objetos, poner precio al trabajo social, es inherente al orden de la ficción social. Por eso me atrevería a decir que en El capital el modo de producción capitalista está recorrido por personajes conceptuales, algunos provenientes del lenguaje filosófico de Hegel (inmediato, inmediatez, absoluto), pero también del de Ovidio, puesto que Marx es sobre todo un pensador de las metamorfosis de lo social. En este sentido, la literatura abriría en la máquina de lectura que Marx inventa un campo de enunciación no literario en medio de una potencia que es literaria, es decir, Marx no puede escribir sin imaginar los personajes que hacen posible la explotación capitalista. El capital es un libro de filosofía con la potencia imaginal de la literatura. Pienso que en ello reside su potencia, su herencia, su legado como el gran libro que desoculta los mecanismos de un modo de producción que oprime y explota a condición de expandir su dominio a través de la estructura de las fantasías que dan forma a la vida social que nos trama como habitantes de las sociedades capitalistas de hoy.

Fotograma de ‘Nosferatu’ (1979), de Werner Herzog

Entonces, ¿hasta qué punto nos sirve El capital para explicar el presente? Si es obvio que la lógica del capitalismo no ha hecho más que agudizarse, ¿qué nuevas características ha ganado que el libro de Marx no pudo entrever o no atinó a explicar? Esto puede entroncarse con otra visión de Marx: en las Tesis sobre Feuerbach, al defender que la filosofía debe aspirar a transformar el mundo, acusa a Feuerbach de ser un “materialista contemplativo”. Me parece una afirmación desafiante, porque obliga a reconsiderar toda la labor de la intelectualidad y la escritura. Más allá de la obviedad de que el escritor también pueda ser un activista, ¿qué incidencia efectiva puede tener la escritura en la realidad?

Lo peor que le ha sucedido a El capital –y creo que le seguirá sucediendo– es haber caído en manos de lo que Jorge Luis Borges llama «los teólogos». Estos señores que levantan sus espadas contra la posibilidad de que proliferen máquinas de lectura no son solo aquellos que leen con sotana y crucifijo en la mano. Por el contrario, los teólogos son aquellos que no logran entender que el acto de lectura es por excelencia un acto profano y radicalmente heterodoxo. Nadie puede leer sin alterar lo leído. Todo acto de lectura es un acto de traducción, porque la traductibilidad es el modo en que el lenguaje y la escritura experimentan la contingencia y la deriva de ese otro acto que es el del pensar. Hay toda una tradición de marxismo militante que hace imposible que el acto de pensar a través de la lectura tome lugar. Es un marxismo enmohecido y ortodoxo que funciona como el policía de la imaginación política y teórica. No hay nada más nefasto e insulso que los custodios teológicos de una lectura. Aunque a través de posiciones encontradas, el desplazamiento de las mistificaciones de la lectura de El capital es algo que, de manera extraordinaria, realizan dos de los más importantes marxistas del siglo XX que ya hemos mencionado. Gramsci desplazó la canonización de El capital por considerar que la «momificación» del libro y sus contenidos paralizan la posibilidad de la revolución. Althusser, en nombre de la ciencia marxista, deconstruyó la lectura teológica porque ésta se circunscribe en una lectura mistificada del texto e inhabilita el acto de ver en el no ver de los místicos (hegelianos, dirá el francés). Estos temas siguen siendo importantes para responder por la actualidad de El capital. A primera vista, es obvio que un libro escrito en pleno fulgor del siglo xix no puede describir el devenir exacto de nuestros mundos sociales y económicos. Sin embargo, no es posible interpretar las enormes transformaciones en la división internacional del trabajo, esto es, en la reproducción ampliada del capital a escala planetaria, sin recurrir a Marx. Los libros de David Harvey, por ejemplo, no son solo lecturas exegéticas y rigurosas de El capital, sino también modos de actualizar la potencia interpretativa de un libro que a su vez interpreta lo que Bolívar Echeverría, teórico barroco de la teoría del valor, llama la modernidad capitalista. El libro de Fred Jameson Representar El capital. Una lectura del tomo i (2011) no solo propone leer El capital desde un cierto retorno a la dialéctica hegeliana, sino también considerándolo como un libro importante sobre el problema del desempleo. La lectura de Jameson es una excelente y provocadora máquina de relectura de los «personajes conceptuales» de El capital. Jameson se atreve a decir que el tomo i carece por completo de conclusiones políticas. Esta tesis es interesante porque de alguna manera está respondiendo –sin responder, claro– a la inquietud de tu pregunta con respecto a lo que El capital habría o no podido entrever o, incluso, habría o no atinado a explicar. Para Jameson, el primer tomo no entrega las conclusiones políticas que para los “teólogos” de la política se deben seguir de la lectura de Marx; esto hace colapsar la idea de que el tomo i es la Biblia de la clase obrera. Al proponer que El capital es un libro sobre el ejército de reserva, es decir, sobre los obreros desempleados, introduce una temática contemporánea que es la de las perversiones de la globalización. La globalización capitalista deja enormes poblaciones en el extremo del horror y la crueldad de una división internacional del trabajo y de un régimen de acumulación que a escala mundial produce y expone la vida desnuda a las hambrunas, a la ociosidad forzada y a las guerras racistas provocadas por los fenómenos migratorios del capitalismo contemporáneo. Más allá de si la interpretación es o no socialdemócrata, Jameson hace derivar una interesante política del empleo a escala planetaria al señalar que El capital no es un libro de política, o sobre el trabajo, sino sobre el desempleo provocado por la lógica perversa del capitalismo globalizado. Podemos estar de acuerdo o no con la interpretación de Jameson y, sin embargo, no podríamos desconocer que el autor norteamericano hace de El capital un libro de actualidad otorgándole a Marx la cualidad de un pensar vivo.

Como lo han venido haciendo grandes teóricos contemporáneos, El capital y el pensamiento de Marx deben ser actualizados por fuera de la beatificación militante. El mundo en el que escribió Marx es el mundo del siglo xix. Se trata del mundo social en el que surgió, de la mano de la burguesía, una poderosa clase obrera que hoy se ha desvanecido a través de las transformaciones del trabajo capitalista. De hecho, la clase obrera industrial ha dejado no solo de ocupar un lugar privilegiado como sujeto político de la transformación social, sino también y, sobre todo, ha dejado de ocupar un lugar privilegiado en la división social del trabajo. La crisis de la clase obrera ha sido interpretada como una crisis del trabajo moderno y en particular del trabajo taylorista y fordista. El trabajo vinculado a la fábrica y a la cadena de montaje ha sido tendencialmente destruido por un capitalismo de nuevo tipo. Este capitalismo del presente es el que hoy aparece categorizado como sociedad postfordista, capitalismo del postrabajo o del fin de trabajo moderno, capitalismo mediático, capitalismo financiero y de acumulación flexible. Todas estas formas de conceptualización no serían posibles sin el acontecimiento escritural de la máquina de lectura que Marx ofrece en El capital y, sobre todo, sin la reflexión sobre el problema de la relación entre tiempo y trabajo. Hay que decir también que El capital, siendo un libro del siglo xix, es, ineludiblemente y parafraseando a Mallarmé, un «instrumento del espíritu» de la emancipación como posibilidad material replegada en la clase obrera como sujeto político. Es en el apogeo novecentista de la industria moderna y de la liberalización de la fuerza de trabajo que El capital, como libro, vehiculiza el espíritu de los que deberán dar sepultura a los opresores, a la clase burguesa de capitalistas modernos. Pero el impulso de los espíritus libres se halla hoy enfermo o, quizás, siempre haya estado medio enfermo. Lo cierto es que toda la historia de los ensayos y experimentos de los espíritus libres fueron derrotados o, como ocurrió con la revolución bolchevique, fueron diluidos por la poderosa máquina del paradigma moderno y produccionista de los capitalismos de estados socialistas.

Las famosas Tesis sobre Feuerbach (1845) que mencionas son todo un tema a discutir, porque si bien son una crítica al espíritu enfermo de los filósofos, es decir, al espíritu de esos que en vez de dedicarse a transformar el mundo solo se dedican a interpretarlo, la hipótesis del materialista contemplativo es el intento de Marx por devolver el análisis a las prácticas sociales como una forma de salir de aquellas filosofías de la contemplación, del misticismo existencial, del abandono de la interpretación y, así, de la escritura como topología que es interna a las prácticas sociales. En otras palabras, Marx está pensando que la escritura no solo incide sino que debe incidir en los procesos de comprensión material de la existencia y en las formas que estas toman en el seno de la vida social. En el contexto novecentista la Tesis sobre Feuerbach son claramente el momento en que la filosofía de Marx advierte que es necesario tomar distancia de la contemplación para pasar al acto. En nuestro contexto, esta idea sigue siendo muy importante, pero hay diferencias históricas sustantivas respecto de la posibilidad o imposibilidad que los espíritus libres tienen de triunfar. Para Marx era claro que el motor de la transformación, el sujeto de la revolución, eran los obreros modernos debido al lugar que ocupaban en la cadena de la producción. Esto hoy ha cambiado y en medio de este cambio ha cambiado también la consigna de Marx. Hoy es muy importante interpretar, interpretar e interpretar lo que más se pueda de nuestras condiciones materiales de existencia, porque estamos lejos de entender todos los engranajes de las máquinas que reproducen la dominación contemporánea. En medio de la naturalización de los engranajes de la máquina capitalista, la contemplación y la interpretación son más necesarios que nunca. La escritura es un componente de la realidad e incluso, se podría decir, es lo que le da forma. Gracias a los descubrimientos de Derrida, sabemos que no hay práctica social que ocurra por fuera de la escritura. No hay pueblos sin escrituras –como pensaba Hegel– porque toda huella, toda traza hecha por una práctica social es escritura o archiescritura. Pero entiendo que la pregunta es por la escritura como la actividad de una comunidad de letrados que escriben, más o menos, profesionalmente. Esa escritura no debe caer presa de las estéticas neutralizadoras que se obsesionan con el estilo, con el enemigo teológico del mundo, con el narcisismo patético del que escribe por miedo a la muerte pensando que dará el salto a la inmortalidad. La escritura muerta es la que se agencia a los modos de la contemplación narcisista sin ninguna potencia para afectar la realidad porque es parte de la realidad que se ha naturalizado como orden. La escritura muerta es la escritura que se subordina a las lógicas narcisistas de la hegemonía neoliberal. Hay, por supuesto, todavía la escritura viva que des-trabaja estas formas de la escritura y que sin duda está comprometida con la traza crítica del legado de Marx. La escritura viva potencia modos de des-narrativización del paradigma cultural de la hegemonía neoliberal y, por lo tanto, se agencia a los espíritus libres del siglo XXI que no han sido derrotados. Estos espíritus libres des-trabajan o más bien rechazan el trabajo capitalista porque logran entender y sentir que el neoliberalismo es un modo de teología política en que la adoración por lo más abstracto del capitalismo debe ser puesto en tensión por modos complejos de escritura e interpretación. La interpretación viva de la escritura cambia estados de habla y modos de ver, es decir, cambia los habitus, como diría Bourdieu, que reproducen el orden. El que escribe de manera no patológica lo hace porque ha decidido pasar al acto contra las formas de la escritura muerta que domina de cabo a rabo nuestra hegemónica cultura neoliberal.

‘Clear Sky Black Cloud’ (2006), de Cai Guo-Qiang. Pieza comisionada por The Metropolitan Museum of Art. © Hiro Ihara

Has dicho, en otro contexto, que «la estetización de la teoría política es intento por neutralizar la política y su agencia en los movimientos sociales». ¿De qué forma opera esa estetización? Y, por otro lado, ¿qué se pierde si se deja de lado una visión estética sobre la realidad política?

La estetización adquiere hoy uno de los lugares fundamentales de ejercicio complejo de la dominación capitalista. Hay que entender esto no solo en términos de los viejos usos del concepto de ideología que se puede hallar en ciertas lecturas de Marx, sino de los mecanismos enunciativos (teóricos) que se dan en el interior de comunidades académicas cerradas y que tienen una incidencia importante en las formas en que hoy se produce el desencantamiento de los «espíritus libres» o el reencantamiento que, camuflado en el lenguaje crítico, mistifica comunidades de saber que reproducen el orden (sin duda, criticándolo todo, pero sin alterar ni una pestaña de los engranajes de la dominación contemporánea). La investigación teórica nunca ha sido más importante y más necesaria que hoy. Los mundos complejos que se hallan subordinados a la lógica del capitalismo necesitan de la teoría para ser descifrados y revelados como mundos que podrían dejar de estar articulados por las hegemonías culturales y políticas del capital. Sin embargo, muchas veces comunidades de investigación teórica aparecen agenciadas a lo que el historiador hindú Ranajit Guha llama «la prosa de la contrainsurgencia». La teoría política estetizada y autorreferencial, sin afuera político, sin agencia en los movimientos sociales de lucha por el presente es ciega y la ceguera hace que la actividad teórica funcione como prosa de la contrainsurgencia, es decir, como un ideologema más de la reproducción de las hegemonías (universitarias, científicas, culturales y políticas) del capital. Por eso, la teoría no puede ni debe pretender ocupar una jerarquía especial considerándose a sí misma como el instrumento abstracto que puede conducir procesos culturales, políticos y sociales a distancia y de mejor manera que los actores mismos de un movimiento de alteración de los habitus sociales. La arrogancia de la teoría o de los rumiadores de ésta, es típica de los teólogos y de las formas estetizantes de la política. Lejos de esta posición, está la consideración de que la teoría es más bien suplementaria de la comprensión de procesos políticos y culturales que se dan en las antípodas de las hegemonías o «visiones estéticas» del mundo administradas por la subjetividad del capital. El papel suplementario de la teoría es el de trabajar descubriendo, desocultando las articulaciones y engranajes del funcionamiento de la dominación del capitalismo para poner la crítica y sus descubrimientos a disposición de los movimientos de contra-poder. La estetización de la teoría tiene que ver con procesos subjetivos que han internalizado la competitividad neoliberal en sus prácticas sociales e investigativas. Se trata generalmente de grupos cerrados y sedimentados en instituciones de reproducción de los saberes, de las artes, de la política, de la cultura agenciada a la casi imperceptible empresa neoimperial de un sector importante de la intelectualidad liberal de la academia norteamericana. En estos espacios, la teoría social, literaria, cultural y política pierde su acoplamiento con aquellos movimientos sociales que desestabilizan el funcionamiento de la dominación, deviene estéril o, como decíamos respecto de la escritura, deviene teoría muerta porque su pulsión es la de neutralizar, estetizar, coaptar los desbordes, los derrames movimentistas que alteran las tramas del poder. La vida erótica de la teoría, su fertilidad, su pasión, su vida sensitiva y su salud dependen de la relación e intensidad de sus acoplamientos con los movimientos sociales. La pulsión erótica de la teoría está compuesta por la politicidad que entraña su potencia de afectar y ser afectada por los mundos sociales que la inspiran y a los cuales ella les habla por fuera de cualquier posición de jerarquía aristocratizante y masculina. En este sentido, la única posibilidad que tiene el arte de la teoría de desarrollar la vida sensual de los mundos estéticos alterativos contra los mundos abstractos de la desafección del capital, es acoplada en las luchas sociales. Este acoplamiento debería ser su «visión estética» y, a la vez, su compromiso con todas las luchas, sin jerarquizarlas según el patrón ortodoxo de las teorías que definen, desde un a priori conceptual, el sujeto de la política o de las artes que resisten la dominación capitalista. Pero lo que suele ocurrir es lo contrario, la teoría trabaja acoplada en procesos de desafectación y desensibilización de las luchas sociales y políticas. Cuando las investigaciones teóricas creen, por ejemplo, tener todo resuelto, cuando en la práctica teórica no hay tragedia ni contradicciones irresolubles, lo que toma lugar es una estética que valoriza lenguajes cerrados en sí mismos. Cuando el lenguaje cerrado de una teoría y de sus “chamanes” han entrado en los misterios del saber y suponen que nadie más que ellos pueden acceder a la revelación es porque estamos en presencia de una estética de la desafección política. Pues la estetización es un modo de la agrupación cerrada que comienza a funcionar como mecanismo de organización de los prestigios y reproducción de élites académicas que acompasan el orden del capital, camuflados de teóricos críticos y/o de aristócratas del saber que custodian feudos teóricos asociados a la legitimidad de la autoría de importantes filósofos.

Pero aquí no habría que confundir, por ningún motivo, la crítica a la estetización de la teoría con la obtusa crítica a favor de los afectos (y contra la teoría) que hacen los lerdos del pensamiento, cuyos ideologemas no se diferencian mucho ni del melodrama lacrimógeno de la prensa sensacionalista ni de la administración de los afectos de la industria del espectáculo. Las emociones, los afectos y sobre todo la mercantilización de las tragedias humanas del presente son uno de los lugares que con mayor facilidad controlan la industria del espectáculo. La estetización de la teoría política y la crítica de los lerdos del pensamiento a lo que la teoría tiene de genuino resultan en la neutralización de políticas emancipatorias. Por lo mismo, la teoría como arma al servicio de procesos de subjetivación de contra-poder se opone radicalmente al pensamiento en términos de la plaga afectiva con la que las hegemonías de la cultura capitalista administran los deseos y las pasiones de la subjetividad que siente de manera no abstracta el lugar del que sufre, el lugar del oprimido por la realidad del capitalismo. Así que tal como es necesario defender a los movimientos sociales de la estetización de la teoría, al mismo tiempo hay que defender el trabajo teórico de acoplamiento en los movimientos sociales de la plaga afectiva del humanismo del capital. No hay que olvidar que el nazismo fue una ideología humanista que implementó una política de masas en la que la plaga de la afectividad estaba estetizada desde la administración estatal del arte. De ahí que se entiende que contra la estetización de la política llevada a cabo por la lógica cerrada del Nacionalsocialismo Benjamin propuso, desde un acoplamiento político en el comunismo, politizar el arte. Contra la estetización de la teoría como subterfugio de la relación entre el pensamiento teórico y la organización de la pasión política, Gramsci propuso, desde una filosofía de la praxis, construir y disputar la hegemonía. Despachar a Benjamin o a Gramsci a la ligera es despachar no solo la posibilidad de pensar estéticas sociales de resistencia a la mercantilización de la política, del arte, de la ciencia, de la cultura, sino también despachar la herencia del clamor por la «crítica de la crítica» que animaba el trabajo teórico de Marx. Así, podemos decir que el peligro de la estetización contemporánea es la desafección, la indiferencia como sentimiento afectivo de época. Por eso, si la teoría, el arte, la investigación científica, la política, la cultura devienen modos de ser del objeto estético-mercantil, material o inmaterial, su destino no es otro que el de la reproducción de la estructura del intercambio de mercancía y, por lo tanto, su finalidad sensitiva o estética se subordina a la reproducción de las instituciones que operan al servicio de la dominación contemporánea del capitalismo.

La estetización de la teoría, en suma, es un régimen de desafección que comienza cuando la obsesión por las abstracciones conceptuales abandonan la relación con los mundos sociales y comienzan a girar en el cierre de una estética para el consumo de la comunidad académica. Cuando esto ocurre, lo que domina la práctica teórica es la pérdida del afuera, es decir, la teoría estetizada ya no logra comunicar nada hacia fuera y, probablemente, tampoco hacia dentro. Por lo tanto, pierde su capacidad para afectar el mundo porque deviene un objeto de consumo y de circulación en espacios segmentados de profesionalización de la crítica académica. En este sentido, pienso que una teoría o filosofía social que no se abra a los mundos sociales, a sus luchas, a sus afectos no solo es estéril respecto de aquello que desea criticar, proponer o (d)enunciar sino que, además, se «desensibiliza», es decir, pierde su relación con la dimensión estética y sensitiva de la actividad sensorial que emana del cuerpo social.

‘Pjevaj! (¡Canta!)’ (1980), de Mladen Stilinović

En Postsoberanía, al analizar el dinamismo del capital, afirmas, primero, que «la plusvalía del signo captura y convierte en mercancía la fuerza afectiva». Después, que «nada que sea cultural y diverso le es extraño al capitalismo». ¿Qué le resta a los campos afectivos y sensitivos cuando sus movimientos son capturados y funcionalizados con una facilidad pasmosa?

Postsoberanía (2013) es un diálogo con hipótesis importantes de distintos autores de la filosofía contemporánea y la literatura hispanoamericana. Y, en efecto, algunas de esas hipótesis giran en torno al modo en que el capitalismo organiza la producción y, por lo tanto, organiza modos de acumulación de capital produciendo plusvalía, es decir, produciendo un excedente a partir de la explotación del trabajo obrero. Pero la extracción de plusvalía con base en el trabajo del cuerpo del obrero moderno ha cambiado de manera sustantiva porque la extracción de plusvalía no es igual en todos los momentos de la historia del disciplinamiento y control de la fuerza laboral. Hoy no podemos hablar de que la explotación capitalista se despliegue solo a través de la explotación de los obreros industriales. De hecho, sabemos que la tendencia hegemónica del capitalismo de acumulación flexible, o capitalismo financiero, es la de destruir lo que modernamente fueron los ejes de la articulación capital-trabajo. La industria es casi como el estadio de fútbol en Esse est percipi, el cuento de Borges y Bioy Casares. En este relato el personaje principal es el fin del estadio de River Plate como lugar de la experiencia deportiva. A partir de los impulsos digitales y la transformación de las comunicaciones, Borges y Bioy Casares problematizan el fenómeno de la percepción y del agotamiento de la realidad. Se trata del fin de la realidad sin mediaciones tecnológicas y del ascenso radical de la ilusión como único soporte de una hiperrealidad en el que los cuerpos se desmaterializan. Por eso, uno de los personajes dice: «no hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios son demoliciones que se caen a pedazos». Lo mismo ocurre con la realidad del mundo industrial: la industria de los siglos XIX y XX es una demolición que se cae a pedazos. La fábrica no es ya el lugar de esa poderosa clase obrera que se agrupaba en los sindicatos y que podía pactar el orden o el caos de los proyectos de soberanía nacional. Los años ochenta son los más terribles para el movimiento obrero que se había opuesto históricamente, desde la socialdemocracia o desde el comunismo, a la extracción desalmada de plusvalía. Con Thatcher, Reagan y Kohl la derechización de los ochenta es brutal y marca el punto de arranque de una transformación profunda en las formas de explotación del capital. La construcción del proyecto hegemónico del neoliberalismo comienza a dar resultados con el complemento del garrote, asesinatos y genocidios como los que orquestó la política Reagan en Centroamérica. El triunfo de la hegemonía neoliberal destruyó a la clase obrera moderna y desterritorializó las soberanías nacionales mediante la liberalización de los mercados. Este fenómeno, impulsado por una hegemonía militarizada económica y políticamente, ocurre en el interior de la revolución tecnológica que fuerza a desterritorializar el mundo industrial del trabajo capitalista. La crisis de la cadena de montaje de la empresa fordista aparece también como una crisis en el tiempo del trabajo socialmente necesario para producir desde autos hasta maquinaria y herramientas de aseguramiento de lo industrial. La digitalización cambia el modo de producción transformando el trabajo socialmente necesario para producir y, por lo tanto, cambia también los modos de articulación de la división social del trabajo. El obrero industrial pasa a un segundo y hasta tercer plano en la cadena de la producción capitalista. Esto hace que la extracción de plusvalía deje de operar sobre la energía que antes se le expropiaba directamente al cuerpo del obrero y comience tendencialmente a concentrarse en las capacidades intelectuales del obrero del mundo posfabril. Cambian también los privilegios en los objetos de consumo e intercambio mercantil hasta el punto en que se impone la tendencia del trabajo inmaterial por sobre el trabajo material, es decir, empezamos a desear objetos “intangibles”, digitalizados, que comprometen la materialidad de trabajo del obrero fabril. Esta transformación del mundo del trabajo prepara la hegemonía total y sin quiebre en lo inmediato de la ilusión mercantilizada y mediada técnicamente por los aparatos tecnológicos, tema problematizado por el cuento de Borges y Bioy Casares. Pero, sobre todo, el dominio que autores italianos como Toni Negri han pensado como el tránsito de las tesis de El capital a las de los Grundrisse (1857-8), esto es, la comprensión de subsunción completa del trabajo social cooperativo en la lógica del capital.

Este panorama puede ser pesimista y apocalíptico para los “espíritus libres”. Si la subsunción es total, todo lo que permite comunicarnos en comunidad, toda nuestra actividad sensorial y afectiva estaría capturada por los flujos extractivos de la plusvalía de signo que expropia los lenguajes de los mundos artísticos, culturales y, sin duda, los mundos de la afectividad íntima. De hecho Negri, para “salvarnos” de esta caída completa en el capital, elabora la hipótesis de la posibilidad de resistencia a partir de una reapropiación del trabajo cooperativo que depende de la comunicación, es decir, del trabajo que depende del General Intellect y sin el cual el capitalismo contemporáneo no podría funcionar con el éxito que tiene hoy. La consiga de Negri es apropiarse de los lugares en los que los flujos comunicacionales operan subordinados a la lógica del capital. No obstante, el problema de la comunicación es que está tomada por las formas afectivas producidas por la subjetividad fetichista que administra el capital. En Postsoberanía hay la sospecha de que la comunicación y lo que tú señalas como campos sensitivos y afectivos no pueden ser emancipados sin establecer un elogio profano de los afectos, porque estos están todavía de cabo a rabo comprometidos con la afectividad cristiana. La deconstrucción de los restos de cristianismo que componen las lógicas culturales del capitalismo son absolutamente necesarias para liberar los campos sensitivos y afectivos de la subjetividad fetichizada y, por lo tanto, colonizada por el universo del lenguaje y de la comunicación mediada por la mercantilización tecnopolítica de la vida. La subjetividad está capturada con una facilidad pasmosa. Se trata de la subjetividad que, habiendo internalizado los modos residuales del cristianismo, se subordina a los modos afectivos que reproducen los deseos mediados por el universo plural de las mercancías. El capitalismo y sus tendencias universales descansan sobre la universalidad fragmentada y residual de un cristianismo que ya no domina como un poder estatal y, sin embargo, su carácter residual permite, por ejemplo, asegurar que los sentimientos de caridad y culpa reproduzcan la dominación. La caridad funciona en virtud del humanismo filantrópico y falsamente solidario de la buena conciencia que da lo que le sobra a las clases empobrecidas de la sociedad. Toda la política de la pobreza descansa en este sentimiento afectivo, victimista y lastimoso que hace de las clases subalternas un rebaño dócil y adecuado a la naturalización de las injusticias sociales. La culpa es todavía más compleja como residual cristiano que opera en la subjetividad mediada por la estructura mercantil del capitalismo. La culpa es el lugar de espiritualización de la deuda y aquello que hace posible entender la fuerza que hasta el día de hoy tiene la idea weberiana de la ética protestante y el espíritu del capitalismo. A la pregunta de por qué pagamos nuestras deudas, la subjetividad afectiva del capitalismo financiero responde: ¡si no pagamos sentimos culpa! El impacto de Weber en la lectura de Walter Benjamin le permitirá decir que el capitalismo es una religión de puro culto sin dogma. Es el carácter cultual sin verdades ni dogmas lo que permite afirmar que todo el discurso de la diversidad cultural se subsume en el nuevo espíritu del capitalismo. En este sentido, la diversidad no es el enemigo del capital, por el contrario, es el lugar de realización de su lógica acumulativa. El pluralismo del capital es infinito. De manera que para liberar los campos sensitivos y afectivos del capitalismo hay que trabajar en la deconstrucción de los restos vivos en nosotros del cristianismo y elaborar una teoría profana de los campos sensitivos y afectivos. Ésta es, por ejemplo, la tarea que se dio a pensar un filósofo latinoamericano como León Rozitchner.

Acudiendo a la idea de Agamben de «la comunidad que viene», escribes que «una comunidad del rechazo al trabajo capitalista» necesitaría retirar la atadura de ese trabajo con el lenguaje. ¿En qué fuerzas materiales tendría que anidarse ese lenguaje de forma que no terminara por volatilizarse?

El rechazo al trabajo capitalista es una de las premisas de cualquier intento por pensar condiciones de emancipación. No logro imaginar una política emancipadora que no tenga en la base una relación de destrucción de la división social del trabajo capitalista. Por eso, en algún momento del libro Postsoberanía acudo a la frase de Borges, que le atribuye a Descartes, sobre esos monos que saben hablar pero que no lo hacen porque no quieren ser obligados a trabajar. Hay algo interesante en esta idea que nos debería llevar a pensar tanto el orden del lenguaje hablado como el orden del lenguaje escrito. El trabajo capitalista se apropia de ambos, pero con intensidades distintas. El habla que rechazan los monos, y que solo es posible en virtud del órgano de la laringe y de la boca, está inscrita en la historia del trabajo humano. El habla es el medio de comunicación que permite que el trabajo ocurra componiendo comunidades. Pero cuando el tiempo de trabajo ha concluido, el habla puede replegarse en las experiencias íntimas de la amistad o del amor, es decir, de la conversación que pertenece más bien al ocio como tiempo que se sustrae del trabajo. Se podría decir que en esos espacios de experiencia del habla el trabajo capitalista no la ha colonizado y que hablamos para comunicar algo que no pertenece al dominio del trabajo. Los monos que callan no tienen tiempo de ocio porque no se puede vivir en el ocio pleno. La característica del ocio es precisamente que no es pleno. Para los obreros modernos, tal como lo representa Tiempos modernos, el filme de Chaplin, el habla aparece como el mandato del gerente de la fábrica pero también como el lugar de la experiencia de la amistad, el amor o la organización sindical. La escritura es secundaria y el analfabetismo no condiciona la oralidad de sus experiencias por fuera del mundo laboral. El habla no es necesaria, como sucede con el obrero mudo de Chaplin, porque los movimientos de los órganos del cuerpo están acoplados al quehacer de las máquinas industriales. El habla queda así en una especie de resguardo contenido por el tiempo de ocio. Una vez ganadas las ocho horas de trabajo, el ocio será el espacio de tiempo no controlable por el capitalista. El disciplinamiento laboral solo operaba en el espacio de lo fabril, pero fuera de este espacio el burgués dejaba de tener el control. Sin embargo, el burgués ha contado siempre con la policía y la escritura de la ley de su lado. Durante la modernidad temprana, la escritura aparecerá como proyecto civilizatorio y aseguramiento del derecho burgués a la propiedad privada. El ingreso de la escritura en el mundo de los sindicatos es el ingreso de los obreros en las negociaciones en el marco de la legalidad del derecho burgués. En los sindicatos la escritura y el habla se correlacionan como posibilidad de pactar con el orden de la burguesía. De hecho, se podría decir que son muy pocas o casi nulas las experiencias del rechazo al trabajo por parte del mundo sindical moderno. La lucha es por el mejoramiento del trabajo asalariado. Pero este trabajo es la esencia misma del trabajo capitalista. El rechazo al trabajo capitalista supone la destrucción del trabajo asalariado.

Es muy probable que Bartleby (1853), el personaje del cuento de Melville, sea el complemento de los monos de Borges y de la frase de Rimbaud –«no usaré mis manos»– que abre la poesía hacia el fin de la manualidad. Sin duda, en virtud de esa frase de Rimbaud, habría mucho que pensar sobre el rechazo al trabajo manual o, como ha hecho Kristin Ross, pensar a Rimbaud como un poeta de La Comuna. Pero interesa, por el momento, la consigna del escribano: «I would prefer not to». Esta consigna, como sabes, ha sido leída por la filosofía contemporánea y reescrita, entre otros, por la literatura de Enrique Vila-Matas. En el libro Consignas (2014), que escribimos a modo de conversación con el historiador y filósofo Miguel Valderrama, intentamos sugerir, sin concluir y sin plantear una hipótesis cerrada, que la figura del escribano de Wall Street es una figura trágica del rechazo a la lógica del trabajo industrial. En el lenguaje de la frase elegante y protocolar de Bartleby se moviliza la parálisis del trabajo de la escritura de la ley que vincula las operaciones del derecho burgués del siglo xix con la protección de la propiedad privada. En Bartleby, la consigna del rechazo al trabajo, por cierto, está enunciada desde el lenguaje de las clases medias educadas, es decir, no se trata de una consigna emanada del mundo popular de la clase obrera. Esto me parece importante porque cuando la consigna aparece en los militantes del movimiento Occupy Wall Street (2008), la frase fue enunciada por un movimiento de clase media que poco o nada tiene que ver con la clase obrera del mundo industrial. Sin embargo, la consigna los identifica, quizá, como obreros de cuello blanco del mundo postindustrial del trabajo. Estos obreros, jóvenes en su mayoría, hablan el lenguaje culto de las clases medias educadas. Se trata, sin duda, del lenguaje que habla el escribano que paraliza el trabajo de la oficina en la que se firman documentos legales y en la que lo han contratado por su amabilidad y calma. A través del rechazo a trabajar Bartleby marca la pasividad activa del militante que anónimamente va a la cárcel y muere porque complementa la consigna «I would prefer not to» con la huelga de hambre consumada. Podemos imaginar que en la soledad de la cárcel el escribano lleva a su extremo el lenguaje de las clases cultas y educadas y transforma el lenguaje del rechazo a la comunidad del trabajo en la consigna «I would prefer not to eat». En el extremo del lenguaje del rechazo al trabajo aparece inevitablemente la muerte, porque la decisión de Bartleby es la de una militancia sacrificial. ¡Bartleby es el Cristo del rechazo al trabajo! Esto podría funcionar, lo pienso ahora, como el anuncio de una comunidad que viene. El único problema que vislumbro es que este anuncio de un por venir de la comunidad del rechazo al trabajo pasa necesariamente por la invención de un lenguaje que debe sustraerse al lenguaje estable de las clases medias que estabilizan, además, las formas del derecho burgués protegiendo la base sagrada del capitalismo industrial de los siglos XIX y XX, pero también, y quizá sobre todo, al lenguaje del capitalismo postindustrial del siglo XXI. El límite de Bartleby como figura sacrificial es que su salida, es decir, la puerta de escape a la Cárcel es el fin del lenguaje y, por lo tanto, el fin de la posibilidad no solo de inventar otros lenguajes, ajenos a la conciencia y la moralidad cristo-burguesa de nuestra época, sino también a la invención de una pasión que en y desde la lengua reinvente la militancia no-sacrificial. El pequeño libro del escritor y filósofo Federico Galende, Modos de producción. Notas sobre arte y trabajo (2011), siendo un libro que piensa el lenguaje de las vanguardias y del arte en relación al eje de configuración predominante del mundo fabril moderno, puede ser interpretado como el intento por des-estetizar las formas en que a través del arte se pensó la crítica al trabajo capitalista. Modos de producción es, así, un libro insoslayable porque aunque su tema no sea directamente el rechazo al trabajo, Galende piensa no tanto en actualizar la casi agotada consigna de Benjamin sobre la politización del arte sino, más bien, en politizar el rechazo al trabajo capitalista. Pero politizar el rechazo al trabajo no es hoy una tarea del arte ni de figuras sacrificiales como las de Bartleby. En un primer nivel, la sospecha que podríamos sostener es que el rechazo al trabajo y su politización debe encontrar en la interioridad del leguaje de Bartleby la actualización de las tesis de Paul Lafargue o de Bertrand Russell sobre el derecho a la pereza y la ociosidad como retirada de lo sacrificial. No el Cristo de la comunidad del lenguaje de la clase media que entrega su vida por el rechazo al trabajo, sino el perezoso y el ocioso como figuras que en el restarse al trabajo capitalista preparan el camino de otro lenguaje, diferente al del derecho burgués y su base sagrada e intensamente naturalizada en nuestras sociedades del fin tendencial del trabajo industrial. El ocioso y el perezoso, quizá, pertenecen a la comunidad por venir y a los lenguajes que deben ser inventados en el interior de prácticas sociales de politización del rechazo al trabajo capitalista. La pereza y el ocio son figuras rechazadas por el espíritu del capitalismo del mundo industrial y radicalmente desplazadas por la sociedad del postrabajo capitalista en la que vivimos. Pereza y ocio deberían componer el lenguaje de una comunidad que interrumpe el hiperproductivismo de nuestra sociedad. Es probable que el lenguaje que buscamos pueda anidar, sin volatilizarse en los flujos del capital, en la pereza y el ocio como nuevos modos o campos de sensitividad y afectividad del cuerpo social, pues, se trata de figuras hasta el día de hoy proscritas por la hiperproductividad del capitalismo. En un segundo nivel de interpretación, es decir, en el nivel en que el lenguaje de la comunidad del ocio y la pereza no pueden pensarse como el único eslabón de la politización del rechazo al trabajo habría que actualizar el comunismo como comunidad de lo que aún no ha tenido lugar. El comunismo no tanto como un fantasma que acosa los poderes del capitalismo, más bien el comunismo como instancia jurídica de ruptura y oposición radical a la juridicidad del derecho burgués. La politización del rechazo al trabajo debe pensarse por fuera del orden jurídico del presente, cuya trama sigue siendo la condición sacra de la propiedad que faculta la capacidad que, en nombre de lo privado, tiene hoy el capitalismo trasnacional, financiero y postsoberano de moverse a escala planetaria, explotando y usufructuando la vida de hombres y mujeres que ocupan una posición extrema de desigualdad en la división global del trabajo. Junto a esto, el comunismo del trabajo o del fin del trabajo capitalista debería ser capaz de imaginar, al igual que lo hizo la burguesía en virtud de la apropiación romana del derecho, algo así como un lenguaje jurídico de la propiedad común. Quizá, todo lo que haya que pensar hoy es el comunismo republicano como juridicidad que frena el poder ideológico de las comunidades fundadas por el trabajo capitalista.

Recuperado de: https://www.latempestad.mx/

Intemperie: que no vuelvan más // Ignacio Rodriguez, décimo octavo hijo del Loco Rodriguez

-Nada de lo que sucede no debería estar sucediendo.

(No hay sorpresa. Sólo constatación).

De que todos los diagnósticos y conjeturas esbozadas desde fines del 2015 (y que guiaron algunas de las principales practicas militantes de oposición al macrismo), fueron más un mecanismo evasivo, que una interpretación adecuada de lo que ocurría.

“el macrismo es una una estafa electoral”

“el macrismo es fruto de un engaño mediático”

“las políticas económicas del macrismo llevan a otro 2001”

“Cristina, capitaliza el descontento social, y arrasa en el conurbano”

¿Qué significa ignorar?

El macrismo no es fruto de un engaño. Y nosotros (la izquierda, el kirchnerismo), somos el mejor ejemplo. En todo caso, lo que se demora en ser pensado es que la ignorancia no es sólo un empobrecimiento cultural, sino ante todo, el efecto de una determinada disposición existencial y afectiva, una transacción política en el seno de nuestro ser-sujeto: como diría el psicoanalista argentino Gabriel Rodríguez, “deseamos no saber”

¿En qué medida, desde un lugar diferente, no nos pasa lo mismo que al votante macrista promedio?

Sufrimos y no sabemos por qué (pero deseamos no saber por qué). Eludimos el umbral de la angustia, mandamos boludo, y la tapamos aferrándonos a ideales ilusorios.

¿Qué diferencia existe entre aquellos que le inyectan un contenido aspiracional y seguritista, con aquellos que proyectamos la promesa de “un partido en ascenso” o una líder imbatible “síntesis del movimiento nacional”?

Nos hacemos trampa. Y vivimos así, de inmediatismo en inmediatismo, sin querer pensar, sin querer parar la pelota, sin angustiarnos. Y esa falta de honestidad, a la izquierda (y a su expresión nacional-popular) se le nota y mucho.

Por eso el principal problema político que atravesamos es que no sabemos quiénes somos. Y se pone en evidencia, en que nuestro lugar en la escena donde se legitiman proyectos de sociedad (la democracia liberal), está, actualmente, desdibujado. Y no se salva dicho problema refugiándonos en las identidades calcificadas actualmente existentes (FIT, PJ, Unión Ciudadana, etc). Me refiero a otra cosa: camadas de militantes que se enfrentan a lo mismo de siempre, ser el furgón de cola de una capa dirigencial que saca beneficios de su propia subalternidad política, y sujetos políticos no militantes que, cual diáspora, si bien coincidimos en marchas, movilizaciones, “movidas”, votamos dispersos la opción menos mala.

El PRO, el nuevo hecho maldito

Es inasimilable. Es un síntoma siniestro cuya respuesta reactiva no hace más que espejar nuestros alicaídos sueños igualitarios. “El pueblo” (ese sustrato nacional y cristiano) o “la clase trabajadora” (esa esencia antagónica al capital) votando, masivamente, al PRO, hacen eclosionar nuestras imágenes en donde se asientan aquellas promesas emancipatorias, que precariamente, supimos conservar hasta hoy.

Es que en esencia, participamos de una sensibilidad política (y, por ende, de una epistemología militante) moldeada por consumos culturales seniles: somos una canción vieja de la Bersuit quejándonos del macrismo y añorando el estallido, o una película de Pino Solanas, donde “el pueblo” es un sujeto exterior y constatable siempre pronto a redimirse en sus luchas, cayendo y volviéndose a levantar.

-El triunfo macrista abre y profundiza el problema de cómo re vincular con lo contemporáneo, esa espesura hecha de anacronismos y novedades, nunca plena, ni coherente consigo misma-

La heterogénea oposición social al Macrismo si bien ha logrado picos de intensidad ( y si bien se encuentra unida, en el mejor de los casos, a través de un patrimonio de símbolos -donde abundan vacas sagradas-) no ha alcanzado desde el 2001 para acá síntesis políticas propias, que sean capaces de disputar los distintos campos de la vida social, siendo la política institucional-liberal, uno de ellos. Los que militamos en el kirchnerismo, por ejemplo, nos sumamos a un paquete ya armado, con volúmenes electorales ya garantizados por el caudal justicialista y con un anillo de “mesas chicas” a las que no llegábamos ni por asomo. Aquellos que apostaron por el trotskismo, o a la izquierda independiente, a otra escala, tampoco les fue, les va, muy diferente.

El macrismo expresa una sensibilidad de derecha. Sí, ¿Y…?

Que le macrismo interpela un deseo de orden fascista, una moralina de vieja cheta, un engorramiento social, un botoneo infumable de meritócrata con doble vara, es una obviedad. Pero, lo más fecundo de preguntar es, ¿solo eso es una “vida de derecha”? ¿Cómo se constituyó esa vida y cómo nos constituye? ¿Es a priori algo a rechazar en todos sus planos? ¿No tiene acaso grumos de verdad que merecen ser pensados? Es necesario realizar un doble movimiento: comprender para combatir -con eficacia-. Y para comprender, es necesario aceptar y explorar aquellas huellas que nos contactan con aquello que decimos y deseamos enfrentar.

¿Quién no quiso, acaso, en el algún momento, que le digan lo que tiene que pensar? ¿Quién no estuvo atravesado por una pasión candorosa por las jerarquías? ¿Quién no sintió alguna vez una inconfesable aversión por compartir el colectivo, con un piberío zarpado en gede? ¿Y qué le pasa al pibe de su misma clase social que se lo tiene que fumar todos los días yendo a laburar? ¿No es razonable que desee un poco de “orden”?

¿Porque nos sorprende la escasa reacción social ante crímenes políticos aberrantes, si al historizar encontramos a la obediencia política (en clave de “disciplina militante”) como el principal mecanismo de cohesión de los proyectos colectivos en las izquierdas post 2001? ¿Después de Darío Santillán y esa generación, quién sacó los pies del plato? ¿Tenía sentido, potencia, hacerlo?¿Había margen? ¿No estaban disecadas ciertas formas de lucha? ¿Porque le exigimos a esa totalidad exterior y abstracta que llamamos “sociedad” lo que no podemos experimentar en nuestra propia vida, en la intimidad de nuestros afectos y de nuestros espacios políticos? ¿En qué medida el macrismo cosecha, en las sensibilidades sociales, lo que nosotros mismos ayudamos a sembrar aún en nombre de “ideales solidarios”?

Por otro lado, tampoco debemos mentirnos. El macrismo no sólo expresa a una sensibilidad derechizada en sus facetas más feroces, sino también en sus elementos más inofensivos. Captura un pliegue de anhelos, demandas, aspiraciones que no son rechazables, ni condenables per se desde una agenda política de izquierda: inseguridad, calidad institucional, ruptura con las herencias, lucha contra narcotráfico y “contra las mafias”, inflación, renovación tecnológica, deseo de orden, “que las cosas funcionen”, etc. ¿Por qué no contamos con una política que logre hacerse cargo de estos problemas y disputar sus imágenes, sus sentidos, sus resonancias sensibles? ¿Todo deseo de orden es a priori de “derecha”? ¿Y si lo es, es rechazable desde una aspiración emancipatoria?

En este sentido, el macrismo antes de ser pensado como una nueva hegemonía es posible leer a su consenso cultural-político como el impulso de una contra hegemonía: el macrismo opera en espejo y fuga, verbaliza, pone en palabras, problemas reprimidos por el tabú progresista (que los resuelvan, que los encaren de verdad, es otra historia). El macrismo se posiciona, y gana terreno en lo social, porque descomprime aquellas tensiones acumuladas por la irrespirable moralina estatal, pobrerista y sobre-ideologizada, que encarnó la figura que condujo el ejecutivo nacional luego de la muerte de Kirchner. Dicho de otra forma, la estrategia de acumulación política del núcleo duro (la tan mentada “pinguinera”) del kirchnerismo gubernamental, luego del deceso de Néstor se basó en una lógica de “orga auto-centrada” que cultivó una tensión social, que el PRO, con su tono descontracturado (en lo cultural) y ferocidad fascista (en la calle), supo capitalizar. Hablamos de una lógica política plagada de destratos (y maltratos) en nombre de la disciplina al “proyecto” y basada en un negacionismo sistemático de un conjunto de problemas sociales que saltaban a la vista.

Por esta razón, el kirchernismo post 2011 cometió el error de quebrar sociológicamente su principal razón de ser en tanto hijo bastardo del 2001; es decir, se creyó dueño de los votos, y se autonomizó de aquellas alianzas sociales que le dieron origen: De Mendiguren y Facundo Moyano en el massismo, y las izquierdas sociales, el progresismo, junto a los “pobres” en Unidad Ciudadana, es la más nítida expresión. En este sentido, El PRO se logró posicionar social y electoralmente a partir de dicha fragmentación política, dando respiro, a su vez, a una transgresión conservadora ante el hastío de una sobreideologización y sus inconsistencias evidentes: sus estar, en varios puntos, “floja de papeles”.

¿Es nuestra derrota?

La solvencia electoral del experimento macrista patentiza el agotamiento de un universo de creencias y los limites de las estrategias de poder que las sustentan. Tanto el FIT, como El kirchnerismo y buena parte del peronismo, han moldeado estrategias políticas sobre el fondo impensado de una derrota mal digerida: la derrota de las izquierdas (revolucionarias y reformistas) del siglo XX.

Por eso, el consenso macrista, si algo tiene de novedoso, es que señala el límite de un largo ciclo político en Argentina que nos obliga a inventar, a recrear una imaginación estratégica desertificada, de tanto refrito post-derrota.

(Ya que en esencia el problema siempre estuvo afuera: un enemigo artero que desvió, o traiciono una revolución -por siempre- inconclusa).

Pero mirémonos a la cara un segundo, ¿realmente creemos en esto? ¿Realmente creemos en la lectura maniquea y escolar que sostiene que el capitalismo triunfa porque son muy poderosos, y nosotros, las izquierdas, perdemos porque nuestro mensaje de igualdad no cala en un ser esencialmente egoísta, mejor interpretado por el capital? Esta lectura fácil, tácita, comodísima, olvida el pequeño detalle de que las experiencias socialistas del siglo XX fracasaron bajo contradicciones propias (el peronismo a su modo, también). Y el macrismo, en este sentido, no para de enrostrarnos esta dolorosa verdad en su no tan sutil maquinaria cultural.

Las experiencias socialistas, por ejemplo, luego de una gran victoria política a través de la planificación centralizada (a la que los sectores del capital no pudieron sino recoger el guante en las décadas del 30´, 40´, y 50´) no lograron asimilar el desafío de la singularidad del estadio neoliberal (desde los 70´ para acá). En otras palabras, escamoteamos el hecho de que a las izquierdas no las derrotaron -sólo- militarmente, sino sobre todo, políticamente: carecieron de imágenes de una vida de deseables.

Nuestras imágenes, las que crean lazos de identificación entre los que adherimos a alguna expresión de izquierda, si las repasamos, son de mártires, son de épicas, de héroes o pueblos en gesta. ¿Pero cuáles son las figuras que se evocan al momento de reflejar una cotidianidad –una normalidad- posiblemente anticapitalista? son escasas, nulas, diría.

El capitalismo desde los 60´ puso primera y no los pudimos parar. El neoliberalismo -y las mutaciones tecno comunicacionales- fue lo más revolucionario que nos pasó en las últimas décadas, y las izquierdas ante eso fueron reactiva. Congelados, en nuestra verdad (honesta, divina, incontaminada) no hicimos más que apelar a esquirlas de un mundo extinto para hacerle frente.

(Dicho sea de paso: Lenin no negó el fordismo. Lo asimilo en una clave novedosa, bajo una aspiración emancipada. Asimilación, recodificación y nuevo desafío al capital: esa es la tarea)

Por ello, morir con el kirchnerismo, o morir con el trostikismo en el siglo XXI, no hace más que actualizar el fracaso propio de hacernos cargo de una derrota que no nos pertenece ¿Cómo asimilar el neoliberalismo para ponerlo en jaque desde un nuevo (y arcaico) deseo revolucionario?

Acarreamos un déficit: los activos politizados tenemos una carencia de proyectos (hipótesis, conjeturas) para los distintos campos de la vida social que habitamos. ¿Qué proyecto académico, universitario, tiene el FIT para las Universidades Nacionales además de la “lucha”? ¿Qué visiones, proyectos, imágenes elabora el kirchnerismo para el campo cultural, para el deporte, para las asociaciones civiles de los territorios donde se haya inserto? ¿Qué rumbo esbozamos para la ciencia argentina? ¿Qué ocio es el que se concibe desde el activo movilizado anti macrista?

En suma,

¿Qué vida proponemos desde las izquierdas?

Hacia una alianza generacional y feminista

Para la derecha argentina, lamentablemente, aún somos muy previsibles. Somos los hijos tutelados de un setentismo conservador y omnipotente, con todos sus vicios. Por eso si bien llegado el caso los volveremos abrazar (y les rendiremos sus mejores homenajes) mientras, necesitamos cobrarles -y cobrarles caro- la irresponsabilidad política por esta situación, ya que ellos tomaron las decisiones.

En otros términos, la fragmentación política de la oposición social al macrismo es el efecto agónico de la reproducción sistémica de kioskos de los patriarcas de la política (y patriarcas al fin, tengan rostro biológicamente femenino o no). Las lógicas de acumulación en la “real politik” –en el campo popular- redundan en la reproducción de una capa de dirigentes que cosecharon espacios marginales en la política liberal, gracias a la entrega vital de diversas y nuevas camadas juveniles en el post 2001, post 2008, post 2010. Por lo tanto, no podremos enfrentar con eficacia al macrismo si no se enfrentan, al mismo tiempo, a estas lógicas de acumulación política (y sus personificaciones burócratas). Desentrañarlas, exponerlas, enfrentarlas, afuera y en unx mismo.

Los núcleos más dinámicos de oposición al macrismo (las izquierdas sociales, los activos politizados, los flujos irreverentes del mapa social, aglutinados en círculos culturales, en luchas feministas, etc), precisamos abordar el problema de la representación: al macrismo no sólo se lo frena en elecciones, pero la realidad nos muestra que tampoco podemos prescindir de ellas. Pero hay allí un problema, ya que consideramos que una síntesis representativa supone -solamente- disputar en la democracia liberal. Error. Madurar una síntesis política, supone ante todo elaborar saberes sociales sedimentados en luchas, experiencias múltiples, para interferir la inercia de las lógicas específicas de cada campo disciplinar, y allí sólo allí, abordar lo electoral como un terreno más a disputar, con inteligencia y sin purismos, apostando a lo desconocido, jugando fuerte: o salvas tu alma o salvas la polis. La disyuntiva es de hierro.

Por otra parte, al derrotismo moral de las izquierdas y a su subalternidad gozosa (¿les encanta perder y confirmar sus propias presunciones? ¿Quedar afuera y tener razón?) se le vive respondiendo desde un exitismo ramplón y electoralero que ni siquiera hace justicia con la memora peronista que dice evocar. No muchaches. No es por ahí. El par binario triunfo/fracaso contiene mayores sutilezas que “el ganar como sea” (una elección) o la autocomplacencia progresista.

Por todo esto, las oposiciones sociales al macrismo necesitamos atravesar la intemperie, y animarnos a crear nuevas síntesis políticas que pateen el tablero y que negocien en mejores posiciones alianzas tácticas con actores tradicionales de la política liberal. Dejando atrás las ingenuidades autonomistas y el institucionalismo kirchnerista, igualmente ingenuo, que licua todo proyecto de poder en una imagen de un estado bondadoso y protector. Ni prurito autonomista, ni electoralismo bobo peronista. Hay que crecer. Ni gorilas, ni macartos. Ni derrotismo progre, ni exitismo fácil. Somos otra cosa. Y debemos probar que somos otra cosa. Capturar el juego de las fuerzas, producir, crear espacios, síntesis, estudiar, tener rigor en lo que se habla y en lo que se piensa, afinar los conceptos, conspirar y disputar institucionalidad (creando institucionalidad). Una vitalidad radicalizada que no renuncie, por ello mismo, a la sofisticación de las capacidades sociales, artísticas, teóricas. Caso contrario, ¿podremos ser felices entregando nuestra joven vida adulta a un país macrista? ¿Qué nos queda? ¿El exilio? ¿A dónde en un mundo que implosiona?

En resumen, hablamos desde un posible nosotros: aquellos que no entramos en la carrera profesional de la política y que ni nos interesa -a priori- hacerlo. Aquellos que creemos que una política emancipadora no puede desconocer las reglas de juego específica de la política liberal, pero sólo para apostar a transgredirlas, a desbordarlas, a ponerlas en crisis, explotando lo político irreductible de cada campo social, movilizando otras fuerzas colectivas. Y creemos en todo esto, porque somos lxs que quedamos afuera: los desautorizados por aquellos que “sabían de política” en las organizaciones sindicales, sociales y políticas del kirchnerismo y la izquierda. Patriarcas –pequeños, en el fondo muy pequeños- envueltos de retóricas encendidas, “piqueteras”, “revolucionarias”, que mientras parasitaban su propio mito de lucha, subestimaban, humillaban y precarizaban a cientos de pibxs en nombre de un altruismo que, a esta altura, resulta poco creíble. Obturando campos de experimentación valiosos (hoy más que nunca en esta sequía) en pos de su propia reproducción marginal en la política del establishment.

Por todo esto,

“Que no vuelvan más”.

Es una consigna macrista que, por razones muy diferentes, desde una izquierda por venir, feminista, plebeya y múltiple, podemos y debemos hacer propia.

Ignacio Rodriguez

Décimo octavo hijo del Loco Rodriguez

Recuperado de: https://medium.com/@ellocorodriguez

ÚLTIMO CONCIERTO DEL AÑO DE DIARIOS DEL ODIO: 8 de NOV 21:30 hs – Sala Caras y Caretas // ORGIE

DIARIOS DEL ODIO

 8 de noviembre 21:30 hs – Sala Caras y Caretas 2037

Invitamos a la última función del año de Diarios del odio, el miércoles 8 de noviembre a las 21:30 hs. Esta vez, nuevamente, en la sala de conciertos de laUniversidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo “Caras y Caretas” (Sarmiento 2037). Luego del estreno en la Universidad Nacional de General Sarmiento y el estreno en Capital Federal, en el Centro Cultural Paco Urondo, las presentaciones en Caras y Caretas y el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Diarios del odio, indagación escénica y musical ​del poemario homónimo de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, dirigida por Silvio Lang, junto a ORGIE -Organización Grupal de Investigaciones Escénicas- sigue transitando espacios diferentes y generando públicos heterogéneos y multitudinarios. Desde su estreno y con sólo 8 funciones ya la han visto más de 2000 espectadores. La entrada tiene un valor de  $ 200 y se adquieren en boletería de la sala y enTuEntrada. Descuento para estudiantes $150, en boletería, con acreditación.

Imágenes integradas 1

SINOPSIS —

Al menos dos planos escénicos heterogéneos se enfrentan en la indagación sobre el poemario Diarios del odio, de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny: las relaciones de los cuerpos en masa y los enunciados del odio de los lectores anónimos de las ediciones digitales de La Nación y Clarín, durante los gobiernos kirchneristas. En el primer plano los cuerpos se organizan en la materialidad de fenómenos de masas en movimiento en el espacio público –marchas, piquetes, saqueos, estampidas, linchamientos, represiones policiales, formaciones militares, éxodos, rituales. En el otro plano, los enunciados vueltos poemas se resuelven en canciones pop evangelista. En las tensiones y transacciones entre uno y otro plano se juegan los afectos de odio y de dicha de los cuerpos, tanto como la estrategia de poder del pastoreo de las masas ante sus desbordes contingentes de igualdad, organización y emancipación.

Duración: 85 minutos

Pre-venta online disponible
ACTUÁN: Marcio Barceló Eva Calderone Augusto Chiappe Tomás Deías Spreng Julián Dubié Juan De Rosa María Jesús González Ramiro Guggiari Juli Hadida Rodrigo Hache Hugo Martínez Javier Olivera Juanse Rausch Rodolfo Opazo Valentin Piñeyro Flor Sanchez Elia Nahuel Vec Nehuen Zapata Gianluca Zonzini

DIRECCIÓN MUSICAL: Valentin Piñeyro
COMPOSICIÓN MUSICAL: Valentin Piñeyro & Organización Grupal de Investigaciones Escénicas
ENTRENAMIENTO DE MOVIMIENTO: Rodolfo Opazo
PREPARACIÓN FÍSICA: Pablo Fermani
DISEÑO DE MAQUILLAJE Y MÁSCARAS: Emanuel Nem (Asistencia: Jimena Mejuto)
DISEÑO DE SONIDO Y MEZCLA: Marcos Zoppi
DISEÑO DE LUCES: Fernando Berreta
(Asistencia: Estefanía Piotrkowski)
ASESORÍA DE VESTUARIO: Endi Ruiz

REGISTRO Y DOCUMENTACIÓN AUDIOVISUAL: Yasmin Reguero / Magali Matilla / Daniela Horovitz / Sebastián Freire / Julián Merlo / LAC / Purnima Foto / Boscology / ORGIE / Jorge Guidi / Diego Stickar / Andrés Stutz
COMUNICACIÓN: Marcio Barceló y Ramiro Guggiari
DISEÑO AUDIOVISUAL: Tomás Deías Spreng
DISEÑO GRAFICO: Julián Dubié
ASISTENCIA DE ESCENA: Julia Ghirardelli
PRODUCCIÓN: Silvina Gonzalez
ASISTENCIA DE DIRECCIÓN: Braian Alonso

DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN: Silvio Lang


SOBRE DIARIOS DEL ODIO —

«A los eslabones de la serie de traducciones –obra visual / poemario- se le agrega ahora una performance teatral, encarada por Silvio Lang y un conjunto de actores y músicos. Traducir al cuerpo, en los cuerpos, por los cuerpos. Individuales y colectivo. Ver qué hace el odio en ellos y el combate grupal contra el odio. Lo comunitario que embate para evitar su propia destrucción. Siempre en esta secuencia de traducciones se estuvo pensando la política y las pasiones. Las pasiones que atraviesan, fundan y desgarran. La política como modo de hacer con las pasiones. Agitándolas, absorbiéndolas, conjurándolas. Lang, según adelanta, piensa en ese vaivén.»

María Pía López, directora del Centro Cultural de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

 

«Diarios del odio, es una plegaria, es coro antiguo pero esta totalmente modernizado y tiene sarcasmo interno, los cuerpos tienen toda la plasticidad de la historia del teatro, la coreografía, por lo tanto asistimos a un argumento, una gran yuxtaposición del texto teatral, del juego teatral (…) Una obra tan incisiva mete una cuchilla en el corazón de la lengua argentina, la lengua del odio, algo significa como una reflexión desafiante a lo que ocurrió esta tarde en la Ciudad de Buenos Aires. Es decir, también, la marcha se lanzó a pensar esta ciudad, esta ciudad con toda especie de obstáculos para pensar, la construcción de los obstáculos para pensar sobre la forma de la ciudad».

Horacio González, Campo de Prácticas Escénicas

 

“La puesta de Silvio Lang musicaliza, canta y baila la trivialidad asesina, la desensibilización general que crece entre nosotros. Diarios del odio debe ser otra cosa que autocomplacencia sobradora para conciencias progresistas. Es parte de un programa de investigación militante sobre los modos del goce de las imagenes del crimen con que lo neoliberal crece entre los adoquines. Desentrañar ese tejido, resistirlo al nivel de los ritmos y las fibras es la base de una contracoherencia desafiante, micropolítica, a la altura de la amenaza que sufrimos.”

Diego Sztulwark, Campo de Prácticas Escénicas

 

Ahora esos materiales mutaron a indagación teatral: un abrumador cúmulo de canciones (desde salmos religiosos a hip hop) y de cuerpos que no son múltiples sino siempre uno solo, un colectivo aterrorizante, aterrorizado. Marchan, se trepan, se agreden, se rozan, sudan: el maquillaje se desprende y va quedando una pátina de yeso sobre el piso, una nube de polvo tóxico sobre todxs nosotrxs, mientras el rojo chorrea y uniformiza las pieles hacia algo sanguinoliento, carne cruda.

Ana Longoni, Campo de Prácticas Escénicas

«Diarios del odio muestra una cara cruda y dolorosa de nuestro tiempo. Es el testimonio de una guerra en la que, durante años, no quisimos vernos reflejados. En ese mostrar, en ese mismo acto expresivo, la obra da una disputa sensible. Nombra el odio para combatirlo, y lo combate para comprenderlo. Hay en esta obra un pensamiento sutil que penetra en lo real. Un pensamiento que recorre una guerra que, por constante, pareciera oculta.»

Pedro Yagüe y Santiago Azzati, Campo de Prácticas Escénicas

«Lo que le queda al arte, a la política, a la ética es la exigencia de convertir la guerra en una danza, convertir el cuerpo en un gesto, ejercer en medio de la violencia una com-posición de cuerpos ex-puestos, es decir, lo que queda en medio de la estética de la violencia, lo que todavía nos queda es abrir imágenes —y así, imaginaciones. Y entonces, si la estética es el modo en que la violencia se impone, la imagen gestual será el modo en que ella se depone y expone, el modo en que se vuelve amable. Solo así podrá pensarse un cuidado de los cuerpos, un momento en que decimos “PAREMOS”, nos estamos matando, necesitamos cuidarnos, necesitamos componer algo que no sea puro golpe y patada, pura o-posición. En eso se precisa, a nuestro entender, la potencia de ORGIE: en haberse percatado que debían cuidarse, en haberse implicado en convertir los golpes y las patadas en gestos, en exposiciones de cuerpos, en imágenes».

Manuel Moyano, Escrituras Escénicas

 

“El teatro suele re-presentar algún drama ya pasado, o denunciar algo que está pasando. Este teatro, más cercano a una fábrica tomada, no representa nada, presenta las fuerzas reactivas que hicieron de un momento histórico vital y potente,  un  presente de tristezas, aplastamiento y destierro. Un presente  que persigue y reprime  la constelación de extrañezas que supimos ser, para que Nunca Más se nos ocurra creer que el mundo  puede ser para todos y todas.”

Nahuel Puyap Lobo, Campo de Prácticas Escénicas

 

«El odio como pasión política universal», entrevista en Página 12, a Silvio Lang, por Maria Daniela Yaccar.

 

“Lo espeluznante”, entrevista en suplemento SOY de Página 12,  a Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, por Dani Umpi.

«Diarios del odio: los foristas de Clarín y La Nación antes de los trolls macristas», entrevista en Tiempo Argentino, a Silvio Lang, por Juliana Corbelli.

 

«El teatro es un plano más de producción de existencia», entrevista en revista MUTT, a Silvio Lang, por Cecilia De Paoli.

 

Entrevista a Silvio Lang, en revista Lavaca MU, por Lucia Aita.

 

«El odio hecho cuerpo», entrevista en Ballentindance, a Silvio Lang, por Facundo Nahuel Aguirre

 

Sobre el proceso de Diarios del odio, en Revista Labra, por María Eugenia Jarazo

 

«El odio diario», por Josefina Zuain, en Segunda, cuadernos de danza

 

«Sobre “Diarios del Odio”, por Eduardo Muslip, en la Revista de la Universidad Nacional de General Sarmiento

 

“Sobre Diarios del Odio”, por Ariel Schettini, en Revista Otra Parte

 

“Acerca de Diarios del Odio”, por Sebastián Stavisky en Revista HUMO

 

Diarios del Odio: un arma de combate”, en Agencia Paco Urondo por Gabriela Ram

“ Los cuerpos del odio”, en Indie HOY por Michel Nieva.

«Diarios del Odio o cómo hacer arte con la mierda«, en Agencia Paco Urondo por Agustín Pisani.

19/10: Todxs a la plaza

Comunicado Reunión Miércoles 18/10

Evaluando el contexto y las nuevas circunstancias en torno a  los hechos de la desaparición forzada de Santiago Maldonado, se posterga la marcha en contra de la reforma educativa y por el protocolo de violencia de género y se llama a los centros de estudiantes a mandatar estado de alerta permanente y asamblea constante; y acompañar la ronda de las Madres, mañana jueves 19/10 a las 14:30 en Av. de Mayo y Bolívar puntuales.
#QueNoNosRobenElFuturo

Homenaje al Che: Conversaciones con Diego Sztulwark // La luna con Gatillo

SEMANA GUEVARA DE LA LUNA CON GATILLO.QUINTA ENTREGA

En esta edición especial de La Luna con Gatillo, a 50 años del asesinato de Ernesto “Che” Guevara, Mariano Pacheco conversó con Diego Sztulwark, columnista de pensamiento crítico y movimientos sociales desde Buenos Aires.

Mariano Pacheco (MP)- Retomamos contacto telefónico, para este especial Guevara de la trinchera radiofónica la idea es que nos convides algunas reflexiones en torno a lo que implicó su figura para nuestras generaciones, es decir, más cerca del cambio de siglo que en los años ‘60 – ‘70.

Diego Sztulwark (DS)- Me parece que la cuestión se podría plantear como la actualidad del Che Guevara, que no es una pregunta fácil de resolver porque es tan múltiple ese personaje, es tan múltiple lo que se jugó esa coyuntura, son tantas las décadas que fueron pasando y en ese sentido también los intentos de lecturas y de renovar uno u otro aspecto de la figura del Che.

Digamos también que abordar la figura del Che es el problema de abordar los años de terror con los que se ha ocultado la enseñanza del Che Guevara -por llamarla de alguna manera- pero también la escolástica estalinista de la izquierda, también la santificación cristiana que se ha hecho del Che, y la mistificación también. No es un tema fácil pero me gustaría proponer, para conversar un poco, que en el Che Guevara se juega algo que sí es muy vigente, muy actual y muy relevante para la coyuntura de la actualidad sudamericana.

En el año 1965 Guevara escribe el texto El socialismo y el hombre nuevo en Cuba. Él explica que la tarea del socialismo, básicamente, consiste no tanto en la distribución económica o la justicia económica que eso va a desuso en sí, sino el tema de la desalienación o la no enajenación del hombre y la mujer, del individuo. La posibilidad de contar con la irrupción revolucionaria, con las masas activas, con las masas revolucionarias, para que ese nuevo poder efectúe transformaciones pero no transformaciones meramente económicas, y tampoco meramente morales. Es una transformación que el Che Guevara llamaba ‘la construcción del hombre nuevo’, y apunta a preguntarse: ¿qué tipo de libertad humana, individual o social existe cuando se rompe con la ley del valor?

Es decir que el Che Guevara tuvo una percepción muy clara y, desde mi punto de vista, medio insuperada sobre el hecho de que la ley del valor y la forma de producción de mercancía es la principal fuente de subjetividad capitalista. Es un problema que por supuesto también se había planteado en la revolución rusa. Y en cualquier revolución o gobierno democrático popular, es decir, mientras las formas de producción sigan siendo las de producción de mercancías, por más que el gobierno o el Estado, o la escuela o la educación (etc.) construyan un discurso anti burgués, anticapitalista y anti individualista en el plano del discurso, la forma de producción -lo que el Che Guevara llamaba el cordón umbilical- que liga al hombre con  la vieja sociedad, con la forma mercancía, sigue produciendo forma humana. Me parece muy luminosa esta percepción del Che que por supuesto vi muy teorizada en el campo del marxismo, no es que es un descubrimiento teórico, pero sí me parece undescubrimiento político.

¿Que puede el poder político hacer para producir un tipo de subjetividad y un tipo de libertad en los individuos y en las masas frente a esta persistente influencia de la estructura llamada ley del valor?

 

MP- Se podría enlazar esta pregunta y este recorrido por ese texto emblemático de Guevara con alguna de las reflexiones que en su momento hizo John William Cooke a propósito del concepto de cultura en el marxismo y en la también emblemática revista ‘La rosa blindada’, ¿no?

DS- Sí, tengo el texto muy presente por supuesto. El texto de Cooke es del año ‘65: una proposición de las bases para una cultura revolucionaria, una eventual cultura socialista revolucionaria. Es un repaso super fresco, de una postura que sería muy compatible con las del Che. Estamos hablando de dos textos del mismo año.

MP- No había reparado que eran del mismo año, pero recordaba esta afinidad a partir de lo que vos estabas reflexionando, de algún modo un guevarista argentino hecho y derecho.

DS- Me parece que sí, que si queremos encontrar en Argentina un escritor de primer nivel, que además es un dirigente político y resistente de primer nivel, que es capaz de hacer una analítica tan sutil como la que estamos hablando, y que sea más un aliado por lo menos desde el año ‘61 – ‘62, ahí estamos hablando de Cooke.

Me gustaría, ya que citaste este texto, contar -y de esto no se cuánto se habrá dicho- que ese texto de Cooke fue el comienzo de una polémica con León Rozitchner que un año después -en el ‘66- escribe, también en ‘La rosa blindada’, como respuesta un texto que se llama ‘La izquierda sin sujeto’. Me parece que si uno leyese de vuelta el texto de Cooke y el de Rozitchner podríamos encontrarnos ahí con un debate estrictamente guevarista dentro de la izquierda Argentina.

Dos posiciones que están asumiendo más o menos este mismo problema: hay que saber que la subjetividad no es un problema subjetivo, el problema de la subjetividad es un problema materialista, subjetivo y objetivo a la vez, que si no se puede alterar la forma de producción no se puede alterar voluntaristamente al sujeto y viceversa. Y esa discusión estaba dada en términos de si en Argentina era posible y cómo.  

Me parece que cuando León hablaba de una izquierda sin sujeto, hablaba de una izquierda que confiaba mucho en una mera transformación en el plano objetivo sin suponer que lo objetivo era parte de lo subjetivo. Una suerte de dialéctica que el Che Guevara se plantea con mucha claridad y que después los filósofos, intelectuales y militantes de izquierda han quedado con ese asunto dando vueltas. Asunto que me parece que después de la última dictadura militar, y con la derrota de las organizaciones revolucionarias, no ha sido nuevamente planteado con claridad.

MP- Como cierre queríamos preguntarte sobre la apropiación de la figura del Che, quizá podríamos decir que el paso de los ’50 años es una fecha para revisitar de un modo más fuerte. En Argentina los 30 años fue una fecha emblemática para el rescate de la figura del Che, podríamos decir que los 40 años pasaron más sin pena ni gloria, qué te parece ahora que pasaron 50 años: ¿qué posibilidades ves de una apropiación crítica de la figura, y no solamente la estampita o la remera?

DS- Por un lado, me hacés acordar algo: nosotros cuando fue el aniversario de los 30 años organizamos acá las Cátedras libres del Che Guevara y fue un fenómeno muy interesante, pero también interesante en cómo se combinó con los encuentros de organizaciones sociales y todo este momento que fue para la coyuntura de Argentina muy preparatorio de lo del 2001. Es decir que ese enganche es interesante hacerlo hoy, hace 20 años la figura del Che y la reflexión crítica sobre los ‘70 y el Che tenía que ver mucho con la cultura de autoorganización del movimiento social y la juventud.

A los 50 años de la muerte del Che creo que nos encontramos con una situación mucho peor, por dos razones. La primera porque me parece que los gobiernos llamados progresistas volvieron a caer en la ilusión de que podía transformarse la sociedad humana sin transformarse la dimensión material, es decir, estamos yendo para atrás en términos revolucionarios cuando pensamos en la figura del Che. Si vos me dijeses una de las cosas con la que veo una vigencia actual y lo que hoy tendríamos que estar trabajando, es precisamente eso, un balance de los años de política progresista en términos de un reformismo, un ilusionismo por el cual se podría suponer que por el hecho de hacer una distribución económica o por el hecho de dar un discurso que es progresista, antiimperialista pero no es crítico, eso puede sustituir la transformación de las formas de producción de valor en la centralidad de los sujetos que cuestionan. Esto me parece lo primero.

Como segunda razón, que me parece por lejos lo más preocupante, es que los gobiernos actuales en Latinoamérica, pero sobre todo el gobierno estrella de Latinoamérica que es el de Macri, porque es igual de reaccionario que los demás pero consigue votos, consigue una especie de aura de ‘cosa nueva’, optimista, que puede remodelar la ciudad en términos neoliberales, está tomando de manera invertida el programa del hombre nuevo. Vamos a decirlo así: si con la figura del Che Guevara se puede pensar una modelización del humano fuera de la ley de valor, el macrismo actual tiene esbozos sobre todo en la figura de Alejandro Rozitchner, y otros optimistas de esta brecha neoliberal que tienen la pretensión de retomar la idea de una modelización humana interna a la ley de valor, completamente. Todos los elementos de novedad económica, moral e histórica que con el Che se plantean en términos de una salida al capitalismo, se los recupera a todos en términos de una inmersión final dentro del capitalismo.

El hecho de que ellos puedan apropiarse de discurso de la ‘nueva humanidad’, por no decir el hombre nuevo, de que la nueva humanidad y la modelización de la sociedad está a cargo de empresarios, CEOS, y los sectores más tradicionales de la clase política argentina me parece que nos tendría que preocupar mucho, pero también nos tendría que dejar ver el carácter contrarrevolucionario que tiene este gobierno, no solamente autoritario, no solamente más o menos democrático-dictatorial.

Sino contrarrevolucionario, actúa perfectamente invertido a los desafíos planteados en la revolución cubana, dispuesto como programas contrarrevolucionario a escala regional.

Para concluir, sólo quiero volver a plantear  que la idea del nuevo hombre del Che no es lo que el estalinismo o el liberalismo quisieron hacer después: una especie de modelización nazi, queremos que las personas sean así o así, como si fuera una especie de voluntarismo que va a rediseñar autoritariamente, caprichosamente la idea de un futuro malo. Sino que lo que plantea el Che es una pregunta: ¿cómo construimos en base a la complejidad de las instituciones y de las masas masas movilizadas un ideal más allá de la ley del valor?

Para mi esa es una pregunta que queda picando, que está irresuelta, y que a partir de la derrota de los últimos años es una pregunta que ha sido más desarrollada en el plano de las revoluciones moleculares, como decía Guattari, ha sido más desarrollada por movimientos sociales, por movimientos indígenas, por movimientos de mujeres, por movimientos de desocupados, por movimientos de jóvenes.

La pregunta que deberíamos hacernos es si este plano de experimentación molecular no tiene que en algún momento volver a preguntarse por este horizonte guevarista del más allá de la ley de valor

Fuente:

*LA LUNA CON GATILLO: Una crítica política de la cultura

Jueves de 19 a 20.30 horas en vivo por Radio Eterogenia (www.eterogenia.com.ar), la radio del Centro Cultural España Córdoba.

https://www.facebook.com/lunacongatillo/

https://twitter.com/GatilloLuna

Fanzine digital de actualización diaria:https://lepondregatilloalaluna.blogspot.com.ar.

**Desgrabación de Agustina Machiavello.

 

«Milagro Sala está secuestrada» // Elizabeth Gomez Alcorta

“Esto es un secuestro”, denunciaron los abogados de Milagro Sala sobre su traslado de Milagro Sala al penal de Alto Comedero y remarcaron que la orden dictada por el juez Pablo Pullen Llermanos es ilegal, como así también su decisión de diferir la notificación a los abogados de la dirigente social. A las 12.30 habrá una conferencia de prensa en la sede del CELS, donde la abogada Elizabeth Gómez Alcorta dará detalles de la situación en la que se encuentra la referente de la Túpac Amaru y diputada del Parlasur y anunciará los pasos que seguirá su defensa.

Esta mañana, con las primeras luces del día, fuerzas especiales irrumpieron en el inmueble en donde se encontraba detenida Milagro Sala. En el marco de un amplio despliegue, la trasladaron en forma violenta al penal de mujeres de Alto Comedero, en el que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) advirtió que corren riesgo su vida y su integridad física. Se la llevaron  esposada, descalza y en piyamas.

El traslado lo la dispuso el juez Pablo Pullen Llermanos, quien ordenó que se concretara sin notificar previamente a los abogados de Sala. En el punto V de su resolución justificó esa decisión con el argumento de que así evitó que Sala “perjudique el normal desarrollo y/o eficacia del procedimiento de traslado”.

La defensa de la dirigente social considera que “está secuestrada” porque “tras la resolución de la Cámara de Apelaciones que dispuso la revocatoria de la detención domiciliaria, Pullen Llermanos perdió jurisdicción sobre el expediente vinculado a la medida cautelar dispuesta por la CIDH”, expresaron los abogados de Sala.

El punto es que ayer la Cámara de Apelaciones de Jujuy había concedido a la defensa de la diputada del Parlasur el recurso a través del cual recurrió la decisión de los jueces Néstor Hugo Paoloni, Gloria María Mercedes Portal de Albisetti y Emilio Carlos Cattan de revocar la prisión domciliaria y por ende Pullen Llermanos no podía disponer el traslado de Sala al penal de Alto Comedero. “Lo que han hecho es un secuestro, la orden es de una ilegalidad absoluta y nos recuerda a lo sucedido en las peores épocas de nuestra historia”, precisó la abogada Elizabeth Gómez Alcorta.

Los abogados de Sala advirtieron, además, sobre la ilegalidad de Pullen de diferir la notificación del traslado porque violó así el legítimo derecho a la defensa. También señalaron que tampoco pudieron acceder a la fundamentación, puesto que no hay personal en el juzgado en pleno fin de semana largo.  Desde la Túpac Amaru no dejaron de señalar el hecho de que el traslado se haya concretado a una semana de las elecciones.

Fuente: Página 12

Esposada, descalza y en piyama // Horacio Verbitsky

El gobierno del contador Gerardo Morales trasladó en forma violenta a la dirigente social Milagro Sala al penal de Alto Comedero. Su esposo, Raúl Noro, denunció que se la llevaron esposada, descalza y en piyama, una más de la larga serie de humillaciones y menoscabos con las que el gobierno de la Alianza Cambiemos procura la destrucción física y moral de la líder que construyó la organización social más importante y original del país. Consultado para esta nota el coordinador de la Túpac Amaru y del Frente Milagro Sala por el Trabajo y la Dignidad, Coco Garfagnini, consideró que se trata de una provocación a una semana de las elecciones y exhortó a no entrar en ese juego con respuestas espontáneas a la indignación que esto suscita. A las 12.30 en la sede del CELS, Piedras 547, se realizará una conferencia de prensa en la que la defensora de Milagro, Elizabeth Gómez Alcorta, informará sobre lo ocurrido y los pasos a seguir.

Con las primeras luces de la mañana un operativo policial con despliegue de grupos especiales se presentó en el domicilio del barrio La Ciénaga donde Milagro Sala cumplía su prisión preventiva, sin notificación previa ni conocimiento de sus abogados defensores. La orden de Morales fue ejecutada por el juez provincial Pablo Pullen Llermanos. En su punto IV dispuso no comunicar lo resuelto a los defensores de Milagro Sala para asegurar el cumplimiento de la orden, lo que equivale a confesar por escrito una violación al derecho de defensa

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos había concedido la medida cautelar solicitada por Amnistía, el CELS y ANDHES y ordenado que Milagro quedara en libertad o bajo prisión domiciliaria. Luego de una minuciosa investigación que incluyó entrevistas con Morales y una visita a Milagro en su lugar de detención, la CIDH concluyó que había grave riesgo para su vida e integridad, de permanecer en el penal. A regañadientes Morales aceptó el traslado a esa vivienda, pero con condiciones restrictivas como el estacionamiento de un destacamento de Gendarmería en la puerta, cámaras de seguridad activas las 24 horas, un régimen de visitas estricto en horarios y limitado en número. Esto contraría la ley de ejecución penal, que prohíbe en forma taxativa que las personas en prisión domiciliaria sean controladas por fuerzas de seguridad. Ni uno del centenar y medio de detenidos en prisión domiciliaria por crímenes de lesa humanidad son controlados por fuerzas de seguridad. Pullen Llermanos también incluyó la obligación de asomarse tres veces por día al balcón y saludar a los gendarmes. Sala resignificó esa condición humillante, con el saludo: «Buen día, gendarmes. ¿Dónde está Santiago Maldonado?» Esto enfureció a Morales, quien ordenó devolverla al penal. La orden fue protocolizada por la Cámara de Apelaciones y Control de Jujuy, en una resolución que confunde a la Comisión con la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no distingue entre una petición y una medida cautelar, cita en forma errónea jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y desconoce la primacía del bloque de constitucionalidad que integran las Convenciones Internacionales de Derechos Humanos sobre las decisiones de los tribunales provinciales. La decisión fue apelada por la defensa de Milagro Sala ante la Cámara Nacional de Casación Penal, lo cual tiene efecto suspensivo. La Cámara de Apelaciones y Control aceptó el recurso y lo elevó a la Cámara de Casación, por lo que la nueva orden de traslado firmada por Pullen Llermanos no tiene fundamento jurídico, ya que perdió jurisdicción en la causa, que ahora está radicada en la Cámara Nacional de Casación Penal. A las 8 de hoy Pullen Llermanos llegó al penal para notificar a Milagro de la resolución que firmó revocando la prisión domiciliaria, mientras la dirigente social aguardaba la llegada de los médicos para la revisación previa al trámite formal de ingreso. Los fundamentos que la policía dejó en la casa de la cual fue extraída en forma violenta Milagro, dicen que Pullen Llermanos revocó su propia decisión de trasladarla a esa casa porque Milagro se negó a realizarse estudios en el Hospital Soria de Jujuy. Sin asomo de ironía el juez dice que así vela por su vida, que según la CIDH está en riesgo en la cárcel a la que fue devuelta. El CELS notificó la novedad a la Comisión Interamericana y al Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre Detención Arbitraria, que también ordenó su libertad. La solución de fondo la tiene la Corte Suprema de Justicia, que desde abril demora un pronunciamiento sobre la prisión preventiva en dos causas: una por sus fueros como parlamentaria del Parlasur, otra porque no existe riesgo de fuga ni de entorpecimiento de la investigación. La Corte es el único tribunal del país que no tiene plazos para resolver en una causa con personas detenidas. Cuando la CIDH dictó la medida cautelar, un juez de la Corte Suprema me dijo que tenían una resolución preparada disponiendo la libertad de Milagro, pero que ante el pronunciamiento interamericano no la firmarían. Esta cobardía del tribunal supremo permite los atropellos a la legalidad del señorío jujeño de Morales y sus jueces.

Fuente: Página 12.

LS! 2010-2013: #trienioperdido


bicentenario a pura fiesta. néstor vivía, lanata estaba en cable, el sarmiento no andaba tan mal, susana triamarco era una desconocida –tanto o más que la cámpora–, las redes sociales ya eran el mejor medio para que los boludos dijeran sus cosas, cristina no usaba negro, se venía el fin del kirchnerismo, el kilo de mila estaba 12 pé y una pepa, veinticinco. no sabíamos quién era maduro ni qué había pasado con julio lópez y luciano arruga. maccia tenía una beca conicet, valeriano complementaba pj con onegeísmo y de narváez era igualito que ahora. rosa lugano todavía militaba en el gremio docente. no había tarjeta sube, faltaban las monedas y el # ni calificaba. algunas ideas se empezaban a estropear. deleuze, león, ds, la barrick, monsanto, spinoza, evón y perita, el tuerto y la terca, hardt y negri, pueblos originarios, peronismo, los 70, laponia, carta abierta, asambleas, extractivismo, correa, indignados, plaza de mayo, nuevo conflicto social, runflas, amigxs, represores, facebook, twitter,


Y un blog:

Lobo Suelto!




Algunos de los últimos textos:



#capitalismorunfla


De Diego Valeriano:


La clase media es el Otro» (con de Juan Pablo Maccia)

«Mosquitos» (que hablan de política)

«392» (maravilloso y trágico retrato de la inundación de La Plata)

El Líder

Serie Capitalismo Runfla:


De Juan Pablo Maccia:


De Rosa Lugano y Marcelo Laponia:

«11 tesis para un país sin política«, de Rosa Lugano (+ su última tesis: «La 12«)

Sexo y política en Lugano”, por Marcelo Laponia

«Lanata es Facebook«, por Partes Naturales


«La década extractiva«, por Darío Aranda


«Un régimen político y un Estado de nuevo tipo» (10 años de kirchners), por Pablo Hupert

Llegó el día: murió Videla”, por D.S.


«Cuatro sensaciones apresuradas sobre anteayer» (Venezuela, Lanata y un domingo inquietante), por D.S.

Los límites de la justicia: la muerte”, Por Sebastián Stavisky
“Monsanto: La Corporación«, por Darío Aranda

«El neoextractivismo como matriz del nuevo conflicto social«, del taller Hacer Ciudad, Cazona de Flores

«Memoria desdentada: Traición y Violencia (A 40 años del triunfo de Héctor Cámpora)», por Bruno Nápoli

«El uso progresista de la Gendarmería«, por Esteban Rodríguez

«Tema del traidor y del héroe» (polémica con Héctor Leis), de Horacio González

 “El peronismo por fuera del paradigma de la hegemonía”, por Taller de Cartografías Políticas


#elpatiodearriba

¿Puede el Estado ser lo común?”, de Raúl Zibechi

«Carta gráfica del Sup a los críticos chafas«, por el Subcomandante Marcos (+ «Apagando el fuego con gasolina» (postdata a la carta gráfica)

«Eppur si muove en Cuba«, de Leonardo Padura


#líneasdefuga

Obras de los pasajes pospolíticos”, (prólogo a El Saber, las clases de Deleuze sobre Foucault)

Ver lo invisible: sobre unicornios y 15-M”, por Amador Fernández-Savater

El kit de la lucha en Internet” (video / libro a descargar), de Margarita Padilla

Tres muertes kurdas para la Paz”, por Alejandro Haddad

Paisajes de la ciudad posmoderna”, por Iconoclasistas

«La Tortura«, de Raúl Cerdeira

«Soy churrero, pero no boludo«, de Wanda Wygachiewicz

«Rosas Rojas«, de Gonzalo Salesky




#palabrasmolotov



«Nombrar un nuevo conflicto social: entrevista a Neka Jara y Alberto Spagnolo

Vanguardias artísticas y experiencia política”, una entrevista a Toni Negri

No se necesita tener una alternativa para decir no”, entrevista a Santiago López Petit.

No nos dejemos arrebatar las preguntas que la crisis nos impone” Entrevista a Amador Fernández-Savater

Dios no murió. Se transformó en Dinero”, entrevista a Giorgio Agamben.

«El cine ya no existe«, entrevista a Mariano Llinás, por Ximena Tordini y Javier Alcácer

«El autor del desencanto«, entrevista a Leonardo Padura

«Potencia de lo plebeyo«. Conversación con Raúl Zelik


#pegadoalapantalla

Un pensamiento ancestral”, (video) entrevista a Silvia Rivera Cusicanqui” (2013)

«El militante fiel«, (video) entrevista Verónica Gago a Alain Badiou (Mayo de 2012)

Política y Psicoanálisis”, (video) entrevista de Alain Badiou a Michael Foucault (1965)

Literatura y política a partir de Malvinas”, (video) conferencia de Horacio González (2012)

Literatura y Exilio”, (video) entrevista a David Viñas (México DF, 1980)

«Corazón del tiempo» (una ventana a un poblado zapatista)

«La sociedad del espectáculo«, de Guy Debord (1968)

«Resistir«: Gelman y Firmenich impulsan la contraofensiva (Francia, 1978)


#cucháclinämen:


«Por una economía al cuidado de las vidas«, conversación con la economista Natalia Quiroga Díaz.

«El dominio político de las finanzas«, conversa con Pablo Miguez sobre la economía del conocimiento.

«Postsoberanía. Literatura, política y trabajo«, conversa con Oscar Cabezas.

«Poder financiero y dictadura«, conversación con Bruno Nápoli.

Clinämen

(un aullido inesperado en la ciudad)

En la ciudad desbordada, la lógica racional-causal estalló hace rato. La vida urbana devenida clinämen, parpadeo de la Verdad, conversación ya empezada en la indeterminación de las situaciones. Aullido inesperado. Presentimientos. Estados de alerta. Desvíos. Voces. Semana a semana. Audio tras audio.
La ciudad se escucha,
se transmite,
se piensa,
se dice,
se habla,
se narra,
gime.
Clinämen,
En vivo, todos los martes a las 11 am en FM LA TRIBU (88.7).
   
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martes 29 de mayo de 2012

Las formas actuales del capitalismo




Conversamos al aire con el politólogo e investigador italiano Sandro Mezzadra sobre el desarrollismo, el extractivismo y la financierización de las economías, el capitalismo postcolonial, la crisis en Europa y el clima de optimismo en América Latina, las fronteras y la migración. 



martes 20 de marzo de 2012 


Conversamos sobre la relación entre modelo de felicidad y política. 
Lo político como interrupción del consenso.
Malestares sociales y felicidades disidentes.

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martes 13 de marzo de 2012 


¿Qué hacer cuando el pensamiento y el lenguaje político disponibles no sólo no responden a nuestras implicancias vitales-colectivas, si no que contribuyen a devastarlas?

Infrapolítica // Diego Sztulwark

 

 

Acabo de leer un excelente artículo de Diego Tatián en el diario Página 12 de hoy, el mismo diario en el cual –ayer- Chantal Moufef explicaba la importancia de los llamados gobiernos populistas de Sudamérica.
Ha vuelto la política, de acuerdo. De acuerdo también en que ha vuelto bajo el modo en que se la había soñado en los años ‘80 y no en los ‘70. La distinción no es menor: la derrota sigue siendo el umbral infranqueable.
Esta política que ha vuelto no está asegurada ni ha logrado aún lo que nos proponemos, por eso hay que estar activos y atentos, de acuerdo, de acuerdo. Hay un piso mínimo: el programa de los años 80. Terminar de separar la paja del trigo en relación a la dictadura como un fenómeno militar, pero también civil. Destronar ciertas posiciones de privilegio que condicionan la democracia argentina. Muy de acuerdo.
Mientras tanto, se nos dice, hay que convivir con ciertas “complejidades” (como la minería, la privatización del petróleo, la concentración financiera, la imposibilidad de desarmar el aparato burocrático-represivo del estado, y el privado, el gatillo fácil,  etc). Hay que comprender estas situaciones como “invariantes” que escapan, aún, al poder político democrático, al menos hasta que podamos encontrar formas alternativas de gestionar eficazmente lo que estos aparatos resuelven a su modo.
Todo eso no lo entiendo, aunque concedo. Dado que jamás creí que se pidiera llegar hasta donde estamos, no me pongo en pelotudo, en izquierda-abstracta, y acepto tomar en cuenta lo real de las relaciones de fuerzas, los antecedentes históricos, los contextos regionales y, digamos, concedo.
De acuerdo en que la política, tal como vuelve, no sólo debe resultar de una declaración de intenciones (alfonsinismo), sino también lograr efectividades, sumergiéndose en el “barro de la historia” (kirchnerismo). Y que una interlocución positiva entre gobierno y demandas democráticas (Laclau, imagino) es preferible desde todo punto de vista a un estado que da espaldas a las perspectivas de cambio de la gente (lo que Mouffe llama “creación de un pueblo”).
Siempre me sorprendió como la gente que “hace” política tiene disponible un saber fundamental a su favor. Un saber sobre qué cosa es la política que surge de participar, de saberse y quererse políticos. Hay un saber supuesto real que nos enuncia este qué que la política sería.
La tapa del diario página 12 de ayer muestra a unos pocos chicos de las tomas de los colegios secundarios bajo un título que incluye la siguiente frase: “somos hijos del 2001”. Buscando dentro, el artículo traduce esta frase en dos tipos de enunciados: “desconfiamos de los políticos”, y nos interesa “la participación política” (piquete y asamblea).
A esta altura, llamaría infra-política (o, aún, micropolítica) a lo real de las experiencias que (con relaciones oscilantes y variables en relación con los “políticos” de los que desconfían) hacen sus cosas (es decir, hacen colectivo, hacen social) sin saber del todo qué cosa es la política. Ampliando y cuestionando las definiciones que, no por casualidad, nos dan quienes “saben-de-política”.
La desconfianza de la que hablan los pibes no me parece un dato secundario o contingente, sino inherente a la infrapolítica. Un dato que habla de lo irreversible de la experiencia y del saber que hizo síntesis durante la crisis del 2001. Esa desconfianza, en mi experiencia, es inseparable de un malestar inocultable en torno a la interpretación “política” de la pervivencia dos-mil-y-unera de la infrapolítica. Casi todos mis amigos y compañeros hablan de política y a veces, creo, conservan la idea de la política como síntesis y convergencia global, escena esencial que reúne y concluye lo que las prácticas y conflictos por separado no sabrían resolver de modo socialmente relevante.
De ahí su lúcido (pseudo)kirchnerismo (más o menos matizado). Malestar, digo, porque yo no logro sentir/pensar igual que ellos, y eso me trae distancias conmigo mismo, y con ellos. De alguna manera pesa sobre mí el haber sido marcado por ciertas impresiones del 2001. Una experiencia que, al hacer surco, deja su marca determinante de un gusto político. Gusto por lo infra-político.
Me “gustan” las prácticas que replantean, reabren y sostienen, ante todo, su desconfianza. Su modo de estar siempre al “acecho”, como los animales (robo esta idea a Deleuze para quien el animal está siempre atento a lo que pueda venir de cualquier lado).
De allí mi incapacidad de soportar el discurso de adhesión K, con sus implícitos tan fáciles de detectar y comprender. Si no te alineás con ellos desde lo subjetivo es porque, en el fondo, o bien sos un liberal, un individualista perdido; o bien sos un nabo que opone abstracciones a lo concreto en un momento iluminador de nuestra historia como nación.
El kirchnerismo me parece, hoy, insuperable desde el punto de vista de la política, y completamente insoportable desde el punto de vista de una infrapolítica.
Pero el asunto es difícil. Para alguien que se acostumbró a afirmarse pensando siempre en colectivo y a hablar en nombre de un “nosotros”, ¿cómo se resuelve esta tensión entre unos “amigos y compañeros” que se entusiasman con esta cara política, mientras que mi “yo” (flaquito e incapaz de ejercer su individualidad) queda del otro lado? ¿En quién confiar, en ellos o en mí? ¿Qué termino afirmar, el yo-flaquito o el colectivo que me es cada vez más ajeno? ¿Con ellos en la macro y conmigo y mis más próximos de los más próximos en la infra-política?
La cosa no funciona así. La infra-política, cada vez me resulta más claro, no renuncia a su desconfianza en la política, sino que hace de ella un arma, una distancia, un espacio diferente.   
Mis amigos, de modo mayoritario, se han vuelto “etapistas” (hay que entender la etapa, que viene luego de otra etapa y va, a su vez, hacia otra etapa; y así segmentan el tiempo a favor de sus apuestas). Pero yo ya no puedo retroceder de mi sensibilidad a favor mi ante-etapismo. A mí me parece evidente que el proceso político retrocede-avanza sin avanzar ni retroceder en bloque. Y al moverse de modo simultáneo en ambas direcciones, desdibuja la idea de un “adelante” y “atrás”. Por eso no acabo de entender muchas cosas que entusiasman a varios de mis más queridos compañeros.
No dejo de advertir que el tipo de imagen del tiempo que surge de esta reflexión es del tipo “neo-trotskysta”, al  llevar a fondo la idea de una temporalidad como intensificación permanente de lo “desigual y combinado”.
Un viejo argumento de la filosofía postrevolucionaria viene en mi apoyo de mi necesidad de una infrapolítica (o al menos eso intento). Me refiero al concepto de contra-efectuación.
La contra-efectuación es una contra-actualización. No tanto el querer lo que ocurre, sino más bien un querer la contra-efectuación de lo actual, “para así querer y pensar mejor el elemento virtual inherente al acontecimiento puro. Querer no lo que sucede, sino algo en lo que sucede”.(*)
Si nos movemos bajo la égida del concepto de revolución, si lo hacemos dentro de una ética de la efectuación de un posible igualitario —libertario— entre los hombres de una época, asumimos como supremo el momento en que tales posibles se inscriben en el estado de cosas, en las situaciones históricas concretas, en las instituciones. La revolución se conjuga con una lógica de la efectuación. Pero, claro está, toda revolución es traicionada. Los ecos trotskistas resultan insuficientes. En el extremo, toda pretensión de revolución auténtica queda anulada.
La revolución —lo que podemos hoy pensar como tal, eso que Laclau y Mouffe llaman “populismo de izquierda”— inscribe logros, avances, amplía derechos. Y no deja de constituir una ética sustentable posible para esta realización acontecimental, no importa lo limitada que nos parezca.
Sea que la revolución ya no es posible, sea que estamos viendo el curso de un nuevo tipo de revolución, la ética de la efectuación sostiene la afirmación de la actual “vuelta de la política” (y el paso de varios amigos a la política).
Volvamos a las razones de la infra-política. Junto con la ética de la efectuación sobre viene una ética posible de la contra-efectuación. Una ética de la repetición afirmada. Que reabre lo que la efectuación realiza (siempre en defensa de la diferencia actual).
La infra-política se liga con lo que cada acontecimiento tiene de “eterno”, y de allí su natural desconfianza respecto de la “política”. Quiere repetir lo actual recubriéndolo de virtualidades. Para que la cosa no muera en la inscripción. Para que siga ocurriendo por siempre, como exceso in-apropiable. Plus que rechaza de plano el cierre que nos ofrece la actualidad cerrada sobre sí misma, con sus puntos-representación a los que sólo queda obedecer.
La infrapolítica es ella misma hija del 2001. Habita un espacio-tiempo simultáneo, coextensivo y no idéntico respecto de la política (revolucionaria) o de la política a secas. Doblando su espesor, se anticipa a la traición inevitable, y se distancia, desconfiada, de ella. Contra-efectúar, me parece, quiere decir sostener, a pesar de todo, dilemas con los que la micro-política insiste contra las “soluciones” de la macro. Ética de la repetición ante toda totalización que realiza la diferencia en sí misma. La infra-política tiende a repetir el horizonte productivo de la diferencia, contra toda subsunción de lo real que nos libera del horror del pasado y nos ofrece una moral estable.
DS, 6 de septiembre de 2010
(*) “…doble obligación de desenmascarar las pretensiones de lo actual por las que quiere ser el único jugador, y de re-activar lo virtual en su proceso infinito de diferenciación respecto de sí mismo”. Ver: (ver en Boundas, “Las estrategias diferenciales en el pensamiento deleuziano”, en Gilles Deleuze y su herencia filosófica, Madrid 2007.

 

El ecuatoriano Pablo Dávalos y sus reflexiones sobre el posneoliberalismo

“El centro del problema no es el neoliberalismo, es el capitalismo”

Pablo Dávalos fue viceministro de Economía del Ecuador cuando Rafael Correa era ministro de esa cartera, durante el gobierno de Lucio Gutiérrez. Asesor de la Conaie, la organización indígena más grande del Ecuador, miembro del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y profesor universitario, acaba de publicar su libro La democracia disciplinaria. El proyecto posneoliberal para América Latina (Codeu-Puce, Quito). En sus más de quinientas páginas desmenuza el significado político del giro en el discurso de los organismos internacionales de crédito para la región, marcando un pasaje que va del famoso Consenso de Washington del FMI a los proyectos de “reconstrucción del Estado” impulsados por el Banco Mundial. Dávalos advierte en esta entrevista que ahora “el problema no es el neoliberalismo”, ya criticado por el propio Banco Mundial, sino el “neoinstitucionalismo”, que lo continúa por otros medios. Propone prestar atención al tipo de legitimidad que requieren hoy las políticas extractivistas de recursos naturales y las contrapone al discurso del “buen vivir” (sumak kawsay) consagrado en la Constitución. Propone así un debate intelectual y político sobre qué significa en América latina ir más allá del neoliberalismo.

  

–Una de las paradojas más visibles en Ecuador es que a la vez que es una economía dolarizada, tiene la legislación más avanzada sobre “el buen vivir”. ¿Cómo conviven esas dos realidades? ¿Qué materialidad tiene, más allá del texto constitucional, la cuestión del buen vivir?

–Nosotros utilizamos el dólar para todas las transacciones, no tenemos moneda nacional. La pérdida de la moneda nacional se dio en la crisis financiera que tuvimos en 1999 y 2000. En esa crisis, los bancos implosionaron, produjeron una grave situación de conmoción y el gobierno de ese entonces optó por rescatarlos con recursos públicos, entre ellos, la moneda nacional. Las consecuencias fueron una devaluación y una inflación sin precedentes en el Ecuador que determinaron el fin de la moneda nacional y la adopción del dólar. Los dólares entonces tienen que venir necesariamente por la vía del comercio exterior. Eso ha obligado a que la economía ecuatoriana sea muy abierta con relación a los mercados mundiales. Al estar muy abiertos, somos muy vulnerables. El esquema de dolarización se ha sostenido, básicamente, por las remesas que envían los migrantes. En el año 2006, esas remesas alcanzaron un punto de 3000 millones de dólares, que para una economía tan pequeña como la ecuatoriana es muy significativo. Y, además, por la coyuntura de los altos precios del petróleo: en el año 2008, cada barril de petróleo se incrementó por sobre los 100 dólares, que para una economía que exporta petróleo como la ecuatoriana es también muy significativo.


–Es decir que la dolarización se sostiene por ingresos externos…

–Estas dos fuentes, el petróleo y las remesas, han sostenido la dolarización hasta el día de hoy, lo que ha significado que la economía ecuatoriana se convierta en una economía de rentistas, de consumo, en la que no hay producción. Eso también se puede visualizar en el hecho de que el desempleo –el abierto y el encubierto (es decir el subempleo)– alcanzan al 60 por ciento de la población económicamente activa de Ecuador. Es decir, cada 100 ecuatorianos en capacidad de trabajar apenas 40 ecuatorianos tienen empleo formal. El resto no tiene empleo y tiene que buscar estrategias de sobrevivencia. La dolarización ha trastrocado también el sistema de precios. En este momento, nuestra canasta familiar está sobre los 550 dólares, mientras que el salario mínimo vital está en 240 dólares. La poca industria nacional que queda es más bien complementaria a las importaciones. Esto también ha significado que el poder de los bancos se vaya concentrando cada vez más, porque son los que determinan a quiénes entregan créditos para la dolarización, y en función de esa capacidad de arbitraje se le otorga un enorme poder al sistema financiero.


–¿Qué se plantea desde el gobierno actual frente a esta situación?

–El gobierno necesita dólares y tiene que apostar a garantizar su mayor entrada. Pero como no hay industria, la única forma por la cual esos dólares ingresan es por la vía del endeudamiento y por la vía de la renta de los recursos naturales. No existen otras fuentes. Por un lado, el gobierno ha empezado un agresivo proceso de endeudamiento, sobre todo con China. En los últimos meses del año 2010 ha suscrito convenios bilaterales con China por cerca de 5 mil millones de dólares y ha entregado el petróleo como garantía de pago de esa deuda. Y la otra apuesta del gobierno de Rafael Correa está en ingresar a la extracción de recursos naturales, en especial la minería y los servicios ambientales.


–¿Qué tipo de propuesta surge de los movimientos sociales?

–Ante eso, los movimientos sociales, y en especial el movimiento indígena, han propuesto un nuevo paradigma de vivencia y convivencia que no se asienta ni en el desarrollo, ni en la noción de crecimiento, sino en nociones diferentes como la convivialidad, el respeto a la naturaleza, la solidaridad, la reciprocidad, la complementariedad. Este nuevo paradigma o esta nueva cosmovisión es denominada como la teoría de sumak kawsay o el “buen vivir” y efectivamente ha sido recogida en la Constitución ecuatoriana como régimen alternativo de desarrollo.


–¿Podría definir los puntos centrales de su carácter alternativo?

–En primer lugar, hay que romper las individualidades estratégicas, porque en el capitalismo uno piensa primero en sí mismo, uno dice “primero yo, yo soy ciudadano, yo soy consumidor, yo maximizo mis propios beneficios y utilidades”. La noción de sumak kawsay plantea una solidaridad de los seres humanos consigo mismos, que ha sido rota por el discurso del liberalismo. Pero, a diferencia del discurso del socialismo –que planteaba una relación con una sociedad más grande, y de esta sociedad con el Estado–, en el discurso del sumak kawsay la relación del individuo ya no es con el Estado sino con su sociedad más inmediata, con su comunidad, de donde los seres humanos tienen sus referentes más cercanos. Y esta sociedad a su vez se relaciona con otras sociedades más grandes de tal manera que las estructuras de poder se construyen de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Lo segundo que plantea el sumak kawsay es quitarnos de la cabeza la noción de que más es preferible a menos. Es decir, de que siempre tenemos que producir y tener más según reza el paradigma del desarrollo, del crecimiento, de la acumulación. Y a no ver en los objetos la ontología de los seres humanos.


–Eso supone casi un cambio radical en los modos de vida…

–Por eso lo tercero tiene que ver con la dimensión del tiempo. Nosotros creemos que el tiempo es lineal y, por tanto, creemos en la acumulación. La estructura del tiempo que en este momento pertenece al capital. El sumak kawsay plantea devolverle a la sociedad el tiempo: una noción de temporalidad donde el tiempo pueda ser circular abierto. Un cuarto elemento es conferirle un sentido ético a la convivencia humana. Para el liberalismo puede haber democracia política pero no puede haber democracia económica, por eso la formación de utilidades de las empresas y de los consumidores no tiene absolutamente nada que ver con la ética. El sumak kawsay propone un cambio en ese sentido: ya no puedo enmascarar decisiones sociales en nombre de un consumo individual. Y eso significa que los recursos que han sido producidos por la explotación laboral o la depredación ambiental ya no pueden ser objetos del intercambio social. Hemos ahora logrado cierta legislación, por ejemplo para defendernos de la esclavitud o del trabajo infantil. Pero tenemos que avanzar más allá.


–Cuando se habla de alternativa en el Cono Sur, generalmente se postula al neodesarrollismo contra el neoliberalismo. ¿Cuáles serían los rasgos alternativos a esta vía neodesarrollista que hoy es la que tiene un consenso relativo en la región?

–El centro del problema no es el neoliberalismo. El centro del problema es el capitalismo. El neoliberalismo es una forma que asume el capitalismo, una forma concentrada en el poder que tienen las corporaciones y el capital financiero-especulativo. El capitalismo puede crear nuevas formas ideológicas, políticas, simbólicas, y un modo de reinventarse y lograr legitimidad a través de estas formas que ni siquiera son keynesianas, sino neodesarrollistas. Y fundamentalmente implican pensar que si nosotros explotamos la naturaleza vamos a tener recursos para hacer obra social. Eso es un engaño; como fue aquello que se decía en la época del neoliberalismo: que si privatizábamos absolutamente todo, íbamos a tener estabilidad económica. Finalmente, nunca tuvimos estabilidad económica. Igual ahora: si explotamos todos los recursos de la naturaleza, tampoco vamos a tener recursos para el sector social, ni tampoco recursos para el pleno empleo.


–¿Usted advierte sobre la capacidad del neoliberalismo para reinventarse?

–Estamos viendo cómo América latina entra en un proceso de reconversión caracterizado por la desindustrialización y la producción básicamente de commodities basadas en materias primas, donde los gobiernos utilizan el monopolio legítimo de la violencia para garantizar el despojo territorial, que significa la propiedad de pueblos ancestrales, para poner esos recursos naturales a circular en la órbita del capital. El neoliberalismo, a través del Consenso de Washington y las políticas del FMI y del Banco Mundial, adecuaron las economías en función de las necesidades del sistema-mundo, pero eso no significa que el neoliberalismo haya alcanzado las metas de estabilidad macroeconómica, ni mucho menos. Ahora estamos pasando a una nueva dinámica sustentada en la producción y en la renta de materias primas. Hay que estar atentos a los discursos que quieren justificar estas derivas extractivistas. El sistema que llamamos capitalismo tiene que ser cambiado, con las relaciones de poder que lo atraviesan, con los imaginarios que lo constituyen. El capitalismo tiene que ir al archivo de la historia de la humanidad, porque si sigue simplemente va a poner en riesgo a la vida humana sobre el planeta Tierra.


–Desde su perspectiva, el neodesarrollismo es compatible con el liberalismo. ¿Tiene esto que ver con cierto giro en las “recetas” de los organismos internacionales como el Banco Mundial?

–Es una pregunta muy pertinente, y pongo un ejemplo clarísimo. En América latina, ¿dónde han visto algún debate, algún texto, que critique al neoinstitucionalismo económico? Pero resulta que el neoinstitucionalismo económico es la doctrina, es el corpus teórico-analítico-epistemológico que está conduciendo las transformaciones y el cambio institucional de América latina y el mundo. Los penúltimos Premios Nobel de Economía, Elinor Ostrom y Oliver Williamson, son Premios Nobel institucionalistas. Joseph Stiglitz, a quien seguramente conocen bien en la Argentina, es un Premio Nobel institucionalista. También Douglas North de 1993 o Gary Becker de 1992. El institucionalismo plantea un discurso crítico a los mercados. Hay un texto de Stiglitz que se llama “El malestar en la globalización” publicado a inicios de 2000, donde se convierte en el más duro crítico del FMI y lo acusa de cosas que nosotros desde la izquierda lo habíamos acusado ya en la década del ’80. ¡Pero resulta que entonces Stiglitz era presidente del Banco Mundial! Es decir, trabajaba en Wa-shington en la oficina de enfrente a la del FMI. Esto se explica porque tienes al Banco Mundial realizando estudios a propósito de la reactivación del Estado; hay uno de 1997 que se llama “Reconstruyendo el Estado”, en el que plantea la forma por la cual tienes que reconstruir el Estado y la institucionalidad pública. Pero también recomienda la participación ciudadana, la democracia directa, el respeto a la naturaleza, la eliminación de la flexibilización laboral, etc. Entonces, una de dos: o el Banco Mundial se hizo de izquierda, o la izquierda se hizo del Banco Mundial.


–¿Cuál es su respuesta?

–Es necesario empezar a indagar y a posicionar los debates económicos. Porque en la década de los ’80 teníamos en claro lo que significaba el Consenso de Washington y el neoliberalismo. En la versión de Friedman, de Hayek, de Von Mises o de los neoliberales criollos, como Cavallo. Ahora bien, resulta que el neoliberalismo va cambiando, va mutando; el capitalismo de 2000 no es el capitalismo de 1990, en absoluto. Por eso es que ahora acude a otros expedientes teóricos mucho más complejos, con una epistéme más interdisciplinaria. ¿Y qué hacemos nosotros en la izquierda? ¡Nos quedamos criticando el Consenso de Washington cuando el Consenso de Washington ya ha sido criticado por el mismo FMI e incluso por el Banco Mundial! Y resulta que ahora, en la década del 2010 vemos cómo los cambios teóricos se dan hacia el neoinstitucionalismo y la izquierda latinoamericana no han creado su oportunidad de debatir, analizar y discutir con el neoinstitucionalismo económico. No podemos quedarnos en los marcos epistemológicos que justifican la nueva imposición neoliberal. Por eso, nosotros hablamos de postneoliberalismo, aquí en el Ecuador, para referirnos a la etapa del cambio institucional.
Desde Quito para Página/12 por Verónica Gago y Diego Sztulwark

El discurso de Horacio

Siempre tenemos que estar explicando quiénes somos, si somos o no…
Acabo de ver a Horacio (González) en 6, 7 y 8 (noche del 22 de abril, clima infectado por la participación de Vargas Llosa en la Feria del libro). Como siempre, querible. Apenas aparece esa figura para muchos conocida, con el pelo largo y sonriente, con la mirada extraviada de estar pensando mientras habla se me vienen los recuerdos de conversaciones, charlas, clases. Algo “nuestro” (algo vinculado a la Facultad de Sociales) se exhibe inesperadamente en público a través suyo. Porque el discurso de Horacio proviene de sitios más familiares y menos consagratorios. Sitios como los bares de las proximidades de Marcelo T. de Alvear 2230 o del viejo café “El británico”, de San Telmo. 
Más de una vez me encontré “bancando” (la palabra es desproporcionada pero se entiende) a Horacio sin estar de acuerdo con él por aquello de que es preferible -y más divertido- errar con él que acertar con sus oponentes. Este método no falla. De hecho, Horacio sorprendió una vez más con la deslumbrante zaga de artículos publicados en Página/12 durante el largo verano que va del 27 de octubre –fecha de la muerte de Néstor Kirchner– a marzo del 2011 –fecha de la polémica en torno a Vargas Llosa. La serie empieza con “Retrato de un matón” a propósito del asesinato de Mariano Ferreyra, sigue el artículo sobre la Vuelta de Obligado, en polémica con el festejo oficial y luego “El idioma de Félix Díaz”, sobre la represión en Formosa y “Una moral ¨sin más¨”, sobre la represión en el Indoamericano.
No creo que haya demasiados ejemplos de una peinada a contrapelo tan salvaje, sutil y oportuna como aquella que hiciese Horacio, funcionario a cargo de la Biblioteca Nacional, sobre las bases mismas en las que se estaba produciendo aquel vertiginoso consenso militante que siguió al velorio de Kirchner.
Dicho esto, lo que vi hoy en la tele no me gustó. No apareció el Horacio capaz de sorprender, salvo en un breve comentario sobre Ángel Cappa. Chicaneaba como un 6-7-ochista más. Para mi sorpresa, acabé por prestar más atención a Osvaldo Bayer, el otro invitado del programa. Todo esto debo decirlo como modo de introducción para lo que verdaderamente quiero concluir sobre el episodio con Vargas Llosa. Desde el inicio sentí que no había espacio –de nuevo– para criticar a Horacio y, al mismo tiempo, que la cosa no sería fácil para él. Antes y después de su Largas a Vargas (con su remate soberbio) tuve una misma sensación: Horacio tenía razón a pesar de que se metía en una trampa muy difícil de sortear (lo que favoreció que muchos digan que se había equivocado). Y tenía razón, digo, por razones no muy claras. 
Se ha discutido tanto estos últimos 45 días sobre el asunto que se me escapan todos los matices argumentales. Pero reconozco dos impresiones perdurables. La primera es que Horacio tuvo razón todo el tiempo, incluso a pesar suyo, incluso a pesar de que sus razones no triunfaron. Y es que no cabe someter a Horacio a sospecha alguna (y menos a condena sumaria como hicieron no pocos opinólogos) respecto de la cuestión de la tolerancia. Me animo a afirmar que el pensamiento de Horacio funciona en una dialéctica muy compleja respecto del otro, y que la tradición liberal no le es para nada ajena. Muy por el contrario, creo que una de las derrotas de Horacio en estos episodios es la licuación de este modo tan propio de un pensar esencialmente dialógico. Alguien ha preguntado qué hubiese sucedido si en lugar Vargas se hubiese tratado de Borges. Aunque Horacio respondió más de una vez que no había comparación posible, asumamos que para muchos lo que se discutió fue eso: ¿qué hacemos con Borges? Y creo que la respuesta es demasiado sencilla: Horacio es borgeano y ese vínculo González-Borges, es precisamente lo que descuidó tanto en la argumentación kirchnerista como en la antikirchnerista durante estas largas semanas. 
Lo segundo que me queda en claro de este de episodio es el fuerte contraste entre este gesto y la –para mí– desafortunada participación de la presidenta “desautorizando” a Horacio frente a la reacción de los medios ante su primera carta, y empleando para todo ello la expresión “libertad” (de prensa, de opinión, da igual). Cabía imaginar una escena distendida en que la presidenta, sonriendo con González en público, ironizara sobre la hipersensibilidad de quienes malinterpretaban la invitación a la discusión con la inexistente vocación de censura. Pero no fue así, y de remate, Horacio Verbistky reforzó el gesto presidencial en una de sus columnas de los domingos, comparando a Horacio con la impresentable diputada Conti. Esperemos que el reciente libro de Horacio (Kirchnerismo: una controversia cultural) corra mejor suerte en un debate que, bien mirado, implica una apertura dentro del propio campo (y del propio campo intelectual oficial, ensombrecido por figuras como la de Coscia). 
Las tensiones que un tipo de su generación y su amplitud de lecturas y sensibilidad puede proponer al debate público para desarmar simplificaciones atroces (un Horacio borgeano) no cuaja con la muestra del Palé de Glace sobre “pensamiento nacional”. El problema se presenta, creo, cuando ante la incomprensión en el propio campo, HG se recuesta en los compañeros de 6, 7 y 8 neutralizando su potencia irónica de otras apariciones (o escribe a partir de una imagen melancólica del intelectual que lo aproximan peligrosamente a las simplificaciones –Foucault = fundaciones gringas!- tipo Fenimann: “¿Persisten intelectuales de este rango? ¿Los años foucaultianos, con su intelectual cartógrafo o micropolítico, no los han desplazado? ¿Los modelos de investigación universitaria, las redes institucionales de tecnologías archivísticas y modelos de pesquisa, no los han convertido en anacrónicos? ¿Las foundations neoconservadoras no han creado una nueva figura del converso, el sepulturero más eficaz del pasado que lo persigue quedamente?”). Dicho esto, corresponde señalar el equívoco por el cual se festeja o condena a HG por lo que no es (o, al menos, ¡por lo que podría no ser!). 
Efectivamente, creo que Horacio se ha encomiado a la tarea solitaria, pero indispensable del trazado de una diferencia en la diferencia, de la exposición valiente en el modo de tratar los contrapuntos de todo aquello que hoy se elude estúpidamente (tanto entre distantes como entre amigos) y del ejercicio fundamental de esclarecimiento de las tensiones y posibilidades de este momento inquietante del proceso político en curso. Horacio –esto es, creo, lo difícil de asumir para propios y extraños– se ha atrevido a escribir (al menos hasta el episodio Vargas) por el quantum de no-kirchnerismo que el kirchnerismo posee en su interior al menos y sobre todo a partir del 27 de octubre. Quiero decir: no alcanza con admirar –como quien queda perplejo ante una virtud ajena- al Horacio “lector de Borges” sin aprender a amar a Borges destartalando con ello antinomias ultra-sencillas en literatura. O con festejar que Horacio apele, solitario de toda soledad-inmediatamente luego de la muerte de Kirchner- a la muerte de Ferreyra sin incomodarse un poco, aunque sea, con la promoción de un juvenilismo desdramatizado. O con disfrutar su artículo sobre Félix Díaz sin tomar en serio las dinámicas de fondo que llevan a involucrar esferas oficiales en episodios de violencia contra formas comunitarias de existencia, a veces (no siempre) demasiado alejadas de Buenos Aires. O con leer su intervención sobre los asuntos del Indoamericano sin indignarse con cierta astucia gubernamental (justo cuando 6, 7 y 8 se esfuerza por orientar nuestros enojos exclusivamente con gente como Caparrós y Tenembaun).
Va de suyo que la polémica de Horacio contra Vargas es digna, “histórica” si se quiere, y cuenta con nuestras más desinteresadas adhesiones. Pero estimo que sería de una enorme pobreza dejar pasar por alto lo fundamental del tono de las intervenciones de Horacio: la carga de sutil ironía como modo de asumir las verdades (también las más oscuras) de estos tiempos: descansando menos en los lugares comunes y exigiendo siempre más complejidad, incluso (o sobre todo) a lo que se considera como el propio campo. 
Sobre todo en este gesto que lleva su firma reconozco el tono de su linaje militante. Soy de los que no se entusiasma así nomás con la supuesta revitalización de una tradición del pensamiento (o canon) así llamado “nacional”. En partes porque descreo de su presunta vitalidad y en parte porque le veo demasiados puentes con la tradición liberal (como el estatismo acrítico y la confianza de que la economía de mercado controlada se “abuena”, como si estado y mercado fuesen dos substancias a dosificar, y no a revisar en su propia naturaleza). Un poco lo que dijo, sintético, Eduardo Rinesi durante el encuentro convocado por Carta Abierta en la feria -el día 23 abril, reproducido por página 12-: se es “libre en el Estado y gracias al Estado.
No creo que la Argentina se resuma o se resuelva en una batalla entre ambos contendientes y, por tanto, veo en Horacio menos un exponente de una de estas tradiciones (digo todo esto a pesar suyo, desde ya, aunque en su libro Horacio describe al canon como “divina inutilidad”) y más una singularidad excepcional del lenguaje (y la lectura). Dicho de otro modo: si él no estuviese entre nosotros hablando y escribiendo no encontraría demasiado motivos para el contacto con el nacionalismo intelectual. Este es un tema para profundizar, pero creo que no somos pocos los admiradores de Horacio más sensible a componer con diferentes trayectos libertarios nuestra propia “tradición” (otorgando a figuras como Cooke y Viñas –cada vez mas centrales en sus propios afectos- sitios bien destacados). Más que oponer una cultura “nacional” a otra “global” (o bien “liberal” o directamente colonial), quizás debiéramos adoptar el camino de León Rozitchner (otro destacable): se trata de pensar a partir de la propia situación (que siempre es entre otras cosas, pero no solo, “nacional”) para proyectar desde allí nuevos tonos y tensiones a lo global-concreto, complejo.  
Discutir con Horacio no es tarea sencilla, y no creo que la discusión más interesante que valga la pena tener con él sea sobre el kirhchnerismo (como cierta lectura de su libro podría hacer creer). Por lo mismo que el kirchnerismo es para él un conjunto de signos convocantes a reactivar linajes democráticos y libertarios, a crear lenguajes para nombrar lo innombrable de un pueblo que no se totaliza a sí mismo y un estado general de debate (aunque con tendencias a convertirse en un debate entre intelectuales), no encuentro razones de peso para priorizar su preocupada reflexión sobre las razones que encuentra para sostener su “creencia” en Kirchner por sobre todo aquello realmente importante que Horacio percibe como constituyendo una oportunidad efectiva de apertura y replanteo.  
Por mi parte, propondría al menos estos tres aspectos para comenzar (alguna vez tendrá que ser) la amigable tarea: tomaría en serio su propia dialéctica hacia el otro, su borgismo (descubrir hasta qué punto es el otro el que lleva la razón, o lo que el llama “argumentación generosa”), que lo resitúa (en el mejor de los casos) en el límite exterior que el kirchnerismo contiene; señalaría también toda exageración nostálgica del intelectual universal como héroe político y, por último, pondría en tela de juicio la supuesta alteridad radical que la izquierda nacional cree tener respecto de la tradición liberal.
Diego Sztulwark

Crónicas del 15-M (desde allá con ojos de acá)‏

La secuencia que hemos vivido durante esta semana en Madrid puede relatarse más o menos así: las semanas y meses previos habían ocurrido una serie de convocatorias de todo tipo para rechazar la gestión nefasta de la crisis (gestión a cargo del PSOE a nivel nacional y del PP a nivel de Madrid. Según las encuestas el PP ganará las próximas elecciones presidenciales que, si no se adelantan, tienen fecha en el 2012). Desde la publicación de varios manifiestos llamando a la «indignación» general», a una huelga desganada convocada por las centrales sindicales (irremediablemente oficialistas) y alguna manifestación pionera, más uno que otro intento disperso por poner en evidencia tanta bronca. Para hacerse una idea de esta «gestión», hay que fijarse en cómo funciona el asunto del crédito hipotecario para obtener una vivienda: si una persona saca una hipoteca (durante muchos años los bancos la ofrecían con muchas facilidades) y luego -ante la desmejora del panorama económico- no puede pagar, el banco te quitan la vivienda, luego no te devuelven lo que ya venías pagando y, finalmente, quedás endeudado por el resto de la hipoteca. Si querés vender la deuda tenés que hacerte cargo de la diferencia entre el precio a que sacaste la hipoteca y el precio menor al que pudiste vender. Si no te haces cargo de la deuda, pues, quedas inhibido financieramente y se te ejecuta la garantía, ¿qué tal? Sumale a esto 20% de desocupados más una precarización de grande a creciente y el hecho de que el seguro de desempleo sólo funciona por un año. A los migrantes se lo adelantaron, para que con ese dinero se fueran a sus países.
Desde nuestra mirada-relámpago del centro de Madrid, aún no hay una producción de imágenes contundentes de la crisis. Se percibe más bien un nivel de consumo elevado (bares, comida en la calle, mucha movida), nada que nos recuerde al arrasamiento a que asociamos nosotros, porteños, este tipo de crisis. Otra cosa es escuchar a las personas. Todos cuentan historias de «parados» y de «hipotecados». Pero la sensación primera al caminar por todos lados es la de una ciudad que aparenta completa normalidad de ritmos de trabajo y ocio.
Digamos que, hasta donde alcanzamos a ver, aquí no hay nada parecido a un 2001 argentino. Eliminada la tentación de la comparación, tratamos de contar qué sí hay, qué sí vemos, y -si nos da la inspiración- intentaremos transmitir la alegría perpleja, desbordante y contagiosa que muestran estos días lxs amigxs de por acá.  
Retomemos la crónica. Llegando a Madrid ya habíamos visto la convocatoria a la manifestación del domingo 15 (15-M) (en decenas de ciudades de España al mismo tiempo), y fuimos curiosos para ver qué sucedía allí. El sentido de la oportunidad no es menor para comprender «porqué ahora»: el próximo domingo hay elecciones locales en casi todo el país y el PP tiene las de ganar no sólo en Madrid sino en varias «comunidades» y ciudades, incluyendo algunos bastiones históricos del socialismo.
Algo había en el aire, algo atragantado en la gente ante lo cerrado del panorama de crisis sin horizonte, giro a la derecha luego del desastre del PP, corrupción de los partidos, incluso de la Izquierda Unida, pasividad de los desocupados, incapacidad de dar cauce expresivo a la «indignación.
De llegada a la plaza todo era clima de domingo de sol primaveral. La policía nos paró y nos revisó las mochilas, a pesar de que íbamos con Iván y como parte de un reducido núcleo de aspecto completamente inofensivo. En el camino fuimos reconociendo amigos de Madrid y de Buenos Aires que coincidían en curiosidad y entusiasmo.
La manifestación había sido convocada por varios grupos y listas de redes sociales, la que más se nombra es una «Plataforma Democracia Real». Como decís, la convocatoria era clara en que se invitaba a todos pero que se trataba de una manifestación sin «referentes» clásicos. La «mani» partía a las 18hs de Plaza Cibeles rumbo a Puerta del Sol, centro de Madrid. «Éramos» miles de personas. No es fácil calcular cuántas, pero mucho más de lo que los amigos-activistas de por acá calculaban o preveían. Así nos dijo Raúl, un antiguo militante con chaleco de «seguridad» a cargo del cuidado de la movida, como dispositivo decidido en asamblea y, según parece, acordado con el ayuntamiento. La composición era bastante homogénea. Jóvenes blancxs de clase media. Pero hubo ahí varias consignas (desde algunas menos innovadoras: que la crisis la paguen ellos; políticos no nos representan; a otros más sugerentes: «me gustas cuando votas porque estás como ausente» y «nuestro trabajo, vuestro botín»; «jóvenes sin futuro, sin casa, sin trabajo y sin miedo»; «indignados» y «democracia real ya») y varios logros: se logró que los grupos partidarios grandes y chicos participen sin banderas ni columnas propias; que la pluralidad de formas de ocupar el espacio se manifestase de modo fluido y alegre; impidieron al mismo tiempo cualquier apropiación de la movida abriendo un espacio notable a una nueva generación muy joven que parece estar liderando la movida tanto organizativa como simbólicamente. 
Los comentarios de los amigos eran que sorprendía la cantidad de gente suelta, o nueva, u organizada de modo espontáneo y abierto (pero también el hecho de que los grupos de izquierda y sindicales asumían -por astucia o debilidad- estas condiciones), la capacidad de alojar indignaciones varias de modo convergente y transversal. A nosotros nos llamaba la atención -a la salida de la «mani»- que las consignas apunten más bien a los «políticos» en un sentido «destituyente» (en el sentido que le hemos dado a esto en el 2001, y no el que tomó luego con la crisis de la 125). Es decir, contra los políticos más que contra la dinámica ultraneoliberal, contra los bancos por ejemplo. (De hecho el rescate del estado a los bancos cobró acá dimensiones escandalosas).
Hacia el final hubieron algunos disturbios menores, y un grupo (del que no se sabe demasiado y no parece ser parte del núcleo convocante) decidió quedarse -sorpresivamente- en Sol, y acampar (Yes we Camp).
De todo esto nos vamos enterando por correos de móvil. La gente acá tiene twiter en sus teléfonos personales y la coordinación es vertiginosa y ultra eficaz. Este tema de las redes sociales está en el corazón del asunto. Primero, porque el acampe de la plaza resuena a todos a la imagen de Plaza Tahir, Egipto. Segundo por lo verdaderamente eficaz. Pero el hecho de que las redes permitan una movilización hiper-inteligente, no está exenta de curiosidades. En la plaza una voz dijo «estamos en facebook» y una parte de la plaza respondió «no estamos en facebook, estamos en la calle». De tanta aglomeración, en Plaza de Sol no hay señal para los móviles.   
La madrugada del lunes al martes la policía cargó contra el campamento y hubieron detenidos. Esa misma tarde, hubo una convocatoria (siempre por twitter y facebook) para ocupar la plaza Sol nuevamente. Ya los medios no hablaban de otra cosa. El problema de la ocupación se planteaba así: es legítima la bronca de la gente, pero hay que custodiar la legalidad del proceso electoral, sobre todo el día sábado (desde las 12 de esta noche) el período de reflexión ciudadana.  
El martes «éramos» unas 5000 personas en Sol cantando consignas contra la gestión de la crisis (contra el «atraco», la «especulación», etc) y sobre todo en torno a lo que es el gran eje del asunto: «no nos representan» y «PSOE y PP son lo mismo». Como dice un amigo madrileño veterano en estas lides  -Amador-: «se apunta al sistema político porque es el que tenemos a mano, pero el fondo del asunto es la cuestión del gobierno de los mercados». Y también «el asunto primero es el de la representación, pero esto permite que confluyan cosas muy distintas, desde el cuestionamiento de la representación en sí, hasta las múltiples formas de recomponerla».
Amador viene pensando con Marga -otra amiga de larguísima experiencias en el movimiento de ocupaciones y actual hacker- y otrxs amigxs de por acá sobre el carácter anónimo de las nuevas politizaciones, al menos desde el 11-M. El asunto ahora, para ellos, es cómo hacer para no explicar lo que está ocurriendo (todo parece confirmar esas intuiciones) a en esos conceptos previos, por adecuados que parezcan. Marga está haciendo circular ahora mismo un mapa conceptual de lo más original para dar cuenta de las conexiones que convergen en la inteligencia de la plaza.
Esa tarde en Sol había un entusiasmo increíble. En un momento unos jóvenes toman la palabra con un micrófono y dicen «no somos colectivos, ni asociaciones, somos personas» (aplausos). «queremos democracia real». «Que los políticos no representen a los bancos y mercados sino a nosotros, que somos quienes tenemos derechos». La gente: «que no, que no nos representan». Y luego, los jóvenes: «queremos formular una pregunta: ¿queremos pasar la noche aquí?». La gente: «no tenemos casa, dormimos en la plaza».
A esa altura sucedían cosas parecidas en varias ciudades de España, los políticos -siempre a través de los medios- no sabían qué decir.
La organización del campamento fue rapidísima y muy cuidada, muy prolija: es decir, muy astuta. Hay tiendas, lonas, y comisiones. Se discuten todo tipo de propuestas, se debate sobre la representación (una consigna importante es la reforma del código electoral que beneficia al bipartidismo), se limpia la plaza, se reciben todo tipo de cosas que los vecinos regalan (comida sobre todo) sin aceptar dinero, se coordinan espacios de cuidado para los niños a la tarde-noche (una de las demandas que confluyen en la plaza es la falta de «plazas» o vacantes en la ciudad de Madrid para guarderías y escuelas). Nuestra amiga Marta -que participo de la mítica ocupación de El Laboratorio y de Precarias a la deriva entre otras experiencias-, madre de mellizas, dijo que un espacio para niños en una dinámica como esta le parecía una verdadera revolución.
El día miércoles la corte electoral nacional dictó una prohibición de que la gente esté en la plaza en el periodo de reflexión electoral y el ministro del interior (del PSOE, de quien depende la policía) anuncia que no van a reprimir. Se habla ahora de una manifestación importante para mañana sábado.
Ayer, jueves, en la plaza había de todo. Se discute de política, circula mucha gente. Pasan personas con cacerolas a la argentina. Hubo una presentación del libro «La crisis que viene», de Traficantes de Sueños aportando conceptos a todo esto.
Por internet circulan textos de varios colectivos o de gente inspirada con todos los tonos imaginables. En general la tensión que todos asumen es la de si es necesario o perjudicial dar una interpretación interna de los hechos de modo tan rápido.
Esta mañana Fernando Bárcena, profesor en la universidad de Madrid, llevó a sus alumnos a la plaza para preguntarse con ellos si hay un tono «romántico» (el tema que están trabajando) en torno a la plaza.
En Barcelona, según cuenta una amiga -Alida- hay menos gente, pero mucha creatividad: hay músicos, mujeres cocinando, Santiago López Petit dio una clase con sus alumnos y así. 
En la plaza, como decíamos, hay un poco de todo pero no se nota presencia migrante, ni demasiado policlasista. Pero la gente de todo tipo pasa, charla, regala cosas, canta, hace carteles con consignas. Hay una simpatía general con la plaza. Una mujer mayor lloraba sobre un hacker y le decía: «hago política en el PP pero el pueblo es esto, estoy frustrada».
Los activistas de más experiencia están, buscan cómo aportar, ceden de buen grado el liderazgo a los jóvenes (saben que ellos nunca hubieran logrado algo semejante) y a su modo tratan de entender participando. Luego en el barrio Lavapiés donde se refugian a tomar unas cervezas se saludan con una sonrisa inédita, con gesto implícito de «se vino la comuna», o con ceño fruncido de ¿»cómo seguimos»?
Un amigo argentino de mi viejo que vive acá hace años, dedicado al negocio de los libros y a quien imagino durante los años anteriores como alguien que puede haber votado en ocasiones al Psoe señala lo increíblemente positivo todo esto. La indignación era necesaria. El sistema político y el financiero están ahogándolo todo. Silvia, su compañera de años, está completamente de acuerdo con las consignas de Sol.  Sus hijas (una en Madrid y otra en Barcelona) sienten una identificación directa con lo que ocurre en las plazas.
La gente en Sol no habla de lo que va a pasar y no se piensa mucho aún en el futuro del movimiento. Por ahora lo notable es la capacidad -la inteligencia sorpresiva- de neutralizar todos los modos de desarmar la cosa por parte de los diferentes niveles del estado, los partidos y los medios. Básicamente su capacidad de estigmatizar, de organizar estereotipos y de aplicación de leyes «de orden» o represivas.
Finalizamos esta primera, breve y rápida crónica apuntando otro comentario de nuestra amiga Marga: no es tan impactante el número de gente movilizada, como la inteligencia difusa que se puso en marcha. Una inteligencia que circulaba ya por las ciudades europeas bajo modos de autoorganización en el trabajo sobre todo de servicios y en experiencias políticas recientes (como v de viviendas), pero que no emergía para decir «basta» ante tanta desazón. Una inteligencia, en fin, capaz de una interpelación inédita e inimaginable para convocar a las personas sin que necesariamente deban movilizarse en la plaza y para desorientar a los actores políticos y sociales existentes.
Abrazos desde Madrid, Verónica Gago y Diego Sztulwark

II. Crónicas del 15-M (desde allá con ojos de acá)


El jueves pasado mandamos algunas impresiones. La situación era la siguiente: miles de personas habían ocupado Sol, kilómetro 0 de Madrid y la corte electoral había dicho que el sábado –jornada de reflexión preelectoral– debía despejarse el predio. A pesar de que Rubalcaba –Ministro del Interior, segundo de Zapatero y precandidato presidencial para el 2012– había dicho que la policía no intervendría sino para garantizar la paz pública, el viernes a las 00 hs. la plaza entró en la “ilegalidad” y, para cerebrarlo, se reunieron unas 25.000 personas según diario El público. Fue el punto más alto de la movilización en Madrid –aunque cosas similares pasaban con escala variable en unas 60 ciudades de España–. Las fronteras entre Sol y el resto de la ciudad se desvanecieron y la «gente» (esa pluralidad indescriptible) tomó Sol en claro desafío.
La organización de la plaza, de alta a creciente. Desde el inicio se prohíbe tomar alcohol. Hay una comisión de «respeto» que impide que los grupos y grupitos pongan consignas particulares o banderas propias. La asamblea se reúne dos veces por día (mediodía y, sobre todo, tarde-noche). Allí se va legitimando todo, se decide de dónde sacar la luz, cómo se gestionan las contribuciones y cuáles son los puntos que la plaza reivindica. Mientras funcionan una cantidad de comisiones que dependen directamente de dicha asamblea general –como siempre, instancia soberana–.
Esas comisiones son las de Respeto (seguridad), Comunicación, Cuidados, Cocina, Acciones, etc. Dentro de la comisión de Acciones, por ejemplo, funcionan una enorme cantidad de grupos de trabajo como “Acción política a largo plazo”, “Acción político a corto plazo”, “Lenguaje”, “Pensamiento abstracto”, “Medioambiente” y un largo etcétera. Cada uno de estos grupos de trabajo se reúne, a su vez, en asamblea diaria y tiene una inmensa vivacidad y aleatoriedad.
El sábado recorrimos varias asambleas. Alcanzaba con que tres o cuatro personas se pusieran a charlar para que apareciera un moderador, un megáfono y una dinámica impactante de agregación.
En las asambleas por las que pasamos primaba lo siguiente: mucha bronca a los políticos tradicionales y un montón de propuestas de bajarles el salario e investigarlos judicialmente. Otro tema recurrente son los bancos. Se discutía, por ejemplo, hacer un referendum público para decidir «qué hacemos con nuestro dinero». 
Otro punto fundamental es cómo sigue el proceso. Hasta cuándo seguir acampando en Sol y cuáles serían las estrategias convenientes para desarrollar el proceso más allá de Sol. A lo primero se resolvió, finalmente, que Sol continúa hasta el domingo próximo. Lo segundo sigue en discusión, pero lo cierto es que hay una apuesta a los barrios. El sábado próximo habrá asambleas en barrios y la dinámica parece ser la de mantener barrios y comisiones y levantar Sol. Ayer un chico de la organización nos decía que recién en tres o cuatro meses se podrá tener en Sol una asamblea general a partir de las asambleas barriales.
Mientras tanto, todo esto fluye con una velocidad impresionante y las cosas se discuten en una decena de asambleas diarias muy bien organizadas.
Charlamos con varios pibes que contaban historias parecidas: no vienen de la militancia, tienen alrededor de 30 años, tienen un tipo de politización personal desde siempre, no quieren saber nada con los partidos políticos ni con lo que llaman el sistema, no tienen buenos laburos, pero saben hacer de todo. Muchos de ellos se sumaron a la plaza después de la represión del martes y a todos se los ve muy convencidos con esta movida y dispuestos a ejercer un poder que están, fascinados, descubriendo. Uno de ellos decía: «Esto no termina el domingo porque esto no es electoral. De acá va a salir una nueva idea de la democracia«.
Durante el domingo de elecciones, el acampe se redujo un poco en cantidad de gente, pero se mantuvo muy poblado y activo. Acompañamos a votar a un amigo, Jabuti. Su idea fue votar un partido chico, interlocutor de la asamblea. Nos dice que un efecto de Sol es que la gente discute de política y piensa dos veces el voto. Casi todos nuestros amigos están filmando y/o haciendo radio en directo desde la plaza.
El domingo por la tarde ya se supo rápidamente el resultado. Lo más remarcado fue, no tanto el triunfo de la derecha, (el PP sólo subió 2 puntos), sino la debacle del PSOE que perdió 8 puntos frente al PP. Izquierda Unida subió un poquito, pero no se benefició para nada del derrumbe del socialismo. El panorama de conjunto es de crisis y reorganización de las izquierdas.
El domingo, conversando con un militante del PSOE, decía que el error del partido había sido aplicar una reforma laboral en vez de dimitir y presentar un programa de crisis. También decía que Sol era su propia base pidiendo renovación.
El corresponsal de Canal 13 en Madrid nos pidió una nota, a lo que nos negamos.

Nos vamos ahora para una actividad y luego a la plaza. 

Abrazos desde Madrid, Verónica Gago y Diego Sztulwark

III. Crónicas del 15-M (desde allá con ojos de acá):

Impresiones (finales) desde Sol
Soledad y Ciudad Sol 
Para comprender un poco mejor Sol, sus condiciones de emergencia y arraigo, dicen varios amigos por acá, hay que asumir el contexto de soledad y disgregación organizada que lo impregna todo. Haríamos bien en mirar por ese lado para comprender la fuerza y la lucidez de los acampes. Flor, por ejemplo, joven egresada de filosofía, dice que ella misma y sus compañeros tratan la escritura de un modo nuevo, en relación a la generación de sus profesores. Ya no buscan hacer largas tesis librescas sobre algún pensador clásico sino que intentan ligar con artefactos culturales contemporáneos, pensar cruces, hacer una tarea menos solitaria. Pero el acampe no necesariamente es antídoto. Exige mucha energía, una entrega excesiva para quienes buscan combatir esa soledad cuidando de no repetir experiencias que unidimensionalizan la vida.
Otro rasgo de Sol es la apelación continua a los «jóvenes». El protagonismo juvenil es innegable y feliz. Pero el discurso que descarga todo sobre «lo joven» deja mucho por abarcar.
Un punto bastante señalado del acampe es el hecho de haberse convertido en una ciudad, otra ciudad. Sol como micro-ciudad. Campamento amoroso, con guardería, comida gratis, sitio para descansar, para cocinar, para leer. Lo de la lectura es insistente. Desde el inicio hay un cartel que dice «Lea más». En la biblioteca otro cartel advierte: “este no es un sitio para descansar sino para leer”. Hay también un huerto con una leyenda: “si nos quedamos los meses suficientes comeremos de nuestra lechuga”. Intercambios en abundancia y sin moneda, «chabolismo horizontal». O, como se preguntaba Alida Díaz: ¿ciudad (des)utópica que expresa de algún modo nuestro futuro? Sol como exhibición de muchos planos en movimiento produce imágenes, lanza preguntas, propone problemas. 

 Respeto
El campamento de Sol es pragmático, inteligente y unitario. Trabaja con decenas de voceros rotativos. De entre todas las comisiones hay una, la de respeto, que caracteriza mejor el tono de la movida. La comisión de respeto vela a toda hora porque en el territorio de la plaza se resguarde este espíritu de suma sin exclusiones. Ha habido decenas de conflictos con grupos y personas que beben alcohol o que llegan con una pancarta que a los ojos de los organizadores supone una demanda particular, que divide y excluye a otros. Entonces la comisión saca los carteles, calma a la gente, dialoga hasta el cansancio. Sol finalmente no busca el consenso sino la unanimidad. Y para ello se dota de una paciencia infinita. Las propias asambleas son de una curiosidad semiótica increíble. Hay gestos manuales -que vienen de larga tradición- que significan que alguien, por ejemplo, está en «objeción radical» con lo que se está decidiendo. Como no se vota, esta «objeción» debe ser total y además debe contar con un argumento de peso. Otro gesto solicita una interrupción puntual a un argumento. Así como no se vota, tampoco se puede aplaudir para evitar el ruido. Cuando el orador suscita simpatías -consenso- se alzan y agitan las dos manos. Otra comisión incansable: la de comunicación (que lleva la relación con la prensa, la comunicación interna y una incesante actividad de traducción con las más diversas lenguas). Una comisión -o grupo- curioso es el de análisis, que investiga en vivo la génesis del movimiento. Esta vocación de autoregistro es abrumadora. Existe un mapa conceptual del acampe en continuo desarrollo. Hay quien pide que no se tiren los carteles, insumo fundamental para la autoinvestigacion del movimiento.    
¿Levantar el acampe?
El viernes por la mañana el nuevo gobierno de derecha atacó al acampe de Barcelona. Como se vio en directo por TV, la brutalidad fue gigante y numerosos los heridos, y en pocos minutos miles de personas se volcaron a la calle retomando la plaza. La noche del domingo el acampe de Barcelona manejó con mucha astucia cualquier provocación derivada de los festejos del triunfo futbolístico.
¿Quién querría, en este contexto, levantar el acampe? Hay al menos dos grandes filones argumentales entre quienes insisten en que es ya hora de abandonar la plaza, así sea para volver de otro modo. Un razonamiento dice así: la manifestación del 15-M fue un primer paso, un gesto muy bien pensado que supo identificar una coyuntura precisa para intervenir. Sol fue un segundo paso, un verdadero despliegue que agregó una potencia nueva al gesto inicial, introduciendo incertidumbre e inventando, al mismo tiempo, un «nosotros» incluyente antes unas elecciones que sólo iban a confirmar la urgencia de la gestión de la crisis. Pasada esa coyuntura, se argumenta, tenemos que crear otro paso, un tercer desplazamiento que dote de nuevo territorio y objetivo. Un pasaje del acontecimiento al movimiento. 
Otro argumento para levantar el acampe registra condiciones muy reales de desgaste entre los propios acampantes. La comisión de comisiones argumentó ayer en la asamblea general narrando situaciones de “inseguridad”: una pelea con cuchillos, un intento de abuso sexual, cansancio, conflictos varios.
De otro lado, quienes argumentan por permanecer en la plaza sostienen que Sol es epicentro del movimiento. Que es cierto que la plaza desgasta, pero que levantar la acampada es diluir el símbolo y la potencia del movimiento. No es fácil el asunto de volver ahora a casa y al trabajo. El acampe espanta y enamora. No es poca cosa que mientras la asamblea debatía el último domingo cómo seguir, miles de personas tomaban la Bastilla, en París y otros miles tomaban la plaza de Atenas, motivados por Sol.
Ambos argumentos temen al desgaste y al encapsulamiento. E insisten en que es mejor irse solos por la puerta grande, en una suerte de marcha festiva, a que nos saque la policía.
Mientras tanto, el sábado, se hicieron decenas de asambleas en barrios y pueblos de Madrid, con más de 25.000 asistentes. El movimiento es un hecho, pero nadie sabe exactamente cómo acortar la brecha de tiempo entre el aguante en Sol y la invención de un sentido y unos mecanismos para su efectivo despliegue. Un amigo, Amador, que había estado en la asamblea de su barrio nos decía: «la asamblea fue grande, pero en el barrio falta el gesto radical que le de fuerza y motivo, un acampe local, algo que nos permita volver a los barrios, pero no a los barrios de siempre, sino a los barrios conmovidos por Sol».
Rafaela, migrante dominicana, integrante del colectivo Territorio Doméstico, nos decía que su asamblea (varios centenares de personas en Vallecas) mostraba un barrio distinto al que acostumbran las organizaciones vecinales. Sol le restó poder al modo más jerárquico y patriarcal de la vida barrial y da lugar a dinámicas horizontales y abiertas, más afines a su modo de entender la vida política. En esta perspectiva, el movimiento está elaborando, de manera intensiva, nociones trabajosas como consenso, duración, y eficacia de las redes
La prueba del tiempo y las marcas de la crisis
La crisis que vive España, incluso el sur de Europa, no parece pasajera. Un amigo que se dedica a la venta de libros nos muestra un container con cientos de miles de libros de arte, arquitectura, cocina. Libros en los que deslumbran las fotos, el diseño, la tapa dura. “Estos libros fueron hechos para una España que no va a volver”, dice.
Otra marca de la crisis: se vincula a Sol a una figura del “joven” ultra-capacitado pero incapaz de obtener empleo y con ello experiencia laboral. Muchos títulos y poca calle, o mejor, poca trayectoria en el mundo del trabajo, del mercado.
Jóvenes sin futuro.
La preocupación de Marta Malo parece ir en la misma dirección. La crisis afecta a personas de las más diversas condiciones, y el movimiento que se está fundando tiene el desafío de articularse con los migrantes y los sin papeles.  
El movimiento está desafiado a atravesar la prueba del tiempo. Durar, en plena crisis, implica elaborar una alternativa para y desde estas subjetividades de –y en– crisis.  Pero también: sólo la duración será signo de este arraigo.
Programa mínimo
Han salido cuatro puntos mínimos de la acampada/asamblea. Reforma de la ley electoral que fortalece al bipartidismo, lucha contra la corrupción, división de poderes, instauración de modos de control desde abajo. Es el resultado del trabajo esforzado de la unanimidad. Muchos celebran este resultado en términos de demandas realistas y casi subversivas en su aparente moderación. Previsiblemente hay críticas: democracia real es refundar la democracia y no sujetarse a la ley.
Lo cierto es que puntos mínimos, comisiones, códigos manuales para hacer fluida la asamblea, infinita paciencia, pragmatismo incluyente son algunas de las claves con que el movimiento se extiende a los barrios, para ganar tiempo, para seguir buscando el modo.
Marga Padilla, una amiga a la que hemos escuchado mucho estos días, dice que el movimiento del 15-M pasa del paradigma red al paradigma cadena. Entendemos que habla de la cadena en dos sentidos. De un lado, ningún eslabón puede faltar. Debemos estar todos, todos. De otro lado, tirando de una cadena como ésta se romperá en el eslabón más débil. Y este eslabón son los políticos. Los mercados, auténtico enemigo, no están tan débiles ni a la mano sino es a través del cuestionamiento al sistema de partidos.   
¿Qué sería que el estado gestione mejor la crisis? Pues, no estatizar los mercados, sino (tal vez) que el estado trabaje para mejorar los mercados (laboral, de alimentos, de vivienda, etc.).
Mutación del mapa geográfico
Dice Marina Garcés, amiga catalana, que Sol no inventa la toma de la plaza sino que repite el gesto (de Plaza Tarhir). Y en cada repetición el gesto debe singularizarse. Sol dialoga con El Cairo. Si el mundo árabe era hasta hace poco cliché (para el turismo, el exotismo o las narrativas antiterroristas), ahora se convierte en imagen de inspiración e interés. 
Guerra civil de los modos de vida
En la red y en la plaza hay problemas de todo tipo. Conflictos verbales, choques físicos, disidencias profundas. Circula el disgusto por la pluralidad de actividades y estéticas que pueblan la plaza. Del turismo al tai-chi. Para una parte de la plaza no hay que perder la línea política. Para otra se trata de mostrar la vida que queremos. Como sucede en todo verdadero acontecimiento resulta imposible contar/registrar todo lo que va ocurriendo. Porque lo que ocurre. ocurre en todas partes, todo el tiempo. Y existe una multiplicidad de perspectivas narrativas activas. Ellas mismas son más militantes, más nihilistas, o más espiritualistas, o chamánicas, etc. En todo caso, llama la atención –lo confirman algunas amigas de Las Lindes que trabajan en educación y ven a sus alumnos coordinando asambleas en la plaza- que los chicos más jóvenes se ocupen menos de contenidos ideológicos y reivindicativos y muchos más –y muy bien- de las mediaciones, las coordinaciones, los registros, etc.
#spanish revolution. Política de los no politizados
Si una palabra fue clave en los movimientos sociales europeos de la última década fue “precarización”.  Y bien, esta palabra hasta el momento brilla por su ausencia. ¿Se trata, entonces, de politizar la plaza o bien de asumir que estamos ante un tipo de politización de nuevo tipo que algunos llaman “humanista”? Curioso: la plaza utiliza constantemente una palabra que los movimientos sociales europeos habían dejado de utilizar: “revolución”.  Política y vida se juntan de un nuevo modo. Diferente, por ejemplo, al antecedente del 11-M.
Y bien, ¿qué quiere decir “revolución” en este nuevo contexto? No está claro. Pero parece aludir a un corte subjetivo, a personas que rompen –o quieren romper- con la individualización de sus vidas. Si la vida es cooperación y competencia  se apuesta por la cooperación, disminuyendo la competencia. La “spanish revolution” se conjuga en presente, y es generacional. Y esto es cierto aunque de hecho todo el mundo parece haberse activado. Camadas de activistas y militantes de todo tipo de tribu salen de sus cuevas –muchas de ellas en crisis- y se mezclan en las plazas y comisiones para aprovechar el momento. Así lo confirma la confluencia de viejos anarquistas radicales, gente que trabaja en laboratorios del procomún, personas que forman Democracia Radical Ya, los activistas de Cine sin autor, los amigos de la librería y editorial Traficantes de sueños, o del Patio de las maravillas, de Tabacalera, de la Uni-nómade y del Ferrocarril clandestino (que trabajan con sin papeles).
Hemos visto en la plaza clases públicas, presentaciones de libros, acto de presencia del movimiento por la recuperación de la memoria histórica, una curiosa comisión de pensamiento. 
Democracia 2.0
El movimiento plantea la exigencia de una democracia a la altura de tanta inteligencia urbana. Una necesidad de actualizar las instituciones. Una necesidad de que lo vigente-legal se adecue a lo verdadero de la praxis. Suturar el desacople entre contemporaneidad de las prácticas y el anacronismo del sistema de legitimación y de reglamentación.
Por ahora no hay instrumentos hackers, tecno-políticos, para plantear una democracia más directa, pero esta cuestión está planteada muy claramente por el 15-M a través del ensamblaje de momentos virtuales-presenciales. Muchos parecen apostar a reactualizar la alianza hacker-movimiento social-trabajo del lazo y la subjetividad (pensando sobre todo en los momentos de bajón que sobrevendrán). Esta alianza se fundaría en puntos como: una pragmática, un horizonte común, y una “política de personas” (Los zapatistas decían un mundo en que quepan muchos mundos. Por momentos 15-M parece decir un mundo donde quepan todas las personas).
Clastres
El antropólogo brasileño Viveiros de Castro esquematiza la política indígena, la política salvaje, que teoriza su par francés Pierre Clastres del siguiente modo: hay un control político de la economía y un control social de la política. Es un modo de hacer tangibles los diversos niveles de la vida común. Algo semejante parece proyectar la asamblea de Sol.
Solo una posibilidad
¿Cómo podemos pensar la duración del 15-M? Quizás como el surgimiento de una posibilidad que sólo pueden elaborar aquellos que se hayan afectado por lo ocurrido. 15-M como condición de contemporaneidad del propio pensante. Su duración se juega, según esto, al menos en dos planos. En la mutación del modo de vivir-pensar, en donde todo esto se sigue elaborando, haciendo cambiar la vida y las ideas y por tanto haciendo transcurrir el proceso hacia nuevos momentos (una posibilidad!) de emergencia del común-político; pero esta vía se da junto a otra: la estrategia concreta de duración del movimiento en la acampada, en los barrios. ¿Cómo se mezclan estos dos procesos? Entre ambos planos parece jugarse el pasaje del acontecimiento al movimiento.
Impasse
Escuchamos decir estos días a Santiago López Petit que se trata de actuar políticamente en una época post-política. Cuando la política es un subsistema –si bien desbordante- del sistema más complejo de la era global, sólo actuando políticamente atravesaremos el impasse. Y esa política se pone en marcha con la emergencia de politizaciones por fuera de los códigos establecidos (como los códigos militantes de la conciencia de clase, etc.). Actuar a partir de que “tu vida ha sido sacudida”. Una política de articulaciones como aproximación tierna a lo que se está viviendo. Al “es lo que hay” neoliberal, sumar un: “hay también lo imprevisible” (“Democracia real ya!”). Hay que llevar el impasse lo más lejos posible. El impasse, como toda idea verdadera, es oscuro.
Alguien dijo estos días en una asamblea: “¡prisa y definición son nuestros enemigos!”
Desde Madrid y ya casi de vuelta, Verónica Gago y Diego Sztulwark

En silencio ha tenido que ser…

Lo conocimos alrededor de los veinte años. Eran tiempos complicados para quienes reivindicábamos las luchas de liberación de nuestros pueblos, la persistencia de la Revolución Cubana o el rol histórico de las Madres de Plaza de Mayo. El país caía en el pozo del neoliberalismo, el mundo se volvía unipolar y personas cómo él ayudaron mucho -a esa temprana edad- para asumir posiciones de defensa de lo público, los derechos sociales, la memoria de las luchas antiimperialistas recientes y la necesidad de construir organizaciones populares genuinas.

Militó durante años en el peronismo y el sindicalismo. Era mendocino de nacimiento y había llegado a Buenos Aires a sus 18 años para trabajar. Le tocó ver la caída Perón y con indignación de clase se inició en política arrojando baldosas a la policía de la “Fusiladora”. Más tarde entró en relación con los grupos de formación de John William Cooke y llegó a participar de su ARP. Fue Secretario General del Sindicato de Barraqueros de Avellaneda y con su chofer –un tal Herminio Iglesias- regaban las calles de miguelitos y otros artefactos. Participó de la campaña de Framini para la gobernación de Buenos Aires, de la CGT de los Argentinos y la creación de CTERA. También formó parte de una de las tantas organizaciones armadas sin nombre a la que algunos recuerdan como PROA.
Miles de personas lo conocieron. Tuvo varias compañeras (la última, la de su vida, Estrellita), hijos e hijas, amigos y enemigos a rolete.  No era figura pública, pero aún hoy muchos dirigentes políticos de diversas extracciones lo recuerdan o lo van a recordar al leer estás líneas. Tanto estuvo comprometido con la causa nacional, peronista y revolucionaria, que durante muchos años estuvo imposibilitado de trabajar legalmente y con el tiempo le sería una tarea enorme poder conseguir algún tipo de jubilación.
A muchos de nosotros nos enseñó que nadie es imprescindible en la lucha por la liberación, pero que sí lo es la organización popular y la participación de las masas. Creía en la necesidad de los dirigentes o jefes que encabecen las grandes causas, pero también enseñaba tenazmente que lo importante es el héroe colectivo.
No tenía miedo a las definiciones y siempre nos marcó claramente a los verdaderos enemigos de las causas populares y el rechazo visceral al imperialismo.
Se sentía profundamente marxista, leninista, peronista y tercermundista. Con sus relatos y –también- enojos, supimos conocer y entender gran parte de la historia de la resistencia peronista y nos acercamos a importantes figuras, entonces poco reconocidas para nuestra generación, como Amado Olmos, Hernández Arregui, Ortega Peña, el mayor Alberte, Ben Barka, Amílcar Cabral, Le Duan, Giap o Carlos Fonseca.
Era un hombre de organización e ideas y en tiempos donde la politiquería hace suponer que ganar elecciones es tener la manija o acceder al Poder, siempre nos hacía ver que para una verdadera organización es muy importante la táctica y la estrategia a largo plazo.
Quizás por su formación de riguroso conspirador leninista, cuestionó las agrupaciones o prácticas horizontales que intentábamos en los años noventa. Aceptaba el debate colectivo, pero no le cerraba mucho esas cuestiones.
Cómo buen peronista, confiaba ciegamente en la organización de los trabajadores y reivindicaba el rol histórico de la CGT. También en esto nos peleaba, porque le costaba entender nuestra afinidad con la naciente CTA y hasta el final de su vida sostenía la importancia vital de una sola organización de trabajadores para enfrentar a los sectores dominantes de nuestro país.
En los últimos años se convirtió en un maestro errante e involuntario. Un hombre de partido sin partido. Un personaje de otro tiempo, cargado de saberes y recuerdos invaluables, imposibles de conversión en mercancía editorial.
Nos peleaba y nos carajeaba bastante, por el inmenso cariño recíproco que teníamos y la confianza mutua que se fue generando. Con el paso del tiempo, nos fuimos dando cuenta que fue de esos  personajes necesarios e imprescindibles para la formación y el recorrido de cada uno de nosotros. Y no exageramos si decimos que fue un padre en nuestra vida política concreta, cotidiana y de todos los días. Porque una cosa es reivindicar a los grandes héroes y las grandes gestas, pero otra es poder aprender a caminar día a día en la compleja y diversa sociedad que habitamos, llena de desencuentros y abandonos. 
No siempre acordábamos en nuestros debates, pero siempre aprendíamos algo. Muchos veces le consultamos algunas decisiones trascendentales de la práctica política y siempre tuvo la paciencia y dedicación para escuchar, analizar y aconsejar.
Nunca se subió a ninguna ola pasajera y oportunista. Era incorruptible, habiendo podido acceder fácilmente a muchos negociados y trapisondas. Ese compromiso y actitud también lo convirtió en personaje molesto para aquellos que desentonaron.  Vivía muy sencillo, en un departamento de dos ambientes junto a su compañera, sus libros y sus eternos recortes de diarios para analizar el discurso del enemigo.
A Justo Manuel Molina, todos lo conocimos cómo el Negro Molina, ferviente defensor del Peronismo, la Revolución Cubana, Fidel y todos los procesos populares del continente. Se nos fue, vaya paradoja del destino, el pasado 16 de junio.
El Negro nos recibía en su casa con el mate de rigor y nos ponía a leer. Podía ser un libro de Lenin o una noticia esclarecedora de un diario de provincia. Intelectual obrero, veterano de la inteligencia, inigualable predicador. Sentía una verdadera ira contra lo que llamaba “jetones o mascarones de proa”. Una de sus frases preferidas era “en silencio ha tenido que ser”, que atribuía a José Martí.  
Hoy, que la vida y la lucha nos lleva por diversos caminos, queremos recordarlo y homenajearlo juntos, por lo que significó y porque indudablemente nos va a seguir acompañando. También reivindicarlo y reconocer en él, a los miles de militantes, dirigentes y trabajadores de nuestro pueblo que día a día dieron su vida en la lucha por una Argentina independiente, libre y junto a los pueblos de América Latina.
Quedarán para siempre sus enseñanzas, sus peleas, enojos y advertencias. Ahora, que pasó el tiempo, entendemos más claramente dos frases que repetía incansablemente, cada vez que una charla intima se ponía espesa: “Este pueblo tiene a Evita y Perón en el corazón. El que no lo entienda no va a poder construir nada serio” y  “pendejo, en nuestro país murió mucha gente para andar haciendo pelotudeces”. 
Negro: por esos vericuetos que tiene la vida, nunca pudimos decirte juntos que agradeceremos eternamente haberte conocido y aprendido al lado tuyo. Hoy seguimos peleando y luchando, por nuevos o viejos caminos, para lograr los objetivos y sueños que compartimos, conservando ese gesto tan propio tuyo, de asumir toda la seriedad que dabas a la vida en aquellos destellos de humor tan propios, querido Negro…
Florencia Lance, Diego Sztulwark, Walter “Chapa” Fernández y Mariano Molina

Notas de coyuntura

por Diego Sztulwark



1. La mirada en alto, hacia el palacio

El sábado cerraron las litas de candidatos en todo el país. Nada que decir que no se diga en los diarios. El país ha vuelto a mirar hacia arriba. Una docena de personas monopolizan actos y opiniones relevantes. En efecto cascada se escalonan, luego, niveles de significancia a través de la visibilidad mediática y el manejo de la información. Como hace tiempo no ocurría, la ilusión decisionista desplaza las condiciones materiales de posibilidad de la institución de lo social. Ha vuelto la política.  
Sobre “nosotros” sobrevuela una mirada incómoda. Hablo desde la experiencia del Colectivo Situaciones, pero como parte de un movimiento mucho más amplio al que se denomina alternativamente como “libertarios extremos”, “autonomistas”, “dosmilyuneros”, etc. Deberíamos haber aprendido la lección. Del fracaso. Se entiende: nuestra ilusión era –y quizás lo siga siendo- la multiplicación de los espacios de politización autónoma. No deberíamos seguir insistiendo dado que, según se afirma, la realidad ya nos refutó. En partes es verdad: en las condiciones actuales existimos menos. Afirmación inquietante: las condiciones podrían cambiar.
En una entrevista reciente, Ernesto Laclau hace una genealogía muy clara al respecto. En los años setentas las izquierdas nacionales no pudieron radicalizar la democracia porque se cruzó el obstáculo revolucionario, guerrillerista. En la etapa actual, en cambio, dice, los “libertarios extremos”, que subsisten, no constituyen un riesgo serio.
Resulta asombroso que no se haya logrado aún borrar del todo las sombras de un 2001. Que sobreviva su marca en los discursos de los forjadores del nuevo orden.     
2. La escucha kirchnerista
El panorama político actual nos cuenta como “kirchneristas”. Horacio Gonzalez en un libro reciente recuerda que “kirchnerismo” es un nombre provisorio para un frentismo en gestación.
Somos, como se diría en otra época, “objetivamente” kirchneristas en tanto estos ocho años han ocurrido muchas (no todas, ni de cerca) de las cosas con las que estamos identificados. Sobre todo, se ha escuchado a muchos movimientos (sociales, de derechos humanos). De un modo inesperado se nos ha tomado en cuenta. Aunque no seguramente como hubiésemos querido (somos no-kirchneristas subjetivamente). Lugar imposible si los hay. Alguien dijo “somos anti-anti-kirchneristas”. Difícil pero contundente. Mas coloquial sería admitir: “somos kirchneristas a pesar nuestro”. Es decir: no nos constituimos como tales, sino que la realidad insiste en colocarnos ahí. Pero esto no es exacto: registra pasividad donde lo que hay es actividad.
Tal vez habría que describir nuestra situación en estos términos: hemos contribuido con nuestras prácticas a identificar un sujeto (fragmentado, plural, pero sujeto al fin, como admite una década después Laclau) y una subjetividad (plebeya, justiciera, resistente, ávida de producción de sentido y en ruptura fuerte con la tradición peronista anterior) que hoy se retoma con fines que entonces no imaginábamos.       
3. El populismo vuelve más peronista que nunca
Estos días la prensa kirchnerista de estricta observancia se embarca en delimitar los términos para la actual fase de constitución de este frentismo. Su consigna es: pasar de la polaridad negativa “pejotismo-progresismo” (que sostuvo el propio Nestor Kirchner durante su primera tentativa de “transversalidad”) hacia una polaridad positiva peronismo-kirchnerista, o mejor, kirchnerismo como vía de recuperación del peronismo tout court. ¿Quiénes argumentan así? Personajes de muy diferente procedencia y relevancia: Ernesto Laclau, Jorge Coscia, el secretario oficial Zanini, Artemio López. Artillería intelectual en polémica con el citado González y el grupo de Carta Abierta.
Ante el cierre de listas, que para muchos hay que leer en clave de un atrevido desplazamiento de la vieja estructura del PJ y de la CGT, dice Artemio López: Cristina amplía su crecimiento electoral hacia el centro derecha, y pone a trabajar al centro izquierda cristinista que representa un 5% del electorado con un enorme potencial de producción simbólica al servicio del peronismo real emergente.
4. Mutaciones 
Entre las novedades se encuentra la corporización del significante juventud en el candidato a vicepresidente y ministro de economía formado en el CEMA Amado (Aimé, dicen que se pronuncia emé) Boudou. Al ministro se le debe, según la información que trasciende hace al menos un año, una medida fundamental: la nacionalización de los fondos de pensión. La incorporación de esos fondos a las arcas del estado constituyó un enorme acierto en múltiples frentes. Permitió, sobre todo, anticipar la escases de financiamiento internacional para la Argentina ante las magnitudes de la inminente crisis global. Como corolario nada menor creó las condiciones para una política social activa (jubilaciones, crédito y, sobre todo, la Asignación universal por hijo).
De cuna política ultraliberal (Upau, juventud universitaria de la UCDé, de Mar del Plata) emé había llegado al gobierno (Anses) de la mano de otro ucedeista “joven”, Sergio Massa. Desde entonces cobró un protagonismo mediático inédito. Precandidato a jefe de gobierno en Capital Federal apoyado por la CGT de Moyano y por las Madres de Plaza de Mayo de Hebe de Bonafini.
Emé, se nos dice, tiene galardones económicos y políticos suficientes. ¿Suficientes para qué? ¿Para asegurar una lealtad institucional que faltó en Cobos o para proyectarse como rostro emblemático de la etapa por venir del kirchnerismo en el gobierno?
Las palabras de consagración de la presidenta repararon, sobre todo, en la capacidad de emé para reparar en las transformaciones epocales. El mundo ya no será el mismo luego de la crisis, nos avisa. Emé no es dogmático. La presidenta dijo que “no tiene miedo”. No es poca cosa. El capitalismo argentino no se renueva ni se reforma sin enfrentar temibles resistencias de los poderes más conservadores (ya lo mostró la 125). Poderes que han mostrado, además, su aptitud asesina (como lo viene sosteniendo hace décadas el filósofo argentino León Rozitchner).
Nos detenemos un momento en esa doble condición de emé. De un lado, su capacidad de mutación es puramente racional o, para retomar la lengua que usábamos antes, objetiva. Se anoticia de las transformaciones que el capitalismo precisa incluir para avanzar, para seguir siendo. De otro lado, sabe que no hay posibilidad de innovación y reforma sino de la mano de una presidenta cuya gestualidad demanda autentico coraje. Esos “huevos” que aparentemente faltaron (no tanto al vicepresidente Cobos considerado “traidor” antes que cobarde) como al entonces canciller Taiana y, de modo eminente, al temido e imprescindible Gobernador Scioli.
Como Kirchner, emé es valiente en sus razonamientos, audaz en el sentido de la oportunidad y plástico a la hora de asumir cambios de escenario. Pero a diferencia del ex presidente, Emé no parece (tal vez entre quienes lo conozcan primen otras percepciones, como en el Juez Zaffaroni) ser un tipo de convicciones y por eso no le cabe siquiera la figura del converso. Y este es un poco el problema que tenemos con emé. No nos cierra, porque le falta algo para llegar a la categoría de “traidor a su clase”. Le falta algo así como un relato de conversión. No ya una exposición sobre las modificaciones sobre los mercados, sino alguna palabra de espesor subjetivo.
5. ¿Quién se le anima a Grobo?
Conversando con Alejandro Kaufman recibí de él una idea que ya estaba en condiciones de pensar por mí mismo. No es cierto que el kirchnerismo abarque todo el espacio de la izquierda. Sucede más bien que en nuestro país la izquierda (la partidaria, dogmática, militante y de bandera roja sobre todo) tiene un modo derechista de ser de izquierda. ¿Qué quiere decir esto y qué consecuencias trae para nosotros?
Alejandro decía más o menos esto. Entre nosotros no hay una izquierda –que sepa ocupar su lugar izquierdanamente, sí la hay de las otras- ni una derecha, en la medida en que la derecha realmente existente se desentiende (históricamente y en el presente) bastante de la tarea de producir hegemonía política. Las clases dominantes argentinas serían así rentistas, endógenas, propiciatorias de unos negocios concentrados que excluyen a las mayorías de modo estructural. En otra época contaban con el terror militar, hoy con el terror económico y mediático. Pero no hacen política. Se entusiasman con las épocas “no-políticas” (menemismo) o defienden a medias a los nabos que intentan representarlos (la llamada “oposición” a los gobiernos k). Si quisieran pondrían en la cancha a sus verdaderos cuadros. Como Grobo (¿Quién se anima a discutir con él sin hacer papelones?).
6. ¿Desde dónde, entonces?
La izquierda de derechas no duda en aliarse tácticamente a las derechas y en usar estéticas tinellinianas. Hasta ahí Alejandro. Seguimos nosotros. ¿Cómo sería una izquierda de izquierda? Ante todo, no sería una izquierda abstracta. Quiero decir: no nos invitaría a revoluciones imposibles. Como dice Rozitchner, el imperativo de las izquierdas consiste en revisar su régimen de certezas. Si estábamos seguros de nuestros razonamientos en los setentas y las relaciones de fuerza se mostraron desfavorables, ¿no deberíamos cuestionarnos, ante todo, el modo de elaborar nuestras certezas estratégicas actuales?
¿Desde dónde se enuncia entonces, concretamente? No somos pocos los que enfrentamos un desafío en varios planos simultáneos, o el de ser muchas cosas simultáneamente: objetivamente kirchneristas (en el sentido de que el nombre “kirchnerismo” circula como sinónimo de reformas sociales reales o deseadas); subjetivamente no kirchneristas (dedicados a problematizar lo político en un sentido autónomo y no a festejar el modo en que el kirchnerismo organiza estos deseos de reforma); anti-anti-kirchneristas (porque no nos confundimos con quienes se oponen al kirchnerismo por vincularse con este deseo de reformas).
A la vez somos de izquierda porque queremos ir a la raíz con las transformaciones, y no vemos otro camino que apuntar a un trabajo igualmente radical de las subjetividades políticas en juego. Pero no somos de “izquierda” porque vemos en la abstracción que la signa profundamente una marca de la derrota que no le permite superar un paradigma ultra-racionalista e ineficaz de movilizar estas subjetividades.   
El kirchnerismo toma el discurso de la reforma. Mas que desconfiarle (y eso que le desconfiamos) se trata de tomarle la palabra para volverla todo lo eficaz que se pueda en campos como la no represión, la lengua contra el ajuste, la escucha a las luchas y movimientos, el declamado programa reparador. Pero esto no es posible si uno embloca al kirchnerismo como una sola cosa (cuando, precisamente, hay que interpelarlo en su pluralidad inorgánica). Tampoco es posible si no se lo manosea un poco. Todo exceso de temor, desagrado, admiración o celebración mistifican la escena. Y al mismo tiempo se trata de desarrollar espacios/tiempos autónomos. Con capacidad de mundo propio (esto es fundamental), de confrontación (contra el modelo sojero, el gatillo fácil, los proyectos mineros, la inflación, la especulación financiera e inmobiliaria, el racismo y la economías de sobreexplotaciones, etc.) y de negociación simultáneas. No refugios anti-políticos, sino situaciones infrapolíticas (micropolíticas capaces de problematizar, investigar, intervenir buscando efectos macro) resistentes a la integración al código de la macropolítica.  
Este “desde dónde” autónomo, osado, metido en la realidad, concreto, se sigue reinventando. Pero lo hace por “procesos” antes que partiendo de una visibilidad estándar. Tal vez porque la visibilidad que se nos ofrece sea uno de los peligros mas riesgosos para estas infra-políticas.

Presentación de Instantáneas, de Franca Sui


Los cuatro textos que siguen son «Volumen eterno», el primero de los textos de Instantáneas y tres textos que se leyeron el martes 28 de junio, en La Casona de Flores, con motivo de su presentación.


Volumen Eterno
Todos tenemos el mismo problema. Lo decimos diferente. Pero al final estamos todos mirando al vacío o por una ventana sin animarnos a tocar nuestra propia puerta para abrir desde adentro. Porque no creemos que haya realmente nadie del otro lado. Escucho gente, todos diciendo lo mismo: estoy solo y no creo en nadie ni en nada y también estoy desesperado por creer y se me acaba el tiempo y el celular me hace loop de llamadas por favor decime en qué creer decímelo o no pasa nada realmente no es que me vaya a matar o nada parecido no va a pasar ABSOLUTAMENTE nada y lo sabes y lo sé pero te pido pordios que me des algo en qué creer. Andamos por las aulas y las fiestas, los bares, como vagabundos adinerados. Mi gente se mueve como sombras de algo que no termina de pasar. Somos zombies melancólicos. No asustamos a nadie pero a mí me da miedo igual. Las caras pálidas, la desesperación latente; hay un mínimo de energías todavía circulando y no encontramos un punto en común para hacerlas coincidir y que pase de una buena vez algo, alguna puta cosa en este mundo. Las energías no encuentran cómo coincidir. Ese es nuestro problema. Son pocas y no se encuentran. Alguien bajó el volumen del mundo y estamos todos tratando de encontrar la perilla. No creemos pero intuimos, sólo intuimos que nuestras voces salen todas por el mismo ampli, pero hay disonancia y los oídos sufren en soledad. Qué ruido espantoso, dice mi mamá. Y yo no tengo nada que decirle porque sinceramente ya me quedé sorda. O más bien ciega. Andamos como cieguitos buscando la maldita perilla para hacer coincidir nuestros dedos en una dirección, la que sube el volumen, la que le da un mismo sentido a la flechita del volumen, la flechita que se hace gorda cuando sube, cuando es más. Más abajo el volumen no es materialmente menos, solamente está todo contenidito, amordazado por los bordes despóticos de la flechita, escuálida ella, dándole forma como le indica el manual del usuario: Gire la perilla hacia la izquierda. El manual lo dice todo y nos muestra los dibujitos como si fuéramos idiotas. Nonono. No es cuestión de dibujitos. ¡Somos ciegos, imbéciles! No se dieron cuenta? Necesitamos afilar el oído, entender el tacto, cruzarnos en un pasillo y guiarnos hasta ahí. Pero no reconocemos formas ni flechas. No queremos tu puto manual. Queremos abrazarnos en un volumen eterno. Y nos han sacado los ojos.

Mi genio amor/Pablo Fernández
El lenguaje de la vulnerabilidad fragiliza. Y te encuentra con tu propia vulnerabilidad. Una tristeza medio extraña. Hay tristeza por identificación. Pero, al mismo tiempo, hay una lejanía de la historia, de quien escribe. Tristeza próxima y lejana al mismo tiempo. Juego ambiguo de la identificación. Que nos hace sentir que también nosotros podríamos haber escrito esas mismas palabras. Tanto el lenguaje utilizado como lo expresado en ese tipo de escritura nos hace sentir capaces de decir exactamente lo mismo. Tal vez es la falta de pretensión de estilo, la simpleza.  Llanura del texto que permite transmitir sentimientos de una manera muy directa. Escritura que me hace pensar. Por ejemplo, al leer la intimidad del otro (de la otra) me hace dar cuenta de que la propia intimidad es menos especial de lo que creía. Escribir sin recaudos, sin calcular la propia inhibición que da escribir, nos muestra capas de la vida de Alejandra a la que no podríamos acceder de manera directa en su presencia. Pero ¿qué es conocer a alguien? Al leer Instantáneas, Ale se da a conocer (eso nos hace creer) de un modo desmesurado. Leer Instantáneas da sensación de ganas de escribir. De tomar alguno de estos cuentos y de continuarlos. Instantáneas revela un secreto compartido que nos concierne a todos. Cuenta algo que era difícil de contar sobre nuestras existencias. Yo podría usar como propio algunos de sus cuentos. Podría sentirlo mío. El texto desarma la presencia. La imagen que uno podía hacerse. Insólita presentación de sí, en la que el egocentrismo del intelectual –omnipresente, insoportable- desaparece. Leer estos cuentos me hace descubrir algo más. La escritura muestra tonos de la personalidad que no surgen a primera vista. Trastoca las primeras impresiones y da acceso a otra realidad de lo humano.
Salen juntos es el texto del libro que más me impresionó. Por identificación vertí emociones en este cuento. Ale pone ahí palabras que yo necesito para pensar experiencias mías, que preciso nombrar y pensar: “Un día, ella decide no levantarse y el piensa que está enferma”; “El por fin pregunta y no hay respuesta”; “Un día él no se levanta y ella no le pregunta si está enfermo”; “un día él no se levanta y ella no le pregunta si está enfermo”; “Un día no se levantan y ya nadie pregunta nada”. En esta secuencia, lo real muta (las relaciones cambian de una manera increíble). El vínculo entre ellos no pasa por las palabras sino por el pensamiento (no los hace más fuertes, sino más felices). Sin que a ellos los piense nadie. De los personajes, sobre todo él me parece cínico y cruel, porque guarda sus sentimientos y los deposita en ella cargando ese amor de una densidad y una dependencia extrema.
En general me pasa que no quiero conocer a la gente. Mis prejuicios son muy sólidos. Pero leyendo Instantáneas tuve la sensación de que sí tenía que conocer a la escritora tras estas líneas.  La escritura de Ale, entonces, no solo la presenta sino que, de un modo completamente paradojal, nos permite presentarnos a nosotros mismo, conocer algo más de nosotros mismos.   
Más que modificar mí idea de la lectura, Instantáneas me hace pensar sobre la capacidad de la escritura misma. Las ganas, la posibilidad de escribir de otro modo, para decir otras cosas.  Me da la ilusión de que puedo romper con la escritura los estigmas que cargan en mí. Cambiar la acidez por otros tonos, experimentar una fragilidad que no muestro. Llegar a dar vida a esa ambigüedad que desmiente lo que solemos parecer. Siempre leí textos escritos para alguien, o para alguna situación en especial. Leyendo a Ale me alegra descubrir que se puede escribir para uno, o para nadie en especial y que de modo para mi muy sorprendente, haya mucho interés de los otros por leer y pensar sobre este mundo de cada quien, al que no se puede entrar de una.
Si a Franca/Damián Milla
Si a Franca alguien le preguntara qué quisiste decir, llorando y a los gritos contestaría: nada, no dice ni quiere decir nada, y más tarde incluiría esta pregunta en una segunda serie. ¡Basta de palabras!
Lo que está escrito no tiene más sentido que el puede tener un balazo, pero desde adentro hacia afuera. Y quiérase o no, como mínimo, mancha, inevitablemente mancha. Mi gente se mueve como sombras que no terminan de pasar. Somos zombies melancólicos.
Lo que vemos estallar a cada paso es el mundo mismo (todos tenemos el mismo problema. Lo decimos diferente) Y son esas diferentes maneras los diferentes balazos que recorren todos los textos. Pero, a la vez, de esos sacrificios (digo sacrificios en sentido literal) quiere algo: Hay un mínimo de energías todavía circulando y no encontramos un punto en común para hacerlas coincidir y que pase de una buena vez algo, alguna puta cosa en este mundo, dice.
Quizás éste sea uno de los puntos: todos estos textos son producto de una demanda; no de un reclamo, sino de una demanda, que se entienda. Salen juntos todas las mañanas, porque quieren, aunque vayan a diferentes lugares en diferentes horarios. Aman salir juntos. ¿Pero, cómo hacer para volver a salir juntos (porque salir nunca es un gesto definitivo) sin un telón de fondo de tanto cansancio; sin mis gitans, una copa de vino y 1.5 de rivotril, la combinación que me hace de útero de emergencia del arrasamiento que venía sufriendo mi cuerpo desde hace días? Si ella lo supiera, no lo diría, lo haría. Paradójicamente, es ese balazo-demanda-interrogante lo que mueve el conjunto. Preguntar y salir es el mismo movimiento. Tal cual decía Artaud: vivir no es otra cosa que arder en preguntas. Pero insisto: lo que Franca quiere es no arder sola. De eso ya conoce demasiado. Tal vez esa sea la razón por la que incluso los paisajes más desolados aparecen recortados sobre un fondo común. Nunca uno siente que sólo dice de ella. Animales, personas, sombras, lo que fuere, el tiro siempre es compartido, o mejor, pretende que lo sea.                    
  
Filosofina/Diego Sztulwark
Franca asusta. Mi amigo Pablo me explicó ayer la razón. Es que su escritura revela nuestro secreto. Ese secreto reza que “todos tenemos el mismo problema”, aunque lo digamos diferente. ¿Cómo sabe Franca que ese problema no es sólo suyo, de ella sola, sino que es detodos? Ese problema de todos, nos dice, es que estamos de frente ante el vacío. Y el vacio da miedo. Y el hecho que Franca sepa que todos (y no ella solita) estamos frente al vacío también da miedo.
Vacio, Ribotril, Soledad, Pantalla, Ceguera, Nada, Alivio,  son las palabras del vocabulario de Franca. No creemos en nada ni en nadie, dice. Pero estamos “desesperados por creer”. Sabemos que no a pasar nada en absoluto. Y lo sabemos porque somos las sombras de esoque no acaba de suceder: “nuestras energías no encuentra como coincidir”. Mariana, otro de sus nombres, “no acaba de acoplar sus deseos con nada”. Franca también siente miedo.
Casi no lo parece, pero Franca lee (y mucho). Hay signos de eso. Lee a los filósofos catalanes Santiago López Petit y Marina Garcés. Siente que le hablan. Pero hay algo que no entiende cuando ambos autores, ambos amigos, le dicen una palabra que no cabe en su lenguaje:politización.
Otro indicio de sus lecturas resuena en su nombre: Franca Sui suena clarito a Causa suí, una noción clave de la filosofía de Spinoza. El propio Spinoza es nombrado de un modo algo extravagante. Lo llama de un modo hermoso, cariñoso, imagino que nunca lo deben haber llamado así: “filosofín”. Franca busca ser causa de sí: “el estado de interrupción no es nada si cuando se llega ahí ya no se tienen los artificios para pensar de otro modo”. Y entonces, para garantizar que eso no le suceda, para hacerse de un modo conveniente, Franca se torna escribiente. Para “engañar” a sus estímulos, y “reconducirlos a crear”.
La tarea no es fácil. La escritura no le fluye. Escribir es, ante todo, constatar los bloqueos, los obstáculos, los “edemas”. Los mismos que obturan la vida y nos llevan al psicólogo (a Franca le resulta curioso que los psicólogos se hagan llamar “analistas”, como los de sistemas). Escribiendo Franca descubre en su pantalla  (no ha puesto la función “justificar”) que las letras adoptan la forma de un cuerpo femenino (“contorneado, hermoso”). Los textos son cuerpos femeninos que el occidente debe justificar.  
“Escribo, luego pienso”. Y escribe y piensa que “Cuando alguien dice nada hay que ir a fondo”. Y eso hacemos esta noche en la casona de flores. Quedarnos un poco en ese “no”, esa interrupción feroz. En ese vacío que “no se habita, se sufre”. “Abismo de amor”. ¿Se entendió lo que dijo Franca hace unos pocos segundos? Escribo, luego pienso. ¿No dijo “luego existo”?. Instantáneas se confirma como un homenaje inclasificable de aquel filosofin  que se rebeló, como Franca, ante la fundación de nuestra modernidad como separación del pensamiento y del cuerpo, ese Descartes al que dirige palabras sopesadas: “un genio, pero puto”.
Franca escribe para pensar, intenta una afirmación sobre la base de una intuición, y nosotros, que compartimos con ella miedos y gustos la acompañamos interesados, porque su problema, como nos lo dijo al inicio, es el mismo que el nuestro.

Pd: Este libro es, además, hermoso. Por sus dibujos. Y por la edición. Que es autoedición. Que es autoedición compartida, con la ayuda de Igna, que es editor múltiple. La edición múltiple es un modo de participar de registros diferentes y simultáneos. Esa transversalidad, esa lateralidad, esa búsqueda de la belleza es también nuestro asunto.

Salió Pampa 7, invierno 2011

Pampa Nº7. Julio de 2011. 138 páginas sustanciosas y nutritivas, con ensayos, conversaciones y escrituras varias, todo bien sazonado para pasar el invierno a corazón contento. Con colaboradores ya casi de la familia poniendo cada uno lo suyo en la olla, e inestimables invitados ayudando a revolver el guiso. Nos distribuye, claro, La Periférica.
SUMARIO
Caldo
Emilio Sadier/ Identidad y política. 12 aproximaciones
Lucía De Gennaro/ Resonancias de una épica redentora
Karina Arellano/ Memoria de un recreo
Buceo
Martín Rodríguez/ A prueba de balas
Diego Picotto/ Alfa y Omega de nuestra Economía Nacional
Alejandro Kaufman/ Notas sobre la violencia discriminatoria “espontánea”
ENTREVISTA/ Franco Rinaldi. Política y medios en la Argentina actual
Textualidades
ENTREVISTA/ Horacio González. Memorias, textualidades, linajes
Diego Sztulwark / El discurso de Horacio
Pampa extendida
Jairo Estrada Álvarez/ Noticias de Colombia. Continuidades y cambios de acento en el régimen de dominación de clase
Poemas: Horacio Fiebelkorn
Ilustraciones: Ana Celentano

El Estado Posnacional

(prólogo al libro homónimo)
por Sebastián Scolnik y Diego Sztulwark
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Hacía falta (al menos) un texto laico (y no periodístico) sobre esta década política argentina. La mistificación que surge de la guerra entre adherentes y oponentes se completa con el tratamiento mediático de todo acontecimiento. Contrarrestar esta dinámica implica y supone, como gesto mayor, hacer una justicia al 2001 como algo que fue, que hemos pensado, y que sigue siendo de un modo que tenemos que seguir pensando.
El valor de este libro radica en la decisión de leer la última década de política argentina a partir de tres desplazamientos necesarios. Una atrevida comprensión del kirchnerismo por fuera de toda reducción al binarismo ambiente. Una exigencia de resituar el discurso de los protagonistas centrales de este tiempo a la luz de las nuevas condiciones, es decir, del 2001. Y un reposicionamiento: el del historiador como sistema de percepciones a la altura de una diferencia que agrieta el presente sin que nos sea siempre fácil aprehenderla.
I.
La filosofía de la diferencia ha encontrado en Nietzsche un razonamiento decisivo: la existencia de una diferencia de naturaleza entre un orden conservador afincado en la representación –según el cual se da el curso de los hechos–, y un desorden genial que sólo coincide con un momento de la historia sin confundirse con ella. No se trata sólo de separar lo ordinario de lo extraordinario, o de repetir una vez más aquello que ya vienen diciendo las doctrinas de laexcepción respecto de la relación paradojal entre vigencia y suspensión de la ley, sino de apuntar claro al principio constituyente en la política.
En el corazón de esta distinción encontramos a las formas medias (la historia como oposición entre las formas pre-constituidas) y a las formas extremas (creadoras de nuevos valores). Entrenarnos en esta diferencia puede permitir captar los momentos en que estas formas medias monopolizan el discurso de los valores estirándose hasta el infinito y cuando, por el contrario, las formas extremas suspenden ese prolongarse activando su labor creativa.
Partimos sí de una necesidad existencial de elucidar nuestro presente político inmediato, pero también de una necesidad no menos vívida de que dicha comprensión esté a la altura de una desconfianza –a veces pública, otras íntima–, o más bien de un abierto rechazo, respecto de aquello que en estos tiempos se presenta como restitución de los envejecidos valores de siempre.
El síntoma mayor de este estado de cosas en la enunciación política reciente se da en torno a la devaluación casi unánime de toda idea de lo neutro (como actitud sustractiva que promueve un vaciamiento de los valores dominantes, distribuidos en alternativas bien delimitadas) bajo sospecha de ser neutral (que en el lenguaje actual denota sobradamente una actitud de des-responsabilización, apatía, despolitización, insolidaridad e individualismo).
En efecto, no hay neutro posible bajo la apabullante eficacia de los grandes medios de comunicación que han tomado a su cargo la tarea de estabilizar el “ser social” a partir de un conocido sistema de percepciones de los valores de la vida colectiva. Su labor es la de convertir hábitos y lenguajes populares en consignas tan planas como los artefactos de consumo a los que se ligan indisolublemente. Su régimen de verdad surge de una auto-atribución de rasgos de objetividad provisto por la posesión de los medios de comunicación como capital y de su labor en la producción de verdad como modelo del sentido común.
Pero tampoco lo hay en el gesto noble del militante que le responde a esta maquinaria declarando que, al contrario, sólo la parcialidad subjetiva constituye índice de verdad situada y última. Este tratamiento del sentido de lo colectivo, sea en la denuncia de los poderes que combate o bien en la promoción de otra imagen de la actividad social, ha sabido proliferar en los últimos años en el suelo de lo mediático asumiendo para sí muchas veces procedimientos que provienen de ese mundo al que se enfrenta.
En una guerra así declarada, queda dicho, no hay espacio alguno para la neutralidad, ni lo pretendemos. Entre el irrespirable veneno del rechazo visceral que desmiente una y otra vez esa supuesta objetividad desde la que “los medios” hablan y la posición que santifica y exculpa a quienes se animan a enfrentar algunas de esas posiciones de poder, existen diferencias tan claras que la duda no encuentra suelo donde arraigar.
Pero esta toma indudable de partido no nos entusiasma al punto de volvernos indiferentes ante el bloqueo del proceso vital de lo neutro. ¿Cómo no sacar las cuentas del hecho de que toda toma de partido será tan necesaria como insuficiente si, como correlato directo de su acción se alimenta la confianza, paradojalmente compartida por todos los oponentes, en eljuicio de valor respecto de lo existente como manifestación última de nuestro deber ser político?

Es esta confianza igualmente repartida en lo consolidado (que emana tanto de la narración fundada en la posesión del capital, como la que presupone un sentido derivado del mito y de la tradición) lo que abruma en este tiempo político.
II.
Desearíamos apropiarnos de este estado de sospecha generalizado para volverlo señal y convocatoria de un nuevo tipo de ensayismo.[1] Una escritura capaz de retomar la potencia de la forma extrema que esperamos de un auténtico laicismo político.
Si los poderes han reclamado para sí la fuerza de lo imaginario (esta es una de las tesis centrales de las que habla este libro: la potencia imaginal como sustancia clave de un gobierno post-representacional), la posibilidad misma de una política del nosotros necesita reelaborar este nivel imaginario desde el gesto profano. O, mejor, para situarnos directamente en las preguntas que nos son afines con el texto que prologamos: si el año 2001 marca, en el calendario político reciente, la fuerza completamente afirmativa de la crisis como poder destituyente, el año 2008 signa la completa inversión de lo destituyente como poder negativo de la crisis a conjurar.
¿Cómo pensar el significado de esa vuelta completa de este término? Consideremos dos tipos de respuestas ateas a esa pregunta. La primera, la del historiador –que este libro pone a prueba– aspira a comprender el movimiento de la diferencia (Dice Pablo Hupert: “Kirchner, sin dejar de temer el poder del gran capital trasnacional, temía el poder de veto popular”). La segunda, la de la investigación militante –relevada en el texto, por el momento más postergada – trabaja para producirla a partir de la labor de las resistencias del presente (que “desbordan” la declinación reactiva de lo destituyente). Este desplazamiento no deja de constituir un signo del curso de los hechos. Es la historia quien toma la delantera en la puesta entre paréntesis del sentido (este neutro no-neutral), interrumpiendo los clichés discursivos y proponiendo procedimientos de comprensión que –esto no se podrá resolver por sí sólo– invocan afinidades más amplias con la praxis.
Retomando: si el 2001 es el nombre de la fundación más extrema de una política del nosotros (infrapolítica[2] o perspectiva post-estatal para los asuntos colectivos), inaugurada bajo el lema “que se vayan todos”, el 2008 nos habla de un tiempo bien distinto, en el que la potencia colectiva ­–como deseo de reformas democráticas– se ha identificado sin inocencia con los momentos de osadía, pero sobre todo con los de fragilidad de ese proceso de recreación del Estado y de las aptitudes de un nuevo estilo de gobierno. Su efecto más tangible es la conversión de una infrapolítica del nosotros en una micro-política cada vez más interior al constructo kirchnerista.
III.
La ambivalencia del kirchnerismo se consuma con la extensión de estas dos caras: forma de gobierno de tanto como forma de comunicación con una micro-política cada vez más interiorizada bajo la exigencia nunca del todo asegurada de la gobernabilidad. Cabe a este original compuesto el mérito de haber propuesto una discusión de inusual intensidad sobre la vigencia de nuestras ideas políticas a partir de la confrontación incesante con la pregunta: ¿cómo pensar a Kirchner? Por sí sola esta pregunta parece reunir todas las cuestiones candentes del momento. No sólo por lo que la respuesta pueda suponer, sino también por el desplazamiento que esta pregunta supone con respecto a aquella otra: ¿cómo pensar el 2001? La dramaticidad de este modo kirchnerista de preguntar se acentúa en la honestidad afectiva que motiva a muchos de sus más sensibles comunicadores a creer que lo que de valor se ha producido “desde abajo” durante la crisis, se retoma y se pone en juego ahora “por arriba” a partir del sentido último que demos a la figura del ex presidente. La dificultad de discutir con este tipo de posiciones concierne sobre todo a la pregnancia afectiva que destila y a las connotaciones emotivas del modo en que historiza el tiempo político: el pasado de las heridas de las izquierdas y del peronismo, el presente como reparación, el futuro como dinámica reformista en homenaje perenne a la revolución imposible.
¿Quién se negaría siquiera a pertenecer de pleno derecho a este tiempo político? Pero el trabajo del historiador, con esa atención a la labor de la diferencia (el 2001 como forma extrema de la política del “nosotros”), un tipo de atención desacompasada de las pasiones del presente, se ve obligado a preguntar de otro modo: ¿son útiles estas representaciones al proceso que vivimos, al trabajo real que la diferencia actualiza sobre todos nosotros?
Este libro altera las condiciones del preguntar y bajo la forma de un diálogo profesoral ametralla con enunciados que remiten lo real del kirchnerismo a una enorme capacidad de aprendizaje político: “logró encontrar la manera a través de la cual condicionar desde el Estado el condicionamiento que éste recibía desde el mercado”; comprendió que el valor del Estado era el de la gestión (de la contingencia, de lo fragmentario y de la materialidad de las vidas) antes que el de la representación, lo cual le suministró las claves necesarias para presentar una relación nueva y activa con las micropolíticas, otorgándoles una referencia macropolítica; aprovechó el valor imaginal para organizar la complejidad social (“¿cómo una madeja social compleja es llevada, vía imaginalización, a una confrontación binaria?”); expandió al Estado lo “suficiente como para que casi cualquier proyecto tenga que (y hasta le convenga) pasar por él”; desarrolló una interfaz, “eso que compatibiliza elementos sin homogeneizarlos”, que “traduce pero no reduce a una abstracción común”, desde la cual “conectar no es vincular”.
En todo caso, el kirchnerismo ha renovado el poder del historicismo. Cuenta en décadas lo que supone concerniente a un tiempo cíclico: diez años de 2001; una catástrofe y una década: década dominada por el kirchnerismo. Este tipo de fraseo rápido es consustancial al “retorno de la política y del conflicto” tal y como el propio kirchnerismo se lo representa. Lo subrayable de este tipo de relato es el doble efecto que le es intrínseco. Al secuenciar así el proceso logra disipar la potencia del no poder (destituyente-creativo) del acontecimiento y, al presentarlo como un tiempo que va del caos al gobierno (del estado de naturaleza al de la justicia política), retoma para sí mismo esa potencia otorgándose un vigor político que atribuye según las circunstancias a la procedencia setentista, peronista o propiamente kirchnerista.
IV.
En un nivel más próximo aún, el kirchnerismo presenta un argumento consistente en su favor. Lo que podemos llamar su plasticidad, su inorganicidad, su permeabilidad, su alto grado de improvisación, su capacidad de mutar y, en fin, los rasgos de un estado de permanente inacabamiento. Y esto es así al punto que su fuerza proviene de esta fluidez, de esta capacidad de receptar lo otro, de interiorizar lo exterior. El kirchnerismo capitaliza como fuerza su propia vulnerabilidad y –se ha señalado repetidamente– extrae su máxima lucidez de sus reacciones agónicas.
¿Cómo se sustrae el historiador del presente de estas voces seductoras que tan poderosa atracción ejercen sobre el pensamiento militante, constructivo? (Lo leemos: “se conforma una inseguridad acerca de la capacidad del Estado actual de ligarse de forma estable y perenne con la sociedad”; “asegurar la ligazón es asegurar la gobernabilidad”). No diremos que se trate de asepsia científica. Si el texto logra meterse con éxito con estos y otros asuntos peliagudos no lo hace en virtud de abstenerse del “barro de la historia”. Pero sí de eludir con suma elegancia aquellas consideraciones que a nosotros nos llenan de dudas, de demoras y de confusión. Resta considerar hasta qué punto eludir, aquí, no es simple evitación sino procedimiento de selección. Hupert escribe (aunque el género sea el de transcripción de sus cursos de historia, escribe) en base a una envidiable economía de desarraigo de problemas mal planteados, de esos en los que solemos quedar atrapados.
El principal de ellos consiste en examinar la racionalidad de los actores a la luz de sus respectivos conatus, y no de la mera validez formal de sus argumentos autonomizados del drama que encarnan. Así, tenemos básicamente, las siguientes dinámicas en juego: el 2001(política del “nosotros” según la cual nos ocupamos de tratar problemas que no son “naturalmente estatales”); el Estado (cuyo principal objetivo es gobernar en circunstancias variables); el kirchnerismo (que “vino a asumir la difícil tarea de hacer viable un Estado donde los movimientos sociales no pedían representación”); la dimensión (o suelo) post-representacional (imaginal, esto es: régimen de imágenes, no ya de representaciones) o el “proceso de territorialización” (post-estatal, mercantil, que retrotrae a las cajas PAN del gobierno de Alfonsín).
¿Y cómo argumenta el historiador la post-estatalidad[3] ante la llamada “vuelta” del Estado? Se trata de “una correlación entre: emergencia de la infrapolítica, capitalismo post-industrial, desarrollo de una sociedad no representable, territorialización de la dominación social y la gobernabilidad, crisis de las instituciones representativas, desligazón entre Estado y sociedad, segmentación y trastocamiento del sistema político, demanda incesante, proliferante y rampante, desnacionalización del Estado argentino”. El Estado que brota de esta coalescencia concentra flujos (los hace pasar, los aprovecha), pero ya no los centraliza (no organiza a priorilo social), y el individuo que participa de esta configuración es menos el consumidor del neoliberalismo y más el consumidor subsidiado del llamado post-neoliberalismo.
La historia que aquí se cuenta es, al fin y al cabo, comprensible: el gobierno neoliberal prescindía de los gobernados, confiando en el mercado. El 2001 es la elaboración en términos infrapolíticos del nosotros. El kirchnerismo es la vuelta del Estado (en la modalidad del capitalismo “axiomático”), que muta para volver y vuelve menos como representación y más como conexión término a término respecto de aquello que Laclau llamaría “las demandas”.
V.
Si vamos a creer en el mundo necesitamos, pues, de un nuevo régimen de experiencias y de creencias. De esta necesidad partimos cuando festejamos y proponemos de modo urgente una escritura profana sobre ese nudo difícil de afectos y significaciones que dio en llamarsekirchnerismo, forma penúltima de narración de la última década de la política argentina. Sed de textos cuya riqueza provenga de ofrecernos nuevas posibilidades de acción antes que de una renovación de las fuentes habituales de trascendencia de los discursos que han capturado la reflexión y la lengua de lo político, sean estos discursos los libros atravesados por una idea del mito que otorga excesiva unidad espiritual a lo que necesitamos pensar en su diferencia material, o sean aquellos en que lo que se actualiza es cierta tradición (liberal, nacional, revolucionaria). Lo que hoy precisamos comprender es el modo en que se reanuda lodiscontinuo (esa “verdadera” tradición que Benjamin atribuía al historiador materialista), y que nos lleva a pensar de otro modo la relación con el 2001 como la tradición del desborde que, una y otra vez, tiende a colocarnos a “nosotros” como condición de posibilidad de lo político.
PDD, 31 julio 2011


[1] A este respecto vale la pena señalar la coincidencia de este libro con Habitar el estado (Ed. Hydra; Bs-As, 2010), de Abad y Cantarelli que, con otra orientación y escritura, asume en la historiografía y, más particularmente, en la estela de conceptos del historiador argentino Ignacio Lewkowicz una fertilidad común.
[2] Tomamos el término infrapolítica de James Scott (“Los dominados y el arte de la resistencia”). Scott lo utiliza para describir modos menos evidentes de las resistencias al poder. Nosotros lo deformamos un poco, y lo ponemos a trabajar en juego con el concepto de micro-política. Infra-política, proponemos, es el trabajo de la política capaz de elaborar sentidos colectivos poniendo entre paréntesis (lo que no quiere decir nunca negar, tachar o ignorar, sino en todo caso reconsiderar desde una relativa potencia autónoma) el código que organiza el sentido desde la política macro.
[3] La post-estatalidad no es una noción sencilla. Para Ignacio Lewkowicz, en la post-estatalidad, el Estado es un “término importante de las situaciones, pero no es la condición fundamental del pensamiento” (Pensar sin Estado). Por su parte, Paolo Virno llama “instituciones post-estatales” a las formas políticas que emergen del agotamiento de la soberanía (Ambivalencia de la multitud).

¿Qué nos dice el triunfo del kirchnerismo?

Por Diego Sztulwark

El de ayer fue un triunfo cabal, contundente y legítimo del kirchnerismo, de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y del amplio y complejo armado electoral que la acompañó. Fue, además, una muestra nítida y abrumadora de las preferencias mayoritarias por el Frente para la Victoria. No hace falta ir a lo fino de los números o al detalle de lo ocurrido en cada uno de los territorios para advertir el impacto de esta elección sobre la trama de representaciones que constituyen, diariamente, los medios de comunicación en su conjunto. Sería redundante abundar sobre estas cuestiones. Sí, en cambio, vale la pena intercambiar impresiones entre muchos sobre el significado de esta victoria (que muchos esperábamos, aunque no en esta magnitud) para adentrarnos en las posibilidades y obstáculos del nuevo escenario.  
“Fuerza cristina” (El ciclo 2008-2011)
El dato central, queda dicho, es la apabullante primacía electoral kirchnerista. Imposible no subrayar en primer lugar la figura de Cristina como líder y referente excluyente de este espacio. La excepción a esta regla podría ser Scioli. Pero es claro que el Gobernador de la provincia de Buenos Aires no tiene el mismo relieve nacional,  ni es aceptado por igual por todo el kirchnerismo. En segundo lugar, el Frente para la victoria fue y es el único grupo político con la audacia suficiente para poner en marcha un gobierno efectivo de la argentina post 2001. En efecto, a una década del estallido de la crisis, no aparece en el panorama político otra fracción de la vieja clase política (ni una innovación autónoma de las nuevas generaciones) capaz de leer con realismo las nuevas dinámicas sociales, de imaginar un nuevo modo de interpelación con los diversos actores colectivos, de ligar de un modo eficaz una demandas cruzadas completamente heterogéneas y superar los insistentes intentos de bloqueo del proceso político por parte de las fracciones de las élites políticas, económicas y sociales que no se avivaron de la necesidad del cambio necesario.
 
Convergen así en el voto oficialista hoy como en la elección presidencial del 2007 los deseos ardientes de transformación social, junto a la defensa de la estabilidad obtenida durante los últimos años; un sentido de reparación por los daños operados en los litigios de las últimas décadas, junto al miedo a sustituir los equilibrios actuales por un siempre amenazante fantasma de anomia social asociada al desgobierno y al quiebre de los principios esenciales de la convivencia. En el voto al Frente para la victoria conviven –nada nuevo- el sistema de expectativas justicieras de las izquierdas y un exitoso modelo de negocios fundado en la correcta interpretación del ciclo económico internacional (exportación minera y agroindustrial) y de la fuerza relativa de nuestra región en el nuevo contexto de crisis internacional (del Mercosur a la Unasur).
La elección de ayer fue notable en la medida en que logró darle concreción política a la consigna “fuerza Cristina” que circula masivamente desde el 27 de octubre del 2010 (fecha de la muerte de Néstor Kirchner).  Con todo, tiene una historia que no conviene subestimar. Incluso mejorando la notable elección general del 2007, los resultados actuales no surgen como mera evolución política. Estos últimos cuatro años hubo cualquier cosa menos un crecimiento natural y pacífico de la hegemonía kirchnerista. Al contrario, hubo que trabajar mucho, y muchas cosas del orden del azar hubieron de concordar para poder capitalizar estos cuatro años plagados de dificultades.
Para empezar, fueron estos los años en que el capitalismo global entró en una crisis de la que aún no sale. En el nivel domestico, el gobierno de Cristina Kirchner no tuvo descanso. De aquellas primeras semanas de gestión de la presidenta signadas por las denuncias de la valija de Antonini Wilson, a la llamada crisis con “el campo” y la derrota del proyecto de las retenciones móviles, que desencadenó una derrota electoral protagonizada por Néstor Kirchner hace solo dos años, el kirchnerismo conoció de cerca la posibilidad de un violento agotamiento prematuro.
Una lectura retroactiva del presente no puede descuidar la mutación que comenzó a madurar entonces dentro del mundo k. Por un lado, surgió una nueva militancia de clase media que se propuso intervenir fuerte en la coyuntura leyendo al kirchnerismo de un modo completamente nuevo. De las asambleas de Carta Abierta al programa televisivo 6, 7 y 8, pasando por un numeroso arco de agrupamientos (agrupaciones militantes, blogueros, periodistas jóvenes y no tanto, etc.) una nueva sensibilidad política recibe y adopta como propia la defensa de algunas de las políticas públicas más relevantes del gobierno. La derrota en la pelea por la resolución 125 constituyó una derrota completamente paradojal, en la medida en que movilizó las bases de una amplia gama de las izquierdas y del progresismo como nuevo sustento del proyecto.
Por otro lado, el equipo de gobierno dio curso a una espectacular batería de medidas tan astutas como justas, capaz de completar el ciclo de crecimiento económico con un impulso democratizante en diversos ámbitos de la sociedad (entre estas medidas que todos recordamos fácilmente están: Futbol para todos, Ley de servicios audiovisuales, estatización de las AFJP y consiguiente fuente de financiamiento local, aumento de las jubilaciones de la base de la pirámide, asignación universal por hijo, festejo del bicentenario, ley matrimonio homosexual). La despedida de Néstor Kirchner fusionó estas imágenes con una poderosa mística. Esta nueva puesta en circulación de una afectividad política resultó clave para conquistar una nueva micropolítica kirchnerista en la que las dinámicas funcionariales se mezclan con las militantes, empresariales y mediáticas.
Si la reacción kirchnerista tras la derrota de la 125 extremó la dinámica de polarización, hasta poner a la defensiva a la triunfante pero inconsecuente oposición, la muerte de Néstor Kirchner acabó por desacomodar al extremo las fórmulas y alianzas.  
El complejo juego de los matices
Pero ni siquiera esta historia de agonías y repuntes alcanza para narrar las oscilaciones del proceso político reciente. Las recientes derrotas electorales del kirchnerismo en Capital y Santa Fe (o su ausencia en las elecciones de hace una semana en Córdoba) expusieron las frágiles bases de la ingeniería electoral local k (y del mundo de las encuestas y los análisis políticos en general), al tiempo que activaron lo que desde el kirchnerismo se describió como una temible fiesta de una derecha populista.
Al menos dos grandes preguntas quedan planteadas a partir de lo ocurrido durante los últimos dos meses. Por un lado, la tendencia a superar los términos rígidos de la polarización. El comportamiento de personas y grupos es más variado y cambiante de lo que las rígidas premisas de la polarización llegan a captar. Esta observación puede ser banal a esta altura del partido, pero resulta pertinente cuando se trata de comprender la fuente de las dificultades con que chocan los intentos de organizar la complejidad política actual con una formula demasiado sencilla: la de la preexistencia del sentido.
La otra cuestión de fondo que se liga con la anterior surge de una observación sencilla y preocupante: la escasez de cuadros emergentes de este proceso con potencia electoral propia. 
A la luz de los resultados electorales de ayer cabe revisar algunas de las cosas que se dijeron las últimas semanas, a la luz de la derrota de Filmus/Rossi. En primer lugar hubo entonces un incipiente debate abierto entre los “soldados” y los “críticos”, al interior del universo k. Anoche los primeros parecían mayoría, y su brillo dependía de una presidenta que tiene el capital político pegado al cuerpo. Por el momento intransferible a la distancia. Dueña de una estrategia que no todos entienden, o comparten. En el mismo sentido, tras la derrota de la primera vuelta, Filmus atribuyó como una de las causas de su derrota el que los medios juegan “en contra”. El triunfo de Cristina de anoche trastoca estas autocomplacencias y eleva saludablemente las exigencias del pensar progresista.
La idea de que el poder de los medios es el de hacer ganar o perder una elección es pobre porque subestima la complejidad de estos medios a los que estereotipa. Los medios tienen una eficacia bien diferente al de sobre-determinar el lenguaje general tanto de los que ganan como de los que pierden, tanto de los electores como de los dirigentes. La lucha por construir medios expresivos autónomos de la construcción simplificada del mundo queda derrotada cuando se la yuxtapone a un sencillo binarismo electoral.  
En una entrevista para Tiempo argentino de esos días, Eduardo Rinesi advertía contra las evaluaciones pobres de los procesos electorales a partir del empleo del verbo “es” para atribuir una cualidad única al votante. La gente no define su “ser” en el voto. Somos –todos: personas, clases y distritos, digamos- oscuras madejas en la que conviven mil hilos (cada hilo una pasión: audacia y cobardía, egoísmo y solidaridad, cambio y conservación, etc), y la política es el arte de la disputa por lograr desplegar unos y plegar otros. Sabiendo siempre que los sujetos son múltiples, su comportamiento variable, sus opciones cambiantes.
En todo caso, el éxito electoral de ayer confirma hasta qué punto la “escena kirchnerista” depende sobre todo de Cristina, la única capaz de acaparar todas las miradas (éxito fotográfico y fílmico de la campaña del FPV) reuniendo en un mismo foco de atención a líderes de efectiva raigambre electoral en sus provincias o intendencias como Gioja y Scioli, o como Otahacé y el fiel Mario Ischi y hacerlos aplaudir su interpretación del proceso político en curso en términos de una nueva “autonomía de lo político” en relación a los grandes “poderes económicos”.
La capacidad de conducción que muestra la presidenta nos recuerda una verdad de peso. Que el peso del enunciado político depende mucho menos de la coherencia discusiva del micro-grupo, y muchos más de la densidad de los armados en que se sostiene. La calidad de la discusión con el kirchnerismo depende ahora, como condición ineludible, de la densidad social y política de que sean capaces sus nuevos interlocutores.    
Deseo de reforma social y nuevos desafíos
Se sabe que el kirchnerismo fue más interesante en la agonía que en el triunfalismo. Tal vez estemos ante el fin de este desarrollo cíclico, tan complementario con la dinámica de polarización. Con la disolución de uno de los polos la dinámica política comienza a descansar menos en la variación continua los flujos y reflujos electorales del kirchnerismo en relación a un oponente hiper-constituido (como en la 125, o en la guerra contra Clarín), y más en las paradojas que atraviesan al propio kirchnerismo.  
Algo de esto se hizo visible en el tramo que va de los festejos del bicentenario a los festejos de anoche. Al mismo tiempo que los candidatos presidenciales potencialmente más competitivos de dentro y fuera del peronismo se iban bajando de la competencia, una serie de episodios bien diferentes ensombrecieron el escenario político.
Por un lado, una insistente tendencia al desborde en la conflictividad social en conflictos varios vinculados a la tenencia y uso de la tierra. Por otro, y de modo complementario, al tratamiento que las fuerzas represivas (gendarmería, policías federales y provinciales) dan a estos desbordes. El saldo de muertos durante el último año en este tipo de conflictos es creciente, al punto que cada vez cuesta más reconocer al gobierno una política de no-represión. En un artículo reciente en Página 12 Horacio Verbitsky escribe que el gobierno nacional reacciona rápido y correctamente ante cada uno de estos casos represivos, pero que un “gobierno popular” como el que desea no trabaja a posteriori, sino que se anticipa para impedirlos.
Por otro lado, el propio impasse de los movimientos sociales que construyen desde “dentro” surge como flancos débiles para la legitimidad del propio gobierno. Lo que el periodismo llama “el caso Schoklender” es el más evidente, pero no el único.
Estos “episodios” quedan absolutamente despolitizados cuando se los trata como casos aislados, o bien como casos de corrupción moral, de anomalía institucional o como meros delitos. La corrupción de las formas políticas tiene que ser discutidas de otro modo: políticamente. Y no es posible separar estos “casos” de una serie de inconsecuencias manifiestas de las políticas oficiales en relación a la política de alianzas locales, y la consecuente elución del debate de fondo sobre los inconvenientes del modelo neo-desarrollista en curso y de sus efectos más notables: extensión del modelo sojero y el ocultamiento de los conflictos en torno a la tierra, a la dimensión ecológica y alimentaria; la política minera con los desplazamientos de comunidades, contaminación, exención impositiva, apropiación privada de la renta; una idea completamente mistificada de la sociedad del trabajo, etc.
Lo curioso de estos efectos desestabilizadores propios de este tipo de conflictividad social no brota de ni de conflictos con opositores, ni como efecto de un procesos depresivo de la economía (sino todo lo contrario) o de episodios marginales o relativamente irrepetibles sino que son efecto del propio mecanismo de acumulación que está en la base de la dinámica económica que sostiene la arquitectura social del kirchnerismo.
Las tomas de tierras en todo el país, y últimamente en Jujuy y Tucumán, evidencian la otra cara de las dificultades del modelo: la imposibilidad de estabilizar la situación a partir de satisfacer demandas inmediatas y elementales de la población. Sobre una primera capa de satisfacción, emerge un pliego enorme de necesidades, y sobre ese pliegue de necesidades se recrea una dinámica social que desafía el esquema de gobernabilidad, visibiliza situaciones de inaceptables injusticias sociales, y desencadena ominosos procesos de represión.
Hasta el momento, la respuesta a este tipo de situaciones ha sido reinventar los términos del negocio y la contención social. Hay, indicios sin embargo, de que en el tiempo que viene tal vez no sea suficiente el ejercicio de la mera componenda.
El deseo de reforma social que vive en partes en el kirchnerismo tendrá ahora que imponerse (ninguno de nosotros puede ser ajeno o neutral en esto). Desarmada la polarización, el triunfalismo que desoye los desafíos materiales ya no es tolerable. Esta vez habrá que unir la oportunidad a la virtud, la fuerza con la inteligencia y el deseo de reformas con un realismo de la estrategia.  
Derrota del antikirchnerismo. El populismo de derecha, el peronismo y  las izquierdas unidas
Si hay algo que celebrar, es, entonces, me parece, la posibilidad de sostener la convergencia de dos procesos que solo valen si logramos mantenerlos juntos: la derrota del anti-kirchnerismo entendido como odio revanchista por la presencia, dentro del proceso, de elementos claramente democráticos, aleja el fantasma de lo que hubiese sido a todas luces el peor escenario para todos aquello que ven este período como especialmente rico para activar un reformismo social profundo; la chance de acabar con la simplificación ultra binaria que llegó a poner en riesgo la consistencia de las apuestas de estos mismos impulsos de transformación, haciendo de la problematización real que la situación demanda una vía de radicalización política más rica y compleja. 
El apoyo espectacular a la presidenta que surge de los resultados electorales no puede hacernos olvidar de la compleja madeja que se le esconde por debajo. En las listas del kirchnerismo hubo de todo, y buena parte de los votos que ayer fueron de apoyo se explican también por la mediocridad de las alternativas electorales. Las llamadas derechas populistas, que lograron un considerable poder local también han revalidado su poder. Sería demasiado fácil creer que esta derecha existe sólo en el macrismo.
De la izquierda no es fácil hablar. Es evidente que su presencia electoral introduce matices discursivos relevantes en un contexto de crisis del capitalismo y luchas sociales en las que suele tener una presencia muy por arriba de lo que puede aspirar a representar electoralmente. Pero el discurso de Altamira de anoche es desquiciado. Festejó un irreal triunfo de la izquierda argentina que a su vez supuso ejemplo para los luchadores de Londres, Santiago, o Madrid.
El frente progresista hizo, en el contexto de la mediocridad opositora, una elección que sus voceros parece considerar digna. En los festejos se pudo ver a gente como Lozano, De Gennaro o Donda, más próximos a las luchas sociales. ¿Cómo evitar la sensación de que esta fuerza, por más prolija y seductora que pueda resultar a cierto progresismo (desencantado con la peronización kirchnerista y sobre todo con la UDESO de Alfonsín-De Narváez, o incluso con la penosa soledad de Alcira Argumedo y de Proyecto sur) constituye algo más que una cooperativa de las desinteligencias de lo que se llama habitualmente la centroizquierda de los últimos años girando en torno al no demasiado estimulante partido socialista?     
El peronismo sigue acaparando el misterio de la situación. Como muchas veces en la historia ese significante ha comenzado a modificar de nuevo sus sentidos, y a buscar nuevos reagrupamientos. El propio kirchnerismo no logra substraerse del poder de esta variación (y la suerte de construcciones independientes dentro del kirchnerismo como las de Sabatella-Yasky se debaten también en estas aguas profundas).
Dentro del peronismo declinante podemos situar las palabras de anoche de Duhalde sobre el carácter “subversivo” y “antinacional” de las organizaciones que apoyan al kirchnerismo. Dentro del peronismo emergente podemos identificar un magma menos preciso en que se cuece hoy la articulación entre territorio y mundo simbólico de un ciclo político posrtkirchnerista que parece muy lejano luego de la elección de ayer, pero al que se entregan varios gobernadores y líderes sociales de todas las generaciones.
Las paradojas
La situación política argentina se comprende mejor a partir de dos paradojas centrales que sustituyen a la dinámica de la polarización: la primera de ellas es el hecho de que el la lógica del crecimiento económico que vigoriza la dinámica de contención social y de producción de ordenamientos políticos se sustenta sobre una lógica excluyente de la inclusión social hacia la que inevitablemente se tiende. No importa lo moderada que pueda resultarnos, la retórica de la inclusión, acompañada por gestos simbólicos y materiales sostenidos es una exigencia del proceso actual y choca (cuantitativa y cualitativamente) contra la estructura misma del crecimiento.
La segunda paradoja es que la líder indiscutible del proceso político, Cristina Fernández de Kirchner (hasta el momento la única figura capaz de capitalizar electoralmente la legitimidad política construida) no tiene acceso legal a una nueva reelección, lo cual distorsiona los cálculos de propios (que constatan ciclo político k no se ha cerrado ni mucho menos) y ajenos (que sueñan que el plazo legal actúe de límite y restricción de un proceso al que temen sin comprender del todo).      
La primera de las paradojas encierra el destino de las izquierdas (kirchneristas o no), del deseo de reformas, reparación y justicia que ve en las luchas sociales un motor insustituible. La segunda atañe sobre todo al peronismo, y todos aquellos líderes que detentan poder propio, que han apoyado más o menos a la presidenta en esta elección y esperan heredar a un kirchnerismo sin aparente recambio.
La disolución de la polarización no elimina del escenario a una derecha reaccionaria y anti-reformista que hace tiempo juega desde golpeando desde fuera del terreno electoral. Un intelectual ligado a este mundo de las derechas decía en estas horas que el único grupo que queda en posición de enfrentamiento irreversible con el gobierno es el “grupo Clarín”. Los demás “enemigos” (de Techin a la mesa de enlace, digamos) se han desemblocado y comienzan a jugar el juego de las paradojas, en el que no carecen de buenas perspectivas de expresión política a través de hombres como Vudú, Scioli, y otros varios triunfadores de estas elecciones.
Es de suponer que el kirchnerismo intentará forzar la situación en ambos niveles, y que en estas pugnas radica lo esencial de las dinámicas del presente venidero, en un contexto económico global mucho más cerrado. Lo veremos pronto.
Discutir entre todos
Muchos se discute y se seguirá discutiendo sobre la salud de lo político como teoría y praxis de la ciudad, es decir, como modo de institución de lo social. Si algo caracteriza a las sociedades capaces de política es, sobre todo, una cierta vocación por discutir entre todos. En su máxima lucidez o en su declinación relativa, la política ha sido una vía para ratificar o rectificar, para revisar o conservar, para alienar o replantear las estructuras colectivas, y ese sigue siendo su encanto.
La  pregunta que surge, entonces, en términos de coyuntura política es por la orientación del gobierno cristinista porvenir a partir de diciembre.
¿No sería deseable que ese gobierno asumiera segmentos de la agenda de otros actores políticos y sociales como aquellos que hablaban de extender la renta básica universal; modificar más radicalmente las políticas que favorecen la reapropiación de la tierra por parte de agricultores comprometidos con objetivos de garantizar la soberanía alimentaria; una corrección del modelo desarrollista capaz de tomar en cuenta los requisitos de un ecologismo social, así como una modificación de las políticas tributarias en relación a la economía extractiva y una profundización de la inversión de infraestructura en el bienestar popular que trasciende las actuales dimensiones de lo público (transporte, conocimiento, salud, etc)?
Las críticas a la institucionalidad que han sido insistentes los últimos años, bien pueden ser asumidas desde una perspectiva propia, arraigando menos en una concepción liberal abstracta y más en medidas del este tipo de las recién enumeradas.
Cabe esperar que todo esto se exprese en la composición del nuevo gabinete presidencial, en un nuevo dispositivo parlamentario y, sobre todo, en una relación con las provincias que no permita la autonomía de los gobiernos provinciales como vía de desarrollo del modelo neodesarrollista, con el pulular de grupos armados (policías, paras o privados) recurrentes a la hora de desplazar poblaciones por tierras.
Cuando la política trabaja desde arriba cada cual queda colocado en un relativo sitio de comentador-espectador. No se trata de lamentarse por eso, nadie está exento del todo en este juego. Pero constituye un desafío claro para todos afrontar este período que viene a partir de construcciones y enunciados mas autónomos, capaces de elaborar, presentar y tratar la complejidad social del presente con una perspectiva diferente a la que prima en las agendas más reaccionarias (o impotentes) del momento.
Como pocas veces cabe a este presente desbrozar la máxima que reza: “dime sobre la calidad de los problemas que enfrentas, sobre su profundidad y modo de tratarlos, y te diré cual es la potencia transformadora de tu política”.
15 de agosto de 2011 

El último rugido en la selva de la filosofía

A los 87 años murió el filósofo argentino

 León Rozitchner

Por Silvina Friera
Agudo, polémico, descarnado, el trabajo de León Rozitchner supo tejer una precursora alianza entre Merleau-Ponty, el joven Marx y el último Freud. El adiós a un rebelde que siempre arriesgó la soledad por no dejar la crítica.


El ser del filósofo es pensar; encontrar el riesgo en esa punta del cuerno del toro que el torero enfrenta en la lid. León Rozitchner, ese formidable torero “aguafiestas” del pensamiento que murió ayer a los 87 años, arrojó escritos de impiadosa iluminación y belleza. Avezado polemista que supo tejer una precursora alianza entre Merleau-Ponty, el joven Marx y el último Freud, valiente en su soledad, alerta contra todo aquello que pudiera anquilosar sus devastadoras argumentaciones, fue el único intelectual que en 1982, desde su exilio venezolano, se negó a firmar un documento en el que veinticinco intelectuales también exiliados –pero en México–, reunidos en el Grupo de Discusión Socialista, rescataban el hecho de que las islas Malvinas hubieran sido “recuperadas”, aunque el manifiesto repudiara la dictadura militar. “Las Malvinas es, entre muchos otros, uno de los eslabones que atenacean el secreto político de una cadena férrea de ocultamientos y engaños que ciñe el cuerpo despedazado y tumefacto a que ha quedado reducido eso que llamamos Patria”, afirmó el filósofo, profesor y ensayista en Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia, libro que escribió durante su exilio y gran pieza disonante dentro de la propia izquierda, que lo eximió de una “metida de pata tremenda” y una declaración “lamentable”.

 

Un filósofo intempestivo

León era el “rey de la selva” de la filosofía argentina, un pensador en el borde de lo teológico-político. Su muerte –ese cuerpo que se fue despidiendo desde febrero, cuando fue internado, el mismo día en que murió David Viñas, su compañero de ruta en la revista Contorno– no transforma automáticamente en pretérito un corpus de trabajos que dialogan abiertamente con el presente y el porvenir. Rozitchner trazó una senda, una apuesta de fondo y a fondo por la emancipación, que ahora otros continuarán: mostrar que no hay práctica política que se resuelva sin la pregunta fundamental de cómo pensar, como señalan María Pía López y Diego Sztulwark en el prólogo de León Rozitchner. Acerca de la derrota y de los vencidos (publicado por la editorial Cuadrata junto con Ediciones de la Biblioteca Nacional). La escritura fue el laboratorio de un estilo que se labró desde la capacidad para rasgar consensos intempestivamente. Para aguijonear prematuramente. Si en los años ’60 el compás de la época, la musiquita que empezaba a calar hondo en los oídos de muchos jóvenes militantes, fue el entusiasmo por la lucha armada, Rozitchner prefería alertar sobre los puntos ciegos y la tragedia inminente que se avecinaba. Si en los comienzos del siglo XXI un variopinto coro de intelectuales y ex militantes condenó con vehemencia la lucha armada, León argumentaba su legitimidad.
“La escritura tiene algo de sagrado –decía en uno de los ensayos reunidos en El terror y la gracia, muchos de esos textos publicados en Página/12–. El misterio de por qué hay más bien el ser y no la nada sólo adquiere sentido si nos preguntamos por qué más bien hay alguien que soy yo y no la nada, por qué hay un cuerpo que es el mío y no la nada. Eso es lo raro de lo raro. Es un misterio no religioso –aunque la religión se haya apoderado de él– y en él reside el fundamento de todo sentido. El Otro también es un misterio, tanto para él como para uno mismo. La distancia entre uno mismo y los otros oculta el escándalo: que se nos mate por millones en nombre de la democracia, de la religión, del amor y de la justicia.” ¿Cómo se construye una posición, un modo de pensar tan radicalmente original, una escritura que enlaza la relación con Dios, la ley, el deseo, la madre, el cuerpo, la historia, el Otro? En el humus de esta construcción habrá que imaginar a un niño criado en una mueblería de Chivilcoy, donde nació en 1924, tal vez inaugurando ese gesto suyo de amagar con cerrar los ojos –que se puede comprobar en varias fotos– para enfocar y comprender mejor. Ese niño radiografiaba a sus padres, afinaba el oído con el yiddish y los relatos de su abuelo rabino, llegado a fines del siglo XIX. Después llegarían las caminatas iniciáticas por el centro porteño, su vivencia durante los primeros años del peronismo –luego afirmaría que operó como facilitador de un mundo popular al que la izquierda marxista, en sus múltiples versiones, le proponía un camino más arduo–; su educación filosófica marxista, fenomenológica y freudiana en París, donde se graduó en La Sorbona en 1952; sus estudios con Merleau–Ponty y Claude Lévi-Strauss; sus lecturas de Max Scheller, sobre quien escribió su tesis; y Marx.

 

Belleza y ferocidad

De regreso a Buenos Aires participó del grupo fundador de la revista Contorno, junto a David Viñas, Ismael Viñas, Oscar Masotta y Noé Jitrik, en la década del ’50; pero también hay que apuntar, en la construcción de ese modo de pensar, la experiencia de su paso por Cuba, el exilio en Caracas y sus clases en la Facultad de Filosofía, en la Universidad Central de Venezuela, donde reflexionó en torno de Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, como productor de ideas nuevas. La lectura de Rodríguez le había mostrado un problema: cómo pasar de la primera revolución, la “revolución política” contra los godos que llevó a la creación del Estado-nación, a la segunda, a la “revolución económica” que incluya en el disfrute de la riqueza común a todos los postergados. Hay riesgo, belleza y ferocidad en ese tono siempre punzante. León pensaba con el cuerpo y desde el cuerpo en un puñado de libros capitales como Persona y comunidad (1963), Moral burguesa y revolución (1963), Freud y los límites del individualismo burgués (1972), Perón, entre la sangre y el tiempo (1985), Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia (1996), La cosa y la cruz (1997) y El terror y la gracia (2003), un puñado de ensayos hilvanados en torno del genocidio, la muerte, el desplazamiento de lo femenino y el terror, entre otros tópicos, reescribiendo junto con Freud, Marx, Lacan, Artaud, Macedonio Fernández, Althusser y Severino Di Giovanni. El doctor en Filosofía en La Sorbona no pensaba publicar ese libro. Lo confesó ante el suplemento Radar. “Me da asco leerme, supone una autocomplacencia que siempre queda defraudada”, aseguró el filósofo, acompañado –como siempre– por su infaltable pipa.

 

“Una traidora de clase”

No era un filósofo académico refugiado en abstracciones y en cierta medianía intelectual. Pensar –para Rozitchner– implicaba la puesta en juego del cuerpo, un coraje y una valentía que están moduladas por las ganas de infringir un límite. “Al kirchnerismo hay que situarlo evidentemente en la derrota del pueblo argentino que viene desde el apoyo que le dio al golpe militar, a la guerra de Malvinas y a Menem. Esto constituye un derrotero que marca un fracaso político monumental. Todavía estamos en la dificultad que conlleva salir de esa destrucción. Entonces, ¿sobre qué fondo el kirchnerismo puede hacer una política de transformación? Con los desechos de la derrota del campo popular, bienvenida sea la aparición de este gobierno –subrayaba el filósofo–. En ese sentido, se abre tenuemente una posibilidad distinta que es fundamental pensarla a partir del campo de la política de derechos humanos. Cuando Kirchner hizo bajar el cuadro de Videla al jefe del Ejército, la Argentina sintió un respiro de liberación. Algo cambió en la subjetividad de cada uno de nosotros; dicho de otra forma, nos sacamos el terror de adentro.” Como en cada línea que escribía, a Rozitchner le obsesionaban las lógicas profundas de la opresión del hombre.
Uno de sus artículos periodísticos más notables, que quedará en la memoria de muchos lectores, fue “Un nuevo modelo de pareja política”, el último que publicó en este diario, el 10 de noviembre del año pasado. En ese texto advertía que si bien Néstor Kirchner no había hecho la revolución económica que la izquierda anhelaba, “inauguró una nueva genealogía en la historia popular argentina” cuando afirmó que “somos hijos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo”. Rozitchner postulaba que Cristina Fernández y Kirchner plantearon un nuevo modelo social de pareja política. “Cristina es un animal político femenino en pie de igualdad con el animal político masculino de su marido Néstor, cosa que no pasaba con Perón y Evita. Ocupa un rango superior a Evita en la escala de Richter de la evolución femenina. Aquí las diferencias no se contraponen sino que se complementan, como se complementan los cuerpos que al amarse se unen. De allí surge, desde muy abajo, otro modelo político –tiránico o acogedor, según sea la cifra– en los representantes del poder colectivo en el gobierno. Y por eso también desde allí surge ese odio nuevo, tan feroz y mucho más intenso, que se apoderó de gran parte de las clases media y alta argentinas.”
Aparte de la agudeza, hay que paladear el lenguaje del filósofo y ensayista, detenerse en ciertas palabras. “Por eso, tantas mujeres sumisas y ahítas de alta y media clase no nos ahorran sus miserias cuando se muestran al desnudo al dirigirle sus obscenas diatribas: no ven lo que muestran. Son mujeres esclavas del hombre que las ha adquirido –o ellas lo hicieron– y al que se han unido en turbias transacciones, donde el tanto por ciento y las glándulas se han fusionado en una extraña alquimia convertida en empuje que llaman ‘amoroso’ –continuaba Rozitchner–. La envidian a Cristina desde lo más profundo de sus renunciamientos que el amor ‘conyugal’ exige pero no consuela. Cristina las pone en evidencia a todas: se han quedado sin jeans que las ciñan, con el culo al aire. Ella tiene, teniendo lo mismo o más de lo que ellas tienen, lo que a todas juntas les falta. Pero saben que tampoco podrían nunca llegar a tenerlo. Por eso, ellas no la envidian: la odian como a una traidora de clase –de clase de mujeres, digo–. La han cubierto de insultos y desprecios: de las ignominias más abyectas que nunca vi salir antes de esas boquitas pintadas de servil encono. Cristina las pone fuera de quicio. Esto también constituye el suelo denso y material de la política, tan unido a la lucha de clases entre ricos y pobres. Ellas también son el resultado de la producción capitalista de sujetos en serie: mercancías femeninas con formas humanas, con su valor de uso y su valor de cambio.” Y vale recuperar cómo cierra este artículo y el rebote de su fraseo. “Cristina Fernández-Kirchner ha prolongado y asumido como mujer-madre, y con el hombre que fue su marido, un nuevo modelo social de pareja política. No es poco para recuperar el origen materno del imaginario colectivo que busca una sociabilidad distinta. De todos modos, habremos ahondado un lugar nuevo y más fuerte si, para defendernos, la defendemos: no nos queda otra. Y no he sido ni soy, por eso, ‘kirchnerista’.”

 

Una izquierda miope

Cuando se inició el conflicto con el “campo”, estuvo en la última movilización en defensa del gobierno. “Nunca el problema de la Nación estuvo tan claramente ligado a la terrenalidad geográfica material del suelo patrio. Pero faltó referir el problema del campo a la expropiación del suelo nacional, que nos pertenece a todos, diferente al de la patria que los terratenientes definen –explicaba en una entrevista que le hizo el Colectivo Situaciones–. La materialidad de la tierra expropiada está ligada a la materialidad de los cuerpos sufrientes expropiados. La izquierda de todos los signos nunca partió de ese nivel elemental para fundar, comprensiblemente para todos, la crítica a la resolución 125”, cuestionaba León y levantaba su voz contra la expresión “más miope y miserable de la izquierda, que sólo atinó a reafirmar sus consignas revolucionarias para mantenerse neutral en ese enfrentamiento”.
Cada uno esculpe su rostro en el intercambio con el mundo y con los otros. León deja un inmenso bagaje de filamentos corpóreos y afectivos; una obra incómoda y por eso mismo reconfortante que atraviesa y desafía los modos dominantes del pensar.

Charlando con Toni Negri // Diego Sztulwark

 

Por D.S.
Los encuentros con Toni siempre despiertan expectativas. Uno va a su encuentro como si los esperase desde siempre. Y eso es así porque Toni se presenta como un interlocutor sobrecalificado. Su vida y su obra, para decirlo clásicamente, despiertan admiración. Pero su presencia agrega calidez, atención, rigor. Esa mezcla de reverencia, examen, compañerismo y posibilidad continua de fricción hacen de cada nueva entrevista un momento único y recordable. Y no es que todos los recuerdos sean especialmente gratos. Pero hemos aprendido, y sin ilusiones infantiles, que la expectativa una y otra vez se renueva.
Recién llegado de Santiago de Chile, Toni estaba muy impresionado por el movimiento de los estudiantes. Venía de dar una conferencia en la universidad ocupada y estaba tan estimulado por la inteligencia y la fuerza del movimiento como preocupado por lo que creía ver como una influencia del Partido Comunista Chileno sobre la joven dirección del proceso.
Si bien lejos de un estilo implacable y vehemente que conocimos años atrás, sigue combinando apasionadamente en su conversación alta filosofía con voracidad política militante. Intentamos, en estas líneas, registrar algunas de las cosas que nos quedan dando vueltas.  
1. Reinvención de la ciudadanía
El problema general que Toni intenta pensar es cómo dar estatuto constitucional a lo común, tal como éste emerge de la producción de riqueza biopolítica. Es ese un problema inseparable, para él y para nosotros, de una hipótesis sobre la intensificación de la participación política en torno a cuestiones como la gestión de la comunicación (una perspectiva que pondría el énfasis en el proceso de la conformación de la ley de medios como algo muy diferente a una “intervención estatal” y más próximo a un reconocimiento estatal del común), la representación política, la gestión social de la educación, la superación de la propiedad privada (por ejemplo, de la tierra) o la identificación de trabajo asalariado con inclusión y ciudadanía.
Desde esta óptica política interesa toda iniciativa que hace de la constitución un problema en y desde lo cotidiano; que plantea como central el reconocimiento de la productividad de la multitud; que empuja en función de un welfare, es decir, de un cosmopolita “salario para todos”, de todo impulso al aumento del consumo que suponga y empuje a una transformación de las formas de propiedad y de aprovechamiento colectivo de la renta. Todos estos son elementos para la reinvención de la ciudadanía
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Desde un punto de vista filosófico, el problema de la representación y de la explotación se encuentra en el congelamiento del ser social. Sólo desde el punto de vista de un ser ya-hecho se plantea el problema del “mal”, carente de sentido para un punto de vista enteramente constructivo y constituyente de la multitud (que incluye una antropología). Y el problema de la emancipación se presenta como el de la oposición del devenir al Ser. No hay ser ya hecho. La ontología está adelante. El asunto filosófico se plantea como el de la creación de un historicismo enteramente positivo (lo que en algún lado Toni proponía como una reescritura spinozista de Ser y tiempo). Esta temporalidad supone una teleología materialista signada por una idea plena y afirmativa del deseo. Una temporalidad sobre la que se constituyen las formas democráticas de la decisión política (de la determinación ontológica).  
2. Las figuras de la explotación biopolíticas y de la emancipación
Toni insiste con un esquema que viene pensando estos días con Michael Hardt (con quien está trabajando en un escrito sobre la experiencia fallida de Obama, es decir, sobre la frustración una relación transformadora entre estado y movimientos). El esquema narra el pasaje del proletario explotado en la relación fabril al hombre de la explotación biopolítica, según cuatro derivas: el hombre endeudado, el hombre mediatizado, el hombre asegurado y el hombre representado.
En la única conferencia pública que dictó en Buenos Aires Toni desarrolló las cuatro figuras y sus respectivas posibilidades emancipatorias. La primera de ellas se corresponde con el hombre del crédito, qquel que deseando consumir o comprar una vivienda queda esclavo de una deuda infinita. Del explotado al endeudado (como en la conversión del encarcelado en endeudado del que hablaba el Deleuze que describía las de la sociedad control).
El cambio de figura describe al sujeto que trabaja en la precariedad, en las redes de los servicios, imposibilitado de traducir el valor excedente que surge del modo en que organiza por su cuenta los intercambios productivos en autonomía y modo de vida. No se trata ya del trabajo bajo patrón, sino del hombre del común vuelto servidor del capital que lo endeuda. Un capital que ya no organiza la producción sino que cobra renta. El hombre endeudado es la figura de la auto-organización del trabajo en la esclavitud. El problema de la emancipación del hombre endeudado se plantea a partir de la decisión organizada de rechazar la deuda, lo cual supone en el acto una reapropiación común de la riqueza común. Promover la figura multitudinaria del rechazo, abriendo el juego de las singularidades constituyentes.
La segunda figura es la del hombre mediatizado. Ya no alienado en la fábrica, sino mediado por la comunicabilidad controlada por el capital. Se trata del hombre escindido, inteligente en su interioridad de cooperación, pero a la vez capturado por el juego del poder. El hombre mediatizado vive sometido a la comunicación, y el problema de la emancipación surge para él como el problema de su propia aptitud comunicante en el contexto de una verdad común de la comunicación. 
La tercera figura es la del hombre asegurado. El hombre metropolitano obsesionado por la seguridad de su propiedad y de su vida. Es el producto más maduro de la larga tradición de una filosofía política que traduce el riesgo de vivir en sociedad en miedo como pasión universal y dominante, inhibiendo las posibilidades de la cooperación colectiva. Paradojalmente, esta acentuación del miedo se constituye él mismo en un factor de inoperancia, de articulación protectora de la cooperación. La exclusión, la reclusión, no son casuales: son el resultado de un proceso sostenido de inoculación estatal del miedo (particularmente del miedo a la pobreza). El problema de la emancipación se plantea la mismo tiempo como un rechazo de la tradición hobbesiana del estado que nos protege ante la amenaza del otro y como recreación de la tradición spinoziana, en la cual el estado es algo muy distinto, no una institución separada, ni articulada en un deseo de dominio, sino fundada en un deseo de vivir juntos, de paz y de asociación, con un sentido de verdad común y de libertad.
Finalmente, el hombre representado, la cuarta figura, es un poco la síntesis de las tres anteriores. La representación choca de frente con la emancipación y constituye el principal peligro para la democracia.  En la representación se niegan los valores constituyentes. La representación “democrática” niega los valores de asociación y emancipación por medio del dominio y del miedo. El problema de la emancipación se plantea la representación de otra manera: la búsqueda de cómo representarnos (como hacen los movimientos) en un pasaje que supone el fin de la democracia liberal-representativa que legamos como un momento de esclavitud capitalista.
3. Charla postfestum
Cuenta Toni que ve al kirchnerismo (a las personas con las que habló estos días) muy abierto. Con una retórica de izquierdas y un lenguaje centrado en la resistencia al poder. Según parece, le dijeron que en el país había habido dos grandes crisis, la del 2001 y la del campo, de 2008. Y que de un modo u otro se habían resuelto las dos. Que la etapa actual estaba centrada en la industrialización y en la lucha contra la pobreza. La preocupación de Toni, en todo caso, pasa por otro lado. Por lo que le parece una ausencia de proyecto, de futuro. ¿Cómo se abre el plano de la proyección constituyente sin una idea de futuro?
El problema del gobierno y el problema del futuro parecen juntarse en la coyuntura argentina y quizás, sudamericana. Cuando se piensa en ir más allá de una gestión democrática del biopoder, ¿de dónde surgen los criterios para orientar las prácticas de gobierno, sino surge de las luchas y los procesos de movimientos? Cuando las retóricas oficiales pierden de vista estos procesos y se refieren a genéricas defensas de la vida o del bien común arriesgan colocarse en la senda de un modo de corrupción específicamente político, en la medida en que congelan el proceso constituyente. A partir de acá se pueden plantear algunos dilemas políticos actuales.
Más concretamente se trata de cuestionar los aspectos burgueses de la constitución que determinan negativamente el juego de la decisión política. Este problema, que es el que Toni se plantea respecto de Obama, se replantea ahora  a propósito de la coyuntura argentina, más abierta e interesante. Mientras en Europa sólo hay lugar para una ruptura directa y sin matices, en relación a EE.UU. hay que pensar a fondo la impotencia de Obama y en Sudamérica hay que pensar con rigor un futuro, lo cual implica no estabilizar este presente. Para pensar estos problemas conviene tener en cuenta algunas cuestiones.
1. Que la representación actual no se constituye sobre los problemas clásicos de la representación como la burocratización del representado o, incluso, el problema jurídico de la mediación y deducción del derecho. El problema es el de la decisión política: evitar que la política profesional separe la decisión de las fuerzas constituyentes que debieran orientarla. El problema de la representación hay que plantearlo en el contexto de una governance (el “gobierno de lo concreto”, las técnicas de gobierno que trabajan en la “la solución del caso concreto”).
2. El problema de la superación de la representación se conjuga directamente con el del mando político y la disputa central es respecto del control de las finanzas. La pregunta es: ¿cómo se organizan las finanzas? Hay que cortar el poder de renta (absoluta) del capital. ¿Cómo articular una fuerza apta para esa tarea? La hipótesis de Toni es que se trata de imaginar la confirmación de esta fuerza a partir de una acumulación de deseos que, sin embargo, pueda dar lugar a apariciones inmediatas. Esta es la forma que pueden tomar hoy las fuerzas de ruptura.
En este sentido es vital el aporte de Foucault a la teoría política. Con Foucault se retoma el pensamiento de la determinación activa de y en la historia: un historicismo biopolítico de las singularidades que habilita el pensamiento político directo. 
Se trata de proyectar estos problemas en nuestro contexto, sobre la cuestión del futuro. El tiempo es central para la decisión colectiva. Y en una sociedad mediatizada, la relación entre tiempo y comunicación se vuelve fundamental. Hasta cierto punto se puede festejar el hecho de que el gobierno argentino haya acudido al secreto y la sorpresa para evitar que las corporaciones mediáticas, financieras y empresariales las distorsionen. Pero, por otro lado, de este modo se consolida una separación entre decisión y proceso democrático constituyente y, contra todo pronóstico, se favorece  el poder mediático y con él, el de la representación. Es vital, para la emancipación el re-encadenamiento entre tiempo de proyección (futuro) y ampliación del proceso de la decisión. Es central que no se interrumpa la posibilidad de una articulación viva entre regla y modo de vida. 
Cuenta Negri que alguna vez Lacan le dijo a Guattari que el psicoanálisis tenía un horizonte de aplicación pertinente en la clínica, no en la política. La formulación del chiste es casi inevitable: la influencia del lacanismo en la política argentina (Laclau, Alemán) como expresión de un juego interpretativo, puramente discursivo, en donde la política vuelve como mediación/mediatizada y no como lanzamiento constituyente.
4. Despedida
En intercambio con varios compañeros salen varias ideas. Una que anoté. Existe una llamativa indiferencia en la Argentina actual respecto del movimiento de los indignados (España, Israel, EE.UU.) y, en general, respecto de las movilizaciones que se extienden en varios continentes. Se las percibe como si se tratase de una fase de lucha previa. Ellos luchan contra el neoliberalismo, como lo hacíamos nosotros hace diez años. Es decir: somos solidarios con ellos, pero de alguna manera esta vez ¡son ellos quienes debería aprender de nosotros y no nosotros de ellos!
Esta lejanía o anacronismo nos revela dos problemas. Uno de ellos es como han cambiado las cosas entre nosotros. En lugar de movimientos sociales politizados, cosmopolitas y sensibles a captar y dialogar con las formas de politización contamos hoy con una extensión del poder de consumo, con nuevas capas medias que ya no tienen los mismos problemas ni la misma receptividad que los movimientos que conocimos. Y el segundo es que esta incomunicación nos priva de advertir que estos movimientos no se plantean tanto el problema del gobierno como el de la participación, el de la experimentación de nuevas formas post-representativas. No advertir que el movimiento de los indignados trabaja sobre problema que nos son comunes sería un error de sensibilidad y de pérdida de oportunidad política.
Tal vez el asunto sería, entonces, advertir que los “movimientos” ahora no son tanto los “movimientos sociales”, que corren el riesgo de existir cada vez más en el lenguaje oficial como ocasión para una síntesis política del propio estado. Mas bien, el desafío es pensar cuál es el tipo de procesualidad político-social capaz de una acumulación deseante capaz de reabrir el proceso constituyente.    

La fábrica del hombre endeudado* // Maurizio Lazzarato

por Maurizio Lazzarato
En Europa, como en otras regiones del mundo, la lucha de clases se despliega y se concentra hoy en torno a la deuda. La crisis de la deuda alcanza en la actualidad a los Estados Unidos y al mundo anglosajón, que no sólo son los países desde donde ha nacido la última debacle financiera sino también -y sobre todo- el sitio donde el propio neoliberalismo fue concebido.


La relación acreedor/deudor pasa a ser, por lo tanto, el foco de nuestra observación. En torno a ella se intensifican los mecanismos de explotación y dominio de manera transversal, sin que pueda hacerse diferencia entre trabajadores y desocupados, consumidores y productores, activos e inactivos, jubilados y beneficiarios de la renta mínima. Todos son deudores culpables y responsables frente al Capital, que se manifiesta como el gran Dios acreedor universal. Uno de los mayores mecanismos políticos del neoliberalismo, tal como lo devela sin ambigüedad la “crisis” actual, es la propiedad, en el sentido de que la relación acreedor/deudor devela una relación de fuerzas entre propietarios (del capital) y los no propietarios (del capital). La deuda pública tiene a toda la sociedad endeudada, lo cual exacerba las “desigualdades”, o lo que ha llegado el momento de llamar “diferencias de clase”.
Las ilusiones económicas y políticas de estos últimos cuarenta años caen una tras otra. La new economy, la sociedad de la información, la sociedad del conocimiento, se diluyen en la economía de la deuda. En estas democracias que han triunfado sobre el comunismo, muy poca gente (algunos funcionarios del FMI, de Europa y de la Banca Central Europea, así como algunos políticos) deciden por todos, según los intereses de una minoría. La inmensa mayoría de los europeos se encuentra triplemente despojada por la economía de la deuda: despojada del poder político (a todas luces débil); despojada de buena parte de la riqueza que las luchas pasadas habían arrancado a la acumulación capitalista; y despojada sobre todo del porvenir, es decir del tiempo, como decisión, como elección, como posible.
La sucesión de crisis financieras ha hecho emerger violentamente una figura subjetiva que estuvo presente con anterioridad pero que se extiende ahora al conjunto del espacio público: la figura del “Hombre Endeudado”. Aquellos logros individuales que el neoliberalismo había prometido (“todos accionistas, todos propietarios, todos emprendedores”) nos precipitan hacia la condición existencial de este hombre endeudado, responsable y culpable de su propia suerte.
Tras la crisis financiera que estalló con la burbuja de internet, el capitalismo abandonó los relatos épicos que tenían como protagonistas a “personajes conceptuales” como el emprendedor, los creativos, el trabajador independiente “orgulloso de ser su propio patrón”, quienes mientras perseguían sus intereses personales estaban trabajando por el bien de todos. La implicación, la movilización subjetiva, y el trabajo sobre sí mismo, preconizados por el management desde los años ochenta, se reconvirtieron en una suerte de ley que transfiere a estos mismos actores los costos y los riesgos de la catástrofe económica y financiera. La población debe encargarse de todo aquello que las empresas y el Estado de bienestar “externalizan” hacia la sociedad, empezando por la deuda.
Para las patronales, los medios, los hombres políticos y los expertos, las causas de la situación no deben buscarse en las políticas monetarias y fiscales adoptadas, que ocultan el déficit operando una transferencia masiva de riqueza hacia los más ricos y las corporaciones, ni en la sucesión de crisis financieras que habían virtualmente desaparecido en los Gloriosos Treinta (N de T: se refiere a los 30 años de crecimiento ininterrumpido en Europa occidental tras el Plan Marshall), y que se replican despojando ferozmente de grandes sumas de dinero a la población para evitar lo que ellos llaman una crisis “sistémica”. Para estos amnésicos, las verdaderas causas de las crisis a repetición residen en las exigencias excesivas de los gobernados (especialmente los del sur de Europa), que quieren vivir como la cigarra, y en la corrupción de las elites (que en realidad siempre han jugado este rol en la división internacional del trabajo y del dominio).
El bloque de poder neoliberal no puede ni quiere “regular los excesos” de las finanzas, porque su proyecto político optó siempre por el mismo tipo de decisiones que derivaron en la última crisis financiera. Chantajeando con el fantasma de la caída de las deudas soberanas, busca llevar al límite aquel programa suyo que data de los años setenta: reducir al mínimo nivel los salarios, cortar los servicios sociales, que el Estado Benefactor se ocupe de los nuevos “necesitados” (las empresas y los ricos) y privatizar absolutamente todo.
Por nuestra parte, nosotros carecemos de instrumentos teóricos, de conceptos y enunciados para analizar no sólo las finanzas sino también la economía de la deuda, que las comprende y las desborda, así como a su política de sometimiento. En este libro intentaremos desplegar la relación acreedor/deudor a la luz de El anti-Edipo de Deleuze y Guattari. Publicado en 1972, aquel libro anticipó teóricamente los desplazamientos que el capital operaría más adelante. Y hoy nos permite, a través de una lectura de La genealogía de la moral de Nietszche y de la teoría marxiana de la moneda, reactivar dos hipótesis.
En primer lugar, la idea de que lo social no se constituye por el intercambio (económico y/o simbólico), sino por el crédito. En la base de la relación social no existe una paridad (de intercambio), sino que hay más bien una asimetría deuda/crédito, que precede histórica y teóricamente a la dinámica de la producción y al trabajo asalariado.
En segundo lugar, la hipótesis según la cual la deuda es una relación económica inseparable de la producción del sujeto deudor y de su moralidad. La economía de la deuda duplica al trabajo en el sentido clásico del término, impone un “trabajo sobre sí”, de modo tal que la economía y la ética funcionan conjuntamente. El concepto contemporáneo de “economía” encierra al mismo tiempo la producción económica y la producción de subjetividad. Las categorías clásicas de la secuencia revolucionaria de los siglos XIX y XX –el trabajo, lo social y lo político- resultan así atravesadas por la deuda, y ampliamente redefinidas por ella.
Es por lo tanto necesario aventurarse en territorio enemigo y analizar la economía de la deuda y de la producción del hombre endeudado, para intentar construir armas que nos sirvan para llevar adelante los combates que se anuncian. Ya que la crisis lejos de terminar podría expandirse.
* Este texto es la Introducción al libro La fabrique de l’homme endetté, essai sur la condition néolibérale. Traducción: Mirta Fabre y Darío Bursztyn.

Clinämen: Felicidad y Disidencia


Conversamos sobre la relación entre modelo de felicidad y política. 
Lo político como interrupción del consenso.
Malestares sociales y felicidades disidentes.

clinämen: ¿Y si no hiciésemos nada?


¿Qué hacer cuando el pensamiento y el lenguaje político disponibles no sólo no responden a nuestras implicancias vitales-colectivas, si no que contribuyen a devastarlas?

Un escritor audaz, un lector temible

Antes de fallecer en septiembre pasado, León Rozitchner compiló los ensayos de Materialismo ensoñado, que ahora publica Tinta Limón. El libro fue presentado en la Biblioteca Nacional por Horacio González, Eduardo Grüner, Diego Sztulwark, entre otros, y aquí se reproducen algunas de sus palabras.

 La gracia y el terror

Por Horacio González 
León pensaba a través de una serie de actos que no provenían de categorías filosóficas establecidas o conceptos preexistentes, sino que como filósofo antepredicativo, es decir, como el que siempre busca antes un material originario y descatalogado, indagaba sobre el origen del ser. Pero tampoco era éste un concepto que lo atraía, pues su idea de lo originario no se definía por un concepto ubicable en un verbo que finalmente era el máximo consuelo de la filosofía. En verdad, parecía estar situado, como algunos surrealistas, en el momento originario en que de una ausencia de lengua se pasaba a un presencia del lenguaje. Si había consuelo, en ese pasaje había que buscarlo. Pero quería percibir ese momento mítico en su propia lengua, como el adulto que había perdido, en su memoria infiel, el niño que había sido, y aún más, el momento de ensueño en que el lenguaje aparecía como una suerte de empréstito cósmico que era posible por la mediación de la madre, que actúa en un momento en que cuerpo, sensualidad y lengua están en momento de natalidad. Momento desprotegido, impuro, precategorial y amoroso, pero con un amor que no puede decirse sino en el silencio de las entresílabas, remedando una fusión mística entre materia, memoria y vida. Las religiones, que también sabían esto, para León se perdían en la astucia de forjar figuras de interrupción al flujo amoroso, y también lo llamaban amor, pero a costa de tomar el momento primordial de organización del sentido como un truncamiento de la sensualidad, sustituyéndola por una virginidad forjada en una de las formas menores de lo sagrado, es decir, la alegoría de la concepción sin mácula. León entendió que ese pacto social que rezaba por lo inmaculado era un cimiento civilizatorio que fundaba un mundo amoroso al mismo tiempo que lo vaciaba o lo despojaba del derecho del adulto –del filósofo involuntario que todos somos–, a volver una y otra vez a ese sitio cósico originario para preguntar quiénes somos, o quién es este yo que ahora pregunta por su cuerpo. Así, León inventó un lenguaje filosófico que emanaba de una fuente erógena olvidada y que no se privaba de un plano sarcástico popular, porque toda la filosofía que escribió, aun la más politizada que le conocimos, trataba exclusivamente de gestar en la urdimbre de la lengua la reproducción de ese momento expropiado que algunos pensaron como el inconsciente colectivo de la humanidad, y él admitió considerarlo bajo el signo de una maternidad que, con su llana locuacidad primera, hacía de la materia del mundo un sueño sin soñador, una gracia asequible como infinito don compartido, pero –he allí su esfuerzo, su militancia–, amenazado por la otra lengua que la humanidad dispone. La del terror.

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El fundamento perdido

Por Eduardo Grüner
León sabe muy bien que el fundamento perdido no es un Paraíso ídem al que podríamos retornar. Célebremente ha dicho Borges que sólo se puede sentir nostalgia de lo que nunca se ha tenido, y me permito imaginar que León podría haber suscripto esa intuición. No se trata en efecto, para él, de nostalgia, sino de recuperación de esa pérdida, de esa invisibilidad de la “madre apalabrada” –como él la llama– en la “materia ensoñada” que podría hoy “relampaguear en este instante de peligro”, si se me autoriza esa glosa de Benjamin. Y permítaseme decir, de paso, que hay que tener mucho coraje y un gran estilo, para atreverse a usar esas palabras –“ensoñada”, “ensoñación”–, que en cualquier otro se deslizarían hacia el sentimentalismo cursi, mientras que en su texto resuenan casi como trompetas llamando al combate. Casi como un jefe que gritara: ¡al ataque, mis ensoñados! En fin, trato de retomar el hilo. La metafísica occidental, decíamos –que no por llamarse metafísica ha estado menos vinculada a muy materiales relaciones de producción y poder–, sin embargo ha trabajado con ahínco para, literalmente, separar el alma del cuerpo. La conciencia, dice León, ha devenido “ese éter (…) en el cual se inscriben todas las palabras”, gracias a que ha sido anulada en ella su propio fundamento material, sensible: “Esta es la paradoja: decir que un cuerpo habla y después excluirlo de lo que las palabras dicen, como si el cuerpo no dijera nada”.

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Signos corpóreos

Por Diego Sztulwark
Algo que conmueve en la escritura de León queda inevitablemente sin respuesta. Algo que no podemos dejar de interrogar en sus escritos, aunque sospechemos que no será en la letra donde descifraremos la respuesta última que buscamos. Algo que nos remite –a través del texto– a una esfera de animación que ya no pertenece a los signos impresos en el papel, sino a otras superficies de inscripción más hondas. Este reenvío tiene algo de autoexamen, de indagación de la propia capacidad de sobrepasar un límite de lo pensable. Límite que comporta –lo dice León más de una vez– una amenaza de muerte en el plano psíquico individual, y en ocasiones, también, en el histórico político. Esa inquietud insomne radicalizó en León, creo, una capacidad desmesurada de lectura. Lectura de rostros, de gestos de los pensadores por él admirados, de los inmigrantes, de los dirigentes políticos, de los amigos. Lejos de cualquier aplanamiento de la vida en un fetiche textualista, este tipo de curiosidad expande la práctica de la lectura hacia una pluralidad de signos corpóreos, para encontrar allí su tránsito inmanente al lenguaje y al texto. Esta potenciación seguramente refinada en la escena analítica hacía de León un conversador insólito, un escritor audaz y un lector temible.

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Lengua, tierra, madre

Por Ricardo Abduca
León Rozitchner buscaba que en el paso de representación a concepto no se abandonaran lo sensible y lo imaginario. Después de La cosa y la cruz insistió, en una serie de textos breves, como los incluidos en Materialismo ensoñado, en tres términos con los que elaboró conceptos: la lengua, la tierra, la madre. “La celebración” habla de las condiciones que dan lugar a la pregunta filosófica; en vez de hospitalidad incondicional (Derrida) hay un origen más íntimo aún: la unidad gozosa de la madre y el bebé, donde todo comenzó. No hemos sido arrojados a este mundo; hemos sido celebrados, esperados, por nuestras madres. Si ha habido “olvido del ser”, es del ser como materia, materia afectivamente cargada desde el inicio de la vida de cada uno. “Celebremos poder recordar”, escribió, ese núcleo originario que es la matriz elemental de las ganas, es decir del deseo. Aunque lo que se celebra esté perdido: no somos bebés, y las madres se mueren. Lo perdido puede recobrarse. Un ejemplo que quizás León hubiera aprobado: el relato de Freud sobre el niño que balbuceaba “fort” cuando arrojaba sus juguetes y “Da” cuando los recobraba. Se ha interpretado: “mamá se fue/mamá está acá”. Matriz elemental, impronta primera que se va reiterando, más y más compleja, en la vida del sujeto. Lo que estos textos celebran es la posibilidad de recordar esa impronta primordial, en la que puede actualizarse la capacidad de cada uno para sacar fuerzas de flaqueza. En lenguaje spinoziano, hacer del padecer una afección activa.
Ese fort/Da elemental es un juego de lenguaje, como llamaba Wittgenstein al uso del lenguaje haciendo cosas con palabras, forma simple del pensamiento y el hacer cotidianos. Curiosamente, Wittgenstein parte de San Agustín, quien en las Confesiones cree recordar cómo aprendió el lenguaje a partir de los gestos de sus mayores. La etapa final del pensamiento de León también partió de Agustín, pero criticándolo como ejemplo fundamental de la borradura de la impronta materna-material; del desprecio por el cuerpo, y ante todo del cuerpo de la mujer, expuesto en el mito cristiano de la concepción maculada.

Clinâmen: Relato político y contrarelato


Tres momentos para pensar el relato político: el 24 de marzo, la guerra de Malvinas y la expropiación de YPF.
Conversamos con el historiador Bruno Napoli.

Clinämen: Fiesta y Resistencia, una política redonda

Conversamos con Ignacio Gago  y Agustín Valle, de Perros sin folleto, sobre la relación entre la cultura ricotera y las experiencias políticas del último tiempo. Los redondos como preparación para el 2001, Estallido redondo.


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“No podemos pensar en salvar el planeta si no pensamos la emancipación social”

Ulrich Brand es un politólogo y economista alemán que promueve una teoría crítica para abordar lo que llama financierización de la naturaleza, los dispositivos de gobernabilidad global y las transformaciones del Estado. En esta entrevista, plantea los fundamentos de su visión y analiza la crisis del capitalismo, los desafíos actuales del sur y las salidas que encontró la Argentina.

Por Verónica Gago y Diego Sztulwark
–¿Cómo se vincula hoy la crítica al desarrollo y la cuestión de la crisis?
 

–En la cumbre de Copenhague de 2009 sobre el cambio climático por primera vez se formuló desde los movimientos sociales, y más allá de las ONG, una crítica muy fuerte diciendo basta a este modo de gestión global de los recursos. Esto se articula de modo directo con la crisis actual, aunque ya encontramos en el siglo XIX el debate entre Marx y Sismondi referido a qué significa el crecimiento como solución a los problemas. Esta vez, el disenso se articuló también entre las elites. Por ejemplo, Amartya Sen y Joseph Stiglitz dijeron que había que reconocer estas críticas frente a lo que se proponía como salida dominante: redinamizar el crecimiento. Por supuesto, hay cierta historia y cierta preocupación por cómo salimos de la crisis. Está la respuesta neoliberal, que es hoy la dominante en Europa y que consiste en la receta de la austeridad. Luego, la respuesta keynesiana, que pide inversiones y consumo interno para empujar la economía. Y, más al margen, está el debate sobre qué hacemos con el crecimiento. Algunos iconos al respecto son personas como el inglés Tim Jackson, que propone una fórmula ya famosa: bienestar sin crecimiento.


–¿Qué opina de esta posición a favor del decrecimiento?

–La postura del decrecimiento restringe el crecimiento a un materialismo inocente, muy positivista, que cree resolver los problemas ecológicos a través de menos consumo, menos producción, más eficacia en el uso de recursos. Lo que se pierde en esta discusión es que el crecimiento supone la comodificación de relaciones sociales y de la naturaleza. Esto significa que desde el decrecimiento no se piensan las formas sociales del crecimiento, ya que no se las vincula con las formas capitalistas ni con la cotidianidad de la gente. Otro problema es que todavía en Europa no se debate en serio sobre el desarrollo porque se sigue viendo como un concepto destinado únicamente al sur. Es por eso que desde el norte no surge una crítica al desarrollo.

–¿La postura del decrecimiento se presenta como anticapitalista?

–Quienes argumentan a favor del decrecimiento hablan de una crisis del capitalismo, pero sin pensar cómo terminar con las formas sociales capitalistas. No es suficiente. Hace veinte años que Japón no crece y es una sociedad capitalista. Argentina en los ’80 y ’90 no creció. Pero la cuestión es cambiar la forma del valor, la forma de la mercancía, la forma política del Estado. El capitalismo no se acaba sin crecimiento. El capitalismo es acumulación de capital. Y si hay crecimiento económico esa acumulación es más suave porque se puede repartir. Si no hay crecimiento, como ahora en Europa, la respuesta del capital es la austeridad o las privatizaciones. El carácter hegemónico del capitalismo se reproduce mejor cuando hay crecimiento. Pero decir que el no crecimiento lleva a que el capitalismo se acabe para mí es una tontería.

–¿El término posdesarrollo es más abarcativo?

–Sí. Es un debate mucho más pequeño, pero tiene como eje criticar los fundamentos epistémicos del desarrollo como valor universal y las relaciones de fuerza que están allí implicadas. El desafío es llevar este debate más allá, hacia lo que llamo modo de vida imperial, es decir, a cómo se sustenta cierto desarrollo incluso desde el punto de vista de la vida cotidiana.

–¿Esto incluiría una crítica a la modernidad?

–Exactamente. Acá, en el sur, es posible hablar de crisis civilizatoria, como algo mucho más profundo. En el norte, en cambio, la perspectiva es más estrecha: desde la izquierda se habla de crisis del capitalismo y la mayoría de los analistas simplemente señala la crisis del neoliberalismo como una crisis coyuntural que se resolvería con una mayor intervención del Estado.

–¿Cómo la definiría usted?

–Diría, en primer lugar, que es una crisis múltiple. Esto significa que no es solamente una crisis económica ni una crisis financiera, como plantea la perspectiva keynesiana. Desde ese análisis se propone que hay que regular los mercados financieros, hacer más inversión pública y luego se llegará a otro modelo de crecimiento. Yo diría, en cambio, que hay que pensar en la transformación del modo de producción y del modo de vida. Si finalmente esto implica crecimiento o no, lo van determinando las luchas concretas en contra de ciertas formas de la economía que sólo se median por dinero.

–¿Qué otras economías desafían la noción clásica del crecimiento?

–Me interesa abrir el debate sobre qué significa una economía de lo común, o solidaria, que no es parte de un crecimiento formal, pero que es parte efectiva de una vida mejor. Por ejemplo, esto implica discutir qué significaría en una ciudad como Buenos Aires la posibilidad de cuadruplicar el transporte público con precios muy bajos y no pensarlo como algo contra el crecimiento, sino en términos de aumento de movilidad de la población. En Europa, las huertas comunitarias hacen que un 20 por ciento de la comida esté asegurada por esa vía, lo cual implica un decrecimiento puro desde cierta lógica, pero es sobre todo un mejoramiento concreto de la vida.

–Es muy difícil, de todas maneras, romper la idea de que el crecimiento es bienestar…

–El crecimiento no puede ser una cuestión de creencias de la que se está a favor o en contra. Es un efecto de un acumulado de luchas. La cuestión para mí es si somos capaces de ampliar el espacio de la producción común, de la producción no capitalista.

–¿Cuál es la capacidad efectiva de esas otras economías?

–La economía pública-estatal es mercantil, sólo que se maneja el precio de un modo más político. La economía común, en cambio, es no mercantil. En el 2004, la estadística alemana hizo un cálculo que decía que había 56 mil millones de horas de trabajo asalariado y 96 mil millones de horas de trabajo no asalariado. ¿Qué significa esto? Que la referencia cuando se habla de trabajo no puede ser únicamente el trabajo asalariado. Hay que abrir esta idea, como ya han hecho las feministas, incluyendo las horas de cuidado y de actividad política o comunitaria como actividades centrales para mantener la sociedad. Me parece importante la perspectiva “4 en 1” de la filósofa Frieda Haug, que propone la orientación de vivir cuatro horas de trabajo asalariado, cuatro horas de un trabajo para nosotros mismos, cuatro horas de cuidado y cuatro horas de trabajo para la comunidad o de trabajo político, como forma de rearticular los modos del hacer y la idea misma de lo común.

–Usted habla desde una perspectiva de la ecología política. ¿Qué implica?

–La economía neoclásica supone que la sociedad se aprovecha de la naturaleza y la tecnología resuelve los problemas y los límites que van apareciendo. Para la economía ecológica los límites sí son un problema y se concentra allí. La ecología política, que es mi punto de vista a partir de la Escuela de Frankfurt, va un paso más allá: sostiene que la reproducción material de las sociedades es un proceso de dominación de la naturaleza en el mismo sentido que las relaciones de dominación que estructuran la sociedad. No podemos pensar en salvar el planeta si no pensamos la emancipación social. Me niego a tomar los límites del planeta como punto de partida.

–¿Entonces…?

–El punto de partida es la dominación social, la cual por supuesto implica un modo de dominación de la naturaleza. Y esto lleva a la pregunta bien concreta de cómo nos reproducimos en el contexto de la movilidad, de las ciudades, de las viviendas, del campo, de la sexualidad, de la comunicación, de lo que comemos. Acá hay un campo de formas de reproducirse materialmente que no son parte del mercado capitalista. La pregunta entonces cambia: ¿cuáles serían las formas emancipatorias de tratar con la naturaleza cambiando los modos de vivir en la ciudad, de moverse, de construir vivienda, de producir, etc.? En este punto la cuestión de la decisión democrática es decisiva.

–¿En qué sentido?

–¿Quién decide, por ejemplo, las formas de salida de la crisis en Argentina del 2001? Podríamos decir: es la soja, una forma de comodificación de la naturaleza. También la minería. Que es un modo de ver a la naturaleza como recurso. ¿Quién decide, por ejemplo, los materiales con los que se van a construir los celulares de la próxima generación? Son los núcleos de investigación y desarrollo de algunas empresas, no es la investigación pública. Si no ponemos sobre la mesa la cuestión de la democracia, es decir, quién decide cuáles son los corredores de salida de la crisis, la salida tarde o temprano es la austeridad. Ustedes en Argentina lo saben mejor que nosotros. En esto es urgente juntar la perspectiva roja y verde: si no luchamos hoy a favor de la democratización y nos quedamos en una posición defensiva, como los keynesianos, la próxima crisis se resuelve por medio de la austeridad del capitalismo autoritario.

–Insiste en que no se trata de una cuestión formal, ¿cómo se logra?

–Vinculando esto con la experiencia cotidiana de la gente. Porque democracia acá no es algo formal, sino cómo yo me apropio de la vida, cómo vivo. El problema es cuando la cuestión ecológica y la cuestión democrática van por caminos diferentes.

–¿Qué significa lo que llama el modo de vida imperial?

–Es la pregunta por cómo se está universalizando un modo de vida que es imperial hacia la naturaleza y las relaciones sociales y que no tiene ningún sentido democrático, en la medida que no cuestiona ninguna forma de dominación. En este sentido preciso, el modo de vida imperial es no democrático. El modo de vida imperial no se refiere simplemente a un estilo de vida practicado por diferentes ambientes sociales, sino a patrones imperiales de producción, distribución y consumo, a imaginarios culturales y subjetividades fuertemente arraigados en las prácticas cotidianas de las mayorías en los países del norte, pero también, y crecientemente, de las clases altas y medias an los países emergentes del sur.

–¿Se trata de una generalización en distintas escalas?

–Cuando hablamos de generalización, no insinuamos que toda la gente esté viviendo igual, sino que existe una especie de lógica de desarrollo ampliamente aceptada, que se inscribe en estructuras coercitivas y dispositivos de acción. A pesar de que la crisis ecológica se politizó en los últimos tiempos y es también percibida como un problema en el discurso dominante, parece que los patrones de producción y consumo y los patrones culturales subyacentes se están consolidando y generalizando a nivel global con el apoyo del Estado y de la esfera política.

–¿No puede pensarse que en la medida en que el sur amplía sus patrones de consumo aparece desde el norte una preocupación por los límites y la crisis ecológica del planeta?

–Desde los conservadores, efectivamente, se trata de contener el crecimiento del sur. Los neoliberales, en cambio, dicen ¡qué bien que el sur crece, necesitamos ampliar los límites y una creciente sustitución de la naturaleza por el capital a partir de los avances tecnológicos! El déficit del debate viene dado también porque ciertas izquierdas medioambientales tienen una perspectiva catastrófica.

–¿Qué sostienen?

–Un aspecto central en este contexto es la superación de la dicotomía entre la sociedad y la naturaleza, ampliamente difundida también en las fuerzas sociales y políticas progresivas. Políticamente, esta dicotomía se refleja, entre otras cosas, para servirse de la cuestión ecológica en contraposición a la cuestión social. La tendencia de declarar a la ecología como contradicción secundaria se manifiesta precisamente en la actual crisis económica, en la cual el catastrofismo ecológico (“Nos queda muy poco tiempo”) y la ignorancia (“Ahora no hay tiempo para eso”) están formando una alianza peligrosa.

–¿Cómo se discute esto en Europa?

–Hay un consejo muy importante del gobierno alemán que cada año hace un informe y que ahora diagnostica que necesitamos una “gran transformación”. Se refieren, sin embargo, a una transición: la perspectiva es la renovación de un Estado que ahora se ve como capturado por los neoliberales. Esto supone que una vía de salida a la crisis es poner precio a la naturaleza. No es sólo una posición neoclásica, es también keynesiana y de la economía ecológica. Todos comparten un mismo argumento: la naturaleza necesita un precio. Hay un famoso informe sobre biodiversidad en 2008 que sostiene que la única manera de salvar la biodiversidad es que se sepa su precio.

–¿El eje queda puesto en el papel del Estado?

–El debate queda encapsulado en la renovación del Estado. El neoliberalismo se asocia únicamente al imperio del mercado y hoy se supone que con el Estado interviniendo en la economía estaríamos en otra fase. Pero cuando hablamos de transformación hablamos de algo mucho más profundo: de la transformación de los modos de vida y las relaciones de producción, lo cual no puede empezar por el Estado. El Estado asegura las relaciones existentes, claro que resuelve algunos problemas, pero siempre al interior de la lógica capitalista. Hablando teóricamente, hay que pensar cuáles son los actores de la gestión y cuál es el objeto de la gestión, qué se quiere gestionar.

–Volviendo el eje al sur. ¿Cómo pensar una alternativa?

–Hay un miedo a China. El sur se tematiza como competidor industrial, por ejemplo India. Y como lugar de donde provienen los recursos. Pero no se lo percibe más allá de la competitividad internacional, dentro del paradigma global actual. Hay que impulsar el debate sobre qué sería una regulación del mercado mundial a partir de las luchas sociales. Por ejemplo, ¿qué pasaría si Bolivia exportara un tercio de lo que exporta hoy, pero manteniendo una renta que le permita una distribución democrática? ¿Cómo pensar que el mercado mundial debe pagar mucho más por un recurso que se extrae del sur? Esto tiene que ver, por supuesto, con las relaciones de poder. Y por eso la respuesta a nivel latinoamericano puede ser organizar un cartel de precios, imponiendo que Europa deba pagar tres veces más. Y la justificación debería ser la presión que imponen las luchas en este continente a favor de distribución más justa de la riqueza y de un extractivismo moderado.

–¿Supondría que los Estados, presionados por las luchas, negocian a nivel global otros precios?

–Es lo que hace la Unión Europea con los productos agrarios, que son tres veces más caros que en el resto del mundo. Entonces, cada tonelada de carne que viene de Argentina a Europa inmediatamente se triplica en precio. Esto no es decisión pura del Estado, sino presión social.

–¿Por qué tiene tanta repercusión el concepto del “buen vivir”?

–Porque implica tomar en serio que hay otras formas de reproducción social, material y espiritual, que no son capitalistas. Lo cual abre un espacio para repensar, a la altura de la modernidad, eso que llamamos buen vivir. Tomando por supuesto en serio los avances tecnológicos, las nuevas experiencias, las redes internacionales, etc. El riesgo es petrificar el buen vivir como algo indígena, puramente autóctono.

Clinämen: «Estación zombi: pibe remundancia»


 
Compartimos lecturas y conversamos con lxs chicxs de Barrilete cósmico sobre «Estación zombi: pibe, repugnancia, abundancia«, corto + cuadernillo hecho con pibes del Conurbano Bonaerense.

Expropiación de Repsol, nacionalización de YPF

Análisis de coyuntura
por Verónica Gago y Diego Sztulwark


Como es sabido, la semana pasada el gobierno argentino envió al parlamento un proyecto de regulación de la entera actividad hidro-carburífera nacional y la expropiación de acciones de Repsol sobre la empresa YPF, hasta controlar el 51% entre el estado nacional y las provincias petroleras, conservando la forma de una sociedad anónima. La medida cuenta con un enorme apoyo político y social.  
Secuencia

El 1 de marzo de este año la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dio un largo y esperado discurso en ocasión de la apertura de las sesiones legislativas.  A sólo cuatro meses de haber triunfado con un contundente 54% de los votos (sacando un 40% de diferencia respecto de los partidos opositores)[1] se habían acumulado ya una cantidad considerable de interrogantes sobre su gestión derivados directa o indirectamente de la crisis global.

Un episodio trágico se había colado inesperadamente por entre los pliegues de la retórica de la “nacionalización” que venía en alza, entendida como la apuesta a delegar los servicios públicos privatizados en manos de empresas locales. El accidente de un tren en Buenos Aires disparó un gran descontento social, y el debate sobre la política gubernamental de subsidios a empresas privadas concesionadas por el estado para hacerse cargo del transporte público[2].


Ya desde fines del año 2011, en vistas a la reelección presidencial, comenzaron a visualizarse una serie de dificultades derivadas de la incapacidad para sostener la política de subsidios a empresas públicas privatizadas, a fin de sostener la tarifa baja del combustible, el transporte público, la energía eléctrica y el gas para el consumo de hogares y empresas, en un contexto de alta inflación y fuga creciente de dólares. Durante el verano las medidas del gobierno se orientaron al retiro moderado de subsidios, al control de fuga de divisa, el bloqueo de la repatriación de ganancias y el cierre masivo de importaciones.   

Esa coyuntura estuvo atravesada, también, por el conflicto social. Por un lado, el agrietamiento de la relación con la conducción sindical (CGT) y, por otro, la aparición de una nueva dinámica de conflictos provenientes de la resistencia a mega-proyectos de desarrollo ligados a la minería a cielo abierto y al monocultivo sojero. También algunas protestas articuladas por un descontento ante el funcionamiento de los servicios públicos. En todo caso se trata de una serie de dinámicas cuyo efecto más notable es el de hacer una contra-narración del discurso del desarrollo.

En el citado discurso presidencial del 1 de marzo se anunció también la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central y se anularon topes y restricciones al control del crédito, se hizo público el deseo oficial de poner un límite la negociación sindical en paritarias y se subestimó la legitimidad del conflicto social en sus distintas variantes.  Se celebró la presencia del Juez Garzón, se ratificó el rumbo del país en materia de derechos humanos y se anunció una ofensiva oficial en torno a la soberanía de Malvinas.  
Tras un proceso intenso de deliberación oficial y negociaciones fallidas con Repsol, finalmente se anuncia la semana pasada la “nacionalización” de YPF y su festejo en un acto partidario el viernes último bajo la consigna ²unidos y organizados².   

El modo de ofensiva política del discurso que reseñamos marca un “tempo” (la “secuencia”) que va de las elecciones al anuncio de YPF. La interpelación ha tenido como eje a la juventud militante[3], remarcando un movimiento interior al peronismo, desplazando algunos viejos cuadros.
Proyecto de nación

El proyecto de ley que la presidenta envió al parlamento tiene dos grandes aspectos complementarios. Por un lado se modifica la propiedad de las acciones de la empresa YPF y por el otro se declara de “interés nacional” al conjunto de la actividad hidrocarburífera. Los principales argumentos a favor de la nacionalización subrayan la necesidad de recuperar el control de la exploración y explotación de recursos no renovables, estratégicos para el desarrollo  nacional (en la medida en que afectan al total de las actividades económicas), concebido a partir de variables tales como el abastecimiento de energía barata para el mercado interno, dinamización de la industria, y el fortalecimiento de un estado capaz de incidir cada vez más en el diseño el futuro económico del país. El discurso oficial insiste en dos tópicos esenciales: que con medidas como estas se deja atrás el dogmatismo privatista de los años 90, y que la recuperación para el estado de un papel directivo de la empresa coloca a YPF en línea con empresas como Petrobras (antes que PDVESA).

La nacionalización supone, al mismo tiempo, una revisión de la historia del estado argentino. YPF, Yacimientos Petrolíferos Fiscales, creada por el presidente Irigoyen en las primeras décadas del siglo XX fue una empresa pionera. Íntimamente ligada a una memoria nacional y popular -realzada por el actual relato oficial- la empresa, junto a Gas del Estado, garantizaron durante décadas el autoabastecimiento de petróleo y gas, a la vez que participaron activamente de la financiación de la obra pública nacional. Como núcleo (material y espiritual) del desarrollismo nacional, su historia osciló entre las expectativas de hacer del estado el motor estratégico del país y la firma de contratos con empresas internacionales para operar la exploración y explotación de los recursos.

Con la llegada del peronismo al gobierno en el año 1989, luego de la dictadura y del gobierno radical de Alfonsín, el presidente Menem dispuso, en un contexto de heroicas resistencias militantes pero con gran consenso social y enorme complicidad de la burocracia sindical, su entera privatización. Por entonces, tras años de desidia y corrupción en las empresas estatales, no fue difícil para el oficialismo argumentar, en lo esencial, que el estado era ineficaz para la administración empresaria. La venta de los activos públicos (teléfonos, aguas, transporte ferroviario, correo,  gas, petróleo, electricidad, etc.) dinamizó la década neoliberal con la conformación de “un clima de negocios”. Junto a la apertura de las importaciones y la convertibilidad peso-dólar, tales privatizaciones sostuvieron, durante años, el impulso del llamado modelo neoliberal.
Repsol/YPF

La derrota del peronismo en manos de la Alianza, en el año 99, la posterior crisis del 2001 y luego la sucesión de gobierno provisionales y el gobierno de los Kirchner entre el año 2003 y 2011 no cambió demasiado la ecuación en esta materia. Hay que considerar que los Kirchner gobernaban, durante el período menemista, una provincia petrolera del sur del país, Santa Cruz, y desde ese lugar apoyaron fervientemente la privatización de YPF.

Durante los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, cuando se trataba de dejar atrás la crisis, sin nada que privatizar, la alianza con el gobierno de España (de fuerte presencia en la captura de empresas públicas privatizadas) fue una de las prioridades. Hasta que durante los últimos años el propio Kirchner empezó a jugar con la idea de una “nacionalización” de YPF.

En su período hubieron algunas estatizaciones, como empresas de distribución de aguas, energía y correos, por abierta desinversión y mala gestión.  De hecho, hace cinco años Kirchner había ideado una primera “nacionalización”, logrando que Repsol ceda el 25% de las acciones de YPF a una empresa “nacional” (Grupo Petersen, de la familia Eskenazi, con sede en Europa), completamente inexpertos en el negocio, pero aparentemente útiles para tomar un mayor control de la actividad. Este sector de la empresa no fue tocado por al nacionalización reciente.
La expropiación 

Para comprender el impacto de la decisión basta con señalar a trazo grueso la encrucijada a la que se llegó durante los últimos meses. YPF es la empresa más grande del país, con el control directo el 30% de la actividad hidro-carburífera nacional. El año pasado, para abastecer a precio barato los requerimientos energéticos de una economía en movimiento, el gobierno debió importar energía por unos 9 mil millones de dólares. Se estima que este año la importación debería sumar 4 mil millones más. En este marco el gobierno acusa a Repsol de desinversión en exploración, de explotación irresponsable, de priorizar intereses de la empresa en otros puntos del planeta descuidando las exigencias del mercado argentino, daños ecológicos y fuga de cuantiosas ganancias.

El otro dato es que la Argentina es considerada como la tercera detentadora de gas y petróleo no convencional. En poder de YPF está el yacimiento Vaca Muerta en el que se estiman enormes reservas de combustible. Sucede que para operar esa extracción hace falta una inversión millonaria que ni Repsol ni el estado argentino parecen en condiciones de afrontar.  Además circuló una información publicada por el diario Financial Times según la cual en el momento del anuncio de la nacionalización Repsol intentaba vender YPF a la petrolera china Petroleum & Chemical Corporation (Sinopec).
Las expectativas y las críticas

Se destaca, en el proyecto que fue aprobado hace dos días en el Senado en tiempo récord y que se estima que salga muy pronto de diputados con forma de ley, lo siguiente:
-Una mayor injerencia del poder político sobre la actividad hidro-carburífera. (La presidenta insistió en su discurso que Argentina es el único país de América Latina que no controla sus recursos naturales).

-La participación de las provincias petroleras y el poder ejecutivo en la captura de la renta petrolífera.  

-Hay expectativas sobre el precio a pagar por la expropiación de las acciones y por la convocatoria a inversiones para afrontar un cambio de políticas energéticas. Las mayores expectativas son las de una participación mayor de Petrobras. Pero no se descarta por el momento la participación de empresas chinas y norteamericanas.

-Se discute el aparente cortoplacismo de la medida. Que apremiados por la inflación y la necesidad de financiar importaciones no haya un pensamiento estratégico a largo plazo de lo que se pueda hacer recuperando la renta petrolera. Se discute también no haber retomado el 100% de las acciones. 

-Se plantea la necesidad de discutir el sentido que se da al crecimiento y al desarrollo. Las próximas inversiones serán más destructivas en términos socio-ambientales.

-Se debate la activación de una nostalgia por un estado soberanista al servicio de una reorganización de las cuentas y los negocios sin cambiar de fondo la idea de que la economía depende sobre todo de un cálculo en relación al mercado mundial, y se descuida a mediano plazo otras relaciones posibles entre naturaleza y beneficio económico.

-Desde analistas cercanos al gobierno el mapa se dibuja entre las siguientes opciones: incrementar la producción y exploración en los yacimientos convencionales que Repsol había desatendido o acelerar esos procesos en los codiciados yacimientos no convencionales, lo cual a su vez supone otra opción: negociar con las mayores compañías petroleras o buscar financiamiento bancario para realzar el rol del estado.
Reparación


No es un dato menor que los primeros movimientos de trabajadores desocupados surgieron en el interior del país, en los pueblos –del norte y del sur- que vivían de la industria petrolera nacional. Los piquetes que surgieron entonces, dijo Cristina Fernández, encontraron su definitiva reparación histórica con la expropiación de YPF. De este modo, el gobierno vuelve a inscribir una de sus medidas trascendentes en el ciclo abierto con las protestas sociales de principio de siglo. Con el ánimo de insistir que el único horizonte posible era la vuelta del estado como ²reparador², pero sin dejar de diferenciar el modo de gestión que propone para YPF (junto a sectores privados) de la clásica estatización.


[1] La formación del nuevo gabinete, conocido el 10 de diciembre, no tuvo grandes novedades respecto del primer mandato a excepción de la ratificación del poder que la presidenta decidió darle a un grupo de la juventud políticamente organizada en torno al gobierno (agrupación La Cámpora, dirigida por su hijo Máximo Kirchner). De allí surgen los nuevos cuadros que representan a la presidenta en cada vez mas sitios claves de gestión y decisión política.  
[2] El saldo fue de 51 muertos y más de quinientos heridos. A pesar de la transferencia de recursos estatales vía subsidios, las condiciones habituales del transporte público que liga a los barrios populares con sus fuentes de trabajo en la ciudad son pésimas. El área de transporte del gobierno ya estaba involucrada en causas judiciales importantes por corrupción. El argumento que cierta intelectualidad ligada al gobierno esgrimió sostenía que el desborde del transporte se debe a la recomposición del empleo (reformas de primer grado), que esa reactivación del trabajo evidenciaba ahora la precariedad del transporte y su necesidad de mejoramiento (como parte de un conjunto de reforma de segundo grado). Lo decisivo es que frente a la catástrofe se reivindicaba que la mayoría de los afectados eran trabajadores, beneficiados por el actual ciclo económico. Las medidas del gobierno frente a la empresa fueron de intervención temporaria por quince días, siendo renovada dos veces. Sin embargo no se dispuso el cese de la concesión.
[3] El subsecretario de Economía, quien lideró la expropiación, es un joven economista de formación marxista, recientemente llegado al gobierno, y proveniente de la militancia universitaria independiente.

Clinâmen: Movilizaciones antimineras en Perú


 

Conversamos con Antonio Zambrano, responsable del Área de Integración Solidaria de Forum Solidaridad Perú (FSP), sobre los emprendimientos mineros y la política extractivista en ese país. La retórica del desarrollo en los gobiernos, la defensa del buen vivir en los territorios.

Clinâmen: a un año del 15M


 
Conversamos con nuestro amigo Alberto Nanclares sobre el aniversario del 15M español. ¿Puede haber un programa político de lxs indignadxs? ¿Qué otras formas (no-proyectivas) puede darse la república del 99%?

Badiou: «En filosofía es importante tener un adversario»

En pleno apogeo del relativismo, persistió en el estudio del ser y la verdad; cuando se puso de moda el pensamiento light, continuó escribiendo tratados de seiscientas páginas. A los 75 años, Alain Badiou -que recientemente fue distinguido por las universidades de San Martín y Córdoba- afirma que el legado de Platón está más vivo que nunca y analiza lo que hoy se puede entender por política, a la luz de la actualidad europea y latinoamericana.
 
En los pasillos de la Universidad Nacional de San Martín se contaba, en estos días, que cuando le preguntaron a Alain Badiou si podría sostener la apretada agenda de actividades que lo aguardaba en Buenos Aires y Córdoba, el filósofo respondió: «No hay problemas. Soy una suerte de Mick Jagger de la filosofía». La comparación no es descabellada. No sólo por la vitalidad que a los 75 años es capaz de exhibir Badiou al disertar durante varias horas ante un auditorio colmado, para luego concentrarse en una entrevista o en una sesión fotográfica. Con el Stone comparte, además, el hecho de ser uno de los más grandes en su disciplina; alguien que ha compartido cartel con figuras de renombre durante buena parte del siglo XX habiéndolas sobrevivido. Badiou fue discípulo de Jean-Paul Sartre, de Louis Althusser, de Jacques Lacan. Rivalizó, entre muchos otros, con Jacques Derrida, con Richard Rorty y, especialmente, con Gilles Deleuze. Su conciencia del lugar que ocupa en la filosofía contemporánea se pondrá de manifiesto hacia el final de esta entrevista cuando, precisamente hablando de Deleuze, diga con una sonrisa plena de satisfacción: «Él fue el gran filósofo de la vida; yo soy el gran filósofo del concepto».
Badiou es un típico filósofo moderno. En sus textos todo está perfectamente ordenado, desde los cimientos hasta los pisos más elevados; todo se apoya en un fundamento sólido y cada paso responde a una rigurosa argumentación. Poco le importó que, durante las últimas décadas del siglo XX, cuando floreció el discurso posmoderno, lo tildaran de «anticuado». Él insistió hablando de temas como el ser, la verdad (la verdad universal, en la que no hay ningún lugar para el relativismo), el sujeto, la revolución, la razón. En pleno imperio del pensamiento light él continuó escribiendo tratados de seiscientas páginas. Cuando el nihilismo parecía ser el destino inevitable de la filosofía, él permaneció firme sosteniendo las banderas de Platón. Por eso ahora que el posmodernismo parece no haber sido más que una moda pasajera, no puede evitar sentirse como un triunfador.
Minutos antes de recibir el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) -distinción que unos días más tarde le otorgaría también la Universidad Nacional de Córdoba-, el filósofo francés repasó sus principales conceptos, analizó la situación política en Europa y América Latina y anticipó sus futuros trabajos.
-Acaban de tener lugar las elecciones en Francia. ¿El triunfo del socialismo puede dar lugar a un cambio significativo en la política francesa o europea?
-Pienso que la elección de François Hollande es más un resultado que una causa. La crisis europea pide una nueva orientación, y esta elección es simbólica de la nueva situación. Pero no espero, para nada, una transformación magnífica. Habrá ajustes en lo financiero, en lo monetario, puede ser que haya un relanzamiento del salario, un poco menos de favores a los grandes grupos económicos y los bancos. En realidad, creo que si se produce algún cambio en la política europea, no será principalmente a causa de la elección francesa. Será, en todo caso, porque la política que se llevó a cabo hasta ahora en Europa es una política peligrosa e ineficaz, como todo el mundo puede verlo. Incluso los alemanes están modificando su punto de vista. La idea de que hay que volver a lanzar el crecimiento es una idea que progresa en toda Europa. De todos modos, en lo personal estoy muy contento de que Nicolas Sarkozy se haya ido. Pero es una apreciación más psicológica que política. Ahora bien, que en segunda vuelta haya ganado la izquierda no debe hacernos pensar que en Francia hay una mayoría de izquierda. No la hay. Probablemente, si el candidato de derecha hubiera sido otro, habría ganado. Lo que decidió la elección fue gente como yo, que detesta a Sarkozy.
-En su obra hay dos pilares fundamentales: El ser y el acontecimiento (1988) y Lógicas de los mundos (2006). ¿Cómo podríamos sintetizar el trayecto que lleva de un libro a otro?
-En El ser y el acontecimiento me planteo la cuestión de saber cuál podría ser la diferencia ontológica, esencial, entre la verdad y las opiniones. Una vieja pregunta platónica. Lo que me interesa es la posibilidad de mostrar que no es necesario tener dos formas de ser diferentes, como dos mundos platónicos: el mundo de abajo, sensible, y el elevado, de las ideas. Se puede decir que el ser de una verdad, como el ser de cualquier cosa, tiene la forma de un múltiple.
-De ahí su tesis de que la disciplina que se ocupa del «ser en tanto que ser» no es, como creíamos desde Aristóteles, la filosofía, sino la matemática.
-Efectivamente. Quería mostrar que puede hacerse una doctrina de la verdad, una doctrina de valor universal, sin introducir un dualismo ontológico: ni sensible/inteligible, ni alma/cuerpo. Ésa era mi gran cuestión. En Lógicas de los mundos la cuestión es diferente. Lo que allí me interesa son las condiciones según las cuales una verdad aparece. Es, de alguna manera, una cuestión sobre la historia de las verdades, su devenir, más que un problema sobre el ser de la verdad. Son categorías diferentes. Podemos decir que en El ser y el acontecimiento, yo me preocupo por lo que es una verdad, mientras que en Lógicas de los mundos me preocupo por cómo aparece.
-Esto nos conduce a su concepción de la verdad. Usted sostiene que la verdad tiene dos caras: por un lado se trata de algo singular pero, al mismo tiempo, es algo universal. ¿Cómo pueden compatibilizarse estas dos características?
-Quizá pueda verse con claridad si tomamos como ejemplo un poema. Un poema puede conmover a la humanidad entera, aunque sea algo escrito en una sola lengua. El efecto es universal, pero su existencia, su materia, es particular. También podemos encontrar algo así en la política. Podemos verlo, por ejemplo, en la Revolución Francesa. Ciertamente tiene un valor universal: su lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad» o la postulación de los Derechos del Hombre son, hasta el día de hoy, una referencia en todo el mundo. Pero, al mismo tiempo, se trata de una revolución totalmente particular, ligada a un momento de Francia de fines del siglo XVIII; los discursos de los revolucionarios están escritos en lengua francesa; además, los revolucionarios se refieren a la historia romana y griega… Es decir, el material histórico y cultural es totalmente particular. Y esto es lo que me interesa: ver de qué manera un valor universal puede aparecer en la historia aunque el material histórico sea singular.
-Usted sostiene que la verdad surge en las huellas de un acontecimiento. En los ejemplos que usted propone, ¿cómo puede reconocerse que un auténtico acontecimiento ha tenido lugar? Porque, en definitiva, de ello depende la universalidad de la verdad del poema o de la revolución política.
Un acontecimiento se reconoce en sus consecuencias. Cuando surge el acontecimiento hay una suerte de sorpresa; el sentimiento de que allí hay algo único. Si uno toma los testimonios de la Revolución Francesa, incluso los de los grandes filósofos, como Kant o Hegel, ve que están conmocionados por la Revolución Francesa. Pero todavía no están seguros de que se trate de algo universal, ni de que esto vaya a tener una influencia capital en el resto del mundo. En cambio hoy, si se toma a cualquier persona, nadie va a dudar de esto. ¿Qué pasó durante ese lapso de tiempo? Se universalizaron las consecuencias. Se puede decir que hoy hay una verdad de la Revolución Francesa, reconocida por todo el mundo, y que esa verdad tuvo su punto de origen en el acontecimiento. Fue construida a partir del acontecimiento, pero todavía hoy perdura. Aún hoy es un problema definir en qué consiste la universalidad de la Revolución Francesa. Es una verdad infinita. Podemos tomar otros ejemplos del ámbito de la ciencia o del arte.
Ya desde el El ser y el acontecimiento Badiou sostiene que hay cuatro instancias en las que la verdad se manifiesta: la política, la ciencia, el arte y el amor.
-De estas cuatro instancias la más dramática para un individuo es la del amor. Porque en los otros casos, el surgimiento de la verdad puede evaluarse desde una perspectiva histórica. Un político, un científico o un artista pueden morir sin saber que han producido un acontecimiento en sus disciplinas. Serán las consecuencias desplegadas en la historia las que esclarecerán esa situación. Pero en el caso del amor, el problema atañe a un individuo finito. Puede resultar desesperante no tener certezas acerca de si lo que se está viviendo es o no es un amor verdadero.
Si la verdad es infinita, es justamente porque no hay jamás una certeza absoluta del acontecimiento. Y el amor es el mejor ejemplo. Cuando yo digo que el amor es una verdad infinita, no estoy queriendo decir que dura un tiempo infinito. Ya de por sí por el simple hecho de que todos vamos a morir. Pero la vida humana es una suerte de infinitud; lo que se puede desear juntos, lo que se puede inventar juntos, lo que se puede hacer juntos, es una infinidad. Entonces, si el amor se sigue inventando, si se continúa siendo fiel a él, a sí mismo y al otro, entonces habrá una verdad. Una importante verdad acerca de lo que es la diferencia entre dos personas. Porque el amor es eso: la construcción aceptada de la diferencia de dos personas. Pero cuando uno de ellos no acepta las diferencias, inevitablemente se va a ir solo. Porque no hay que olvidar que en la actualidad hay una imagen errónea del amor, teñida por la idea de una especie de «mercancía de la existencia». No se promueve la idea de una aceptación de la diferencia. Se piensa al otro como una mercancía a la que, después de utilizarla, simplemente se la tira, se la arroja a la basura. Esto no es amor. Esto es, en todo caso, algo ligado al goce o al placer.
-En El ser y el acontecimiento usted insistía en la importancia de la fidelidad del sujeto al acontecimiento, para que éste pudiera producirse como tal; en Lógicas de los mundos la noción de sujeto aparece desplazada, en cierto modo, por la de cuerpo. ¿Esto es así?
-En El ser y el acontecimiento lo que me interesa es el ser del sujeto; se trata de una teoría abstracta del sujeto. Allí vemos cómo todo procedimiento de verdad construye un sujeto: habrá entonces un sujeto del amor, un sujeto político, etc. Pero allí no me detengo en las particularidades de ese sujeto. Si en la Lógicas de los mundos hablo de cuerpo es para afirmar que el sujeto está construido en un mundo; que él también es una parte singular del mundo. Hablo de cuerpo porque el mundo está hecho de cuerpos. No se trata, necesariamente, de un cuerpo biológico. Por ejemplo, en el caso de la Revolución Soviética de 1917 está claro que el cuerpo es el partido. El cuerpo está siempre ligado a circunstancias particulares.
-Es un cuerpo con órganos, a diferencia del «cuerpo sin órganos» del que hablaba Deleuze…
-Sí. Porque el «cuerpo sin órganos» de Deleuze está ligado a una teoría de la vida. Es la potencia de la vida inorgánica; la potencia creadora de la vida. Esa potencia no tiene órganos; es la potencia de la vida pura. Mientras que, en mi visión, se trata de un cuerpo particular y complejo. Entonces, tiene órganos y posibilidades de acción particulares y no existe antes de él una suerte de potencia pura, que naturalmente, es lo que para Deleuze es la potencia de la vida.
-En la política contemporánea, ¿cuál sería el cuerpo del sujeto político?
-Yo creo que estamos en una profunda crisis política. El cuerpo político siempre tomó dos o tres formas: por un lado, el poder del Estado, al que yo llamaría estructura; por otro, las organizaciones políticas, tomadas en un sentido muy vasto; y, finalmente, las acciones colectivas de masas. Una política siempre implica una relación muy complicada entre los tres. Hay políticas como la monarquía absoluta, que llevan todo el poder al Estado; políticas anarquistas, que llevan todo a la acción colectiva; políticas revolucionarias, de tipo leninista, que llevan todo a la organización. A fin de cuentas, creo que el balance del siglo XX muestra que ninguna de estas orientaciones puede liberarnos: ni el gobierno totalitario, ni el partido poderoso, ni tampoco la espontaneidad pura. Hay experiencias interesantes, pero estamos en la crisis de todo esto. La consecuencia es que tenemos una experiencia del cuerpo político pero sólo a nivel local. Tenemos algunos Estados menos malos que otros. También hay organizaciones políticas con proyectos interesantes. Y también hemos visto, por ejemplo, en la «primavera árabe», movimientos populares interesantes. Pero no hay una síntesis de todo esoLo que se puede decir es que si el siglo XXI produjera un nuevo cuerpo político, sería una síntesis de los tres, pero sin mezclarlos: un Estado controlado por la política, juzgado por el pueblo; una organización que no se confunda con el Estado, que no esté fascinada por el Estado y el poder, más inclinada hacia el pueblo que hacia el poder; y una capacidad de acción colectiva que mantenga el equilibrio en todo esto. Eso sería un cuerpo nuevo.
-¿Considera que hay, en este aspecto, diferencias entre las situaciones que atraviesan América Latina y Europa?
-Creo que la situación es ahora mejor en América Latina. Porque ustedes tienen una relación entre política y Estado más valiente, con más movimiento. No quiero decir con esto que sea una experiencia totalmente formidable. Pero indudablemente es más dinámica que en Europa. Tanto Evo Morales como Lula o Kirchner son fenómenos interesantes, aun con sus limitaciones. La América Latina de hoy es muy diferente de la de hace treinta años. En cambio la Europa de hoy está estancada, inmóvil.
-Cuando, en 1999, usted presentó El ser y el acontecimiento recuerdo que estaba indignado por la oleada de discursos sobre «el fin»: «fin de siglo», «fin de milenio», «fin de la historia» y, especialmente, «fin de la filosofía». ¿Cómo ve la filosofía ahora que hemos transitado más de una década del siglo XXI?
-Si usted me lo permite, me gustaría declararme victorioso. Porque la tesis del fin de la filosofía, según la cual la filosofía no era más que metafísica y que la metafísica había muerto ha caído prácticamente en el olvido. Esta tesis tenía dos orígenes. Por un lado, provenía de cierta filosofía alemana, heredera de Heidegger, o de cierta interpretación de Nietzsche. Y, por otro, de una tesis positivista, del lado de la filosofía analítica, del mundo anglosajón. Es decir, se daba una curiosa convergencia entre Heidegger y Wittgenstein, para hablar de los más grandes. Creo que ahora la situación se desplazó. La filosofía parece hoy muy viva. Les interesa a muchos jóvenes que son muy curiosos a la vez que muy ignorantes. Y esto habla de una suerte de recomienzo. Un poco confuso, pero igualmente vital. Y creo que hay una razón profunda para esto y es que el mundo está profundamente desorientado. Y la juventud tiene necesidad de una orientación. Un joven tiene hoy tres posibilidades: puede ser cínico y entrar en la lógica del sistema; también puede ser nihilista, y sostener que el mundo es malo pero que no hay posibilidades de cambiarlo, por lo cual lo mejor es entregarse al goce. Pero esas dos posibilidades poco a poco fueron cediendo terreno a una tercera, la de encontrar una orientación verdadera y significativa que no sea una simple integración al mundo tal cual es ni tampoco el abandono nihilista. No está del todo claro. Pero veo que son muchos los jóvenes que se interesan por esta tercera opción. Esto también tiene otro efecto importante. En los países en los que no hay una fuerte tradición filosófica, esta crisis está conduciendo a la religión, como búsqueda de una fuente de sentido. Esto es muy fuerte en los países árabes, pero también en Rusia.
-En el Segundo manifiesto por la filosofía, de 2009, usted no parecía tan optimista. Porque allí planteaba que se había superado el discurso del fin de la filosofía, pero que había surgido un nuevo peligro: su banalización. ¿Considera que este peligro ha sido dejado atrás?
-Sí, creo que es así. Yo me refería en ese entonces particularmente a un fenómeno que se daba en Francia, aquello de los «nuevos filósofos» (N. de la R.: nombre con el que se conoció en Francia al grupo compuesto por André Glucksmann, Bernard-Henri Lévy y Alain Finkielkraut, caracterizado por su permanente participación mediática y por su insistente crítica al pensamiento de izquierda). Pero fue algo totalmente efímero, que terminó agotándose. La gente se dio cuenta de que eso no era filosofía, sino ideología. En la filosofía tiene que haber argumentación, propuestas verdaderas, y allí no las había. Creo que luego de esa decepción se ha abierto paso a la creación de una nueva perspectiva.
-¿Con Lógicas de los mundos debemos dar por concluida la serie de tratados inaugurada con El ser y el acontecimiento, o podemos esperar un tercer volumen?
-Bueno, yo espero llegar a escribir el tercer tomo. Estoy trabajando en ello. Ya tengo el título: La inmanencia de la verdad.
-¿Cuáles son los problemas que afrontará allí?
-Quizás uno de los más importantes sea el de la forma de la filosofía. Creo que el problema más difícil hoy en la filosofía es el de la construcción conceptual, el de la lengua de la filosofía. Es un problema que ha sido abordado por muchos filósofos, como Jacques Derrida o Jean-Paul Sartre. Sartre escribió novelas y obras de teatro, Lucrecio escribió un gran poema, Spinoza escribió teoremas… Pero ¿cuál es la lengua de la filosofía? Hoy no hay un estilo dominante, como hubo en otras épocas. En particular, no es clara la frontera entre el tratado de filosofía, el ensayo filosófico, la intervención política, el comentario artístico, la relación con la ciencia, es muy móvil y muy difícil. Creo que en esta reinvención de la filosofía de la que le hablaba anteriormente la cuestión de saber cuál es la forma apropiada de la filosofía va a reaparecer de una manera nueva y exigente. Esto está relacionado con otro problema, que es el de la relación entre lo oral y lo escrito. Porque los filósofos son habladores, necesitan medir lo que dicen con el público; son como pequeños actores, en esta forma moderna del actor que es el profesor. Y entre esa oralidad y el texto escrito siempre hubo una relación complicada. Estéticamente estamos en el mundo de la performanceLa verdadera cuestión es saber cuál es la performance de la filosofía. Y en relación con esto, como todo el mundo, estoy buscando en todas direcciones.
-En su extensa trayectoria, usted ha tenido contacto con personalidades que han marcado la producción intelectual del siglo XX. Me gustaría, para cerrar esta entrevista, repasar algunos de esos nombres, y que usted pudiera decir, sintéticamente, que significaron en su propia producción. Louis Althusser.
-Mi contacto con Althusser me permitió ver que cierta versión del marxismo era compatible con la filosofía racional desarrollada. Althusser era sobre todo un maestro de filosofía. Me mostró que entre la filosofía y la política podía haber una compatibilidad profunda.
-Jean-Paul Sartre.
-Con Sartre aprendí la importancia del compromiso y de la libertad. Que en toda elección hay una decisión que compromete la vida entera.
-Jacques Lacan.
-Junto con Althusser me enseñó la importancia de las estructuras y del modo en que éstas condicionan a un sujeto. Hay condicionamiento, pero no fatalidad. Siempre hay lugar para la libertad, y el psicoanálisis tiene un papel muy importante en la liberación de un individuo.
-Jacques Derrida.
-Un adversario que en los últimos años de su vida se convirtió en un aliado, cuando tuvimos que enfrentarnos a los mismos enemigos.
-Jean-Luc Nancy.
-Lo que me gusta de él es que es una especie de heideggeriano honorable. Proviene de Heidegger, pero trata de no ser tan nihilista. Yo presiento en él una orientación religiosa no explícita, pero muy fuerte.
-Jacques Rancière.
-Sobre todo, un amigo. No sólo por cuestiones filosóficas.
-Me reservé un nombre para el final: Gilles Deleuze. Usted ha escrito un libro sobre Deleuze. El clamor del ser, en el que detalla su relación ambivalente con Deleuze. Por un lado, una gran proximidad en los temas que trabajan, como el acontecimiento, el sentido; también afinidad en los autores que frecuentan, como Spinoza. Incluso, cercanía en otras áreas de interés, como la matemática o el cine. Sin embargo, todos estos posibles puntos de encuentro no hicieron más que agigantar la distancia que los separaba. Aunque pueda considerarse que esa tensión fue inmensamente productiva.
Deleuze ha sido, indudablemente, mi adversario preferido.
-Lo dice con un tono de nostalgia. ¿Lo extraña?
-Sí, absolutamente… Porque en filosofía es importante tener un adversario. Rousseau fue el adversario preferido de Voltaire; Descartes fue el adversario preferido de Pascal… Las parejas filosóficas son muy importantes. De alguna manera fuimos como dos pretendientes amorosos rivales. Pretendientes de lo mismo. Incluso aunque no estábamos de acuerdo prácticamente sobre nada. Pero coincidíamos en un punto muy importante: que la filosofía existe. Nunca volví a tener un adversario filosófico como él. Mis adversarios actuales lo son más por cuestiones ideológicas que filosóficas, como Bernard-Henri Lévy y Alain Finkielkraut. Deleuze fue un gran filósofo. Fue el gran filósofo de la vida… así como yo soy el gran filósofo del concepto.

¿Hay una nueva forma-Estado? Apuntes latinoamericanos

por Verónica Gago, Sandro Mezzadra, Sebastián Scolnik y Diego Sztulwark 

1. Retóricas, procesos y estructuras
En América latina en general, y en Argentina en particular, presenciamos una renovación del papel del Estado tras una década de impugnaciones desde abajo al neoliberalismo. Presentamos a continuación algunos «apuntes» con el objetivo de abrir la discusión sobre esta figura emergente del Estado, ubicándola al interior de un contexto que parece caracterizado por tres tendencias de fondo: una nueva legitimidad de los gobiernos «progresistas» lograda a través de un modo específico de inserción en el mercado mundial, una creciente importancia del consumo popular y una reconfiguración decisiva del mundo del trabajo.
Creemos, además, que el análisis del sistema institucional que toma forma, de manera contradictoria, en estas circunstancias debe ubicarse más allá del campo conceptual y de las lógicas que han caracterizado a la forma Estado moderna. La perspectiva necesita ampliarse hacia un conjunto de dispositivos de gobierno que integran al propio Estado tal como ha sido entendido tradicionalmente, pero sin reducirse a él. La total redefinición de los procesos de gobierno que se ha señalado en los últimos años en las teorizaciones sobre la governance se manifiesta en América Latina de modo absolutamente singular. Proponemos analizar el nuevo rol y las nuevas funciones asumidas hoy por el Estado desde el punto de vista de las retóricas, los procesos y las estructuras heterogéneas en las cuales se expresa esta redefinición. Es esta combinación específica la que nos interesa para comprender la innovación que se experimenta en la región en el actual contexto de crisis global.

2. ¿Más allá de la hipótesis del atravesamiento?
En la última década las luchas populares y masivas, en sus distintas expresiones, obligaron a una reconfiguración institucional respecto de la matriz estrictamente neoliberal que se consolidó en los años del Consenso de Washington. Una hipótesis muy sugerente para pensar la vinculación entre Estado y movimientos sociales en este contexto fue la del “atravesamiento”, propuesta por Toni Negri: los movimientos sociales podían orientarse a atravesar las instituciones del Estado para transformarlas desde dentro. El supuesto que organiza esta hipótesis (más allá de la clásica toma del poder del Estado) es que en la medida en que estos movimientos expresaban una potencia heterogénea respecto de la naturaleza neoliberal y colonial del Estado, dicho ²atravesamiento² abría la posibilidad de un cambio significativo en su constitución.
Este proceso de ²atravesamiento² del Estado por parte de los movimientos se ha experimentado en muchos países latinoamericanos. Cierto que de un modo siempre parcial, imposible de captar desde una mirada lineal. Y, más importante aun: con una variedad de modalidades significativas, oscilando entre una apertura institucional ²por arriba² y la subordinación de las dinámicas políticas ²por abajo².
Lo que puede corroborarse es la multiplicación de contradicciones al interior de las estructuras mismas del Estado, imponiendo nuevos temas en la agenda política, restableciendo jerarquías y prefigurando pautas diferentes en las políticas sociales, cada vez más centrales en el dinamismo económico y en los dispositivos de gobierno.
Es en simultáneo y al interior de estos procesos que han tomado forma las nuevas funciones estatales, que corresponden a estructuras institucionales específicas y que asumen una importancia creciente en países como Argentina. No nos referimos sólo a aquellas funciones vinculadas a gestionar las políticas sociales. Son también importantes, por ejemplo, las que gestionan la interdependencia económica y la inserción en el mercado mundial: éstas últimas constituyen el punto de conjunción a través del cual la especificidad del capitalismo latinoamericano se articula con las lógicas unitarias del capitalismo global. Junto a la creciente complejidad de la figura del Estado aparecen nuevas tensiones y hasta auténticos quiebres entre sus estructuras, entre los procesos políticos que se impulsan, y las retóricas a través de las cuales se intenta consolidar la propia legitimidad.
Esta nueva situación nos lleva a la necesidad de profundizar el análisis de la relación entre capitalismo contemporáneo (uno y múltiple al mismo tiempo) y el nuevo rol jugado por el Estado en muchos países “emergentes” (no sólo de América Latina). Para que esto sea posible, insistimos, resulta igualmente necesario abandonar  cierto modo “metafísico” de entender el Estado como si fuese una esencia eterna e inmutable, muy notorio en particular en el debate en torno a la “vuelta del Estado”.
3. Instituciones abiertas: una teoría de la improvisación
Si hay una nueva forma Estado se caracteriza porque –a diferencia de lo que sostenían las teorías tradicionales, jurídicas y políticas, del Estado moderno– su unidad ya no puede ser asumida como presupuesto de su acción, ni de su legitimidad, ni de su eficacia. Al interior del Estado conviven segmentos parcialmente “desnacionalizados” (Sassen) y  estructuras que se organizan en torno a competencias específicas, dando lugar a una verdadera institucionalidad “por proyectos”.
En el caso argentino, por ejemplo, el Estado demuestra una capacidad enorme de gestionar la inserción en el mercado mundial a través de la economía extractiva, la administración de una porción de la renta surgida del comercio de materias primas (minerales y transgénicos) y la construcción de relaciones directas con nuevas fuentes de financiamiento (por ejemplo, los bancos chinos).
Las estructuras, los procesos y las retóricas que se refieren a la figura del Estado operan todas a partir de esta circunstancia y de estas fuentes de recursos. En este contexto, la fuerte presencia del discurso ²soberanista² y nacional como organizador del escenario “neo-desarrollista” (con énfasis sobre la ciudadanía, la ciencia y la industria nacional) coexiste y se refuerza con la asunción de la creciente interdependencia global.
Lo cual, a su vez, obliga –y este es el punto que nos interesa– a un modelo de “instituciones abiertas”, construidas sobre un principio de permanente improvisación respecto a sus modos de actuación y sus parámetros de eficacia. Nuevas estructuras, capacidades y legitimidades se forman alrededor de competencias específicas, configurando –como decíamos– una institucionalidad por “proyectos”. Al interior de este esquema se gestiona también la continua superposición de escalas (local, nacional, regional y global), con las permanentes disputas que de allí se derivan.
En lugar de atribuir estas características particulares a la “transición” hacia (o  la “vuelta” de) el viejo Estado benefactor, podemos pensarlas como elementos de una nueva figura estatal, en la cual la eficacia de la acción gubernamental reproduce constantemente una sustancial fragilidad, relativa tanto a la misma unidad global de sus estructuras, como al hecho (clave) de que esta institucionalidad se funda en una relación totalmente peculiar con procesos de movilización social, de los cuales depende su eficacia en última instancia.
4. Planes sociales: ¿el consumo desvinculado del trabajo? 
En Argentina, como en otros países de la región, está en marcha hoy un proceso, limitado y desigual, de distribución de la riqueza social. Esto se vincula ciertamente con la presión de las luchas sociales, las cuales han sido un elemento esencial del régimen de legitimación de los recientes gobiernos ²progresistas². Sin embargo, veremos que hay otros elementos también en juego.
La naturaleza, la composición y el desarrollo de las políticas sociales son aspectos cruciales para comprender tres puntos: la lectura y el tratamiento que el gobierno da al conflicto y a la cooperación social, la relación entre gobierno y movimientos sociales y las transformaciones “subjetivas” a nivel social. En este sentido, se trata de una lente particularmente eficaz para focalizar los desacoples entre retóricas, estructuras y procesos de gobierno.
También limitando nuestro análisis exclusivamente a Argentina, resultaría muy difícil hablar de una modalidad única y coordinada de los planes sociales. Más bien lo contrario: la clave es su variedad. Así como hay planes sociales que intentan adecuarse al complejo mapa social trazado por los movimientos en la última década (aquí es decisiva la implementación del plan de cooperativas Argentina Trabaja), hay otros que presentan formas más o menos universales (Asignación Universal por Hijo, Jefas de Familia, etc.), pero también formas de financiamiento para pequeñísimos emprendimientos (que aprovechan vinculaciones varias con las redes de la economía social).
Sin embargo, es necesario pensar los efectos de todas estas distintas ramas de la “asistencia social” unificadas bajo la retórica de la “inclusión” y del ²empleo². Pero lo importante es cómo se articulan estas retóricas con los siguientes procesos:
1) Tratamiento complejo con los movimientos sociales: que incluye y combina la negociación, la subordinación, el reconocimiento y la reparación, con el armado de estructuras paralelas y el enfrentamiento más o menos directo.
2) La disgregación de las redes colectivas: hay también una combinación entre financiamiento a movimientos y prestaciones individuales. Pero un mix de estas modalidades se da inclusive al interior de los movimientos mismos. Por un lado, se tramita “uno a uno” instituyendo estructuras de mando (“punteriles”) que gestionan la incorporación individual (y negociada) con el plan social y las agencias estatales (municipios, Ministerio de Desarrollo Social y de Trabajo). Por otro, hay complejos canales de negociación colectiva e interlocución institucional (de la obtención de recursos al manejo directo de un proyecto).
3)  Producción de conocimiento como forma de gobierno: los planes sociales permiten desarrollar una inteligibilidad del mundo popular profundamente trastocado a partir de las mutaciones operadas desde la década del noventa y la crisis de 2001. Es una forma de registro y clasificación de los modos de vida que no pueden considerarse dentro del mundo asalariado formal ni de los cánones clásicos con los que opera el Estado. Para ello, fue necesario que el Estado incorporase a su plantel a muchos funcionarios provenientes de los movimientos y de las ciencias sociales. Su conocimiento de los grupos y su saber operativo, territorial y organizativo, están en la base de una nueva interlocución (pero también de un sistema de exclusión).
4) Política de seguridad: el conocimiento y el control territorial viabilizado a partir de los planes sociales permite un saber sobre grupos y movimientos con el que no cuenta cabalmente ninguna fuerza de seguridad. La reciente designación del histórico responsable de las negociaciones con los movimientos sociales como Viceministro de Seguridad habla muy claramente de una reformulación realista de las concepciones mismas de la noción de seguridad.
5) El plan social como productor de una nueva forma de ciudadanía: parte de los requisitos de los planes consiste en un cierto tipo de inscripción legal de los “beneficiarios” en aquellas zonas donde predomina la informalidad: la escolarización, la vacunación y documentación obligatoria como contrapartida. Sin embargo, acá vemos operar otra novedad: las instituciones clásicas del Estado no pueden dar respuesta a la masividad que se deriva de este tipo de prestaciones obligatorias. Para ello, muchas veces el Estado se sirve de iniciativas autónomas para suplir la imposibilidad de resolución institucional. Pongamos un ejemplo: el aumento en la matrícula escolar, luego de que ésta sea un requisito del beneficio de la AUH (Asignación Universal por Hijo), obligó al Estado a recurrir a la experiencia autogestiva de los “bachilleratos populares”, que hacen educación popular en las fábricas recuperadas desde el 2001, y en simultáneo reconocerles su existencia a partir del financiamiento de los salarios docentes, por afuera de los convenios colectivos del gremio docente.
Este mapa breve del funcionamiento de la política social nos permite remarcar un punto clave: la retórica dominante del retorno del empleo convive con subsidios que –asignados bajo este lenguaje del mundo del trabajo– son destinados directamente al consumo. Y en relación a esto: ¿qué escenario configura este modelo de financiamiento de los consumos?
La idea parece ser, analizando la retórica del gobierno, una suerte de ²política en dos tiempos²: primero el ²despegue² de los consumos, motorizados en gran medida a través de planes y subsidios; después la generalización del empleo, imaginada según una modalidad clásicamente industrial y “fordista”.
A nosotros nos parece que no es esta la tendencia en marcha al interior del mercado de trabajo argentino, y que sería más realista pensar la segunda fase de la ²política en dos tiempos² bajo otra dirección. Una proletarización heterogénea y precaria que no es una ²sala de espera² del pleno empleo fordista, sino la dinámica que posibilitaría el recurso al crédito individual. Esta proyección de endeudamiento supone y tiene como correlato la compulsión al trabajo, cualquiera sea su definición y su regulación.
Si esta hipótesis es viable, la expansión de los consumos ²populares² anunciaría, paradojalmente, una intensificación de los procesos de explotación capitalista de la cooperación social en sus formas cada vez más difusas y variadas. La retórica de los derechos, hoy muy difundida en Argentina, iría de la mano de una financierización creciente del mundo popular.
5. Capitalismo popular y prolongado
La forma que organiza este giro o “segundo tiempo” de la política toma su modelo de la renta financiera, renovando las formas específicas de extracción y captura del valor producido por la cooperación social. El término ²extractivismo² adoptaría así un significado más abarcador: ya no sólo refiere a los recursos naturales y transgénicos, sino que se extiende, por esta vía, a diversas formas de explotación de los modos de vida contemporáneos.
Como ya dijimos, la “reinvención” del Estado en un país como Argentina se juega, en primer lugar, en la producción de una mediación con respecto al mercado mundial. Pero en los países llamados ²emergentes² esta mediación, a su vez, se vincula con una vasta actividad social autogestiva e informal, cada vez más presente en la actividad económica, favoreciendo su potencia económica y capturándola al mismo tiempo. El mundo de la economía informal y autogestionada se ve así vivificado, saludable y fluido, al tiempo que subordinado e híper explotado.
El surgimiento de un mundo capitalista “popular” está estrechamente ligado a la capacidad de recuperar experiencias y prácticas de autogestión capaces de lidiar con relaciones, transacciones y políticas no estatales en una sociedad crecientemente heterogénea. Esta capacidad es regenerada una y otra vez desde abajo, en relación directa con el mercado.
Este universo de prácticas informales tiene hoy una presencia cada vez más importante y explícitamente reconocida al interior de la economía nacional. Al mismo tiempo constituye un “espejo” que permite leer algunas tendencias generales que están redefiniendo el “trabajo” en Argentina: tanto por la precariedad que lo caracteriza como por su capacidad de gestionar y negociar la relación con un mundo en rápida transformación. Son estos rasgos innovadores los que están en la base de una extensión de la explotación a zonas cada vez más amplias de la vida.
Existe un vínculo directo  y de vital importancia entre estas nuevas formas de trabajo, de ciudadanía y de estatalidad. Lo que vemos en el “espejo” es que el trabajo (formal, asalariado, en ²blanco²) deja de ser la mediación central, que la ciudadanía se plantea ahora necesariamente de otro modo, y que en consecuencia cambia el papel del Estado: su protagonismo en un país como Argentina está continuamente obligado a enfrentarse con formas de trabajo y de cooperación social irreductiblemente heterogéneas, dentro de las cuales las lógicas mercantiles y la renta financiera imponen directamente sus criterios de regulación social. Es esta tendencial desconexión entre trabajo y Estado la que puede ser la base para una reorganización de la modalidad política tanto de la explotación como de las luchas sociales.
6. Integración regional, eje BRIC, y rebrote de lo nacional.
Dijimos que el capitalismo contemporáneo es uno y múltiple en tanto su lógica (la acumulación sin límite del capital) organiza y comanda las relaciones sociales en todo el planeta, encontrando una expresión particular en los mercados financieros globales. De este modo, se profundiza la heterogeneidad de los procesos de producción de valor, de las tramas sociales y culturales en las que se determina la cooperación social. La suerte que en estos últimos años están teniendo, tanto en América Latina como en Asia, las teorías de las “modernidades alternativas² y de los “capitalismos diversos”, adquiere su verdadero significado sobre el trasfondo de estos procesos. Estas teorías tienen el riesgo, nos parece, de perder de vista el problema esencial –para retomar términos apenas utilizados– de la articulación entre heterogeneidad y unidad al interior del capitalismo contemporáneo. Esta articulación es absolutamente concreta, y el rol del Estado (o de las estructuras “estatales” particulares) es decisivo en ella, sobre todo en los países “emergentes”.
Hay algunos puntos que van en esta dirección. El viaje reciente de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a Angola es un dato importante, tanto por la relación de este país con China, como por su posibilidad de constituir un polo de integración “regional” en África. Hay que subrayar que la delegación de negocios que acompañó a la presidenta a Angola incluía un representante de la mega-feria popular La Salada, sitio clave de la economía informal y popular que tiene ramificaciones regionales y trasnacionales (tanto por el componente migrante del trabajo como por la circulación de los productos y su comercialización). La apertura de una línea de créditos que vienen de China es otra de las noticias relevantes del último tiempo ­–en el que se habla menos de la integración regional latinoamericana, clave para la salida de la crisis después de 2001–, pues está orientada a asegurar el financiamiento en infraestructura y transporte para sostener el modelo basado en la exportación de materias primas agrícolas y recursos naturales.
Sin embargo, la actual coyuntura monetaria, en la cual el Estado argentino no tiene fluido acceso al crédito en los organismos internacionales, pone una pregunta esencial aunque paradojal: en el momento mismo en que se insiste sobre la recuperación de la soberanía monetaria (pesificación de la economía), ¿Argentina enfrenta el riesgo de una verdadera pérdida del valor de su moneda frente a la disputa comercial con los países respecto de los cuales se predica la integración regional sobre bases no neoliberales?
Nos parece, en todo caso, que el conjunto de las cuestiones que están actualmente en discusión a propósito del “proceso-BRIC”, entendido más ampliamente que un acuerdo de cuatro países nacionales, es hoy de una importancia fundamental. La geografía deforme de la crisis actual no habla sólo de la oportunidad “coyuntural” que se abre para las economías “emergentes” singulares, como la Argentina. Más profundamente debemos saber leerla como síntoma de un proceso de más largo alcance, que está sacudiendo los cimientos del capitalismo como sistema-mundo. La crisis de la hegemonía estadounidense, de la cual se ha hecho una experiencia “positiva” en América Latina en la última década, constituye uno de los temas de fondo de la crisis actual. No nos animamos a diseñar escenarios para el futuro, pero es cierto que toda la estructura de relaciones entre “centro” y “periferia” está hoy en movimiento, descomponiéndose y multiplicándose, al punto de volver totalmente inutilizables ciertos paradigmas conceptuales tales como aquellos construidos por la teoría de la “dependencia”.
Este escenario de multipolaridad, lejos de las retóricas apologéticas, es clave para interpretar el proceso de la crisis y los desarrollos a los que se asiste en países como Argentina y, más en general, en América Latina. Sin embargo, si registramos la oportunidad que se abre, el problema que debe primeramente señalarse es otro: las bases económicas de esta nueva configuración están profundamente marcadas por la interdependencia a nivel global y por los procesos financieros del capitalismo.
De acá se derivan poderosas coacciones, que parecen difíciles de evitar con la retórica del “retorno a un capitalismo serio”, por retomar las palabras usadas por Cristina Kirchner en la anterior cumbre del G-20. Estas retóricas tienen el riesgo de funcionar como un velo ideológico, esto es: de ocultar las coacciones que apenas nombramos, impidiendo abrir un debate –realmente “serio”– sobre la manera de enfrentarlas.
El ²retorno a un capitalismo serio² representa, finalmente, el otro lado del discurso sobre la ²vuelta del Estado², que caracteriza el debate actual en Argentina y en varios países latinoamericanos. El método de análisis que probamos delinear en estos ²apuntes² -tratando sobre todo de evidenciar los momentos de desacople (así como de articulación) entre retóricas, procesos y estructuras- busca captar los elementos de novedad que distinguen el sistema institucional y la intervención misma del Estado sin quedar encandilados por las imágenes producidas por los gobiernos para afirmar su propia legitimidad. Al mismo tiempo, al poner en el centro del análisis la relación entre las nuevas funciones del Estado y el capitalismo contemporáneo, se abre una perspectiva crítica sobre los elementos de fragilidad y sobre los desequilibrios que signan la acción de los nuevos gobiernos ²progresistas²en América Latina (y, en particular, el argentino), tanto vista desde el perfil de las políticas sociales como desde el perfil de las políticas monetarias. Pero a partir de aquí queda por profundizar la investigación en un punto fundamental: sobre el terreno de los momentos de ²encuentro², fricción y potencial conflicto entre las transformaciones subjetivas (al interior de una determinada composición social y productiva) y la nueva figura que está asumiendo la intervención institucional.

Hay que pasar el frío polar (vómito de ideas)

Manada difusa, bella, imperceptible:



una vez más, como cada tanto, el menú del buen Lobo llega a su mesa. Altos textos. Hay de todo: gústese en servir.


Arranquemos con una polémica descarnada y encarnizada en torno a cómo resolver el mayor problema político de nuestro presente: la imposibilidad de que, en 2015, Cristina Kirchner sea relecta Presidenta. Y que esta imposibilidad jurídico-constitucional (y no política o de legitimidad social), bloquee el decurso transformador del Gobierno Nacional y Popular.

(Recomendación: leer de abajo hacia arriba).
10- La vuelta de la política, por Oscar Monti
09- Ni castración ni destitución, por Juan Pablo Maccia
08- Respuesta a Juan Pablo Maccia, por Rosa Lugano
07- Objeciones y conflictos de coyuntura, por Juan Pablo Maccia
06- Plebiscito por Cristina Presidente, ¡YA!, por Juan Pablo Maccia
03- Las elecciones, por Oscar Monti
Esta polémica encuentra su extensión cotidiana en las notas de coyuntura política que vamos ensayando en nuestro devenir-manada, una comunidad especialmente sensibles a ese fenómeno anómalo e inquietante (en algún caso, incluso, seductor) al que por comodidad epocal llamamos «kirchnerismo».
¿Qué más querés?, por Oscar Guerra
Corporaciones, por Horacio González
El zapato de Moyano, por Gustavo Varela
Lanata y el triunfo del código progresista, por el Taller de Coyuntura
Profundizar el modelo, por Darío Aranda
Crisis en el Cerro Dragón, por Diego Genoud
Aportes de nuestros corresponsales en distintos puntos de Latinoamérica, en este caso, en México en ocasión de las elecciones presidenciales que se están desarrollando en ese pintoresco expaís (que sin mediación pasó del zapatismo a una narcoguerra que te escupe un Cromañon cada noche; te baja una Torre Gemela por mes). 


Para el caso de Paraguay, el camarada Lobizón nos seleccionó los mejores textos/testimonios que explicar lo inexplicable: ¿Dónde quedó la garra guaraní?

En el envés, varias de las mejores mentes de esta generación se preguntan sobre qué rasgos distintivos fue adquiriendo el Estado durante la última década, a la par que se fueron consolidando enunciados desarrollistas y prácticas neo-extractivitas. Hábitat natural del Homo Subsidiatus:
Corresponsal en México: ¿Qué pasa con la política en esta narconación?
Corresponsal en Paraguay: Uno menos.
¿Hay una nueva forma-Estado? Apuntes latinoamericanos, por Verónica Gago, Sandro Mezzadra, Sebastián Scolnik y Diego Sztulwark.
Y todo esto sin desatender las luchas globales, con corresponsales amigos de la talla de Sandro Mezzadra o de John Holloway o Etienne Balibar.
Notas desde Blockupy Frankfurt, por Sandro Mezzadra
Y finalmente, ya para el momento de los postres, uno puede encontrar, literalmente, cualquier cosa. No es ciertamente el tema el que convoca, sino el tono, la intensidad, la melodía. Películas, novelas, historias, redes sociales, consumo, el periodismo, la política, la ciudad. La cuestión es estar al acecho, atento al estímulo que posibilita pensar, al afecto que nos conmueve y compone.
Elefante Blanco, por G. Noriega
Elefantiásico, por Ignacio Izaguirre
En busca de la Literatura Blanca: Gordo de Sagrado Sebakis, por Emilio Sadier y Diego Picotto
Muerte y Facebook (II), por Lucía «Lucifer» Fernández
La Duda, por Dolores Curia
. ¡Mitopoiesis viejx!, Taller: Ni rastro del carmín (Sevilla)
Hacer ciudad, por el Taller de Micropolíticas Urbanas
Quienes saben, saben. Palabras Mayores::
– Entrevista a Toni Negri: «El chantaje de los mercados«
– Entrevista a Alain Badiou: «En filosofía es importante tener un adversario«
– Entrevista a Wu Ming 4: «Los gestos pasan, las historias quedan», por Amador Fernández-Savater y Javier Lucini.
– Entrevista a Ferrez: «Que mi literatura sea una droga».
los infaltables:  «Evón y Perita»: (Camioneros; Cacerolazos (III…); Justicia Política; Cacerolazos (2 de 2); Canto al País; Perito) Afiches (2), Camioneros (2), España 2012 (AyB)

y  «Para pasar el finde«:

– «Foucault por sí mismo» (Documental sobre Michel Foucault – 2003 – Subtitulada)
– «No se puede hacer la revolución sin armas» (Conferencia de Toni Negri – Subtitulada)
– «Abecedario«, de Gilles Deleuze (con precisos subtítulos)
Con inconmensurable amor hermano,

Lobo 
(uno nunca sabe lo que un Lobo puede)
@looobosulto

Clinämen: Neoextractivismo: minería, soja y petróleo


Conversamos con Tomás Palmisano, politólogo e investigador, sobre el modelo económico actual en Argentina y en la región. Cómo la mineria a cielo abierto, el agronegocio y la explotación petrolera pueden pensarse dentro de una misma dinámica económica, de caracter extractivo.

http://ciudadclinamen.blogspot.com.ar 

Clinämen: La lucha indígena en el Cauca:

contra el despojo y la muerte

  

Conversamos con Federico Bernal, miembro del colectivo Colombianxs en el Sur, y con Manuel Rozental, activista colombiano exiliado, sobre la lucha indígena en el Valle del Cauca y el Plan Colombia para América Latina.

Clinämen: El régimen político megaminero

Conversamos con Horacio Machado Aráoz, docente e investigador catamarqueño, sobre el nuevo modo de gobierno que se genera mediante el cruce de los aparatos estatales y los agentes de las empresas extractivas en la región.

Clinämen: Fanón y la lucha colonial


Conversamos con el antropólogo Miguel Mellino sobre Frantz Fanon, pensador y activista de las luchas por la independencia de las colonias europeas, cuya vida y obra resonó en las militancias de izquierda de los años 70 en nuestra región

Clinämen: Un nuevo tipo de conflicto social


 
A propósito de la violencia narco en Varela, nos preguntamos sobre las nuevas formas de conflicto en los territorios. 
¿Cómo podemos pensar la articulación que existe entre las bandas, la policía, la justicia, los gobiernos? 
¿Qué hacer desde los movimientos? 
Conversamos con el abogado y activista 
José Luis Calegari.

Clinämen:Cacerolazos versión 2012



Conversamos sobre los cacerolazos de las clases medias urbanas contra el gobierno. Del «piquete y cacerola» del 2001 a las cacerolas de teflón. ¿Qué pasa cuando una convocatoria horizontal y espontánea, lejos de producir el común, se limita a la defensa de la propiedad privada?

Lo que quisiéramos preguntarle a Rancière

Por Verónica Gago y Diego Sztulwark*

La lectura de El maestro ignorante tiene un primer efecto inolvidable: la conmoción[1]. El axioma de la igualdad de las inteligencias que postula Rancière-Jacotot pone en marcha un punto de no retorno: quita a la igualdad del cielo de los conceptos utópicos y lo anima como desafío político aquí y ahora. La inteligencia se hace verbo y se hace carne: es aquello que activamos en el acceso a la lengua materna, materialidad primera del vínculo entre inteligencias iguales que hace posible la traducción poética entre hombres y mujeres. Rancière la destierra, a la igualdad, del plano de las buenas conciencias y del decálogo moral para volverla premisa práctica de toda experiencia con otros. La conmoción se vuelve herida: ¿quién queda a salvo de haber soñado con la emancipación sin haberlo hecho en la lengua del atontamiento, esa que cree en la transmisión de saberes de unos hacia otros?, ¿quién no confió en la política como un modo privilegiado de la pedagogía?, ¿quién no apostó a la instrucción pública como emblema de una justicia futura?

Nuestra hipótesis es que el método Rancière busca esa conmoción como primer movimiento del pensar. Hablando de maestros y alumnos (El maestro ignorante[2]), de obreros e intelectuales (La noche de los proletarios[3]) y de artistas y espectadores (El espectador emancipado[4]), el proyecto rancieriano desconecta esos binomios de las relaciones normalmente instituidas entre ambos términos, sacude (a fin de ampliar) los lugares y las capacidades atribuidas a cada quien y, finalmente, proyecta una teoría política de la igualdad intelectual como teoría radical de la diferencia, proponiéndose profanar y alterar la distribución “policial” de saberes y competencias.


Esa “teoría” política (en el sentido de perspectiva, y no de una filosofía cuya tradición consiste en una larga interrogación por el orden y la estabilidad de lo social) es además un recuento salvaje de los desencuentros, o encuentros fallidos, entre los militantes y el mundo popular, un mundo que Rancière quita del estereotipo del purismo sin desconocer su fuerza de ensoñación. Sin embargo, sus enunciados no tienen constataciones generales: se sustenta en algunos personajes que el mismo Rancière calificará de “no representativos”, un puñado de nombres que encuentra en los archivos obreros de la Francia del siglo XIX, algunas vidas que ponen en práctica un “empirismo desesperado” para hacer de la igualdad un arma de combate.

La pregunta que estos textos no dejan de suscitar  (y para cuya elaboración seguramente debiéramos incluir un comentario sobre su libro El desacuerdo) es la siguiente: ¿se plantea verdaderamente Rancière una reflexión sobre las consecuencias posibles y los enlaces deseables entre aquella igualdad intelectual de la que trata en estos textos que ahora comentamos y los problemas contemporáneos en torno a la institución política democrática?

La igualdad como acto de creación

La igualdad de inteligencias ya no se concibe como un objetivo a lograr, sino como punto de partida. Una premisa y, al mismo tiempo, un “axioma” que debe ser presupuesto para ser verificado. Presuponer la igualdad habilita su efectuación: así puede resumirse la tesis de Rancière. Sin embargo, esto nos abre a dos cuestiones precisas: a) ¿la igualdad de las inteligencias viene dada o, más bien requiere, en su efectuación, de un acto de creación? Y en el caso que nos decidamos por esta segunda opción: b) ¿a qué nos referimos cuando hablamos de un acto de creación?

¿Igualdad como base de la desigualdad o como efectuación? 

El primer problema podría formularse en los siguientes términos: todo parece indicar que la igualdad, de existir, se nos presenta bien como punto llegada, luego de un largo proceso de artificios de igualación (clave de la intervención del estado soberano que constata y legitima, desde este discurso, la desigualdad de partida), o bien como sustancia latente a la espera de una interpelación que la despierte y le permita hacerse presente. Según la primera hipótesis, la igualdad sólo surge hacia el final de un trabajoso camino educativo, plagado de dispositivos pedagógicos. Según la segunda, la igualdad está siempre allí, esperando ser convocada.

Basta un brevísimo examen de estos argumentos para quedar insatisfechos con ambas hipótesis. Si en la primera la igualdad queda perpetuamente desplazada para consagrar la desigualdad presente como base y fundamento de todo proceso social, la segunda refiere al hecho frecuentemente inadvertido de que esta igualdad latente es –precisamente– lo que hace posible y efectiva tal desigualdad. Una igualdad sin efectuación, sin acto de creación, a la que se presume siempre ya dada, y al mismo tiempo siempre a la espera, nos arroja una imagen débil: una igualdad ya tan cansada que no puede más que, precisamente, esperar.

El argumento de Rancière-Jacotot languidece si queda atrapado en estas opciones. El problema que se nos presenta es claro: de un lado, contamos con la experiencia cotidiana de las desigualdades. Ninguna constatación puede ser más apoyada por los hechos que vivimos que esta pasión por las asimetrías entre quienes mandan y quienes obedecen (éstas son, según Rancière, posiciones relativas que se alternan: se acepta pagar el precio de la obediencia para, a su vez, poder mandar). Sin embargo, cada acto de mando-obediencia presupone una igualdad de base como condición mínima para que la orden sea interpretada, evaluada, y la obediencia resulte efectiva. Según Rancière, esta es la condición secretada del funcionamiento de todo orden (político, social, educativo). De allí la paradoja que pone a la luz y que nos recuerda la íntima, aún si invertida, relación del orden social con la igualdad. La pasión por la desigualdad resulta impensable sin su fondo igualitario: la esclavitud y la servidumbre dependen, esencialmente, de la igualdad de comprensión entre la lengua de la orden y la de su realización.

El problema fundamental de los partidarios de la desigualdad es que aquellas pasiones que los empujan y en cierto sentido los respaldan mistifican la inversión específicamente social con respecto al problema de la igualdad. La creencia según la cual la desigualdad es lo primero y la igualdad vendrá siempre a futuro, comienza mistificando las premisas igualitarias para consagrar la desigualdad, haciendo de ella una condición natural (e incluso motor del porvenir a través de la competencia). 

Igualmente problemática resulta, en los hechos, la idea de una igualdad puramente implícita (condición simultánea de los momentos igualitarios y del mecanismo social esencialmente jerárquico), porque esa situación que coloca a la igualdad intelectual en una espera indefinida deviene pasividad claudicante del principio igualitario frente a la modulación concreta que de ella realizan constantemente las pasiones jerarquizantes.

Avancemos una tercera hipótesis que suponemos fiel al espíritu de Rancière-Jacotot: la igualdad es siempre-ya una posibilidad, pero requiere siempre-aún de un acto. ¿Qué quiere decir esto? Que si por un lado la igualdad nunca está del todo ausente, este modo de estar (siempre-ya) es completamente insuficiente para hablar de una afirmación del principio de igualdad. Se requiere siempre-aún de un acto que la presentifique en su afirmación, que la rescate de sus modos habituales de existencia, que la haga ir más allá de su existencia invertida, como condición de posibilidad de la desigualdad.

La hipótesis de la igualdad como punto de partida no debe, entonces, permanecer pasiva ni indeterminada. No puede tener nada que ver con una simple posición de espera, ni con una reivindicación honesta de una igualad abstracta.

Hemos salido del dilema inicial, que planteaba a la igualdad como punto de llegada de un trabajoso proceso que hundía sus raíces en la vocación por la desigualdad, pero también de una igualdad tan pasiva como declamativa. La hipótesis de la igualdad como punto de partida abre a un proceso activo[5] y, como tal, requiere de una situación singular en la que desplegarse, también de una decisión concreta de asumir sus efectos sobre dicha situación. Ese proceso supone una temporalidad específica, que no es la del futuro ni la del puro presente. El tiempo del acto de creación es esa conjunción entre un siempre-ya y un siempre-aun. Un modo de aunar potencia y acto en un desafío concreto.
  
Del acto de creación a la disciplina inmanente

Y bien, ¿por qué decir “acto de creación”? Si entendemos que un acto es producción de diferencia al interior de una situación cualquiera (mientras que los hechos tienden a repetirse sin alterar la misma situación), ¿no resulta acaso redundante añadirle “de creación”? ¿No remiten, al menos en este contexto, ambas expresiones (acto y creación) por igual al advenimiento de una novedad? Necesitamos una distinción: si el acto nombra la decisión, el punto de partida y el inicio del proceso, la expresión “de creación” enfatiza su diferencia con el “formar”, el “inventar” y el “fabricar” en tanto los actos –tal como decía Gilles Deleuze de los conceptos– “no son necesariamente formas, inventos o productos”. Así se esclarece la fórmula: la igualdad como punto de partida es siempre-ya, y al mismo tiempo requiere siempre-aún, de un acto de creación.

¿Podemos decir algo más respecto de la igualdad en tanto que proceso mismo de creación?, ¿puede acaso la igualdad convertirse en un principio operativo? Y más aún: ¿no sucede que los procesos de igualdad son esencialmente efímeros, incapaces de duración?, ¿y no es cierto que fuera de estos momentos vuelve a regir la trascendencia, la jerarquía?, ¿a través de qué práctica se podría habilitar algo así como una continuidad de la inmanencia igualitaria? De nuevo la cuestión del tiempo: ¿de qué modos de la duración son capaces los actos de creación?, ¿es la fragilidad y la brevedad su único horizonte?

Alain Badiou se hace estas preguntas para un contexto teórico preciso: el del problema de la justicia. Su argumento es que la justicia es un modo situado de producir cambios subjetivos. Tal vez podamos cambiar ligeramente de plano, sustituyendo “justicia” por “acto educativo” y ver qué surge de trasladar el análisis de Badiou sobre la igualdad inmanente en este terreno (sospechando de una secreta relación entre la noción de justicia y de acto educativo, intuición que impulsa este ejercicio). Dice Badiou: “si la justicia [educación] es un presente, ¿cómo puede él continuar? ¿Cuál es la organización del devenir, puesto que puede él continuar? ¿Cuál es la organización del devenir, puesto que la justicia [educación] es una transformación subjetiva?, ¿es frágil, es algo que puede detenerse, desorganizarse? El problema de la justicia [educación] es el problema de su pérdida, es el problema de su venida, siempre hay posibilidades de hacer venir algo justo [un acto educativo], el problema más difícil es el problema de su pérdida, puesto que está siempre amenazada”.

Según Badiou el modo de “hacer durar” la justicia [en nuestra especulación: el acto educativo] pasa por una “disciplina inmanente” capaz de extraer conclusiones de cada acto situacional de justicia [acto educativo]. Se trata de la cuestión de las consecuencias: “cómo pasamos de una consecuencia a otra, cómo pasar de una etapa a otra”. Según esta idea del tiempo, de la duración como madurez de un proceso, de la proyección de efectos, se trata de “inventar una disciplina del devenir o una disciplina del proceso”. Un “querer que el proceso vaya lo más lejos posible”, “querer que las consecuencias sean lo más numerosas posibles”. Ya no se trata, evidentemente de “una disciplina trascendente” que garantice la continuidad, que la sostenga a fuerza de puras normas. 

Badiou, filósofo de rigurosa formación matemática, sugiere extraer de las ciencias duras un procedimiento útil a la construcción de una ética de la ignorancia: “cuando intentamos resolver un problema sabemos que debemos resolverlo todo nosotros mismos, que debemos comprender la situación, que debemos encontrar una idea que sabemos no vendrá de afuera. Es necesario resolver el problema”.

La igualdad como proceso, como acto de creación, entonces, requiere de decisiones, intuiciones y coordenadas muy precisas. La voluntad del proceso de aprendizaje (momento de la puesta en marcha de la igualdad) se nutre en la medida que podemos aprender a reconocer, a leer, y a registrar estos procesos, a testimoniarlos, a fortalecerlos, a hacerlos circular y a extraer de ellos enseñanzas en relación a los modos posibles de su duración.    
Ignorar o padecer. Una condición y una ética

Puede resultar suficiente con la comprensión inmediata que surge de la ignorancia como ética. Su mandato es claro e inspirador: no saber por el otro. Intuimos, sin embargo, que esta comprensión tiene sus pliegues, y que no debería ser arrojada sin más a la vitrina de la moral en el que toda frase termina ahuecándose.

Nuestra hipótesis es que ese no-saber se encuentra en una relación paradojal con el saber como tal, por cuanto el no-saber-sobre-el-otro (ético) no implica de ningún modo un rechazo al saber en sí. El asunto así planteado pareciera resuelto antes de haber alcanzado el estatuto de problema. El maestro tendría saberes que transmite a sus alumnos cuidando siempre no tomar a estos últimos por objeto. Y sin embargo no hemos llegado aún a desplegar el potencial de la fórmula ética.

En efecto, a un nivel quizás más profundo el maestro ignorante no transmite conocimientos. El no saber sobre el otro se encuentra en íntima relación con un replanteo del estatuto de los saberes en tanto tales. No se trata de un desdén por el saber: más bien de una reorganización de su papel en el proceso de aprendizaje.

Veamos el asunto más de cerca. Se supone que una relación de aprendizaje se funda en la transmisión de saberes de un maestro que enseña a un alumno que aprende. Hemos visto que Jacotot –a quien seguimos glosando– se interpone en la aparente armonía de este vínculo postulando su perturbadora figura de un maestro ignorante, que plantea una posición radical respecto de los saberes: el aprendizaje (la “emancipación intelectual”) habilita una conexión virtuosa con los saberes (con Jacotot se aprenden danzas, literatura, idiomas, ciencias… ). Pero esta conexión de los saberes no se da por transmisión de éstos del maestro al alumno: el maestro es precisamente un ignorante respecto de estas cuestiones. Recordemos la fórmula de Jacotot: «no sé nada de lo que voy a enseñarles». 

Intentamos comprender el lugar que una ética de la ignorancia ocupa en dicho proceso. Y lo que encontramos en el texto de Rancière es la posición de un maestro que no funda su arte en la subordinación de la inteligencia del otro para transmitirle sus conocimientos, sino la de quien sólo fuerza su voluntad para que la inteligencia ingrese en un mundo de problemas, en el cual el pensamiento deberá despertar como aquella potencia en que se fundan los secretos de todo saber. La igualdad profunda se encuentra allí: no se trata de un conocimiento exterior de los saberes sino de animar la potencia pensante que los puede concebir, crear, inventar, comprender. La igualdad entre ignorantes es la igualdad entre pensantes.

De allí que el horizonte más radical de la posición ética (“no saber por/sobre el otro”) conlleve una toma de posición igualmente extrema en torno a la noción misma de conocimiento. Todos, hasta el más ignorante, conocemos algo. Lo que realmente importa, más que la cantidad de conocimientos, es un saber muy especial, ese que el emancipado deberá descubrir en sí mismo, aquel que ilumina el hecho de que los conocimientos, cualquiera de ellos, no son sino cristalizaciones del flujo de la inteligencia humana: esa sustancia que nos es esencialmente accesible a todos (aún si para acceder a este u otro cuerpo de saberes se requiere mucho trabajo).
El emancipado, reencontrado con la potencia de su inteligencia, podrá relacionar sus saberes –por mínimos que sean– con todo lo demás. La potencia del pensamiento es también la fábrica de los saberes y la condición de adquisición de todo conocimiento. La posición ética del ignorante es entonces un requisito imprescindible en el proceso de creación del proceso que se inicia al partir de la igualdad como premisa.
Más allá de la transmisión de saberes

El problema de las fórmulas compuestas, cuando fascinan, es que su impacto suele realizarse de modo desigual. Cuando uno lee “maestro-ignorante” el juego de significantes hace caer el peso en su segundo término (¡Un contrasentido en acto!). Pero vemos que sí es posible cierta coherencia entre aprendizaje e ignorancia. Sin embargo, seguimos presos del encanto. Es decir: no nos hemos preguntado aún lo suficiente por la primera partícula. ¿Qué nos queda de maestro, cuando leemos la fórmula maestro ignorante? ¿Qué diferencia habría entre un maestro ignorante y un ignorante (ético) cualquiera?, ¿qué agrega el término maestro al sentido de la fórmula?

Maestro (ignorante) no es, acabamos de verlo, el transmisor de conocimientos. ¡Incluso puede desconocer todo sobre aquello de lo que versa su enseñanza! Pero el término no se diluye sólo por confrontar con éste, su significado habitual. El maestro es quien fuerza la voluntad del otro, quien enfrenta a la inteligencia del otro con cierto problema, quien sostiene la decisión “emancipadora”, quien se afirma en su disposición, como recurso del proceso de aprendizaje mismo.

Para decirlo en una lengua más actual: maestro es quien desarrolla prácticas e ideas en torno a las condiciones mismas de la emancipación, sin las cuales no existe proceso de aprendizaje alguno.

Pensador de las condiciones, activista continuo en busca de la regla, el juego y la palabra que active tal proceso, el maestro lo es, sobre todo, por este rasgo investigativo que no remite al contenido didáctico de su enseñanza sino, precisamente, a las condiciones de posibilidad para que tal discurso sea efectivo: es decir, para que enlace las inteligencias de sus interlocutores a cierto problema auténticamente desafiante.

El dilema de los maestros actuales parece poder asumirse así: ignorar o padecer, en donde el ignorar remite a la posición ética que se hace cargo de pensar cada vez la condición, que ya no se resuelve por la vía de aplicar un saber o llamar al orden, o bien “padecer” la imposibilidad de desplegar el discurso de los saberes por carencia de atención mínima de parte de los fallidos interlocutores.

El maestro deviene así pensador de las condiciones. Su arte es cada vez más experimental. Sus saberes se ponen a prueba y sus decisiones más íntimas deben verificarse, revisarse, cada vez con mayor frecuencia.

Corresponde a los maestros hacer públicos sus padecimientos, pero también su experiencia de pensamiento. Pero: ¿cómo ha de ser tal relato, necesariamente alejado del lamento, la pura anécdota y la reducción de la experiencia (en cierto sentido post-escolar) al tradicional lenguaje de la pedagogía? 
Contra la pedagogía política

En El espectador emancipado, Rancière arremete contra buena parte de la izquierda y sus intelectuales trazando una continuidad entre crítica política de izquierda, platonismo, y supuestos conservadores. Según su perspectiva, de un modo u otro, la mayor parte de la tradición crítica queda comprometida en la doble herencia platónica (concentrada en la metáfora de la caverna) al identificar el mirar (espectar) con la pasividad y la imagen con la apariencia. Denunciar el dominio semio-mediático implica simultáneamente suponer la confusión de las masas y ofrecerse como intelectuales-orientadores. Que la tradición pedagógica explique la desigualdad que pretende eliminar tiene ahora un nuevo pliegue: toda performance política que pretende generar un efecto movilizador en los otros repite de algún modo esta secuencia (de allí las paradojas del arte político cuando extiende su voluntad concientizadora).

El lugar del intelectual/artista que apela a la transformación (es decir, que hace política) desde esta condición tiene, en primer lugar, que confrontarse con una práctica que está al filo de una nueva modalidad del atontamiento. Dicho de otro modo: la emancipación no funciona del modo en que los platónicos creen. Sin embargo, ¿queda aquí agotada la cuestión? Al menos tres preguntas podemos formular a Rancière en este punto[6]. La primera es la siguiente: ¿Queda realmente invalidado por “platónico” (distinción entre masas atontadas y filósofos esclarecidos) todo argumento que enfatice la dimensión semiótica del capitalismo o, en cambio, resulta posible tratar esta cuestión a partir del plano de inmanencia que supone un campo común de singularización/politización, más allá de la distinción masas-filósofos? Una segunda: ¿por qué no asumir como aliadas de su propio punto de vista a las tradiciones críticas que plantean una posición de resistencia frente a los efectos infantilizantes del capitalismo posfordista? Y, finalmente: ¿por qué no destacar en su favor la perspectiva artística en tanto y en cuanto permite comprender la dimensión no lingüística de los procesos de servidumbre y emancipación?

Explorar estas dimensiones permitiría reanudar el proyecto crítico a partir de una modalidad operatoria similar a la que Rancière llama de “traducción y contra-traducción”. 
Del espectador a la profanación

El principio igualitario como desacuerdo dinamiza el surgimiento de un “nuevo cuerpo sensible”. En este punto, Rancière combate la unidimensionalización del sentido de una práctica y/o de una obra cuando éste quiere ser determinado por el artista como mensajero privilegiado que dirige la observación y la conciencia de los espectadores. Dice Rancière: “producir una obra no es producir su efecto”. El performer debe renunciar a controlar los efectos que espera producir en su público para intentar comprender el sentido que su propia intervención adopta ante el trabajo interpretativo -individual y colectivo- de los espectadores. Esta abstención  (o doble movimiento emancipador) consiste en proponer intervenciones/obras que abran a sentidos posibles absteniéndose de toda pedagogía y vigilancia sobre los espectadores para luego involucrarse como un espectador más (emancipado: llamado a elaborar el sentido abierto) en el esfuerzo individual y común por captar lo ocurrido[7].

De este modo es el propio artista quien debe asumir el doble papel de performer y de espectador emancipado respecto, también, de su propia obra. Como el maestro ignorante, el performer (artista o activista) debe operar sobre la distinción entre las distancias que se configuran como jerarquías (a disolver) y aquellas otras distancias imprescindibles para que el sentido sea disipado y abierto, evitando el control atontador (explicador o consignista) y proponiendo problemas comunes, momentos de auténtica elaboración sensible y/o intelectual.

La emancipación supone una operación doble de extracción y elaboración[8]. La extracción permite substraer la cosa (la performance en El espectador emancipado; el Telémaco en El maestro ignorante; la escritura y la narración en La noche de los proletarios) de su arraigo a una determinada situación para que adquiera así sus múltiples sentidos posibles y pueda ser propuesta como “terceridad”, u objeto de traducción y contra-traducción. La elaboración posterior (el proceso de traducción) convoca a la actividad del alumno, del espectador, del obrero como artista, como poeta, como creador de significaciones.     

El paralelo con la filosofía de la profanación de Agamben parece directo, aún si en ambos autores el mismo problema se trata de modo opuesto. Mientras la profanación de Agamben actúa substrayendo la cosa de un tipo de exhibición consagratoria para devolverla a un contexto de usos comunes, en Rancière es el museo el que se ofrece como espacio para la exposición de los sentidos posibles de una obra una vez que ésta fue extraída de aquellas situaciones (o modos de vida) de origen que la capturaban asignándoles un sentido excluyente.

El espectador emancipado es aquel capaz de activar su potencia sensible e intelectual para sospechar de cualquier sentido como ya dado. Profanador, su actividad subjetiva se torna desafío para cualquier estrategia discursiva de control. Cabe al respecto otra pregunta que haríamos a Rancière: ¿no supone el espectador emancipado, como el alumno emancipado de Jacotot, o los trabajadores que se liberan de noche, la constitución de relaciones (¿“maquínicas” como diría Félix Guattari?) diferentes a las que configuran a un sujeto individuado y parlante, separado de los objetos del mundo a los que se refiere?
El tratamiento de la igualdad

La igualdad de las inteligencias no supone de inmediato una igualdad social. Las instituciones, nos lo dice Jacotot, son modos de institución de la desigualdad. La democracia política surge siempre de un movimiento de desestructuración del orden de los roles y lugares, del cuestionamiento democrático de la distribución de la ciudad entre “partes”. Cabe entonces la pregunta: ¿cómo se plantea en estos textos la comunicación entre una ética de la igualdad de las inteligencias y los procesos de emancipación colectivos?

El discurso de Jacotot es complejo. Su antipedagogía (inversión del orden explicador) resulta inseparable de una crítica de la sociedad (unida por pasiones desigualitarias) y una aguda denuncia de la filosofía política, preocupada por legitimar el sistema de jerarquías. El propio Rancière se inscribe, a partir de El maestro ignorante, en una larga trayectoria de teoría política que desconfía de las instituciones políticas y sociales, a las que acusa de limitar las potencias humanas con el fin de asegurar la obediencia.

Si tal obediencia resulta imprescindible para el sostén del orden, el contenido de toda apelación a la figura de la ciudadanía queda redefinido en un sentido incompatible con el de la emancipación intelectual, deviniendo mero ornamento de legitimación institucional.

El orden explicador se sofistica y fortalece cuanto mejores sean las intenciones (y los méritos) de quien lo defiende. Al punto que en nuestros días, la “razón pedagógica” (con su consideración de las desigualdades de capacidades y condiciones) se ha tornado uno de los principales discursos “explicadores” –justificadores– de la desigualdad (apabullante). Son las propias instituciones sociales, económicas y políticas, las que argumentan el orden actual a partir de un modelo escolar que divide a “capaces” e “incapaces”, a “explicadores” y “explicados”, tras la promesa incorroborable de una igualdad futura.

Si Jacotot ha percibido este lazo necesario entre orden social y orden explicador, cabe la pregunta: ¿qué lazo práctico podemos trazar entre emancipación intelectual y política[9]?
La emancipación como desdoblamiento

La imagen que Rancière-Jacotot nos presenta de la emancipación intelectual trabaja en la lógica de la substracción. La “emancipación intelectual” no surge de una inmersión en la lógica de lo social, sino en una cierta retirada productiva a situaciones de pensamiento (según Jacotot, la “emancipación” se da en una relación “uno” a “uno”). Y aunque resulte hoy paradojal, queda dicho que la convicción del maestro ignorante es que la igualdad no tiene que ver con la acción estatal (“igualadora”), sino con la igualdad como premisa activa de estas situaciones.

Este punto de partida extra institucional, ¿es un modo de renuncia a la política o a ciertas formas de politización? Las vidas políticas (para hablar como lo haría Santiago López Petit) individuales o colectivas enfrentan este “desdoblamiento” bajo la exigencia de una convergencia incesante de lo que Rancière llama la “ampliación de las potencias” vitales.

El corazón de lo político funciona entonces como desdoblamiento y, por tanto, como diferencia entre los rasgos o condiciones de la vida actual tal como se nos presenta y un quiebre de los destinos asignados. Esta disociación no se aleja tanto como el autor pretende de un vitalismo de los problemas, capaz de hacer de la diferencia materia de afirmación política.
Del espectador a la democracia: ¿hay una política de la igualdad?

En uno de sus últimos seminarios, Foucault retoma sus comentarios sobre Kant y la Revolución Francesa, argumentando que no fueron los enfrentamientos de París, sino los entusiasmados espectadores europeos (como el mismo Kant) quienes contribuyeron a ligar los acontecimientos de la revuelta y la inscripción de un nuevo posible humano con las condiciones históricas. En el plano político, la idea de que una revolución efectúa un acontecimiento, se emparenta con la noción deleuziana de “contra-efectuación” (o redespliegue del acontecimiento a partir de una desconfianza en una actualización primera y definitiva de la igualdad conquistada y encarnada en las instituciones a su cargo).  La revolución o el acontecimiento son pensados de este modo como convergencia entre procesos de insistencia igualitaria y de ampliación emancipatoria a partir de la actividad de unos espectadores que impiden de modo activo el cierre del sentido.  

Si el desdoblamiento implica un momento de desidentificación como necesaria interrupción del orden, y otro momento de re-identificación en base a lo abierto y lo igualitario, es posible imaginar un territorio convergente entre la radicalidad de la igualdad que nos plantea Rancière con otros puntos de vista contemporáneos sobre la política emancipatoria.

Sin embargo, la perspectiva de Rancière determina una irreductibilidad de la igualdad al  campo político. Siempre habrán jerarquías en el orden social estatuido. Aún asumiendo como buena esta tesis realista, cabe preguntarse por los enlaces activos y explícitos entre la apuesta por la igualdad de las personas como punto de partida y premisa universal, y la adquisición parcial de nuevos derechos políticos por parte de los colectivos en lucha contra el sistema de explotación-dominio. Zizek ha dicho que Rancière y Badiou pertenecen junto a Balibar a una tradición “politicista”; es decir: a la línea de defensa de la política de la igualdad con independencia de toda consideración de la dimensión económica. Desde nuestro punto de vista se trata menos de contrapesar la política con la economía, y más de indagar sobre las exigencias y los efectos que la “emancipación intelectual” despliega en relación a una praxis situada y a una lucha colectiva por problematizar la institución de los diversos dispositivos de poder. La insistencia rancieriana en lo político de cualquier práctica como aquello que se juega en su capacidad para cuestionar la distribución de la estructura de lo sensible, permitiendo desviar a los sujetos de su destino de clase y de grupo, puede encontrar traducción en una idea de autonomía como premisa, rasgo y horizonte. Le preguntaríamos, finalmente, a Rancière si acepta esta traducción y cómo propondría sus enlaces. 

[1] Hemos hecho diferentes experiencias al respecto. Consultar por ejemplo: Taller de los sábados (Comunidad Educativa Creciendo Juntos y Colectivo Situaciones). Un elefante en la escuela. Pibes y maestros del conurbano, Buenos Aires: Tinta Limón, 2008 y Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano y Colectivo Situaciones, Taller del maestro ignorante, Buenos Aires: Tinta Limón, 2005. (se pueden leer y/o descargar en www.tintalimonediciones.com.ar y en www.situaciones.org)
[2] El maestro ignorante. Cinco lecciones de emancipación intelectual, 1ª. Ed – Barcelona: Laertes, 2003.
[3] La noche de los proletarios: archivos del sueño obrero, 1a ed. – Buenos Aires: Tinta Limón, 2010.
[4] El espectador emancipado, 1ª. Ed – Buenos Aires: Manantial, 2010.
[5] Lo cual supone una cierta valoración de lo activo que entra en aparente contradicción con el modo en que lo “activo”, en El espectador emancipado, va a ser cuestionado como elemento determinado por cierta estructura sensible. Decimos aparente, sin embargo, dado que en rigor Rancière no cuestiona una valoración positiva de lo “activo”, sino un sistema de asignación de lo activo que se pone en el mismo lugar que el igualador en pedagogía.
[6] Las preguntas que realizamos a Rancière surgen de una confrontación con el modo en que diversos autores contemporáneos han planteado, por su cuenta, problemas completamente afines.  Intentamos explicitar, por tanto, la persistencia de esos problemas, así como la multiplicidad de trayectos para plantearlos y lidiar con ellos. Pensamos, sobre todo, en textos que hemos ido proponiendo desde el colectivo Tinta Limón Ediciones, tales como el trabajo de Franco Berardi Bifo sobre el semiocapitalismo (Ver Generación Post-Alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Buenos Aires, 2007), la insistencia de Suely Rollnik y Félix Guattari en la infantilización y culpabilizaicòn como gobierno de la subjetividad (Micropolítica. Cartografía del deseo, Buenos Aires, 2006) así como la filosofía de Paolo Virno cuando denuncia el aspecto infantilizante del postfordismo (en Un elefante en la escuela, op. cit.). Finalmente retomamos una confrontación, propuesta por Mauricio Lazzarato (Políticas del acontecimiento, 2006) en torno a la dimensión asignificante que, más allá de las polìticas de la lengua, permite explicar los procesos de servidumbre maquínicos propios del capitalismo actual.  
[7] Este desdoblamiento de la emancipación tiene paralelo con algunas filosofías contemporáneas de las que Rancière, sin embargo, se diferencia. Paolo Virno ha insistido en que la ocurrencia lingüística depende siempre de un tercero que otorga sentido y sanciona lo que sucede entre eventuales bromistas. Sin tercero no hay gracia. Por su cuenta, Gilles Deleuze desarrolla la idea según la cual la creación pictórica depende siempre de una catástrofe de los clichés que habitan la mente del artista. Dicha catástrofe concierne a la primera intención, y abre las puertas a un pensar propiamente diagramático. Terceridad y diagramaticidad suponen por igual un descentramiento político de la intención del performer.
[8] La distinción entre extracción y elaboración en Rancière y la noción profanación de Giorgio Agamben surgió de una discusión sobre el valor de El espectador emancipado sostenida con Amador Fernández Savater. 
[9] Quizás se trate menos de enlazar dos dimensiones igualitarias estáticas  (la inteligencia igual de las personas emancipadas y un eventual momento democrático en el nivel colectivo) y más de proponer situaciones en las cuales ambas dimensiones devienen indiscernibles. En un reciente paso por Buenos Aires, Vilma Almendra y Manuel Rozental (activistas de El Tejido de Comunicación y de Relaciones Externas para la Verdad y la Vida, del Pueblo Nasa, en el Cauca, Colombia) comentaban que entre ellos y con las comunidades no hablan de “proyectos de desarrollo” sino de “planes de vida”. Por medio de ese desplazamiento del lenguaje ellos eluden y confrontan un tipo de razón histórica que asume como inevitable una alianza entre progreso técnico y explotación que, para el caso de Colombia, es inescindible de la guerra. Inteligencia individual y plano colectivo se abren, así, uno al otro y determinan modalidades bien situadas de una igualdad concreta. Para información del Tejido, ver nasaacin.org y acin@acincauca.org

Clinämen: Multitudes Insondables


Conversamos con Amador Savater, pensador y activista español, sobre los devenires del 15M y algo del aniversario de Ocuppy Wall Street. Luego, hicimos una pequeña incursión en la actualidad de los movimientos en Perú, con Juan Carlos Giles en el estudio.

Clinämen: la Ley de Medios más allá de la polarización

Conversamos sobre la Ley de Medios. La disputa entre Clarín y el gobierno, la polarización de los discursos. Los alcances de la Ley. Las posibilidades de democratizar la comunica.

Clinämen: Lo policial es político

 

Conversamos con Luis Vicat, especialista en temas seguridad y comisario retirado de La Bonaerense. La tendencia de La Bonaerense al autogobioerno y los intentos de reforma. La relación entre delito y policía. La actividad narco en Argentina. El rol de la policía en los barrios.
http://ciudadclinamen.blogspot.com.ar/

Clinämen: Impunidad y bruteza

 
Compartimos fragmentos de una conversación con Florencia Arietta, jefa de Seguridad del Club Atlético Independiente de Avellaneda. La disputa por la fiesta. ¿Qué pasa con los pibes? Impunidad y brutalidad, el ejemplo del crimen de Mariano Ferreyra. La trama de actores: la policia, la dirigencia de los clubes, los funcionarios públicos. Las falencias del progresismo en temas de seguridad.

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