El feminismo como guerra de posiciones. Notas a propósito de la revuelta feminista en Chile // Pierina Ferretti [1]
“el feminismo es una posibilidad; pero no es una tarea fácil.
Es, para usar el símil de Gramsci, una guerra de posiciones”
Julieta Kirkwood
- El “mayo feminista” de las estudiantes chilenas
A partir de las recordadas movilizaciones de los años 2006 y 2011 por el derecho a una educación pública y gratuita, el movimiento estudiantil en Chile se ha consolidado como uno de los actores sociales con mayor dinamismo y capacidad de desafiar la lógica de despojo y mercantilización de la vida que -modernización neoliberal mediante- campea en Chile hace más de cuatro décadas. Por eso, y porque este año acababa de asumir la presidencia del país Sebastián Piñera, se esperaba que estallaran protestas estudiantiles. Lo que no se vio venir, sin embargo, fue que esta vez las banderas serían violetas y las protagonistas mujeres.
A fines de abril las universidades comenzaron a ser ocupadas por estudiantes en protesta por casos de acoso y abuso sexual al interior de sus instituciones educativas y por la negligencia de estas en tomar medidas oportunas y eficaces frente a las denuncias. Ya en mayo las movilizaciones se habían extendido por todo el país. Las “tomas feministas” se multiplicaban, sobrepasando y desbordando a las organizaciones estudiantiles formales -conducidas en su mayoría por los movimientos del Frente Amplio. Asambleas de mujeres en las carreras y facultades -por fuera de los centros de estudiantes electos- decretaban las tomas de los espacios, ponían las reglas, determinaban quienes podían ingresar y quienes no (el separatismo fue invocado en varias ocupaciones sin ausencia de conflicto), elevaban petitorios, publicaban listas de acosadores y organizaban talleres y charlas que iban desde técnicas de autodefensa hasta feminismos socialistas, pasando por un abanico muy amplio y heterogéneo de temáticas. En las calles las marchas se hicieron masivas, festivas y rupturistas. Frente a las estatuas religiosas que adornan las fachadas de las universidades católicas vimos desfilar jóvenes mujeres con pasamontañas y pechos descubiertos, elevando pancartas con consignas que desafiaban el conservadurismo moral, el control religioso y estatal sobre los cuerpos y la violencia machista, exigiendo el derecho a una educación pública, gratuita y no sexista. Paralelamente, grupos de académicas feministas se organizaban para apoyar a las estudiantes y las incansables militantes feministas que venían de las luchas contra la dictadura y que durante toda la transición continuaron construyendo se reunieron con las jóvenes movilizadas del presente, uniendo los hilos de una trama que de manera subterránea se había venido tejiendo.
Por la envergadura de las movilizaciones y el impacto que tuvieron en el debate público, este episodio será probablemente recordado como nuestro “mayo feminista”, como un momento de rebeldía colectiva encabezado por jóvenes estudiantes dispuestas a sacudirse del cuerpo el peso de la opresión patriarcal[ii]. Es probable también, aunque eso está por verse, que a partir de esta emergencia el feminismo se consolide como un elemento insoslayable de cualquier esfuerzo de transformación política y social de signo democrático en el Chile contemporáneo.
Emergencia feminista en el neoliberalismo avanzado
El estallido feminista de las estudiantes chilenas fue una sorpresa, como son en general las emergencias sociales, pero no fue una movilización que nos resultara extraña. En Chile, hace años venimos asistiendo a un crecimiento del feminismo sobre todo en el mundo estudiantil y en los movimientos políticos nacidos de las luchas educacionales del 2011 y que hoy representan una buena parte del Frente Amplio. La multiplicación de colectivos feministas de las más diversas orientaciones en las universidades, la conformación de secretarías de género y sexualidades en distintas federaciones estudiantiles, la instalación de la demanda por educación no sexista -muy marginal en las movilizaciones del 2011 y que se tornó central este año-, la intensificación de la lucha contra el acoso y el abuso sexual en las universidades y el surgimiento de intensos conflictos en distintas instituciones educativas a partir de denuncias de estudiantes, fueron la antesala inmediata de este movimiento. Se suma a estas tendencias recientes el trabajo sostenido durante toda la transición por colectivos y agrupaciones feministas que pavimentaron el camino para la emergencia actual.
Ahora bien, desde una perspectiva más estructural, no debemos perder de vista que en Chile el feminismo emerge en una sociedad sometida a una temprana transformación neoliberal, que desde que comenzara a implementarse en los primeros años de la dictadura ha seguido profundizándose durante todos los gobiernos civiles, sin interrupciones ni discontinuidades. En estas más de cuatro décadas, las modificaciones sociales que esta modernización neoliberal ha producido empiezan a manifestarse de manera más nítida. El colapso de las tradicionales estructuras de clase y las identidades sociales y mediaciones políticas a ellas asociadas y las consecuencias de la extrema mercantilización de la vida social constituyen el telón de fondo del creciente malestar social que se acumula en franjas de la población y del ciclo de luchas que con momentos de intensidad y periodos de reflujo ha emergido en los últimos años en Chile[iii].
Esos malestares sociales son también los que están en la base de las protestas feministas que estallaron este año, en tanto la propia modernización neoliberal ha profundizado estructuras patriarcales de larga data que se hacen insoportables para una nueva generación de mujeres[iv]. En ese sentido, no es casualidad que la protesta feminista haya tenido como protagonistas a estudiantes universitarias, pues además del dinamismo propio del movimiento estudiantil, las contradicciones sociales y los límites de la modernización neoliberal en Chile se expresan con claridad en la educación superior, en tanto su enorme masificación en los últimos años, producida por el crecimiento desregulado de instituciones privadas por la vía del endeudamiento de lxs estudiantes y del traspaso de ingentes recursos públicos a empresas educativas, ha generado segregación y desigualdad, al tiempo que ha reproducido las lógicas de división sexual del trabajo y de subordinación de las mujeres.
En concreto, en Chile puede observase con claridad cómo la educación librada a las fuerzas del mercado ha ido creando universidades selectivas y elitistas para reducidos grupos sociales y universidades masivas y lucrativas de baja calidad para lxs jóvenes de sectores populares que ingresan a la educación superior precisamente debido a la promesa de integración y movilidad social que se asocia a los estudios universitarios. Al mismo tiempo, puede apreciarse también cómo las desigualdades sexuales son reproducidas en la educación terciaria: las carreras con mayor prestigio social y mejor remuneradas en el mercado del trabajo son estudiadas mayoritariamente por hombres, mientras que aquellas estudiadas principalmente por mujeres, vinculadas a las áreas de servicios y educación -prolongando los tradicionales roles de la mujer como “cuidadora”- son las menos valoradas y peor remuneradas. Este tipo de desigualdades, generadas por una educación mercantil cuyo signo patriarcal es constitutivo, son las que fueron puestas al descubierto por las estudiantes movilizadas. La protesta feminista desnudaba así un aspecto de la densa trama existente entre neoliberalismo y patriarcado que atraviesa no solo la educación, sino también el sistema de salud, los mercados de trabajo, la previsión y, en definitiva, todos los ámbitos de la reproducción social.
Mirando las cosas desde esta perspectiva, en un país como Chile, donde los derechos sociales son lucrativos negocios para empresas privadas subsidiadas por el Estado, donde las personas tienen escasa soberanía sobre sus vidas y comunidades, donde la libertad individual es una ficción dieciochesca y donde la democracia hace años que dejó de tener sentido para las mayorías que, expuestas como están a las fuerzas del mercado, no encuentran en la política una herramienta útil para enfrentar sus problemas vitales, la protesta feminista adquiere el sentido de una lucha por recuperar y ampliar la democracia, la capacidad expropiada de determinación colectiva de los destinos de la sociedad, y en esto radica buena parte de su significado profundo y de su potencialidad política[v].
- Pensar con Gramsci. El feminismo como guerra de posiciones
Ahora bien, la emergencia feminista en Chile ocurre en un contexto global y regional en el que se observan tendencias heterogéneas y contradictorias. Por una parte, los movimientos de mujeres y el feminismo propiamente tal han ido consolidándose y conformando una fuerza de impugnación al neoliberalismo a lo largo del mundo. Las concentraciones contra la violencia machista que se multiplican por distintas latitudes, las innumerables resistencias territoriales contra la expropiación y el despojo extractivista y por la protección de los bienes comunes que son lideradas por mujeres, la reactivación de la demanda por el derecho al aborto, las luchas contra los ajustes y políticas de austeridad y el avance internacional de la huelga de mujeres como herramienta de lucha, son signos elocuentes de la emergencia feminista que ocurre a nivel global. Sin embargo, y al mismo tiempo, tendencias opuestas no dejan de extenderse también a escala planetaria. El avance brutal del capital sobre enormes masas de seres humanos por la vía de la desposesión de territorios y recursos naturales y de la reducción de los sistemas de seguridad social, la precarización del trabajo y de la vida en general, las guerras, las migraciones forzadas, las crisis humanitarias y el horizonte de un colapso ecológico irreversible son los tonos que describen el presente. A su vez, los sectores ultraconservadores, los fanatismos religiosos, los discursos de odio contra mujeres, migrantes y disidencias sexuales y el recrudecimiento de la violencia machista y los femicidios se multiplican en distintas partes. En América Latina, sin ir más lejos, la emergencia feminista contemporánea se produce en un momento de crisis del llamado ciclo progresista y de rearme y ascenso al poder de derechas neoliberales y en algunos casos a tal punto reaccionarias que han hecho resurgir la preocupación por el fascismo[vi].
Este panorama complejo de fuerzas de acción y reacción debe ser cuidadosamente analizado desde el feminismo. ¿Qué pasó con los movimientos sociales que a comienzos de este siglo fisuraron la hegemonía neoliberal y protagonizaron intensos procesos de movilización? ¿Qué fue de la potencia popular, plebeya, desplegada en esas luchas? ¿En qué medida y cómo los gobiernos progresistas, posibilitados por esas movilizaciones populares, cooptaron, desarticularon y debilitaron estas fuerzas? ¿Cómo nos explicamos el que después de más de una década de progresismo sea posible que las derechas más radicales y antidemocráticas y sectores religiosos ultraconservadores convoquen a franjas tan significativas de la población? ¿Cómo se crearon, en el terreno mismo de los progresismos, las condiciones de posibilidad para el desarrollo de estas tendencias? ¿Qué sensibilidades, qué deseos, qué temores y anhelos están capturando, canalizando y mediando estas formas políticas? ¿Esta radicalización conservadora es una reacción al avance del movimiento de mujeres y el feminismo?[vii]
Las preguntas que surgen de este escenario desafían nuestras lecturas y empujan a nuestro pensamiento a producir elaboraciones a la altura de los problemas que enfrentamos, porque sabemos que para lxs dominadxs la trabazón entre conocimiento y política es extremadamente sensible y que los errores en los diagnósticos, como el desprecio de la fuerza enemiga y la sobreestimación de la propia, son siempre muy costosos. Los aprendizajes que pueden extraerse de los caminos recorridos por los movimientos sociales durante este ciclo son alertas para el presente: la relación con el Estado, la cuestión de la autonomía, las alianzas y articulaciones, la acumulación de fuerza y el peligro de la desactivación, por poner solo algunos temas, son problemas abiertos para el movimiento feminista hoy. Por otro lado, este escenario nos interpela porque más allá del entusiasmo y la fuerza que se respira en nuestros círculos militantes y activistas, sobre todo después de un año de intensas y masivas movilizaciones a nivel mundial, frente a nuestros ojos tenemos la evidencia de que amplios sectores de la población en distintos puntos del planeta son convocados por alternativas antidemocráticas y que la fuerza acumulada por el movimiento feminista y por el campo popular en su conjunto se muestra todavía insuficiente para frenar las avanzadas neoliberales y conservadoras y más aún para empujar un proyecto social alternativo con capacidad de tornarse hegemónico.
Para afinar la mirada, vale la pena tener en consideración las particularidades del ciclo histórico en que el feminismo contemporáneo se despliega. Si atendemos a una onda de duración más larga, constatamos que el proceso de expansión neoliberal que desde los años setenta se viene produciendo a escala planetaria sigue extendiéndose y rearticulándose, desarrollando formas que se alejan cada vez más de un capitalismo liberal y democrático. Ese avance se ha realizado -y de eso sabemos bien en Chile y América Latina- destruyendo a los actores sociales organizados que durante la segunda mitad del siglo veinte habían aumentado su autonomía y capacidad de disputa política. Es de esa larga derrota de las fuerzas populares de la que todavía no terminamos de salir, y el movimiento feminista contemporáneo, a diferencia de aquel de los años sesenta -que ocurría en un contexto de agudización de la lucha social en distintas partes del mundo-, se desarrolla en un escenario de debilidad de las fuerzas de lxs dominadxs; de allí la adversidad del panorama, pero sobre todo, la importancia crucial del feminismo en la recomposición de las fuerzas populares.
Pensar una estrategia feminista para el presente implica, necesariamente, realizar una apropiación colectiva de estos problemas. En ese empeño, creemos que puede ser productivo volver a Antonio Gramsci y leerlo desde nuestras preocupaciones y dilemas actuales. Sin duda, son varios los elementos de sus elaboraciones los que podríamos invocar hoy. Revisitar la cuestión de la hegemonía y de la subalternidad nos ayudaría a entender, entre otras cosas, cómo y por qué las alternativas conservadoras y reaccionarias han extendido su capacidad de “dirección intelectual y moral” a sectores de la población cada vez mayores; el concepto de revolución pasiva nos permitiría pensar la naturaleza de los gobiernos progresistas y sus dinámicas de desmovilización de los sujetos populares que a comienzos del milenio abrieron nuevas posibilidades históricas[viii]; su concepción de la política como guerra de posiciones, como queremos proponer aquí, podría ayudarnos a pensar tácticamente el movimiento feminista.
Nos interesa entonces rescatar para el feminismo a ese Gramsci de los Cuadernos de la cárcel, obsesionado tanto con entender la derrota de las fuerzas populares como con diseñar una estrategia para su recomposición; ese Gramsci admirador de la revolución bolchevique cuando los ecos de octubre parecían extenderse por Europa y que comprendió, luego de las sucesivas derrotas del movimiento obrero, que en Italia y en “occidente” en general el proceso ruso era irreplicable y que el asalto al palacio de invierno no constituía una estrategia adecuada para sociedades donde el poder no se hallaba concentrado en el Estado sino que se encontraba diseminado a lo largo y ancho de una compleja sociedad civil, en organizaciones como escuelas, iglesias y medios de comunicación a través de las cuales las clases dirigentes conducían al conjunto de la sociedad; nos interesa ese Gramsci que entendió la necesidad pensar una estrategia política de avances y conquistas en distintos planos y espacios de la vida social, de luchas y enfrentamientos por medio de los cuales los sectores subalternos construyeran una política autónoma y un poder propios, acrecentaran su capacidad de dirigir a distintos sectores sociales y acumularan de este modo la fuerza suficiente para librar una pelea que sería más larga de lo que su deseo como militante revolucionario hubiera querido; nos interesa ese Gramsci crítico del progresismo positivista de una izquierda que creía en la inexorabilidad de su victoria, confiada en que las férreas leyes de la historia y la economía traían inscrita la necesidad del comunismo y que bajo esas premisas no cosechó más que estrepitosas derrotas; nos interesa en definitiva ese Gramsci que, ante una historia indeterminada y sin garantías, restituye la importancia de la política, de la formación de una voluntad colectiva que no se produce automáticamente sino que hay que construir en el ejercicio mismo de la lucha.
Esta clave gramsciana ya ha sido recogida desde el feminismo. En plena resistencia contra la dictadura en Chile, la militante feminista socialista Julieta Kirkwood, reconociendo los avances del feminismo que en esos años se apreciaban a nivel internacional y en el país -recordemos que el movimiento de mujeres fue central en las luchas contra la dictadura y que el feminismo experimentó un despliegue muy considerable en ese marco- entendía que el camino sería largo y difícil, y se representaba la lucha feminista como una guerra de posiciones. “[…] Por mucho que cambie la relación tradicional de la mujer con su propio papel biológico -señalaba en uno de sus seminarios-, la dirección que tome el cambio social seguirá siendo una cuestión de elección de valores, es decir, política (de ahí la importancia que el movimiento tenga presencia) […] el feminismo es una posibilidad; pero no es una tarea fácil. Es, para usar el símil de Gramsci, una guerra de posiciones (ayer la píldora, hoy la biología, mañana la política)”[ix].
Para Kirkwood el feminismo -y habría que agregar a la ecuación el socialismo, porque ella los pensaba así, en una estricta e indisoluble unidad- constituía un proyecto político alternativo al de las clases dominantes, un proyecto democrático con protagonismo popular, una alternativa al autoritarismo patriarcal representado por la dictadura y un elemento que tendría que ser constitutivo de la democracia por la que se luchaba en las calles. Al mismo tiempo, entendía que no había garantías ni victorias aseguradas en la historia, ni para el feminismo ni para las fuerzas populares y democráticas en general. El aprendizaje había sido lo suficientemente duro como para permitirle cualquier ilusión al respecto. El feminismo era una posibilidad, aquella por la que abogaba teórica y políticamente, mas no era un destino inexorable, y como no lo era, la estrategia para su avance se tornaba fundamental. Lo imaginó entonces como una guerra de posiciones.
Ciertamente, la clave gramsciana con la que Kirkwood piensa el feminismo debe ser reelaborada para tiempos como los nuestros. ¿Qué sería pensar el feminismo como guerra de posiciones en una sociedad organizada desde las más abstractas formas del capital financiero hasta los más íntimos recodos de la subjetividad por el neoliberalismo? ¿Qué significa conquistar posiciones bajo las condiciones de un avanzado despliegue neoliberal? ¿Qué entendemos por neoliberalismo y cómo esta comprensión se vincula con nuestra concepción de la lucha feminista? ¿En qué espacios se libran las batallas de esta guerra de posiciones?[x] Las luchas feministas han colocado en su centro la cuestión de la reproducción social[xi] y todos aquellos engranajes de la explotación capitalista que habían permanecido invisibles por exceder la forma salarial ampliando la categoría de trabajo[xii], han develado asimismo los ininterrumpidos procesos de acumulación por desposesión y por desmantelamiento de sistemas de seguridad social, han denunciado los mecanismo de disciplinamiento que se esconden en la deuda y la financiarización de las poblaciones[xiii], y en definitiva han expuesto las intrincadas tramas entre capitalismo y patriarcado, habilitando en lo teórico y en lo práctico un enriquecimiento de las luchas sociales contra el neoliberalismo en el mundo de hoy[xiv]. Pensar el feminismo como guerra de posiciones es por eso, en buena medida, continuar por los caminos que la lucha feminista ya ha abierto, conquistando allí, en esos campos, avances y victorias, y acumulando, en el proceso mismo de la lucha, experiencia, saberes y potencia colectiva.
Pensar el feminismo como guerra de posiciones implica también aspirar a que este sea una fuerza hegemónica, que de orientación cultural y política a amplias franjas sociales e incida concretamente en los destinos de la sociedad. Implica rechazar la tentación de la marginalidad, de habitar los bordes abandonando la disputa política, evadiendo el problema del poder. El espíritu de marginalidad es una expresión de las dificultades de lxs subyugadxs para desarrollar una fuerza capaz de empujar un proyecto social y político alternativo al de la dominación. Sin embargo, el feminismo como lo entiende una larga tradición de feministas que nos antecede, constituye un proyecto social alternativo que aspira a transformar la sociedad toda, lo micro y lo macro, lo personal y lo político. Insistir en esta dimensión nos parece de la mayor relevancia en un escenario como el actual, en que para hacer frente al conservadurismo reaccionario y a las violentas arremetidas neoliberales en curso se precisará de una clara vocación de disputa política y social.
Pensar el feminismo como guerra de posiciones significa asimismo asumir que no hay en la historia victorias aseguradas, que ni el capitalismo ni el patriarcado están condenados a caer, que su derrota no es inexorable y que no corremos con viento a favor. Esta historia sin garantías nos devuelve a la política, a la responsabilidad de construir una voluntad colectiva capaz no solo de poner freno al mundo que no queremos, sino de construir otro diferente[xv].
En Chile las revueltas feministas de este año han sido una bocanada de energía social y marcan un hito fundamental, un antes y un después en el movimiento feminista local. Los cercos que se corrieron, las banderas que se plantaron, las trincheras que se cavaron gracias a esta movilización fueron avances en esta guerra de posiciones que habrá que defender y a partir ellos trazar las estrategias para los próximos asedios. Las batallas que se vienen son muchas y los enemigos poderosos. Por eso, sin dar la guerra por ganada, celebramos, cada avance, cada conquista, cada victoria, y nos llenamos así de fuerza para seguir luchando.
FUENTE: Revista Catarsis
[i] Investigadora de la Fundación Nodo XXI.
[ii] Sobre la revuelta feminista reciente en Chile, recomendamos la lectura del libro Mayo feminista. La rebelión contra el patriarcadoeditado por Faride Zerán (Lom Ediciones, 2018) y del número 14 de la revista Anales de la universidad de Chile dedicado a la movilización y titulado Mujeres insurrectas https://anales.uchile.cl/index.php/ANUC/issue/view/5017
[iii] Un análisis de las transformaciones en la composición de clase de la sociedad chilena producto de la temprana implementación del neoliberalismo puede hallarse en: Ruiz, Carlos y Giorgio Boccardo. (2014). Los chilenos bajo el neoliberalismo. Clases y conflicto social. Santiago de Chile: Ediciones El Desconcierto – Fundación Nodo XXI.
[iv] Esto ha sido analizado por Carlos Ruiz y Camila Miranda El neoliberalismo y su promesa incumplida de emancipación: bases del malestar y de la ola feminista https://anales.uchile.cl/index.php/ANUC/article/view/51152
[v] Esta idea es desarrollada en Miranda, Camila; López, Daniela; Ferretti, Pierina; Irani, Afshin (2018). “El feminismo como posibilidad de ampliación democrática”. En Revista Cuadernos de Coyuntura (21). Santiago: Fundación Nodo XXI. En línea en:http://www.nodoxxi.cl/el-feminismo-como-posibilidad-de-ampliacion-democratica/
[vi] Recomendamos el número de Hemisferio Izquierdo dedicado a la pregunta por el fascismo y en particular el texto de Diego Sztulwark titulado “¿Puede volver el fascismo?”https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2018/10/18/¿Puede-volver-el-fascismo
[vii] El examen de los gobiernos progresistas ha sido emprendido por muchas voces críticas del continente, imposibles de evocar de manera exhaustiva en estas breves líneas. Destacamos, por la resonancia que han tenido en ciertos círculos de nuestro medio local, las elaboraciones de Maristella Svampa, Edgardo Lander y Eduardo Gudynas sobre neoextractivismo.
[viii] Este es el camino que emprende Massimo Modonesi en su caracterización de los gobiernos progresistas como “revoluciones pasivas”, en tanto combinaron reformas redistributivas y políticas sociales que no pueden despreciarse con dinámicas de despolitización y desmovilización social de aquellos sectores sociales cuyas luchas abrieron la posibilidad de que estos gobiernos existieran. Ver Revoluciones pasivas en América Latina, Itaca-UAM, 2017
[ix] Julieta Kirkwood, Feminarios, Viña del Mar, Communes, 2017, p. 41.
[x] Una lectura imprescindible para discutir qué es el neoliberalismo y sus lógicas concretas de despliegue en América Latina en tanto técnica de gobierno es La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular de Verónica Gago (Tinta Limón, 2014).
[xi] Recogiendo las discusiones heredadas de los feminismos de los años 60 y 70 sobre el trabajo doméstico y las relaciones entre raza, clase y género en el capitalismo, la teoría de la reproducción social se hace cargo de los límites de las posiciones interseccionales retomando el proyecto de una teoría unitaria para pensar las relaciones entre patriarcado, racismo y capitalismo. Entre las numerosas publicaciones que se inscriben en esta perspectiva, recomendamos el libro Social Reproduction Theory Remapping Class, Recentering Oppression, editado por Tithi Bhattacharya (Pluto Press, 2017)
[xii] En este orden de preocupaciones se encuentran los ensayos reunidos en El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismode Silvia Federici, recientemente editado en Argentina (Tinta Limón, 2018).
[xiii] Recomendamos texto “Sacar del clóset la deuda. ¿Por qué el feminismo hoy confronta a las finanzas” escrito por Verónica Gago y Luci Cavallero como prólogo al libro Los límites del capital. Deuda, moneda y lucha de clases de George Caffentzis(Tinta Limón, 2018) https://lobosuelto.com/?p=21912
[xiv] La apuesta por un feminismo anticapitalista se ha ido condensando en la idea de un “feminismo para el 99%” o un feminismo para las mayorías, defendido por intelectuales como Nancy Fraser, Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya en abierta crítica a los feminismos de corte liberal y neoliberal que han sido, y siguen siendo todavía, hegemónicos en términos culturales y políticos.
[xv] ¿Qué significa estar creando otro mundo” fue la pregunta que guio la charla que Silvia Federici ofreció en el barrio Flores en su reciente visita a Buenos Aires. El audio puede escucharse en https://www.youtube.com/watch?v=e8PLPF43p6c