Anarquía Coronada

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Buscar una salida donde no la hay // Diego Sztulwark

Los ensayos que conforman este libro buscan orientación en donde no la hay. Spinozistas, pretenden recobrar la creencia en los cuerpos y afrontar la dificultad de reunir las propias fuerzas dispersas, resistiendo a la corrosión del lenguaje y la descomposición política. Afrontar la impotencia generalizada apelando a la fuerza de existir. Se esfuerzan por describir en voz alta los términos de una trampa. Sin ese poder de búsqueda, decía Ernst Bloch, no hay como “traspasar” verdaderamente el estado presente de las cosas y dar su “concepto combativo” a un nuevo posible.

El militante bolchevique Victor Serge reconoció el peso que tuvo en su formación cierto  sentimiento de extrañeza hostil hacia quienes logran instalarse en el mundo con comodidad. Experimentaba una “imposibilidad de evasión” que lo empujaba a luchar, kafkianamente, por una “evasión imposible”. Creer en los cuerpos supone introducir el absurdo –porque la vida excede la teoría–, asumir la adversidad –no hay armonía preestablecida–, así como dotarse de una subjetividad frente los poderes espectrales que enmudecen la potencia y la aprisionan. 

Buscar orientación supone, en este caso, situarse en el laberinto en el cual la sensibilidad y la dignidad de las cosas –humanas y no humanas– resultan recubiertas por una imperceptible película fantasmagórica que las lleva a moverse según las leyes del discurso económico. La trampa, espectáculo y desecación, concierne al gobierno de la producción de las riquezas que acude cada vez más a migraciones forzadas, comandos algorítmicos y patentamientos de los bienes comunes; a murallas, deportaciones y extractivismos; a masacres, limpiezas étnicas y a la amenaza del poder nuclear. Fetichismos y despojos. 

El laberinto y la trampa configuran una situación política caracterizada por el antagonismo con las fuerzas capaces de poner en marcha prácticas reparadoras. La agresión a toda mediación pública vinculada a la reproducción social, el vaciamiento de las instancias comunes y la verticalización del mando en la producción inducen un colapso de la cooperación social y un devenir fascista del mundo de la vida. La ascendente extrema derecha no es sino una puesta en escena torpe y atolondrada de una pseudo-revolución que se regodea en la catástrofe (regodeo desafiado en varias partes del mundo, sin que esos desafíos se propongan necesariamente proyectos emancipadores).

Al momento de redactar estas líneas no es posible eludir la palabra “fascismo”, que aquí nos ocupa como deriva inmanente de un neoliberalismo en crisis. No como retorno o copia de un fascismo de otro tiempo, sino como impotencia programada entre quienes odian a la explotación y la miseria de un capitalismo exasperado y decadente. Con el objetivo de despejar dudas se puede acomodar el nombre: neofascismo, fascismo postmoderno o fascismo 2.0. Lo que no se puede es restar gravedad a un proceso políticamente organizado de demolición de las capacidades perceptivas que permiten realizar lecturas –individuales y colectivas– de lo que nos ocurre. 

Más que un partido político o una formación bélica del siglo XX, lo fascista actual es un poder aceleracionista de los capitales y belicoso de los Estados, cuyo efecto es la inhibición de dimensiones de la sensibilidad sobre las que se organizaron en el pasado los contrapoderes y las respuestas colectivas. Fascistización es desertificación naturalizada y esterilización de la creencia en los cuerpos como instancia de comprensión crítica y de creación de estrategias sociales. Es endurecimiento en bloque de cualquier devenir, de cualquier verdadera ironía. Es corrupción de las palabras que podrían ayudarnos a desplegar una defensa efectiva.

 

Más que un partido político o una formación bélica, lo fascista actual es un poder de inhibición de dimensiones de la sensibilidad sobre las que se organizaron en el pasado los contrapoderes y las respuestas colectivas.

 

héroe de la sensibilidad
 

Kafka como estratega. La esperanza para él es pequeña y absurda, pero el héroe no renuncia a ella. No se deja amedrentar por su falta de comprensión de lo que le sucede. Por el contrario, busca reunir la desesperación de una vida que se sabe entrampada con una práctica de lectura de los signos ambiguos que organizan confusamente la situación. Los de Kafka fueron los años de juventud de la guerra europea, de la revolución y del fascismo. Entre estruendos, el escritor se volvió un solvente abogado defensor de la creencia en las cosas sensibles. Sus diarios y sus cartas, textos privados (íntimos) son medios para descubrir el cuerpo como fuente de significaciones. Su obra es un compendio de ejercicios de micropolítica: una analítica de las fuerzas que constituyen la existencia –la técnica, la burocracia, la guerra, el amor, el matrimonio, la paternidad, la familia, la religión, el trabajo–, realizada bajo la premisa de la no separación entre afecto y lenguaje. Llamó literatura a esa incesante evaluación, y suscitó en el lector una actitud suspicaz. En Kafka la potencia no es nunca dada de antemano: brota de la imposibilidad. Como estratega fue un hombre político. 

Leer a Kafka desde la Argentina actual es algo que se me impuso como una necesidad. Leer la Argentina actual desde Kafka fue el resultado de un rodeo, de una reflexión nunca del todo solitaria, casi siempre cotejada en grupos. Kafka fue, en estos años, un recurso para impedir que la tristeza política aplaste energías existenciales. David Viñas dijo entre risas que la K de Kafka ofrecía posibilidades críticas, modos de compromiso no oficialistas. Siguiendo esa indicación, la lectura afronta los motivos de la espera y la condena, del sujeto ante la ley y de la inscripción maquinal de la letra en el cuerpo como tormento, sobre la esterilidad de las retóricas y voluntarismos, sobre los modos de conocer propios del extranjero y de quien migra, en una rigurosa y por momentos desopilante puesta a prueba de gestos y palabras. Como dijo Camus, lo asombroso en Kafka es la falta de asombro de sus personajes ante el absurdo.

El héroe que actúa sobre fondo de lo popular disperso no se sumerge en la melancolía ni se paraliza por la ausencia de entusiasmo revolucionario. Se rebela ante la conjugación de la potencia en tiempo pasado. Es cierto que carece de la fuerza necesaria para transformar la situación injusta y opresiva contra la que se rebela. Que no dispone de súper poderes (no es un superhéroe). Si asume el riesgo de agitar un conflicto cuyas derivas no sabe prever, es porque sabe que no hay más salida que suscitar una lucidez y unas fuerzas que sólo pueden provenir del medio natural y social que habita. Lo heroico es, pues, la decisión de movilizar nuevos afectos, en sentido opuesto y más fuerte al que nos detiene. El militante es un ser entre potencias pasadas y futuras.

 

El héroe que actúa sobre fondo de lo popular disperso no se sumerge en la melancolía ni se paraliza por la ausencia de entusiasmo revolucionario. Se rebela ante la conjugación de la potencia en tiempo pasado.

 

la metamorfosis y el temblor
 

Un diario político de la perplejidad es también una praxis belli. La descomposición de un orden –que abarca un cierto modo de concebir la democracia– viene de lejos. En Argentina la crisis de 2001 fue un aviso y en cierto sentido una oportunidad perdida. Toda descomposición libera materia con la que ensayar nuevas composiciones. Hay, por tanto, un valor creativo en las ruinas y en los restos. Los sujetos de la crisis fueron en su hora leídos como víctimas del neoliberalismo, y no como términos desde los cuales experimentar una recomposición popular posible (un nuevo intento de creer en el mundo). La experiencia política posterior habló de los derechos de esas víctimas, pero se privó de la fuerza que la crisis desde abajo había desatado. La descomposición neoliberal carcomió ese tipo de habla –que muchos llaman hoy progresista, y que en sus formas más caricaturales devino arrogancia prescriptiva– y dio rienda suelta a su propio desparpajo. 

Hay todo un modo de agarrarse a categorías para soportar lo que el temblor tiene de refutación política. Hay también un modo de reducir el estupor a lo ocurrido en el país desde el arribo de la ultraderecha al poder. Son formas de eludir el dolor y la desorientación que genera la presunción de que ciertos modos de hacer política, que en el pasado se consideraron garantías de antifascismo puedan haber contribuido –aunque solo fuera por efecto de una subestimación, y todos sabemos que fue más que eso– a la gestación de lo odiado. La indignación sin lucidez combativa se torna complacencia. Por el contrario, lo que tambalea y causa temor, es también aquello que da lugar a una puesta en desafío, que nos devuelve a la conciencia de ser cosa entre cosas. Ritmo, duración. La comunicación con las fuerzas del tiempo viene del movimiento. El “movimiento real”, del que hablaba Marx, nos delimita como seres capaces de registro, de reflexión y de sorpresa. El temblor como retorno del cuerpo –y al movimiento– frente al estupor y el aplastamiento organizado.

Se ha insistido mucho ya: la pandemia, la precarización social, las nuevas mediaciones digitales, desplazamiento del eje del mercado mundial hacia oriente, la farsa política, la brutalización y la desigualdad social son factores a considerar para entender la metamorfosis padecida. Como Gregorio Samsa, estamos forzados a descubrir las posibilidades de este nuevo bicho en que nos hemos convertido. Una manera entre otras de comenzar la indagación es seguir un rastro. Las entradas del diario que pueblan las páginas de este libro intentan remontarse a las escenas que anunciaron hasta qué punto nuevas fuerzas golpeaban a la puerta. Elijo comenzar por el intento de asesinato a la entonces vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner ocurrido el 1 septiembre de 2022. El arma que falló, trastocó el crimen político en una performance. La imagen de la acción se difundió agrietando el lente con el que observábamos la realidad política. La reacción posterior, no alcanzó a revertir la sensación de abismo. De pronto se hizo evidente que una fosa separaba las representaciones políticas del período, del humor social (Maquiavelo decía que la ciudad estaba atravesada por “humores”, o deseos relativos a las relaciones de dominación).

Lo que vino luego, la impotencia política generalizada frente a las primeras iniciativas del gobierno de la extrema derecha no hizo más que despejar toda duda sobre la profundidad de la descomposición en curso. La ola ultra reaccionaria, lo sabemos, no es sólo un fenómeno supranacional. Es imposible caracterizar la sincronía entre las diversas ultraderechas sin considerar al detalle una historia social y política local. La mutación a la que asistimos, surgida de décadas de agresividad neoliberal, dio lugar a un cambio de humor. La capacidad del mileísmo para escenificar políticamente la humillación, la frustración y el malestar no se explica sin el bloqueo progresista previo. De ahí que la expresión “derechización”, que la política emplea para describir el cambio en la sociedad, suene demasiado autocomplaciente. El declive de la sociedad neoliberal, la fascistización de los resortes de poder, el desprestigio de los discursos igualitaristas, la forma paranoica que adopta la incapacidad del hacer común, resultan incomprensibles sin considerar los puntos ciegos del orden político previo.

Guerra racista global // Franco «Bifo» Berardi

Durante la última década, he usado con frecuencia el término «guerra civil global» para describir la tercera guerra mundial que se ha estado gestando desde 2022 y que se declaró oficialmente el primer día del verano de 2025.

Pero me equivocaba. No hay nada de civil en esta guerra fragmentada y omnipresente.

Una guerra civil es un conflicto en el que chocan dos ideologías, como en la Guerra Civil Española de 1936-1939.

Aqui no hay ideologia, solo ferocidad.

En 2022, comenzó la guerra interblanca: el nacionalismo ruso, provocado por el imperialismo de Biden, atacó a Ucrania, y la Unión Europea entró en una crisis terminal: la democracia liberal se defiende con una militarización acelerada del autoritarismo que se extiende dentro de las fronteras europeas.

Pero mientras Europa se desintegra, el genocidio desatado por Israel ha inaugurado la guerra global, y en los últimos meses ha salido a la luz la verdadera naturaleza de la guerra que probablemente está destinada a destruir la civilización.

Esta guerra no tiene características humanas: es feroz porque es propiamente bestial, en el sentido de Liu Cixin, quien en El Bosque Oscuro hace decir a Thomas Wade: «Si perdemos nuestra humanidad, perdemos algo; si perdemos nuestra bestialidad, lo perdemos todo».

Las bestias sionistas han logrado arrastrar al mundo a una guerra cuya naturaleza es racial.

Guerra racial global: esta es la abominación a la que el nazismo, resucitado con Israel, ha arrastrado al mundo.

En esta guerra, el genocidio se convierte en la norma. Gaza fue el primer capítulo, ahora le toca el turno a Irán: un país de noventa millones de habitantes que ha sido víctima tanto del colonialismo como del fundamentalismo islámico desde 1953, cuando el presidente democráticamente elegido Mossadeq fue ahorcado por intentar nacionalizar el petróleo arrebatándoselo a las empresas occidentales.

No creo que haya salida a esta guerra, no creo que la humanidad salga viva de ella.

Esta guerra es el último aliento del león colonialista, moribundo, pero aún capaz de aniquilar la vida en el planeta. Su naturaleza es, por lo tanto, esencialmente racial: la senescente raza blanca utiliza toda la fuerza de su exterminio para impedir que el frente de los nacionalismos revanchistas del sur conquiste el dominio sobre recursos cruciales.

En una entrevista con el Corriere della Sera, a la pregunta: «¿Por qué Israel puede tener la bomba atómica y los iraníes no?», Benny Morris responde: «Porque somos una sociedad democrática occidental y ellos un régimen islámico mesiánico y fanático».

Esto significa, en realidad: porque formamos parte de la raza blanca dominante y ellos son esclavos negros por naturaleza y destino: una respuesta hitleriana.

¿Qué podemos esperar en el futuro próximo?

¿Cuál será la respuesta de las personas no blancas en todo el mundo?

Temo que la respuesta sea el regreso del terror a una escala nunca antes vista. Y creo que las metrópolis occidentales serán el principal escenario de este terror.

Por otro lado, el terror que se avecina está inscrito en la existencia de la mayoría de los seres humanos: ya no tenemos vida que vivir, la guerra está destinada a precipitar el colapso climático y a empobrecer a la sociedad ya empobrecida por el neoliberalismo. Millones de personas en todas las ciudades del mundo se preguntarán: ¿por qué sobrevivir en la humillación y la miseria?

Hoy más que nunca, desertar es la única vía de escape posible para la humanidad. Minimizar la relación con la sociedad brutalizada, minimizar la necesidad de interacción económica, sobrevivir en escondites que puedan proteger nuestra existencia del horror en el que la historia está llegando a su fin.

Deserción frugalidad amistad para sobrevivir mientras la historia humana termina en horror.

El presente se organiza desde Gaza // Diego Sztulwark

Peter Pal Pelbart
Bombardeo sobre Gaza. Foto: AFP
Benjamin Netanyahu y Javier Milei.

Notas sobre Spinoza desde la óptica de Pablo Mendes // Grupo de lectura de los lunes*

Tras enterarnos del fallecimiento de nuestro querido compañero Pablo Mendes, desde el grupo de estudio sobre Spinoza recurrimos a las grabaciones de los dos últimos encuentros de los que participó Pablo y compusimos estas notas que subrayan su participación, habitualmente marcada por su interés en los aspectos  teóricos útiles para la acción concreta. Además de la dimensión técnica y estética propias de la formación personal de Pablo, resaltaba en sus intervenciones, una fuerte vocación ética y política.


Notas del lunes 12 de mayo
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Leemos: el orden y la conexión de la idea es igual al orden y conexión de las cosas. Tratamos de entender: la potencia de la naturaleza de obrar es igual a su potencia de pensar. Spinoza agrega que un cuerpo no limita nunca a una idea y una idea nunca limita a un cuerpo. Y pone el ejemplo la idea del círculo que podemos definir, y el círculo que podemos trazar en la arena. Se trata, nos dice, de un mismo círculo al que podemos aprehender ora como idea, ora como cuerpo.

Pablo Mendes, integrante de grupo, toma la palabra: “Está buenísima esta formulación sobre la potencia de obrar y de pensar, porque permite reunir la potencia con la Causa de Si. Ayuda a plantear el problema en Spinoza de una inmanencia entre Dios-naturaleza y Mundo sobre el plano de la existencia”. En la medida en que ese Dios Naturaleza se causa enteramente a sí, podemos pensar el mundo como aquello que se sigue necesariamente de ese movimiento de auto-causación sobre el plano de la existencia.

Esta base firme de la existencia coincide con la potencia de pensar que la acompaña, haciendo posible conocer incluso aquello que no se da de modo directo en la experiencia: al pensar algo por su potencia, se accede a una especie de eternidad.

Pablo concluye que si un cuerpo tiene un modo de existir en la duración; tiene al mismo tiempo la posibilidad de acceder a una idea eterna de sí mismo. Y puesto que en lo eterno nada pierde su potencia, pues la potencia del Dios-Naturaleza nunca disminuye, esa idea de sí mismo podrá permanecer aun cuando ese cuerpo ya no se encuentre en la duración. En el plano de la duración, la potencia de ese cuerpo fluctuará de acuerdo a sus afecciones, y esas fluctuaciones se expresarán en él bajo el modo de mutaciones que sufrirá a lo largo de una vida, sin por eso alterar su grado de potencia característico: “supongamos que esta mesa deja de existir, tenemos derecho a imaginar que ni bien se den las condiciones para ello, ella podría volver a existir. Esta es la idea que me hago de una potencia eterna”.

Nos preguntamos lo siguiente: cuando Pablo afirma que podemos conocer la potencia de una mesa que tenemos ante nosotros como un objeto físico que forma parte de nuestra experiencia, ¿estamos al mismo tiempo ante la posibilidad de acceder a la idea de la mesa tal y cómo existe eternamente en el Dios-Naturaleza? Parece que Pablo plantea que la idea que pensamos puede coincidir con la idea tal y como existe en la eternidad.

Pablo confirma que eso es exactamente lo que quiere decir. No es sólo que entiende así lo que dice Spinoza. Es también que a él le resulta un hallazgo pensar así.

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Notas del lunes 19 de mayo.
Leemos un comentario de Deleuze sobre Spinoza: “Un ser finito no existe bajo su propia esencia o potencia sino en virtud de una causa externa, no por ello deja de tener una potencia. Aunque esa potencia necesariamente es efectuada bajo la acción de causas exteriores”. Y bien ¿en virtud de qué condiciones le atribuimos un ser finito, incapaz de existir por sí mismo, una potencia de actuar idéntica a su esencia? La respuesta de Spinoza parece ser esta: “Afirmamos la potencia de un ser finito en la medida que consideramos este ser como la parte de un todo”. Y el mismo razonamiento vale para la potencia de pensar: “Atribuimos a una idea distinta una potencia de pensar pero solo en la medida que consideramos esta idea como la parte del todo, como el módulo del atributo pensado o como la modificación de una sustancia pensante que por su cuenta posee una potencia infinita de pensar…»

Nos preguntamos por la fuerza con que un ser finito persevera en su existir. ¿De dónde surge? Se trata, pensamos, de un ser que está preservando su potencia de vivir, lo que de algún modo quiere decir que ese ser está también de algún modo ya muriendo. ¿Es contra ese morir que el viviente se preserva, contra él persevera? Surgen al respecto dos razonamientos: por un lado, Spinoza dice que no es propio del ser viviente libre meditar sobre la muerte. Su meditación, se dice en Etica, es siempre sobre la vida. ¿Qué es lo que hace que pensemos en la muerte? Pero por otra parte, y olvidando por un momento a Spinoza: ¿a qué le llamamos exactamente “morir”? Si atendemos a que la vida pudo ser concebida como una suerte de resistencia frente al estar muriendo que le es propio, quizá podamos pensar que la vida es el ser capaz de seguir extrayendo un poco más de vida a la muerte. Si la vida fuera una conquista incensante de tiempos de existencia sobre un fondo mortalista, podríamos volver a Spinoza pensando que no hay que distraerse pensando en ese fondo, sino en las fuerzas que debemos extraer para nosotros sin interrupción. Desde ese ángulo podemos decir que nada nos está garantizado por alguna trascendencia. Quizá podamos decir que en la vida logramos siempre obrar una vez más, leer un libro más, tener una conversación más.

Descubrimos aquí la vitalidad de la cautela spinoziana. La ética como un aprendizaje y un principio de selección de los afectos alegres que surgen de cierto encuentros mundanos. No se trata sólo de evitar los encuentros que descomponen nuestras relaciones constitutivas. Se trata también, y sobre todo, de multiplicar los afectos que expresan nuestro poder de existir. La filosofía de Spinoza es un arte de las distinciones.

En otras palabras, encontramos en Ética una suerte de enseñanza del recurso pugilístico del saber «tomar la distancia». Spinoza como maestro en el arte de los aproximamientos. Aproximar, distanciar; acercar y reunir, discociar y diferenciar; arrimar y tantear; substraer y observar. Es este arte el que junto con Pablo y otrxs 26 compañerxs, nos reunimos desde hace meses a compartir estas lecturas.

En buscar incrementar nuestra potencia de afirmación y de cooperación.

Retomamos la lectura: Los seres finitos son condicionados, en tanto somos modificaciones de la sustancia o somos modos del atributo. La sustancia, por su parte es la totalidad incondicionada porque posee la infinidad de las condiciones. Y los atributos, por su parte, son las condiciones comunes, comunes a la sustancia que las posee colectivamente y a los modos que los implican distributivamente. Dios comunica a las criaturas mediante sus propios atributos, como condiciones comunes, la potencia de que las criaturas son provistas.

Se plantea la pregunta por cómo experimentamos, en tanto seres finitos, esas condiciones comunes. Surge la pandemia de los años recientes como campo de experiencias. Esa amenaza de muerte masiva, que fue superada por un esfuerzo de comprensión, de investigación, de cuidados. Ese esfuerzo supone un concatenamiento, una composición sin la cual los seres finitos que somos no podríamos quizas protegernos. El ejemplo de las vacunas remite a una cooperación intelectual de alcance trasnacional, que supone una cierta captación del orden y conexión de las cosas. Un orden que está, por cierto, políticamente manipulado, que gestiona la cooperación según los requisitos de ganancia.

Toma la palabra Pablo (que participa por zoom): “¿Se me escucha? Se me está explotando la cabeza Diego, con esa idea que me está pareciendo increíble. Que aparece en el ejemplo, pero que aparece también en lo que decías también de la potencia de pensar. La importante distinción entre capacidad de crear una idea y el hecho de que esa idea participe de una cierta potencia de pensar. Si hay un conjunto de cerebros –por ejemplo, unos científicos, ciertos laboratorios– que son capaces de comprender como funciona un organismo para anteponerle una cuestión química que le disminuya su existencia es porque hay una potencia de pensar; lo que me resulta muy interesante, como novedad de lo que estamos planteando, es esta distinción entre formación en el atributo de las ideas y la potencia que ellas pueden adquirir. Me parece que ahí hay algo que, no sé, me activa una línea que no la tenía”.

Retomamos una frase leída para extender un comentario: “todo modo finito tiene una potencia propia, idéntica a su esencia…». Parece que Spinoza cree que esta potencia propia está en la base de un derecho propio puesto que en otro lado ha escrito que el derecho de un existente es igual a su potencia. Se plantea un problema sobre cómo se accede a la propia potencia. Porque si la potencia es de obrar y de conocer, y de ella depende nuestro derecho, es fundamental saber cómo vamos a conocer y a acceder a nuestra potencia, que por cierto no nos es dada de modo inmediato. Deleuze propone pensar la potencia –el grado de potencia de cada quien– como un grado, una cantidad intensiva específica, que posee una suerte de umbral de máximo y de mínimo. Un cierpo espacio no extensivo que siempre está colmado, pero que puede llenarse de ideas adecuadas o inadecuadas.

Toma la palabra Pablo: “Sí, sí, está clarísimo. Es el hecho de que el modo no es causa de sí mismo. El modo está determinado por un contexto. Un contexto que, en realidad, es muy mucho más grande que él. Ahora, el modo tiene una potencia actual de existir. Y en el marco de esa potencia actual de existir, puede sufrir pasiones o acciones”. Pablo explica que la naturaleza es ese contexto mayor, que actúa sobre cada quien de un modo siempre superior a sus fuerzas, poniendo a prueba su poder de existir: “Puede sufrir pasiones o propiciar acciones. Ahí su potencia de pensar y de potencia de actuar se corresponden simultáneamente, disminuyendo o bien aumento de su potencia”.

Continuamos la lectura de Deleuze: «En Spinoza, la participación siempre será pensada como una participación de potencias, pero la participación de potencias no suprime jamás la distinción de esencias».

Comentamos: parece ser entonces que las potencias infinitas del Dios-Naturaleza no borran sus respectivos grados o partes intensivas, que son a su vez esencias. Este comentario recuerda la sorpresa que exponía el filósofo argentino León Rozitchner sobre el hecho de que una porción de materia del universo sea “yo mismo”. Ese yo subjetiva una parte irreductible, absoluta. Pero que sólo existe tomada en función de otra dimensión relativa de eso, es que eso no existe sino en relación con otras cosas.

Pablo: “-Diego, ese es el ejemplo, el mejor ejemplo de la potencia de pensar. Porque en algún momento todos nos preguntamos eso: ¿cómo es que yo soy yo y no soy otra cosa? Y esa pregunta remite la potencia de pensar, la pregunta. Al origen. Ahí se abre algo que puede como terminar siendo una gran filosofía”.

Nos preguntamos si este yo que se descubre en el modo del asombro es el que, por medio de preguntas, puede fundar un comienzo de un filosofar. ¿Puedo llegar desde mi a la causa de si y al Dios-Naturaleza? ¿O sin contar con un “método” de filosofar me pierdo en el camino?

Pablo: “-Ahí aparece, inevitablemente, el signo apabullante que es el cagazo que nos genera descubrir el carácter determinado de la sustancia. Porque ese camino es un camino de acción, en medio de la autodeterminación de la sustancia a trave nuestro”. 

Recordamos la proposición 36 de la parte 1 de Etica. Ahí Spinoza dice que todo modo finito produce efectos. De lo que deducimos que todo ser finito es igualmente causado y causa y en el extremo puede ser concebido como un momento de la “causa de si”. Si esto fuera así, podríamos concluir que desde cada ser finito capaz de interrogarse por su propia constitución y de acumular potencia de pensamiento interrogando aquello que se tiene en común con los otros podría convertirse en un filósofo spinozista. Es decir: se puede partir de la causa sui como una definición inicial o bien llegar a ella desde lo que somos. Este es quizá un camino dificil –nunca imposible ni cerrado de antemano a nadie–, del que Nietzsche en algún momento dice que incluye un momento de crueldad a sí mismo. Puesto que en mi libre imaginación, me gustaría imaginarme como hecho de imagen y semejanza a del Dios creador, pero el artista y el intelectual quieren darse formas, devenir creador de formas, y para eso aprenden a gozar de una suerte de crueldad autoinfligida. Sin esa crueldad sin la cual no se podría tener conocimientos serios sobre nada. Sin cierta crueldad auto-aplicada (que por ser un modo de conocimiento proporciona un afecto de alegría) no llegamos a salir de una imaginación vuelta sobre si para captar, para dar con el orden y conexión de las ideas y de las cosas, y a descubrirnos como causa inmanente en ese orden. 

Buenos Aires, 8 de junio de 2025


 

* El grupo de los lunes se reúne con la coordinación de Diego Sztulwark a estudiar el libro “Spinoza, el problema de la expresión”, de Gilles Deleuze. 

Para un teoría política de nuestros días // Diego Sztulwark

De todas las palabras afectadas por la indignidad de este presente político, democracia es la que sale más chamuscada. La tristeza –no sin furia contenida– del martes pasado en la calle Matheu habla de todo de esto. La proscripción de CFK no hace sino confirmar que el proyecto del bloque de poder avanza en su pretensión de aniquilar la ya de por sí maltrecha relación constituyente entre conflicto social e institución. Ese proyecto modela una república sin huelgas, sin tomas, sin calles, sin piquetes, sin memoria, sin discusiones colectivas, sin organización popular, sin discursos que rocen la historia, sin rupturas, sin rebelión, sin archivos, sin textos y (esta es la novedad más evidente) sin oposición política efectiva. El pronunciamiento de la Corte es, en este sentido, un borramiento de toda diferencia legible entre orden político legal y programa de las clases dominantes. La paradoja más obvia de la semana que termina puede formularse, entonces, con una pregunta ¿qué esperar, de aquí en más, de una democracia que ya no soporta siquiera su componente liberal, y restringe el orden político a un clasismo propietario estricto?

 
 


Horacio González decía que habría que teorizar lo más posible, crear teorías cotidianas, cada día. Entre los rudimentos para una teoría política de estos días habría que destacar: el modo en que lo jurídico se expuso como “política concentrada” (la fórmula de Lenin decía que la política era “economía concentrada”) delimitando –por medio de la manipulación de la legalidad– fuertemente el juego político; el significado de la proscripción de por vida de CFK como un paso más en la consagración de un república de las finanzas que funciona como un aceleracionismo que se exaspera incluso ante los residuos de liberalismo político y que ya no soporta ninguna otra cosa que no sea la suprimesión la diferencia que justifica la democracia como espacio de disputa (esto es, la distinción entre orden político legal y programa del bloque en el poder); la sacralización de una macroeconomía neo-extractiva que hace juego con una micropolítica de la desertificación, que esteriliza toda sensibilidad en el lenguaje (en el habla y en los cuerpos) destruyendo la posibilidad material de la emergencia de un colectivo capaz de gritar «no».

Definitivamente, algo huele mal (desde hace rato) en Dinamarca. La tendencia creciente del ausentismo electoral en los comicios realizados en diferentes partes del país durante este año no hace sino confirmar, por medios silenciosos, lo que millones de personas piensan de la política realmente existente. Se trata de una tendencia demasiado pronunciada para ser ignorada. Y si a esta pasiva impugnación popular le sumamos lo que parecen pensar los que sí votan (no ocurrido hasta el momento ninguna derrota significativa del mileísmo), podemos dimensionar el abismo abierto entre aquellos discursos que hablan de y desde lo popular y las conductas efectivas de un pueblo esquivo.

 

La proscripción de CFK abre en toda su radicalidad una pregunta legítima (que hasta ahora encuentra una respuesta clara): ¿Se trata ahora mismo de reorganizar los términos de una izquierda del orden político que se impone, o bien de conectar con todo aquello que lo desprecia, buscando la manera de activar el descontento que se extiende perseverante a distancia de las retóricas y los modos habituales de participación política? ¿Cómo combinar la táctica electoral en la situación de ilegalización de la oposición política? De otro modo: ¿es lo mismo hacer, como se ha hecho mayoritariamente hasta aquí, del descontento y de la calle un momento de lo electoral, que hacer –como sin dudas también se viene intentando con dificultades– de lo electoral un momento de ese descontento y de esas calles? En definitiva, la sensación de que la pasividad expresada en el ausentismo no termina de enganchar con las muchas luchas y movilizaciones con fuerte presencia del activismo que se vienen dando en todo el país plantea preguntas urgentes: ¿qué nos dice el hecho que el descontento de millones que ni votan ni se movilizan? ¿Hay otra pregunta políticamente más decisiva que esa?

 

Por otra parte, resulta imposible soslayar la imbricación entre situación nacional y mundial. No es mera casualidad que la Corte sentencie a CFK en el momento en que Milei se encuentra abrazando al criminal de guerra Benjamin Netanyahu horas antes que de Israel ataque a Irán (hablamos de una guerra que roza el riesgo nuclear), y Trump moviliza a las fuerzas represivas de EE.UU para acallar la protesta de los migrantes frente a las deportaciones. La crisis provoca aquí y allá toda clase de delirios (Guillermo Moreno creyó posible y deseable que la vicepresidenta Victoria Villarruel indulte a Cristina mientras el presidente se encuentra en el exterior llorando teatralmente ante el Muro de los Lamentos, y entrando a la mezquita Al-Aqsa). El crimen político como medio para despejar espacios sin oposición política real al orden es la consigna de la hora. Las derechas extremas –el historiador Enzo Traverso habla de un fascismo del siglo XXI– no dudan en hacer vibrar cuerdas emocionales populares profundas, sea para emplearlas en su favor, sea para destruirlas sin más. Como los héroes de las novelas de Kafka nos encontramos, no en un laberinto sino ante un callejón sin salida. Como a ellos se nos impone crear una salida donde no la hay.

El concepto de subjetividad y el psicoanálisis // Mirta Zelcer

El yo y el Yo – El envés

Los conceptos teóricos en psicoanálisis recortan e iluminan fenómenos que, una vez enfocados, resultan manipulables como objetos posibles de ser identificados. En consecuencia, es posible operar sobre ellos clínicamente. Examinemos sucintamente un concepto específico.

El uso cotidiano que los psicoanalistas realizamos del término “yo” no siempre es claro. Esta opacidad deriva de la falta de nitidez en los escritos del mismo Freud respecto de su uso. Recorriendo su obra, nos preguntamos si el Yo del Yo y el ello (Yo con mayúsculas) es el mismo yo (con minúsculas) que usa desde sus escritos iniciales hasta los artículos finales. Expondremos brevemente nuestras suposiciones sobre estas diferencias, con la pretensión de ubicar las posibles oscilaciones del concepto, las confusiones que pueden haber acarreado en su uso teórico.

 

 

El Yo del Yo y el ello

Alrededor de 1920, Freud advierte que en la observación de la dialéctica en el conflicto neurótico existía un yo coherente y al mismo tiempo un yo inconsciente. A partir de sus enunciados en Más allá del principio del placer, reformula en 1923 la primera tópica del “aparato psíquico” (así denominó a la mente) en la que confluían tres sistemas: el consciente, el preconsciente y el inconsciente , y piensa el aparato psíquico con una estructura sencilla de formular, pero compleja en su dinámica. De las tres instancias que formula –Yo, superyó y ello– señalaremos apenas algunas características de una: las del Yo.

Su trazado –intervenido tanto por el ello como por el superyó– es preciso, incluso diseñable:

  • Surge del contacto del ello con el mundo;
  • Lo gobierna el principio de realidad;
  • En virtud de este rasgo, puede posponer la descarga;
  • Tiene, como hemos dicho, aspectos conscientes y aspectos inconscientes;
  • Reprime, ya que la realidad le impone restricciones al deseo;
  • De ahí sus vasallajes: tanto a la instancia superyoica que conlleva la moral y los castigos, como al ello que lo compulsa.

Ahora bien: este Yo, ¿abarca la totalidad del yo del que venía hablando (y del que siguió hablando)? Veamos someramente qué es lo que Freud dice acerca de este otro yo.

 

 

El yo

El uso del término yo (con minúsculas) –desde el principio y hasta el final de su obra– carece de visos psicoanalíticos, pues está empleado al modo tradicional de esa época. ¿Cuál era ese modo? En Estudios sobre la histeria nuestro autor utiliza los vocablos die Person y das Individuum. A partir de estas expresiones, nos arriesgamos a suponer que, desde nuestra representación actual, se podría entender este yo como la totalidad de la persona, o quizás como el tan controversial concepto de self. La noción de self está utilizada por autores psicoanalíticos como “algo” subjetivo, pero también objetivo, y en ese sentido, sujeto a la percepción de terceros. Lo hacen Kohut, Kernberg, Winnicot; Bion utiliza el término “personalidad”. Sin embargo, es particularmente Freud quien utiliza el “Ich-Gefühl” como sentimiento del … ¡yo! Es decir que tanto en la histeria como en la neurosis obsesiva y en las fobias, Freud siempre tuvo una perspectiva de la persona total. No sólo de su condición patológica, sino también de su sentimiento de sí, de las condiciones sociales –incluyendo las familiares– que las originaron.

Este yo indefinido fue tomado por Freud porque su uso extendido y público fue referencia y base elemental consabida sobre la que aplicar sus hallazgos. Sin embargo, a medida que fue descubriendo en el trabajo clínico las manifestaciones de las resistencias, de las identificaciones y debido a la inclusión del narcisismo en el movimiento libidinal fue necesario sistematizar tal complejidad, por el que este yo popular y convencional, el difundido socialmente, incluyó una segunda tópica con un tipo de sistematización distinta de la primera. Así es como en 1923 dibuja y presenta al Yo, al Ello y al Superyó, en este yo en el que Freud circunscribió su primera tópica y sus derivaciones. Sin embargo, el yo tomado implícitamente como persona total, nunca dejó de emplearlo. 

De resultas, este yo terminó siendo, para nuestro iniciador, un vocablo que contiene en forma implícita muchas y grandes variables. Sin embargo, a pesar de que este yo abarcaba cuestiones que excedían lo familiar, la operación psicoanalítica de Freud estuvo siempre representada en los conflictos individuales originados por la cultura social y que estuvieron referidos a la sexualidad. Entonces, ¿por qué siguió usando este término? ¿Por qué no le alcanzó la inclusión del Yo en la tópica estructural? ¿Qué cuestiones excedían a esta instancia?

 

 

La Subjetividad

Con la llegada del neoliberalismo también se abrió paso el concepto de subjetividad. Y resultó de esa manera porque los cambios socioeconómicos necesitaban de mutaciones subjetivas para sostenerlo. La subjetividad estatal que sostenía la democracia representativa, la familia nuclear burguesa y a la sociedad de la economía del primer capitalismo, ya era disfuncional y a todas vistas peligrosa para aquello que se estaba instalando ya no a fuerza de sangre y fuego sino por elección popular. Así fue que la importancia de este concepto en nuestro medio se produjo en el momento histórico de cambio político y social en el que el Estado dejó de cumplir la función de ser el donador de sentidos sociales para las personas. Veamos entonces, a qué nos referimos cuando aludimos a este concepto.

Sin lugar a dudas, se trata de un vocablo complejo por los múltiples significados y variables sociales que implica. Desde lo coloquial, aludimos con él a factores tanto simbólicos como emocionales que pueden estar o no en concordancia respecto del tejido social, y que tienen lugar en las acciones de todas las relaciones de una persona. Sin embargo, el sujeto habitualmente no es consciente de la subjetividad que sustenta las percepciones, las relaciones y las conductas que tiene en su vida. Siendo que hay siempre un componente inconsciente, podemos preguntarnos entonces si estas percepciones, relaciones y acciones tienen que ver con el psicoanálisis y su clínica.

Consideremos ahora dos abordajes que se suscitaron en el momento histórico de cambio político y social en el que el Estado dejó de cumplir la función de ser el donador de sentidos sociales para las personas.

1.

Al indagar acerca de la subjetividad, Ignacio Lewkowicz  (Lewkowicz, 2004) recurre a la historización como abordaje investigativo necesario para iluminar los procesos y procedencias que forman la percepción que se ajusta a la consideración de “la humanidad”, de “lo humano”. La historización es imprescindible porque es desde los incidentes históricos concretos que ocurren las mutaciones subjetivas: se trata de advertir, en cada momento, cuáles son las nuevas fuerzas que aparecen en el campo social, cultural y económico, cuáles se agotan y cuáles continúan pujando. Así, la subjetividad es siempre coyuntural, porque la maquinaria social promueve y produce el tipo de subjetividad acorde a las pretensiones que los dispositivos sociales originan en cada momento histórico.

La percepción de “lo humano” deriva directamente de estos contextos. Sin embargo, cada tipo de subjetividad no es absoluta ni pura, sino que contiene en forma manifiesta o latente pliegues de las subjetividades pretéritas de toda la historia social.

Como consecuencia, las subjetividades son concretamente los procedimientos que se realizan para vivir en las diversas coyunturas histórico-sociales-económico-político-culturales (conductas, actitudes, pensamientos, sentimientos y representaciones) en las que toque vivir. De esta manera, visto desde las subjetividades de cada época, los ordenamientos políticos, las jerarquías y las distribuciones de riquezas y de pobrezas de cada momento se ven naturales, razonables y justos. Así pensado, la percepción de “humanidad” nunca fue unívoca, sino que está en relación a los dispositivos de cada escenario histórico (se fueron construyendo así históricamente diversas subjetividades, como las de amo, esclavo, campesino, usuario, etc.). 

Las subjetivaciones implican estrategias. Hemos definido las estrategias de subjetivación como “la serie de operaciones de pensamiento y de intervención sobre una subjetividad determinada”. Se trata del implante de la subjetividad en los espacios en los que la política está fusionada a la economía y a la operatoria social. Si los modos de dominación varían, las viejas estrategias carecen de efectividad bajo las nuevas condiciones. La racionalidad pretérita no tiene lugar en los hechos ni en las subjetividades que asoman.  

Ocurre, sin embargo, que la lógica estatal permanece en el plano discursivo de los dominantes, como una suerte de estrategia persuasiva para incidir, de algún modo, en ideas, valores y conductas de las mentes formadas en aquella subjetividad. Dicho de otro modo, en este momento, mientras se despliegan estas nuevas subjetividades basadas sobre los valores tecno financieros mercantiles, los agentes del dominio utilizan formulaciones de la lógica estatal para atrapar justamente a las mentes de la subjetividad estatal. Precisamente por estas exposiciones, la fundamentación última permanece aturdida.

 

  1.  

Observando la producción de psiquismo y la producción de subjetividad, y tratando de especificar las diferencias entre el concepto de subjetividad y los conceptos que centralmente definen el psicoanálisis, Silvia Bleichmar ubicó cada uno de ellos en un eje distinto. Estos ejes, sin embargo, tienen intersecciones; a raíz del peso que cada uno de estos ejes tiene en cada persona, Bleichmar nos advirtió que toda subjetividad se inscribe en los contextos vinculares donde se las produce y dice: “sabemos que lo real de su engendramiento no ingresará sino atravesado por el imaginario parental, y tampoco se inscribirá sino en el engarce singular e histórico que propicien los enigmas que sus propias condiciones de nacimiento y vida imponen” (Bleichmar, 2004). Bleichmar advertía, asimismo, sobre el peligro de que la subjetividad, en lugar de ser investigada en su carácter concreto, sea referida y abordada desde una ideología política, religiosa, etc.

Para este cometido, define los universales del psicoanálisis en la constitución psíquica, al mismo tiempo que da a las condiciones sociohistóricas de producción de subjetividad un lugar limitado a la función de operadores que revisten el eje de producción psíquica (cuyas variables lo trascienden).

Para Bleichmar, la producción de subjetividad “incluye todos aquellos aspectos que hacen a la construcción social del sujeto, en términos de producción y reproducción ideológica y de articulación con las variables sociales que lo inscriben en un tiempo y espacio particulares desde el punto de vista de la historia política” (Bleichmar, 1999). El estudio de esta variable está comprometido con la discusión de la constitución de este  eje con otras disciplinas : la antropología, la educación, etc. 

Del lado de los conceptos que nos aproximan las teorías psicoanalíticas, sitúa la formulación de los modelos tópicos, los conceptos de pulsión, represión, defensa, la formalización del inconsciente como objeto científico que da cuenta de un existente real y al que define como “ajeno a toda significación, a toda intencionalidad, res extensa, no cogitation” (Bleichmar, 2004).

De este modo percibimos que la filiación de ambos ejes es mutua: así como el psiquismo se produce dentro de contextos sociales y políticos de un tiempo histórico, también las subjetividades se arraigan y sostienen en los funcionamientos psíquicos. Subjetividades y psiquismos se interpenetran e inciden unos con otros. 

Volviendo a la conceptualización de los ejes de los que hablaba Bleichmar, se puede decir que estas observaciones nos invitan a investigar los modos en los que se ensambla un eje con el otro.

 

 

El envés- el superyó

A pesar de haber publicado el escrito La negación en 1925, las elucubraciones y las aplicaciones de este trabajo las realiza sobre el yo, y no sobre el Yo de 1923. En este ensayo, Freud se centra en los movimientos entre aquello que quedó reprimido y la negación de este contenido cuando éste aparece. En caso que este pensamiento o imagen se presente, su condición es negarlo: “ese no soy yo. Esa idea no es mía”. “La negación es una forma de percatación de lo reprimido; en realidad, supone ya un alzamiento de la represión, aunque no, desde luego, una aceptación de lo reprimido. Con ayuda de la negación se anula una de las consecuencias del proceso represivo: la de que su contenido de representación no logre acceso a la conciencia.”(Freud, 1925). Podríamos decir entonces que, según Freud, desde la teoría psicoanalítica cualquier sujeto contaría con un envés, un reverso desde el cual, mediando la palabra o alguna acción, se le puede devolver su autenticidad oculta en el inconsciente

El interés que manifiesta Freud en este artículo radica en la gestación de la función del juicio en el yo porque considera que el “no” es el signo característico de la represión que se expresa mediante este enjuiciamiento. Esta función tiene una derivación significativa para la construcción subjetiva de aquello que es propio, de lo interior, y aquello que es ajeno y nocivo o sin nutrientes para el yo. Esto último termina siendo lo exterior a sí mismo. Para Freud el objetivo primordial del juicio consiste en la aseveración o el rechazo de los contenidos. Sin embargo, el juicio tiene algún tipo de concepción (aunque precaria) puesto que debe tomar decisiones respecto de esos contenidos.

La primera trata de negar o asignar una cualidad a una entidad cualquiera. Tal decisión está en función del Principio del Placer del yo primitivo. Aquello que allí está en juego es la oralidad, es decir la incorporación vs. la expulsión.  Freud lo interpreta (ya que esta dialéctica es anterior al lenguaje) y dice: “«Esto lo introduciré en mí» y «esto lo excluiré de mí.» O sea: «Debe estar dentro de mí» o «fuera de mí.»” (Freud, 1925). Aquello que el bebé escupe, pertenece a una entidad que encierra lo malo, lo ajeno al yo. Es exterior. Aquello que es concebido como lo bueno se traga y es parte del sí mismo. Son los inicios de los mecanismos de introyección y de proyección. 

La segunda decisión que debe tomar el juicio es “la referente a la existencia real de un objeto imaginado (test de realidad), es un interés del yo real definitivo, que se desarrolla partiendo del yo inicial regido por el principio del placer (1915). No se trata ya de si algo percibido (un objeto) ha de ser o no acogido en el yo, sino de si algo existente en el yo como imagen puede ser también vuelto a hallar en la percepción (realidad). Como puede verse, es ésta, de nuevo, una cuestión de lo exterior y lo interior.” (Freud, 1925)

Pero aquello que es “bueno”, lo nutriente, debería encontrarse en el mundo exterior que es el que nutre, el que es necesario para la continuación de la vida. De modo tal que, si aparece, si se lo reencuentra, es tomado como propio. Tal reencuentro sería el objetivo básico del examen de realidad del yo real definitivo

Finalmente, Freud define la función del juicio como “El juicio es el acto intelectual que decide la elección de la acción motora, pone término al aplazamiento debido al pensamiento y conduce del pensamiento a la acción.” (Freud, 1925).

Tal como lo plantea Freud en este escrito, la represión trata de lo que ocurre con aquello que el yo cree que puede nutrir, pero a lo que se debe renunciar para ser aceptado, querido, y tener un lugar en el ámbito de crianza. La educación y los traumas tienen que ver en forma directa con las represiones que son formas de conducir al deseo. Algunas disposiciones del yo quedaron postergadas, revertidas y permanecen en un envés subjetivo. La simbolización de este envés es tarea de la clínica psicoanalítica. 

Veamos a continuación algunas puntuaciones sobre la subjetividad considerados por el Grupo 12

Tomando nociones de Ignacio Lewkowicz (Lewkowicz, 1998), el Grupo 12 definió conceptos que pueden llegar a ser de interés para nuestro objetivo. 

Toda sociedad cuenta con dispositivos productores de subjetividad. Estos dispositivos intiman a los individuos a ser parte de las lógicas que sustentan a la sociedad de que se trate con el fin de que cada uno se considere parte de ella para poder habitarla. Por lo tanto, es necesario darle sentido a esa lógica. Las prácticas que impone el dispositivo necesitan de una suposición de sentido que hemos considerado como la primera operación subjetiva para orientarse en el recorrido de los lugares sociales. A su vez, en el trayecto por el que se circula socialmente, se encuentran y reafirman los sentidos supuestos. Las operaciones que son necesarias para ser parte de esa lógica y que permiten transitarla se designan como subjetividad instituida

Sin embargo, quizás por lo excesivo de las obligaciones que promueve el dispositivo, la subjetividad instituida produce, precisamente, un exceso, puesto que toda marca produce un plus invisible, impensado, inevitable, pero diverso a las lógicas que se instituyen. Este plus secreto e indeterminado es imposible eliminar. Por lo tanto, la subjetividad instituida no es asimilable a la persona en su totalidad. Lo hemos llamado envés subjetivo. Dijimos: “La postulación del envés subjetivo es un requisito necesario para dar cuenta de un efecto decisivo: las mutaciones tanto de lazo social como de la subjetividad socialmente instituida”(Grupo 12, 2003)

En el inicio, los agentes que están encomendados a introducir al bebe en la cultura son los encargados (de manera inconsciente) de implantar la subjetividad instituida. Estos actores pueden hacerlo con amabilidad o con violencia. En este último caso se inscribiría dentro de una experiencia traumática. Pero el plus de la subjetividad instituida tanto como los contenidos reprimidos, permanecen en la zona oscura del envés de un inconsciente sin simbolizar. Sin embargo, somos testigos que la subjetividad se construye también desde otros artefactos, otros módulos que no son los agentes clásicos a los que estamos habituados (familia, escuela, etc.).

Desde su lugar inconciente, el envés subjetivo tiene –presumiblemente- un arraigo diferente que el de la represión. Probablemente más primitivo y encarnado como “normal”, como si fuese parte de la naturaleza social, distinto del arraigo de la represión que entra en el terreno de la singularidad. Sin embargo, En caso de que no haya sido destruido por lesiones en el funcionamiento psíquico de manera irreversible, las sustancias que podría robustecer al yo, y a la que se ha renunciado para ingresar en la cultura y la sociedad, permanecen en el envés. 

En la actualidad, se trata de una mutación en los dispositivos tecno-sociales que producen subjetividad. Son estos dispositivos y las prácticas que implantan las que obligan a operaciones lógicas y afectivas inéditas que dejan marcas en los cuerpos, que moldean deseos y acciones. Sus efectos, aunque no ignorados, aparecen crudamente. Estas manifestaciones están aptas para ser examinadas en los rastros, ordenamientos y enveses que se revelan en el psiquismo. 

Según lo plantea el trayecto teórico-clínico del mismo Freud (desde El yo y el ello hasta El problema económico del masoquismo) el superyó está conllevando a la pulsión de muerte, es decir, a la imposibilidad de simbolizar. Se trata del superyó que infiltra toda la sexualidad, los pensamientos y conduce las acciones de las personas. De esto trata el envés, de aquello que permanece como sustento subjetivo pero ignorado. Posiblemente sea este superyó el que deba ser abordado como el punto de entrecruzamiento de ambos ejes. Se trata de nuestra ética psicoanalítica: abordar y operar sobre los efectos de aquello que se hizo con cada ser humano. 

 

Bibliografía y referencias

  • Bleichmar, Silvia- Entre la producción de subjetividad y la constitución del psiquismo- https://catedraedipica.wordpress.com/wpcontent/uploads/2020/08/4.-
  • Bleichmar, Silvia-Límites y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis- https://www.topia.com.ar/articulos/l%C3%ADmites-y-excesos-del-concepto-de-subjetividad-en-psicoan%C3%A1lisis
  • Lewkowicz, Ignacio- Pensar sin estado. La Subjetividad en la era de la fluidez- 2004- Buenos Aires. Editorial Paidós
  • Lewkowicz, Ignacio/ Cantarelli, Mariana/ Grupo 12- Del fragmento a la situación- notas sobre la subjetividad contemporánea- 2ª. edición editorial Altamira- 2003
  • Moreno, Alfredo- El exterminio en Gaza, la IA y el renacimiento del Silicon Valley-https://esferacomunicacional.ar/el-exterminio-de-gaza-la-ia-y-el -renacimiento-del-silicon-valley/ enero 2025
  • Sennet, R- La corrosión del carácter- las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo- Anagrama- Barcelona- 1998 · Zelcer, M- Políticas Psicoanalíticas- https://www.topia.com.ar/articulos/politicas-psicoanaliicas
  • Zelcer, M- Subjetividades y actualidad https://www.topia.com.ar/articulos/subjetividades-y-actualidad

. Zelcer, M (2017)- “Políticas Psicoanalíticas”(2017)- https://www.topia.com.ar/articulos/politicas-psicoanaliicas- 2017

 

LOS FEMINISMOS Y TRANSFEMINISMOS POPULARES REPUDIAMOS LA PROSCRIPCIÓN POLÍTICA DE CFK

El ataque a Cristina es misógino y patriarcal desde siempre. Ahora más. Ponerla presa, inmovilizarla, es propio de una violencia machista que busca amedrentar y disciplinarnos. La corrupción, sabemos, es lo que hace este gobierno: entrega de territorios, de soberanía, de dignidad a cambio de deuda.
 
Mientras Milei va a saludar al hacedor del genocidio contra el pueblo palestino, se ratifica la proscripción política de CFK. La geopolíitca de la proscripción es evidente: la “condena” es una manufactura de una Corte Suprema que escribe lo que quieren los dueños del poder económico. Es una resolución dictada por la AMCHA (la Cámara de Comercio de EEUU en Argentina), la misma que persigue a lxs feriantes de La Salada. Es un texto a medida de los negocios de Macri y compañía.


Mientras la gente sale a las calles a repudiar lo que es vivido como un cepo al voto popular y a la democracia —sabemos: racista, clasista, sexista— pero aún así terreno de luchas abiertas justamente para hacerla más democrática, el gobierno de Milei anuncia más toma de deuda externa. Los dueños aceleran sus negocios, monigotes del imperialismo que apuestan a la guerra y el dólar, al empobrecimiento y la desesperación.

Nos queda activar desde las calles, desde la organización popular, transfeminista y transversal. Unir las luchas sigue siendo la tarea.
Nos toca convocar en asambleas, en las plazas, en nuestras comunidades y colectivos. Necesitamos hacer crecer la movilización y las acciones desde abajo.

 

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Carta a los judíos y judías de Brasil // Peter Pal-Pelbart

Carta abierta a los judíos de Brasil

El Rostro del Otro dice: ¡No matarás! Esta es la máxima expresión de la ética judía, dice el pensador Emmanuel Lévinas.

Lo que vemos hoy son los rostros de palestinos suplicantes que preguntan: ¿Por qué nos matan? Los palestinos de la Franja de Gaza están muriendo de hambre, sed, falta de medicinas, drones asesinos, bombardeos aéreos, desplazamientos forzosos, agotamiento, terror psicológico y físico…. Están enterrando a sus bebés por docenas cada día, a sus padres, a sus maridos, a sus esposas, a veces a familias enteras, y vemos devastación y revuelta, hambre y súplica en sus rostros cada día.

Imaginemos por un momento que dos millones de israelíes hubieran sido sometidos a un confinamiento equivalente por un Estado extranjero invasor. Si más de quince mil bebés judíos hubieran sido asesinados, otras tantas mujeres judías masacradas, vírgenes, embarazadas, ancianas, madres. Imaginen a dos millones de israelíes judíos rodeados por todas partes, muriendo de hambre, sed, enfermedades, falta de medicinas, en ciudades devastadas, sin electricidad, sin teléfonos, teniendo que desplazarse incesantemente de un lugar a otro, de una ciudad a otra, a pie, en busca de la ración ocasional, a merced de bombardeos aleatorios, sometidos a la humillación, el despojo, la destrucción de sus condiciones mínimas de existencia y la amenaza explícita que pende en el aire proponiendo su exterminio total. ¿No se levantaría el mundo occidental al unísono, denunciando un nuevo Holocausto, un Genocidio, una barbarie sin precedentes, y utilizando todos los recursos de presión económica, mediática, militar y atómica, si fuera necesario, para contraatacar y tratar de impedir a tiempo semejante Hecatombe? ¿No estarían Europa, siempre tratando de expiar sus culpas, y Estados Unidos, siempre aliado incondicional, enviando sus flotas navales a la región, equipadas hasta los dientes?

Me vas a decir que este escenario imaginado ocurrió realmente durante la Segunda Guerra Mundial, ¡¡¡y que nadie se opuso a tiempo!!! ¡Es verdad! Y esta mancha empañará la historia europea y americana para siempre. En aquella época, por lo que nos cuentan, la mayoría de la gente no sabía nada de los campos. Y los pocos que lo sabían, desde el Papa hasta el Presidente de los Estados Unidos, no hicieron nada. Y es verdad. Pero hoy TODOS NOSOTROS lo sabemos, lo vemos en directo y en color en la televisión y en las redes sociales, y sin embargo SEGUIMOS MIRANDO, como si no nos concerniera. ¡Pero lo sabemos! ¡Lo vemos! ¡Somos testigos! ¿Por qué guardamos silencio?

El gobierno israelí afirma estar defendiendo a Israel e impidiendo que vuelva a ocurrir un Holocausto: ¡NUNCA MÁS! Y afirma que lo hace en nombre de los judíos de todo el mundo. NO EN NUESTRO NOMBRE, gritaban hace meses estudiantes judíos en Berlín o Nueva York, antes de ser detenidos por la policía. El Estado de Israel no ha recibido ningún mandato de la diáspora judía para exterminar en su nombre a la sociedad palestina y expulsarla de su tierra, y mucho menos diezmarla. Los delirios de Trump sobre la Riviera de Oriente Próximo, así como los de los ministros del gobierno israelí que abogan por una Nakba definitiva, tendrán que ser juzgados todavía por la historia, junto con sus autores.

Cualquier judío, por muy alejado que esté de la vida de la comunidad judía, por muy liberado que se sienta de cualquier marca que se refiera a la vida judía en su dimensión cultural, religiosa o comunitaria, aún así, en la mayoría de los casos, ha sobrevivido de algún modo a una catástrofe colectiva dirigida explícitamente contra su ascendencia judía.

Por eso me gustaría dirigirme a todos y cada uno de los judíos brasileños que aún albergan sentimientos de repulsión hacia cualquier guerra genocida, y mucho menos hacia una cometida por judíos. También me dirijo específicamente a todos y cada uno de los judíos brasileños que tengan alguna influencia pública, escrita, oral, mediática, académica, institucional, científica, política, artística, religiosa o económica (y no son muchos, pero este llamamiento se extiende obviamente a todos), porque sé que nada molesta más al establishment israelí que las manifestaciones de protesta de judíos insumisos de todo el mundo. Las manifestaciones contra la política del gobierno israelí fuera de Israel son calificadas inmediatamente por la prensa israelí de antisemitas, e incluso se utilizan para reforzar la creencia encubierta de que «todo el mundo está contra nosotros». Pero cuando son llevadas a cabo por judíos, esta acusación no puede sostenerse: sus protagonistas serán a lo sumo tachados de traidores. Quizá sea éste el único elemento de presión que nos queda. Y si esta ola se extiende, ¡la coartada de que Israel actúa en nombre y defensa de todos los judíos se vendrá abajo! No, lo que está en juego no es la supervivencia del pueblo judío -que la política israelí pone en peligro frontalmente, inflamando el antisemitismo en todo el mundo-, sino la supervivencia del gobierno más truculento, fascista y corrupto de la historia de ese país. Y, obviamente, la supervivencia del pueblo palestino.

Por eso, consciente del poder multiplicador que el ascenso económico y la inserción social en las más diversas esferas de la sociedad brasileña han dado a sus judíos en las últimas décadas, creo que tenemos el deber ético de hablar públicamente y animar a la mayoría silenciosa a encontrar el coraje para desafiar la tutela ideológica y política que Israel ejerce sobre las instituciones y comunidades judías, silenciándolas u obligándolas a un alineamiento automático. Dos artículos recientes en Folha de São Paulo son una señal del giro interno que afecta a algunos judíos: el texto de Bruno Blecher del pasado domingo («Israel es como un hermano mayor que protege y decepciona») y el del hijo de Vladimir Herzog («El hijo de Herzog acusa a Israel de matar de hambre a los palestinos»). Que esas iniciativas aisladas se multipliquen y consigan resonar entre las voces progresistas locales y extranjeras, de judíos y no judíos, y de manifestantes en Israel, ya sería una ganancia.

Escribo en nombre propio, pero también en el de la editorial que ayudé a fundar hace 15 años, n-1 ediciones. Junto a nuestro catálogo, que está en sintonía con los temas que se arremolinan en torno al pensamiento contemporáneo, hemos tratado de intervenir en el debate público en ocasiones extremas, desde el abyecto asesinato de Marielle, el movimiento de los estudiantes de secundaria, hasta el macabro mandato de Bolsonaro, la tragedia de la pandemia, y varios otros episodios, vinculados sobre todo al fascismo creciente en todas partes.

Así que, llegados a este punto, no pudimos evitar proponer algunas acciones vinculadas al contexto actual. Organizamos una lectura pública del libro de Franco Berardi Bifo (Pensar después de Gaza) en el Teatro Oficina, así como un acto público contra la guerra y el genocidio en la Ocupación 9 de Julio. También hemos publicado varios textos sobre el tema en el dossier TERRA ARRASADA en https://n-1edicoes.org/leituras/terra-arrasada/.

Desde el pasado martes, publicamos un texto semanal en la subserie NAKBA NUNCA MÁS, en el mismo enlace. Se trata de «El luto como resistencia. Necropolítica de Israel, de Palestina al Líbano», de Dalia Ismail, y esta semana hemos subido el excelente “Todo pueblo tiene derecho a existir – pero no a cualquier precio”, de Étienne Balibar. Y vendrán muchos más.

Lo que antes era vergüenza se ha convertido en rabia. Aun así, todo esto nos parece insuficiente. Porque nuestra impotencia en el teatro del mundo es grande.

Peter Pál Pelbart

Peter Pál Pelbart es profesor de filosofía en la PUC-SP, coeditor de n-1 ediciones y coautor de The Post-Jewish Jew: Jewishness and Ethnocracy.

Darse a la clase // Marcelo Percia

 

1.

 

Misas, teatros, fiestas, aulas, componen rituales en los que soledades se aproximan para tratar de hacer algo con la vida inasible y pasajera.

 

En las aulas no sólo se dan clases: se da la vida.

 

Se la da con recato y desparpajo, con velos y crudezas. Se la da con promesas y decepciones. Se la da con cercanías amorosas y con exclusiones hirientes. Se la da con transmisiones apasionadas y con instrucciones sin afectividad.

 

No conviene al pensar que las clases se dicten sustraídas del vivir.

 

 

 

 

2.

 

Frialdad, desdén, desinterés: tres condiciones para que el deseo de darse se escarche. O se inhiba temeroso e inseguro. O se vuelva distante y solemne.

 

Deseos que se endurecen pierden ductilidad. Inflexibles y rígidos se transforman en exigencias, reproches, resentimientos.

 

 

 

3.

 

No siempre acontece lo común: se necesita una excitación que congregue confianzas y entusiasmos.

 

 

 

4.

 

Werner Jaeger (1942) en su libro Paideia: los ideales de la cultura griega explica que ese término helénico no se puede traducir con las palabras educación, civilización, cultura, tradición. Aunque las reúna a todas.

 

Una paideia sostiene ideales que forman espíritus.

 

Ideales que establecen compendios morales sobre cómo y qué sentir.

 

Se podría traducir paideia como camino hacia la virtud (palabra en la que sobrevive la primacía de la virilidad).

 

 

 

5.

 

El vocablo paideia se emplea para las crianzas.

 

Platón compara la pedagogía con el arte de adiestrar perros de raza noble.

 

Si se atienden valores exaltados en la Odisea se podrían subrayar, entre otros, fuerza, destreza, heroicidad, orgullo, honor, valentía, temeridad.

 

Valores que funcionan como paliativos de la debilidad, la vulnerabilidad, el desamparo, la soledad, el dolor.

 

Valores de una época. No cualidades personales. Valores que alguien podría encarnar elevándose hasta ellos. Aunque no por impulso propio, sino por inspiración de dioses o musas.

 

 

 

6.

 

¿La vida en común se aprende?

 

Una paideia forma lo informe. Nombra, instruye y organiza verosímiles sentimentales.

 

Disciplina al mismo tiempo que apacigua. Impone sacrificios y coerciones que protegen.

 

Calma desesperaciones del amor y la soledad bebiendo rutinas, contratos, rituales.

 

Exalta valores. Traza el perímetro de lo permitido y lo debido.

 

Una paideia practica el arte de la persuasión y el adormecimiento.

 

Se ofrece como música que encanta y aquieta pulsiones. Incluidas discrepancias, insumisiones, desencantos con las formas, dispersiones peligrosas, inclinaciones hacia las rarezas.

 

Una paideia declara, define y ajusta normalidades. Normalidades encaminan hormigas que se sienten a gusto en sus lugares en la fila.

 

¿Casi todo está dicho en La República y en los textos que le siguieron? ¿Qué se entiende por ideal comunitario? ¿Se llama comunidad a un artefacto que se impone como modelo, como representación verosímil y recomendada para la vida en común? ¿Un ideal de libertad dentro de una jaula?

 

 

 

7.

 

Una paideia está concebida para modelar sensibilidades.

 

Tal vez pensar quiera decir darse a una forma sin quedar cautivo de ella. Sostenerse en una idea, sin confinarse a sus enunciados. Habitar formas hasta que llegue el momento de partir.

 

Pensamientos se aposentan en las formas como descanso del pensar. La inconformidad fatiga.

 

El pensar pasa por las formas dejando anotaciones de un viaje.

 

Eso que Deleuze y Guattari llaman pensamientos nómades, se nombra aquí como nomadismo del pensar.

 

Dogmas echan raíces o se amurallan en una forma. Una forma inmovilizada se esclerosa. Pichón Rivière concibió la enfermedad como fijeza que protege haciendo sufrir.

 

La forma consagrada como normal considera monstruosas a las figuras y movimientos que no se les doblegan.

 

Llegará un día en que se conocerá una paideia de las rarezas.

 

Una paideia de las deformidades.

 

Una paideia de las debilidades anómalas.

 

Una paideia de los tránsitos y las mutaciones.

 

Una paideia en la que la mirada sobre lo único no se concentre en una forma, sino en el modo de pasar de una forma a otra, sin que la vida quede enquistada en ninguna de ellas.

 

 

 

8.

 

En su libro Proust y los signos, Deleuze (1964) advierte que, para el autor de En busca del tiempo perdido, el aprendizaje supone una decepción. Todo saber carga con una desilusión. Los entristecidos pensamientos que se heredan sólo importan por “lo que dan a pensar”.

 

Se lee: “…Proust opondrá a la pareja tradicional de la amistad y la filosofía, una pareja más difusa formada por el amor y el arte”.

 

Mientras la amistad acuerda el significado de las palabras y las cosas, el amor suelta gestos que sólo admiten interpretaciones silenciosas.

 

Mientras la filosofía se propone un ejercicio voluntario y premeditado del pensamiento, el arte impacta con signos inasibles y enigmáticos.

 

Se lee: “Lo que nos violenta es más rico que todos los frutos de nuestra buena voluntad o de nuestro cuidadoso trabajo. Y más importante que el pensamiento, reside en ‘lo que da a pensar’”.

 

Para Proust, tanto el amor como el arte rozan lo inasible. Pretender lo que no se alcanza: en eso reside la dicha y desdicha del pensar.

 

 

 

9.

 

Ante la pregunta sobre ¿en qué consiste enseñar?, De Brasi, luego de aludir a la necesidad de información sobre un tema, a la de aportar ideas sobre un asunto, a la de cultivar erudición, a la de proponer modelos de interpretación, concluye: “enseñar consiste en dejar aprender”.

 

Pero, ¿en qué consiste dejar aprender? De Brasi no lo dice.

 

La transmisión tiene eso en común con la clínica: proponerse algo que no se sabe.

 

Acaso dejar aprender, ¿signifique impedirse dañar, violentar, humillar, imponer, obligar?

 

 

 

10.

 

La de aprender a pensar compone una de las aspiraciones más hermosas y enigmáticas de las aulas.

 

Heidegger, a mediados del siglo veinte, vislumbra una paradoja del pensar que se podría presentar así: a pensar se aprende comenzando por admitir que no sabemos pensar.

 

Pichon-Rivière, para la misma época, entrevé que se aprende a pensar pensando en grupo.

 

Tal vez se pueda decirlo así: el acto de darse al pensar necesita tener con quienes pensar aquello que admitimos que no sabemos pensar.

 

 

 

11.

 

Encuentros en las aulas libran fabulosos malentendidos.

 

El deseo de decir no siempre coincide con el deseo de escuchar. El deseo de transmitir no siempre encaja con el deseo de recibir.

 

Ni coinciden ni encajan: las cópulas del deseo muchas veces no suceden en las aulas.

 

 

 

12.

 

Se diferencia entre dar clase y darse a la clase.

 

La clase se da dándose a ella. Entregándose al momento, confiándose a lo inesperado.

 

Darse, entregarse, confiarse: el pronombre reflexivo indica que una carnadura se zambulle en la acción sin precauciones.

 

El aula no suprime la soledad, la pone en peligro.

 

A la clase, a veces, le nacen manos que sostienen. O le crecen antenas que detectan ideas o escuchan voces en presencias calladas.

 

 

 

13.

 

La palabra lección (que proviene de un vocablo latino) nombra la acción de leer. Recuerda el momento en que se comparte lo que se aprende leyendo.

 

En la lectura reside la otra clase de la clase, la expansión del estar ahí, la ocasión en la que al deseo le crecen alas.

 

Lección puede emplearse, también, en el sentido de dar un escarmiento, enseñar a través del dolor o de la humillación.

 

 

 

14.

 

Un proverbio dice la letra con sangre entra. Alude a que resulta necesario un duro trabajo para aprender o avanzar. El refrán admite el castigo corporal como estímulo para aprender. En este sentido utiliza la sentencia Cervantes en el Quijote para ilustrar que Sancho necesita, para alfabetizarse, una disciplina de abrojos que se hagan sentir y no indulgencias.

 

En la memoria de la palabra disciplina sobreviven las acciones de someter, azotar, purificar a través del dolor.

 

Dos variantes moderadas de la antigua expresión: una, la letra con música entra; otra, la letra con sangre entra, pero con dulzura y amor, se enseña mejor.

 

 

 

15.

 

Kafka (1914), en La colonia penitenciaria, describe una máquina de tortura pedagógica con agujas que bordan en la piel máximas que disciplinan. En cada cuerpo condenado se graba la sentencia que corresponde. A quien se insubordinó: “Honrarás a tus superiores”.

 

Hay pensamientos que suplician vidas. Las fustigan con deberes y con hebras de culpa. No hace falta tatuarles máximas, contaminan el aire.

 

Algunas prisiones simulan aulas o parques abiertos. Se trata de estar ahí sin consentir lo que daña.

 

 

 

16.

 

Desde que Rembrandt (1632) retrata La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp una cátedra se piensa como teatro.

 

La disección de cadáveres delata una época que decide emplear el bisturí para investigar qué hay dentro de un cuerpo. Rembrandt retrata ese momento de profanación y aprendizaje, de excitación y morbosidad. La escena ocurre en un auditorio de Ámsterdam a pocas cuadras de donde vivió el joven Spinoza en tiempos de su excomunión.

 

Rembrandt concibe la lección como mostración, exhibición, espectáculo. Como celebración de autoridad y ejercicio de fascinación.

 

Darse a la clase supone participar de una performance. Una dramática del vacío y la promesa.

 

Críticas pedagógicas suelen ligar saber a poder. La acción que promete un vacío enlaza saber con desear. Acaso el deseo no nazca de la falta, sino del vacío.

 

 

 

17.

 

Leer, escribir, meditar, conversar: momentos únicos en los que la vida descansa sabiéndose cuidada.

 

 

 

18.

 

El acto de darse solicita un arrojo sin garantías. La vida no las ofrece.

 

Darse a la clase implica correr el riesgo de la tartamudez, de la no elocuencia, de tener que demostrar que “no somos un robot”.

 

A veces, la ilusión se retira de las aulas sintiendo lástima, desdén, frustración. Una clase sin ilusión “¿sueña con ovejas eléctricas?”.

 

 

 

19.

 

Darse a la clase supone recordar que se está avivando una utopía. Tentando, una vez más, el entusiasmo. La quimera de que pensar, entre concurrencias en un recinto, pueda cambiar la vida.

 

¿Salvar el mundo? ¿El mundo necesita que se lo salve en las aulas? ¿O solicita que se lo piense para interrogar las razones del daño?

 

 

 

20.

 

No se trata de pensamientos, sino del pensar. Un pensar que piensa sin consagrar ideas. Un pensar que, por momentos, admira y disfruta pensamientos como flores de un día.

 

Doctrinas malogran lo ya pensado. Pensamientos interesan sólo para recordar que hubo el pensar.

 

 

 

21.

 

A veces dan ganas de haber estado en clases en las que no se estuvo.

 

Imaginar la escena primaria del pensar. El fantasma de un nacimiento en el que hubiéramos querido estar.

 

¿Nos hubiera gustado estar en las clases de Pichon, de Lacan, de Deleuze, de Foucault? ¿Qué clases, de las que asistimos, marcaron nuestras vidas? ¿Sentimos gratitud por haber estado ahí? ¿Vivenciamos el acontecimiento de un común reír cómplice y soberano? ¿O la perseverancia de seguir escuchando a pesar de no estar entendiendo?

 

En este instante, en el silencio del día o en la calma de la noche hay alguien que se toma un tiempo para preparar una clase.

 

 

 

22.

 

Dibujar referencias, rastros, contraseñas, en un pizarrón. Anotar una palabra, rodearla con un círculo, conectarla con otra por medio de una línea.

 

Pizarrones se ofrecen como oportunidad para garabatear e improvisar ideas. Un espacio transicional entre el pensar y los pensamientos, entre balbuceos y enunciados.

 

Trazos en un pizarrón permanecen tanto como huellas en la arena.

 

 

 

23.

 

Darse a la clase pone en marcha conversaciones entre quienes están vivos y quienes están muertos, entre quienes duermen y quienes están despiertos, entre quienes piensan en una lengua y quienes piensan en otras, entre quienes viven en cercanías y quienes habitan mundos extraños, entre quienes creen saber y quienes saben el poco saber.

 

A veces, entrar en una clase se siente como introducirse en un torbellino que arrastra, da miedo, lastima, expulsa.

 

O, por momentos, la clase se siente como una conversación iniciada hace miles de años, sin que nadie se detenga para darnos la bienvenida o contarnos qué nos perdimos.

 

Se trata, si se decide no huir, de agarrarse de lo que se pueda para no volar como polvo en un tornado.

 

Hay clases que se ofrecen como visitas guiadas. El aula como sala de museo en la que alguien relata algo que alguna vez estuvo vivo.

 

 

 

24.

 

¿Cómo darse a la clase?, compone una pregunta tardía. Una interrogación que golpea cuando se está de partida.

 

Darse a la clase supone darse a una exposición sin resguardos, a un abandono, a una vulnerabilidad.

 

Exposición, abandono, vulnerabilidad: tres condiciones de un estar ahí dándose.

 

 

 

25.

 

Darse a la clase supone dejarse examinar por mudeces voraces y despiadadas.

 

Darse a la clase supone apelar a ocurrencias, a lecturas célebres, a entusiasmos fingidos, a bromas probadas.

 

Darse a la clase supone confiarse a presuntas simpatías que emergen en un mar de equívocos.

 

 

 

26.

 

Muchas veces la inquietud de la exposición se contrarresta con arbitrariedades de un poder de cátedra que controla la asistencia y somete a través de la nota.

 

Muchas veces vulnerabilidades se vuelven amargas y resentidas. Odian a las audiencias. Las acusan de miserables.

 

 

 

27.

 

Darse a la clase significa también darse a la soledad. Soledad que no se precipita como aislamiento, sino como arrojo en un aula poblada por expectaciones inconcebibles.

 

 

 

28.

 

Darse a la clase conlleva un peligro, pasar una prueba, someterse a una evaluación.

 

En concursos universitarios, la clase de oposición -ante un jurado- añade al examen, rivalidades y competencias, posibilidad de ganar una posición o perder un trabajo.

 

Entre las amenazas hay que contar favoritismos y sañas que se tejen entre poderes que conspiran en las instituciones.

 

El darse a la clase está precedido por grandes mezquindades. Instituciones universitarias están llenas de malicias. La constelación poder, prestigio, saber, levanta muros y resiente deseos.

 

Por eso, darse a la clase, como cualquier circunstancia de amor, supone incurrir en una imprudencia.

 

El don no tendría que pensarse como generosidad o inocencia, sino como contento y gratitud por todo lo que se ha recibido.

 

 

 

29.

 

En una entrevista en 1974, Osvaldo Lamborghini se refiere a la censura no sólo como represión de ideas, sino como el momento en el que el acto de pensar decide su propia castración

 

Darse a la clase requiere hacer algo con el miedo.

 

Hacer algo con lo que no se puede o no se quiere decir. Hacer algo con el fastidio, el enojo, la decepción.

 

A veces, dar clase supone sacrificar ideas para obtener aprobación.

 

Lo que dando clase se puede, dándose a la clase no se puede. No se puede la complacencia. No se puede evitar lo inconveniente. No se puede controlar lo que se está diciendo.

 

Irse de boca o hablar de más componen fatalidades del don.

 

 

 

30.

 

Vidas que profesan saberes traducen lenguas desconocidas, olvidadas, banalizadas, ante avideces que respiran en las aulas.

 

Darse a la clase supone traducir resguardando lo intraducible. Lo que se escurre entre los nombres conocidos.

 

Darse a la clase supone una traslación, pero no como acarreo o transporte de un lugar a otro, sino como portación de suspiros que migran.

 

El momento logrado de una clase no sobreviene cuando se cree entender algo, sino cuando toda el aula se contorsiona con la inquietud de seguir pensando.

 

 

 

31.

 

En la víspera de una clase, se asiste a estados de vértigo y aceleración que zarandean lo que no se sabe, lo que no se leyó, lo que no se preparó.

 

Tormentas que permanecen intactas o se agravan con los años.

 

Exhibiciones que presumen saber, esconden la inconmensurable extensión de lo que no se sabe.

 

No se trata de saber todo, ni siquiera admitir que sólo se sabe algo.

 

Tal vez se trata de estar ahí con poco saber.

 

Poco saber no equivale a saber poco. Poco saber alude a darse al estar ahí sabiendo lo ilimitado, lo inalcanzable, lo inconcebible. Estar en posición de poco saber quiere decir portar la herida del saber. Sirve como recordatorio de una desgarradura.

 

Escribe Alejandra Pizarnik (1963): “¿Y cómo es posible no saber tanto?”.

 

 

 

32.

 

No piensa una voluntad, piensa una herida.

 

 

 

33.

 

Semanas previas a la inscripción en materias, cada inicio de cuatrimestre, se desataban tempestades. Estudiantes escaseaban y se habían vuelto exigentes. Cátedras que no contaban con una inscripción mínima desaparecían por meses o para siempre. Saberes dubitativos, poéticos, ensayísticos, meditativos, visionarios, que confundían la política con la enseñanza y la enseñanza con una ceremonia del común pensar, vivían en un cadalso. Las campañas para conquistar voluntades daban vértigo. Bases de datos algorítmicas que seleccionaban gustos, inclinaciones, expectativas, de la población universitaria, salían mucho dinero. Las asignaturas buscaban sponsors o empresas que ofrecieran mecenazgos para financiarse. Al final, por selección natural, sobrevivían las cátedras que mejor respondían a las demandas del mercado.

 

 

 

34.

 

Desde hace un siglo se distingue entre enseñar y transmitir. Enseñar hace proximidad con instruir, adoctrinar, amaestrar. Incluso con exhibiciones que dejan auditorios con las bocas abiertas.

 

Se sabe de peces atraídos por sabrosas carnadas que recubren filosos anzuelos.

 

Se enseña lo que se sabe, se transmite lo que no se sabe. Se enseña una fórmula, un conocimiento, un dato, que se debe memorizar. Se trasmite un deseo.

 

 

 

35.

 

Se transmite un deseo, una intensión, un desvelo, una pasión.

 

Se transmite una descarga eléctrica.

 

Se trasmite algo de lo que nadie se puede apropiar.

 

Se trasmite el pensar huyendo de fórmulas que quieren detener su movimiento infinitivo.

 

 

 

36.

 

Saberes no se actualizan leyendo novedades. Se hacen presentes sintiendo y pensando la vida. Alojando heridas que nos pensaron.

 

Saberes no progresan ni se acumulan, pasan por cuerpos que los piensan: si no, cuelgan en el firmamento como datos.

 

 

 

37.

 

Darse a la clase supone dar lo que se lee.

 

No sólo se lee para saber, se lee para tener algo que contar. Se lee imaginando contar lo leído. Se lee disfrutando el momento en el que se va a narrar lo leído.

 

Darse a la clase dándose a lecturas olvidadas, omitidas, desestimadas, fuera del halo de prestigio de las modas universitarias o culturales. Darse a las lecturas desaforadas. Lecturas sin fueros, sin privilegios, sin poderes.

 

 

 

38.

 

Darse a la clase supone darse a un entusiasmo.

 

Pero no en el sentido de llevar un dios dentro o una exaltación o furor interior, sino en el de una común inspiración.

 

A veces, entusiasmos se confunden con ambiciones o nerviosismos excitados por alcanzar alguna cosa. Pueden tener, también, de eso; pero hay algo que los distingue: entusiasmos se encienden como infancias cuando encuentran con quienes jugar.

 

 

 

39.

 

Estar de pie frente a un aula expectante compone un momento de desamparo. Así se siente una clase hasta que una común soledad envuelve a toda el aula.

 

 

 

40. 

 

Tomar lista o controlar la asistencia pone a la vista por lo menos dos cuestiones: una, la del deseo de estar ahí; otra, la pregunta de si la clase se necesita.

 

Si no existiera una amenaza o coacción, ¿las aulas estarían desiertas?

 

¿Qué decir de quienes se van durante la exposición? ¿Se equivocaron de aula? ¿Tienen una urgencia? ¿Alcanzó con lo poco que escucharon para concluir que eso no les iba a servir?

 

¿Habrá que decir una cosa maravillosa por minuto para cautivar y retener audiencias?

 

 

 

41.

 

Se está presente muy de tanto en tanto.

 

La presencia sobreviene como albur, sorpresa, contingencia.

 

Dar el presente no se reduce a concurrir o juntarse en el mismo lugar: interroga el amor. En eso reside el sentido pretérito de la palabra filosofía.

 

Se necesita reponer amores en las aulas. Sensualidades que eroticen el acto de pensar.

 

 

 

42.

 

Se puede estar en un lugar sin estar.

 

A veces la clase se transita como un lugar de paso, como eso que Marc Augé llama no lugares, circunstancias de tránsito como aeropuertos o estaciones de trenes.

 

Un espacio en el que se está presente sólo mientras se espera que llegue el momento de irse.

 

 

 

43.

 

Al cumplirse la hora, en segundos, el aula queda despoblada, solo con algunos restos, residuos, indicios de una estadía fugaz. Están quienes se acercan al terminar para hablar. Preguntan si pueden cambiar de clase porque en ese horario no pueden o no les conviene. Y se entiende porque no saben a quién preguntar, pero queda la sensación de que estuvieron ahí todo el tiempo reuniendo valor para ir a contar que no pueden estar ahí.

 

El darse a la clase con amor no adquiere el derecho de reclamar reciprocidad.

 

 

 

44.

 

Darse a la clase supone darse a un momento también de ociosidad, un estado sin obligación ni premura por el rendimiento, sin cálculo de utilidad. Darse a la clase como sentarse a ver pasar la vida, como morada en la que se conversa de bueyes perdidos.

 

 

 

45.

 

El pizarrón está ahí como navegación, como cartel, como sección de informes. Como el fondo de una promesa que se renueva.

 

El pizarrón como la hoja en que se anotan ideas en borrador, bocetos de una exposición, reaseguros de una memoria falible.

 

 

 

46.

 

Lecturas despaciosas, ¿están a punto de extinguirse?

 

Curiosidades y fatigas lectoras, ¿necesitan un obstáculo, la suspensión de lo conclusivo, la incomodidad de lo raro, para aprender la lectura y activar imaginaciones flotantes?

 

Lecturas universitarias se reconocen por estilos llamados académicos. Por sus definiciones asertivas, por sus mundos descifrados, por el uso de términos técnicos, por fórmulas de redacción sin afectividad, por la precisa evitación de la ambigüedad.

 

 

 

47.

 

¿Cómo se llama a quienes están ahí? ¿Audiencia, público, estudiantes, participantes? ¿Curiosidades, avideces, indiferencias, especulaciones, complicidades?

 

¿Cómo se convoca o invita?, ¿Se pide que esperen y confíen? ¿Se ruega atención?

 

El amor de transferencia no se mendiga.

 

 

 

48.

 

Darse a la clase supone retóricas, poéticas atractivas, invocaciones al deseo antes que al interés. Una invocación a la curiosidad antes que a la conveniencia. Una invocación al no sé qué antes que a un beneficio o ganancia.

 

Tal vez no se trata de llamar al deseo, sino al desear.

 

A veces, martillazos de un pensar emocionado despiertan pasiones.

 

Entonces sensibilidades desean hablar y escuchar.

 

 

 

49.

 

Celulares prolongan la vista, el oído, el tacto. Extienden memorias y abrazos. También indiferencias y distracciones. Atraviesan muros.

 

Leyendas cuentan que se propuso, en un momento de la clase, sacar los celulares, abrir el whatsapp, elegir una sensibilidad de contacto que sepa que estamos en la Facultad. Enviar la pregunta que sigue: “¿Alguna vez estuviste en una clase en las que te sentiste pensando como si eso te ocurriera por primera vez? Tomate un momento, antes de responderme”. Se reenvían las respuestas, en forma anónima, al número anotado en el pizarrón. Se puede aclarar (o no) algo sobre quienes respondieron.

 

 

 

50.

 

A propósito de su formación escolar y universitaria, Héctor Libertella (2006) en La arquitectura del fantasma, escribe: ‘Sin duda algo o alguien me perseguía desde atrás como esas liebres locas que corren a campo traviesa; ojalá supiera qué o quién. Pero no voy a recurrir al psicoanálisis porque las liebres –se supone mal- no tienen inconsciente. Solo sé que, en su más vieja raíz etimológica, currículum quiere decir “carrera de carros en el Circo Romano’”.

 

Retengamos la figura de corriendo como liebres locas.

 

Las liebres no tienen inconsciente, pero lo diseminan en cada cacería.

 

Un refrán dice: “Donde menos se piensa, salta la liebre” para advertir la súbita irrupción de lo imprevisto en el paisaje de lo esperado.

 

 

 

51.

 

Darse a la clase supone darse al no saber, al poco saber, a un saber expósito, un saber en la intemperie. Un saber sin poder o sin otro poder que el de solo desear.

 

 

 

52.

 

John Dewey (1952) sostenía, a propósito del misterio de la enseñanza, que cada cual tenía que enfrentarse a un problema. Decía que sólo de una gran inquietud y una gran incomodidad provendría la urgencia de pensar.

 

Como se dijo antes: entre los labios de una herida se insinúa el pensar.

 

 

 

53.

 

En la enseñanza escolástica medieval europea se conoce el procedimiento de Abelardo (1142), el método del “sic et non” que consiste en ofrecer argumentos a favor y en contra de cada tesis. Abelardo tuvo una turbulenta historia de amor con Eloísa, una joven discípula.

 

Se conocen argumentos a favor y en contra del amor.

 

Proust creía que daban más que pensar los caprichos del amor que las certidumbres de la amistad.

 

¿Una clase que enamora invita a pensar o la fascinación impide pensar? ¿El amor moviliza o inmoviliza?

 

Oídos que aman embellecen las palabras, ojos que aman las hacen bailar.

 

 

 

54.

 

Darse a la clase consiste en darse a la lengua. Disputar los usos consagrados de lenguas que se presumen técnicas, especializadas, autorizadas. Consiste en discutir formas de hablar y pensar establecidas. Consiste en solicitar carnaduras apasionadas, furores en las palabras.

 

 

 

55.

 

Se suele considerar una clase como ocasión de una cita con las ideas. Hasta minutos antes se implora a la memoria o a la ocurrencia que nos provea de algo para pensar.

 

Acaso se necesite entrever que se trata más de una cita con la lengua: estar ahí en el momento en que ella se pone a hablar. No pasa lo mismo cuando se lee o se rememora una idea que cuando compadecemos ante una lengua que se está escuchando pensar.

 

 

 

56.

 

No se dice todo. Se insinúa lo insondable. Se da de beber lo inexpresable.

 

Voltaire (1778) advierte que un modo de aburrir a un auditorio consiste en decirlo todo. Previene los riesgos del sopor de un discurso completo.

 

El tedio de una enseñanza sin omisiones, sin huecos, sin lagunas, sin olvidos, sin desatenciones.

 

Aboga por lo sin decir siempre en vísperas de lo que se está por decir.

 

La inminencia de lo que no llega aviva el pensar.

 

 

 

57.

 

Habrá que decirlo más: darse a la clase convoca gratitudes. Celebraciones del don. Alegrías por haber tenido con quienes la soledad.

 

 

 

58.

 

Un aula no se reduce a una sala virtual o presencial en la que se dan noticias de conocimientos prescriptos y listas de lecturas obligadas. En un aula se da el estar, se da el pensar, se dan palabras a la vida. También en una clase -cuando se da el dolor, el miedo, la furia, el deseo de actuar, sabiéndonos en un común porvenir- se da la política.

 

 

 

59.

 

Creencias tienen las convicciones de la fe y las pertenencias. Conocimientos se apoyan en las certezas razonadas para construir datos ciertos. Saberes piensan en estado de conflicto con creencias, conocimientos y otros saberes.

 

Saberes sospechan de sí mismos. Habitan desencantos éticos y políticos.

 

 

 

60.

 

Darse a la clase quiere decir dar dándose, cada vez. Dar una idea, un relato, un habla que vacila; algo que encienda las ganas de pensar.

 

Darse a la clase supone abismarse como, dice Barthes, pasa con el amor.

 

Darse a la clase consiste, a veces, en hacer preguntas suspendiendo las respuestas

 

Darse a la clase implica darse a la digresión. La audacia de romper el hilo del discurso, la aventura de la deriva, el irse por las ramas como astucia de una búsqueda. No cumplir con el programa.

 

Darse a la clase supone darse a una sensibilidad dando una sensibilidad. Tal vez no se trata de enseñar, sino de sensibilizar. De invitar a sentir qué nos pasa estando en la vida.

 

Darse a la clase consiste en incitar. Incitar lecturas e incitar conversaciones.

 

La enseñanza, a veces, se reduce a una forma de divulgación. Como se dice: “divulgación científica”. O un control de lecturas obligatorias y comprensiones establecidas.

 

Se transmite una pasión, pero quienes solo pretenden obtener un diploma (cosa hasta cierto punto legítima), tal vez prefieran informaciones sin afectación.

 

 

 

61.

 

“No vale la pena ir a su clase: repite lo mismo que dice en el libro”.

 

Entregarse a la clase supone tentar lo irrepetible.

 

Uno de los temores del pensar consiste en repetir pensamientos.

 

Un momento de declinación en el que ya no ocurra el pensar.

 

 

 

62.

 

Pensamientos se gastan como se gastan las palabras.

 

 

 

63.

 

El sentido de la propiedad resulta devastador. No se trasmite el pensamiento de alguien, sino estadías en pensamientos que no pertenecen a nadie.

 

Pensar, a veces, consiste en pasar temporadas en una idea. Y muchas otras en vagar y vagar sin encontrar refugio en nada.

 

 

 

64.

 

La clase muerta de Tadeusz Kantor, una puesta en escena de 1975, ocurre en un aula escolar a la que llegan vejeces vestidas de negro cargando muñecos con rostros jóvenes.

 

Maniquíes como espectros de los años de aprendizaje, el salón de clase como encierro de vidas robotizadas.

 

Años antes, Kantor realiza El Happening panorámico del mar. Un concierto oceánico frente al Báltico. El director, vestido con traje de gala sobre una tarima, sumergida parcialmente a pocos metros de la playa, de espaldas al público, conduce con su batuta ritmos y movimientos, sonidos de las olas y silencios de las espumas. La audiencia, sentada en sillas playeras en la orilla, asiste al evento con trajes de baño.

 

Fiestas del absurdo dicen más que pantomimas de la solemnidad.

 

 

 

65.

 

La paradoja: haber dedicado muchísimos años a transmitir cosas que no se pueden transmitir.

 

¿Cómo se transmite una sensibilidad? ¿O un dolor de muelas?

 

Tal vez de eso se trata el acto de pensar: darse a una imposibilidad.

 

 

 

66.

 

Darse a la clase supone darse también a cábalas, supersticiones, creencias en los números y otras rarezas que conjuran posibles hostilidades de lo común.

 

Muchos años en el aula catorce conducen a la embriaguez: la clase como desvarío o borrachera del pensar.

 

 

 

67.

 

Iniciativas y propuestas docentes luchan contra el cronómetro institucional: “no tengo tiempo” expresa el traspié de la utopía docente; sin contar que, en los malabarismos organizativos, siempre las clavas terminan en el suelo.

 

El acto de darse al pensar corre riesgos en instituciones universitarias.

 

La promoción de encuentros abiertos intenta romper con los vicios del ensimismamiento de grupo, con exclusiones, amurallamientos. Invitaciones a presencias extrañas delatan malos hábitos, vicios de los poderes, malestares acallados, goces administrativos. Sacuden somnolencias.

 

Rutinas protegen y consumen energías. Hay que decidir licencias y remplazos, disgustos desencadenados por decisiones prolijas y desprolijas, cuestiones urgentes sobre cobros y rentas.

 

Así cuesta encantar lecturas y conversaciones.

 

Odios estallados o sin estallar se entraman en los bordes de las normativas, de las designaciones, de los concursos, de los reconocimientos y prestigios, en los salarios. ¿Hay manera de evitar esas tristezas?

 

Hay cosas que se hacen de onda; otras, con astucias; otras, como se puede; otras, se aplazan por negligencias. 

 

 

 

68.

 

Horacio González dijo una vez que “El examen introduce un momento en el que el saber se interroga a sí mismo”.

 

Discutir cómo evaluar no sólo significa indagar sobre qué procedimientos emplear en los exámenes, sino interpelar qué significa pensar en las aulas.

 

Raoul Vanegem (miembro de la internacional situacionista) sugiere que “La expresión someter a examen, es decir, proceder, en cuestiones criminales, al interrogatorio de un sospechoso y a la exposición de los cargos, evoca bien la connotación judicial que reviste el examen escrito y oral infligido a estudiantes”.

 

En las aulas, en la clínica, en la vida, no sabemos cómo evaluar lo que hacemos. Ese no saber expone una incomodidad con el saber y con el poder, pero no se desentiende de las consecuencias de sus actos.

 

Porque no sabemos cómo evaluar interrogamos lo que hacemos, cuidamos que no dañe, procuramos que dé qué pensar.

 

 

 

69.

 

Alejandra Pizarnik no completa estudios universitarios por muchas razones. Una de ellas reside en no soportar el arma de la calificación, la bala encarnizada de la evaluación, la hipocresía de las pruebas, la humillación de las aulas, la penitencia ante una autoridad.

 

Escribe en su diario el 4 de febrero de 1959: “Siento, simplemente, que el mundo me rechaza, que el mundo es un mar de aceite sucio e infinito que ya rebasa pues no puede contener nada más”.

 

 

 

70.

 

Al terminar la entrevista, Simone de Beauvoir le pregunta cómo va a seguir haciendo reportajes con tanta timidez. Alejandra se sonroja.

 

Muchas veces se identificó con esta línea: “El miedo pegado a mi rostro como una máscara de cera”.

 

En la carta a León Ostrov, escrita el 15 de julio de 1960, Pizarnik cuenta que el día del encuentro con la autora de El segundo sexo, amaneció con el corazón acelerado. Con un miedo sin metáforas.

 

Llega temprano a Les deux magots, uno de los cafés más antiguos de París, rogando que su voz saliera de su garganta cerrada.

 

La misma sensación que tenía en los exámenes.

 

Escribe: “Otra vieja frustración —y esta carta deviene crónica— es el estudio. Saber que lo necesito para mis poemas, lo necesito para justificarme. (No sé ante quién pero no deja de aterrarme que, en un sentido social, si yo leo a Góngora para mí estoy ‘perdiendo el tiempo’ mientras que si lo leo para un examen ‘trabajo’ y ‘me beneficio’). Además en tanto no finalice los estudios seré siempre una vagabunda. Pero cómo seguir si ‘el miedo se adhiere a mi rostro como una máscara de cera’ cuando pienso en los exámenes, en hablar en público. La primera solución que se me presenta es el psicoanálisis. Quizás me ayude a poder hablar sin miedo”.

 

Alejandra, para calmarse, se dice que su neurosis consiste en un anhelo empecinado de seguridad que se rehúsa a saber que la seguridad no existe.

 

 

 

71.

 

Rutinas evaluadoras en las aulas aplanan la imaginación. Consuman el desprecio por el acto de pensar: ¿no se nos ocurre otra cosa que hacer lo mismo de siempre?

 

 

 

72.

 

Leyendas recuerdan un examen en un aula multitudinaria. Se llamó: Dar la nota: la evaluación desquiciada.

 

La consigna se entrega por escrito. Dice: “El tiempo para escribir en el aula rondará los treinta minutos. Antes de ese momento, podrá consultar sus libros, cuadernos, apuntes; podrá conversar sobre el tema elegido con compañeras y compañeros que deseen o necesiten hacerlo con usted. Podrá, también, hacer preguntas y mantener diálogos con docentes presentes en la sala. Incluso salir del recinto para comunicarse con un especialista desde su teléfono celular. Simultáneamente, cada tanto, un docente tomará el micrófono para expresar, en pocos minutos, a partir de qué referencias abordaría la pregunta elegida. También, si presta atención, podrá asistir a la proyección en pantalla de un parcial que estará en ese momento siendo escrito (con vacilaciones, tachaduras y enmiendas) por un pequeño colectivo de docentes. Durante esta primera hora, usted podrá hacer un boceto o un borrador del texto por escribir. El escrito que terminará en clase, sólo podrá ocupar la extensión de una hoja.

 

Notas:

 

(1) si a usted esta propuesta no le conviene (porque es sensible a ruidos molestos y no disfruta de las interferencias) solicite los tapones de cera contemplados y ubíquese en el lugar más apartado de la sala.

 

(2) los últimos treinta minutos, ocurrirán en soledad y silencio. Soledad celebrada en compañía de otros. Silencio en el que las voces escuchadas esperan la oportunidad de posarse en una idea”.

 

 

 

73.

 

No se puede decir lo que acontece. Sin embargo, se puede intentar (una y mil veces) narrar esa imposibilidad. ¿Qué ocurrió en el aula? A pesar de haber estado allí, no lo sabemos.

 

Una crónica vislumbra el crujir de los huesos, flujos sanguíneos y sudores de siluetas conjeturales. Una crónica intenta captar barullos: ruidos que hacen algarabías cuando salen a jugar al patio.

 

Un verso de Celan, que se refiere al acontecimiento del horror, dice “Nadie testimonia por el testigo”.

 

Cuando se testimonia no sólo se informa que se tuvo conocimiento directo de algo. Testimoniar supone, también, dar una presencia afectada. Dar una sensualidad y una aspereza, dar una memoria y un olvido, dar un entusiasmo y un hastío. Dar un relato imperfecto de algo de lo que (nos) ocurrió.

 

 

 

74.

 

Una cátedra se podría describir como una complicidad de lecturas y conversaciones sobre esas lecturas.

 

No se trata de instruir o imponer qué leer y cómo leer, sino de cercanías que disfrutan pensando alrededor de lecturas que comparten.

 

 

 

75.

 

La expresión policía intelectual compone un oxímoron.

 

Los términos policía e intelectual se enfrentan, se oponen, se desconfían.

 

El deseo de pensar no congenia con el orden, la vigilancia, el control, la seguridad, el castigo, el encierro.

 

Sin embargo, la expresión policía académica se ha vuelto verosímil.

 

Una máquina que disciplina comportamientos y contenidos.

 

 

 

76.

 

¿Se podría oponer a la figura de programa o plan de estudios, la de una complicidad de lecturas?

 

¿No la adherencia a un conjunto de enunciados establecidos y sacralizados, sino la de un indisciplinado enjambre de libaciones inconcebibles no previstas en ninguna colmena?

 

¿Una complicidad de lecturas exceptuada de obligaciones, fidelidades, miradas reguladoras, celdas en paneles establecidos?

 

Algo así, ¿se podría en una cátedra universitaria infectada de jerarquías y direccionalidades? ¿Cátedras sujetan yugos a sus docentes y estudiantes? ¿Conducen obediencias? ¿Retuercen cuellos? ¿Administran rutinas y transforman pasiones en meras habilidades de convivencia?

 

Bajo el disfraz de la complicidad, a veces, asecha la indiferencia y la enemistad.

 

¿Consentimientos fingidos acumulan odios y mascullan venganzas? ¿Simulan participar de lo que no les importa ni entienden? ¿Acatan sonriendo?

 

Complicidades suceden como afinidades entre deseos que se aproximan porque sí para realizar el raro cometido de pensar contra la corriente.

 

No hay complicidades en aulas abatidas, desgastadas, maltratadas, despobladas de entusiasmos. Yermas.

 

Complicidades necesitan alborotos, rebeldías, fogosidades. Desparpajos de la proximidad.

 

 

 

77.

 

Aulas se transforman en audiencias, estudiantes en público.

 

La idea de público se lee por primera vez en la obra de Tarde. En 1898 escribe en Le public et la foule: “La psicología de las masas ha sido establecida; ahora debe establecerse la psicología de los públicos, concebida en este nuevo sentido, como una colectividad puramente espiritual, como una diseminación de individuos físicamente separados cuya cohesión es meramente mental”.

 

Las figuras de audiencia y público realizan una separación y consuman un aislamiento.

 

Asistimos a la escisión entre saber y vida, entre pensamiento y un común pensar.

 

 

 

78.

 

Se pueden alcanzar licenciaturas, maestrías, doctorados, adquiriendo el dominio de repertorios más o menos sofisticados de fórmulas.

 

Estudiantes dominan fórmulas, docentes formularios.

 

Fórmulas y formularios convienen al mundo de las simulaciones, las trampas, los cumplimientos. ¡Excelencias sin problemas!

 

 

 

79.

 

Incurrir en una trampa (contravención disimulada de la norma) no equivale al cometido de una astucia.

 

Mientras la trampa se propone zafar de la regla sin cuestionarla, la astucia intenta evitar que la norma cuestionada anule la potencia de la disidencia.

 

Una cátedra se podría pensar como el arte de sostener un semblante de autoridad para tentar potencias de deseo.

 

Astucia de una puesta en escena, no una trampa.

 

El imperio de una norma no tiene que importar más que la anomalía del contento de lo común.

 

Astucias simulan cumplir reglas, pero pretenden excitaciones o aguaceros del pensar.

 

Se finge acatar la norma para posibilitar juntadas que cuestionen imposiciones y reglas que hacen daño.

 

 

 

80.

 

Estados de comunión y alegrías de lo común pocas veces se dan en las aulas.

 

Tal vez se quedan en recreos y en bares, en estadios y recitales. En fiestas de alcoholes que sueltan lenguas que besan y hablan. En cuerpos que ríen y bailan.

 

 

 

81.

 

En otros tiempos, ingresar a una universidad no consistía sólo en entrar a una facultad, elegir una carrera, apostar a una identidad profesional. Antes que todo eso, suponía el deseo de ingresar a un movimiento estudiantil.

 

Un movimiento estudiantil como insidioso cuestionamiento de cátedras, de programas, de bibliografías, del aislamiento de las luchas sociales y los dolores de la vida.

 

No las apresuradas incursiones de las agrupaciones que, en época de elecciones, interrumpen clases para conquistar votos.

 

Un movimiento estudiantil como insurgencia, como solicitación de saberes, como pregunta por el porvenir. Como interpelación de violencias de las hablas académicas.

 

 

 

82.

 

Una escena se repite en los últimos años. Agrupaciones estudiantiles, en las vísperas de las elecciones de representantes, piden permiso para hablar en las aulas unos minutos. Dicen lo que creen que tienen que decir para recibir apoyos y se retiran. Casi nadie las escucha.

 

En medio de tanta apatía, se cuenta un sucedido.

 

Se formó una agrupación ficcional con el nombre Hagámoslo con gusto que se sumó, con sus carteles y volantes, a la campaña. Y que, también, con la misma estética y rituales de las agrupaciones empadronadas, ingresaba a las aulas para leer su proclama a viva voz.

 

“¡Compañeres! Pertenecemos a la agrupación ‘Hagámoslo con gusto’.

 

Urge que nos pronunciemos en este momento político crucial.

 

Nos cuentan sólo como ingredientes. Nos tratan como una mera pierna de cordero. Nos quieren aplastar como un diente de ajo, romper como ramas de tomillo y romero. No dudan en echarnos aceite, rebanarnos como zanahorias, hacernos puré y masajearnos con manteca para ablandar nuestra furia.

 

No nos engañan con sus mieles. Ni sus sales y pimientas. ¡Ay las caléndulas! Nos preparan para el horno.

 

¡Compañeres! No nos dejemos limpiar como a una pierna de cordero. Impidamos que desprendan las telas conquistadas que recubren nuestros músculos.

 

Digamos: ¡No! No nos manipularán y nos invadirán con el diente de ajo, la ramita de romero, el tomillo, las dos cucharadas de aceite de oliva.

 

No aceptaremos que nos adoben sin piedad.

 

Pretenden enjugarnos en la peor de las cocciones: las que comienzan lentas y con temperaturas bajas, pero constantes.

 

Y, ¿a esto llaman enseñanza? ¿Hasta cuándo vamos a tolerar que nos pongan en una asadera? Tienen calculados los minutos que necesitan para tenernos a punto. ¿A punto de qué, preguntamos? Nos doran y tiran sus preparados encima.

 

Si no reaccionamos, nos harán puré de zanahorias.

 

¡Nos quieren vegetales!

 

¡Compañeres! Necesitamos saciar este hambre. No sólo votos.

 

¡Compañeres! No escuchemos sin reflexionar y criticar lo que nos dicen.

 

Las otras agrupaciones, sólo repiten recetas.

 

¿Creen que no nos damos cuenta?”.

 

Concluida la proclama, agradecían la atención y se retiraban. Algunas presencias se sonreían, pero otras no advertían la parodia en la que una agrupación de fantasía leía la receta del cordero patagónico.

 

El hábito, a veces, se impone en las aulas igual que el hastío a las horas olvidadas.

 

 

 

83.

 

Días previos y segundos antes de ingresar a un aula componen, con los años, momentos dramáticos. El nerviosismo de no saber qué decir. El desasosiego de volver a constatar un vacío que crece, la cabeza infecunda, la inconmensurabilidad de los libros sin leer. El vértigo de tener o no tener algo: una idea, una cita, una palabra no explorada. Y, encima de eso, la arrogancia o la solicitud, de que nos quieran.

 

Por suerte todo desaparece o queda en suspenso cuando comienza la clase: el estar ahí con. Entonces, puede ocurrir lo inexplicable: el momento de un común pensar.

 

Tal vez darse a la clase consista en prepararse para estar en esos momentos.

 

 

 

84.

 

En ocasiones, antes de ir a dar clase, surge la pregunta de si quisiéramos estar en otro lado haciendo otras cosas. Como si nos asaltara la prueba del eterno retorno de Nietzsche: “si te fuera dado vivir un solo momento por toda la eternidad, ¿elegirías este momento?”.

 

A veces, nos respondemos que sí; otras, que nos gustaría estar en otro lado o que querríamos llevar las aulas a otros lugares para pensar la vida fuera de espacios estrechos y cerrados.

 

Tal vez en una de nuestras tantas eternidades siempre sigamos entrando a las aulas. Y, en otras, sigamos preguntándonos si hacerlo o no. Y, en otras, sigamos encontrándonos con alguien que nos rescate. Y, en otras, sigamos proyectando encuentros en otros lugares.

 

 

 

85.

 

Fascinan los pizarrones en los que las palabras van dibujando una intrincada red de conexiones nerviosas como si se tratara de galaxias de tiza.

 

Escribe la palabra excavación, en un aula llena, con una falta de ortografía. Siente la ingravidez y la extrañeza de una impostura.

 

Darse al estar ahí desfalleciendo de vergüenza, exponiendo una falta, una incorrección, un engaño.

 

Habrá que decirlo más de una vez: al final, en todo darse, se da un desamparo.

 

 

 

86.

 

Darse a la clase conlleva saberse estando ahí como espantapájaros.

 

Una contextura frágil sostenida por un palo de escoba, vestida con camisas coloridas, pantalones con remiendos, sombrero de paja.

 

Espantapájaros que hubiera hecho falta a Van Gogh en su pintura del trigal amenazado por una tormenta y una inquietante nube con alas negras.

 

 

 

87.

 

Se recuerda la escena de la película de El Mago de Oz en la que Dorothy pregunta al muñeco de la cabeza hueca “¿Cómo podés hablar sin cerebro?”. A lo que el Espantapájaros responde: “No lo sé, pero muchas personas que no piensan hablan día y noche. ¿No es cierto?”.

 

Dorothy, la niña que termina en la tierra de Oz arrastrada por un tornado, mientras se encamina a pedir ayuda al Mago para volver a su mundo, se hace amiga del Espantapájaros que desea tener una cabeza para poder pensar, del Hombre de Lata que quiere tener un corazón, del León que quiere esconder su debilidad.

 

 

 

88.

 

El trance de darse a la clase se puede describir así: desear pensar, sentir un corazón que delira, saber la debilidad, entrar en un tornado que nos arrastra fuera del mundo sin que sepamos cómo volver a él.

 

 

 

89.

 

Oliverio Girondo publica Espantapájaros en 1932. Incluye allí un poema que se llama Yo no sé nada presentado en la hoja como un caligrama. El dibujo de un monigote hecho con letras. Un poema que delinea con palabras la figura de un muñeco rígido. Un escrito que se divide en tres partes: la cabeza, lugar de afirmación de ningún saber; el cuerpo, superficie de desorientación; las piernas, devenir aleatorio del cantar de las ranas.

 

Girondo, para publicitar su libro, ideó una de las primeras acciones de arte conceptual que se conocen en Buenos Aires. Confeccionó un muñeco grotesco vestido como un catedrático de la época para ironizar la vida académica. Y lo sacó de paseo en un carro fúnebre tirado por caballos durante varios días.

 

Antes de Kantor, Girondo expuso la clase muerta en las calles.

 

 

 

90.

 

Atrae la figura del espantapájaros, exótica y liviana, que sólo está ahí. Una imperturbable presencia, sin violencias con las aves, que procura que las semillas puedan tener una oportunidad.

 

Quizás darse a la clase suponga estar así, en una fatal desquicia, procurando pensar. Pensando sin poder pensar. Pensando, por momentos, sin ningún saber. Pensando con la cabeza hueca o repleta de lugares comunes. Con la superficie corporal perpleja y despistada. Saltando de piedra en piedra como las ranas. Creyendo en la magia de los libros y en el espíritu de las aulas. Practicando rituales secretos para hacernos nacer otras cabezas que puedan pensar otras vidas.

 

Estar ahí como espantapájaros: ternuras inmóviles que resguardan el secreto de las semillas.

 

 

 

91.

 

La revista Acéphale (Acéfalo) sólo tuvo cuatro números. El 24 de junio de 1936, Georges Bataille y Pierre Klossowski escriben para esa publicación La conjuración sagrada. Ese año, Mussolini llevaba trece en el poder; Hitler, tres; y, entre tanto, estalla la Guerra Civil española.

 

En ese tiempo, la revista se propuso pensar descabezada.

 

Acefalía no como carencia de racionalidad, ni como falta de unidad, ni como déficit de atención, sino como potencia. Como una erótica sin mando. Una anomalía sin parte superior a la que quizás, como a la Hidra de Lerma de la mitología griega, le crecen muchas cabezas.

 

 

 

92.

 

Sabiéndonos espantapájaros, ¿nos preservamos de soberbias y hazañas fabulosas?

 

 

 

93.

 

Si docencias no quedan maniatadas por la necesidad de reconocimiento, o de publicidad de un nombre, o de la solicitud de aplauso, o de la necesidad de conservar un empleo; se alzan en las aulas como tribunas urgidas.

 

Urgidas por vocalizar preguntas de una época. Urgidas por contar lecturas. Urgidas por estar con otras soledades. Urgidas por escuchar otras palabras y otros silencios. Urgidas por rescatar ideas que se hunden en el olvido. Urgidas por un pensar que reconforte lo vivo. Urgidas por la falta de respuestas. Urgidas por contar desarraigos e intemperies, confianzas y desconfianzas.

 

Urgidas de una pausa en un momento de peligro.

 

Quizás, al principio, se está en el aula para transmitir un saber, pero con el tiempo se permanece ahí para alojar la premura de pensar.

 

 

 

94.

 

Hay cosas que si no se cuentan se pierden.

 

Nunca habían enviado una carta. Al entrar al aula reciben un sobre con el sello de la cátedra. Anotan en el frente su nombre y apellido, su dirección, código postal, localidad. Con esas coordenadas consignadas vuelven a colocar los sobres vacíos en un buzón. Un rato después, cada cual retira uno al azar. Si sacan el propio, lo devuelven. Cuando todas las presencias tienen en sus manos un destino, eligen una pregunta entre veinte. Con ese interrogante escriben una carta dirigida a la persona que les tocó.

 

Querida María tengo que escribir sobre esta consigna: “Trate de pensar las vicisitudes de la correspondencia y la reciprocidad”.

 

Me gustaría relacionar la respuesta con cuatro ideas: “Amar es dar lo que no se tiene”. (Lacan) / “Todo encuentro supone un desencuentro”. (Pichon) / “La carta es un lugar de la escritura que se juega en la distancia, en la ausencia, en la espera y en la promesa”. (Derrida). / “La correspondencia es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar”. (Piglia).

 

¿Me ayudás a armar una presentación? Me gustaría conocerte, te mando un beso. Sofi.

 

Cada escribiente coloca su solicitud dentro del sobre y lo cierra con cuidado. Anota en el reverso sus datos para poder recibir la respuesta. Las cartas se tienen que enviar ese mismo día y responder dentro de las setenta y dos horas. Al transcurrir, como máximo, diez días del sucedido cada participante entrega la carta que envió, la que recibió y su comentario final.

 

Las cartas fueron y vinieron según lo establecido.

 

 

 

95.

 

Sabidurías ancestrales no pertenecen a nadie. Se pasan de una vida a otra como semillas. No afirman yo soy o yo sé. No exhiben una posición, rememoran un gesto. Comienzan diciendo: quienes nos precedieron solían pensar…

 

 

 

96.

 

Fragmento de un manifiesto:

 

No importa tanto tener un deseo como tener con quienes desear.

 

Rehusarse a nombrar este mundo para recordar que no lo comprendemos ni lo aceptamos. Conservar esa vacancia para imaginar cómo volver a encantarlo.

 

Bautizarlo cada día con una ausencia o con la inminencia de un nombre que no llega.

 

 

 

Nadar contra la corriente cuando la corriente lleva al desagüe de las clases muertas.

 

Volar bajito para que los radares del desánimo no detecten potencias subversivas del contento que nos damos cada vez que nos juntamos.

 

Avivar el fuego afuera de las aulas para volver a ellas con eróticas que enciendan el acto de pensar.

 

 

 

97.

 

Pisó por primera vez el edificio de Independencia a los dieciséis años. No para escuchar una clase, sino para estar en una asamblea.

 

En ese tiempo, funcionaba la Facultad de Filosofía y Letras. Concurrió con un amigo con el que se reunía a leer la Historia Social de la Literatura y el Arte de Arnold Hauser.

 

Recuerda el colorido y la humareda del aula mayor llena. Todo latía.

 

En eso subió a la tarima un muchacho que vestía un sobretodo negro. Llevaba años estudiando El Capital. Hizo un prolongado silencio antes de comenzar, hasta que dijo:

 

“No nos temen por lo que pensamos. Nos temen por lo que podemos llegar a pensar”.

 

Desde entonces, el aula magna guarda esa confidencia.

Fuente: Revista Adynata

Imagen:

 
Tadeusz Kantor – «El Concierto del Mar» (El Acontecimiento Panorámico del Mar) – 1967 – Fotografía toma directa:Tadeusz Kantor. Link al Doc. Happening: https://vimeo.com/126380094
 
 
 
 
 

La gran deserción (epílogo) // Francesca Coin

Epílogo a la edición en castellano editado por Tercero Incluido Ediciones

Cambiar el trabajo para cambiar el mundo

En los meses que siguieron a la pandemia, se generalizó el temor de que esta provocase un aumento de los despidos, favorecido por el fin de las medidas que se habían introducido para limitar el impacto de la crisis sanitaria en las actividades de producción y en los niveles de empleo. Contra todo pronóstico, la pandemia provocó un fenómeno totalmente distinto, marcado por un aumento del número de bajas voluntarias. En Estados Unidos, unos cuarenta y ocho millones de personas renunciaron en 2021, según datos de la Bureau of Labor Statistics. Esta cifra alcanzó los cincuenta millones en 2022 y los cuarenta y cuatro millones en 2023, cuando «The New York Times» tituló célebremente que la Gran Deserción había terminado[426] En Italia, a pesar de un contexto económico diferente, las bajas voluntarias se acercaron a los dos millones en 2021, según datos de las Comunicaciones Obligatorias del Ministerio de Trabajo. Superaron este umbral en 2022, alcanzando los dos millones doscientos mil, y se mantuvieron casi constantes durante 2023, cuando se registraron dos millones ciento sesenta mil. Aunque los medios de comunicación han hecho poco hincapié en la Gran Deserción, y a pesar de los intentos de enfriar la economía con la subida de los tipos de interés, el crecimiento de la rotación voluntaria [turnover], la recuperación incompleta de la tasa de actividad, la reducción de las horas trabajadas y la dificultad para retener y contratar personal parecen destinados a continuar.
Desde la pandemia, la escasez de personal se ha convertido en un problema en toda Europa. En Alemania hay cerca de dos millones de vacantes, mientras que en Francia faltan un millón de trabajadores y otros tantos en Italia. Incluso en Suiza hay dificultades para encontrar personal: alcanzaron su punto más alto en 2022[427], y continuarán en 2023 tanto en la industria como en los servicios, sobre todo en hostelería, alta tecnología, sanidad, transporte, construcción y logística. En general, la escasez de trabajadores se atribuye a distintos factores, como la crisis demográfica, las políticas migratorias y el desajuste entre las cualificaciones requeridas para un puesto de trabajo y las cualificaciones de los trabajadores disponibles. Sin embargo, lo que subyace a las dificultades para retener y contratar personal es una desafección implacable respecto a un modelo de producción que ha demostrado ser insostenible.
Fue el antropólogo David Graeber quien puso de relieve estos problemas en su best seller Bullshit Jobs [428] En los últimos cincuenta años, escribió Graeber, los sondeos, los estudios y las encuestas han llegado a dos conclusiones opuestas sobre el trabajo. La primera es que la mayoría de la gente obtiene un sentimiento de dignidad y autoestima de su trabajo. La segunda es que la mayoría de la gente, a pesar de ello, lo detesta. David Graeber lo había llamado «la paradoja del trabajo contemporáneo», esa extraña contradicción por la que uno espera recibir reconocimiento de una actividad que considera «físicamente agotadora, aburrida, psicológicamente humillante o sin sentido». Graeber escribió estas palabras en 2018, poco antes del inicio de la pandemia. Unos años después de la publicación de su texto, tenemos que preguntarnos si sigue siendo cierto que la gente busca reconocimiento en el trabajo. Desde la pandemia, ha quedado claro que algo falla en el trabajo contemporáneo, ya que en lugar de responder a las necesidades de la sociedad, suele responder a la búsqueda de beneficios. En otros casos, desgasta la salud de quienes lo realizan; en otros, daña el medio ambiente, creando un conflicto de valores en la vida de los empleados; en otros casos, priva a los empleados de su autonomía o de la posibilidad de planificar su tiempo. Otras veces, simplemente, la compensación económica por el trabajo realizado es demasiado baja. De hecho, la desafección al trabajo es el epifenómeno de una serie de causas caracterizadas por el desmantelamiento progresivo de las formas de protección y de remuneración directa, indirecta y diferida que se introdujeron en el siglo pasado. En este contexto, el recurso generalizado al trabajo precario, a tiempo parcial o en negro, la tendencia omnipresente a recortar las plantillas al mínimo, la difusión de mecanismos digitales de retroalimentación capaces de hacer un seguimiento del rendimiento y el continuo aumento de la carga de trabajo, todo ello aderezado con salarios cada vez más bajos, ha contribuido a un enorme aumento de la insatisfacción, provocando un crecimiento tendencial de la rotación voluntaria que había comenzado mucho antes de la pandemia.
En los últimos meses se ha dicho repetidamente que este descontento afecta sobre todo a la generación más joven. No es así. En comparación con la generación que nació en el boom económico y creció en una época en la que el trabajo estaba protegido y se caracterizaba por la lealtad a la empresa, la Generación Z se incorpora al trabajo en un mundo lleno de incertidumbre. Ya no existen las protecciones de la época del boom económico. Tampoco la precariedad que caracterizó a la Generación X en los años noventa o el mundo de la Gig Economy con el que han crecido los milenials. La Generación Z se incorpora al mundo laboral en una época de crisis marcada por los trabajos esporádicos y los salarios bajos, en la que la capacidad para hacer frente al aumento del coste de la vida les obliga a realizar más de un trabajo para llegar a fin de mes. Es lo que se denomina «moonlighting» [pluriempleo]: la tendencia a combinar un trabajo secundario con otro principal, que suele realizarse durante el día. En este contexto, tener varios empleos es una opción necesaria para sobrevivir, especialmente en un momento en que el coste de bienes y servicios primarios como la vivienda, la sanidad y la educación está ejerciendo una presión sin precedentes sobre la generación más joven. No es de extrañar que la Gen Z experimente altos niveles de ansiedad y de preocupación (56%) o que tenga preocupaciones financieras «normalmente reservadas a la edad adulta», como observa el excelente informe de Ernst and Young [429] Así pues, está claro que la relación con el trabajo está cambiando. Si antes el sacrificio era la condición del éxito profesional y legitimaba la tendencia a trabajar duro para tener un empleo seguro, para la Generación Z el modelo de sacrificio ya no funciona. Lo que era un camino «tradicional» para las generaciones pasadas —ir a la universidad, graduarse, conseguir un trabajo y tener una carrera— corre ahora el riesgo de convertirse en un callejón sin salida debido al aumento de los costes de la universidad y al incierto entorno económico y geopolítico. La Generación Z, cuando mira al futuro, no tiene certezas. Por lo tanto, no siempre hacen inversiones a largo plazo e intentan mantener el control siempre que pueden, incluidos los horarios y las pautas de trabajo, los turnos y los salarios. En un mundo de incertidumbre, crisis, despidos y recesión, es necesario mantener el control, al menos sobre el propio trabajo, para limitar la sensación de estar a merced de acontecimientos difíciles de predecir.
Si este es el contexto en el que crece la Generación Z, sería un error suponer que el problema se limita a ella. Como hemos visto, el crecimiento de la rotación voluntaria está especialmente extendido entre los mayores de cincuenta años, al igual que crece entre ellos la tendencia a la jubilación anticipada. En Italia, el número de los que han obtenido prestaciones de jubilación anticipada ha crecido hasta un millón y medio en los últimos cinco años. Por tanto, mientras la edad de jubilación en Italia sigue aumentando, situando al país entre los que tienen la edad de jubilación más alta de Europa, el fenómeno de la jubilación anticipada crece, indicando la necesidad subjetiva de anticipar la salida del mercado [430].
A través de las generaciones, los experimentos para sobrevivir reduciendo el papel del trabajo en la propia vida se han multiplicado en los últimos años. Hay quienes han optado por trabajar a tiempo parcial, quienes han buscado formas autónomas de trabajar que tengan un impacto limitado sobre el medio ambiente o la salud mental y quienes pueden intentar trabajar menos y ayudarse, en la medida de lo posible, con pequeñas formas de ingresos, quizá alquilando una habitación o parte de una casa. Según algunos autores, todos estos experimentos hablan de una sociedad atravesada por formas espontáneas de «postrabajo».
En un artículo sobre el postrabajo para «The Guardian», el periodista británico Andy Beckett escribió que el trabajo ya no funciona como medio de subsistencia, ni como fuente de movilidad social y autoestima, puesto que es precario, está demasiado mal pagado e incluso es potencialmente perjudicial, dado su impacto sobre el planeta y la salud mental [431] Como señala Tedd Siegel, «contemplamos una tendencia kárstica hacia un mundo de postrabajo» [432]. Aunque todavía faltan estudios empíricos sobre las formas que adopta esta tendencia, lo cierto es que el tema del postrabajo se declina a menudo de forma diferente a como se hacía en el pasado. En una época, la idea del postrabajo describía la perspectiva a largo plazo evocada por textos clásicos, como el famoso «Fragmento sobre las máquinas» de Karl Marx [433] o el exitoso discurso de John Maynard Keynes en Madrid sobre «Las posibilidades económicas de nuestros nietos» [434]. En ambos casos, el postrabajo parecía describir el destino de la sociedad en una era en la que el trabajo estaría en gran medida automatizado. Hoy, en muchos casos, el postrabajo ya no describe un posible escenario futuro, sino la experiencia cotidiana de todos aquellos sectores de la población que intentan reducir el papel del trabajo en sus vidas. En las entrevistas que hemos leído, por ejemplo, la decisión de trabajar menos horas, de optar por la jubilación anticipada o de elegir un trabajo menos exigente en cuanto a responsabilidades y ritmo, representan, a todos los efectos, formas espontáneas de experimentar estilos de vida en los que el papel del trabajo queda marginado. Es decir, el trabajo se utiliza instrumentalmente como medio de subsistencia, pero ya no se considera un fin en sí mismo ni un instrumento de autorrealización. Al contrario, a menudo se percibe como el vestigio de una organización social que parece cada vez menos compatible con la vida humana y el planeta. En este contexto, el problema no es el crecimiento tendencial de las dimisiones voluntarias, sino el papel del trabajo en nuestra sociedad.
Desde que salió el libro, muchos empresarios y empresas me han preguntado cómo pueden retener o contratar personal. «No encontramos trabajadores», dicen. Primero, suelo preguntarles qué tipo de empresa tienen y, luego, qué tipo de contrato hacen a los trabajadores. Estas preguntas suelen bastar para formular una hipótesis sobre la causa del problema. Por ejemplo, cuando me dicen que la empresa es un centro de llamadas, les pregunto si alguna vez aceptarían trabajar por cuenta ajena en su propia empresa, en las condiciones que esta establece. Con razón, algunos dicen que no. En general, los elevados porcentajes de trabajadores insatisfechos o que desearían cambiar de empleo hablan de un cálculo coste-beneficio en el que el balance es negativo: de un trabajo que pide mucho aunque dé poco a cambio. Cuando se tiene la impresión de que el trabajo quita más de lo que da, la escasez es totalmente comprensible. Si el trabajo que realizamos no tiene sentido para la sociedad, si se paga a unos pocos euros la hora, si está desprotegido, si genera malestar físico, mental o medioambiental, si es precario, agotador o está mal pagado, no es de extrañar que las empresas tengan dificultades para encontrar o retener personal. Tampoco sorprende que, en distintos países, la lista de trabajos que la gente ya no quiere hacer siga creciendo. Antaño, el trabajo agrícola, agotador y mal pagado, era uno de los principales empleos para los que no se encontraba mano de obra. Hoy en día, a estos empleos se suman los de la hostelería y la restauración, la logística, la sanidad y el trabajo social, el comercio minorista, los servicios a las empresas, las consultorías, etcétera. El problema no es que haya cambiado el carácter generacional, ni que la gente se haya vuelto holgazana o perezosa. El problema es que, en diversos sectores, las condiciones de trabajo se han deteriorado hasta tal punto que ya no podemos permitirnos trabajar en ellos.
Este libro ha intentado arrojar luz sobre este deterioro. Y lo ha hecho adoptando el punto de vista de quienes, por una vez, han comprendido que su vida y su bienestar valen más que su empleo. Como dijo Dario Salvetti, portavoz del antiguo Collettivo di Fabbrica GKN, en un discurso público pronunciado en Florencia el 12 de julio de 2024, defender el tiempo de vida de uno exige tener presentes las dos caras de la cuestión. Por un lado, las relaciones de poder entre las clases en un momento histórico determinado, los contratos y las presiones antisindicales. Por otro, hay que tener una percepción de la preciosidad de la propia vida.

¿Quién fija el precio de tu fuerza de trabajo? ¿Quién fija el precio de tu tiempo de vida? Se establece en función de dos vertientes. Una son las relaciones de poder entre clases, los contratos, la precariedad, el chantaje, tu capacidad de organizarte y de resistir. Por un lado, defiendes así tu tiempo de vida, pero luego hay otro lado. Para defender tu tiempo de vida tienes que percibir la preciosidad de tu vida, y para percibir la preciosidad de tu vida tienes que escapar de su nada y tienes que utilizar esos instrumentos que la humanidad se ha dado para darse una vida bella: la literatura, el arte, la música, la ciencia, la posibilidad de planificar un futuro. Tienes que percibir que existe una vida bella para indignarte por el tiempo que les dedicas cuando vas a trabajar.

El crecimiento de la rotación voluntaria marca el momento histórico en que, para muchos trabajadores, ser explotado por un jefe ya no es aceptable, porque la propia vida vale más. La elección de irse, aunque no sea decisiva, indica la decisión de no adaptarse más a un trabajo que no está a la altura de la propia existencia. Desde este punto de vista, el crecimiento de la deserción es una buena noticia: porque la vida vale más que el trabajo. Desde otro punto de vista, es cierto que la mera sustracción, por sí sola, no basta para cambiar las cosas. Seamos claros: en muchos casos, la escasez de mano de obra ha puesto a las empresas en una situación difícil, obligándolas a ceder en derechos y salarios para encontrar personal. Sin embargo, es cierto que podremos pensar en cambiar realmente las cosas cuando la escasez de mano de obra y el absentismo se entremezclen con las huelgas, la organización y los disturbios. En los últimos años se ha producido un resurgimiento de la actividad sindical en muchos países. Por ejemplo, según la Bureau of Labor Statistics las huelgas en Estados Unidos han aumentado un 280%[435] desde la pandemia, principalmente en los sectores menos protegidos: servicios educativos, atención sanitaria y asistencia social, industria manufacturera, comercio minorista y restauración. Al mismo tiempo, aumentó la actividad sindical, sobre todo en aquellos sectores, como los servicios de alojamiento y alimentación, caracterizados por una elevada rotación voluntaria. Del mismo modo, hemos asistido a oleadas radicales de huelgas en el Reino Unido, Francia, China [436}, Brasil, México y Argentina, por citar algunos países. A pesar de la cínica habilidad de los movimientos de derechas para convertir la frustración social en una oportunidad de reclutamiento, es innegable que el deseo de transformación social impregna nuestras sociedades, con una visión del mundo transformadora, solidaria, incluso, diría, socialista, que es cada vez más explícitamente antitética a la visión del mundo neoliberal. Desde el punto de vista laboral, estas luchas nos obligan a repensar el modelo productivo de nuestra sociedad, empezando a pensar en cómo puede responder a las necesidades individuales, sociales y medioambientales. Dondequiera que me dirija, siento la misma necesidad de un trabajo que pueda tener un impacto positivo en las comunidades y el medio ambiente, y satisfacer la gran demanda de atención sanitaria y psicológica de jóvenes y ancianos. Un trabajo que esté a la altura de los retos actuales debería empezar por aquí, por reducir la carga de trabajo en los sectores asistenciales, aumentar el personal y los salarios. Y, luego, deshaciéndose de todas esas formas tóxicas de organizar el trabajo, como las introducidas por la New Public Management o la vigilancia digital. Además, están experimentos como la semana corta y el salario mínimo, la Renta Básica Universal, la posibilidad de reducir la edad de jubilación y aumentar las protecciones laborales, por no hablar de la necesidad de reforzar el welfare público, la vivienda pública, el transporte público, la educación pública y los servicios públicos. Si queremos imaginar un mundo nuevo, debemos ser ambiciosos. El deseo de formar parte activa de la sociedad también pasa por ahí.

Milán, 3 de septiembre de 2024.

427 https://www.gia.pr.it/download/29305/2016/07/Lavoro-in-Europa-record-di-posti-vacanti-e-dimissioni.-%C3%88-il-%C2%ABgrande-turnover%C2%BB-Il-Sole-24-ORE.pdf
428 Nota del traductor: traducción de Iván Barbeitos; Trabajos de mierda.
Una teoría, Ariel, Barcelona, 2018.

426 «The Great Resignation is Over», en https://www.nytimes.com/2023/07/06/ business/economy/jobs-great-resignation.html

429 https://www.ey.com/content/dam/ey-unified-site/ey-com/en-us/insights/ consulting/documents/ey-2307-4309403-genz-segmentation-report-usscore-no-20902-231us-2-vf4.pdf

430 https://www.wired.it/article/pensioni-minime-fornero-elezioni-2022-programmi-partiti/
431 https://www.theguardian.com/news/2018/jan/19/post-work-the-radicalidea-of-a-world-without-jobs
432 Siegel, T., Signs of the Great Refusal, punctum books, Goleta (CA), 2023.
433 En Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, vol. 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 1972, pp. 216-230.

434 Keynes, J. M., Las posibilidades económicas de nuestros nietos, op. cit.

435 https://www.epi.org/publication/major-strike-activity-in-2023/
436 https://clb.org.hk/en/content/after-years-pandemic-anomalies-worker-strikes-and-protests-are-rise-across-industries-china

 

El fin de la superioridad Moral: de Adorni a Gaza // Abel Gilbert y Diego Sztulwark

Imagen: Kaloian Santos Cabrera

La elección en la ciudad de Buenos Aires tiene trasfondos librescos y fílmicos que pueden ayudarnos mirar más allá de sus escalofriantes números. Comencemos con lo que nos agravia directamente por estas horas. Para empezar, un simple cambio de vocales y un salto: de Adorno a Adorni. Salto que retrasa, salvo para los mercados, nuestro verdadero parlamento. Sustitución de una “o” por una “i” que tiene la capacidad de revisar a la luz de los resultados un texto de 1950. La personalidad autoritaria fue un voluminoso trabajo de casi 900 páginas escrito por Theodor Adorno en colaboración con Else Frenkel-Brunswik y R. Nevitt Sanford. Se trataba de comprender qué tipo de subjetividad escondida en el corazón de la experiencia moderna había creado las condiciones para el advenimiento del fascismo.

Setenta y cinco años antes del acontecimiento Adorni, el libro de Adorno, basado en una larga investigación de campo, había establecido cuatro escalas de la personalidad autoritaria: antisemitismo (A-S), etnocentrismo (E), conservadurismo político-económico (PEC), y fascismo (F). Y si bien con el paso del tiempo el trabajo fue blanco de críticas metodológicas y conceptuales, el reverdecimiento de las fuerzas del mal y sus afectos en el sur del sur nos reencuentra con esos rasgos de la topología F: antiintelectualismo (acaban de promover un concierto sinfónico con Pimpinela en el ex CCK), superstición y ocultismo (consultan a oráculos), exaltación del poder y la dureza, la destructividad y el cinismo, la proyectividad y la preocupación exagerada por el sexo (sintagmas sobre el onanismo y la vejación), el resentimiento y, desde ya, la aceptación de una cultura autoritaria, una agresividad a flor de piel, la manipulación y la tendencia maniática e intolerante. ¿Cuántas de estas manifestaciones laten en este presente cada vez que se habla desde el púlpito de la ganancia y se aplaude con distintos grados de entusiasmo?

 Adorno y su equipo creían que el libro era un aporte a la tarea de desactivar el potencial fascista sobre la base de cambios educativos y culturales. Los deepfake y las milicias digitales son en cambio la gramática del escarnio. Y Adorni, el portavoz ágrafo de la regresión, el goce por lo procaz, quien establece un punto de corte político que no solo puede explicarse tampoco a partir de un antiperonismo visceral, el dólar barato y la oferta de reducción del precio de los IPhone. Hay un humus, una materia orgánica al servicio de la revolución. El contador Adorni es la metonimia. De su mano, y en medio de la desafección de la mitad del electorado, Milei ha convertido a la capital en cabeza de playa de su conquista nacional.

 

II

El optimismo que acompañó al candidato Leandro Santoro hasta que cantaron las urnas fue sincrónico con una ventisca cultural que invitaba a imaginar mejores escenarios que el presente. Hablamos de El Eternauta que acá merece un desdoblamiento clarificador. El Eternauta-libro es una narración de lo trans-temporal. Su comienzo –diferente de la serie de Netflix– es la aparición, ante el escritor Germán Oesterheld, de Juan Salvo, una especie de espectro de todos los tiempos. La transmutación del poder de relatar se da en ese inicio, en el que el guionista le comunica a su personaje el poder de narrar. Antes que protagonista, Salvo es el narrador que nos cuenta la historia de una invasión. Antes que héroe, Salvo es quien atesora y revela un relato de peligros y heroicidad colectiva. Oesterheld –años más tarde militante, combatiente, luego desaparecido junto con sus cuatro hijas– queda incluido en el libro como un personaje tácito (a él se le cuenta la historia). Esa es la estrategia de la resistencia: Salvo le susurra a Germán los acontecimientos espantosos y nobles que el guionista transcribe y López dibuja para que nuestra imaginación despegue.

La eternidad, aclara Spinoza, no es inmortalidad. Una cosa es durar ilimitadamente, y muy otra cosa es ser exterior respecto del tiempo. El caso del Eternauta-libro es, por lo tanto, el de quien recorre la historia –va y viene en ella– como mensajero de lo atroz y de la aventura popular. El Eternauta-serie realiza ese viaje como recorrido de la memoria: Salvo viene de –y vuelve a– Malvinas. Su percepción está transida por el sentimiento de lo ya vivido. Sus alucinaciones son mensajes viajeros a descifrar. Su amigo Favalli lleva consigo la memoria de 2001. Lo transtemporal es el modo de sentir de lo que resiste.

Cuando no queda otra que organizarse, y sólo resta descubrir la fuerza y la inteligencia colectiva crear es resistir y resistir, crear. Salvo, Favalli y sus compañeros buscan armas. No solo fusiles. También saberes. Leen, tratan de entender qué tecnologías funcionan en las nuevas condiciones en la que ya no hay wifi, redes ni celulares. El paso por Campo de Mayo –imposible eludir que fue el mayor campo de detención clandestina de personas de la última dictadura– es parte del shock inicial, la conmoción y la reacción propia de la catástrofe.

Pero la ficción (el streaming) no estructura realidades y El Eternauta-serie, con su lema “nadie se salva solo” tiene por ahora, y remarcamos la cuestión temporal, tanta eficacia como la tuvo en 2023 “el Estado te cuida”. La entrada en acción de un nosotros en la disputa es apenas una promesa para una próxima temporada de la serie. El primer tramo de los seis capítulos termina con el intento de Juan Salvo de mandarse solo. La irrupción de lo colectivo como factor capaz de derrotar el odio cósmico es una promesa que no tiene fecha de realización. Debe producirse.

III

A mitad de la historieta de Héctor G. Oesterheld y Solano López, es decir, cuando la nieve hizo su trabajo letal y comienza a esbozarse una “resistencia”, Salvo y Franco se encuentran en la Glorieta de Barrancas de Belgrano, que se muestra desde lejos en el último capítulo. Franco logra engañar al Mano que maneja todo desde una consola. El puñetazo lo desestabiliza por completo. Ya no es esa figura cruel. “Alcánceme esa escultura, por favor…. en la gracia de ese cuello hay siglos de arte”, pide, y el resistente lo corrige: “no es una escultura…es una cafetera”. El arte contemporáneo ha tenido numerosos equívocos de esa naturaleza (como si Oesterheld se hubiera tomado a la chacota a las postvanguardias neoyorquinas). Pero también podría señalarse: la humanización del Mano, el enemigo, viene de la mano del malentendido visual. El miedo a sentirse atacado activó en él una glándula artificial. Le cuenta a los terrícolas que, así como en los hombres se genera la adrenalina frente a ciertas situaciones, en los manos el terror segrega un veneno que los mata en unos minutos. Los amos suyos lo habían instalado bajo la certeza de que nadie querrá rebelarse. El Mano se despide cantando: mnimo athesa eiooo. Parece un canto de cuna. “No es tiempo de odiar, es tiempo de luchar”, dice Salvo. La tarea es sobreponerse al terror cuando ya no existe un Estado que te cuida, ni siquiera las Fuerzas Armadas con su mito fundante de haber nacido con la nación misma.

La glándula mileista secreta en parte de la sociedad el pánico a un kirchnerismo mitológico y comunizante, el horror a un ciclo inflacionario que se conjura resignando derechos en un intercambio tan desigual como invisible; miedo también a perder el derecho humano a atravesar el Atlántico en un avión y volver atiborrados de mercancías, pavor, por último, a que una disidencia, incluso mínima, sea criminalizada en el mundo virtual o de cuerpo presente. Antes de que nos arrobemos con la segunda y épica temporada en Nexflix, El Eternauta habilita una lectura política cargada de preguntas sobre los modos de desbaratar el terror inoculado y a la vez acerca de la construcción de una fuerza antagonista.

 

IV

El Eternauta cohabita por estas semanas el espacio virtual junto con una extraordinaria película sobre otras maneras de superar la glándula de terror, entendida como una disciplina reticular que atraviesa mentes y cuerpos. La semilla del fruto sagrado, de Mohammad Rasoulof cuenta la historia de una familia iraní cuya madre se dedica hasta dónde puede a articular lo imposible: la ficción de un ensamblaje familiar autoritario en pleno 2022 marcado por el movimiento de liberación de las mujeres en Teherán y más allá. El padre, mientras, hace carrera en el poder judicial, forzado a firmar sentencias de muerte sin leer siquiera las acusaciones. Las dos hijas –una mayor y otra adolescente– se van volcando a la causa que estalla en las calles. No hay poder fundado en la tradición que no merezca ser aplastado cuando su brutalidad sólo sirve para aniquilar el deseo de libertad de pueblos enteros. Pierre Hadot corregía la fascinación de Foucault por la libertad como cuidado de sí. Le recordaba que, para los antiguos griegos, las prácticas de uno mismo pasaban necesariamente por el cosmos y por la ciudad. La estúpida idea “anti woke” según la que los problemas de género y de raza deben ser subordinados a cuestiones previas no llega a captar la sabiduría da Hadot: el cosmos y la ciudad definen el carácter político del yo. Sea judía, shiíta, sunnita, marxista o cristiana: la idea patriarcal de un orden de sumisión pierde su legitimidad cuando las mujeres de la comunidad se le rebelan. Y eso se acelera cuando las hijas saben quién es un padre que, en su paroxismo, llega a someterlas a interrogatorios para dilucidar la suerte de su pistola extraviada. La madre, finalmente, se suma a la causa filial: ha podido superar la docilidad. La glándula del terror internalizado deja de funcionar a partir de que se concluye que no hay salvación individual. Sobreviene primero el desafío, luego la deserción abierta y, por último, el enfrentamiento. En la lucha del trío de mujeres se acumula un historial de décadas que las excede. El régimen iraní entendió la película y condenó a Rasoulof a ocho años de cárcel y latigazos. Partió al exilio junto con dos de las actrices. Una decidió quedarse y asumir el alcance de su acto.

 

V

Foucault define a la parresia como el coraje de pronunciar la verdad ante el poder, corriendo el riesgo “de decir, a pesar de todo, toda la verdad que piensa”. Pero es también, dice, “el coraje del interlocutor que acepta recibir como verdadera la verdad hiriente que escucha”. Rasoulof ha tenido ese coraje y lo tiene en especial Pnakaj Mishra. Si algo ayuda a pensar El mundo después de Gaza (2025) es lo que podíamos denominar el fin de la superioridad moral, posición según la cual la crítica se practica como juicio antes que como acto de comprensión. El juez debe guardarse de aquellas máculas que podían deterioriar su autoridad. En cambio, todos podríamos, llegado el caso, desear o incluso necesitar comprender y quizás ser comprendidos. Después de Gaza la superioridad moral no alcanza el rango de un mal chiste. El libro de Mishra no es un tratado sobre valores (ni un lamento sobre su tiranía), sino un extraordinario ejercicio de crítica intelectual y de valentía.

¿Cómo se anula un derecho? ¿Cómo es que se nos arrebata el derecho a comparar? Se nos prohíbe la analogía del Gobierno de Milei con la última dictadura, o el genocidio israelí en Palestina con la Shoá. Comparar no es, por supuesto, igualar. Se trata de extraer entre situaciones por fuera diferentes algunos rasgos comunes, alguna forma consistente de parentesco, de continuidad o de expresión común para iluminar una relación precisa o un aspecto inadvertido. La comparación es un instrumento elemental del proceso de producción de conocimiento. Milei tiene algo de la dictadura, cierto que en un contexto nuevo y por tanto de un modo muy diferente. Que no sean lo mismo –que no desaparezcan miles de personas, etc– no impide encontrar un rasgo común, un determinado contenido semejante. Situar a la Shoá/Holocausto en una comparación con las barbaries en Gaza (o con el apartheid sudafricano) no quiere decir relativizar su siniestra irreductibilidad. Sí quiere decir, en cambio, que es posible inscribir aquel horror nazi dentro de las practicas del exterminio colonial tanto previas como posteriores. Es lo que hacen Pankaj Mishra o Bentzi Laor Peter Pál Pelbart –en su libro Etnocentrismo judío. Líneas de fuga–, por poner dos ejemplos de escritos bien contemporáneos. En el caso del Laor y Pál Pelbart se trata de una apelación a los judíos que aún no se han vuelto reaccionaros a no ceder el derecho –moral e intelectual– a comparar.

Mishra hace de Gaza –del arrasamiento de la vida de un pueblo en vivo y en directo– un problema universal y actual, seguramente el más urgente y quizá también el más profundo en cuanto a sus implicancias históricas y éticas; se pregunta cómo funcionan las delimitaciones de la responsabilidad moral frente al poder en el mundo actual, es decir, luego de la crueldad –o genocidio– como respuesta a la masacre del 7 de octubre; hace un repaso preciso, delicado y erudito del nudo abierto por la Shoá/Holocausto desde una perspectiva que no es occidental ni de oriente medio, sino de un alto hinduismo con conciencia crítica, a la larga gandhiana; repasa las diversas interpretaciones que fueron sucediéndose del horror en los campos y los crematorios nazis, en la que se va incluyendo, como por capas, los diversos suprematismos –tanto de los colonialismos de la primera mitad del siglo XX, como de los nacionalismos de postguerra–; recoge la historia de las masacres hechas por los diversos nacionalismos en la India y en África, por los colonialismos inglés y alemán y por los imperialismos de EEUU y Turquía; estudia al detalle las diversas actitudes tomadas ante el genocidio Nazi por los diversos momentos del sionismo, el Estado de Israel, las víctimas de los Lager y los escritores de la diáspora (Primo Levi, Hannah Harendt, Jurek Brecker, Zygmunt Bauman, George Steiner, Marek Edelman, uno de los comandantes del levantamiento del Gueto de Varsovia, y sobre todo Jean Améry, sobreviviente de un campo, pero no sólo); es un tratado sobre los problemas ligados a la descolonización, la negritud y los estudios postcoloniales, y también sobre los nacionalismos de derecha extrema de Modi en India, Erdogan en Turquía y Putin en Rusia (en algún lado Mishra escribe: la revolución shiíta en Iran terminó con el tercer mundismo, y por eso no deja de ser notable la correspondencia con el filme de Rasoulof); es, además, una enorme reivindicación de la mínima esperanza que queda en el mundo, en los tan criminalizados movimientos universitarios que han denunciado la limpieza étnica y que piden –arriesgando sus carreras y proyectos vitales– frenar el saqueo y el exterminio de los palestinos. De los palestinos hoy, como de los judíos y los gitanos ayer, y de cualquier masa humana considerada indeseable en todo tiempo y lugar. Después de Gaza no enjuicia, comprende. Asume la complejidad y, a su modo, pega un alarido que parece decir: tenemos que ser capaces de hacer sentir a los perpetradores del horror sus enormes y repugnantes responsabilidades, y para eso tenemos que ser capaces de sentir cómo crece en nosotros otra clase de responsabilidad en nuestras vidas y en nuestras prácticas. En un punto es invertir el sentido de la flecha del tiempo: ir de un presente Adorni otra vez a Adorno y sus superaciones.

 

VI

Los rodeos del texto son aparentes. En la noche triunfal de la ultraderecha retumban los silencios sobre lo señalado. La naturalización del odio y la imagen recurrente de un ataúd al que le falta un último clavo es lo que hasta el momento coloca los deseos de supresión en un plano no letal como ocurre en Gaza. Pero, ¿cuánto de la pulsión destructiva que se descargó contra Jan Yunis, Wadi Gaza, Rafah o Deir al-Balah puede insinuarse remotamente en las incitaciones de un nuevo suprematismo de la ultraderecha argentino? “Haití está aquí/ Haití no está aquí”, cantaron en 1993 Caetano Veloso y Gilberto Gil a modo de breve y perplejo ensayo musical sobre una escena tremenda en Bahía, cuando los policías, todos afrobrasileños, golpean con saña a sus vecinos negros y mulatos. Es solo cambiar el nombre de las ciudades, jugar otra vez con las palabras, para reconocer instancias de peligro que se alejan y aproximan. La limpieza étnica en Gaza no ha merecido casi la reacción de la dirigencia política (hay un valioso artículo de Sebastián Lacunza al respecto). Solo conocemos avales y ceños fruncidos de solidaridad con Netanyahu. Una de las excepciones a la regla del mutismo y la indiferencia ha sido Vanina Biasi, quien acaba de ganar un lugar en la legislatura por el Frente de Izquierda. La parresia de Biasi. El locuaz Santoro no podría decir lo mismo –participa desde fines de abril de este año del Grupo Parlamentario de Apoyo al Estado de Israel junto a Ramiro Gutiérrez (UxP), Sabrina Ajmechet y (PRO), Fernando Iglesias (PRO), entre otros. Según una nota del portal de la Cámara de Diputados de julio de 2024, Santoro destacó ante el embajador de Israel en Argentina, Eyal Sela «la capacidad» de ese Estado segregacionista para «sobreponerse a los problemas». No conocemos expresiones posteriores de dolor, asco o perplejidad sobre la suerte de los palestinos. En esa aquiescencia ante el poder abrumador, Santoro está más cerca de Adorni que de cualquier glosa adorniana. Eso también se relaciona con la crueldad, una definición que ha articulado su campaña a modo de consigna. Seguramente le gustó mucho El Eternauta. ¿Es acaso un disparate señalar que la Buenos Aires distópica de la serie tiene hoy un lugar real a miles de kilómetros? ¿Dónde se lleva a cabo una invasión de absoluta superioridad tecnológica? ¿Qué debe hacer un grupo humano para enfrentarla? Mientras buena parte del mundo mira hacia otro lado, a sus pantallas, y le dicen, vía Netflix, que nadie se salva solo, allí, en Gaza, entre el polvo y las bombas, entre los niños fulminados y la hambruna, quieren que nadie se salve. Vivimos en una ciudad donde ganan las elecciones los que celebran el extermino que perpetran las FDI y preparan escarmientos y epítetos variados para los que se antepongan al reformateo profundo de este país.

 

 

 

 

Entrevista a Diego Sztulwark // Blog Márgenes de la Filosofía

En 2023 entrevistamos a Diego Sztulwark en la Biblioteca de Humanidades y Artes de Rosario. Fue una mañana de mates, risas y preguntas —muchas preguntas— que Diego respondió con generosidad y lucidez. Hablamos de sus inicios en la universidad en los años 90, de su relación con la lectura y la militancia, el clima de época, y también de muchos autores que, desde Márgenes de la filosofía, también admiramos: Rozitchner, Marx, Foucault, Deleuze, Hadot, Benjamin, Horacio Gonzalez. Pero más allá de los nombres, lo valioso fueron las conversaciones que se tejieron. En esta publicación compartimos algunos fragmentos destacados, pero sobre todo, los invitamos a leer la entrevista completa en [margenesblog.com.ar] (link en bio).

 

La primera pregunta es un poco genealógica, es decir, busca retomar algo de tu paso por la academia en los años 90. ¿Cuál era tu relación entre la lectura y la militancia? ¿Cómo te vinculabas con el dispositivo académico en aquel entonces?

 

Yo entré a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA a comienzos de los años 90. Ya tenía una militancia política con las Madres de Plaza de Mayo y con un grupo de izquierda cuyo referente por aquel entonces era Eduardo Luis Duhalde, que muchos años después fue secretario de Derechos Humanos en el gobierno de Kirchner. Eran espacios donde nos relacionábamos con personas de generaciones anteriores, que nos pasaban lecturas. Entonces, cuando entro a Sociales, por ejemplo, ya estaba muy familiarizado con Antonio Gramsci, con Lukács, con John William Cooke… eran autores que los militantes ya conocíamos porque teníamos ese contacto con viejos militantes que nos acercaban textos, por ejemplo, Fanon, y por supuesto Marx. Esas eran lecturas que circulaban entre nosotros. Pero eran lecturas de tipo militante, que no es lo mismo que la lectura de tipo universitaria.

 

En mi caso, me anoté en la carrera de Ciencias Políticas porque tenía la idea —hoy me doy cuenta de que era una impresión equivocada— de que el alfonsinismo, y todo un movimiento intelectual que se había organizado en torno al alfonsinismo —particularmente en torno a lecturas de Gramsci (me refiero a la influencia de autores como Portantiero, que terminó siendo una figura canónica en la Facultad de Sociales)—, era algo así como la referencia teórica con la que correspondía discutir en ese momento. O sea, yo pensaba que nos íbamos a formar intelectualmente discutiendo con una versión gramsciana-alfonsinista de la democracia. Eso era lo que me imaginaba en aquel momento, y me parecía que lo correcto era inscribirse ahí y dar esa discusión desde adentro. Pero, a los pocos años, me di cuenta de que no era así. El menemismo ya empezaba a mostrar que no era simplemente una coyuntura pasajera. El menemismo era una alianza entre el peronismo y el neoliberalismo que venía a trastocar todo de una manera mucho más profunda, que se articulaba con una transformación incluso a escala mundial. Entonces, lo que correspondía no era tanto seguir discutiendo con esa socialdemocracia gramsciana, sino empezar a tomar en serio el debate neoliberal.

 

La verdad es que los debates que a mí me interesaban estaban más en la carrera de Sociología que en la de Ciencia Política. En Sociología había varios docentes que venían de sus exilios, de las militancias de los años 70, y eran justamente esos docentes los que a mí me interesaban.

 

Pero tampoco puedo abusar mucho del «a mí» o del «yo» para decir esto, porque en mi caso, toda esta entrada a la facultad se dio en paralelo con la conformación de un colectivo intelectual-militante. Un colectivo que compartía lecturas y que también se hacía preguntas muy prácticas. Estamos hablando de una época muy difícil para quienes teníamos una idea — idea más utópica del conocimiento, de la política y de las instituciones.

 

Fueron los años en que Menem, desde el gobierno, impulsa lo que finalmente fue la Ley de Descentralización Educativa —la Ley Federal de Educación—, por la cual, por ejemplo, las escuelas pasaban a manos de las provincias sin que se les transfiriera el presupuesto correspondiente. Entonces, en la Facultad de Ciencias Sociales se arma un cuerpo de delegados, porque el Centro de Estudiantes, que estaba en manos de la Franja Morada, nos parecía a todos completamente ineficaz para sostener una resistencia política en la calle.

 

Yo participé en una agrupación independiente llamada “El Mate” hasta que terminé la carrera, y después, un grupo de los que veníamos de “El Mate” nos desprendimos y —ya muchos años después— formamos un colectivo que se llama “Colectivo Situaciones”.

 

En la carrera de Ciencia Política yo no encontré demasiados estímulos. Son pocos los nombres de profesores que hoy puedo mencionar como marcas duraderas. El proyecto de la carrera de Ciencia Política nunca me gustó demasiado, nunca me interesó, así que me anoté en muchas materias de Sociología. Y, como ya les decía, para mí la experiencia fuerte con los libros estuvo marcada más por ese corredor alternativo de las militancias. En ese momento, uno suponía que podía encontrarse con los profesores que más le interesaban, pero de otra manera. De otra manera quiere decir: compartiendo una pasión político-intelectual que no pasaba exactamente por el parcial o por el programa de la materia. Entonces, yo diría que el tipo de lectura que aprendí en la facultad no fue académico, porque la academia supone un conjunto de reglas, y yo creo que toda la experiencia de lectura de la que puedo hablar —el “nosotros” que construimos— nunca fue muy dócil a ese sistema de reglas. Fue, más bien, una lectura que intentaba conectarse con el mundo de los años 70, que intentaba apropiarse de la práctica de lectura en un sentido mucho más… ¿cómo decirlo?… como quien se apropia de armas, y no de instrumentos para el mercado.

 

O sea, no nos estábamos preparando para ser politólogos o sociólogos, nos preparábamos para ser agentes activos de una cultura, pero de una manera crítica. Entonces, nos interesaba leer un montón de cosas que quizás no estaban en los programas, que quizás no encajaban con el tipo de país que soñaban las élites universitarias de ese momento.

 

Si tengo que pensar en la carrera de Ciencia Política, tengo un gran recuerdo de un profesor, que es Eduardo Grüner, que nos dio unas pocas clases. Pero claro, pocas clases que nos abrían un programa de lecturas extraordinario. Todavía hoy estamos intentando leer todas las cosas que Grüner, que en aquellos años, nos decía que había que leer. En Ciencia Política nos hablaba de psicoanálisis, nos hablaba de Estética, nos revelaba las lecturas de fondo detrás de Maquiavelo… en fin, una maravilla.

 

Otro profesor que, en mi caso, fue muy influyente es Rubén Dri, que al mismo tiempo es un gran referente de la teología de la liberación del movimiento Sacerdotes para el Tercer Mundo. Él nos enseñaba Hegel, nos enseñaba filosofía, nos enseñaba Kant, nos enseñaba Marx. Y para mí fue muy maravilloso esto, el hecho de que mi primera experiencia como docente fue en su cátedra, que era la cátedra de Filosofía de la materia Sociología. Muy motivados —no sé si por el plan de lectura, que para mí era muy nuevo leer a Hegel—, sino que lo más motivante era trabajar con alguien que tenía un proyecto de conocimiento completamente vinculado a una dimensión histórica, una dimensión territorial. Es decir, uno daba clases ahí con Dri, pero en el caso mío, después, con nuestro grupo de amigos y compañeros, nos vinculamos con el movimiento piquetero de Solano. Entonces, no estaba tan separado Hegel del movimiento piquetero. Ese tipo de cosas eran muy formativas, muy valiosas para nuestra manera de leer, de dar clase, de relacionarnos con nuestros docentes.

 

Esto es en Ciencia Política, pero después en Sociología (Rubén Dri estaba también en Sociología) había toda una camada de profesoras y profesores que uno iba conociendo en la facultad. Algunos teníamos la suerte de haber conocido sus nombres en militancias anteriores, pero ahí entramos en un contacto muy directo. El nombre de Horacio González, por ejemplo. Horacio González es una persona que hoy quizás ya triunfó en la cultura argentina, pero en aquel momento era un joven profesor que —yo no sé— tendría 40 años cuando lo conocí.

 

Y era maravillosa la experiencia de las revistas como El Ojo Mocho, donde escribían muchísimas personas (incluído Horacio Gonzalez). Una idea de gratuidad y de extensión en la escritura, y de poner en discusión todo. Entrevistas larguísimas.

Recuerdo la participación de esos docentes en nuestras acciones —hacíamos muchos cortes de calle, clases públicas— por diversos motivos. Estos profesores participaban, circulaban, estaban completamente abiertos a las iniciativas que hacíamos nosotros: charlas, actividades, algunas más teóricas, algunas más políticas. Con Dri, por ejemplo, hicimos todo un taller por nuestra cuenta. Se trataba de un taller libre que se hacía los lunes a las 10 de la noche para leer La Lógica de Hegel. Hacíamos desde eso hasta una discusión sobre el carácter represivo del gobierno de Menem.

 

Entonces, entre esas personas, por ejemplo, estaba León Rozitchner, que a la larga, para mí, se convirtió en un referente principal. Estaba Alcira Argumedo. A mí me tocó, gracias a la amistad que tengo con María Pía López, también dar algunas clases ahí, en la cátedra de Alcira Argumedo. Estaba Horacio Tarcus, dando Teoría del Estado. Es decir, podría seguir nombrando gente, pero lo que más me interesa no es la suma de nombres, sino decirles que el carácter prestigioso que tienen esos nombres no surge del hecho de que sean cuadros académicos formados de acuerdo a los criterios de los posgrados y los doctorados. Son más bien modos de conocer y modos de pensar que se forjaron en las militancias, en las contraculturas, en las revistas, en las editoriales, en todo tipo de prácticas de conversación.

 

Por eso, más o menos para la época en que murió Rozitchner, recuerdo muy bien una entrevista que le hicieron a Horacio González en Página 12 y que nunca más encontré (por lo cual, si algún lector o lectora de esta entrevista, de esta conversación, encontró el artículo y sabe de qué hablo, le agradecería un montón si me lo puede pasar). Es una entrevista larga, de dos páginas, en donde González dice algo así como que cuando mueren o son jubilados docentes que se han formado de esta manera que estoy diciendo —es decir, no cuadros académicos, sino cuadros contra-académicos que habitan la universidad; que se forman no de acuerdo a proyectos académicos, sino por medio de experiencias que no son dóciles a la academia e igual trabajan en la academia, que son una especie de afuera intelectual adentro de la institución—, cuando ya no están, no hay cómo reemplazarlos. No tienen reemplazo posible. La universidad no puede producir cuadros que tengan como su lugar de enunciación esas experiencias históricas, militantes, de pasión literaria. Eso no lo da ningún doctorado, ni lo da nada. No se pueden sustituir, no se pueden constituir mecánicamente.

 

Entonces, mi melancolía con la universidad está vinculada a ese espacio. Luego me pasó que no hice ni maestrías ni doctorados, y más bien, en lo personal, me pasó que nunca me llevé bien con el espacio de cursada, con estar sentado escuchando tanto tiempo, con leer de acá y acá para el examen. Nunca fui aplicado; nunca me imaginé que yo podía tener una vida en el interior de la institución.

 

Por suerte para mí, me encontré en un cierto momento con un historiador que es una persona que tuvo mucha influencia en lo personal, pero que tuvo también una influencia importante —aunque trágicamente interrumpida— en la cultura, que es Ignacio Lewkowicz. Un historiador de la UBA, que además de profesor de Historia, Psicología y Arquitectura, siendo muy joven, organizaba grupos de estudio. Tenía un pequeño estudio, un departamento de un ambiente en la calle Rivadavia y Medrano, y ahí coordinaba grupos de estudio. Lo conocí y me propuso formar parte —yo siendo 10 años más joven que él— de la coordinación de grupos de estudios, y a partir de ahí, toda la vida trabajé de eso.

 

Entonces, mi relación con la academia es contradictoria, porque sigo leyendo con mucho entusiasmo buenos libros universitarios. Por ejemplo, no sé, filósofos a los que yo leo con mucha obsesión: las cosas que se escriben sobre Spinoza. Yo agradezco muchísimo que existan estudios académicos rigurosos sobre Spinoza, porque si no, las fantasías intelectuales que yo tengo sobre Spinoza serían totalmente ilimitadas. Entonces, me es muy importante saber qué dijo una cosa o la otra, cómo discutía con Descartes, si leía o no leía a los estoicos, ¿no? Es totalmente imposible independizarse del registro técnico, del registro riguroso, historiográfico, de una imaginación muy desarrollada al interior de una tradición muy precisa. Pero a mi modo de ver, son insumos, no son el modelo de producción. Son libros que me resultan muy fundamentales como base, como recursos, como insumos. Pero los libros que a mí me terminan gustando son aquellos que están desbordados por la imaginación filosófica. El modelo extraordinario de Deleuze de relacionarse con la filosofía. De eso, digamos, en la facultad es rara la relación que la facultad tiene con esos autores. Por momentos los incorpora bajo la forma de una cátedra, por momentos los acepta como por una especie de presión, por momentos los detesta como si fueran modas extranjeras que vienen a cuestionar los modos pedagógicos.

 

Yo no leí a Deleuze en la facultad, por ejemplo. Solamente en una cátedra de marxismo nos daban a Deleuze como el ejemplo de lo posmoderno, de lo casi neoliberal de una generación, como lo que había que refutar. Me acuerdo con mucha vergüenza haber hecho una monografía leyendo a Perry Anderson sin haber leído a Deleuze, diciendo: “No, Deleuze es un posmoderno”. Hay que refutarlo antes de leerlo, ¿no? (risas)

 

A partir de una frase de tu libro La ofensiva sensible —“Encontrar un lenguaje es encontrar un mundo”—, queríamos preguntarte, en relación a todo lo que venís planteando: ¿ese lenguaje puede encontrarse o contruirse dentro de la academia, en sus márgenes o necesariamente por fuera de ella? ¿Cómo lo ves?

 

No me acordaba de esa frase que citás, pero intuyo que debe estar en relación con un autor que a mí me importa mucho. Se llama Henri Meschonnic. Es, por otro lado, más bien un poeta, un ensayista sobre el lenguaje y un teórico de la traducción. Es un personaje que conocí casi de casualidad (llamando “casualidad” al hecho de que una vez León Rozitchner me dijo: “Leé esto”). Hay muy pocos libros traducidos de él. Algunos amigos, como Eduardo Rinesi, también lo citaban. Entonces, en Tinta Limón Ediciones junto con Cactus, tradujimos dos libros suyos, particularmente uno que me obsesionaba, que es Spinoza: poema del pensamiento.

 

Alguien dijo que Meschonnic es una metralla que dispara contra todo el mundo. El dice cosas como, por ejemplo, que en torno al lenguaje hay una disputa política fundamental. Se pregunta si el lenguaje es un conjunto de signos, o si el lenguaje es más bien la manera en que esos mismos signos son cargados de efectos corporales. Llama poema al hecho de que el lenguaje esté cargado de corporalidad, y llama puro signo a un régimen más bien teológico, según el cual la letra, la frase, tendrían una consistencia en sí mismas —no deberían remitir a ningún exterior afectivo. Y él también dice que los modos de vida crean lenguaje. Es decir, el lenguaje crea formas de vida, y las formas de vida crean lenguaje. Hay ahí una tensión sobre cómo se crea existencia, que me parece fundamental. Tomado así, el lenguaje es el espacio en el que se singularizan existencias.

 

El otro aspecto desde el que yo puedo haber pensado esa frase tiene que ver con el hecho de que, muchas veces, cuando uno aprende y se fascina con un autor, queda alienado en el lenguaje de ese autor. Pasa con Lacan, con Derrida, con Deleuze y Guattari, con toda una parte de la filosofía francesa. Cuando uno los estudia y se fascina, empieza a repetir la jerga. Y es una época un poco innoble de todos nosotros, medio vergonzosa. Vivimos diciendo “el objeto a”, o “la différance”, o “el cuerpo sin órganos”. Creo que es más o menos inevitable que, en el momento en que uno se fascina entendiendo esos textos, quede un poco repitiéndolos.

 

Pero finalmente, la cuestión del lenguaje propio me parece que pasa por el modo en que uno llega a un momento en el que los mastica a su manera, como puede, con el tiempo que puede, y los convierte en su propio lenguaje. Porque los pone a trabajar en relación con los otros lenguajes de la ciudad, y con los problemas. Entonces, también en ese sentido, descubrir un lenguaje sería no quedar demasiado subordinado a lenguajes teóricos, que son importantes en la medida en que transportan pensamientos muy relevantes de la tradición filosófica, pero que, si uno queda capturado por un lenguaje técnico-administrativo, repitiendo una jerga filosófica, se priva del uso posible que esas ideas podrían tener en situaciones como las nuestras.

 

En el Teeteto, Platón señala que, en tiempos de crisis —como la guerra, la enfermedad o la tormenta—, los hombres depositan su esperanza de salvación en quienes se les supone que saben algo. En tu libro La ofensiva sensible, mencionás que Hadot le reprocha al cristianismo su sobrenaturalismo: una confianza en una salvación trascendente que implica, a la vez, desconfianza en la vida y desvalorización de la naturaleza. A partir de esto, ¿de qué modo podría pensarse al neoliberalismo como una teología político-económica? ¿Qué vínculo guarda con esta lógica salvífica que describías?

 

Pierre Hadot tiene una experiencia personal por la cual fue prácticamente rescatado por la Iglesia, y formado como intelectual dentro de ella. Tiene un conocimiento muy erudito de idiomas y de fuentes clásicas. Pero, al mismo tiempo, Hadot entra en crisis con la institución eclesiástica cuando descubre cómo la Iglesia Católica solía proteger a funcionarios, a sacerdotes que estaban implicados en situaciones extremas (por ejemplo, abuso de menores en la comunidad). Hadot se sorprende y se decepciona porque ve que la Iglesia protege la relación de fe que liga al sacerdote con la trascendencia. Eso es lo que le preocupa a la institución, más que el daño comunitario que esa situación causa.

 

Entonces, Hadot llega a la conclusión de que la Iglesia Católica con la que él estaba comprometido considera que la naturaleza humana es perdición, y que solo a través de una trascendencia —de un más allá de la naturaleza— estaría la salvación. Pero, releyendo los textos clásicos, Hadot descubre que eso no era así en los griegos. Con lo cual, ahora habría que volver sobre Platón con ese descubrimiento de Hadot.

 

Hadot dice que, si uno lee las escuelas del pensamiento griego antiguo, se va a dar cuenta de que no hay un modelo de verdad cerrado. No son textos que intentan capturar la realidad, sino discursos para enseñar a vivir. Con lo cual hay toda una dimensión de discurso, de enseñanza al discípulo, de discurso sobre la ciudad. Si hay que enseñar a vivir, es porque no se sabe vivir. Porque el ser humano, por sí solo, no sabe vivir. Entonces, la filosofía habría tomado muy tempranamente a su cargo un discurso que enseña a vivir. Una serie de ejercicios espirituales, dice Hadot.

 

Cuando pasamos a la tercera estación de este razonamiento —que es el neoliberalismo— y leemos, por ejemplo, los trabajos de Foucault sobre el tema, vemos que el neoliberalismo no es solamente, como a veces dicen nuestras izquierdas, un programa económico de las élites que el Fondo Monetario Internacional difunde desde el Consenso de Washington. Es evidente que es eso, pero quizás sea mucho más que eso, el paso del tiempo nos está mostrando hasta qué punto es mucho más que eso.

 

¿Qué quiere decir que es más que eso? Que entre sus múltiples dimensiones, una sería también, una idea sobre la vida. Es decir, que el neoliberalismo tendría también una propuesta sobre la vida “como algo a organizar”. Algo a organizar bajo la forma de una protocolización de la existencia, tomando como instrumentos redes sociales, aplicaciones… Y esas aplicaciones son ejercicios, no espirituales, pero sí prácticos, sobre qué hacer con cada cosa.

 

También hay una farmacología. Hay todo un diseño sobre cómo estabilizar subjetividades precarizadas. Y también creo que hay una propuesta de modo de conocimiento que hoy, en la política argentina, vemos groseramente desplegada a partir del hecho de que una figura como Milei —esto lo destaca mucha gente—, a diferencia de otras derechas, incluso del mundo, habla de autores. En televisión, Milei habla de autores, habla de libros, explica fragmentos de teoría. Es como si hubiera una obsesión por decir: la relación con el conocimiento tiene que ser esta. Y esa relación con el conocimiento —fíjense— desborda ampliamente el discurso económico.

 

No estamos hablando de un Cavallo, no estamos hablando de un economista clásico. No estamos hablando de alguien que haya triunfado gestionando situaciones económicas. Estamos hablando de un difusor de ideas, que se hace fuerte en un punto: la idea de que los modos de conocimiento dependen completamente de una instancia llamada «mercado». Y que es esa instancia la que orienta. Orienta en todos los sentidos: en términos de psicología individual, de problemas de seguridad urbana… Es decir, prácticamente no hay nada que escape a un tipo de racionalidad —que ya nos viene hecha, que nos viene dada— llamada «de mercado», a la cual hay que despejarle todos los obstáculos: la casta, los funcionarios, los políticos, los movimientos sociales, la justicia. Todo eso debería ser eliminado. La justicia social, por ejemplo, aparece como un paradigma que obstaculiza el modo de conocimiento del mercado.

 

Y es el mercado el que, una vez bien instalado, nos informa quiénes somos. No solo quiénes somos, sino también qué merecemos. Es el gran distribuidor de lo que nos corresponde. Entonces, si usted es una persona fracasada, que no le aporta nada a la sociedad, el mercado se lo va a comunicar. Y si usted es una persona exitosa, cuyos esfuerzos son altamente valorizados por el mercado, usted tiene derecho a practicar prácticamente cualquier cosa —y el mercado se lo comunicará.

 

Me parece que es más que un plan económico. Me parece que es más que una operación mediante la cual el capital racionaliza su propia vocación de aumentar su tasa de ganancia, extrayendo valor de la naturaleza y de la sociedad. Es un plan de vida, es un plan de conocimiento. Y me parece que esta vieja discusión —por un lado, que no sabemos vivir; por otro, que apelamos al pensamiento, a los modos de problematización, a las formas de conocimiento para inventarnos, a través del lenguaje, modos de vida— está hoy seriamente amenazada por esa dimensión del neoliberalismo.

 

Rozitchner dice: “cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa”. Si, como vos decís, “pensar de otra manera” requiere “sentir de otra manera”, entonces a la batalla de la idea debería precederla —o al menos acompañarla— una ofensiva sensible. ¿Qué relación hay entre lucha, sensibilidad y pensamiento?

 

Hay una tesis muy buena, como todas las que escribió Walter Benjamin sobre el concepto de historia. Empieza con una cita de Hegel que dice algo así como: “primero tendrán el pan y después accederán al cielo”. Y después viene la tesis. Ahí Benjamin dice: “para las clases dominantes, lo espiritual tiene la forma de un botín de guerra”. Es decir, se presenta como una mercancía de alta gama, digamos. Mientras que para los oprimidos, lo espiritual aparece en los rasgos que emergen en la lucha por el pan. Se da bajo la forma del coraje, del humor, de la confianza, de la ironía.

 

Entiendo que lo que Benjamin está diciendo es que la idea que tenemos de una lucha por cosas muy elementales es, en sí misma, un desafío a la forma de mirar esas luchas. Uno puede verlas simplemente como luchas puntuales por cuestiones básicas, o puede verlas como experiencias en las que se juegan nuestras primeras vivencias libres dentro del lazo social. Y por lo tanto, como momentos en los que se empieza a cuestionar el orden institucional. Un cuestionamiento en doble sentido: por un lado, se impugnan esas instituciones —quizá por el nivel de injusticia al que nos someten— y, por otro, se las conoce con cabeza propia. Se entienden sus mecanismos, se comprende cómo se genera una fuerza propia. Se empieza a entender toda esa situación compleja en la que nos entendemos, no nos entendemos, nos peleamos, nos aliamos, chocamos con textos, discursos… Todo eso ocurre en el marco de las demandas más elementales. Me parece una forma de romper con la idea de una “alta cultura” separada, y una “cultura baja” a la que solo le corresponde pedir pan. Me parece una buena forma de entrarle al tema.

 

Una segunda entrada posible es ir directo a Rozitchner. Iba a pasar por Lukács, pero mejor vamos directo a Rozitchner, porque no se trata de un problema de autores.

 

Cuando Rozitchner dice que la filosofía piensa bajo condición de lucha social, creo que está buscando reintroducir ese saber artificialmente separado —el universitario, el académico— en los grandes dilemas de la ciudad. Y uno puede suponer que incluso en Sócrates eso ya era así, ¿no? Los grandes temas del pensamiento son los grandes temas de la polis. La filosofía no es tanto un pensamiento estructurado “aparte”, sino un sistema de interrogaciones en torno a las distintas figuras de lo urbano.

 

Entonces, la idea de que una lucha despierta a la filosofía, la llama, la activa, le impone problemas, la obliga a salir de su autocomplacencia, se liga muy bien con una manera de leer a Spinoza. Porque Spinoza dice que hay dos atributos que se dan en paralelo. No usa exactamente la palabra “paralelo”, pero sus comentadores sí, para referirse al atributo de la extensión (que corresponde a los cuerpos) y el del pensamiento (que corresponde a las ideas). Ambos siguen el mismo orden y conexión. Es decir, que la forma en que las ideas se concatenan es la misma en que los cuerpos se relacionan. Por lo tanto, lo que podemos comprender como naturaleza desde los cuerpos es lo mismo que podemos comprender como naturaleza desde las ideas.

 

Ahora bien, Rozitchner lo historiza, y al atributo extenso lo llama “lucha”. Es decir: ¿qué pasa cuando la concatenación entre los cuerpos es la del aumento de la potencia, la democratización, el cuestionamiento al terror y al poder? ¿Y qué pasa cuando eso mismo —con el mismo orden de conexión— se da en el pensamiento? Ahí, el pensamiento mismo se involucra con la práctica de desarmar las formas del terror, los dogmatismos, y se abre a una consideración libre del mundo y a un cuestionamiento de sus formas guionadas.

 

Me parece que esa es una fórmula filosófica y, al mismo tiempo, una fórmula política que tiene la virtud de integrar conocimiento y ciudad, pensamiento y lucha social. También permite evitar una doble reducción: la que encierra al pensamiento en un salón de libros viejos, separado del resto de las cosas, y la que reduce la lucha a algo puramente automático, pobre, encerrado en una jerga, destinado a unos militantes que habrían renunciado a la complejidad. ¿Cómo evitar esa doble reducción y reencontrarse, de otra manera?

 

Ahora bien, ¿qué es la sensibilidad? Yo creo que en los últimos años se pensó mucho ese tema entre nosotros. Hay tres autores que, para mí, son claves en ese camino: Rozitchner, Rita Segato y Franco “Bifo” Berardi, que han trabajado la cuestión de la sensibilidad de manera muy potente.

 

Franco Berardi dice que la sensibilidad es una capacidad amenazada del ser humano, que nos permite entender lo “no dicho”. Es la capacidad de leer afectos que no se expresan directamente bajo la forma de consignas. Entonces, en la medida en que la universidad y las formas de conocimiento se reducen a captar consignas, a captar “lo dicho”, lo codificado, lo previamente compatibilizado… cuando nos limitamos a captar un sistema de informaciones, lo que se pierde es ese trasfondo afectivo que es el verdadero dador de sentido.

 

La sensibilidad, por lo tanto, adquiere una importancia enorme cuando entendemos que el valor de las cosas no está en su contenido meramente informativo o asertivo, sino en nuestra capacidad de percibir la dimensión existencial de lo que vivimos, atravesada por afectos.

 

Creo que las formas más radicales e interesantes del feminismo, de los derechos humanos, del ecologismo, del trabajo precario, etcétera, insisten mucho en retomar esa conexión sensorial, sensual o erótica del pensamiento como una dimensión fundamental para provocar y captar sentido, para crearlo.

 

La idea de que la sensibilidad es objeto de una ofensiva en su contra me parece clave. Desde el terrorismo de Estado hasta el neoliberalismo, siempre se ha atacado la sensibilidad. Ya sea bajo la forma del terror militar o bajo la forma del terror implícito en la economía política o en las formas de precarización.

 

Y si pensamos en los grandes momentos de esta ciudad —Buenos Aires, Rosario, nuestro país en general—, creo que hay que partir del modo en que ciertas formas de resistencia se convirtieron en formas de rehabilitación de una sensibilidad.

 

Voy a tomar solo el ejemplo de las Madres de Plaza de Mayo, porque ellas retrabajan la sensibilidad en dos direcciones fundamentales. Una, en relación con las luchas del pasado. Poder entender las luchas del pasado es, precisamente, lo que la derecha argentina quiere cortar y atacar una y otra vez. Que no haya posibilidad de una comprensión actual sensible respecto de esas luchas.

 

¿Por qué digo sensible? Porque si uno toma el texto estricto de las luchas del pasado, casi que queda obligado a repetir lo mismo que se decía en otra época, a organizarse igual, a vestirse igual. Y eso es absurdo, es una caricatura. Cuando decimos sensible, nos referimos a captar ese mundo de organización afectiva que le da sentido a esos enunciados. Nuestro mundo de preocupaciones sensibles necesita otros enunciados, pero en conexión con aquel mundo. Así es como conocemos posibilidades, nos inspiramos en continuidades que no son formales, ni lingüísticas, ni organizativas, ni estéticas. Entonces, en torno a las Madres de Plaza de Mayo, nosotros podemos recuperar —Benjamin diría “a través de imágenes dialécticas”— el pasado.

 

A eso le llamo sensibilidad. Y también le llamo sensibilidad al hecho de que, en el periodo de 2001, por ejemplo, los movimientos piqueteros, los movimientos de desocupados, encontraban en las Madres un espacio de reconocimiento. ¿Qué significa “espacio de reconocimiento”? Un espacio de encuentro entre luchas distintas: podían ser las de los hijos de desaparecidos, las de fábricas recuperadas, o tantas otras luchas parciales sin un lenguaje político común articulado. Es decir, fragmentos que hablaban idiomas distintos podían encontrar, en el espacio que abrían las Madres, un lugar sensible para comprenderse y empezar a construir un lenguaje compartido.

 

Ahí hay un modelo de politización que a mí me parece fundamental.

 

A la agresión que se le hace a la dimensión sensible, le responde una contraofensiva también sensible, que después el feminismo retomó, y que hoy —me parece— es fundamental que volvamos a poner en juego.

 

La guerra («comercial») contra China //  Maurizio Lazzarato 

La continuidad de las administraciones estadounidenses se define por su enfoque hacia China, considerada —al menos desde Obama— el enemigo absoluto del “mundo libre y democrático”. El Occidente del hombre blanco, tras su derrota estratégica frente a Rusia, profundiza su violento declive declarando la guerra a China, a los BRICS y al Sur global. Las barreras arancelarias de Trump —cuyo blanco principal siempre ha sido China— no solo afectarán a los países a los que se impone, sino quizás, de manera más radical, a los propios Estados Unidos. Es una auténtica apuesta arriesgada: si fracasa, acelerará drásticamente procesos a mediano plazo y podría llevar a:

 –   El debilitamiento del dólar como moneda internacional, erosionando su “privilegio exorbitante” de comprar bienes a cambio de papel sin valor (la principal “producción industrial” de Estados Unidos durante décadas ha sido imprimir dólares).

 –   La cuestionamiento de la financierización que garantizó la hegemonía de Estados Unidos y Occidente.

 –   La fragmentación de la globalización basada en el dólar y el control financiero estadounidense, ahondando la brecha con los BRICS y el sur del mundo.

 –   El posible “colapso” de este capitalismo construido sobre una acumulación financiera especulativa, desconectada de la producción real de riqueza y basada en el empobrecimiento general y el endeudamiento infinito.

No me malinterpreten: el “fenómeno Trump” ha creado posibilidades que antes no existían, abriendo un período cargado de kairós, de oportunidades por aprovechar. Podría actuarse sobre estas fisuras (el colapso de este capitalismo financiarizado) para reorientar la correlación de fuerzas, ahora en movimiento constante. Así razonaban los revolucionarios de principios del siglo XX: el estallido de las contradicciones capitalistas no es más que la condición para la toma del poder, cuyo éxito no lo garantiza ninguna filosofía de la historia, sino una estrategia política y una lucha sin cuartel. Mao podía decir “la situación es excelente” porque tenía un partido, un ejército y una voluntad de ruptura sistémica con los imperios coloniales. El capitalismo ha cambiado, pero nos arrastra a esta aceleración del tiempo donde hay que decidir.

 Hace días, Larry Fink —director del fondo de inversión más grande del mundo (BlackRock, con 12 billones de dólares)— envió una carta a sus clientes advirtiendo:

 –   La insostenibilidad de la deuda pública y privada de Estados Unidos.

 –   El posible fin del dólar como moneda de intercambio y de reserva internacional, reemplazado por criptomonedas como Bitcoin (que es una moneda privada).

 –   Un nuevo –y positivo– rol de Europa, donde el mismo fondo de inversión está actuando para construir una burbuja armamentística. Una vez que los capitales quieran salir de la burbuja estadounidense que Trump está haciendo estallar, necesitarán un refugio.

 – La extensión de la democratización de las finanzas –es decir, la “finanza para todos”–, porque Trump, con sus políticas de industrialización, arriesga a destruir sus propios cimientos.

La nota sobre Europa de Larry Fink merece una primera precisión. Todo avanza con rapidez, todo cambia en cuestión de días: ”el tiempo ha salido de sus goznes”. La carrera armamentística de la Desunión Europea y de los fondos de inversión estadounidenses —ante el primer sacudón bursátil provocado por los aranceles de Trump— ha demostrado su fragilidad. Los valores de las industrias bélicas se desplomaron como los demás. Los capitales ya no saben adónde dirigirse; ni siquiera el oro vale hoy como refugio seguro.

En Alemania, único país europeo con capacidad financiera para rearmarse de verdad, surgen también graves problemas políticos. La Unión Demócrata Cristiana (CDU) se hundió en las encuestas tras anunciar el gran endeudamiento impulsado por Merz. Según algunos sondeos, los conservadores están al nivel de los fascistas; otros incluso sitúan a Alternativa por Alemania (AfD) por encima de la CDU. Los electores no perdonaron el giro: Merz había prometido en campaña no contraer nueva deuda.

El proyecto de construir una financierización alrededor del rearme (es decir, una nueva burbuja), un mercado único de capitales (como quería Draghi) y canalizar hacia allí el ahorro europeo, queda ahora reducido.

Es difícil definir el escenario porque enfrentamos un cambio histórico, demasiado grande es la indecisión de la Casa Blanca sobre las políticas a seguir. Avanzamos algunas hipótesis que habrá que precisar, siguiendo los pasos del enemigo de clase.

Nunca entendí por qué, tras 2008, muchos seguían hablando de neoliberalismo cuando era evidente que estaba muerto. Ahora, las barreras arancelarias han celebrado el entierro definitivo del mercado, de la competencia, del libre comercio, todas ideologías que ocultan la mayor concentración monopólica de la historia del capitalismo y que incubaron todo tipo de guerras.

La situación actual es hija de la crisis financiera de 2008, determinada por la locura capitalista de creer que un problema social (“vivienda para todos”) podía resolverse mediante la finanzas (hipotecas subprime). Las políticas de intervención estatal y de los bancos centrales no dieron los resultados esperados. La crisis financiera de Estados Unidos no se resolvió, solo se  emparchó, haciéndosela pagar al resto del mundo. Repetir esa operación hoy sería mucho más difícil, si no imposible. Al final, los trapos sucios salen a la luz. En el capitalismo, hay un “eterno retorno” de guerras para salir de crisis sistémicas.

Las barreras arancelarias han celebrado el entierro definitivo del mercado, de la competencia, del libre comercio, todas ideologías que ocultan la mayor concentración monopólica de la historia del capitalismo y que incubaron todo tipo de guerras.

Trump heredó una economía con todas las variables “fundamentales” en rojo: balanza de pagos y exposición financiera neta en negativo, enorme deuda pública, empresarial y familiar —índices descontrolados, en aceleración constante. La prensa del régimen no solo mintió sobre Ucrania, sino también sobre la economía estadounidense, elogiando su desempeño bajo Biden. Lo único que funcionó fue inflar la burbuja high-tech, junto a una pauperización creciente de la población: el “sueño americano” es que el 44 por ciento de la población no puede afrontar un gasto imprevisto de 1000 dólares.

La exposición financiera neta negativa (que registra el déficit con el exterior) confirma el fracaso de Biden, incapaz de revertir la tendencia. El pasivo financiero con el exterior alcanzó 26,2 billones. Para dimensionarlo: la Desunión Europea derribó a Berlusconi por un pasivo de 300.000 millones, reemplazándolo con el ”técnico” Mario Monti, que recortó todo el gasto social posible y apostó por las exportaciones.

Pero lo asombroso es la aceleración: en el último trimestre, el pasivo aumentó más de dos billones. Como referencia: Trump se jacta de las promesas de inversión de los Emiratos Árabes (1,5 billones en 10 años), una cifra que la economía de Estados Unidos devora en un trimestre.

El Secretario de Comercio, Howard Lutnick, hace el siguiente diagnóstico:

“Hay que redefinir las relaciones de Estados Unidos con aliados y enemigos. La idea de que todos los países pueden acumular superávits y comprar nuestros activos es insostenible. En 1980 éramos inversores netos; hoy, los extranjeros poseen 18 billones más que nosotros (en realidad, 26 billones). Somos deudores netos. La situación empeora cada año, y pronto ya no seremos dueños de nuestro país”.

Los déficits de Estados Unidos no son fruto de ”injusticias” del resto del mundo, sino de la financierización y dolarización que ellos mismos impusieron durante 50 años, viviendo por encima de sus posibilidades y a costa de los demás.

La guerra de los aranceles

Trump (o cualquier otro presidente en su lugar) no podía no intervenir. Lo ha hecho acelerando y radicalizando el conflicto, tanto interno como externo. Ha declarado sin ambages que la finanza ha arruinado la economía estadounidense, convirtiéndola en una gran burbuja especulativa, desmantelando la industria, destruyendo empleos, generando desigualdades masivas y pobreza —la del proletariado blanco, el único que le preocupa—.

Pero la receta “de los aranceles” podría acelerar el fin del Imperio en lugar de reconstruir la “manufactura”, su principal objetivo declarado. El proyecto de relocalizar la producción deslocalizada, de instalar empresas en Estados Unidos mediante subsidios y financiación pública, ya fracasó con los demócratas. Estados Unidos carece de cadenas de suministro e infraestructura industrial, pero, sobre todo, ha perdido todo el saber industrial y no tiene mano de obra cualificada en ningún nivel. Solo el 7% de los estudiantes estadounidenses estudian ingeniería, frente al 25% en Rusia o los millones que salen de las universidades chinas. Para enfatizar su voluntad reindustrializadora, Trump, en la conferencia del 2 de abril donde anunció los aranceles, estuvo acompañado por un obrero de Detroit. Su éxito parece muy improbable y, en todo caso, requeriría años de esfuerzo.

La segunda estrategia trumpiana podría centrarse en los servicios. La jugada del magnate, hasta la fecha, parece toda concentrada en los bienes y parece ignorar el sector terciario. Si la importación de los primeros convierte a Estados Unidos en un país deficitario, la exportación de los segundos tiene amplio superávit.

A cambio de una reducción de las barreras aduaneras, Trump podría pedir una penetración de las finanzas, de las aseguradoras, de los bancos estadounidenses en el circuito de los diversos países, para una ulterior y definitiva depredación. Privatizar los servicios y apropiarse de todo el ahorro (recordemos: los estadounidenses no ahorran, viven a crédito) para invertirlo en seguros privados de salud, para las pensiones, etc., eliminando el cada vez más deteriorado welfare. El propio Larry Fink, en su carta, ha definido la nueva frontera de la apropiación: los monopolios naturales (gestión del agua, etc.) y los servicios públicos municipales (gestión de residuos, etc.).

Se podría interpretar en este sentido la declaración de Trump “estamos abriendo China”, es decir, una vez dentro, saquear sus ahorros y las empresas más rentables. Lo que no soportan los estadounidenses es que China, controlando los flujos de capital, no esté disponible a dejarse saquear como todos los demás países por los nuevos ejércitos coloniales de las finanzas. China ya ha hecho saber que “combatirá hasta el final” contra el “típico caso de unilateralismo, proteccionismo y bullying económico” de Trump.

El de Trump es un unipolarismo aislacionista muy agresivo que no deja presagiar nada bueno, porque cuando se confronte con la realidad de las relaciones de fuerza en el mercado mundial, ya está en el camino que conduce a la guerra entre grandes potencias.

El magnate había dado la impresión de querer reconocer a las otras potencias mundiales, de aceptar el multipolarismo. Inicialmente parecía que quería llevar a cabo el saneamiento de la economía estadounidense a través de negociaciones con China, Rusia, etc. En cambio, hoy afirma que Estados Unidos puede hacerlo solo porque es el país más fuerte.

Autarquía contra la globalización. Un unipolarismo aislacionista muy agresivo, fundado en el presunto superpoder estadounidense, que no deja presagiar nada bueno porque cuando se confronte con la realidad de las relaciones de fuerza en el mercado mundial, ya está en el camino que conduce a la guerra entre grandes potencias. Después de menos de una semana, Trump ha tenido que dar un paso atrás, llegando finalmente al núcleo de la estrategia de todas las administraciones de ultramar: la guerra contra China. 

Existe un alto riesgo de perderla –así como Biden perdió con Rusia– porque Estados Unidos no tiene nada más que ofrecer al resto del mundo que no sea su propia hegemonía y el restablecimiento de una economía depredadora e imperialista, desarrollando incertidumbre, caos e imprevisibilidad. La guerra declarada a China es la guerra declarada a los BRICS y al sur global que tiene la arrogante pretensión de no estar más disponible a la esclavitud. Nos espera otra campaña mediática de desinformación, de falsedades y de vulgaridad sobre China, después de la de Rusia. La Desunión Europea deberá alinearse con sus amos, en otra guerra perdida de la “democracia contra la autocracia”, de la “libertad contra la dictadura”.

Conflicto entre oligarquías y con los BRICS

Trump ya tiene serios problemas en casa. El desplome bursátil impacta directamente en la vida de millones de estadounidenses: en una economía financierizada, las pérdidas en bolsa afectan a las clases medias-altas, cuyo tercio de los ingresos depende del rendimiento financiero. Wall Street es su INPS (la institución que distribuye las jubilaciones), su ministerio de salud y su welfare. Cuando la bolsa cae, se desploman también los fondos de pensiones, seguros médicos y demás.

La estrategia de sustituir el welfare por inversiones en acciones (a través de seguros individuales), impulsada por Biden, infló la burbuja estadounidense hasta el borde del estallido. Desinflarla es necesario, pero ¿cómo hacerlo sin destruir las jubilaciones, la salud y el pseudo-welfare financierizado?

Trump tiene las manos atadas por las políticas monopolísticas de los fondos de inversión que recogen el ahorro mundial y que no comparten sus decisiones de industrialización, al igual que la Fed, que no obedece sus órdenes. BlackRock y JP Morgan han atacado directamente su política acusándolo de arruinar a millones de ahorristas, manifestando un enfrentamiento cada vez más violento dentro de las oligarquías estadounidenses.

La batalla entre la “industria” (Trump) y las finanzas (fondos de inversión) fue ganada por estas últimas, que en cuatro o cinco días de caída de los títulos (y la evolución de los intereses sobre la deuda) obligaron al presidente a retroceder. Los motivos por los que fue elegido (recuperar la industria y el empleo) han sido cancelados. El proyecto de Trump es altamente contradictorio, porque para industrializar –admitiendo que aún haya tiempo para hacerlo– necesitaría un gran welfare que abaratara todos los costos (educación, comunicaciones, infraestructuras, etc.) para las empresas. En cambio, lo está destruyendo.

Estados Unidos no resolverá ninguno de sus problemas y, como todo Occidente, corre el riesgo de implosionar más rápido de lo previsto. La situación se vuelve cada vez más peligrosa. Las graves divergencias entre las oligarquías se allanan y sus voluntades convergen, en cambio, cuando se trata de la hostilidad contra China. Sueñan con apropiarse de su producción, de sus bienes, de sus capitales, según las reglas del más clásico de los imperialismos, que resolvería todos sus problemas.

Las barreras comerciales deberían aportar 600.000 millones de dólares al año a las exangües arcas de Estados Unidos, 6 billones en diez años. No creo que la administración actual esté formada por idiotas: por lo tanto, saben muy bien que la economía mundial se vería completamente trastornada con consecuencias impredecibles.

Hago notar que Francia y el Reino Unido se encuentran en la misma situación deficitaria que Estados Unidos. La primera, con un pasivo de 800.000 millones de dólares de exposición financiera neta, está prácticamente quebrada, sostenida solo por capitales alemanes; el segundo, con 1,6 billones, se encuentra en una situación aún peor. El “regime change” operado por la guerra en Ucrania no funcionó con Rusia, sino con Alemania. Privada de la energía rusa barata, en recesión, los alemanes pasaron del ordoliberalismo del equilibrio presupuestario –según el cual el principal enemigo era la deuda– que impuso austeridad, pobreza y expropiación de recursos a toda Europa, a la financierización de su economía y a la suscripción de astronómicas deudas para el rearme.

El belicismo europeo, que tendrá en su centro el peligrosísimo chauvinismo alemán (en Alemania ya se habla de dotarse de la bomba atómica), no rompe en absoluto con Estados Unidos. A su vez, todos anticipan que las recetas trumpianas no salvarán a Occidente, por lo que se desató una carrera armamentística. ¿Para qué se preparan entonces?

La gran incertidumbre y confusión que envuelven las estrategias de Trump encuentran su razón en una situación inédita en la que se encuentra actuando: las relaciones de fuerza radicalmente cambiadas en el mercado mundial son el resultado de las revoluciones del siglo XX (la soviética fomenta el socialismo de los “pueblos oprimidos” y abre a la revolución china, vietnamita, a las revoluciones africanas y sudamericanas) que destruyeron la división colonial sobre la que se fundaba el dominio occidental desde la conquista de América. Las revoluciones socialistas del siglo XX han terminado, pero las relaciones de fuerza entre el norte y el sur han cambiado para siempre. Trump finge que no pasa nada, pero debe gestionar la derrota estratégica de su país en la guerra de Ucrania, que ha mostrado al sur del mundo la debilidad también militar de Occidente, proporcional solo a su arrogancia.

La comparación con la primera crisis hegemónica de Estados Unidos a caballo de los años sesenta y setenta es muy significativa. La economía estadounidense ya entonces no lograba mantener el ritmo de la competitividad de Alemania y Japón. En 1973, Nixon no solo decidió la inconvertibilidad del dólar en oro, transformándolo en moneda fiduciaria totalmente política a disposición de los yanquis, sino que impuso barreras aduaneras del 10 por ciento para negociar e imponer la voluntad del Imperio, exactamente igual que Trump. Cuatro meses después, todos los vasallos occidentales aceptan una apreciación de sus monedas. Por no hablar de Japón que, en 1985, acepta revaluar, siempre para salvar la competitividad estadounidense, haciéndose el harakiri, porque desde ese momento su economía nunca más se recuperará. Japón era la China de la época desde el punto de vista de la productividad y la innovación. Pero China no es un país ocupado militarmente y subyugado como el Japón de los años ochenta.

Aunque los yanquis pueden chantajear al resto del mundo, porque funcionan como “importador de última instancia” de bienes, su acción se despliega en un mundo de relaciones de fuerza radicalmente cambiado. A principios de los setenta, Occidente detentaba lo esencial de la producción mundial y de la invención tecnológica. Hoy China y los BRICS son potencias industriales y tecnológicas, comparables a Occidente, y poseen gran parte de las materias primas y energéticas, y no tienen ningún interés en salvar la piel del imperialismo occidental saneando el pasivo de la balanza de pagos estadounidense, devaluando sus monedas, destruyendo su economía, abriendo las puertas a las finanzas de Wall Street. No son vasallos del Imperio como los europeos. A Estados Unidos no le queda más que desollar a Europa, siempre dispuesta al sacrificio, pero es demasiado poco. Incluso Japón parece haber entendido la jugada después de treinta años y, junto con Corea del Sur, teje relaciones con China.

Occidente está condenado por Trump a un mayor aislamiento, porque los BRICS y el sur global continuarán desarrollando cadenas productivas y comerciales alternativas, buscando una moneda de sustitución al dólar, incrementando patentes, tecnologías, etc., como hicieron con motivo de la guerra en Ucrania.

Guerra y lucha de clases

Antes de la guerra comercial contra el mundo entero, había dos alternativas sobre el terreno: por un lado, los demócratas apuntaban a la guerra mundial, de la que sembraron las premisas con Ucrania y el genocidio de Gaza (el New York Times publicó una investigación donde demuestra que la guerra en Ucrania fue gestionada en primera persona por Estados Unidos, todos los objetivos y las estrategias fueron definidos por Estados Unidos, cuya finalidad era experimentar un nuevo tipo de guerra, integrando de hecho a Ucrania en la OTAN); por otro lado, Trump que apuntaba más bien hacia una guerra civil interna.

La guerra civil en Estados Unidos es racial, desde los orígenes de la República. A partir del New Deal, también está en el centro de la estructuración del welfare porque cualquier extensión del mismo corre el riesgo de hacer saltar las jerarquías de raza sobre las que se organiza la “única verdadera democracia” (cita de Hanna Arendt). Ya en la época de la “Gran Sociedad” de los años sesenta, las políticas sociales habían suscitado el odio racial de los blancos, porque veían en ellas la reducción de las diferencias entre ellos y los negros. Incluso el timidísimo Obamacare (y el propio Obama) había suscitado reacciones de este tipo. Los “proletarios” blancos que están con Trump reaccionaron sintiéndose y pensándose “raza blanca”. La financierización ha suavizado las jerarquías raciales empobreciendo a los blancos, haciéndolos cada vez más cercanos a los “negros”, desatando nuevas formas de fascismo y racismo.

Los recortes en el gasto social que Musk está programando deben ir acompañados del restablecimiento de jerarquías raciales (y de género). La reorganización del gasto social es capitalista-racial y la reindustrialización será, si la hay, dominada por la raza blanca. Si en cambio el objetivo es la mega depredación financiera, el proletariado estadounidense en su conjunto será reducido a “plebe”. Cuando el imperialismo occidental se radicaliza, la “raza blanca” es el sujeto que apoya el conflicto con el resto del mundo (véase el genocidio supremacista en Palestina).

La guerra, como siempre, sigue siendo la mejor solución para los capitalistas y sus Estados

Como se ve, las dificultades externas –los BRICS– e internas –las “minorías” raciales se están convirtiendo en mayoría, el enfrentamiento entre oligarquías– son enormes y todas políticas. Trump quiere la industrialización, pero no quiere –o mejor dicho, no puede– soltar las finanzas y el dólar que han causado la deslocalización de la producción. Quiere un dólar depreciado, pero que siga siendo la moneda de los intercambios mundiales. Quiere industrializar y quiere las finanzas que capturen capitales y los canalicen hacia Estados Unidos.

Si estamos inmersos en un régimen de guerra es porque las dificultades económicas estadounidenses y las contradicciones que generan parecen insuperables y la guerra, como siempre, sigue siendo la mejor solución para los capitalistas y sus Estados: hacer saltar la banca y que “Dios reconozca a los justos”. Sin embargo, para utilizar el mismo lenguaje de Trump, Estados Unidos ya no tiene todas las “cartas en la mano”, como las tenía Nixon.

Todos estos bonitos razonamientos de geopolítica hacen sus cuentas sin el tabernero —como es propio de los análisis que parten de las grandes potencias económico-político-táctiles e ignoran el conflicto de clases—. Las fuerzas movilizadas en Estados Unidos durante las protestas del 5 de abril (1.400 en todo el país) contra las políticas de Trump parecen ser las únicas capaces de evitar el desenlace catastrófico que seguirá al probable fracaso del salvataje de Occidente. La jugada arriesgada del capitalismo podría abrir un frente de lucha de clases inédito en Estados Unidos, haciendo saltar por los aires el pacto racial —más importante aquí que en ningún otro lugar—, aunque la radicalización del conflicto encuentra a los movimientos completamente desprevenidos, tanto política como teóricamente.

El pensamiento crítico, pero también la acción de los movimientos, ha extendido la lógica del capitalismo a toda relación social (cognitiva, biológica, imaginaria, sexual, racial, ecológica, etc., hasta el infinito), pero de manera irresponsable, por no decir oportunista, ha eliminado la guerra y la guerra civil, que están en la base de las divisiones de clase, raza y género. No logra asumir que el siglo XX estableció que guerra y paz, economía y guerra, política y guerra, militar y civil, política y economía, coexisten determinando una “dimensión intermedia” donde los opuestos conviven. Carl Schmitt, desde un punto de vista conservador, llega a conclusiones muy similares a las de Rosa Luxemburgo (ya citada anteriormente):

 “La guerra se hace ahora en un plano nuevo, intensificado, como activación ya no sólo militar de la hostilidad (…) sino en ámbitos de la realidad de suyo no militares (economía, propaganda, energías psíquicas y morales de los que no combaten) se ven involucrados en la confrontación hostil. El paso más allá de lo puramente militar (…) no supone una atenuación, sino una intensificación de la hostilidad”.

Pero ni la economía ni la crítica de la economía política parecen capaces de integrar esta realidad.

 Del mismo modo, es difícil deshacerse de los análisis psicologizantes. Es inútil examinar el comportamiento de las élites con esas categorías, como ahora se estila. Si las clases dirigentes capitalistas de la posguerra parecieron más racionales, fue solo porque sus políticas llegaban tras dos guerras mundiales, tras haber estado la financierización —en los años veinte del siglo pasado— a punto de derrumbar el capitalismo, y sobre todo tras haber sido las revoluciones las que (parcialmente) impusieron la razón a la racional irracionalidad del capitalismo, que alcanza su cúspide con la finanza. Eliminada la fuerza del enemigo revolucionario, las élites volvieron a ser las del primer imperialismo —muy similares a las actuales—, es decir, racionalmente irracionales.

La estrecha relación entre capital y Estado —existente desde los albores de la acumulación capitalista y que se ha reafirmado y profundizado continuamente, sin llegar a identificar las dos lógicas (la del beneficio y la del poder)— demuestra cómo, en períodos de “acumulación originaria” como el actual, el plusvalor económico necesita del plusvalor político (brillante definición de Schmitt, derivada del concepto marxiano) para imponer un nuevo orden, una nueva división internacional del trabajo y de la renta. El capitalismo financierizado, al desarrollar contradicciones insalvables, no puede mutar, transformarse ni generar lo nuevo desde su propia ‘producción’, sino únicamente mediante la violencia extra-económica de la guerra militar y comercial, de la guerra civil o del genocidio. El plusvalor político está al servicio del plusvalor económico futuro, pero no son de la misma naturaleza. Solo una vez que el plusvalor político ha establecido un nuevo orden, nuevas reglas y nuevos poderes (quién manda y quién obedece) en el mercado mundial, puede producirse el plusvalor económico.

El posible fin del capitalismo (frente a la ideología irresponsable que reza: “es más probable el fin del mundo”) que preocupa a nuestros dirigentes, debe volver a entrar en la órbita perceptiva, cognitiva y política de los “movimientos”, porque el capitalismo no caerá por sí solo, sino únicamente si una voluntad organizada lo hace estallar.

 

Fuente: Tinta Limón Blog

¿Queremos seguir abandonando a Lenin en manos del enemigo? // Jun Fujita-Hirose

Reseña de Oscar del Barco en el país de los soviets de Oscar Ariel Cabezas

El nuevo libro del filósofo chileno Oscar Ariel Cabezas, Oscar del Barco en el país de los soviets (Ediciones La Cebra, 2024), tiene como subtítulo «Entre Lenin y Heidegger».

   En primer lugar, «Lenin», porque el filósofo argentino Oscar del Barco, fallecido unos meses antes de la salida del libro de Cabezas, hizo una crítica iconoclasta a Lenin a principios de los años ochenta, acusándolo de haber concebido y puesto en práctica las «premisas teóricas» que ya con antelación habría traicionado el «proyecto originario» de la Revolución Rusa y, por tanto, habría fundado el inevitable y entonces observable «fracaso» de la Unión Soviética y los demás Estados socialistas: Lenin habría sido «el principal responsable de la catástrofe de los socialismos reales».

   En segundo lugar, «Heidegger», porque del Barco definió el proyecto originario y su traición leninista en términos de crítica heideggeriana a la metafísica como «olvido del ser» y a la manifestación moderna de esta en la tecnificación del mundo de vida. Según del Barco, el proyecto originario de la Revolución Rusa habría consistido en la rebelión de las masas con anhelo de acceso al «ser» contra el orden metafísico y técnico del mundo moderno, en la voluntad de las masas rebeldes de formar un Volk (pueblo) como campo de acción de las potencias del ser, y en la constitución del Estado como expresión y realización de esta voluntad colectiva. A propósito de las premisas teóricas leninistas, en cambio, del Barco sostiene que en estas el Estado originariamente proyectado como Volksgemeinschaft (comunidad popular), el único que mercería el nombre de Estado socialista, habría «degenerado», «incluso desde antes de la revolución», en un Estado moderno, metafísico, técnico, burgués, entre los demás.

   Y, en tercer y último lugar, «entre», porque al rechazar la «crítica destructiva» de del Barco a Lenin, el libro de Cabezas presenta a este último como quien supo situar el proceso revolucionario socialista en la cresta-bisagra que se abre y traza entre la formación «social» de un Volk anti-moderno por las masas rebeldes, por un lado, y, por otro, la necesidad «política» situacional o coyuntural del uso «perverso» del poder estatal moderno para crear la «hegemonía» del Volk a escala nacional e internacional. A la pregunta de del Barco: «¿era Lenin un perverso?», Cabezas responde con un , al liberar el término «perverso» de su tono acusatorio. 

    El error fundamental que cometió del Barco en su crítica a Lenin, desde el punto de vista gramsciano de Cabezas, es equivocar lo social con lo político, o, mejor dicho, la ética con la política, y reducir por tanto la revolución socialista a su aspecto ético. La aspiración colectiva de las masas rebeldes al bien común y la formación de una comunidad a partir de esta son asuntos de ética. La política, por su parte, comienza cuando la rebelión de masas se encuentra con el enemigo interno y externo, que la ataca para aplastarla. Para resistir y derrotar los ataques físicos y morales del enemigo, la rebelión debe organizar y establecer su hegemonía en las correlaciones nacional e internacional de fuerzas antagónicas.

   Lo importante es notar que la cuestión de hegemonía o de poder político no emana de la estructura ética de la rebelión, sino que proviene del encuentro con el enemigo, es decir, de fuera de la fogosidad rebelde, y conlleva su propia estructura, metafísica, técnica u óntica por excelencia, y por tanto contradictoria, incompatible o irreconciliable con la anhelación ética o existencialista de las masas rebeldes por el acceso al ser y por el bien común ontológico. Desde el punto de vista ética o rebelde, de cierto se puede hablar de «degeneración» a propósito de la política, y de «perversidad» a propósito del recurrir al poder político, puesto que la política es asunto de los entes como tales, mientras que la ética, del ser de estos. Sin embargo, sería erróneo representarse, como hizo del Barco, el leninismo como vector lineal que va de la rebelión ontológica a su perversión o conversión óntica. El leninismo es un doble proceso ontológico-óntico, en el cual el Estado socialista se considera a la vez como la comunidad popular anti-metafísica y como el poder hegemónico metafísico de esta. Cabezas llama nuestra atención sobre el «más» de la famosa ecuación formulada por Lenin en 1920: «El comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país, ya que la industria no puede desarrollarse sin electrificación», y nos invita a leerlo como signo de la duplicidad leninista del proceso revolucionario. Por «poder soviético (советская власть)» se debe entender el auto-poder ontológico popular, propiamente heideggeriano, en contra de la interpretación que el propio Heidegger hizo de esta ecuación en su crítica al socialismo, mientras que la «electrificación» es metonimia de la estructura técnica, metafísica, políticamente necesaria para que se establezca la hegemonía del auto-poder soviético a niveles nacional e internacional. El leninismo consiste en seguir la línea de cresta sin caer ni en el olvido ético de la política ni en el olvido político de la ética: lo revolucionario no se reduce ni a lo ético ni a lo político, sino que es un proceso propio, que avanza resolviendo de modo «accional» la serie interminable de problemas irresolubles que se generan entre lo ético y lo político. El leninismo es enfrentarse con un más «incalculable». Según Cabezas, el fracaso que con razón observó del Barco de los socialismos reales en los años ochenta no tiene como origen el leninismo en cuanto tal, sino su abandono estalinista, que consistió en reducir el Estado socialista a su función política.

    El problema fundamental que Cabezas destaca de la crítica de del Barco a Lenin es su ceguera absoluta ante el inevitable encuentro de la rebelión de masas con el enemigo. ¿De qué sirve una teoría de revolución que no tiene en cuenta la existencia poderosa del enemigo, sobre todo cuando el propio enemigo está instaurando su nueva hegemonía en el mundo? De nada o solo de condición favorable suplementaria para esa instauración. La fidelidad ciega a la crítica apolítica de Heidegger al socialismo y la consecuente pérdida de vista del enemigo no solo hicieron al filósofo del «no matarás» que cayera en el olvido ético de la política, sino que también lo convirtieron en cómplice de facto del enemigo, ya fuera involuntariamente o no. Se trata de esta complicidad, al menos objetiva, cuando Cabezas señala la contemporaneidad de la crítica de del Barco a Lenin con el ascenso mundial de la hegemonía neoliberal: «Los años en que Oscar del Barco prepara lo que debe de ser la mejor crítica al pensamiento político de Lenin son los años de ascenso, asentamiento ideológico y posicionamiento político en los Estados de una nueva operación que intensifica el nihilismo profundo y desata la naturalización, sin oposición, al Capitalismo Mundialmente Integrado (CMI).» Quizá no sea casualidad que en este párrafo Cabezas se refiera a Félix Guattari, quien precisamente en la primera mitad de los años ochenta se entusiasmó con el entonces naciente PT (Partido dos Trabalhadores), en el cual observó la dualidad molecular-molar del proceso revolucionario.

   ¿Se puede «cambiar el mundo sin tomar el poder», como nos quiere hacer creer una ya clásica corriente de teoría de revolución, cuyo origen se podría situar en el llamado «renacimiento spinozista» francés de los años sesenta y setenta, que propuso lecturas «políticas» de la Ética de Spinoza y, en particular, de su concepto de «nociones comunes»? La crítica de Cabezas a del Barco dice que no. Para cambiar el mundo, si bien es cierto que es necesaria la formación rebelde del «antipoder» popular, ético, ontológico o molecular, no es menos cierto que también es necesaria la toma del poder político, óntico, molar o metafísico, a través de la cual el propio antipoder establece su hegemonía intra-nacional y transnacional. ¿Acaso Donald Trump o Javier Milei están cambiando el mundo sin tomar el poder? ¿No saben librar sus batallas en dos frentes discrepantes, molecular y molar? ¿Queremos seguir abandonando a Lenin, Gramsci o Maquiavelo en manos del enemigo? Hoy, si el feminismo constituye el más potente movimiento revolucionario, lo hace porque es propiamente leninista, en cuanto que está llevando a cabo su lucha a la vez en el frente ético de la formación de una nueva comunidad anti-patriarcal y en el frente político de la toma del poder estatal, al asumir la «diferencia originaria», solo resoluble de forma creativa y no doctrinal, entre estos dos frentes heterogéneos. Lo «originario» de todo proceso revolucionario, según el Lenin de Cabezas, no se halla en lo ético, que del Barco y los teóricos spinozistas y anarquistas contemporáneos confunden con lo político, sino en la diferencia o «différance», entendida como identidad siempre ya diferida, entre lo ético y lo político.

Un filósofo judío entre fedayines // Diego Tatián

En septiembre de 1982, Jean Genet fue uno de los primeros extranjeros en entrar al campo de refugiados de Chatila en Beirut, apenas sucedida la masacre en la que allí y en Sabra murieron cientos de palestinos de manera atroz, a manos de milicias cristianas habilitadas para ello por las fuerzas de ocupación israelíes (“En Chatila, en Sabra, unos no-judíos han masacrado a unos no-judíos, ¿en qué nos concierne eso a nosotros?”, dirá cínicamente días después el primer ministro Begin ante el parlamento israelí). La operación estuvo coordinada por el futuro primer ministro Ariel Sharon, en ese momento ministro de defensa. El hecho sería calificado como un acto de genocidio por la Asamblea de las Naciones Unidas.

               Bajo estado de conmoción Genet redacta un texto tremendo, de amplia repercusión internacional, que titula Cuatro horas en Chatila (“—¿Viene de allá? (su dedo apuntaba a Chatila). —Sí. —¿Ha visto? —Sí. —¿Va a escribirlo? —Sí. Me devolvió el pasaporte. Me hizo una señal para que me fuese. Los tres fusiles se bajaron”). Años más tarde vuelve a escribir sobre la causa palestina en Un cautivo enamorado (Un captif amoureux) -publicado póstumo a partir de los manuscritos en los que trabajaba al momento de morir en 1986. Se trata de una memoria de sus encuentros con los fedayines (combatientes), junto a los que había vivido dos años en 1970 en los campos de refugiados de Jordania (“he vivido la época jordana como un cuento de hadas”, escribe luego de Chatila).

               Este apunte nace por la curiosidad de una mención extraña. La que testimonia la presencia de Spinoza, uno de los mayores tesoros culturales del pueblo judío, en los campamentos palestinos. En Un cautivo enamorado el nombre de Spinoza aparece en dos ocasiones. En la primera a través de Alí, un muchacho que moriría en la masacre de Tel al-Zaar, en agosto de 1976. Genet pone en su boca que “En Tel al-Zaatar los jefes -dice los jefes, no los responsables- hablan entre ellos por lo bajo, a veces en voz muy alta, como si fuéramos incapaces de entender lo que dicen. Desarrollan elevadas especulaciones en las que Spinoza está siempre presente a pesar de sus orígenes… Nosotros, los simples fedayines, nos callábamos para escuchar” (Cemal Bali Akal recuerda este pasaje en un precioso libro reciente sobre la pintura holandesa del siglo XVII y la filosofía spinozista).

               Poco más adelante, se evoca nuevamente a Spinoza en boca de Moubarak, un fedayín palestino negro proveniente de Sudán, con quien Genet mantenía largas conversaciones sobre la negritud (“Los negros -le dice en una de ellas- no podemos existir por nuestra inteligencia. Sólo podemos decir que existimos si nos metemos bajo la piel de otros”). Y luego: “Como negro, me forzaron [a aprender la lengua árabe], pero soy animista. El único jefe que admito es un judío, Spinoza”.

 

               Después de haber sido abandonado por su madre y conocer desde niño la vida en correccionales, orfanatos y prisiones, Genet desarrolló el arte de sobrevivir al margen de la ley sin dejar de mostrar la sordidez de los “normales” y la criminalidad de los valores socialmente admitidos. Quizá ese malditismo ya no es sostenible para nosotros por haberse convertido en una ingenuidad -en el mejor de los casos. Pero importa detenerse en un motivo extraño que, aunque poco advertido, aparece muy recurrente bajo la pluma de genetiana: la belleza, el contenido político de la belleza, “la fuerza de esa dicha de ser [que] también se denomina belleza”.

               Esta palabra, a la que adjudica un sentido complejo, quizá sea la que orienta su compromiso y su búsqueda de un arte de vivir (es decir de hacer algo con lo que hicieron de nosotros, como quería Sartre): “En las bases palestinas, durante la primavera de 1971, la belleza estaba sutilmente difusa en un bosque animado por la libertad de los fedayines. En los campamentos de refugiados la belleza se establecía como el reino de las madres y los hijos, y era diferente, un poco más ahogada”. El propósito de la revolución no es -escribe en el texto sobre Chatila- la libertad o la virtud como propone Arendt. Más bien, “haría falta tal vez reconocer que las revoluciones y liberaciones se dan (en el fondo) con el fin de encontrar o reencontrar la belleza”, pero en un significado no habitual de la palabra: “por belleza entendemos una insolencia reidora a la que desafían la miseria pasada, los sistemas y los hombres responsables de la miseria y de la vergüenza, pero una insolencia reidora que percibe que el estallido, lejos de la vergüenza, era fácil”.

               El estallido, sin embargo, no es fácil. Tampoco sabemos ya si es deseable, en caso de haberse desvanecido todo horizonte emancipatorio que pudiera dotarlo de sentido. Solo sabemos que es inevitable cuando se produce, e imposible si no lo hace. Tal vez el signo que el nombre de Genet encripta -el elogio del mal y la transgresión- sea objeto de una obsolescencia. No así las condiciones que motivaron su tan singular escritura, su compromiso con las vidas breves y su repulsa de tanto daño.

               En tanto, es hermoso imaginar que el nombre de Spinoza es atesorado por millones de judíos que en Israel y en todo el mundo se oponen a la masacre de Gaza, tanto como entre quienes se resisten a ser destruidos y encuentran en sus ideas cosas que pensar, y en él a un compañero.

              

[En la imagen, Genet en un campo de refugiados palestino de Jordania, 1971]

 

Fábrica de adicciones digitales: un laboratorio de diseño de conducta para el sometimiento // Enrique Aurelli

Comprender que, si hablamos de tecnología,  no solo lo estamos haciendo de aparatitos y programas, es la primera premisa. Desde una perspectiva, todo lo que comprendemos como instrumento de “progreso” de la humanidad esta munido de alguna clase de tecnología. Desde el manejo del fuego, la escritura, la producción y conservación de alimentos, los sistemas políticos, la medicina y mas.

En este siglo, la tecnología ha dejado de ser una mera herramienta que manejábamos para convertirse en una extensión de nuestra propia existencia, existencia que alguien maneja. Las pantallas nos acompañan desde que despertamos hasta que dormimos, mediando nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestro ocio y nuestra forma de entender eh interactuar con el mundo.  

Existen algunas preguntas fundamentales que pocos se atreven a formular: ¿qué ocurre cuando estas tecnologías no son instrumentos pasivos, (nunca lo fueron), sino que están diseñadas activamente para moldear nuestra conducta? Y ¿Cómo influyen las estrategias de diseño de comportamiento en nuestra subjetividad y en la forma en que construimos nuestra realidad?

Pretendemos con este texto adentrarnos en el controvertido campo del diseño de la conducta social, intentando darle puntapié inicial y revelando cómo los laboratorios de investigación, las grandes corporaciones tecnológicas y los intereses geopolíticos convergen para crear un ecosistema digital que influye en nuestras decisiones, hábitos y percepciones. A través de un análisis crítico, examinaremos el trabajo del Stanford Behavior Design Lab, liderado por B.J. Fogg, y su impacto en  las personas, las democracias actuales, y como mediante el desarrollo de plataformas digitales como Facebook e Instagram, nos afectan, desentrañando las implicaciones éticas y políticas que estas prácticas tienen para la soberanía de los pueblos, particularmente desde la perspectiva crítica de los pueblos siempre explotados de Suramérica.

De Zimbardo a Fogg: vector del diseño de conducta.

La historia comienza en los pasillos de la Universidad de Stanford, donde el joven Brian Jeffrey Fogg, tras escuchar una conferencia del psicólogo Philip Zimbardo —conocido por el infame «Experimento de la cárcel de Stanford»— decidió estudiar ciencias del comportamiento. Zimbardo había demostrado en 1971 cómo las situaciones podían transformar drásticamente la conducta humana, llevando a personas comunes a comportarse de manera autoritaria y cruel cuando se les asignaba el rol de guardias en una prisión simulada. Un experimento largamente usado por las dictaduras de derecha en el Sur Global.

Este experimento, financiado por el gobierno estadounidense con el pretexto de entender el origen de los conflictos en su sistema penitenciario, tuvo que suspenderse por los altos niveles de conductas abusivas que rápidamente se convirtieron en sádicas. La conclusión a la que se arribó es demoledora: la situación influye en la conducta humana; poner a personas buenas en un lugar malo las hace actuar mal o resignarse a ser maltratadas, a punto tal que Zimbardo afirmó: «la mayoría de nosotros podemos ser seducidos para comportarnos de una manera totalmente atípica con respecto a lo que creemos que somos».

Fogg, quien tuvo como asesor de su proyecto doctoral a Zimbardo, junto con Clifford Nass, Byron Reeves y Terry Winograd, absorbió estas lecciones y las llevó a un nuevo terreno: el de la tecnología digital. En 1997, presentó como trabajo final de estudios el concepto de «Captología», definida como la forma de mantener más tiempo a una persona delante de una pantalla de ordenador mediante técnicas de captación de la atención.

El potencial de este enfoque no pasó desapercibido para Stanford, que le ofreció abrir un laboratorio que inicialmente se llamó «Laboratorio de Tecnología Persuasiva». Este centro de investigación se convertiría en el epicentro de una revolución imperialista silenciosa en el diseño de comportamientos humanos a escala global.

brica de adicciones digitales: El Laboratorio de Diseño de Conducta para el sometimiento.

El Stanford Behavior Design Lab (anteriormente conocido como Stanford Persuasive Technology Lab) se fundó en 1998 como parte del Instituto de Investigación Avanzada de Ciencias y Tecnologías Humanas (H-STAR) de la Universidad de Stanford. Su objetivo declarado era investigar cómo los productos informáticos, desde sitios web hasta software para teléfonos móviles, podían diseñarse para cambiar lo que la gente cree y hace.

Este laboratorio no operaba en el vacío. Se insertaba en una tradición iniciada por Fred Terman, decano de Stanford en 1951, quien comprendió que la inversión del estado federal en investigación había sido clave para la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Terman desarrolló el Parque Industrial de Stanford en Palo Alto, California, estableciendo un modelo tripartito: «Está el dinero del gobierno, está la universidad y la industria. Quería un vínculo estrecho entre la industria y la universidad con el dinero del gobierno apoyando la educación de los estudiantes que luego ingresarían a la industria».

Por este laboratorio pasaron figuras que transformarían el panorama tecnológico global. Mark Zuckerberg visitó sus instalaciones buscando formas de potenciar Facebook. Uno de los alumnos de Fogg, Joshua Reeves, creó una aplicación para felicitar cumpleaños en Facebook, característica que contribuyó significativamente al crecimiento de la plataforma. Otro discípulo, Mike Krieger, desarrolló una aplicación para compartir fotografías y recibir «likes» que inicialmente llamó «Mirando al sol» (suena canción fascista española, ¿no?) y que hoy conocemos como Instagram.

Con el tiempo, Fogg modificó su terminología, abandonando el término «Captología» por «Behaviour Design» (Diseño de Conducta), y rebautizó su centro como «Laboratorio del Diseño de Conducta». Este cambio no era meramente semántico, sino que reflejaba una comprensión más profunda y sistemática de cómo modificar el comportamiento humano a través de la tecnología.

El modelo alienante de Fogg: La arquitectura de la persuasión digital.

La herramienta conceptual clave desarrollada por Fogg es su modelo de comportamiento, resumido en la fórmula B=MAP. Según este modelo, un comportamiento (B) ocurre cuando convergen simultáneamente tres elementos:

  • Motivación (M): El deseo de realizar una acción. Puede ser intrínseca (la persona ya quiere hacer la acción), extrínseca (hay beneficios o consecuencias) o contextual (surge del entorno).
  • Habilidad (A): La facilidad para realizar la acción. Depende de factores como el tiempo disponible, los recursos económicos, el esfuerzo físico y mental requerido, y la integración con la rutina existente.
  • Desencadenante (P): La señal que activa el comportamiento. Puede ser un facilitador (alta motivación, baja capacidad), una señal (alta capacidad, alta motivación) o una chispa (alta capacidad, baja motivación).

 

Las plataformas digitales utilizan este modelo para diseñar experiencias que fomenten la participación, la interacción,  el consumo y dependencia. Las notificaciones constantes, los sistemas de recompensas, la personalización algorítmica y la simplificación de las acciones son estrategias derivadas de este modelo para influir en el comportamiento de los usuarios.

En 2012, Facebook llevó estas técnicas a un nuevo nivel al manipular a 700.000 usuarios sin su consentimiento para obtener evidencias de contagio emocional a escala masiva. La compañía generó estímulos específicos para que los usuarios produjeran publicaciones con contenido positivo o negativo, demostrando su capacidad para influir en los estados emocionales colectivos al mejor estilo del condicionamiento clásico de Pavlov.

Este experimento reveló algo perturbador: las plataformas digitales no solo registran nuestros comportamientos, sino que pueden moldearlos activamente. Como señala el filósofo Byung-Chul Han, estamos ante un conocimiento integral de la dinámica inherente a la sociedad de la comunicación, un conocimiento de la dominación sobre la psiquis en un nivel prerreflexivo.

La frontera imperial: Colonización de la subjetividad.

La implementación masiva de estas tecnologías persuasivas constituye lo que podríamos denominar una «colonización de la subjetividad». Nora Merlín, Magister en Ciencias Políticas y discípula de Ernesto Laclau, afirma que el neoliberalismo (y por extensión el concepto del anarco-capitalismo) opera como un régimen de colonización de la subjetividad que obtura, con objetos tecnológicos y sus productos asociados, la falta estructural del sujeto y de lo social.  Le podemos integrar la sobre produccion de dopamina que estimula y produce adición a los usuario, sobe todo en las  niñeces.

Esta colonización se manifiesta en varios niveles:

  1. Adicción y pérdida de control: Las plataformas digitales están diseñadas para captar nuestra atención y mantenernos enganchados. Los bucles de retroalimentación, las recompensas intermitentes y la sensación de conexión social pueden generar adicción y dificultar el control sobre nuestro tiempo y nuestra conducta.
  2. Manipulación y desinformación: Las tecnologías persuasivas pueden ser utilizadas para manipular nuestras emociones, difundir desinformación y polarizar la opinión pú Los algoritmos de recomendación pueden crear burbujas de información que refuerzan nuestros sesgos y limitan nuestra capacidad crítica.
  3. Pérdida de autonomía: El diseño de la conducta puede socavar nuestra autonomía al influir en nuestras decisiones de manera sutil e inconsciente. Podemos terminar actuando de una manera que no refleja nuestros verdaderos deseos o valores.
  4. Vigilancia y control: La recopilación masiva de datos y el uso de algoritmos de inteligencia artificial permiten a las plataformas digitales conocer nuestros gustos, preferencias y comportamientos. Esta información puede ser utilizada para vigilarnos, controlarnos y predecir nuestras acciones.

El resultado más preocupante de esta colonización es el rechazo a «lo que hace límite o funciona como imposibilidad», lo cual condiciona la construcción de vínculos comunitarios. En términos concretos, se traduce en individuos cada vez más aislados, incapaces de organizarse colectivamente para defender sus intereses comunes, atrapados en una ilusión de conexión que en realidad profundiza su soledad.

y la geopolítica del diseño de conducta: El poder blando.

El diseño de la conducta no es solo un fenómeno tecnológico, sino también un instrumento de poder geopolítico. Langdon Winner, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Berkeley, afirma en su texto «¿Tienen política los artefactos?» que los objetos tecnológicos poseen propiedades políticas de dos formas: condicionando los usos (educando al ciudadano en tanto la tecnología tiene una determinada forma de utilizarse) y condicionando la forma de vida íntegramente en pos de una producción basada en artefactos tecnológicos.

A estas dos consideraciones podemos sumarle una tercera: la del condicionamiento de la forma de vida íntegra mediante tecnologías persuasivas que proyectan trastornos del comportamiento en una población objetivo. Estas tecnologías se caracterizan por generar la necesidad compulsiva e incontrolable de estar conectado a las redes sociales, lo que lleva a una pérdida del control y una interferencia significativa en la interpretación, narración y comprensión de la vida diaria, creando una ausencia total del entendimiento del entorno.

Estados Unidos, a través de instituciones como la Universidad de Stanford y el financiamiento de investigaciones por parte del Departamento de Defensa, ha sido un actor clave en el desarrollo y la difusión del diseño de la conducta. Las plataformas digitales se utilizan como herramientas de poder blando para exportar valores culturales, promover el consumo y moldear la percepción del mundo.

La estrecha relación entre el gobierno estadounidense y estos centros de investigación quedó evidenciada en octubre de 2023, cuando la Universidad de Stanford fue condenada por el Departamento de Justicia a pagar una multa de US$ 1,9 millones por tener investigadores y asistentes que habían recibido compensación del extranjero por su trabajo en 16 proyectos con financiación del Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea, la NASA y la Fundación Nacional de Ciencias.

Esta relación simbiótica entre el estado norteamericano y el sistema universitario está sistemáticamente controlada con la intención de crear sentido en las poblaciones objetivo y sostener herramientas de poder blando autosustentables. Estas herramientas, mediante su programación, pueden inducir a las comunidades a tomar decisiones contrarias a su propio beneficio como sociedad.

De la caverna de Platón a la meritocracia de falsa bandera.

La competencia global por el dominio de la inteligencia artificial y las tecnologías persuasivas se ha convertido en un campo de batalla geopolítico, donde los Estados compiten por la influencia y el control. En este contexto, el diseño de conducta emerge como una forma de dominación más sutil pero no menos efectiva que las formas tradicionales de poder.

Esta nueva forma de dominación opera sobre la psiquis humana a un nivel prerreflexivo, condicionando nuestra percepción de la realidad y nuestras posibilidades de acción. Como los prisioneros de la caverna de Platón, somos manipulados para ver solo las sombras que los controladores de la tecnología quieren que veamos, mientras la realidad queda oculta tras la pantalla.

La Universidad de Stanford, mediante la aplicación de proyectos de investigación en los productos de la industria de la comunicación digital, genera cambios de conductas en los usuarios de esas herramientas a escala global. Estos cambios están dentro del marco de lo que puede considerarse adicciones, ya que las plataformas están diseñadas para fomentar y multiplicar su uso.

El mito de la meritocracia funciona como una «falsa bandera» que oculta las verdaderas relaciones de poder. Mientras el discurso neoliberal promueve la idea de que cualquiera puede triunfar si se esfuerza lo suficiente, las estructuras tecnológicas diseñadas para moldear conductas perpetúan y profundizan las desigualdades existentes, beneficiando a quienes ya se encuentran en posiciones privilegiadas.

Una perspectiva.

Desde la perspectiva de pueblos siempre explotados, estas tecnologías persuasivas representan una nueva forma de colonialismo, que ya no se limita a la explotación de recursos naturales o la ocupación territorial, sino que se extiende a la ocupación de la subjetividad misma.

Este tecno-feudalismo, como lo han denominado algunos teóricos, está conduciendo a una híper liberalización ultra neoliberal que profundiza la alienación, debilita los lazos comunitarios y erosiona la solidaridad. La consecuencia es una pérdida del compromiso con otros seres humanos y sus comunidades, así como de la necesidad de organizarse en espacios físicos comunes para cambiar lo que no beneficia a todos dentro de una democracia.

Uno de los efectos más perniciosos de esta colonización subjetiva es la fijación de la incorrecta idea de que la política es inherentemente corrupta, lo que deriva en un macartismo renovado y la persecución sobre los políticos populares y críticos. Esta persecución es instrumentada por las derechas y los fascismos, que son utilizados como bestias de carga por las élites oligárquicas planetarias del imperialismo.

El objetivo final parece ser la neutralización de cualquier mirada tercermundista, cualquier perspectiva desde el sur global que esté formada y que crea en la justicia social, la soberanía política y la independencia económica de los pueblos. Las tecnologías persuasivas sirven así como herramientas para desarticular las resistencias, atomizar las luchas y dificultar la emergencia de alternativas al orden neoliberal global.

Soberanía mental para el uso de lo digital: Alternativas y resistencias.

Ante la colonización de la subjetividad, es fundamental construir una soberanía digital que nos permita recuperar el control sobre nuestras vidas y nuestras sociedades. Esto implica desarrollar alternativas tecnológicas, promover la educación crítica, impulsar políticas públicas y construir espacios de resistencia comunitaria, pero no solo cuando recuperemos el estado, hay que poner recursos hace 20 años atrás…

  1. Tecnologías libres y descentralizadas: El uso de software de código abierto, plataformas autogestionadas y redes descentralizadas puede reducir nuestra dependencia de las grandes corporaciones tecnológicas y permitirnos tener un mayor control sobre nuestros datos y nuestras interacciones. Si su uso no fuera una gran barrera para el comun denominador de la población alfabetizada digital mente o no, tal vez funcionaría. Lo que es cierto es que aun no se extiende pues el modelo vigente sigue siendo el del dominador. La mayoría de habituales usuarios aunque activistas muchos, no dejan de alguna forma de responder al modelo de éxito/meritocratico/ego/incel que plantean las ultra proyectadas imágenes de los exitosos tecno feudalistas de los últimos 45 años…
  2. Educación crítica y alfabetización digital: Es fundamental desarrollar habilidades para analizar críticamente la información, identificar las estrategias de persuasión y proteger nuestra privacidad en el entorno digital. Claro que se debería, desde las organizaciones libres del pueblo, conformar y garantizar espacios físicos con los recurso necesarios para afrontar la formacion de cuadros tecnológicos para la liberacion, cosa que no se hizo.
  3. Regulación y políticas públicas: Los Estados, particularmente en el Sur Global, deben implementar regulaciones que protejan los derechos de los usuarios, promuevan la competencia y fomenten el desarrollo de alternativas tecnológicas que respondan a las necesidades y valores locales. Los estados Nacionales y Populares digo.
  4. Resistencia comunitaria: La organización y la acción colectiva son fundamentales para resistir la colonización de la subjetividad y construir un futuro digital más justo y equitativo. Es necesario recuperar los espacios físicos de encuentro y debate, fortalecer los lazos comunitarios y construir redes de auto formacion y solidaridad que trasciendan lo virtual, el gran desafío. En lo personal creo que la creación y conducción de estos espacios formativos transdiciplinarios solo se pueden dar por parte de la generación bisagra, la con una pata en cada siglo, con experiencia en el cuero, con años vividos en cada crisis desde la década 1970 hasta la actualidad, puede afrontar el reto.  Generación bisagra a la que nadie le va contar lo que es cagarse de hambre y tener que organizarse para mofar o lo que sea. Eso si, ninguna generación esta exenta de runflas y mal aprendidos.

 

La urgencia de recuperar el control.

La colonización de la subjetividad representa uno de los mayores desafíos de nuestra época. El diseño de la conducta, las tecnologías persuasivas y el poder de las grandes corporaciones tecnológicas amenazan nuestra autonomía, nuestra libertad y nuestra capacidad para construir un Democracia popular.

Lo que comenzó como una investigación académica en los pasillos de Stanford se ha convertido en un sistema global de dominación, sometimiento y manipulación conductual que sirve a los intereses geopolíticos de las potencias hegemónicas y las élites económicas transnacionales. Este sistema no solo profundiza las desigualdades existentes, sino que dificulta e impide el surgir de alternativas al orden ultra neoliberal global.

Aunque B. J. Fogg promueva la idea de «hábitos mínimos» para generar «cambios positivos», nuestra perspectiva crítica nos obliga a cuestionar profundamente quién establece los parámetros de ese «cambio positivo» y si estas metodologías, aparentemente inocuas, no pueden ser instrumentalizadas para consolidar conductas que favorecen intereses particulares, a menudo en detrimento de las mayorías. La delgada frontera entre la asistencia para alcanzar objetivos personales y la manipulación con fines ajenos es un punto central de nuestra preocupación.

 

Debemos recordar brevemente en qué consisten los «hábitos mínimos» según Fogg. Basándonos en su libro «Hábitos mínimos: Pequeños cambios que lo transforman todo»y la explicación de su modelo de comportamiento (B=MAP), la propuesta se centra en iniciar con acciones diminutas, fáciles de realizar y gratificantes, que se integran en la rutina diaria para generar cambios de comportamiento a largo plazo. Fogg sugiere una fórmula donde el comportamiento (C) ocurre cuando la motivación (M), la habilidad (H) y el estímulo (A) convergen. La clave está en la simplicidad y la celebración inmediata del pequeño logro

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Ahora bien, la pregunta fundamental es: ¿quién define qué se considera un «cambio positivo» que se debe promover a través de estos «hábitos mínimos”?. Fogg y su laboratorio operan desde la Universidad de Stanford, un epicentro de la innovación tecnológica en Estados Unidos. Esta institución tiene vínculos históricos y financieros con el poder estatal de seguridad y la industria sobre todo militar. Por lo tanto, los «cambios positivos» que se buscan impulsar podrían estar alineados, consciente o inconscientemente, con los intereses y la cosmovisión de ese contexto geopolítico y económico dominante.

  • Soberanía y Autodeterminación: Desde nuestra perspectiva, la definición de «progreso» y «bienestar» debe emanar de nuestras propias realidades, necesidades y cosmovisiones como pueblos suramericanos.

. Si un laboratorio en un centro de poder global define qué «hábitos» son «positivos» para nosotros, ¿no estamos ante una nueva forma de colonización, no ya territorial, sino conductual y subjetiva?

. ¿Se están considerando nuestras historias de resistencia, nuestras luchas por la independencia política y económica, o se nos está imponiendo un modelo de «cambio» funcional a otros intereses del imperialismo pero con juguetes nuevos?

  •  

Justicia Social y Equidad: El concepto de «cambio positivo» debería estar intrínsecamente ligado a la reducción y eliminación de las desigualdades, la promoción de la justicia social y el empoderamiento de las comunidades marginadas. Si los «hábitos mínimos» recomendados por Fogg se aplican sin una conciencia crítica de las estructuras de poder existentes, corremos el riesgo de que refuercen las dinámicas desiguales. Por ejemplo, ¿se están promoviendo «hábitos» que fomentan el consumo de productos de ciertas corporaciones, o se están impulsando prácticas que fortalecen la autonomía y la economía nacional popular?

 

La delgada línea entre ayudar y manipular se vuelve especialmente borrosa cuando consideramos el poder de las «tecnologías persuasivas» desarrolladas y estudiadas en el laboratorio de Fogg.  Estas tecnologías están diseñadas para influir en nuestras actitudes y comportamientos, a menudo aprovechando sesgos cognitivos y creando bucles de retroalimentación que fomentan la adicción y el uso continuado. Si se aplican los principios de los «hábitos mínimos» en este contexto, ¿no podrían estar dirigidos sutilmente a mantenernos enganchados a ciertas plataformas, a consumir ciertos contenidos, o a adoptar ciertas conductas que benefician a las empresas tecnológicas y a sus inversores, en lugar de nuestro bienestar genuino? Ósea luego terminan votando como en argentina en 2015 o 2023…

 

La actividad humana, impulsada por el conocimiento científico aplicado, genera objetos prácticos con fines específicos dentro de un sistema social y económico . Las tecnologías persuasivas, y por extensión las metodologías de diseño de comportamiento como la de Fogg, son ejemplos claros de diseños destinados a obtener un comportamiento determinado de los usuarios, modelando su percepción de lo que es posible o restringido.

 

Debemos preguntarnos si estos «hábitos mínimos» no son una nueva herramienta para la «colonización de la subjetividad», donde se nos induce a adoptar ciertos comportamientos que, aunque parezcan pequeños e individuales, contribuyen a un orden social y económico que no necesariamente nos beneficia.

 

El neoliberalismo utiliza objetos tecnológicos para obturar la falta estructural del sujeto y condicionar la construcción de vínculos comunitarios. Los «hábitos mínimos» podrían ser una manifestación de esta lógica, ofreciendo soluciones individuales y fragmentadas a problemas que son, en realidad, estructurales y colectivos.

 

Se nos impulsa a cambiar pequeños hábitos personales, mientras se mantienen intactas las estructuras de poder que generan las desigualdades y la injusticia.

 

Por lo tanto, si bien la idea de generar cambios positivos a través de pequeños pasos puede tener un atractivo inicial, debemos ser profundamente escépticos y analíticos sobre quién define esos «cambios positivos», con qué intereses están alineados, y si las metodologías propuestas no son, en última instancia, una forma sutil y efectiva de perpetuar la dependencia y la subordinación en el ámbito digital y, por extensión, en la vida social y política.

 

La clave está en desarrollar nuestras propias definiciones de bienestar y progreso, basadas en nuestra historia, valores comunitarios y necesidades, y en construir colectivamente caminos de transformación que realmente nos empoderen como pueblos.

 

A pesar de los habituales emergente del imperialismo, la resistencia y el combate siempre son posibles. A través de la educación crítica, la organización colectiva y la acción política podemos recuperar el control sobre nuestras subjetividades,  construir un entorno humano y digital que responda a las necesidades y valores de nuestros pueblos. La lucha por la soberanía tanto de sentido como la digital es, en última instancia, una lucha por la autodeterminación de los pueblos en la era de la hiper información tecno feudal y de Novos fascismos.

Frente a un sistema diseñado para atomizarnos, alienarnos, explotarnos y controlarnos, debemos responder con acción, solidaridad, organización y conciencia crítica. Solo así podremos transformar las tecnologías, (no solo los aparatos electrónicos digo, sino toda la tecnología) de la dominación en herramientas para la emancipación, recuperando el control sobre nuestras vidas y nuestras sociedades.

Y para ello solo hace falta una cosa,  juntar los cuerpos y emprender acciones.

 

 

 

Referencias

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Bilinkis, S. (2019). Atrapados en la era digital. Guía para sobrevivir al presente. Avellaneda: Sudamericana.

Byung-Chul, H. (2022). Psicopolítica. Valentín Alsina: Herder.

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Fogg, B. J. (2024). BJFogg.com. Obtenido de BJFogg.com: https://www.bjfogg.com/about

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Lockton, D., Harrison, D., & Stanton, N. (5 de 2010). El método de diseño con intención. (C. I. Factors, Ed.) Ergonomía Aplicada, 119, 382-392.

Merlín, N. (2017). Colonización de la subjetividad. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Letra Viva.

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Winner, L. (1980). ¿Tienen política los artefactos? (M. Press, Ed.) Dédalo Revista de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias, 109(1), 121-136.

No soy un libro // Diego Sztulwark

Santiago Caputo no es un personaje interesante. Dice de sí: «yo no soy un libro». Es un consultor, un emergente de las redes y las encuestadoras, que soñó con ser espía y quedó a cargo de un gobierno. Su paso por la Facultad del Ejército y por Ciencia Política de la UBA no le dieron a este sobrino radical de Dante Caputo una formación particular. Su paso por la Facultad de Sociales consistió en rechazar la bibliografía y militar a Franja Morada. Fue Yacobitti quien lo rescató para la política sin ciencia. Maia Jastreblansky y Manuel Jove (ella de La Nación, él de TN) han escrito un libro sobre él. La llamaron El monje. Marketing previsible (comprensible: no lo iban a llamar «el hombre que se creía Lönnrot»). Allí cuentan que el joven radical, enfrentado a leer a Ernesto Laclau o a Walter Benjamin, escapó hacia las series norteamericanas de plataformas. La imagen que se hacen de Caputo es la que Caputo quiere difundir: alquien cuya imaginación no es teórica sino mítica. Escribir sobre Caputo, ¿por qué no? Todo personaje tiene su lugar en el drama de una historia, a condición de detectar los puntos de intensidad que lo hacen formar parte de esa trama. No es el caso. El monje es un libro de un cierto periodismo que acumula entrevistas y redacta perfiles de figuras de «actualidad», sin reparar en las cuestiones dramáticas de los fenómenos en torno a los cuales estos personajes cuentan. En más de una oportunidad los autores aciertan al decir que las consultoras son investigación del mundo social, productoras de un conocimiento sin el cual no hay verdadera escucha de lo popular. Pero el problema que así presentan se va, se les escapa, o no les interesa. Pero ¿por qué importa Santiago? La respuesta que da el libro es que este miembro de la parte no macrista del clan Caputo se vio incluido en el «triángulo de hierro» –Milei dixit– que gobierna hace casi año y medio el poder ejecutivo. ¿Y por qué quedó allí incluido? Las razones parecen ser tres: entiende como nadie a un ser incomprendido que gobierna un país; se fascina el rol de guionista libertariano (guiona discursos presidenciales, dispositivos de poder y a jóvenes influencers), y porque tolera realizar tareas vidriosas. Si algo interesa del personaje y del libro es la sugerencia según la cual para la política 2.0 guionar es gobernar. ¿Qué espesor real tiene esta idea? Caputo llegó a Milei vía la consultora Move Groups, ex Durán Barba. La venta estándar del pack está hecho de encuestas, focus, análisis de redes y asesoría en táctica electoral. Move Groups ha sabido situarse en el corazón promiscuo de la política: en 2023 trabajó para el mileísmo, el macrismo, el massismo y el kirchnerismo (y La Cámpora). En cuanto al título del libro: la figura del «monje» remite al sigilo y la retracción, a la creencia y a la sabiduría. Caputo es un consultor al que le toca guionar un gobierno desde adentro. Que casi no muestra su rostro en público ni se le conoce la voz (quizá porque vale más hacer creer que hay algo que se oculta cuando no hay demasiado que mostrar). La pasión política del consultor no está ligada a fe alguna, sino al pacto de saber técnico de venta de candidatos por dinero. La sabiduría que ostenta este monje 2.0 carece de esoterismos que no sean surgidos de películas y publicaciones de la derecha extrema nortemamericana. Excepto por su evocación a Parravicini, de quien surge el nombre Faro, de la fundación oficial que recauda dinero para las elecciones 2025. Caputo no es tampoco hombre de acción, salvo que por tal se entienda el oficio del operador político que aprieta legisladores y nombra funcionarios en la SIDE. Demasiado burocrática su idea de la aventura. Frente al modelo del hombre de acción que perturba los ideales del siglo XX -un Limónov- Caputo no pasa de la categoría de funcionario llibertariano.

‘Adolescence’: el fracaso de la mirada adulta // Amador Fernández-Savater

¿Por qué se llama ‘Adolescencia’ cuando retrata fundamentalmente a los adultos? Son ellos los que actúan, los que preguntan, los que hablan. La serie es un espejo del espejo. Los adultos miran a los jóvenes y nosotros les miramos a ellos. ¿Qué podemos ver? Fundamentalmente, la incapacidad para entender. El fracaso de la mirada adulta.

¿Por qué los adultos son incapaces de entender? Porque son incapaces de escuchar. ¿Por qué son incapaces de escuchar? Porque son incapaces de amar. ¿Por qué son incapaces de amar? Porque no tienen tiempo. ¿Y por qué no tienen tiempo? Porque se pasan el día trabajando.

Sin escuchar y entender no es posible cuidar. La serie nos deja desazón y desasosiego al acabar porque nos pone frente a nuestra radical impotencia ante el mal.

Las instituciones adultas

En el primer capítulo vemos desplegarse la maquinaria penal. ¿Qué se nos muestra? La brutalidad policial en la detención de Jamie, el adolescente acusado de homicidio, la humillación a que es sometido en comisaría (la escena del cacheo), la frialdad y la distancia en el trato, la protocolización burocrática obligatoria de todos los comportamientos.

La maquinaria penal no busca entender, sino apresar, acusar, hacer confesar. La verdad que importa aquí no es la verdad humana o subjetiva (“todo lo que diga podrá ser usado en su contra”), sino la verdad penal, la verdad de los hechos, la verdad objetiva. Esa verdad fría exige la frialdad en los procedimientos, el lenguaje del desprecio y la deshumanización.

La maquinaria penal no está diseñada para comprender, se nos dirá, sino para averiguar y juzgar la verdad de los hechos. Asumamos que sea así, aunque eso vacíe la palabra “reinserción”, pero ¿dónde se comprende entonces? ¿Qué institución trata de entender algo para transformar y conjurar el mal? ¿Será tal vez la Escuela?

En el segundo capítulo la policía se acerca al instituto de Jamie buscando pruebas. La serie nos muestra la Escuela como un espacio completamente desbordado: los profesores corren de un sitio para otro apagando fuegos, apercibiendo a los chicos, tratando de articular algo.  Demasiadas urgencias que resolver, demasiadas demandas que atender, demasiada velocidad, demasiada complejidad.

Sin capacidad para ralentizar el tiempo y pensar, la Escuela se limita a gestionar y contener el caos

Saturación, piloto automático, huida hacia adelante. Sin capacidad para ralentizar el tiempo y pensar, sin espacios comunes donde conversar y elaborar, la Escuela se limita a gestionar y contener el caos. Pero tampoco entiende nada. La adolescencia se ha vuelto completamente ilegible para ella. La directora jamás escuchó la palabra ‘incel’.

¿Y la familia? El último capítulo de la serie se adentra en el ámbito familiar de Jamie. El chico se volvió un extraño para sus padres y su hermana, encerrado en los círculos concéntricos del cuarto y la pantalla. Antes, los padres podían tal vez sentarse a ver la tele con sus hijos y conversar sobre lo que veían. Ahora es imposible. No sólo porque los chicos reciban a solas las imágenes, sino porque desconocen sus códigos de significado. Ni saben lo que ven, ni son capaces de entenderlo.

El desencuentro es radical. Capítulo a capítulo, asistimos al fracaso de las instituciones adultas para escuchar, para comprender, para cuidar. Ni saben, ni pueden, ni quieren. Sólo pretenden controlar lo que se ha vuelto incomprensible para ellas. Como no lo entienden, lo temen. Como lo temen, lo reprimen. Pero al hacerlo sólo agravan el caos.

El comentado plano-secuencia en el que se desenvuelve la serie, ¿no es el procedimiento idóneo para hacernos sentir el bucle ensimismado de la vida adulta? Sin cortes o interrupciones, sin aperturas o pasarelas hacia afuera, las estructuras adultas se han convertido en verdaderos callejones sin salida

Explicar sin escuchar

¿Qué es lo que las instituciones adultas rechazan escuchar? A las personas singulares y concretas, a cada uno y a cada cual. Son espacios sin sujeto. Los sujetos, en ellas, se vuelven objetos: de vigilancia y castigo, de cálculo y control, de extracción de datos y saber.

El tercer capítulo nos muestra un largo interrogatorio psicológico a Jamie. La psicóloga parece humana, en contraste con el frío burocrático y distante que reina en el centro carcelario de menores. Tal vez tiene buenas intenciones, ganas de empatizar y escuchar, pero identificada con su función y su trabajo, elaborar un informe psicológico exprés para la maquinaria penal, su conversación se convierte en interrogatorio inquisitorial.

Freud inventó la relación analítica como un espacio donde el sujeto podía escucharse a sí mismo, entender algo por sí mismo y cambiarse a sí mismo. La relación analítica, mediada por un afecto de confianza, es una forma de encuentro y conversación. La psicóloga traiciona todo eso. La psicología en general traiciona todo eso cuando se pone el servicio del poder (sanitario, social, educativo) y no del sujeto.

 

La psicóloga necesita construir un relato. Pregunta desde ahí, escucha desde ahí, conversa desde ahí. No acompaña a Jamie a entenderse a sí mismo, desde sus propias palabras, con el tiempo que necesite, sino que pretende encajarle en un molde. Jamie se resiste con evasivas y gestos airados a las preguntas trucadas, al paripé de la empatía, a la traducción forzada de todo lo que dice. Se resiste a ser explicado.

Los adultos se quedan perplejos en la serie cuando las adolescencias no colaboran con ellos, cuando se encolerizan, cuando se rebelan. Están tan seguros de sí mismos, tan seguros de lo que hacen, tan seguros de que representan el bien… Se dirigen a los chicos como si fuesen inferiores, como si fuesen ganado, como si fuesen monstruos, y se sorprenden cuando los monstruos les muerden.

Explicar sin escuchar es el modo adulto de pensar, repleto de estereotipos. Los estereotipos pre-suponen y pre-juzgan: no hay nada singular que percibir o atender, lo podemos saber todo de antemano, a priori. Así se cancela lo más humano: lo contradictorio, lo complejo, lo impuro, lo imprevisto.

Explicar sin escuchar es el modo adulto de pensar, repleto de estereotipos

La serie intenta desafiar algunos de nuestros clichés. Jamie, el supuesto incel, no lleva gafotas ni tiene la cara llena de granos, sino que es un chico muy guapo. El padre no es el abusador de menores ni el maltratador de mujeres que estamos esperando. La familia no fracasa por exceso de crueldad, sino por razones bien distintas. La causalidad es siempre múltiple y, en el límite, un misterio singular a sondear cada vez.

No sólo somos el reflejo pasivo de varios condicionamientos (de raza, género o clase), sino también un sujeto singular, un modo particular de habitar las determinaciones, nuestras marcas de origen. Las categorías sociológicas o identitarias se convierten en pesados estereotipos cuando dejan de ser puntos de partida, términos de referencia, para convertirse en puntos de llegada, explicaciones masivas. Entender no es presuponer, estandarizar, sino escuchar el detalle, algo específico.

Escucha, amor y deserción

Escuchar es una palabra hermosa, pero un camino largo y difícil. Escuchamos, para empezar, sólo si no creemos saberlo ya todo. Si confiamos en que el otro tiene algo para decirnos, algo que no sabemos, algo que queremos o necesitamos saber. Pero los adultos saben, creen que lo saben todo, eso precisamente les constituye como adultos en esta sociedad.

Adam, el hijo del policía que lleva el caso de Jamie, se acerca a su padre. Quiere explicarle algunos códigos del lenguaje de internet que a todas luces el padre desconoce. “No soporto verte patinar así”. El padre se come el orgullo y le escucha.

Es tal vez la escena más importante de la serie, quizá la única donde se rompe el bucle ensimismado en que viven los adultos. Es el chico quien sabe, es el hijo quien tiene algo que enseñarle al padre, son los adolescentes quienes conocen el presente y pueden explicárselo a los adultos.

El policía tiene súbitamente una revelación: no tiene ni idea de quién es su hijo. Le podría pasar exactamente lo mismo que a Jamie, ¿por qué no? También a él le humillan en el colegio, lo ha visto con sus propios ojos. El policía se larga del trabajo y se va con el chico a tomar algo, a conversar, a estar. El amor entre padres e hijos no consiste más que en eso: estar, sin más, regalarse tiempo, acompañarse. Así se escucha, con afecto, en lo informal, sin protocolo.

¿De qué se da cuenta repentinamente el policía? Ni más ni menos que de esto: la inutilidad de la policía para frenar el mal. La maquinaria penal ha sido capaz a lo largo de su historia de castigar algunos malos comportamientos, pero nunca podrá detener el mal. El miedo, el único recurso que tiene a mano, no cambia nada de fondo, no previene, no transforma.

Si queremos escuchar, debemos desertar. Eso nos dice la serie. Desertar de todo lo que nos roba el tiempo del afecto, el tiempo de los vínculos, del compartir sin más objetivos. Desde luego la loca exigencia de productividad 24/7 que se nos ha metido dentro, pero también la posición de superioridad que define la condición adulta. Desertar significa sustraer y preservar toda la humanidad posible.

“Incluso a un paralítico hay que preguntarle: ¿cuál es tu tormento?”, dice Simone Weil. Esa pregunta define para ella un verdadero vínculo de atención. Cuidar, atender al otro, es preguntar, no presuponer. Abrirse a un diálogo y a una respuesta inesperada, no prejuzgar. Arriesgarse al encuentro, no ponerse todo el rato por encima del otro. Salir del bucle. 

La transmisión inter-generacional no es una carrera de relevos entre padres e hijos, sino un encuentro. En toda la serie nadie habla realmente con Jamie. Nadie se dirige a él como sujeto. Nadie le pregunta cuál es tu tormento. Nadie le presta verdadera atención. 

El gobierno de Reino Unido ha anunciado que difundirá la serie gratuitamente en los institutos de todo el país. Me parece una gran iniciativa. Hay que mostrar urgentemente la serie, pero no a los adolescentes, sino a los profesores, los padres, los directores. Ponerla en todos los claustros, en todas las AMPAS, en todos los consejos escolares. Conversar sobre el fracaso de la mirada adulta, empezar la deserción.

La verdadera catástrofe es que todo siga igual.  

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* Este texto fue escrito tras largas conversaciones sobre la serie con Lula Amir. Lo leyeron, comentaron y discutieron también Álvaro García-Ormaechea, Raquel Mezquita, Lucía Currás, Vanesa Jiménez y Patricia Ruiz. Estar, conversar, pensar. 

Darse al pensar // Marcelo Percia

  1. La expresión darse a… repone la cuestión del don en el corazón del pensar.
 

El don no como acción que crea deuda, obligación o demanda de reciprocidad. El don no como extorsión velada o acuerdo de intercambio. No el dar, ni obsequiar, tampoco enseñar pensamientos, sino el acto del darse al pensar o de darse en el pensar.

 

Un momento apasionado en el borde de la emoción y el miedo. Una entrega que no se guarda nada, pero que, sin embargo, vacila. Una decisión que confía en el pensar, a la vez que sospecha de confusiones y desquicias de los pensamientos.

 
 
 

2.

 

Darse al pensar, a veces, acontece como demora, como orilla de un abismo prometedor, como asomada a un vacío que atrae, como llamado al abrigo de lo común, como gratitud y alegría de tener con quienes.

 

Darse al pensar condensa todas las formas del darse.

 

Pensar necesita de la amistad, de la escucha, del abrigo, de la profanación, de la cita, de la lectura, de la inspiración…Y así.

 

Darse al pensar equivale a darse a lo común: todo pensar se realiza como un común pensar.

 

Un común pensar que antepone lo común al pensar. Un común que prevalece al acto de pensar. Un común gestante.

 
 
 

3.

 

¿Qué empuja a pensar?, ¿un amor, una urgencia, un interés?, ¿la necesidad de abrigo, de sosiego, de respuestas?, ¿responsabilizarnos por actos que realizamos?, ¿haber llegado hasta un punto en el que se vuelve imperioso desaprender pensamientos que nos hacen sufrir?

 

Juan Carlos De Brasi (2015) anota que pensar supone hacer la experiencia de despertenecerse.

 

Tal vez, hacer el aprendizaje de que no tenemos propiedad ni domino sobre lo que nos pasa. Lo que no significa que no nos concierna o que no tengamos incumbencia.

 

Despertenecerse como abandono de arrogancias posesivas.

 

Despertenecerse como apertura de una jaula, de una ventana, de una posibilidad. Como fuga del territorio alambrado del yo sé.

 

Tal vez pueda concebirse un pensar clínico como desencierro o confianza en el desasimiento.

 

Un pensar que sondea ideas que abusan y encantan vidas. Un pensar que desentumece la disponibilidad de darnos a lo impensado.

 

El acto de pensar puede incurrir una y otra vez en lo ya pensado y, a veces, asomarse a lo todavía no.

 

4.

 

Muchas veces el acto de pensar acontece en silencio. Necesita de un tiempo sin apremios. Sin resultados e incluso sin pensamientos. En ocasiones leyendo o conversando sobrevienen ocurrencias que pueden pasar inadvertidas. Una de las labores del pensar consiste en detectar curiosidades, rarezas, nacimientos. Y proveerles silencio como si se tratara de una cuna.

 
 
 

5.

 

Tanto en un diálogo clínico, como en una conversación amorosa, cuando hablantes se sumen en el silencio, se suele preguntar: ¿en qué te quedaste pensando? Se imagina el silencio como el tiempo del pensar. Y, aunque se sospeche que no, se puede pensar en nada o ver pasar pensamientos como paisajes deshabitados.

 

(Aunque sabemos que pasajes deshabitados pueden estar, para otros ojos, repletos de vida).

 
 
 

6.

 

Se conoce el Popol Vuh, esa belleza de las letras de la antigüedad maya. Allí se cuentan los comienzos como tiempos de meditaciones entre criaturas divinas.

 

Se lee: “…todo estaba en suspenso, en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo. No había todavía vida, ni humana, ni animal, ni nada. No habían pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía. No había la tierra. Sólo el mar en calma y la esfera celeste inmóvil”.

 

Así estaba todo hasta que las divinidades iniciantes llegaron con la palabra. Vinieron desde la oscuridad “… y hablaron entre sí. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y sus pensamientos”.

 

O más adelante se lee: “…conferenciaron sobre la vida y la claridad, sobre cómo ocurrirá que aclare y amanezca, sobre cómo sucederá que se produzcan alimentos y sustentos”.

 

O se lee: “Como neblina, como nube y como polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las montañas”.

 

El comienzo se narra como una conversación entre divinidades en la que las palabras se unen con los pensamientos, cuando todavía el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida bajo las aguas.

 
 
 

7.

 

Nos piensan antes de nacer. Luego, desde que hablamos, pensamos.

 

En las íntimas entrañas del pensar, sin embargo, entre tantas bellezas abundan argumentos y razonamientos que amenazan, engañan, hacen sufrir.

 

Se dice que Demócrito, infatigable pensador de los tiempos de Sócrates, se arranca los ojos para pensar sin distracciones. O que Tiresias, sabio ciego de la literatura helénica, tiene visiones de tiempos pasados, presentes, futuros. O se recuerda que Edipo, al final de la tragedia de Sófocles, se quita los ojos para evitar que los dioses lo vuelvan a confundir valiéndose de su sentido más confiable.

 

No hacen falta mutilaciones para evitar fascinaciones y estafas, pero sí saber obnubilaciones que perturban.

 
 
 

8.

 

Algunos pensamientos sobrevienen como agua que refresca, otros como sentencias que martirizan.

 

Conversaciones clínicas celebran el acto de pensar, pero toman precauciones y ponen bajo sospecha altiveces que nos piensan.

 
 
 

9.

 

Desde comienzos del siglo veinte, se sabe lo que siempre se supo: pensar supone un trabajo. Pero, no se explica cómo hacerlo.

 

El marxismo alertaba sobre una falsa conciencia que llamó ideología. Nietzsche advertía sometimientos a la moral de la época y vanidades de la primera persona del singular. Freud observaba indicios de un habla inconsciente en la formación de síntomas, sueños, olvidos, actos fallidos. Izquierdas del psicoanálisis constataban que angustias y temores personales expresaban, también, angustias y temores de una época.

 

El acto de pensar acontecía como hermenéutica contra el sentido común o como paranoia crítica por tomar la expresión de Dalí.

 

Pensar también requería auscultar palabras. Entrever que cada vocablo, como sugería Carroll, se comportaba como una valija repleta de historias apretujadas. O que los significantes, como entendía Lacan, no sólo se soldaban a significados, sino que se aferraban a fantasmas.

 

El deseo de pensar, por donde se mirara, presumía engaños y confusiones.

 

Hubo quienes probaron escuchar pensamientos como Perseo cuando se enfrentó a la mirada petrificante de Medusa. Y se entrenaron para hacerse invisibles, para dejarse crecer alas en los pies y para defenderse con la oblicuidad de los espejos.

 

Hubo quienes probaron pensar como si estuvieran metidos en el cuadro de las Meninas de Velázquez analizado por Foucault: se miraron pensando y se escucharon pensar con oídos no calculados.

 

Hubo quienes probaron pensar emociones como si se tratara de criaturas vivas con intenciones y voluntades y, así, se entrenaron a escuchar angustias, dolores, tristezas, rencores, perplejidades, injusticias, ingratitudes. Aprendieron a oír confusiones, agotamientos, demasías.

 

Hubo quienes probaron sumergirse en esos afectos hablantes y procuraron estar no sólo presentes en las sesiones, sino en estremecimientos, enredos, ambigüedades. Se propusieron conversar aun sintiendo ganas de salir corriendo o llorar.

 

Hubo quienes probaron vaciarse de pensamientos para llegar a pensar. Invitaban a la conversación presencias queridas. Decían: Freud no dejaría pasar esto que acabamos de escuchar; si estuviera acá Lacan subrayaría; en este punto Kafka preguntaría; Cortázar intentaría jugar con esta idea. O Clarice, Alejandra, Idea, Silvina, recordarían otros lados de la vida. O cualquiera que arribara en este momento, escuchando los últimos diez segundos, opinaría que estamos exagerando. O Macedonio diría que las contingencias portan muchas alegrías, aunque sin abstenerse de terribles tristezas.

 

También se supo de intervenciones que se excusaban por haber tenido ocurrencias inconvenientes antes de decirlas en voz alta.

 

Y, así, un montón de cuidados para procurar el acto de pensar que, no obstante, al cabo, ocurre sin que lo sepamos o sabiéndolo después, pero nunca mientras está aconteciendo.

 

Una colección de astucias para pensar estando en la conversación sin estar sólo en los pensamientos que colonizan la conversación.

 
 
 

10.

 

Necesitamos vaciarnos de pensamientos o de sentencias personalizadas para darnos al pensar.

 

Necesitamos sentir angustias no sedadas y, al mismo tiempo, no arrasadoras.

 

Necesitamos hacer huecos en el alma, en el corazón, en el pecho, en el vientre, en los puntos de apoyo de cada pensamiento.

 

Necesitamos interrogar en qué reside el poder que tienen.

 

Necesitamos perdernos no pudiendo pensar, hasta llegar a pensar sin poder hacerlo.

 
 
 

11.

 

Cuando se dice en una conversación clínica “No sé cómo pensar lo que te está pasando”, no se trata de la asunción de una derrota, sino del trazado de una línea de comienzo.

 
 
 

12.

 

¿Conversaciones clínicas? ¿Hablas que se inclinan sobre sensibilidades cansadas, convalecientes, expectantes, descolocadas?

 

En esos momentos (que no sabemos cómo nombrar), cada tanto, se distinguen sentimientos. Digamos: entre revancha y venganza, entre cálculo y deseo, entre culpa y responsabilidad, entre depresión y tristeza. Y, así.

 

Distinciones no pretenden fijar ni definir afectos: se ofrecen como pausas o vacilaciones del pensar.

 
 
 

13.

 

Se trata de darse al pensar sabiendo lo que nos excede.

 

Se lee en Hamlet: “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar tu filosofía”. La sentencia anuncia un límite y, a la vez, lo inconcebible.

 

La necrosis de una idea se llama certeza. Esa fijeza argumentada que protege de las avalanchas de lo impensado.

 
 
 

14.

 

Pensar lo que sentimos, sentir lo que pensamos”, escribe Miguel de Unamuno (1923). Pero ese deseo noble de conciliación puede, en otro plano, consumar un encierro. Perplejidades clínicas asisten, una y otra vez, a una misma circunstancia: se puede vivir en el malestar y pensar que ese malestar resulta inevitable.

 

En el mismo poema, Unamuno sugiere que pensar equivale a esculpir en la niebla.

 

Eso pasa en cada sesión: se reinicia un tallado en el aire, un grabado en la bruma, una escritura en el agua. Tal vez no se esculpa, talle, grabe o escriba nada. Pero cuenta el gesto: un intento de imaginar otras historias.

 
 
 
 
 
"Pensando en las orillas" por Joaquín Allaria Mena / @anarchivofotografico
 
«Pensando en las orillas» por Joaquín Allaria Mena / @anarchivofotografico
 
 
 
 

15.

 

Con hambre no se puede, en la sola angustia tampoco, en una urgencia mejor actuar, bajo presión resulta difícil, sintiendo miedo y en el solo aislamiento se empobrece.

 

¿Qué condiciones hacen falta para darse al pensar?

 
 
 

16.

 

Fernando Pessoa publica en 1918 en lengua inglesa treinta y cinco sonetos.

 

Se lee en el V: “¿Cómo voy a dejar mi pensamiento / libre para la acción que el alma espera, / cuando debo pensar, cada momento, / en esa angustia que olvidar quisiera?”.

 

El autor portugués confirma que en estado de angustia no se puede pensar lo que “el alma espera”. Y, a la vez, en el mismo soneto expresa esa angustia que no deja pensar para escucharse decir ese no poder y, quizás, entonces, pensar sin poder hacerlo.

 

Se lee en el final de XVI: “La mayor prueba para el pensamiento / no es pensar, es sentir esta amargura”.

 

El responsable de El libro del desasosiego sugiere que uno de los desafíos de pensar, a pesar de la amargura, consiste en no pensar sólo cosas amargas.

 
 
 

17.

 

Darse al pensar supone darse al silencio de no saber pensar.

 

Suspender arrogancias afirmativas del “yo pienso”.

 
 
 

18.

 

Conocemos la excitación del suspenso. El aplazamiento y preparación de una largada. La señal que avisa el momento en el que se suelta la acción. Se dice: “A la una, a las dos y a las…dos y un poquito… a las dos y un poquito más… a las dos y media… a las dos y más de la mitad… a las dos casi tres…”. Y, así, se demora la inminencia. Se alarga el momento. La expectación se vuelve parte del juego.

 

Quizás así ocurra el pensar: como un antes de que los pensamientos salgan corriendo o salten sobre los cuerpos.

 
 
 

19.

 

Heidegger en las lecciones del invierno de 1951-1952, reunidas bajo el título ¿Qué significa pensar?, sostiene que aprender a pensar supone desaprender los modos en que pensamos.

 

Para el autor de Ser y Tiempo pensar consiste en saber que no sabemos pensar.

 
 
 

20.

 

Se conoce algo peor que no saber pensar: no tener ganas de pensar. El abatimiento y la rumia de amarguras maceradas, el hastío de una musculatura inmovilizada y la desolación de un paisaje que expulsa emociones o las apaga para no sentir nada.

 
 
 

21.

 

A veces, ante lo insoportable, se prefiere no pensar. Entonces, ¿qué se hace con la angustia? ¿Con lo que fastidia, enoja, desespera? ¿Con lo que no podemos sacarnos de la cabeza? Cada cual hace lo que puede. Si no, una cultura que anestesia, cada vez más, ofrece espectáculos que eximen de tener que pensar.

 
 
 

22.

 

En ¿Qué significa pensar?, dice Heidegger: “Solo podemos aprender si a la vez desaprendemos”.

 

Tal vez aprender a pensar supone desaprender el sentido común y las sentencias coaguladas de una época. Supone habitar el aturdimiento, la modorra, la perplejidad, de no saber pensar.

 

Darse al pensar equivale a dar a probar lo que no se sabe, lo que sorprende, lo que invita. Portar una llave que abre una puerta que no existe. Que abre zozobras, frustraciones, imposibilidades.

 
 
 

23.

 

Tal vez pensar se pueda describir como desconcierto de la desnudez. Inquietud indecisa entre la perplejidad y el asombro, entre el estupor y el alivio, entre la irresolución y la indeterminación.

 
 
 

24.

 

Blanchot (1959) subraya que pensar sobreviene (siempre) como no poder pensar todavía. Una proposición del impoder en la que el adverbio afirma la imposibilidad a la vez que anuncia lo venidero.

 
 
 

25.

 

Ya se ha hablado de la figura que se emplea en las despedidas clínicas: “seguimos con esto la próxima”.

 

Invitación a un pensar que vendrá. Promesa extendida a una próxima vez. Continuidad de una espera que renueva su cita. Despedida que traza la línea móvil de eso que todavía no.

 
 
 

26.

 

Aludiendo a la obra de Artaud, escribe Deleuze (1968) en Diferencia y repetición: “Sabe que pensar no es innato, sino que debe ser engendrado en el pensamiento. Sabe que el problema no es dirigir ni aplicar metódicamente un pensamiento preexistente por naturaleza y de derecho, sino hacer nacer lo que no existe todavía…”.

 

Pensar, entonces, hacer nacer lo que no existe todavía. Detonar larvas pensantes aun sin forma.

 

Pensar, también, gusanear pensamientos en descomposición.

 
 
 

27.

 

Aquella vez, en un encuentro con una comunidad mapuche en la ciudad de Trelew, en un momento en el que se advertía que las autoridades se rehusaban a escuchar sus memorias, una voz calma dijo: “Nos reunirnos en el mientras tanto. Aun cuando nadie nos sepa, cultivamos el derecho a pensar”.

 
 
 

28.

 

Al cabo, quizás, dos preguntas conciernen a la clínica: ¿cómo estoy viviendo? Y ¿cómo viviré el tiempo de la muerte?

 

Si llegara el día en el que estas preguntas no hicieran falta, un pensar clínico tampoco se necesitaría.

 
 
 

29.

 

Se está matando la vida.

 

Urge, como dice Walter Benjamin (1942), detener la locomotora sin freno de una época que se está estrellando. Impedir la destrucción.

 

Darse al pensar supone una demora, una interrupción, una frenada. La pregunta sobre ¿qué nos está pasando?, no importa tanto por su respuesta como por la detección de un ardor que solicita tiempo. Ni más ni menos que eso: parar para hablar.

 

Escribe Benjamin: “Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia. Pero tal vez se trata de algo diferente. Acaso las revoluciones actúen como el manotazo de la vida humana, que viaja en ese tren, para accionar el freno de emergencia”.

 

Pero, ¿cómo llamar a detener la destrucción a quienes sienten sus vidas ya destruidas? ¿Podrían imaginar algo peor? Y, si lo hicieran, ¿por qué les importaría si ya se sienten en la muerte o en el convencimiento de que sus vidas no valen nada?

 

La catástrofe ya aconteció solo que los efectos todavía no se sienten fatales en los vagones de atrás. Los acolchados de privilegios.

 
 
 

30.

 

¿Se puede pensar lo acontecido?

 

Lo acontecido no se guarda nada. Lo acontecido hace nudos en los pañuelos de la eternidad. Así lo vivido sorbe gotas de lo acontecido. Con eso le alcanza para insinuarse y dejarse contar estrechándose con las sombras del olvido.

 
 
 
 
 
"Pensando en las orillas" por Joaquín Allaria Mena / @anarchivofotografico
 
«Pensando en las orillas» por Joaquín Allaria Mena / @anarchivofotografico
 
 
 
 
 
 

31.

 

Pensar supone rehusarse al abuso de la anécdota personal. Abstenerse de la celebración de sí. Entregarse al silencio que sobreviene tras esa privación.

 

La expresión pensar supone dejar bajo sospecha lo que está por decirse. La suposición no se excusa por no tener pruebas que conduzcan a la verdad. La suposición no la pretende. Se desentiende de esa cuestión. La suposición sólo aspira a poner en movimiento el acto de pensar bajo sospecha.

 
 
 

32.

 

Rilke percibía que no podíamos sentirnos a gusto en un mundo colmado de interpretaciones. En un paisaje atiborrado de cartelitos con pensamientos colgados sobre las cosas.

 

Tampoco nos sentimos a gusto en las envolturas porosas que nos protegen: llevamos labradas en la piel sentencias de una época.

 

Pero, ¿cómo des-imprimir el sentido común que protege, contiene, da seguridad?

 

El sentido común reúne colecciones de pensamientos que nos eximen de pensar, que ofrecen algo ya pensado como consuelo y destino posible.

 

El sentido común actúa como un invisible que avala y normaliza el pensar.

 
 
 

33.

 

Portamos signos sin descifrar: cada cual tiene derecho a una vida sin interpretar.

 

El pensar clínico piensa contra pensamientos acabados que tienden a develar enigmas o anticipar desenlaces.

 

Si no lo hiciera, un vetusto afán de cientificidad terminaría con el amor y las demás pasiones.

 

Si concedemos la posibilidad de un pensar clínico, éste procura otra cosa: alojar vacancias que no se completen nunca.

 
 
 

34.

 

El sentido común selecciona pensamientos que sentimos que nos pertenecen. Hay un sentido común para mayorías y hay un sentido común para cada minoría. No se toleran sensibilidades sueltas. Rarezas no nombradas ni clasificadas.

 

Pensar supone enrarecer lo pensado. Pensamientos se acomodan al sentido común, pero pensar desacomoda sentimientos de pertenencia a lo consagrado.

 
 
 

35.

 

Estamos condenados a opinar. Opiniones funcionan como contraseñas de intercambio, como credenciales de identificación, como automatismos de adhesión. Sin esas opiniones no sabríamos qué decir.

 

El deseo de pensar nos sitúa en un torbellino.

 

En épocas de aturdimientos, se necesita tener con quienes entrar en ese vendaval.

 
 
 

36.

 

¡Ay, este tiempo! Suspiros sueltan pensamientos que se escabullen en el aire sin que nadie los piense.

 

Pensar tiene más relación con suspirar, aun sin pensamientos, que con afirmar, persuadir, demostrar o razonar.

 
 
 

37.

 

Roberto Juarroz (1958) escribe que pensar en otra vida se asemeja a salvarla.

 

Tal vez uno de los secretos de la clínica consista en eso: contar con una intimidad que nos piensa.

 

Sin embargo, pensar en una vida no equivale a salvarla. Cobijos, abrigos, abrazos, del pensar dan momentos de calma. Saber que alguien nos piensa ofrece un gran sosiego. No salvación: una soledad habitada.

 

Una soledad habitada amorosamente, porque sabemos y no olvidamos, soledades habitadas por crueldades y mortificaciones.

 

La vida no necesita que el pensar la salve, alcanza con que los pensamientos no la dañen.

 
 
 

38.

 

Pensamientos venideros se posan como pájaros sobre cables de luz. A veces, esperan allí hasta secarse sin que nadie los piense.

 
 
 

39.

 

¡Ay…la costumbre malsana de tratar de ordenar pensamientos antes de comenzar la sesión!

 

Y aunque los pensamientos se ordenen o algo así, el pensar necesita volver a mezclarlos como cartas en un juego sin reglas.

 

Darse al pensar en la clínica, a veces, consiste en no ceder a la tentación de organizar lo fragmentario.

 

Escribe Juan José Saer (2000) en su novela La pesquisa: “Ustedes se deben estar preguntando, tal como los conozco, qué posición ocupo yo en este relato, que parezco saber de los hechos más de lo que demuestran a primera vista y hablo de ellos y los transmito con la movilidad y la ubicuidad de quien posee una consciencia múltiple y omnipresente, pero quiero hacerles notar que lo que estamos percibiendo en este momento es tan fragmentario como lo que yo sé de lo que estoy refiriendo…”.

 

Como dice Saer se necesita darse a pensar en un hablar fragmentario, sin organización, en el que se pierde la posición y el hilo de lo que se está diciendo. Como si, por momentos, se diera la impresión de que se sabe poco sobre la vida que se está viviendo. Lo que, por cierto, ocurre.

 
 
 

40.

 

Dice Paul Valery citado por Blanchot en La literatura del desastre: “Pensar…pensar hasta perder el hilo”.

 

Un gran alivio que Valery pudiera decir que “perder el hilo” no indica la desgracia o el fracaso del pensar.

 

Se dice: “No se vaya por las ramas”. “¿A dónde va con tantos rodeos?”. “¿A qué apunta?”. “Por favor redondee”. “Me perdí, ¿en qué estábamos?”. “Pero ¿qué relación hay entre una cosa y la otra?”. “¿Puedo contar algo que no tiene nada que ver?”.

 

Tal vez perder el hilo como insumisión temática.

 

O un pensar que da puntadas sin hilo. Puntadas que atraviesan emociones sin anudarlas a un pensamiento. Puntadas que sólo dicen algo que sienten al pasar por ahí: un temblor, una aspereza, una expulsión, una sensación para la que no encuentran palabras.

 
 
 

41.

 

Según una leyenda helénica, fruto de una traición, una venganza, una pasión inexplicable, nace el Minotauro. Una criatura desmesurada con cuerpo humano y cabeza de toro. Un monstruo condenado a vivir prisionero para siempre en un laberinto perfecto. Una existencia horrorosa que cumple con el hábito de alimentarse con catorce jóvenes atenienses cada año. Un tributo de guerra del que goza el rey Minos.

 

Teseo se ofrece como voluntario para acabar con la crueldad mecánica de la criatura. Aun sabiendo que si lograra matarlo no tendría forma de salir del laberinto. Sin embargo, gracias al amor de Ariadna consigue lo imposible. Ella lo provee de un maravilloso ovillo de hebras de oro. Lo instruye, con ternura, de que tiene que atar la punta en la puerta de entrada desenredando el hilo a cada paso por los sinuosos pasillos hasta dar con la morada del Minotauro. Y, en caso de lograr el cometido, volver siguiendo el hilo hasta la salida.

 

Tal vez el pensar clínico piensa y piensa hasta perder el hilo sí, pero conservando siempre el conjuro o alivio de una salida: ¿dejamos por hoy acá?, ¿nos quedamos por ahora con esto?, ¿trazamos una marca en este momento para retomar?

 
 
 

42.

 

Tener una emergencia no tiene relación con ordenar, sino con no saber qué hacer con lo que se nos impone. Ante la imposición se necesita actuar procurando que la premura no añada error al daño.

 
 
 

43.

 

Muchas veces se necesita hablar y hablar para poder pensar.

 

El habla clínica compone un habla de iniciación.

 

Se trata de aprender a hablar una lengua no sólo impropia, sino también inapropiada. Una lengua inadecuada e inconveniente.

 

Aprender hablar una lengua fragmentaria y monstruosa.

 

Incluso aprender la soledad de la lengua.

 
 
 

44.

 

Increíble Freud, a comienzos del siglo veinte, sumergido en el imperio del racionalismo de la filosofía alemana, atender pensamientos que se nos imponen más allá de la voluntad. La conjetura del inconsciente como una máquina que piensa sola. Como red de arrastre que captura pensamientos que navegan aguas pretendidamente personales que componen también mares de la historia.

 
 
 

45.

 

Borges (1937) en La máquina de pensar de Raimundo Lulio, ironiza sobre el arte combinatorio de atributos y predicaciones del artefacto concebido, en el siglo XIII, por el alquimista y cabalista español Raymundo Lulio.

 

Pero máquinas sofisticadas que producen enunciados cada vez más exhaustivos, no piensan. No tienen el don del silencio.

 
 
 

46.

 

Winnicott observa que infancias conciben juguetes no como objetos, sino como amistades y amores. El psicoanalista, que muere en Londres en 1971, consideraba que la paradoja del juego consistía en «crear lo dado».

 

Tal vez en eso resida una de las condiciones primeras del pensar.

 
 
 

47.

 

El psicoanálisis hace tambalear la racionalidad moderna con la idea de inconsciente. Inventa artificios para un pensamiento clínico: el diván, la asociación libre, la atención flotante.

 

Pichon-Rivière, décadas después, propone la conversación grupal como una condición del aprender a pensar. Escucha pensamientos como voces superpuestas que pertenecen a una época. Considera a las vidas hablantes portadoras de esas voces. Concibe el pensar como cucharón que revuelve el caldero de lo común. Como revoltijo, revuelta, revolcón.

 
 
 

48.

 

Bion (1962), en un texto que se llama Teoría del pensamiento, considera que el pensar no produce pensamientos, sino que sobreviene para poder hacer algo con pensamientos que nos hablan o se expresan sin que los podamos pensar.

 

¿Sufrimos por lo que pensamos o sufrimos por no saber cómo desactivar pensamientos que lastiman, vigilan, ultrajan?

 

Tal vez pensar quiera decir revocar el poder de pensamientos que se nos imponen.

 

Para Bion el pensar comienza cuando hacemos algo con la frustración y la decepción. Con angustias todavía no cubiertas de palabras.

 
 
 

49.

 

André Green (2002) publica un libro con el título de El pensamiento clínico. Observa numerosos desacuerdos entre clínica y pensamiento. Se pregunta qué tipo de pensamiento supone la racionalidad psicoanalítica a partir de la idea de inconsciente. La clínica observa, deduce, interpreta, reconoce cuadros clínicos y sus transformaciones, interviene, acumula experiencias, ¿la clínica no piensa?

 

Tal vez convenga distinguir pensamientos clínicos de momentos en los que en la clínica se piensa. Pensamientos construyen puertos desde los que vuelve a partir el pensar.

 

En conversaciones clínicas, el acto de pensar no compone tanto con los infinitivos eslabonar, enlazar, encadenar. Sobreviene más como momento de indecisión o asombro. Instante en el que no sabemos cómo seguir. Un hasta aquí llegamos, sin llegar a pensar por ahora eso que, sin embargo, vislumbramos como cosa que no sabemos pensar todavía.

 
 
 

50.

 

Sesiones clínicas no se reducen a un análisis. Intentan algo todavía más inquietante e inasible: pensar sin poder pensar. El acto de pensar dándose tiempo de estar no pudiendo pensar. Un pensar sin saber pensar que, no obstante, piensa sin poder hacerlo.

 
 
 

51.

 

Elías Canetti (1979), en La lengua absuelta, se pregunta: “¿Habrá alguna idea que no merezca pensarse de nuevo?”.

 

Pensar reside en volver a pensar lo impensado en lo ya pensado.

 
 
 

52.

 

Pensar tiene más relación con improvisar que con conocer. El coreógrafo David Zambrano dice: “improvisar consiste en el arte de entrar y salir de lo ya conocido”. Tal vez aprender el pasaje.

 

No encajar lo no conocido en lo conocido. No volver a recrear lo conocido en lo desconocido. Soltar lo conocido aun temiendo ya no poder volver.

 

A veces, el pensamiento clínico no sólo improvisa. También piensa: enrarece lo conocido hasta desconocerlo.

 

Un pensar que parte sin saber hacia dónde, con el riesgo de extraviar el camino.

 
 
 

53.

 

Habitamos dispersiones disciplinadas por una lengua, porosidades por las que pasan océanos, composiciones caprichosas, perplejidades aferradas a unas cuantas ficciones, tangentes que copulan y se separan. Pero se sigue llamando a esas tensiones inconcebibles: el sujeto.

 

Algunos pensamientos reinan durante siglos. Respaldan y reciben respaldo de algún poder. Hay una geopolítica colonial de los pensamientos.

 

Se trata de hacer la prueba de pensar profanando pensamientos sagrados: pensar la vida sin la idea de sujeto, de ser, de identidad, de yo, de psiquismo. Pensar en contra de la inercia de lo establecido.

 
 
 

54.

 

Pensar la vida no quiere decir ponerle un espejo delante para sumirla en un reflejo ni cavar hendiduras en lo visible. Pensar la vida, vivirla en el cuerpo que late y respira, agasajarla con el lenguaje que la delira.

 

Tal vez llamamos reflexión a pensamientos que gozan admirándose frente a los espejos. Pero, cada tanto, el pensar pasa del otro lado. Se asoma a un más allá extraño o ajeno que (a veces) regocija y calma.

 
 
 

55.

 

En ocasiones imaginación y fantasía acontecen como películas en las que el pensar se abandona a no pensar. O a pensar sin saber que se está pensando.

 
 
 

56.

 

Se conoce la palabra cerrazón. Una inmensa oscuridad que precede tempestades que cubre el cielo con nubes negras.

 

Clínicas imaginan llaves para las cerrazones. Un pensar que no abre ni cierra cerraduras de zonas blindadas o inexpugnables. Llaves que no abren, sino que piensan.

 

El estribillo de Luna tucumana, la zamba de Atahualpa Yupanqui dice: “Perdido en las cerrazones, / quién sabe, vidita, por dónde andaré… / Mas cuando salga la luna / cantaré, cantaré…”.

 

Llaves que, sin embargo, sirven como inspiración de una puerta por venir o amuleto de las aperturas.

 
 
 

57.

 

Mientras pensamientos atestiguan o pretenden que alguien tuvo algo que decir, la condición primera del pensar reside en no tener nada que decir.

 

No sólo la angustia no se puede decir. Muchas emociones nos dejan sin palabras o hacen nudos en las gargantas. ¿Cuántas veces el amor no puede decirse o se dice sin decirse de tantos modos?

 

A veces, el pensar sobreviene como silenciosa dicha que no sabe cómo agradecer la vida y otras nos llega como horror que enmudece negándose a tener que decir otra vez lo que tanto nos duele.

 

Se lee en Adagia de Wallace Stevens (1955): “No tener nada que decir y decirlo en forma trágica, / no es lo mismo que tener algo que decir”.

 

Vivimos en una época que suele confundir la abundancia de pensamientos trágicos con la cruda y suave lucidez del pensar.

 
 
 

58.

 

Pensar no interesa sólo como producción de pensamientos, sino como movimiento gestante de posibilidad.

 

Se podría intentar distinguir entre lo no posible y lo imposible. Lo no posible compone un asunto cerrado, mientras la imposibilidad, en ocasiones, se ofrece como punto de partida o llamado de posibilidad.

 

Llamamos impoder al gesto que no obstante procura lo posible de la imposibilidad.

 

Escribe Musil (1942): “El sentido de la posibilidad se podría definir como facultad de pensar en todo aquello que podría ser, sin considerar lo que es más importante que lo que no es”.

 
 
 

59.

 

Rigideces y acartonamientos, no componen durezas circunstanciales del pensar, sino vicios que lo entumecen.

 

No sabemos los pensamientos que vendrán. Pero, como diría Cortázar (1973), nos gustaría que nazcan del erotismo, del juego, de la alegría.

 
 
 

60.

 

Pensar consiste en introducir tiempo en una vida apremiada por pensamientos desquiciados.

 
 
 
"Pensando en las orillas" por Joaquín Allaria Mena / @anarchivofotografico
 
«Pensando en las orillas» por Joaquín Allaria Mena / @anarchivofotografico
 
 
 
 

61.

 

Darse al pensar supone una magia que nadie posee ni se sabe de antemano. Una magia que, si se da, se da como una voluptuosidad entre lo aleatorio y lo destinado, entre lo contingente y lo deseado.

 

Pero, sobre esa magia queda casi todo sin decir.

 

Quizás darse al pensar suponga eso: dar lo que queda sin decir.

 

Dar la insinuación dando lo venidero.

 

Tal vez se trate de darse a una insinuación.

 

Insinuación que da a entender algo que no se completa. Que sugiere algo que, por discreción y delicadeza, tiene la prudencia de no decirse.

 

(Se conoce este fragmento de Heráclito: “La naturaleza tiene el pudor de ocultarse”; que quizás podría glosarse así: La vida tiene la sabiduría de insinuarse).

 

La insinuación no se contiene de decir, recuerda que lo que queda sin decir resulta infinitamente más que lo que puede llegar a decirse.

 

La insinuación introduce silencio en el acto de pensar.

 

La insinuación provoca, a veces, fastidio, ofuscación, molestia, pedido de aclaración.

 

¿Qué quiso decir? ¿Podría desarrollar más? ¿A dónde pretende llegar? 

 

La insinuación inspira y seduce. Anuncia algo que no se termina de expresar. Mantiene pendiente, en vilo, en expectación. Enciende una espera. Hace rodeos alrededor de algo velado o no decible.

 

La insinuación llega hasta el umbral de lo indecidible. Resguarda la primicia del próximo paso.

 

La insinuación no pierde el hilo, lo corta justo cuando dan ganas de seguir.

 
 
 

62.

 

La expresión darse a la insinuación no se reduce a una práctica de la sugerencia.

 

Insinuar supone dar a entender algo que no se termina de completar por precaución, por indecisión o porque incita más a medias o apenas asomado.

 

Darse a la insinuación solicita otra cosa: entregarse a sentir la vida apenas expresada. Como manifestación siempre inconclusa.

 

La vida no se presenta en partes para que completemos sus intenciones. Se presenta no presentándose del todo porque no hay todo en la vida en tanto está aconteciendo.

 
 
 

63.

 

Una delicadeza del pensar clínico reside en la insinuación. Suavidad que se aproxima a lo impensado no como secreto a revelar, sino como encanto del acto de pensar.

 
 
 

64.

 

Darse al pensar compromete una apertura y una suspensión de lo ya pensado. No alcanza con admitir influencias y afluencias. Ni declarar adhesiones. Se necesita entrar en un tembladeral. Abandonarse y dejarse llevar por una corriente sin saber hacia dónde. Tal vez a un sitio de desesperación, de agotamiento, de encierro. O, quizás, a un refugio o abrigo habitado por otras perplejidades.

 
 
 

65.

 

Tarde o temprano, darse al pensar choca con la muerte. Entonces, sobreviene la pregunta de si podremos hacer algo o no con ese golpe.

 

¿Reconforta pensar que la vida seguirá aun cuando ya no estemos para pensarla? ¿Gratitud anticipada por un porvenir en el que no viviremos?

 
 
 

66.

 

Una cosa tener pensamientos, otra pensar. Pensamientos tiene cualquiera. Ocurrencias o instantes de chispa: eso, mal que bien, puede suceder.

 

Pensar implica atravesar momentos de pasmo e indecisión. Pensar entraña un peligro o un salto al vacío.

 

Se cuenta que Enrique Santos Discépolo se refirió al tango como a “un sentimiento triste que se baila”.

 

Darse al pensar se aproxima más a eso: a bailar un pensamiento antes que a repetir el pensamiento que nombra a ese sentimiento.

 
 
 

67.

 

Muchas veces se vuelve a la premisa de Descartes “pienso, luego existo”.

 

En los últimos días del hospital psiquiátrico, en una reunión de equipo, una voz clínica explicó que atendíamos existencias amenazadas de no existir. Dijo: “Para quienes sobreviven, el día a día se reduce solo a una prueba: consumo, luego existo”.

 

Y, así esa vez, cada cual dibujó formas de existencia: bailo, luego existo; lucho, luego existo; sufro, luego existo; me quejo, luego existo; me victimizo, luego existo; me río, luego existo; tengo con quienes, luego existo.

 

Consumir, bailar, luchar, sufrir, quejarse, victimizarse, reír, tener con quiénes, tal vez tengan que considerarse prefijos del pensar.

 
 
 

68.

 

Se podría decir que el pensar que nos gusta acontece en las orillas. En un límite, borde o banda estrecha que sabe los costados: de un lado, dolores de un mundo en ruinas y, del otro, amores, amistades, sueños, canciones, risas.

 
 
 

69.

 

La pregunta sobre el pensar, como sostiene Heidegger en sus lecciones, apunta más a lo no pensando que a lo ya pensando.

 

El contento de la clínica reside en dar con eso que no había pensado, con eso que no había tenido en cuenta, con eso que no se le había ocurrido.

 

Lo no pensando no expone un defecto del pensar, sino su condición habilitadora de lo por venir.

 

Cuando se dice desactivar pensamientos o revocar el poder de los pensamientos que se nos imponen, no se pretende suprimir lo que nos lastima o hace sufrir. Se aspira a que lo ya pensado no alambre el territorio del pensar. Que los pensamientos de siempre, que se golpean como moscas encerradas contra un vidrio, no impidan la apertura del pensar.

 

A veces pensar requiere descongelar pensamientos que, a lo largo de muchos años, helaron hasta las lágrimas.

 
 
 

70.

 

Pensar equivale a escuchar silencios que asoman sus cabezas en pensamientos compactos y aplanados.

 

Pensar solicita abismarse en las grietas y rajaduras que el tiempo inflige a los pensamientos macizos.

 
 
 

71.

 

La pose de pensar no equivale a pensar. No se podría asegurar que la figura de El pensador de Rodin, proyectada a fines del siglo diecinueve, esté pensando. El acatamiento de un canon no significa pensar. Entre erudición y solemnidad e invención y juego, se mueve el pensar. Entre la seriedad y la risa. Entre la meditación y la conversación, se mueve el pensar. Entre lo correcto y esperado y entre la inadecuación y la inconveniencia, se mueve el pensar. Entre la ley y la transgresión. Entre el respeto y la irreverencia, se mueve el pensar. Entre lo sagrado y lo profano. Entre el tribunal y la revuelta, se mueve el pensar.

 
 
 

72.

 

En la clínica, el acto de pensar muchas veces acontece inadvertido mientras se está hablando. No interesan tanto los pensamientos previos, sino el pensar diciéndose. La expresión: “Estoy pensando en voz alta” anuncia un pensar ahora.

 

No se trata de analizar discursos como si se tratara de mariposas disecadas, ¿se apuesta al fluir desconcertante de una conversación viva?

 
 
 

73.

 

El narrador de Casa tomada, el cuento de Cortázar (1951), dice en un momento: “Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar”.

 

Se puede vivir sin pensar, pero ello implica renunciar, sacrificar, abandonar territorios posibles. Se han hecho ciento de interpretaciones sobre el cuento. Eso ahora no importa. Sabemos la vivencia de tener la cabeza tomada. De no poder pensar ni dormir y, tampoco, poder huir cerrando la puerta y tirando la llave por la alcantarilla.

 

Se saben muchos actos extremos para escapar de pensamientos que asedian.

 
 
 

74.

 

Estancias clínicas intentan pensar desde el desamparo, desde el miedo, desde la confusión, desde el extremo cansancio.

 

Desde la no ganas de pensar. Procuran pensar estando ahí: en esos sentimientos que impiden pensar.

 

Tener pensamientos: no supone pensar. Estancias clínicas intentan pensar sabiendo pensamientos automáticos y autónomos. Pensamientos que lastiman de un modo encantador. Pensamientos que torturan acogiendo con explicaciones y sentencias. Pensamientos que no se dejan pensar.

 
 
 

75.

 

Cuando no podemos o no sabemos pensar lo que nos está pasando, sobrevienen aturdimientos que adormecen o a aceleraciones que provocan sopor.

 

No conocemos bien cómo ni por qué, pero sabemos que pensamientos que nos martirizan, a veces, también, atraen y embriagan.

 

¿Esos pensamientos persuaden que nos protegen de algo peor? O, ¿calman asegurando que fuera de ellos ya no podrá haber al que nos dañe más?

 
 
 

76.

 

Se dice en El Rey Lear: “Somos para los dioses como las moscas para los niños: nos matan por diversión”.

 

En esa clave shakesperiana, se lee en Lacan (1966) que una vida puede consumirse como juguete de malicias que nos piensan. Que nos analizamos para impedir que esos pensamientos abusen, parasiten, gocen, nuestras breves existencias.

 
 
 

77.

 

Acaso, ¿preferible la mansedumbre del malestar antes que el vacío de pensar?

 

Una canción de Charly García (1982) que se llama Inconsciente colectivo advierte que también escuchamos pensamientos como voces de una época. Algunas nos llegan como pan o como susurros gustosos. Otros como chicharras en los aleros del pensar. Otros viniendo de un transformador que consume vida, tira para atrás y pide más y más.

 

Se dice: “Nace una flor, todos los días sale el Sol / De vez en cuando, escuchas aquella voz / Cómo de pan, gustosa de cantar / En los aleros de la mente con las chicharras

 

Pero, a la vez, existe un transformador / Que se consume lo mejor que tenés / Te tira atrás, te pide más y más / Y llega un punto en que no querés…”.

 

El transformador se presenta como voracidad que traga, como máquina de crueldad, de apremio, de demanda. Tal vez el pensar se podría imaginar, en ocasiones clínicas, como ecualizador que intenta bajar el volumen de pensamientos que lastiman.

 
 
 

78.

 

Pensamientos que mortifican, ¿protegen de ferocidades que mortifican más?

 

A veces, llamamos angustia ¿a un sin sentido, un vacío, un impensable, que se vuelve ensañamiento?

 
 
 

79.

 

Abismos dan miedo y atraen.

 

¿Qué se hace ante una hondura sin fondo? ¿Asomarse a lo insondable?, ¿tener la precaución de alejarse?, ¿construir una baranda segura?

 

O, como dice Valery que haría Leonardo, ¿diseñar un puente o inventarse alas de pájaro?

 

Hermes, dios del que proviene la palabra hermenéutica, suele representarse como un personaje con los pies alados.

 
 
 

80.

 

En 1947, Tosquelles formula la idea de pensar con los pies. Dice: “Cuando paseamos por el mundo, lo que cuenta no es la cabeza, son los pies. Saber dónde pisas”. Considera que los pies ayudan a leer el mundo.

 

Pensar desde los pies, desde una uña encarnada, desde un dolor de muelas, desde el sufrimiento de alguien a quien se ama, desde un país en llamas, desde la última caricia, desde te extraño o desde te quiero. Pensar sin tener que ir a ninguna parte. Pensar desde la espuma, desde el viento, desde el mundo que duele. Incluso desde el temor, desde la despedida, desde la cercanía de la muerte. Pensar desde el agotamiento de los pensamientos que nos piensan.

 

Pensar desde innumerables líneas de partida que sobrevienen de un silencio.

 
 
 

81.

 

Pocas figuras sobre el pensar como la de los “pensamientos descalzos” que Felisberto Hernández (1964) esboza en un libro que no llega a publicar: Tierras de la memoria. Un pensar desvestido de palabras. Un pensar que sobreviene cuando la inteligencia se retira de los ojos. Un pensar que sabe los dolores del cuerpo. Un pensar siempre recién llegado.

 

Se lee: “A veces mis pensamientos están reunidos en algún lugar de mi cabeza y deliberan a puertas cerradas; es entonces cuando se olvidan del cuerpo. A veces el cuerpo es prudente con ellos y no los interrumpe; se limita a mandar noticias de su existencia cuando está cansado, cuando está triste o cuando le duele algo. Yo no sé quién lleva estas noticias ni qué caminos ha tomado para llegar a la cabeza. El recién llegado llama suavemente, empuja la puerta donde los pensamientos están reunidos, e inmediatamente el que va se transforma en otro pensamiento: este se entiende con los demás y da la noticia: allá lejos en un pie, una uña está encarnada. Al principio los otros pensamientos no hacen caso al recién llegado, le dicen que espere un momento y hasta se enojan con él; pero el recién llegado insiste y los otros tienen que suspender la reunión de mala gana y hacer otra cosa: tienen que volverse otros pensamientos y preocuparse por el cuerpo. El cuerpo, a su vez, tiene que molestar a todas las demás regiones, entonces el cuerpo se levanta y va rengueando a calentar agua, la pone en una palangana y por último mete adentro la uña encarnada. Después vuelven los pensamientos a ser otros, a ser los que estaban reunidos a puerta cerrada y se olvidan del cuerpo y de la uña que ha quedado dentro de la palangana.

 

Yo creo que en todo el cuerpo habitan pensamientos, aunque no todos vayan a la cabeza y se vistan de palabras. Yo sé que por el cuerpo andan pensamientos descalzos. Cuando los ojos parecen estar ausentes porque su mirada está perdida y porque la inteligencia se ha retirado de ellos por unos instantes y los ha dejado vacíos, y mientras los pensamientos de la cabeza deliberan a puerta cerrada, los pensamientos descalzos suben por el cuerpo y se instalan en los ojos”.

 
 
 

82.

 

Pensar supone decidirse por algo sabiendo lo mucho que se deja de lado.

 
 
 

83.

 

Tres condiciones del pensar: el asombro, las preguntas que no cesan, las palabras que simulan respuestas que las palabras no tienen.

 
 
 

84.

 

Un pensar clínico procura que la vida entre en conversación. No se contenta con la reiteración de pensamientos que pretenden explicarla.

 

Pero ¿en qué consiste conversar la vida? Tal vez en hablar, hablar, hablar, hasta escuchar sus silencios.

 
 
 

85.

 

El desafío de pensar no reside en no saber qué hacer con las incertidumbres que crecen, sino en cómo hacer para desprendernos de las certezas a las que nos aferramos con obstinación.

 
 
 

86.

 

Dos condiciones del pensar: transitoriedad y conjetura.

 

Transitoriedad que recuerda la caducidad de cualquier reinado. Conjetura herida por la refutación.

 

Otra condición del darse al pensar: escuchar, más allá de eso que creemos saber, de eso que nos gustaría oír, de eso que estamos impacientes por decir.

 
 
 

87.

 

Darse al pensar supone acudir a una cita con la vida. Sin demandar o pretender más u otra cosa que lo que la vida da.

 

Paul Celan, al recibir en 1958 el premio de literatura de la ciudad de Bremen, comienza su discurso recordando que en lengua alemana las palabras pensar y agradecer (denken y danken) provienen de un mismo lugar.

 

En ese discurso, Celan agradece que, en medio de todas las pérdidas de la guerra, todavía quede la lengua. Una lengua que sobrevivió a las hablas mortíferas. Una lengua que aguardó enmudecida y sin respuestas. Una lengua que, a pesar de tanto horror, no desertó de la ilusión de pensar.

 

Si la vida pensara lo que estamos haciendo con ella, no alcanzarían todas las gotas del océano para sus lágrimas.

 
 
 

88.

 

Oración laica:

 

Que los tiempos políticos que corren no nos priven de imaginar un mundo de cercanías de cuidado, amorosas y sensibles.

 

Que las actuales limitaciones que tenemos para vivir y pensar de otro modo, no limiten porvenires de lo común.

 

Que el deseo de pensar prevalezca sobre el deseo de poder.

 

Que tengamos con quienes pensar, aun no sabiendo qué.

 

Que no olvidemos que un común pensar, a pesar de que no consiga explicar nada, al cabo suaviza lo inexplicable.

 

Que sepamos que, mientras juntadas para pensar sigan ocurriendo (como deseo, como fantasía, como conversación), “no merecerá el Mundo el fin del mundo”.

 

Que no sintamos que se ha hecho demasiado tarde para pensar: una tardanza dolida que sabe crueldades y devastaciones, a veces, impulsa todavía más el deseo de pensar.

 

Que nos permitamos pensar aun sabiendo que podemos no estar sabiendo pensar.

 

Que sigamos pensando con la prudencia del poco saber, pero sin miedo.

 

Que nos animemos a pensar sin delegar ni confiar en buenas influencias.

 

Que todavía podamos pensar sin internet.

 

Que volvamos a pensar como si nos tocara hacerlo por primera vez.

 

Que insistamos en pensar sin la creencia de un “sí mismo” que piensa por cuenta propia.

 

Que probemos pensar imitando desvaríos y ocurrencias de los sueños.

 

Que el acto de pensar no se confunda con descifrar. Tampoco con opinar o aconsejar.

 

Que el acto de pensar cobije lo irreductible y lo indecidible.

 

Que el acto de pensar no pretenda mostrar. Que conserve la potencia de la insinuación que se abstiene a cualquier demostración.

 

Que recordemos que no alcanza con pensar «que estos tiempos políticos nos afectan un montón», para tener una idea de cuánto nos afecta todo lo que (nos) está pasando: las consecuencias del horror van más allá de lo que creemos saber sobre qué nos hace el horror.

 

Que consideremos que el darse al pensar no se reduce a tener pensamientos. Pensamientos relucen como cicatrices del pensar.

 

Que hagamos nuestra la cercanía de los infinitivos pensar y agradecer. Que nunca renunciemos al acto de pensar para agradecer la vida, ni dejemos de agradecer el don de pensar.

 

Que tengamos presente que, a veces, pensar sucede como espera sin pensamientos. Como estiramiento del cuerpo sin pensamientos. Como honda respiración que nos hace cerrar los ojos sin pensamientos. Como interrogación de un horizonte mudo. Como disolución de sí. Como intento de preservar el presente de su inmediata e instantánea desaparición.

 
 
 

89.

 

Verter silencio en el cuenco de lo ya pensado: en eso reside darse al pensar.

 

En Vermeer, escribe Wislawa Szymborska: “Mientras esa mujer del Rijksmuseum / con esa calma y concentración pintadas / siga vertiendo leche de la jarra al cuenco / no merecerá el Mundo / el fin del mundo”.

 
 
 

90.

 

Horacio González (1996) lo dijo: “Deberíamos pensar otra cosa y no sabemos qué. Ese no saber es lo que nos interesa”.

 
 
 
 
 
Sergei Eisenstein - El acorazado Potemkin - (fotograma) 1925
 
Sergei Eisenstein – El acorazado Potemkin – (fotograma) 1925
 
 
 
 
 

¿Hacia una batalla cultural en clave materialista? // Amador Fernández-Savater

Somos una derrota que gobierna”. Leo esta dura caracterización del presente en el último libro del filósofo Juan Manuel Aragües, Gramática de los dioses. Sirve para España, pero también sirve para describir en general la situación de tantos gobiernos progresistas aupados al poder por procesos de revuelta popular (como el 15M español, o el estallido chileno).

Los impulsos de cambio desde abajo se congelan, las políticas de izquierda se limitan (en el mejor de los casos) a medidas de contención, incapaces de revertir las desigualdades estructurales, la derecha y la extrema derecha retoman la iniciativa en el plano social, anímico, callejero.

 

¿Por qué la iniciativa y las energías cambian de bando? Una respuesta que aparece entre los actores progresistas o de izquierda implicados en lo que se conoce como batalla cultural es la siguiente: “la derecha tiene más dinero, más medios y más talento comunicativo”. Ese “más” explicaría la influencia de los discursos de odio, sobre todo entre los más jóvenes, la propagación de las fake news, el debilitamiento de los mensajes alternativos y los horizontes de esperanza.

Pero, ¿acaso hubo más dinero, más medios y mejores estrategias mediáticas antes, cuando el deseo de cambio se extendió hasta el punto de crear incluso las condiciones para victorias electorales progresistas inesperadas? ¿Y si no se están pensando bien cuáles son las fuerzas en juego, asumiendo que todo es una cuestión cuantitativa y de poder, de técnicas e ingeniería social?

El desafío político, dice Juan Manuel Aragües, es también filosófico, tiene que ver con maneras de pensar. Hay modos de pensar que llevan en sí mismos la derrota. ¿Es la batalla cultural una disputa de mensajes contra mensajes, con los medios y las redes sociales como terreno único o privilegiado? ¿Todo se juega en ver quién coloca mejor el mensaje? ¿Podría pensarse de otra manera la comunicación?

Idealismo y materialismo

El libro de Juan Manuel Aragües reivindica la tradición materialista de pensamiento para las prácticas de emancipación. Una constelación de la que forman parte desde Epicuro hasta Gilles Deleuze, pasando por Spinoza Marx, opuesta resueltamente al idealismo. ¿Qué dice el idealismo? Aragües lo resume así: es la creencia de que un “etéreo mundo de nombres” define la realidad, tiene la verdad de lo real. El fundador de la corriente idealista sería Platón, con su famosa teoría de un mundo de ideas que rige por encima de la imperfecta materia.

¿Cuál es el problema del idealismo? Ese “etéreo mundo de nombres” simplifica (hasta el borramiento) la complejidad y riqueza de lo real, que consiste en la emergencia continua de diferencias imposibles de captar (sin mutilación) en las ideas, los conceptos o esquemas a priori. El idealismo es una “lógica representativa” que pretende dar cuenta de la realidad, como si de un espejo se tratara, pero no consigue captar su dinamismo de cambio y movimiento.

De la filosofía a la política. La batalla cultural, tal y como hoy se plantea, ¿no sería profundamente idealista? La verdad se sitúa en la teoría o los relatos, se trata de transmitir esa verdad a las masas/ audiencias a través de la persuasión (en el caso de la izquierda progresista más clásica) o de la seducción (en el caso de la izquierda populista). En los dos casos, se concede a lo ideal -la teoría o los relatos- el privilegio de definir el sentido de lo material. Los constructores de explicaciones y narrativas, los intelectuales o storytellers, tienen el poder y la agencia en esta concepción de la política.

¿Cómo pensar en clave materialista? La verdad no se sitúa por encima de la materia, en un cielo abstracto de ideas o relatos, sino en la materia misma, en su perpetuo movimiento, en su producción continua de singularidades, en la trama de relaciones entre ellas en que consiste la vida. La materia se define de este modo como un “tejido de diferencias”. También la materia de la sociedad, la materia social.

Hay singularidad y hay diferencia, cada uno de nosotros es una perspectiva del mundo, un lector único e irrepetible de la realidad. La percepción es activa, los sentidos no sólo reproducen o reflejan lo que hay, sino que lo recrean. Pero, al mismo tiempo, esa diferencia y esa singularidad, la de cada uno de nosotros, es relacional, es decir, entra en contacto y diálogo con los otros, dejándose afectar y afectando, cambiando a través de los encuentros.

Pero, ¿qué importa todo esto? ¿De qué sirven estas filosofadas? ¿No se trata finalmente de tener más dinero, más medios y más eficacia en términos de mensaje? La diferencia es decisiva. Si pensamos en clave idealista, el emisor (que tiene la verdad de la teoría o el relato) se dirige a un receptor aislado y pasivo. La comunicación se convierte en un bombardeo de informaciones hacia un conjunto de individuos atomizados, cada cual encerrado en sí mismo y sin relación con los otros.

 

Es exactamente así cómo el mercado practica la comunicación. La debilidad de la batalla cultural hoy en día, tanto de la izquierda clásica (que quiere convencer) como de la izquierda populista (que quiere seducir), es hacer de la comunicación una práctica de mercado, que presupone un conjunto de consumidores aislados, sin percepción activa, sin conversación o lazos entre sí. Estaciones repetidoras de estereotipos, de memes, de contenidos virales.

Cuando se plantea la batalla cultural, la disputa en el terreno de las ideas, sobre la base del mercado, pensando exactamente igual que el mercado, es el mercado quien gana. La principal debilidad no es que el adversario tenga más dinero, más medios y más expertos influencers, sino que se está copiando su modelo, imitando su eficacia, pensando en espejoen simetría con él.

La cuestión de la práctica

El idealismo, tal y como lo explica Juan Manuel Aragües, es la creencia de que primero va la conciencia, las ideas, el lenguaje y sólo después la vida. El “etéreo mundo de nombres” da sentido, orientación y dirección a la vida.

El materialismo afirma algo muy distinto: la práctica, la experiencia, tiene un efecto determinante sobre la conciencia. Las prácticas y las experiencias de vida pueden generar nuevas miradas, nuevas ideas, nuevas maneras de pensar.

¿Por qué la derecha lleva la iniciativa en la disputa de las ideas? Podríamos pensar: no sólo porque tenga más dinero, más medios y más talento comunicativo, sino porque las prácticas y las experiencias de vida están de su lado. ¿A cuáles me refiero? A las más diarias y cotidianas: desde el supermercado a la tarjeta de crédito, pasando el entretenimiento y el turismo, la vida hoy está enteramente organizada por el mercado.

Es decir, el mensaje de la derecha prende porque resuena y sintoniza con los miedos y las esperanzas de una vida inmersa en el líquido amniótico del mercado. La izquierda se ríe altanera de los disparates de Trump Milei, pero ellos conectan con deseos, formas de vida y lenguajes comunes. La derecha hoy es materialista, tiene las prácticas de vida mayoritarias de su lado. Es un materialismo cínico, un materialismo de lo dado, de lo que que hay, de lo establecido, pero arraigado en lo real.

La batalla cultural no es sólo cuestión de ideas, de teorías, de relatos seductores, de significantes, de mensajes a colocar, sino que tiene que ver con prácticas, con experiencias, con sacudidas de la vida capaces, según explica la tradición materialista, de generar nuevas visiones del mundo. ¿No fue esa por ejemplo la fuerza del 15M español o el estallido chileno? Sin dinero, sin medios, sin argumentario ninguno, pero apoyados en prácticas de vida diferente, que contagiaban afectos y valores diferentes, ambos fueron capaces de cambiar la mirada de un país.

Razones y pasiones

Por último, el idealismo, según lo caracteriza Juan Manuel Aragües, desconoce el carácter pasional y deseante de la materia humana. Un miedo al cuerpo, un desconocimiento de los saberes del cuerpo, lo acompañan desde siempre, al menos desde el momento en que Platón decidió expulsar a los poetas de su ciudad ideal.

La batalla cultural idealista piensa la eficacia de una verdad discursiva depurada de pasiones. En el caso de la izquierda clásica, es la confianza en la pedagogía, la ideología, los argumentarios. La izquierda clásica piensa la batalla cultural como una gran pizarra donde los expertos (que saben) enseñan a las audiencias (que no saben) aquello que debieran saber.

 

En el caso de la izquierda populista, las emociones se tienen en cuenta, es un cierto avance con respecto a la izquierda clásica, pero se piensan como meras identificaciones. La emoción es aquello que hay que captar o suscitar para “colocar” mejor el mensaje.

En ambos casos se desconoce la capacidad motora de los afectos, su gran fuerza de desplazamiento, la potencia que tienen para movernos y conmovernos. Los afectos no son ni una interferencia en el pensamiento correcto, ni tampoco la emoción pasiva que se adhiere o no a los significantes propuestos, sino una intensidad vital que puede producir nuevas miradas y nuevos sentidos para la vida.

La batalla cultural pensada en clave materialista no sólo es asunto de ideas puras, ni de ideas envueltas en ropajes sexys y atractivos, sino de ideas afectantes. Ideas capaces de afectar los cuerpos -tocarlos, moverlos, conmoverlos- porque ellas mismas nacen desde los cuerpos, en ciertas temperaturas vitales muy distintas al frío glacial del cálculo (político, estadístico, de marketing). La tradición materialista ha llamado a estas ideas “nociones comunes”, imágenes compartidas de mundo que brotan del encuentro de los cuerpos, de las prácticas de vida comunes.

La batalla del pensamiento

Singularidad y relacionalidad, percepción activa y creadora, tejido de diferencias, prácticas de vida, carácter pasional y deseante de lo humano… Desde estas claves, ¿podría pensarse una batalla cultural diferente? ¿Cómo sería?

La imagino en primer lugar como la apertura de espacios de conversación. Sin división tajante entre emisores y receptores, creadores de contenidos y consumidores pasivos o repetitivos. La conversación como ida y vuelta de la palabra en igualdad, como ejercicio de atención y de escucha, no mediado por ningún algoritmo, guion o protocolo rígidos, sino sostenida por los propios participantes.

Espacios de conversación, de palabra recíproca, ni monólogo ni guerra entre posiciones cerradas, sino una trama a la vez común y diversa, singular y colectiva. Una conversación que se alimente de las prácticas de vida (o sea incluso capaz de suscitarlas), que resuene con nuestras experiencias más cotidianas y pueda afectar por ello a nuestra mirada sobre el mundo. Espacios de encuentro, de pensamiento, de deliberación, de participación auténtica.

Allí donde somos convocados a pensar desde lo que nos importa y nos toca, desde lo que vivimos y nos implica vitalmente, se despliega siempre una inteligencia. Somos materia que piensaLa confianza en la igualdad de las inteligencias, en la inteligencia de cualquiera, es un presupuesto materialista. ¿Es posible dirigirse al otro, hablar con el otro, no para convencerle o seducirle, sino para pensar juntos?

La batalla cultural en clave materialista es una batalla del pensamiento. Juan Manuel Aragües la piensa como construcción de un conatus. El conatus es un concepto del filósofo Spinoza que designa el esfuerzo que hace cada cosa y cada criatura por perseverar en su ser. Pero ese conatus, que Spinoza considera como una fuerza primordial, un punto de partida, Aragües lo piensa más bien como un desafío, una construcción, un punto de llegada.

Lo dado no es el conatus, como muestra el mundo actual, sino la pulsión suicida. La pulsión suicida del capitalismo en forma de guerra, de agresión a la naturaleza, de ceguera voluntaria con respecto a todas las señales de alarma. La pulsión suicida de cada uno de nosotros como individuos aislados, sin relación, atomizados. Idiotas, en el sentido griego de la palabra, autorreferentes, encerrados en nosotros mismos, incapaces de encuentro con los otros. La pulsión de muerte freudiana viene redefinida en clave materialista como pulsión idiota.

 

Construir un conatus para sobrevivir, para plantearnos un horizonte de supervivencia humana en un planeta vivo. Hay que escapar para ello de la idiotez, de la superioridad moral, del identitarismo, de todo lo que nos haga incapaces de encuentro y composición con los otros. Construir el conatus es construir lo común, un salida y un éxodo de la pulsión suicida del capitalismo neoliberal, hoy ya brutalismo.

Contra la pulsión suicida, contra la pulsión idiota, contra la vida-mercado y su falsa comunidad de individuos atomizados, la batalla cultural en clave materialista, la construcción de un cuerpo colectivo, un espacio de conversación, un tejido de diferencias.

Armarse para salvar el capitalismo financiero! (La lección de Rosa Luxemburgo, Kalecki, Baran y Sweezy) // Maurizio Lazzarato

«Por grande que sea una nación, si ama la guerra perecerá;
por pacífico que sea el mundo, si olvida la guerra estará en peligro»

(«Wu Zi», antiguo tratado militar chino).

«Cuando decimos sistema de guerra nos referimos a un sistema como el vigente que asume la guerra, aunque sólo sea planeada y no combatida, como fundamento y vértice del orden político, es decir, de la relación entre los pueblos y entre los hombres. Un sistema en el que la guerra no es un acontecimiento sino una institución, no una crisis sino una función, no una ruptura sino una piedra angular del sistema, una guerra siempre obsoleta y exorcizada, pero nunca abandonada como posibilidad real». (Claudio Napoleoni, 1986).

El advenimiento de Trump es apocalíptico, en el sentido literal que significa deshacerse de lo que oculta, sacar el velo, desvelar (?!). Su convulsa agitación tiene el gran mérito de mostrar la naturaleza del capitalismo, la relación entre guerra, política y beneficio, entre capital y Estado habitualmente cubierta por la democracia, por los derechos humanos, por los valores y la misión de la civilización occidental.

La misma hipocresía está en el corazón de la narrativa construida para legitimar los 840.000 millones de euros para el rearme que la UE le impone mediante el recurso al estado de excepción a los Estados miembros.

Armarse no significa, como dice Draghi, defender «los valores que han fundado nuestra sociedad europea» y han «garantizado durante décadas a sus ciudadanos la paz, la solidaridad y, con el aliado estadounidense, la seguridad, la soberanía y la independencia», sino salvar el capitalismo financiero.

Ni siquiera hacen falta grandes discursos ni documentados análisis para desenmascarar la pobreza de estas narrativas, bastó otra masacre de 400 civiles palestinos para sacar a la luz la verdad de la indecente cháchara sobre la exclusividad la y supremacía moral y cultural de Occidente.

Trump no es un pacifista, se limita a reconocer la derrota estratégica de la OTAN en la guerra de Ucrania, mientras las élites europeas rechazan la evidencia. La paz para ellos significaría volver al estado catastrófico al que han reducido a sus naciones.

La guerra debe continuar porque para ellos, como para los demócratas y el Estado profundo estadounidense, es el modo de salir de la crisis iniciada en 2008, como ya ocurrió con la gran crisis de 1929.

Trump piensa resolver la cuestión privilegiando la economía sin renegar de la violencia, del chantaje, de la intimidación, de la guerra. Es muy probable que ni el uno ni los otros tengan éxito en el intento porque tienen un enorme problema: el capitalismo, en su forma financiera, está en profunda crisis y precisamente desde su centro – EEUU – llegan señales «dramáticas» para las élites que nos gobiernan. En lugar de converger hacia EEUU, los capitales huyen hacia Europa.

Gran novedad, síntoma de rupturas imprevisibles que corren el riesgo de ser catastróficas. El capital financiero no produce mercancías, sino burbujas que se inflan todas en Estados Unidos y estallan en detrimento del resto del mundo, demostrando ser armas de destrucción masiva.

La finanza estadounidense chupa valor (capital) de todo el mundo, lo invierte en una burbuja, que tarde o temprano estallará, obligando a los pueblos del planeta a la austeridad, al sacrificio para pagar sus fracasos: primero fue la burbuja de internet, luego la burbuja de las subprimes que provocó una de las mayores crisis financieras de la historia del capitalismo, abriendo la puerta a la guerra.

Intentaron incluso la burbuja del capitalismo verde que nunca despegó y, por último, la burbuja incomparablemente mayor de las empresas de alta tecnología.

Para tapar los agujeros de los desastres de la deuda privada descargada sobre la deuda pública, la Reserva Federal y la banca europea inundaron los mercados de liquidez que en lugar de «gotear» en la economía real, sirvió para alimentar la burbuja de la alta tecnología y el desarrollo de los fondos de inversión conocidos como los «Tres Grandes», Vanguard, BlackRock y State Street (el más grande monopolio de la historia del capitalismo, gestiona 50 billones de dólares, accionista mayoritario de todas las empresas cotizadas más importantes). Ahora incluso esta burbuja se está desinflando.

Si dividimos por dos toda la capitalización de la lista de la Bolsa de Wall Street, todavía estamos muy lejos del valor real de las empresas de alta tecnología, cuyas acciones han sido infladas por los propios fondos para mantener altos los dividendos para sus «ahorradores» (los demócratas contaban incluso con sustituir el bienestar por las finanzas para todos, como antes habían delirado con la vivienda para todos los estadounidenses).

Ahora la diversión llega a su fin. La burbuja ha llegado a su límite y los valores caen con riesgo real de un colapso. Si a esto añadimos la incertidumbre que las políticas de Trump – representante de unas finanzas que no son las de los fondos de inversión – introducen en un sistema que éstos habían conseguido estabilizar con la ayuda de los demócratas, comprendemos el temor de los «mercados».

El capitalismo occidental necesita otra burbuja porque no conoce sino la reproducción de lo mismo de siempre (el intento trumpiano de reconstruir la industria manufacturera en Estados Unidos está destinado a un fracaso seguro).

La identidad perfecta de «producción» y destrucción

Europa, que hoy ya gasta más del 60% que Rusia en armas (la OTAN representa el 55% del gasto mundial en armas, Rusia el 5%) decidió un importante plan de inversión de 800.000 millones de euros para seguir aumentando el gasto militar.

La guerra y la Europa donde siguen activas las redes políticas y económicas, centros de poder que remiten a la estrategia representada por Biden, derrotada en las últimas elecciones presidenciales, son la ocasión para construir una burbuja basada en el armamento para compensar las crecientes dificultades de los «mercados» estadounidenses.

Desde diciembre, las acciones de las empresas armamentísticas son objeto de especulación, yendo de subida en subida y fungiendo de refugio seguro para los capitales que ven la situación estadounidense demasiado riesgosa.

En el centro de la operación están los fondos de inversión, que también figuran entre los principales accionistas de las grandes empresas armamentísticas. Poseen participaciones significativas en Boeing, Lockheed Martin y RTX, influyendo en la gestión y las estrategias de estas empresas.

También en Europa están presentes en el complejo militar-industrial: Rheinmetall, empresa alemana que fabrica Leopard y que ha visto subir el precio de sus acciones un 100% en los últimos meses, tiene como principales accionistas a Blackrock, Société Générale, Vanguard, etc.

Rheinmetall, el mayor fabricante de municiones de Europa, ha superado en capitalización al mayor fabricante de automóviles del continente, Volkswagen, la última señal del creciente apetito de los inversores por los valores ligados a la defensa.

La Unión Europea quiere recoger y canalizar el ahorro continental hacia el armamento con consecuencias catastróficas para el proletariado y una mayor división de la Unión. 

La carrera armamentística no podrá funcionar como «keynesianismo de guerra» porque la inversión en armamento interviene en una economía financiarizada y ya no industrial. Construida con dinero público beneficiará a una pequeña minoría de particulares, mientras empeora las condiciones de la inmensa mayoría de la población.

La burbuja armamentística sólo puede producir los mismos efectos que la burbuja de alta tecnología estadounidense. Después de 2008, las sumas de dinero captadas para la inversión en la burbuja de alta tecnología nunca han «goteado» hacia el proletariado estadounidense.

Por el contrario, han producido una desindustrialización cada vez mayor, empleos precarios y poco cualificados, salarios bajos, pobreza rampante, la destrucción del escaso bienestar heredado del New Deal y la posterior privatización de todos los servicios. Esto es lo que sin duda producirá en Europa la burbuja financiera europea.

La financiarización conducirá no sólo a la destrucción completa del Estado del Bienestar y a la privatización a ultranza de los servicios, sino a una mayor fragmentación política de lo que queda de la Unión Europea. Las deudas, contraídas por cada Estado por separado, tendrán que ser reembolsadas y habrá enormes diferencias entre los Estados europeos en cuanto a su capacidad para honrar las deudas contraídas.

El verdadero peligro no son los rusos, sino los alemanes con su rearme de € 500.000 millones y otros € 500.000 millones para infraestructuras, financiación decisiva en la construcción de la burbuja.

La última vez que se armaron combinaron desastres mundiales (25 millones de muertos sólo en la Rusia soviética, la solución final, etc.), de donde surgió la famosa declaración de Andreotti contra la unificación alemana: «Amo tanto a Alemania que prefiero dos».

A la espera de los desarrollos ulteriores del nacionalismo y de la extrema derecha ya al 21 %, que inevitablemente producirá «Deutschland ist zurück», Alemania impondrá su habitual hegemonía imperialista a los demás países europeos.

Los alemanes han abandonado rápidamente el credo ordo-liberal que no tenía ninguna base económica, sólo política, y abrazan a ultranza la financiarización angloamericana, con el mismo objetivo, dominar y explotar Europa.

El Financial Times habla de una decisión tomada por Merz, el hombre de Blackrock, y Kukies, el ministro del Tesoro, hombre de Goldman Sachs, con el aval de los partidos de «izquierda» PDS y Die Linke, que, como sus predecesores en 1914, asumen una vez más la responsabilidad de la futura carnicería.

Si el anterior imperialismo alemán se fundaba en la austeridad, el mercantilismo de exportación, la congelación salarial y la destrucción del Estado del Bienestar, éste se fundará en la gestión de una economía de guerra europea jerarquizada en los diferenciales de tipos de interés a pagar para reembolsar la deuda contraída.

Los países ya muy endeudados (Italia, Francia, etc.) tendrán que encontrar quién compre sus bonos emitidos para pagar su deuda, en un «mercado» europeo cada vez más competitivo. A los inversionistas les convendrá más comprar bonos alemanes, bonos emitidos por empresas armamentísticas sobre los que jugará la especulación al alza, y títulos de deuda pública europea, sin duda más seguros y rentables que los bonos de los países super-endeudados.

El famoso «diferencial» (spread) seguirá desempeñando su papel como en 2011. Los miles de millones necesarios para pagar a los mercados no dejarán de estar a disposición de los Estados del Bienestar. El objetivo estratégico de todos los gobiernos y oligarquías desde hace cincuenta años, la destrucción de los gastos sociales para la reproducción del proletariado y su privatización, será alcanzado.

Veintisiete egoísmos nacionales lucharán entre sí sin nada en juego, porque la historia, que «somos los únicos que sabemos lo que es», nos ha arrinconado, inútiles e irrelevantes tras siglos de colonialismo, guerras y genocidios.

La carrera armamentística va acompañada de una machacona justificación de «estamos en guerra» contra todo el mundo (Rusia, China, Corea del Norte, Irán, los Brics) que no puede abandonarse y que corre el riesgo de llegar a buen puerto porque esta delirante cantidad de armas aún debe «consumirse».

La lección de Rosa Luxemburgo, Kalecki, Baran y Sweezy

Sólo los ingenuos pueden asombrarse de lo que está ocurriendo. Todo se repite, sólo que dentro de un capitalismo financiero y ya no industrial como en el siglo XX.

La guerra y el armamento estén en el centro de la economía y de la política desde que el capitalismo se hizo imperialista. Y son también el centro del proceso de reproducción del capital y del proletariado, en feroz competencia entre sí.

Reconstruyamos rápidamente el marco teórico proporcionado por Rosa Luxemburgo, Kalecki, Baran y Sweezy, firmemente plantado, – en contraste con las inútiles teorías críticas contemporáneas –, sobre las categorías de imperialismo, monopolio y guerra, que nos ofrece un espejo de la situación contemporánea.

Empecemos por la crisis de 1929, que tuvo sus raíces en la Primera Guerra Mundial y en el intento de salir de ella activando el gasto público mediante la intervención del Estado. Según Baran y Sweezy (en adelante, B&S) el inconveniente del gasto público en los años 30 era su volumen, incapaz de contrarrestar las fuerzas depresivas de la economía privada.

«Visto como una operación de rescate de la economía estadounidense en su conjunto, el New Deal fue, por tanto, un fracaso estrepitoso. Incluso Galbraith, el profeta de la prosperidad sin compras bélicas, reconoció que en la década 1930 – 1940, ‘la gran crisis’ nunca terminaba».

Saldrá solo con la Segunda Guerra Mundial: «Luego vino la guerra, y con la guerra la salvación (…) el gasto militar hizo lo que el gasto social no había conseguido hacer», porque el gasto público pasó de 17.500 millones de dólares a 103.100 millones.

B&S demuestran que el gasto público no dio los resultados que dio el gasto militar porque estaba limitado por un problema político que sigue siendo el nuestro. ¿Por qué el New Deal y su gasto no consiguieron un objetivo que «estaba al alcance de la mano, como demostró más tarde la guerra»?

Porque sobre la naturaleza y composición del gasto público, es decir, la reproducción del sistema y del proletariado, se desata la lucha de clases.

«Dada la estructura de poder del capitalismo monopolista estadounidense, el aumento del gasto civil casi había alcanzado sus límites extremos. Las fuerzas que se oponían a una mayor expansión eran demasiado poderosas para ser superadas».

El gasto social competía o perjudicaba a las corporaciones y oligarquías, arrebatándoles poder económico y político.

«Como los intereses privados controlan el poder político, los límites del gasto público se fijan rígidamente sin preocuparse de las necesidades sociales, por vergonzosamente evidentes que sean».

Y estos límites valían también para el gasto, la sanidad y la educación, que en aquella época, a diferencia de hoy, no competían directamente con los intereses privados de las oligarquías.

La carrera armamentística permite aumentar el gasto público del Estado, sin que esto se transforme en un aumento de los salarios y del consumo del proletariado. 

¿Cómo se puede gastar el dinero público para evitar la depresión económica que conlleva el monopolio, evitando al mismo tiempo el fortalecimiento del proletariado? «Con armamento, con más armamento, con más y más armamento».

Michael Kalecki, trabajando sobre el mismo periodo pero sobre la Alemania nazi, consigue dilucidar otros aspectos del problema. Contra todo economicismo que amenaza siempre la comprensión del capitalismo incluso por las teorías críticas marxistas, pone en evidencia la naturaleza política del ciclo del capital: «La disciplina en las fábricas y la estabilidad política son más importantes para los capitalistas que los beneficios corrientes».

El ciclo político del capital, que ahora sólo puede ser garantido por la intervención del Estado, debe recurrir al gasto armamentístico y al fascismo. Para Kalecki, el problema político también se manifiesta en la «dirección y los fines del gasto público». La aversión a la «subvención del consumo de masas» está motivada por la destrucción que provoca «de los fundamentos de la ética capitalista ‘ganarás el pan con el sudor de tu frente’ (a menos que vivas de las rentas del capital)». 

¿Cómo conseguir que el gasto estatal no se convierta en aumento del empleo, del consumo y de los salarios y, por tanto, en fuerza política del proletariado?

El inconveniente para las oligarquías se supera con el fascismo porque la maquinaria estatal está entonces bajo el control del gran capital y de la dirección fascista, con «la concentración del gasto estatal en armamento», mientras que «la disciplina de fábrica y la estabilidad política se garantizan mediante la disolución de los sindicatos y los campos de concentración. La presión política sustituye aquí a la presión económica del desempleo».

De ahí el inmenso éxito de los nazis entre la mayoría de los liberales británicos y estadounidenses.

La guerra y el gasto en armamento ocupan un lugar central en la política estadounidense, incluso después del fin de la Segunda Guerra Mundial, porque es inconcebible una estructura política sin una fuerza armada, es decir, sin el monopolio de su ejercicio.

El volumen del aparato militar de una nación depende de su posición en la jerarquía mundial de explotación. «Las naciones más importantes serán siempre las que más necesiten, y la magnitud de sus necesidades (de fuerza armada) variará en función de que entre ellas haya o no una lucha encarnizada por el primer puesto».

Por lo tanto, el gasto militar sigue creciendo en el centro del imperialismo: «Naturalmente, la mayor parte de la expansión del gasto público tuvo lugar en el sector militar, que pasó de menos del 1% a más del 10% del PNB, y que representó alrededor de dos tercios del aumento total del gasto público desde 1920. Esta absorción masiva del excedente en preparativos militares ha sido el hecho central de la historia estadounidense de posguerra».

Kalecki señala que en 1966 «más de la mitad del crecimiento de la renta nacional se traduce en el crecimiento de los gastos militares».

Ahora, en la posguerra, el capitalismo ya no puede contar con el fascismo para controlar el gasto social. El economista polaco, «alumno» de Rosa Luxemburgo, señala: «Una de las funciones fundamentales del hitlerismo fue superar la aversión del gran capital a la política anticoyuntural a gran escala. La gran burguesía había dado su asentimiento al abandono del laisser-faire y al aumento radical del papel del Estado en la economía nacional, a condición de que el aparato estatal estuviera bajo el control directo de su alianza con la «dirección fascista» y de que el destino y el contenido del gasto público estuvieran determinados por el armamento.

En los Treinta Gloriosos, sin el fascismo asegurando la dirección del gasto público, los Estados y los capitalistas se vieron forzados a un compromiso político. Relaciones de poder determinadas por el siglo de las revoluciones obligan al Estado y a los capitalistas a concesiones que, en cualquier caso, son compatibles con beneficios que alcanzan tasas de crecimiento desconocidas hasta entonces.

Pero incluso este compromiso es demasiado porque, a pesar de los grandes beneficios, «en tal situación los trabajadores se vuelven ‘recalcitrantes’ y los ‘capitanes de la industria’ se muestran ansiosos por ‘darles una lección’».

La contrarrevolución, desplegada a partir de finales de los años 60, tendrá en su centro la destrucción del gasto social y la feroz voluntad de orientar el gasto público hacia los intereses únicos y exclusivos de las oligarquías. 

El problema, a partir de la República de Weimar, nunca fue una intervención genérica del Estado en la economía, sino el hecho de que el Estado haya sido investido por la lucha de clases y haya sido obligado a ceder a las exigencias de las luchas obreras y proletarias.

En los tiempos «pacíficos» de la Guerra Fría, sin la ayuda del fascismo, la explosión del gasto militar necesita una legitimación, asegurada por una propaganda capaz de evocar continuamente la amenaza de una guerra inminente, de un enemigo a las puertas dispuesto a destruir los valores occidentales:

«Los creadores oficiosos y oficiales de la opinión pública tienen preparada la respuesta: los Estados Unidos deben defender el mundo libre de la amenaza de agresión soviética (o china)».

Kalecki, para el mismo período, precisa:

«Los periódicos, el cine, la radio y la televisión que trabajan bajo la égida de la clase dominante crean una atmósfera que favorece la militarización de la economía».

El gasto en armamento no sólo tiene una función económica, sino también de producción de subjetividades sometidas. La guerra, al exaltar la subordinación y el mando, «contribuye a crear una mentalidad conservadora».

«Mientras que el masivo gasto público en educación y bienestar tiende a socavar la posición privilegiada de la oligarquía, el gasto militar hace lo contrario. La militarización favorece a todas las fuerzas reaccionarias (…) se determina un respeto ciego a la autoridad; se enseña y se impone una conducta de conformidad y sumisión; y la opinión contraria se considera un acto antipatriótico o directamente una traición.»

El capitalismo produce un capitalista que, precisamente por la forma política de su ciclo, es un sembrador de muerte y destrucción, más que un promotor del progreso.

Richard B. Russell, un senador conservador del sur de EEUU en los años 60 citado por B&S, nos dice:

«Hay algo en los preparativos para la destrucción que induce a los hombres a gastar el dinero más descuidadamente que si fuera para fines constructivos. No sé por qué ocurre esto; pero durante los treinta años que llevo en el Senado, más o menos, comprendí que al comprar armas para matar, destruir, borrar ciudades de la faz de la tierra y eliminar grandes sistemas de transporte, hay algo que hace que los hombres no calculen los gastos con el mismo cuidado que cuando se trata de pensar en una vivienda digna y en la atención sanitaria para los seres humanos».

La reproducción del capital y del proletariado se politizó con las revoluciones del siglo XX. La lucha de clases, ocupando también esta realidad hizo emerger una oposición radical entre la reproducción de la vida y la reproducción de su destrucción que desde los años 1930 no ha hecho sino profundizarse.

¿Cómo funciona el capitalismo ?

La guerra y el armamento, prácticamente excluidos de todas las teorías críticas del capitalismo, funcionan como discriminadores en el análisis del capital y del Estado. Es muy difícil definir el capitalismo como un “modo de producción”, como hizo Marx, porque la economía, la guerra, la política, el Estado y la tecnología son elementos estrechamente entrelazados e inseparables.

La “crítica de la economía” no basta para producir una teoría revolucionaria. Ya con el advenimiento del imperialismo se produjo un cambio radical en el funcionamiento del capitalismo y del Estado, puesto de manifiesto claramente por Rosa Luxemburgo para quien la acumulación tiene dos aspectos.

El primero «se refiere a la producción de plusvalía – en la fábrica, en la mina, en la explotación agrícola – y a la circulación de mercancías en el mercado. Considerada desde este punto de vista, la acumulación es un proceso económico cuya fase más importante es una transacción entre el capitalista y el asalariado».

El segundo aspecto tiene como teatro el mundo entero, una dimensión mundial irreductible al concepto de «mercado» y a sus leyes económicas.

«Aquí los métodos empleados son la política colonial, el sistema internacional de créditos, la política de esferas de interés, la guerra. La violencia, el engaño, la opresión, la depredación se desarrollan abiertamente, sin máscara, y es difícil reconocer las estrictas leyes del proceso económico en el entrelazamiento de la violencia económica y la brutalidad política».

La guerra no es una continuación de la política, sino que siempre coexiste con ella, como muestra el funcionamiento del mercado mundial. Aquí, donde la guerra, el fraude y la depredación coexisten con la economía, la ley del valor nunca ha funcionado realmente. El mercado mundial tiene un aspecto muy diferente del esbozado por Marx. Sus consideraciones parecen ya no ser válidas, o mejor dicho, son precisadas: sólo en el mercado mundial el dinero y el trabajo devendrían adecuados a su concepto, haciendo realidad su abstracción y su universalidad.

A contrario, lo que podemos constatar es que el dinero, la forma más abstracta y universal del capital, es siempre la moneda de un Estado.

El dólar es la moneda de Estados Unidos y reina sólo en cuanto tal.

La abstracción del dinero y su universalidad (y sus automatismos) se los apropia una «fuerza subjetiva» y son gestionados según una estrategia que no está contenida en el dinero.

Incluso la finanza, como la tecnología, parece ser objeto de apropiación por parte de fuerzas subjetivas «nacionales», muy poco universales.

En el mercado mundial, ni siquiera el trabajo abstracto triunfa como tal, sino encontrando en su lugar otros trabajos radicalmente diversos (trabajo servil, trabajo esclavo, etc.) y es objeto de estrategias.

La acción de Trump, – caído el velo hipócrita del capitalismo democrático –, nos revela el secreto de la economía: sólo puede funcionar a partir de una división internacional de la producción y la reproducción definida e impuesta políticamente, es decir, mediante el uso de la fuerza, que implica también la guerra.

La voluntad de explotar y dominar, gestionando simultáneamente las relaciones políticas, económicas y militares, construye una totalidad que nunca puede cerrarse sobre sí misma, sino que siempre permanece abierta, escindida por los conflictos, las guerras, las depredaciones. En esta totalidad escindida, convergen y se gobiernan todas las relaciones de poder.

Trump interviene sobre el uso de las palabras, pero también sobre las teorías de género, al mismo tiempo que quiere imponer un nuevo posicionamiento global, político y económico, de los Estados Unidos.

De lo micro a lo macro, acción política que los movimientos contemporáneos están lejos sólo de pensar.

La construcción de la burbuja financiera, proceso que podemos seguir paso a paso, tiene lugar del mismo modo. Los actores que intervienen en su producción son múltiples: la Unión Europea, los Estados que deben endeudarse, la Banca Europea, el Banco de Inversiones europeas, los partidos políticos, los medios de comunicación y la opinión pública, los grandes fondos de inversión (todos estadounidenses) que organizan el trasiego de capitales de una Bolsa a otra, y las grandes empresas.

Sólo después de que el choque/cooperación entre estos centros de poder haya dado su veredicto, la burbuja económica y sus automatismos podrán funcionar.

Hay toda una ideología sobre el funcionamiento automático que hay que desmentir. El «piloto automático», sobre todo a nivel financiero, existe y funciona sólo después de que ha sido instituido políticamente. No existía en los 30 gloriosos porque se decidió políticamente en ese sentido. Funciona desde finales de los 70 por voluntad política explícita.

Esta multiplicidad de actores que llevan meses agitándose se mantiene unida por una estrategia. Hay, pues, un elemento subjetivo que interviene de manera fundamental. De hecho, dos. Desde el punto de vista capitalista, hay una lucha feroz entre el «factor subjetivo» Trump y el «factor subjetivo» de las élites que fueron derrotadas en las elecciones presidenciales, pero que todavía tienen una fuerte presencia en los centros de poder en los EEUU y Europa.

Pero para que el capitalismo funcione debemos tomar en consideración también un factor subjetivo proletario.

Éste desempeña un papel decisivo porque, o bien se convertirá en el portador pasivo del nuevo proceso de producción/reproducción del capital, o bien tenderá a rechazarlo y destruirlo.

Constatada la incapacidad del proletariado contemporáneo, el más débil, el más desorientado, el menos autónomo e independiente de la historia del capitalismo, la primera opción parece la más probable.

Pero si no logra oponer su propia estrategia a las continuas innovaciones estratégicas del enemigo, capaces de renovarse continuamente, caeremos en una asimetría de las relaciones de poder que nos retrotraerá a antes de la revolución francesa, a un nuevo/ya visto «ancien régime».

Notas

Apocalipsis
Aquellos que saben, pretenden que la palabra “apocalipsis” – en el griego cristiano antiguo – evoca una revelación. Es el sentido utilizado en el texto. Para este modesto editor la significación conocida es la de la RAE, es decir Fin del mundo, una Situación catastrófica, ocasionada por agentes naturales o humanos, que evoca la imagen de la destrucción total.

Capital financiero
El capital financiero suele ser un espejismo, como el dinero que se supone lo constituye. Desde la elección de Trump, la “riqueza” de media docena de oligarcas (Musk, Bezos, Zuckerberg…) se incrementó en varios centenares de miles de millones de dólares (sin que se hubiese creado un céntimo de valor añadido…), para luego desaparecer tan rápidamente como había llegado (sin que se destruyese ni un céntimo de valor…). El autor de la nota se refiere a este moderno fantasma que, a su vez, recorre en mundo. El capital financiero es, efectivamente, un arma de destrucción masiva, en la medida en que muchos líderes contemporáneos y los países que regentan son sensibles a los espejismos…

Deuda pública
O deuda soberana. Proviene del derecho de cada Estado a emitir dinero sin contrapartida real. El dólar es la moneda de todos los récords, y de la más gigantesca irresponsabilidad monetaria desde que Richard Nixon decidiera abandonar el respaldo oro (15-08-1971). De ahí en adelante los EEUU han emitido dólares sin límites y sin respaldo, exportando inflación a todo el planeta. Se trata de la llamada “liquidez” que no es sino un “pase mágico”. Emitir dinero sin respaldo significa aumentar la cantidad de dinero en circulación sin incrementar la cantidad de bienes y servicios disponibles en la economía. Los EEUU pagan con papelitos verdes que no valen la tinta con la que fueron impresos. La deuda pública yanqui supera el 120% del PIB de los EEUU. Y subiendo… Expresar el “valor” de una empresa en dólares truchos (monnaie de singe), es una forma (otra forma) de estafa.

Gasto militar
El autor se enreda en las verdes mallas del camuflaje. Lo que hay que retener es que la OTAN gasta el 55% de lo que el planeta gasta en instrumentos de destrucción. Rusia gasta un 5% de ese monto. En el año 2024 el gasto militar de la Unión Europea, más el Reino Unido, alcanzó U$ 457 mil millones. El gasto militar ruso fue estimado en U$ 462.000 millones de dólares (según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, cuya confiabilidad es vecina a la de las previsiones meteorológicas). Para equilibrar las cosas, la UE se propone gastar € 850.000 millones más (o sea U$ 914.000 millones). EEUU, solito, gasta esa suma cada año.

Financiación del rearme
Hasta antes de ayer en la UE no había dinero para financiar la Salud (sólo en Francia se han suprimido 48 mil camas en los hospitales), ni para financiar la Educación (miles de clases no tienen todos sus profesores y sus salarios son miserables). Y he aquí que en 48 horas cronometradas la UE enconttó € 850 mil millones para financiar la compra de armamento. Digan lo que digan, el modelo social pagará las habas que se comerá el burro.

Consecuencias del rearme
Gastar la enorme suma de € 850 mil millones en armas generará empleos bien pagados, y la colaboración de parte del proletariado (amén de ganancias extraordinarias para el gran capital). La industria armamentística tiene un detalle: para crecer requiere el consumo de lo ya producido, o sea… una guerra lo más destructiva posible. En ese sentido se trata de la peor corrupción en extensión, volumen y profundidad. La propaganda que debe convencer a los europeos de la necesidad de la guerra ya está entre nosotros, día y noche… Heil!

La pregunta // Franco «Bifo» Berardi

Hace unos días recibí la invitación de una asociación estadounidense para participar en una convención que se celebrará en Chicago los días 5, 6 y 7 de abril. El tema de la convención es “¿Existe una izquierda en el siglo XXI?”. Respondí rápidamente:

“Por desgracia, mi salud es tan precaria que no puedo abordar el viaje a Chicago. Así que no podré estar con ustedes en persona. Sin embargo, escribiré un texto y lo publicaré antes de abril para que puedan leer mis reflexiones si les interesa conocer mi opinión. Gracias por la invitación”.

Francamente (más allá de mi fragilidad física), no tengo ningún deseo de ir a Estados Unidos, a ese país aterrador donde una mafia de racistas agresivos gobierna a una población de individuos infelices que viven en una frenética competencia por la supervivencia. 

Sin embargo, la cuestión que se debatirá en dicha convención es un buen punto de partida para una reflexión muy necesaria sobre el futuro (o el no futuro) de la subjetividad social en este siglo. Aqui esta mi respuesta.

Una pregunta equivocada

El significado mismo de la palabra “izquierda” se ha perdido

¿Existirá la izquierda en el siglo XXI? Mi respuesta es: esta pregunta no me parece interesante. El significado mismo de la palabra izquierda se ha perdido porque, con la excepción quizás de algunos países como España, la mayoría de quienes han formado parte de gobiernos de centroizquierda en los últimos treinta años han traicionado completamente a la clase trabajadora y a la sociedad en general. Además, el mundo en el que la palabra izquierda significaba algo ha desaparecido.

 

En Estados Unidos, en el Reino Unido y en la mayoría de los países europeos, la izquierda ha sido la punta de lanza de la devastación neoliberal de la vida social. La función de Blair, Schröder, Hollande y los demás socialdemócratas que gobernaron en los años noventa y en la primera década del nuevo siglo fue devastar las condiciones de vida de la sociedad en favor del lucro y la competitividad, privatizar los servicios públicos y favorecer la transferencia de dinero de los trabajadores a los ricos. También la política racista de rechazo a los inmigrantes ha sido concebida y diseñada por políticos como el italiano Marco Minniti (excomunista, entonces ministro del Interior en un gobierno de centroizquierda, arquitecto de la política de deportación de los migrantes que inspira a Meloni y a Trump).

En Estados Unidos, los gobiernos de Clinton, Obama y Biden se han alineado perfectamente con la política conservadora de agresión imperialista. Como resultado, se puede decir que en todo Occidente el centroizquierda ha sido responsable de la desilusión generalizada que llevó a muchos votantes a abandonar la izquierda y a volcarse al nacional-liberalismo emergente que finalmente culminó en la furia trumpista.

¿Por qué debería preocuparme por el destino de una clase política que, autodenominándose de izquierda, ha seguido las mismas políticas de la derecha?

Los nazi-libertarios están restaurando un régimen esclavista y empujando a Occidente hacia la agresividad nacional y la guerra. Pero la razón del ascenso de esta ola ultrarreaccionaria reside en la traición de la autodenominada izquierda. Por lo tanto, ¿por qué debería preocuparme por el destino de una clase política que, autodenominándose de izquierda, ha seguido las mismas políticas de la derecha?

La pregunta interesante hoy no es: ¿existe una izquierda en nuestro futuro? La pregunta interesante es si nuestra existencia social encontrará o no una manera de escapar de la agresión en curso y del retorno de la esclavitud, del terror social, de la militarización y de la guerra. ¿Encontrará la vida social una vía para la subjetivación social? ¿Surgirá un movimiento (consciente, colectivo y solidario) en el contexto actual de competencia, depresión, pánico y deserotización de la vida social? Esta es la interesante pregunta que intento contestar.

Pánico

Una ola psicótica recorre la sociedad occidental: la causa de la psicosis de pánico masiva es una especie de colapso senil de la mente occidental.

¿Qué es el pánico? En el último capítulo de ¿Qué es la filosofía? Deleuze y Guattari reflexionan sobre el envejecimiento y hablan de la senescencia en términos de la relación entre el orden y el caos: “ (…) Un poco de orden para protegernos del caos. Nada es más angustioso que un pensamiento que se escapa a sí mismo, que las ideas que se escapan, que desaparecen apenas formadas, ya erosionadas por el olvido o precipitadas en otras que ya no dominamos (…) infinitas variabilidades, cuya aparición y desaparición coinciden (…)”.

“Caos” se define aquí en términos de velocidad, de aceleración de la infoesfera en contraposición a los ritmos lentos de la razón y de la mente emocional

“Caos” se define aquí en términos de velocidad, de aceleración de la infoesfera en contraposición a los ritmos lentos de la razón y de la mente emocional. Cuando las cosas empiezan a fluir tan rápido que el cerebro humano se vuelve incapaz de elaborar el significado de la información, debido al caos, entramos en el estado de pánico. Pánico es la incapacidad de tomar decisiones porque lo que sucede a nuestro alrededor es demasiado rápido, demasiado complejo, y por lo tanto indecidible.

El pánico explica el comportamiento actual de la Unión Europea inconsistente hasta el punto de la demencia. Para complacer al amo estadounidense (Biden), hace tres años los líderes europeos decidieron empujar al pueblo ucraniano a la guerra contra Rusia. Rompieron el vínculo económico con Rusia y se pusieron en modo belicista, apoyando y armando el nacionalismo ucraniano. Fue una decisión suicida porque el propósito de Biden era romper la relación económica entre Europa y Rusia, y derrotar a Alemania. Alemania ha sido derrotada, Ucrania ha sido destrozada. Europa ha sido empujada al borde del abismo.

Los ucranianos están derrotados, empobrecidos y humillados

Luego, el amo estadounidense (Trump) traicionó la causa ucraniana y abandonó a los europeos a su suerte. Millones de personas han abandonado Ucrania, innumerables jóvenes han muerto en las trincheras del Donbás. Los ucranianos están derrotados, empobrecidos y humillados. Los europeos se encuentran en una trampa. Tras caer en una crisis de pánico, Macron, Starmer, Merz y Ursula von der Leyen decidieron hacer algo inútil, peligroso, destructivo y autolesivo: una enorme inversión de dinero para el rearme del continente.

¿Qué hacer en una situación de pánico? Mi sugerencia es que no se tomen decisiones, que no hay que centrarse en el torrente de información, sino que hay que respirar hondo y renunciar a la acción. Los líderes europeos, por el contrario, decidieron lanzar un plan masivo de rearme y reconversión militar de la industria automotriz.

¿Se quedarán los rusos de brazos cruzados mientras los europeos se arman hasta los dientes, o decidirá Putin atacar a Europa antes de que esté lista para la guerra?

La rusofobia generalizada de los líderes europeos corre el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida

La rusofobia generalizada de los líderes europeos corre el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida. Mientras los europeos se apresuran a tomar las armas por temor a la agresividad rusa, tengo miedo de que los rusos no se queden esperando perezosamente el rearme completo de los europeos.

Depresión

Según los psiquiatras, la depresión es la patología predominante de la generación que aprendió más palabras de una máquina que de la voz de su madre. La depresión es desagradable, es dolorosa; bueno, la depresión es depresiva. Así que harías casi cualquier cosa para liberarte de sus garras. Resulta que la movilización agresiva de energías mentales puede ser una terapia para la depresión.

La autoidentificación agresiva, la movilización nacionalista y el patriotismo actúan como una terapia de anfetaminas para la mente deprimida

Hitler lo sabía. A los alemanes deprimidos, humillados tras la Primera Guerra Mundial, les dijo: “No se consideren trabajadores derrotados, considérense guerreros. No se consideren humillados. Considérense humilladores”. Él ganó las elecciones, y los alemanes arrastraron a Europa a la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial.

La autoidentificación agresiva, la movilización nacionalista y el patriotismo actúan como una terapia de anfetaminas para la mente deprimida. Esta terapia funciona por un tiempo. Luego, se cae en tragedias abismales. Por eso la ola psicótica de la senescente cultura occidental converge con las decisiones políticas de una parte importante de la nueva generación.

Como pueden ver, la pregunta interesante no es si existirá la izquierda en el siglo XXI, sino cómo escapar de la reacción del ciclo pánico-depresivo que estalló abruptamente en 2025.

¿Es posible iniciar un proceso de subjetivación consciente y autonomía social?

Deserción masiva

Mis viejos amigos pacifistas expresan su consternación porque no hay movilización política contra el rearme de la Unión Europea ni manifestaciones masivas contra la creciente militarización de la economía y del discurso público.

Entiendo su consternación, pero sé que desde el 15 de febrero de 2003, tras la enorme movilización mundial contra la guerra de Irak, el movimiento pacifista se ha disuelto. En aquella ocasión, el pacifismo no pudo detener la guerra, y hoy cuesta creer que las manifestaciones y las protestas sean útiles para frenar el frenesí.

Lo que la vida social necesita es una forma de escapar de la militarización de la sociedad europea

La locura de los belicistas europeos no tiene su raíz en una estrategia política, sino en el colapso mental de la cultura occidental, incapaz de afrontar su propio declive irreversible. Y (obviamente) tiene su raíz en los intereses del complejo militar industrial.

Lo que necesitamos es mucho más que manifestaciones y protestas. Lo que la vida social necesita es una forma de escapar de la militarización de la sociedad europea. Lo que se necesita es una ola masiva de deserciones. Deserción de la guerra, pero también deserción de la economía de guerra y de la obsesión nacionalista.

Obsesión

El año 2025 marca un antes y un después. En el siglo pasado, el marco de la subjetivación social era la lucha de clases: el internacionalismo y la solidaridad obrera contra la explotación.

Ya no. El marco ha cambiado porque la conciencia social se ha hiperfragmentado, el tiempo social se ha celularizado y el semiocapital ha transformado el proceso de producción en una recombinación de fractales vivos. La solidaridad se ha borrado de la vida social debido a la precarización del trabajo.

La precariedad, el aislamiento y la soledad han desatado una ola de angustia mental y de disforia. La subjetivación social ha pasado del ámbito del conflicto social al de la psicobiopolítica. A nivel global, la identificación biológica (racial, étnica, nacional) ha sustituido a la solidaridad social. La pertenencia ha sustituido a la conciencia. La ferocidad y la lucha por la vida han sustituido al conflicto para la redistribución de la riqueza social. En consecuencia, la supervivencia y el genocidio son los puntos cardinales del nuevo mapa biopolítico.

Consciencia y psicosis

La conciencia (conciencia de sí mismo y del otro) está criminalizada: woke es la palabra clave de esta criminalización. Estar despierto (consciente) significa ser débil: la generación que algunos sociólogos llaman “generación del copo de nieve” [en España es más usual el término “generación de cristal”] es tan frágil porque los jóvenes asumen la responsabilidad de la colonización blanca y piensan en la sexualidad en términos de elección y no en términos de la supremacía natural del hombre.

Si quieres ser fuerte, olvídate de la conciencia, confía en Trump y en el dinero. Si quieres ser fuerte, olvídate del pensamiento y cree (en Dios, en la nación, en la supremacía blanca, en la civilización superior de Occidente).

Todo el mundo sabe lo que sucedió en Europa después de 1919. Un siglo después, estamos en el mismo punto

En 1919, Sandor Ferenczy dijo que el psicoanálisis era incapaz de tratar la psicosis de masas. La política también. Todo el mundo sabe lo que sucedió en Europa después de 1919. Un siglo después, estamos en el mismo punto. Ahora surge una pregunta: ¿es invencible el Reino de Trump? No lo creo. Creo que los monstruos no van a triunfar para siempre porque en todo el mundo han puesto en marcha un proceso de desintegración general: la desintegración del Estado, la desintegración de la civilización social, la desintegración del medio ambiente.

El orden occidental se está desmoronando y se derrumbará. La cuestión que tenemos que investigar es la siguiente: ¿puede surgir una subjetividad colectiva y solidaria desde las ruinas de la civilización?

Desintegración

Desintegración del mapa geopolítico, del sistema social y del cerebro senil de Occidente. La integración económica del Sur (BRICS) es un peligro para el senil mundo occidental. La inminente crisis del dólar como centro del sistema financiero global y el declive demográfico del hemisferio norte han empujado a Estados Unidos a abandonar el proyecto de globalización que fue el eje estratégico de los últimos treinta años (el llamado Imperio). Ahora apuestan todo a la alianza con Rusia por la supremacía blanca.

La integración económica del Sur (BRICS) es un peligro para el senil mundo occidental

El trump-putinismo es el proyecto de restauración del suprematismo blanco, la división del mundo en zonas de influencia hipercolonialista, la liquidación de la democracia liberal y el inicio de un proceso de devastación extractiva de los recursos del planeta.

Genocidio, deportación y detención de la población migrante, esclavitud masiva, destrucción definitiva del medioambiente: todo esto ocurrirá bajo la hegemonía de Trump-Putin.

¿Funcionará este proyecto? ¿Controlará la mafia depredadora los flujos caóticos de terror, sufrimiento y guerra que implica la desintegración en curso?

Desmoronamiento del orden, colapso inminente del medioambiente y de la economía. Trauma: este es el panorama del siglo.

Trauma

La generación disfórica está traumatizada por la indescriptible percepción de una catástrofe inminente

En la densa red de la obsesión, es posible percibir las señales de un colapso inminente, un trauma del futuro. El trauma suele estar vinculado a una experiencia pasada de pérdida o violencia. Ahora, por primera vez, nos enfrentamos a un trauma inverso: el trauma del colapso inminente e inevitable que atormenta la mente y el cuerpo de los jóvenes de todo el mundo.

La generación disfórica, que ha crecido en un estado de aislamiento físico y parálisis emocional, está traumatizada por la indescriptible percepción de una catástrofe inminente. Saben que el planeta es cada vez más incompatible con la vida humana. Sienten que los adultos se han vuelto incapaces de evitar el catastrófico cambio climático. Sufren su condición de soledad y son cada vez más incapaces de gestionar su propio cuerpo sexual. Finalmente, se ven abrumados por la intensificación de la estimulación infoneural.

La generación del copo de nieve está traumatizada por algo que aún no ha sucedido, pero que se percibe como inminente, y un proceso de subjetivación solo puede basarse en esta experiencia común del trauma futuro. El desenlace de todo ha provocado un trauma que es el punto de partida del siguiente proceso de subjetivación.

¿Cómo construir un sujeto activo y consciente a partir de un trauma?

¿Hay alguna manera de escapar de la espiral de demencia suicida que emana de la senescencia de Occidente?

Esta es la pregunta que necesita respuesta.

Cómo dejar de ser víctimas de la espera // Santiago López Petit

Acerca de Las sublevaciones de la tierra

Estamos a la espera. Día y noche. Los acontecimientos se suceden unos a otros, y los deglutimos sin apenas protestar. Pandemia del covid, guerra de Ucrania, genocidio de Palestina, catástrofes naturales que asolan la Tierra… Tragamos todo lo que nos echen, incapaces de vomitar, encadenados a una impotencia de la que no conseguimos deshacernos. Lo posible distrae durante unos instantes y, finalmente, siempre ahoga. Lo imposible no es más que esta realidad despótica que, poco a poco, se ha impuesto. Estamos a la espera. Depositamos una esperanza absurda en un colapso final. Nos hundimos en una noche teñida de melancolía. El mundo se ha cerrado sobre sí mismo, y los inquilinos de la casa nos conocemos muy bien. Los fantoches neofascistas han cerrado la puerta de salida, mientras se apresuran a dividir la tierra en zonas de influencia.

La revolución conservadora supone la culminación de la etapa neoliberal del capitalismo que se inicia después de la derrota obrera de finales de los setenta.

La revolución conservadora supone la culminación de la etapa neoliberal del capitalismo que se inicia después de la derrota obrera de finales de los setenta. Ya no somos los espectadores entretenidos de la antigua sociedad del espectáculo, ahora se nos reserva el estatuto de víctima en el interior de un espacio horadado por las fronteras. Los Estados-guerra con aspiraciones imperialistas se combaten entre ellos, mientras cae la lluvia ácida, el hielo ártico se funde y gigantescos incendios no perdonan ni las casas de los ricos. La militarización del territorio y la despolitización de la sociedad trabajan conjuntamente para agrandar el desierto circular. Nosotros, a cambio, sobrevivimos. Tenemos la seguridad que nos dan las pequeñas jaulas en las que estamos metidos, y también el espejismo que ofrece la idea de pertenencia a una nación. La ley de la selva se cumple a la perfección cuando las víctimas se disputan una migaja de reconocimiento.

El gran éxito de la actual revolución conservadora consiste en presentar su avance como portador de una irreversibilidad que no admite discusión. Es más, el neofascismo, y eso ocurre en sus distintas variantes, posee una inmensa capacidad de ridiculización y menosprecio. Cuanto más banal, estúpido, y criminal, más difícil resulta de contrarrestar porque -tenemos que reconocerlo- el capital ha sabido apropiarse de las palabras con las que nombrábamos tanto la subversión como la libertad. La partición efectuada ha sido implacable. Supervivientes son quienes se han ganado un puesto en el mercado de la Vida y se merecen una existencia. Víctimas son quienes, desposeídos de la fuerza de dolor que les habita, han interiorizado el miedo y la culpabilidad. Su odio de clase se ha extraviado y apunta al otro. La obviedad hecha de mentiras repetidas que caracteriza el neofascismo aniquila su pensamiento. Solo aspiran a que se les deje vivir. Porque no esperan ya nada, están a la espera.

La condición de víctima que la revolución conservadora impone amordaza también al propio pensamiento crítico y bloquea las prácticas de transformación social

La condición de víctima que la revolución conservadora impone amordaza también al propio pensamiento crítico y bloquea las prácticas de transformación social. Cuando se acepta el terreno de juego que el neofascismo establece- por ejemplo, que la inmigración es un problema o que la emergencia climática no es tan grave- es muy difícil impugnar la realidad y plantear algún modo de resistencia. La renuncia a toda experimentación, la desconexión respecto a la memoria histórica y, sobre todo, la falta de osadía, conducen necesariamente a adaptarse. A buscar excusas en la confusión. A bajar la cabeza y a cubrirse los ojos. “Quien no espera lo inesperado no llegará a encontrarlo por no ser ni escrutable ni accesible” afirmaba Heráclito hace mucho tiempo. No sabemos qué es lo inesperado ni tampoco si al interrumpir la marcha suicida del mundo, podría salvarnos. Lo que sí sabemos muy bien, es que la política no puede aprehenderlo. La política en la actualidad funciona como esencialmente despolitizadora y no es algo muy distinto de una gestión empresarial. El neofascismo al concebir, por su parte, la política como guerra y utilizar a su favor las estructuras formales de la llamada democracia representativa, anula aún más si cabe la existencia del espacio político. No hay margen para la negociación. El posibilismo que carga con el miedo y la ausencia de ideas no puede morder la realidad ni detener a una extrema derecha que se ríe a carcajadas.

Lo inesperado está ahí escrito en el muro cuando se agrieta: «Somos las sublevaciones de la tierra»

Y, sin embargo, lo inesperado está ahí escrito en el muro cuando se agrieta: “Somos las sublevaciones de la tierra. Somos la tierra que se subleva”. Para encontrar lo inesperado no hay que desenterrarlo, pues no está oculto bajo las ruinas. Basta escuchar el grito de la sangre anonadada. Abandonar el lugar de víctimas de la espera que se nos asigna y acoger la fuerza del dolor. Eso es lo que ha hecho y hace el movimiento francés de Les Soulèvements de la terre. Contra los dueños del ruido no han opuesto palabras de súplica que demandan comprensión. Tampoco un silencio que callaría demasiado. Lo que han realizado es una crítica de la política basada en el desafío. Pero hay que explicar antes que nada cuál es el origen de los Soulèvements de la terre. Este movimiento no se crea en ninguna mesa de partidos ni como resultado de una decisión burocrática. Se formó a partir de las primeras 200 personas que el año 2021 se constituyeron en una ZAD (Zona a Defender) y lucharon para evitar la construcción de un aeropuerto en Notre-Dame-des Landes. Cuando el 25 de marzo del año 2023 se reunieron para impedir la construcción de un megaembalse en Sainte-Soline, el número de manifestantes alcanzaba ya los 30.000. Reprimidos brutalmente durante horas, las fuerzas del orden causaron más de doscientos heridos, cuarenta manifestantes gravemente mutilados y dos personas en estado de coma. A los pocos días, el Estado francés reaccionó planteando la ilegalización del movimiento. ¿Por qué se produjo ese crecimiento inaudito y la posterior propuesta de ilegalización que, finalmente, fue suspendida debido a las reacciones suscitadas?

La respuesta es compleja y, a la vez, simple. Compleja porque habría que tener en cuenta tanto la crisis de la izquierda francesa como las numerosas luchas (ZAD diversas, chalecos amarillos etc.) que, de alguna manera, son antecedentes de este movimiento. Simple porque su práctica, al estar completamente separada de toda política vieja o nueva, consiste sencillamente en poner el gesto radical en un primer plano. Pero ese gesto radical que inventan no se despliega en un ámbito simbólico, sino que se concreta en tres tipos de acciones que, como ellos afirman, “bajan la ecología” al mundo real: 1) Bloqueo de las infraestructuras que permiten los desastres ambientales. 2) Desmantelamiento colectivo y festivo de las industrias tóxicas. 3) Ocupación de tierras.

El gran mérito suyo es haber sabido sustentar el gesto radical sobre una composición de las diferencias que tiene que ser inteligente y, a la vez generosa

De esta manera el gesto radical, situado y multiplicado, se transforma en acción directa y de masas. Se trata de “Golpear fuerte y dónde haga daño”, aseguran en su manifiesto. Huir de los desfiles reivindicativos que sólo amplifican la resignación y nos condenan a ser víctimas de la espera. Combinar alegría y desesperación para conseguir, por lo menos, pequeñas victorias que empujen a seguir adelante. La pregunta tradicional acerca de quién es el sujeto político queda borrada, como asimismo la cuestión de la violencia. Les Soulèvements de la terre no defienden la naturaleza, son la naturaleza que se defiende. Red, movimiento, y también, organización política. Todo a la vez. El gran mérito suyo es haber sabido sustentar el gesto radical sobre una composición de las diferencias que tiene que ser inteligente y, a la vez generosa. No en vano, rechazan ser un frente o una alianza de grupos políticos. Marx defendía que “la revolución social del siglo XIX no puede extraer su poesía del pasado, sino sólo del futuro.1 No puede ella misma dar comienzo antes de desprenderse de toda la superstición del pasado”. Por unos momentos, y esa es la enseñanza fundamental, parece que Les Soulèvements de la terre han hallado modos concretos para deshacerse de estas supersticiones que, en el fondo, no son más que repeticiones cansadas de caminos cerrados.

  1. El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Madrid, 2003, pg. 37. 

Fuente: Zona de Estrategia

12 de marzo, día de la hinchada // Diego Sztulwark

Hace más de un año que el país tolera masivamente el ajuste, los jubilados protestan y la policía los reprime miércoles tras miércoles. Sin que haya una reacción de partidos ni sindicatos. Ayer, miércoles 12 de marzo, los hinchas de todos los equipos de fútbol se convocaron para apoyar el reclamo. El gobierno, que hace del aguante un llamado a tolerar la motosierra (poda del gasto público) y la licuadora (pérdida de ingresos populares), choca de frente con el sentimiento y el habla de la hinchada, que vive el aguante no como sumisión indigna sino como banque popular a los colores amados. Vote a quien vote el hincha no es mileísta sino maradoniano.

Por la tarde, mientras las primeras multitudes se acercan al Congreso el gobierno miente y demoniza: «no son jubilados, sino barras». Y ordena reprimir salvajemente para evitar la concentración. Los grandes medios acompañan la versión criminalizante. El salvajismo policial arroja un símbolo: esta hora el fotógrafo Pablo Grillo lucha por su vida. A nadie puede sorprender que la Ministra Bullrich haya dado semejante orden, ni que mienta descaradamente ni que hable de “golpe de Estado”. Más difícil de creer es, en cambio, que las bancadas mayoritarias en el Congreso no fuercen su renuncia.

Ayer vimos nítidamente entonces dos dinámicas: de un lado la reaparición del plebeyismo y la calle, del hartazgo y la justa furia: un cambio de clima social. Del otro el aparato represivo cebado, la descomposición política e institucional del equipo de gobierno, y su intento -su única apuesta- de continuar acelerando por arriba.

Se adivinan, de nuevo, dos países.

De hecho, tenemos la sensación de que la situación ha cambiado. Ya nada será lo mismo. Desde la asunción de Trump, Milei ha tropezado en su intento de intensificar su modo de ejercer el poder. Ese modo es: acelerar imprimiendo a la velocidad torpeza, ilegalismo e impunidad. Lo que antes le salía, ahora le cuesta. Durante 2024 parecía monopolizar la escena. Sin embargo, este año las cosas se dan de otro modo. La marcha del orgullo antifascista y antiracista del 1 de febrero fue una respuesta contundente a sus palabras ofensivas pronunciadas en Davos: dividió al país en dos. Como se dijo en aquella convocatoria, si vamos a hablar de género, en la Argentina sólo hay fascistas y antifascistas. Luego vinieron las memecoin (y el intento de nombramiento de los jueves para cubrir el escándalo de las memcoin), y a eso le siguieron las desopilantes argumentaciones del personal gubernamental -anunciando que al gobierno no le corresponde poner dinero y construir obra pública- como toda reacción al desastre ocurrido en la ciudad de Bahía Blanca. Ayer, en medio de una Buenos Aires regada de gases lacrimógenos, podía verse por la TV a diputados mileístas a las trompadas dentro del Congreso.

Por supuesto, lo previsible es que el gobierno siga su curso, cada vez más veloz; que a la agenda anti woke le siga el acuerdo con el FMI y, sino, alguna otra. Es posible también que una parte nada insignificante del país lo apoye. Y que la crisis política general siga jugando en favor de una sensación de falta de alternativas que le sirva a Milei para encarar las elecciones legislativas de este año. Pero Milei ya no controla sus agendas, del mismo modo que no controla la calle. Y la aceleración sin rumbo puede conducirlo a cualquier lado. En este contexto, la reanimación de la CGT y los partidos, es poco menos que una obviedad exasperante. Pero la sola idea de un sindicalismo que actúa para “contener”, y de una política que actúa para “representar” el descontento por la vía de un frente electoral de tipo republicano -y no anti neoliberal- podría ahondar más la fosa entre la calle y las estructuras. En la Argentina no hay política sin conflicto, historia sin antagonismo, ni política popular sin componente plebeyo. Y en la Argentina posterior al 12 de marzo se plantean urgencias indisimulables, como neutralizar la acción del aparato represivo y volver a imaginar una sociedad capaz de resistir al brutalismo libertariano. Ojalá la hinchada vuelva a convocar.

La lógica de los disturbios // Paolo Virno

Foto: Rodrigo Ruiz

Actualmente, la única política fina y clarividente reside en los disturbios callejeros. El resto es danza de la lluvia, cuentos de un loco contados por un borracho, pequeñeces, Veltroni.[1] Veamos el grand tour de los últimos meses. Londres endulzada por los disturbios contra el aumento de las tasas de matrícula, Atenas, Túnez, El Cairo, la «genealogía de la moral» reescrita en la Plaza del Sol de Madrid, los rostros altivos y fraternales de los setecientos detenidos por la policía en el puente de Brooklyn, el camión de los carabinieri incendiado el 15 de octubre en Roma. Este es el catálogo, podría decir un Leporello[2] finalmente no servil. Estamos ante una especie de G7 extraestatal, que mantiene a raya con cierta rudeza a ministros marginados y policías pendencieros, empeñados en violar a toda costa la «zona roja».

Utilizo a propósito un término anticuado, e incluso desacreditado, como «disturbio». Lo utilizo para distinguir claramente este tipo de conflicto de las insurrecciones proletarias del siglo XX, pero también de cualquier forma de protesta exacerbada y, sin embargo, fisiológica. No se trata de ensayos generales de una revolución encaminada a una gestión diferente de los aparatos del Estado, pero tampoco de frenéticos asaltos a los hornos.[3] Esta dimensión intermedia, constituida por explosiones concentradas en el tiempo, debe ser cuidadosamente investigada, y definida positivamente, con categorías apropiadas. Hasta que descubramos, tal vez, que la agitación no tiene nada de «intermedio», sino que es un prototipo original. Se dirá: la crisis económica segrega sus efectos, y ahora, en lugar de escrutar la «opinión de los mercados» con devoción canina, los poderosos de la tierra tienen que lidiar con la reacción impaciente de la multitud. Cierto, pero eso no es todo: en las revueltas actuales, que emanan de un río cárstico hasta ahora no detectado y que, a veces, retornan presurosas, hay algo más y algo diferente. Algo que atañe al núcleo duro de la filosofía política moderna.

Llamo disturbio a la forma de acción política que revoca el pacto de obediencia al gobernante de turno. También llamo disturbio a la declaración de un estado de excepción por parte de los oprimidos. Llamo disturbio, por último, al episodio crucial de un éxodo, al momento en el que la multitud decidida a abandonar el Egipto del trabajo asalariado se enfrenta a las tropas del faraón. Para aclarar estas tres afirmaciones, es necesario detenerse en algunos conceptos generales.

La paradoja de la obediencia

¿Por qué hay que obedecer? Esta es la única pregunta que importa a la hora de reflexionar sobre las instituciones políticas. Quienes respondieran: porque la ley lo exige, se condenarían a un regreso al infinito. De hecho, es demasiado fácil preguntar a su vez: bien, pero ¿por qué hay que obedecer a la ley que impone la obediencia? ¿Acaso en nombre de otra ley anterior o más fundamental? Pero es evidente que la pregunta inicial se aplicaría también a esta última. Así, yendo paso a paso, nunca se llega a un resultado concluyente. ¿Y entonces?

El problema que se plantea con respecto a la obediencia no tiene nada de extraordinario. La posibilidad de un regreso al infinito caracteriza la vida del Homo sapiens en todas partes. Nuestro pensamiento, nuestra praxis y nuestros afectos pueden precipitarse en cualquier momento en una interminable marcha atrás, sancionada por la fórmula «y, así, sucesivamente». Algunos ejemplos, para entendernos. Pensemos en el niño que pregunta la razón de un determinado acontecimiento y, luego, la razón de esta razón, y de nuevo la razón de la segunda y más fundamental razón, etc., dando lugar así a una vertiginosa jerarquía ascendente de «¿por qués?». Y pensemos en el desarrollo de una emoción: siento vergüenza de hacer el ridículo, pero luego siento vergüenza de sentir vergüenza y, por qué no, también ocurre que siento vergüenza de sentir vergüenza, y, así, sucesivamente. Y he aquí un caso en el que los filósofos se han roto la cabeza: intento describir mi yo; para ello, sin embargo, debo describir también el yo que está investigando el yo; idearé una segunda descripción que incluya también el yo que indaga, etc., etc. Aquí, estas espirales de espirales cada vez más amplias son una especie de estribillo, a la vez familiar e inquietante, que acompaña, y hasta cierto punto condiciona, toda experiencia. En términos muy generales, podríamos decir que nos encontramos con una regresión al infinito cuando la solución de un problema no hace más que volver a plantear el mismo problema, aunque a un nivel más abstracto.

Sin embargo, está claro que no podríamos vivir ni un solo día si estuviéramos a merced del «y, así, sucesivamente, ad infinitum». Para hablar y actuar con eficacia, tenemos que detener la marcha atrás del «¿por qué?», tenemos que mantener a raya la ilimitación que brota de nuestro propio pensamiento. Lo que realmente caracteriza la vida humana no es la regresión al infinito como tal, sino las numerosas técnicas que nos permiten truncarla o inhibirla. La interrupción de la regresión al infinito es, quizá, el modelo de lo que llamamos «decisión». Al fin y al cabo, decidir significa precisamente truncar, acortar. Contrariamente a la creencia popular, la decisión no es una prerrogativa aristocrática, sino un humilde movimiento adaptativo, sin el cual no podríamos salir adelante.

Volvamos ahora a la cuestión que nos interesa: ¿por qué obedecer? Hay que formular una respuesta que pueda truncar la regresión al infinito asociada a la búsqueda de una ley que fundamente la obediencia. La obediencia a las normas no puede basarse en una norma; la aplicación de las normas no puede justificarse por una norma. Pero aquí está el punto: hay diferentes maneras, de hecho, diametralmente opuestas, de interrumpir la regresión al infinito. Está la solución propuesta por Hobbes, es decir, por la teoría moderna de la soberanía estatal (quien quiera puede leer «Sarkozy» o «Blair» o «Mubarak» en lugar de «Hobbes»). Pero también está la solución que se vislumbra en las recientes revueltas de Londres, Túnez, Roma, Madrid y Nueva York. La alternativa está entre dos tipos contrapuestos de «basta ya», entre dos tipos incompatibles de decisión.

Para Hobbes, la obediencia a las leyes se justifica por un hecho, en sí mismo inconmensurable para cualquier orden normativo: el paso del «estado de naturaleza» al «estado civil». Con una advertencia: por «estado de naturaleza» no debe entenderse una realidad prehumana, sin lenguaje ni regulación. Nada de eso: el llamado «estado de naturaleza» se compone de deseos, intereses, costumbres y discursos que son propiamente humanos, pero que aún no tienen un estatus jurídico. Aunque existen todo tipo de normas, no hay certeza de que se apliquen de forma automática y uniforme. Veamos ahora cuál es el razonamiento de Hobbes. Salir del «estado de naturaleza» y entrar en el «estado civil» significa, en su opinión, comprometerse a obedecer antes incluso de saber lo que se ordenará: «La obligación de obediencia, en virtud de la cual las leyes civiles son válidas, precede a toda ley civil». Por tanto, no se encontrará ninguna ley particular que ordene explícitamente no rebelarse. Si la aceptación incondicional del mandato no estuviera ya presupuesta, las disposiciones legales concretas (incluida, por supuesto, la que reza «no te rebelarás») no tendrían validez. Hobbes sostiene que el vínculo original de la obediencia deriva de la «ley natural», es decir, del interés común por la autoconservación y la seguridad. Sin embargo, se apresura a añadir que la ley «natural», es decir, la superley que exige el cumplimiento de todas las órdenes del soberano, solo se convierte en ley «cuando se ha salido del estado de naturaleza, por tanto, cuando el estado ya está establecido». He aquí la paradoja de Hobbes: la obligación de obediencia es, al mismo tiempo, causa y efecto de la existencia del Estado; se sustenta en aquello de lo que es fundamento; precede y sigue al mismo tiempo a la formación del «imperio supremo».

Los disturbios callejeros del 15 de octubre en Roma, y más aún los de Madrid y Nueva York, apuntan a la obediencia preliminar y sin contenido sobre cuya base se rige la máquina estatal. Sería un disparate creer que una revuelta implica una desobediencia perpetua, una ausencia total de reglas. Incluso en las barricadas obedecemos órdenes, instrucciones y preceptos. Ni que decir tiene que no se puede prescindir de reglas más o menos vinculantes y de una cierta disciplina en su cumplimiento. Solo un terrateniente, o un artista que no tiene ni idea de lo que es el arte, puede abogar por una arbitrariedad sin límites. La partida se juega en la génesis de las reglas, en la posibilidad de transformarlas, en su aplicación variable a casos individuales. Los disturbios hacen añicos la obligación preventiva de obedecer las leyes y, de este modo, dan lugar a una forma distinta de concebir tanto las leyes como la obediencia.

Los disturbios también interrumpen el regreso al infinito inherente a la pregunta «¿por qué obedecer?». Pero la interrumpen de un modo que, repito, está en las antípodas de lo propuesto por Hobbes y sus descendientes. En las insurrecciones se siente todo el peso de la vida prejurídica, es decir, del «estado de naturaleza». Es más, las insurrecciones muestran claramente la imposibilidad de salir del «estado de naturaleza» y, por tanto, la inseparabilidad entre las condiciones reales de existencia y las normas. Cuando una norma es controvertida, es necesario volver por un momento más allá de ella, adoptando como sistema de referencia lo que Wittgenstein llamaba «el modo de comportarse de los humanos». El recurso al «modo de comportarse común a la humanidad» desactiva el regreso al infinito, pero, atención, lo desactiva instalando la vida natural, es decir, los deseos y hábitos colectivos, en el corazón mismo de las instituciones históricamente determinadas. El «modo de comportarse común a los humanos» se convierte en el criterio decisivo para determinar si, y hasta qué punto, deben obedecerse las normas hasta ahora vigentes.

El estado de excepción de los oprimidos

Es bien sabido que en tiempos de crisis el soberano puede suspender las leyes ordinarias y proclamar el estado de excepción. ¿En qué consiste? Bien mirado, el estado de excepción no es otra cosa que el procedimiento por el cual el propio poder constituido permite que el «estado de naturaleza» irrumpa en el «estado civil», por un momento, y en su propio beneficio. En esa coyuntura, toda cuestión de derecho vuelve a ser una cuestión de hecho. Dicho más sencillamente: las iniciativas concretas del soberano adquieren un valor normativo inmediato, desaparece toda distinción entre norma y decisión ocasional.

Es bien cierto que el estado de excepción proclamado por el soberano es muy temible. Y es bien cierto que es el expediente para confirmar el pacto preliminar de obediencia. Uno se pregunta, sin embargo, si el estado de excepción no contiene en su seno ciertos principios que pueden beneficiar también al funcionamiento normal, fisiológico, de las instituciones no estatales, de las que dejan de lado toda forma de soberanía. Una cuestión crucial, creo, en una fase histórica en la que el estado de excepción es instituido cada vez más por los disturbios de la multitud.

En resumen: tanto en el estado de excepción como en los disturbios, toda norma es, sí, un criterio para medir las elecciones y los comportamientos, pero, también, al mismo tiempo, algo que a su vez debe ser medido, sometido a verificación, eventualmente modificado. Las normas que hay que obedecer son siempre contingentes, como contingentes son los acontecimientos que marcan nuestra vida. Se podría decir que las normas son hechos empíricos que durante un tiempo se vuelven rígidos, convirtiéndose en los raíles sobre los que discurren las acciones, las experiencias y los deseos. Pero lo que se ha vuelto rígido, tomando forma de norma, sigue siendo un hecho empírico, ciertamente, no algo necesario o trascendente. Por lo tanto, puede volver a un estado fluido, dando paso a otros raíles-normas, que también son provisionales y reversibles. Obedecer una norma siempre va acompañado de la posibilidad de cambiarla. En la república que ya no es estatal, prefigurada por la política previsora y afinada que conforman los actuales disturbios callejeros, el tenor contingente de las normas pasa a primer plano tanto como el alcance regulador de las acciones contingentes.

Rodrigo Ruiz / @ardianrodrigoruiz

Éxodo

Decía al principio que las convulsiones contemporáneas no tienen nada que ver con las revoluciones proletarias del siglo XX. Más bien se inscriben en un patrón de transformación radical de lo existente que, a falta de un nombre mejor, denomino «éxodo». Me gustaría ahora aclarar, al menos a grandes rasgos, el significado que atribuyo a este término, que es bíblico y, sin embargo, muy actual.

Entre las muchas formas en que Marx describió la crisis del proceso de acumulación capitalista (sobreproducción, caída tendencial de la tasa de ganancia, etc.), hay una que pasa casi desapercibida: la deserción obrera de la fábrica. Marx habla de una desobediencia febril y sistemática a las leyes del mercado de trabajo en la fase inicial del capitalismo norteamericano cuando su análisis del modo de producción moderno se topa con la epopeya del Oeste. Las caravanas de colonos que se dirigen a las Grandes Llanuras y el individualismo exasperado del frontiersman aparecen en sus textos como una señal de dificultad para Monsieur le Capital. La «frontera» se incluye de lleno en la crítica de la economía política.

La pregunta de Marx es sencilla: ¿cómo ocurrió que le resultara tan difícil al modo de producción capitalista imponerse precisamente en un país que tenía la edad del capitalismo, nacido con él, sobre el que no pesaba la viscosa herencia de los modos de producción tradicionales? En Estados Unidos se daban en toda su pureza las condiciones para el desarrollo capitalista y, sin embargo, algo no funcionó. No bastaba con que el dinero, la fuerza de trabajo y la tecnología fluyeran en abundancia desde el viejo continente, no bastaba con que las «cosas» del capital se reunieran en una tierra sin nostalgia. Las «cosas» se quedaron como estaban, durante mucho tiempo no se convirtieron en una relación social. La causa de este impasse paradójico reside, según Marx, en el hábito contraído por los inmigrantes de abandonar la fábrica al poco tiempo, dirigiéndose hacia el Oeste, hacia la frontera.

La frontera, es decir, la presencia de un territorio ilimitado por poblar y colonizar ofrecía a los trabajadores estadounidenses una oportunidad verdaderamente extraordinaria de hacer reversible su condición de partida. Cuando se cita la famosa «riqueza de oportunidades» como raíz y blasón de esa nueva civilización, se suele olvidar subrayar la oportunidad decisiva, que marca una ruptura con la historia de la Europa industrial: la de huir en masa del trabajo asalariado.

La disponibilidad de tierras libres hace que el trabajo asalariado se vuelva una red de amplias mallas, un estatus temporal, un episodio limitado en el tiempo. Ya no es una identidad perenne, un destino irrevocable, una condena a cadena perpetua. La diferencia es profunda, y nos habla de hoy. La dinámica de la frontera, o el enigma americano, constituye una poderosa anticipación de los comportamientos colectivos contemporáneos. Agotadas todas las salidas espaciales, en las sociedades del capitalismo tardío retorna, sin embargo, el culto a la movilidad, la aspiración a escapar de una condición definitiva y la vocación de desertar del régimen fabril.

A diferencia de lo que ocurrió en Europa, en los albores del industrialismo americano no hubo campesinos reducidos a la pobreza que se convirtieron en obreros, sino jornaleros adultos que pasaron a ser agricultores libres. El problema del autoempleo adquiere aquí una conformación insólita, que tiene también muchas notas de actualidad. En efecto, el trabajo autónomo no es un vestigio encogido y asfixiado, sino que arraiga más allá del sometimiento asalariado (o, al menos, a su lado). Representa el futuro, lo que sigue y se opone a la fábrica. Además, en lugar de ser tachada de idiotismo e impotencia, la relación con la naturaleza adquiere los rasgos de una experiencia inteligente, precisamente porque viene después de la experiencia de la industria.

El paradigma de la deserción, que surgió por primera vez cerca de la «frontera», abre perspectivas teóricas imprevistas. Ni el concepto de «sociedad civil» elaborado por Hegel, ni el funcionamiento del mercado esbozado por Ricardo ayudan a comprender la estrategia de la fuga. Es decir, una experiencia de civilización basada en la continua evasión de los papeles establecidos, en la inclinación a trucar la baraja mientras se juega. La «frontera» se convierte en un arma crítica tanto contra Hegel como contra Ricardo, porque sitúa la crisis del desarrollo capitalista en un contexto de abundancia, mientras que el «sistema de necesidades» hegeliano y la caída ricardiana de la tasa de ganancia solo son explicativos en relación con la escasez dominante.

Hoy, el equivalente de las tierras libres que permitieron el éxodo de la fuerza de trabajo hacia Occidente, lejos del régimen fabril, está constituido por lo que llamamos «bienes comunes». O, mejor, por esos bienes comunes excepcionalmente importantes que son el pensamiento, el lenguaje, el conocimiento y la cooperación social. La «frontera» a colonizar coincide con el general intellect del que hablaba Marx, con ese «cerebro social» que comparten todos los miembros de la especie sin pertenecer a nadie en particular. La abundancia potencial del general intellect permite, hoy, la salida del Egipto del trabajo asalariado. La correlación de fuerzas entre clases también se define ahora por la evasión, en definitiva, por la existencia de vías de fuga. El nomadismo, la libertad individual, la deserción y el sentimiento de abundancia alimentan el conflicto social actual.

La cultura de la defección, es decir, del éxodo, es ajena a la tradición democrática y socialista. Esta última ha interiorizado y vuelto a proponer la idea europea de «confín» frente a la idea estadounidense de «frontera». El confín es una línea en la que detenerse, la frontera es una zona indefinida en la que avanzar. El confín es estable y fijo, la frontera móvil e incierta. Uno es un obstáculo, la otra una oportunidad. La política democrática y socialista se basa en identidades fijas y delimitaciones seguras. Su objetivo es restringir la «autonomía de lo social», haciendo exhaustivo y transparente el mecanismo de representación que vincula el trabajo al Estado. El individuo representado en el trabajo, el trabajo en el Estado: una secuencia sin fisuras, basada como está en el carácter sedentario de la vida de los individuos.

Se comprende así que el pensamiento político democrático haya fracasado frente a los movimientos juveniles y las nuevas inclinaciones del trabajo dependiente. Por decirlo en los términos de un excelente libro de Albert O. Hirschman (Exit, Voice and Loyalty, 1970),[4] la izquierda no vio que la opción exit (abandonar, si es posible, una situación desventajosa) se volviera preponderante sobre la opción voice (protestar activamente contra esa situación). Al contrario, denigró moralmente el comportamiento de «salida». La desobediencia y la huida no son, sin embargo, un gesto negativo que exima de la acción y la responsabilidad. Al contrario. Desertar significa cambiar las condiciones en las que se desarrolla el conflicto, en lugar de estar sometido a ellas. Y la construcción positiva de un escenario favorable exige más ingenio que la confrontación en condiciones predeterminadas. Un «hacer» afirmativo cualifica la defección, dándole un sabor sensual y operativo para el presente. Se entra en conflicto a partir de lo que se ha construido huyendo, para defender relaciones sociales y formas de vida nuevas, que ya se están experimentando. La antigua idea de huir para golpear mejor se combina con la certeza de que la lucha será tanto más eficaz cuanto más se tenga algo que perder más allá de las propias cadenas.

Escrito en el año 2011

(Este texto forma parte de la selección de artículos recopilados en La sustancia de lo que se espera)

 

[1] N. del T.: Se refiere a Walter Veltroni (1955), quien fuera Secretario General del PD, alcalde de Roma y Ministro en el gobierno de Romano Prodi, entre otros cargos. Es decir, uno de los mayores representantes de la socialdemocracia italiana de los últimos tiempos.

[2] N. del T.: Se refiere al sirviente de Don Giovanni, en la ópera homónima de Mozart.

[3]N. del T.: Se refiere al conocido como el «disturbio del pan» que Alessandro Manzoni narra en el capítulo XII de I promessi sposi [Los novios, Akal, Madrid, 2015], un clásico de la literatura italiana. Una multitud hambrienta asalta un horno de pan de Milán llamado «delle grucce», pero, para incredulidad de Renzo, el protagonista de la novela junto a su novia Lucía, los asaltantes queman lo obtenido en el saqueo en la plaza de Roma de la ciudad transalpina.

[4] N. del T.: Ed. cast., Salida, voz y lealtad. Respuestas al deterioro de empresas, organizaciones y Estados, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1977.

Fuente: Tercero Incluido Blog

El brutalismo, fase superior del neoliberalismo // Amador Fernández-Savater

“Lo significativo no es lo que acaba y consagra, sino lo que inicia, anuncia y prefigura”

Achille Mbembe  

 

¿En qué tiempo vivimos? ¿Cómo calificar nuestra época? Algo decisivo se juega, para el pensamiento crítico, en esta cuestión de los nombres. Los nombres de la época. El mapa de los nombres orienta estrategias, señala los movimientos del adversario, revela resistencias posibles. 

¿A qué nos enfrentamos hoy? Si no sabemos cómo se llama, ¿cómo lo vamos a combatir?  

El pensador camerunés Achille Mbembe propone el término de “brutalismo”. Proveniente del universo de la arquitectura, donde denomina un estilo de construcción masivo, industrial, altamente contaminante, el brutalismo como imagen del mundo contemporáneo nombra un proceso de guerra total contra la materia

El diagnóstico de Mbembe no es simplemente político o económico, cultural ni siquiera antropológico, sino civilizatorio, cósmico, cosmopolítico. Designa la relación dominante con lo existente. Una relación de forzamiento y extracción, de explotación intensiva y depredación.  

El mundo se ha convertido en una gigantesca mina a cielo abierto. La función de los poderes contemporáneos, dice Mbembe, es “hacer posible la extracción”. Hay una versión derechista del brutalismo y una versión progresista, pero ambas gestionan con distintas intensidades y modalidades una misma empresa de perforación. De los cuerpos y los territorios, pasando por el lenguaje y lo simbólico. 

¿Un nuevo imperialismo? Sí, pero que ya no instituye o edifica una civilización de valores, una nueva idea del Bien o una cultura superior, sino que fractura y fisura los cuerpos –individuales, colectivos, terrestres– para extraer de ellos todo tipo de energías hasta el agotamiento, amenazando así con la “combustión del mundo”.  

Mbembe identifica tendencias a nivel planetario que afectan a la humanidad en su conjunto. Pero piensa desde un lugar particular: África, su historia, sus heridas y sus resistencias. El mundo entero experimenta hoy un “devenir negro” en el que la distinción entre el ser humano, la cosa y la mercancía tiende a desaparecer. El esclavo negro prefigura una tendencia global. Todos estamos en peligro. 

 

Economía libidinal brutalista

¿Qué tipo de ser humano, de subjetividades y deseos, quiere producir el brutalismo contemporáneo? 

Por un lado, tiene el loco proyecto de erradicación del inconsciente, “esa inmensa reserva de noche con la que el psicoanálisis intentó reconciliarnos”. El cuerpo humano no es mero cuerpo biológico, neuro-químico, sino también “materia ensoñada” (León Rozitchner) que anhela, que fantasea, que utopiza. El inconsciente es una piel de plátano en todos los planes de control, incluyendo los de uno sobre sí mismo. Todo lo desvía, lo tuerce, lo complica. 

Hay que extirpar esa dimensión ingobernable, capturar en las redes de datos todas las fuerzas y las potencialidades humanas, cartografiar enteramente la materia hasta que el mapa sustituya al territorio. El brutalismo pretende la digitalización integral del mundo, disolver el inconsciente (que nos hace únicos e irrepetibles) en el algoritmo, en el número, en el dominio de lo cuantitativo. Abolir el misterio que somos, blanquear la noche. 

Pero lo único que consigue es dejar vía libre a las pulsiones más oscuras y destructivas. ¿Por qué? La racionalización general –digitalización, algoritmización, protocolización– bloquea las energías afectivas y amorosas, esa potencia de Eros que según Freud es el único contrapeso posible a Tánatos. El proyecto de erradicación del inconsciente conduce a una insensibilización general.  

La indiferencia al dolor de los demás, el gusto por herir y matar, por ver sufrir. La crueldad y el sadismo son rasgos clave de los poderes contemporáneos. Mbembe habla, en un capítulo particularmente escalofriante, del “virilismo” contemporáneo. La economía libidinal del brutalismo ya no pasa por la represión o la contención pulsional, sino por el desenfreno, la desinhibición, la desublimación y la ausencia de límites. Decirlo todo, hacerlo todo, mostrarlo todo y gozar con ello. 

El virilismo configura una zona frenética, dice Mbembe, sin rastro de los viejos sentimientos de culpabilidad, pudor o inhibición. Una figura lo expresa quizá mejor que ninguna otra: el triunfo de la imagen del padre incestuoso en las páginas pornográficas. Vuelta atrás: si el asesinato del padre despótico a manos de sus hijos había supuesto para Freud el pasaje a la civilización, el límite y la ley, el fantasma del padre abusador vuelve a poblar hoy los deseos más oscuros.  

Ayer, el principio de realidad (el mandato paterno) obligaba a renunciar o posponer el placer, a sustituirlo por una compensación sublimatoria. Hoy, nos exige todo lo contrario: no posponer, aplazar o sustituir nada, sino acceder al goce de forma directa, literal y sin mediaciones. Consumir (objetos, cuerpos, experiencias, relaciones). De la represión a la presión. De la desexualización a la hipersexualización. Del padre de la prohibición al padre del abuso. La culpa consiste hoy en no haber gozado lo suficiente

Colonizar siempre supuso brutalizar. La plantación y la colonia son, según Mbembe, prefiguraciones del brutalismo. Sin contenciones, ni mediaciones simbólicas, se puede y se debe gozar absolutamente de los otros, convertidos en mero “harén de objetos” (Franz Fanon). ¿Podemos entender así, libidinalmente, una clave del ascenso de las nuevas derechas? Se presentan como defensores de una “libertad” que sólo es el derecho de los fuertes a gozar de los débiles como si de objetos desechables se tratara. 

De fondo, como un efecto derivado del virilismo, el miedo a la castración, el pánico genital y el horror a lo femenino se extienden por todos lados. El brutalismo aspira incluso a desembarazarse completamente de las mujeres. Onanismo generalizado, sexualidad sin contacto, tecnosexualidad, con el cerebro sustituyendo al falo como órgano privilegiado. El virilismo no sería la última palabra del patriarcado. 

 

Cuerpos-frontera

Al final de su libro sobre Los orígenes del totalitarismo, más de seiscientas páginas dedicadas al estudio de las condiciones históricas y sociales que hicieron posible el nazismo y el estalinismo, Hannah Arendt afirma sorprendentemente que la única certeza que ha alcanzado es que el totalitarismo nace en un mundo donde el conjunto de la población se ha vuelto superflua. Los campos de concentración (y luego de exterminio) fueron el solo lugar que los poderes encontraron entonces para albergar a los que sobraban

¿Cómo leemos esto hoy, cuando nuestra época está atravesada por el mismo fenómeno de masas errantes? La guerra siempre fue un dispositivo de regulación posible del exceso de población indeseada y el totalitarismo un régimen de guerra permanente. El brutalismo contemporáneo, diferente al nazismo o al estalinismo, hereda sin embargo la misma función. Ante el miedo a repartir y el pánico “a la multiplicación de los otros”, la gestión brutal de las migraciones. 

A los seres humanos que sobran, Mbembe los llama “cuerpos-frontera”. ¿Qué se hace con ellos? Aislar y confinar, encerrar y deportar, dejar morir. La biopolítica (que cuida la vida para explotarla) se encabalga con una necropolítica (que produce y se hace cargo de la población superflua).  

El mundo contemporáneo no conoce solamente formas de control suaves y seductoras (moda, diseño, publicidad), sino también métodos de guerra. Hoy, por todas partes, se endurecen los controles, las detenciones, los confinamientos. Se trocean los espacios, se decide autoritariamente quién puede desplazarse y quién no. No sólo se promueve la movilidad de los sujetos (de casa, de trabajo, de función), sino que se sujeta, se controla, se fija. Gaza como paradigma de gobierno. 

Mientras los dirigentes europeos celebraban recientemente los ochenta años de liberación de Auschwitz los campos vuelven por sus fueros. Campos de internamiento, de retención, de relegación y apartamiento. Para migrantes, refugiados, solicitantes de asilo. Campos, en definitiva, para extranjeros. Samos, Chios, Lesbos, Idomeni, Lampedusa, Ventimiglia, Sicilia, Subótica. Las rutas migratorias más letales en todo el mundo son las europeas, 10.000 personas perdieron la vida tratando de entrar en España el año pasado.  

También la sangría y la depredación operan en la gestión de las circulaciones complejas de los cuerpos-frontera, explica Mbembe, a través del control de las conexiones, las movilidades y los intercambios. La guerra contra los migrantes (esa materia en movimiento) es además negocio lucrativo y factor económico.  

Las pulsiones imperialistas se conjugan hoy con la nostalgia y la melancolía. Los otrora conquistadores, envejecidos y cansados, se sienten invadidos por las “razas energéticas” llenas de vitalidad. El mundo se vuelve pequeño y bajo amenaza. Es la percepción que explotan las extremas derechas europeas. La patria ya no debe expandirse, sino defenderse. El estilo afirmativo y entusiasta de un Jose Antonio se vuelve puro miedo y victimismo en Vox. 

 

Utopías de la materia 

¿Cómo resistir al brutalismo? Mbembe no se regodea en un ejercicio de catastrofismo, sino que se atreve a utopizar. ¿Qué significa esto? 

El pensador camerunés encuentra inspiración en Ernst Bloch, el gran pensador de la utopía y la esperanza del siglo XX. ¿Qué es la utopía para Bloch? Nada de lo que solemos pensar asociado a ese término: especulaciones de futuro, proyección de escenarios, modelos perfectos. No, la utopía es potencia, latencia y posibilidad ya inscritas en el presente

A diferencia de la crítica convencional, la crítica utópica no sólo dibuja una cartografía crítica de los poderes contemporáneos, sino que también señala potencialidades de resistencia, de cambio, de otros mundos posibles. No sólo denuncia, enjuicia o cancela, sino que enuncia nuevos posibles, invitando a quien la escucha a darlos a luz, a desplegarlos. Pone en tensión lo que hay y lo que podría haber, siendo esto último no una posibilidad abstracta, sino una fuerza en proceso. 

Si hoy asistimos a un “devenir-negro del mundo”, ¿no podrían resultarnos inspiradoras las resistencias que las culturas africanas han opuesto siempre a su devenir-cosa? Lo particular se vuelve universal y la utopía, como quería Walter Benjamin, ya no está en el futuro sino en “el salto de tigre al pasado”. 

Estas resistencias pasan, tal y como yo lo leo, por otra concepción y otra relación con la materia. La materia según las culturas africanas pre-colonización es tejido de relaciones, es diferencia, es cambio. El animismo expresaría esto en un plano espiritual: el mundo está poblado por una multitud de seres vivos, de sujetos activos, de divinidades múltiples, de antepasados, de intercesores. 

O la reparación o los funerales, dice Mbembe. El reto no es indignarse o darse golpes en el pecho, sino regenerar la materia herida. Por ejemplo, en el caso del debate sobre la descolonización de los museos, no se trata simplemente de “devolver” los objetos robados a sus lugares de origen, sino de entender que esos objetos no eran “cosas” (ni útiles ni obras de arte), sino vehículos y canales de energía, de fuerzas vitales y de virtualidades que habilitaban la metamorfosis de la materia. Recrear una relación activa con la memoria. 

Si la materia no es un objeto para ser explotado, sino un ecosistema participativo, una reserva de potenciales, un conjunto de subjetividades, ¿qué formas políticas podrían convenirle? 

Más allá de la democracia liberal y del nacionalismo vitalista, del suelo y la sangre, Mbembe propone una “democracia de los vivos” que practicaría el cuidado a todos los habitantes de la tierra, humanos y no humanos. Una economía de “los bienes comunes” que nos obligaría a renunciar a nuestras obsesiones de apropiación exclusiva. Y una “des-fronterización” del mundo capaz de proteger el derecho de cada uno a partir, a moverse y a estar de paso. A ser extranjero, para sí mismo y para los demás. 

La materia misma utopiza, decía Ernst Bloch. No es una masa pasiva que espera su forma del exterior, sino que tiene en sí misma su propio movimiento, su propio principio activo, está preñada de futuro. ¿Es por eso que el brutalismo le hace la guerra? Lo que ella nos exige es ser “como el fuego en el horno” que madura y realiza los potenciales. No forzarla ni violarla, sino escuchar y prolongar su creación. 

Fragmentos de un clamor de Milena Jesenská // Cynthia Eva Szewach

“Qué también en esta oscuridad íbamos a estar tan acordes, eso es lo más extraordinario y yo solo puedo creerlo, literalmente, cada dos instantes”

Kafka a Milena

 

Milena Jesenská trabaja desde 1936 en Pritomnost, una revista mensual político-cultural de Praga. Ya han pasado más de diez años de la muerte de Kafka, y como periodista fue adquiriendo un lugar propio y crítico frente a los sucesos adversos y a las desdichas que se aproximan en su tiempo.

Como recuerda su amiga M. Buber Newman[1],  Kafka le ha escrito a Milena en sus cartas “Tú tienes el valor y sobre todo la fuerza de mirar más allá”. Ambos están afectados, concernidos entre sí en lo que piensan, escriben, poetizan, traducen. Buber, en relación a la época de este escrito, describe la valentía de Milena, pero también cierto abandono del optimismo que la caracterizaba. Por otro lado, se lee explícitamente una idea interesante, la relación entre decepción y deseo de venganza.  La decepción incluye sin duda una ilusión previa. Por otro lado, como transmite Ana Arzoumanian[2], hay una frase de Milena donde dice: “Hay que escribir los artículos políticos como una carta de amor”. Aquí pareciera además una retórica de urgente clamor.

Compartiremos fragmentos de un extenso texto de octubre de 1938, publicado días posteriores al complejo pacto de Múnich en septiembre. Declama, conmovida, afectada por las preocupaciones que tiene por los desamarrados, desplazados o perseguidos en el contexto previo al inicio de la guerra propiamente dicha.   Menciona un clima de falsas expectativas de paz: “Por supuesto esta paz no es obra nuestra. Nos es impuesta. Permítanme agregar que la palabra “impuesta” es un eufemismo (…) “.  Se trata de pedir ayuda dice, pero no humanitaria, no alcanzan colectas, sino otras transformaciones, abrir fronteras, albergar colonos.  Conocemos lo que sigue, se desata la ocupación de su país y ella será un año después, trasladada al campo de concentración donde enferma y muere en 1944.

Por encima de nuestra fortaleza[3]  es el título del artículo, que no carece de vigencia en nuestros días, ni de resonancias en los tiempos sombríos que corren, o de inquietudes desengañadas en una mujer sensible  a la potencia de las palabras y extremadamente perceptiva a lo que se huele silenciosamente. Comienza así:

“No soy de aquellas que se dejan seducir por la belleza de palabras, como derecho, justicia, moral. Sin embargo, defiendo con pasión su significado justo y verdadero, y para mis oídos, su sonido como el de la única moneda que no es falsa.

Pero cualquiera que tenga oídos para escuchar y ojos para ver, ha podido captar palabras poderosas, en el momento donde imponen una carga para los más débiles.

Demasiadas injusticias han ocurrido, logradas con el sonido de la música marcial, en nombre de los derechos y la humanidad.

Demasiados hombres son víctimas de las redes de esta aclamada paz para el festejo del mundo.

Los crueles golpes asestados a los derechos de las personas, siempre han estado cubiertos con el velo de propósitos nobles y moralizadores”.

Ella piensa que se ha obligado a un pueblo a que lleven adelante actos de crueldad o de injusticia, con el manto de una pacificación falseada, sin entender el sentido de lo que estaban haciendo. Y, como escribe Diego Sztulwark en un texto sobre Kafka si no se renuncia a preguntar, es porque se cuenta con la lengua, como bien más preciado y como oportunidad para tomar algunas decisiones, en el breve lapso que va entre la vida y la muerte, si se pudiese.

“Nadie en el mundo tiene más sed de nobleza y de derecho que los pobres, lo necesitan como su pan cotidiano. (…) Digo todo esto porque puedo escribir estas líneas, sólo si se me permite escribir realmente con claridad, honestidad y contundencia.”

Milena advierte el progresivo avance del nazismo en su país, a y las “dificultades” de brindar apoyo a los refugiados a pesar de los supuestos acuerdos. Invoca, “a pesar de nuestra aparente impotencia, debemos actuar con rapidez (…) pero la gente no puede alimentarse de un reconocimiento y de un respeto doloroso”.

Hay mucha desocupación y bastantes intelectuales se han exiliado. “Estamos muy empobrecidos. No hay duda que seguiremos viviendo, pero no es menos certero que lo haremos en peores condiciones que antes y esto se aplicará a cada uno de nosotros. Tendremos que esperar bastante antes de comenzar a construir nuevos caminos, a construir nuevas fábricas y líneas de ferrocarril como nos prometen los periódicos.”

“Pareceremos una balsa que está recogiendo a los náufragos de un barco que se hunde, y que dejó entrar a más personas de las que se pueden contener. Entre los refugiados hay mujeres que desconocen totalmente la suerte de sus maridos y no saben si jamás volverán. Sí, incluso hay niños que están aquí solos.  En toda Praga, apenas hay una casa donde no se presenten al menos dos o tres refugiados. Al menos son privilegiados porque conocen a alguien en la ciudad.  Pero miles más han huido a lo desconocido…”.

Dice que puede dar testimonio como checa. “Este pueblo está hoy profundamente afectado, humillado, herido. Del dolor y del exceso de fatiga, de la aplastante decepción puede nacer el deseo de venganza. (…) venganza es el arma de los débiles contra otros aún más débiles. Si nos vemos obligados a imponer a nuestro pueblo una carga insoportable, debemos tener muy claro quiénes serán las víctimas designadas de su ira”.

Milena interpela -en especial a Inglaterra y a Francia- a la apertura de fronteras para emigrados, en especial alemanes que huían del nazismo, para que se los aloje y proteja con celeridad. Escribe que su país, Checoslovaquia, podría ser un lugar de tránsito, pero por las circunstancias y condiciones se trataba de un sitio muy temporal como para poder darles una nueva vida.

Una nueva vida, no una nuda vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Margaret Buber Newman, “Milena”.  Tusquets editores

[2] Ana Arzoumanian , Entrevista de abril 2019 , Página 12, a partir de la presentación de su hermoso libro “La Jesenská” editorial Paradiso 2019

[3] Los fragmentos del artículo son traducción personal de la versión francesa. Titulado “Au-dessus de nos forces” “Vivre” Bibliotheques 10/18 París, y cotejados la versión del inglés titulado “Beyond our strength” en “The Journalism of Milena Jesenská” Berghahn Books New York, 2003, junto a una amiga y colega Moira Iglesias.

Milei hizo mileísmo // Diego Sztulwark

Una hipótesis ni tecnofílica ni juridicista para tratar de pensar la crisis de gobierno desatada este último fin de semana.

El mileísmo aspira a ser la traducción argentina de un tipo de poder que opera al menos en tres dimensiones:

-Imponiendo un mando virtual sobre toda realidad analógica (escaneo de lo orgánico en información, sometimiento de la información a mando algorítmico);
-opacando las relaciones de cooperación sociales en categorías esotéricas (fetichizando al máximo la representación del valor social en nociones como blockchain y cotizaciones de crypto memes); 

-haciendo de la velocidad un diferencial específico como instrumento principal de sometimiento de la «casta» (capturada en su pesadez burocrática de despacho y negociación propia de las instituciones; en particular: el parlamento y los organismos internacionales); y de la organización popular (que expresa su fuerza a través de los tiempos lentos de la composición de los cuerpos en multitud).

Dentro de este marco, algunas observaciones:

-La torpeza ostensible del mileísmo ha suscitado hasta ahora más comprensión que rechazo: fue celebrada por muchos como un rasgo de «autenticidad» que le permitió a su personal representar el papel de personas de comunes con responsabilidades extraordinarias;

-Sus ilegalidades parecen relativizadas por el odio constitutivo a la regulación pública (destrucción de toda autoridad normativa extra-mercantil) propio de ese modo del poder:

-La impunidad de la que gozan se explica en buena medida por el estupor que aun hoy impide la aparición de otro tipo de fuerza, que juegue de otro modo con el poder, fijándole límites: la oposición existente no es un contrapoder.

¿Qué podemos leer políticamente, entonces, en base a la información pública hasta disponible? Milei hizo mileísmo: acudió a un mecanismo de financiación virtual, opaco, y veloz; y lo hizo a su manera (porque este es su modo hacer política): torpemente, acometiendo ilegalidades y sin afrontar límites institucionales. (Es más que sensato imaginar que se trató de obtener recursos económicos para fines políticos; los medios hablan de la participación de su herma, la constructora del partido).

¿Cuál sería para el mileísmo la peor consecuencia posible de esta crisis?: que la sociedad reaccionase imponiéndole un límite a ese tipo de ejercicio del poder. Esto es: forzando una hibridación que actúe recobrando los derechos de lo real analógico (de la vida, de los cuerpos), recuperando capacidad de lectura de la representación del valor (a riqueza socialmente producida, lo común como fuente del valor), y desacelerando la velocidad ciega como único valor del movimiento. ¿Existen, podrían conformarse los medios políticos para lograr algo de esto?

Guevarismo // Diego Sztulwark

Leyendo la nota de Jorge Alemán publicada en Página/12 “Guevara en Cristo; un ateísmo cristiano” me topé con esta frase: “El Cristo está en Guevara como ese flujo del amor sin objeto”. Y recordé, no sin sorpresa, otra reflexión, hecha por León Rozitchner en 1972 -en su libro Freud y los límites del individualismo burgués– sobre esas mismas figuras y con equivalente interés en el psicoanálisis. La historia tiene su interés. En el año 62, Rozitchner llegaba a La Habana como profesor invitado. Daba sus clases en base a apuntes que tomaba de los testimonios dados por los invasores que pocos meses antes habían invadido -organizados desde los EE.UU- Playa Girón, y habían sido capturados por los militares cubanos. Con esos textos concibió su libro Moral burguesa y revolución (1963). Oscar Masotta escribió en el prólogo que su modo de hacer filosofía buscaba el contacto con la verdad “en torno a la guerra o el hecho de la muerte, la lucha, la violencia”. El enfrentamiento armado y la revolución triunfante permitían formular la pregunta sobre la transformación del sujeto al calor de la lucha de clases.

 
 

Dos años después, Ernesto Guevara escribe una carta a Carlos Quijano, director del periódico Marcha: “El socialismo y el hombre en Cuba”. Allí plantea que la nueva sociedad surgida de la revolución no puede edificarse con los recursos de la sociedad capitalista y discutía la utilización del cálculo económico en la economía socialista. Sin cortar el cordón umbilical que liga al hombre y a la mujer al mundo de las mercancías, decía, los procesos de emancipación se interrumpen y retroceden. Según el Che, la vigencia de la ley del valor tenía efectos reaccionarios sobre la subjetividad de las personas. De nada servirían la propaganda y la educación si no se generaban, por vía de la movilización de masas, formas de reproducción social que escaparan a las categorías que organizan la reproducción social capitalista. El problema era claro: no habría humanidad nueva en un país pequeño y dependiente obligado a defenderse de la agresión imperialista -y a aliarse con las potencias del socialismo real- sin dar pasos concretos para extender la revolución y para profundizar en la creación de nuevas relaciones sociales.

Unos meses después, luego de su fracaso en la guerra de El Congo, Guevara se aísla en una casa de seguridad a las afueras de Praga, mientras organiza su desembarco en Bolivia. Allí se dedica a escribir notas críticas de un manual de economía política publicado por la Academia de Ciencias de la URSS. Creo que Ricardo Piglia se perdió esa escena en su maravillo texto “El último lector”: el revolucionario tomando notas sobre la presencia de la ley del valor en el socialismo. Cito: “Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la Nueva Economía Política (NEP) han calado tan hondo en la vida de la URSS que han marcado el signo de toda una etapa. Y sus resultados son desalentadores: la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se están volviendo a favor de la superestructura: se está regresando al capitalismo”. (Esos apuntes redactados en Tanzania y Checoslovaquia entre los años 65 y 66 en Apuntes críticos a la economía política (2006), a cargo de quien mejor conoce esta historia, la investigadora cubana María del Carmen Ariet).

Rozitchner tomó muy en serio el problema de la subjetividad y la ley del valor. En su libro Freud y el problema del individualismo burgués (1972) se pregunta cómo puede el militante de izquierda alcanzar y desactivar la presencia temprana y formativa del poder despótico imaginario en la formación de su propia conciencia. Su investigación tiende un puente entre el Guevara y Freud. La conciencia de una humanidad nueva será retórica mientras que en el sujeto permanezcan escindidos razón y sensibilidad: el militante que recita el Capital sin integrar el saber del cuerpo resulta ineficaz en el terreno de la acción política. La marca de la servidumbre voluntaria en los sujetos -incluidos los de izquierda- es la incapacidad de pasar de la acción fantaseada, sin sobrepasar el ámbito simbólico en el que busca consuelo. Guevara en Cuba, en cambio, deslumbraba como una figura adecuada a la capacidad efectiva de un pueblo de plantear colectivamente problemas políticos concretos y transformar la realidad histórica del país. Para subrayar aún más la contraposición, Rozitchner comparaba al Che con Cristo, antiguo líder de una rebelión que el poder neoliberal transmuta en figura simbólica congruente con el sistema ¿Qué se le hizo a Cristo?: se lo hizo hablar “con su carne culpable y castigada, de inconsciente a inconsciente, de cuerpo a cuerpo, en forma muda”. Se lo promovió como un símbolo apropiado para calmar las aguas y evitar problemas incómodos.

La cristianización del Che comenzó apenas fue asesinado en Bolivia. Como al antiguo revolucionario judío, se lo convirtió en un mártir deshistorizado. Dos films de Leandro Katz –El día que me quieras y Exhumación– registran el proceso de tratamiento del cadáver puesto en cruz, y la posterior desaparición de su cuerpo: la sustitución de la materialidad del combatiente por un símbolo espiritualizado y mercantilizable ¿Nos conforma pensar en términos abstractos la acción revolucionaria, y la filosofía que intentó pensarla? Planteo una hipótesis: el inconformismo comienza cuando no se aceptan los términos que los vencedores imponen a los derrotados. O, lo que quizás es otro modo de decir lo mismo: cuando se capta el amor materializado como tramado en la historia, en las luchas y en la fuerza de las ideas situadas.

Una introducción a la vida no fascista // Michel Foucault (Prefacio a la edición estadounidense de El Anti-Edipo)

(Traducción y notas: Federico Yamamoto)

 

Durante los años 1945-1965 (me estoy refiriendo a Europa), había una forma determinada de pensar correctamente, un estilo de discurso político determinado, y una ética del intelectual determinada. Uno tenía que estar familiarizado con Marx, y no dejar que los propios sueños se aparten demasiado de Freud. Y uno debía tratar los sistemas de signos –el significante– con el mayor de los respetos. Estos eran los tres requisitos que hacían aceptable la extraña ocupación de escribir y enunciar una cuota de verdad sobre uno mismo y sobre su tiempo. 

Luego vinieron los breves, apasionados, jubilosos y enigmáticos cinco años. A las puertas de nuestro mundo, allí estaba Vietnam, por supuesto, y el primer gran golpe a los poderes establecidos. Pero aquí, al interior de nuestros muros, ¿qué era exactamente lo que estaba ocurriendo? ¿Una amalgama de políticas revolucionarias y antirrepresivas? ¿Una guerra librada en dos frentes: contra la explotación social y la represión psíquica? ¿Una oleada de libido modulada por la lucha de clases? Tal vez. En cualquier caso, fue esta interpretación dualística tan familiar la que se arrogó los eventos de aquellos años. El sueño que, entre la Primera Guerra Mundial y el fascismo, lanzó su hechizo sobre las partes más soñadoras de Europa –la Alemania de Wilhelm Reich, y la Francia de los surrealistas– había vuelto y prendido fuego la realidad misma: Marx y Freud en la misma luz incandescente. 

¿Pero, fue realmente eso lo que ocurrió? ¿Se retomó el proyecto utópico de los treinta, esta vez a nivel de la práctica histórica? ¿O hubo, por el contrario, un movimiento hacia luchas políticas que ya no se conformaban al modelo prescrito por la tradición marxista? Hacia una experiencia y una tecnología del deseo que ya no eran freudianas. Es verdad que se levantaron las viejas pancartas, pero el combate viró y se expandió hacia nuevas zonas. 

El Anti-Edipo muestra, primero que todo, cuánto terreno ha sido cubierto. Pero hace mucho más que eso. No pierde tiempo desacreditando viejos ídolos, aunque sí se divierte mucho con Freud. Lo más importante, nos motiva a ir más lejos. 



Sería un error leer El Anti-Edipo como la nueva referencia teórica (ustedes saben, esa tan anunciada teoría que finalmente abarca todo, que por fin totaliza y nos devuelve la confianza, aquella que nos han dicho “necesitamos desesperadamente” en nuestros tiempos de dispersión y especialización en los que falta la “esperanza”). Uno no debe buscar una “filosofía” entre la extraordinaria profusión de nociones nuevas y conceptos sorpresa: El Anti-Edipo no es un Hegel relumbrón. Creo que El Anti-Edipo puede ser leído mejor como un “arte,” en el sentido implicado, por ejemplo, en el término “arte erótico.” Informado por las nociones aparentemente abstractas de multiplicidades, flujos, arreglos, conexiones, el análisis de la relación del deseo con la realidad y con la “máquina” capitalista brinda respuestas a preguntas concretas. Preguntas que no tienen tanto que ver con por qué esto o aquello, sino con cómo proceder. ¿Cómo introducir el deseo en el pensamiento, en el discurso, en la acción? ¿Cómo el deseo puede y debe desarrollar sus fuerzas dentro del dominio político y crecer en intensidad en el proceso de desbaratar el orden establecido? Ars eroticaars theoreticaars politica

De ahí los tres adversarios afrontados por El Anti-Edipo. Tres adversarios que no tienen la misma fuerza, que representan grados distintos de peligro, y que el libro combate de maneras diferentes: 

(1) Los ascetas políticos, los militantes tristes, los terroristas de la teoría, aquellos que quieren preservar el orden puro de la política y del discurso político. Burócratas de la revolución y funcionarios civiles de La Verdad. 

(2) Los pobres técnicos del deseo—psicoanalistas y semiólogos de cada signo y síntoma—que quieren subyugar la multiplicidad del deseo a la ley doble de estructura y carencia. 

(3) Por último pero no menos importante, el gran enemigo, el adversario estratégico es el fascismo (mientras que la oposición de El Anti-Edipo a los anteriores es más bien un compromiso táctico). Y no solamente el fascismo histórico, el fascismo de Hitler y Mussolini—que fue capaz de movilizar y utilizar tan efectivamente el deseo de las masas—sino también el fascismo en todos nosotros, en nuestra cabeza y en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota. 

Diría que El Anti-Edipo (y sus autores me perdonarán) es un libro de ética, el primer libro de ética escrito en Francia en mucho tiempo (tal vez eso explique por qué su éxito no estuvo limitado a una “audiencia” particular: ser anti-edípico se ha convertido en un estilo de vida, una manera de pensar y de vivir). ¿Cómo evitar ser fascista, aun (especialmente) cuando uno cree ser un militante revolucionario? ¿Cómo librar nuestros dichos y nuestros actos, nuestros corazones y nuestros placeres, del fascismo? ¿Cómo revelar y poner en evidencia el fascismo arraigado en nuestra conducta? Los moralistas cristianos buscaban las huellas de la carne alojadas en lo más profundo del alma. Deleuze y Guattari, por su parte, persiguen los rastros más tenues de fascismo en el cuerpo.

Ofreciendo un modesto tributo a San Francisco de Sales**, uno podría decir que El Anti-Edipo es unaIntroducción a la Vida No-Fascista

Este arte de vivir contra toda forma de fascismo, ya sea actual o inminente, conlleva cierto número de principios esenciales que sintetizaría de la siguiente manera si fuera a hacer de este gran libro un manual o guía para la vida cotidiana: 

• Libera la acción política de toda paranoia unitarista y totalizante. 

• Desarrolla la acción, el pensamiento y los deseos por proliferación, yuxtaposición y disyunción, y no por subdivisión y jerarquización piramidal. 

• Deja de creer en las viejas categorías de lo Negativo (ley, límite, castración, falta, carencia), que el pensamiento occidental sacralizó durante tanto tiempo como una forma del poder y un acceso a la realidad. Prefiere lo que es positivo y múltiple, diferencia en vez de uniformidad, flujos en vez de unidades, arreglos móviles en vez de sistemas. Cree que lo que es productivo no es sedentario sino nómade. 

• No pienses que uno tiene que estar triste para ser militante, incluso si aquello contra lo que uno está luchando es abominable. Es la conexión del deseo con la realidad (y no su retirada hacia formas de representación) lo que posee fuerza revolucionaria. 

• No utilices el pensamiento para fundamentar una práctica política en La Verdad; ni utilices la acción política para desacreditar, como mera especulación, una línea de pensamiento. Utiliza la práctica política como un intensificador del pensamiento, y el análisis como multiplicador de las formas y dominios para la intervención de la acción política. 

• No le demandes a la política que restituya los “derechos” del individuo, tal como los ha definido la filosofía. El individuo es producto del poder. Lo que hace falta es “des-individualizar” por medio de la multiplicación y el desplazamiento, combinaciones diversas. El grupo no debe ser un lazo orgánico que una individuos jerarquizados, sino un constante generador de des-individualización. 

• No te enamores del poder. 

Incluso podría decirse que a Deleuze y Guattari les importa tan poco el poder que trataron de neutralizar los efectos de poder ligados a su propio discurso. De ahí los juegos y trampas desparramados a lo largo del libro, que hacen de su traducción una verdadera proeza. Pero no son las trampas tan familiares de la retórica: ésta se dedica a influenciar al lector sin que él sea consciente de la manipulación, y en última instancia a persuadirlo en contra de su voluntad. Las trampas del El Anti-Edipo son las del humor: tantas invitaciones para que uno se fastidie, para que deje el texto a un lado y se vaya dando un portazo. A menudo el libro lo lleva a uno a creer que todo es diversión y juegos, mientras algo esencial está ocurriendo, algo de extrema seriedad: la localización de todas las formas de fascismo, desde las más enormes que nos rodean y nos aplastan hasta las más diminutas que constituyen la tiránica amargura de nuestras vidas diarias.

Notas:

* Extraído de Anti-Œdipus. Capitalism and Schizophrenia, traducción del francés al inglés realizada por Robert Hurley, Mark Seem y Helen R. Lane, Minneapolis, University of Minessota Press, 1983, pp. 11-4. Este prefacio fue escrito por Foucault directamente en inglés.

** Sacerdote del s. xvii y obispo de Ginebra, conocido por su Introducción a la Vida Devota.

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Trump y el sadismo // Judith Butler

En la medida que Trump anuncia una serie de órdenes ejecutivas y pronunciamientos públicos devastadores y terribles cada día, nunca ha sido tan importante evitar ser capturadxs por su obscenidad y concentrarnos en cómo las cuestiones están interconectadas.

Mientras nuevas obscenidades inundan el ciclo de noticias, es fácil olvidar o dejar al margen las órdenes ejecutivas de la semana anterior: prohibiciones de programas y discursos sobre diversidad, equidad e inclusión (DEI) como «ideología de género» en todos los programas financiados con fondos federales. Amenazas de deportación a estudiantes internacionales que participen en protestas legítimas; diseños expansionistas sobre Panamá y Groenlandia y propuestas de hacerse cargo del desplazamiento total y forzoso de sus tierras a los palestinos en Gaza, se anuncian en rápida sucesión. En cada caso, Trump hace la declaración como una demostración de poder, poniendo a prueba si puede entrar en vigor. Las órdenes ejecutivas pueden ser suspendidas por los tribunales, pero la deportación de inmigrantes ya ha comenzado, al igual que la reapertura de los grotescos campos de Guantánamo.

La acumulación de poder autoritario depende, en parte, de la voluntad de la gente de creer en el poder ejercido. En algunos casos, las declaraciones de Trump pretenden tantear el terreno, en otros, la afirmación indignante es su propio logro. Desafía la vergüenza y las restricciones legales para demostrar su capacidad de hacerlo, mostrándole al mundo un sadismo desvergonzado.

Los regocijos en el sadismo desvergonzado incitan a otros a celebrar esta versión de la masculinidad —una que no sólo está dispuesta a desafiar las normas y principios que rigen la vida democrática (libertad, igualdad, justicia)— , que se representan como formas de «liberación» de falsas ideologías y de las limitaciones impuestas por obligaciones legales. Un odio exaltado se presenta ahora como libertad, mientras que las libertades por las que muchxs de nosotrxs hemos luchado durante décadas son distorsionadas y desacreditadas como «wokismo» moralmente represivo.

El goce sádico en cuestión aquí no es sólo de Trump; depende de ser comunicado y ampliamente disfrutado para que exista: es una celebración comunitaria y contagiosa de la crueldad.  De hecho, la atención mediática que suscita alimenta el juego sádico. Este desfile de indignación reaccionaria y desafío precisa ser conocido, visto y escuchado. 

Es por eso que ya no nos sirve simplemente denunciar la hipocresía. No hay una fachada moral que desenmascarar. No, la exigencia pública de apariencia de moralidad por parte del líder se invierte: sus seguidores se emocionan ante la exhibición de su desprecio por la moralidad, y la comparten.

La exhibición desvergonzada del odio, el desprecio por los derechos, la voluntad de quitar los derechos de equidad y libertad a la gente prohibiendo el “género” y sus desafíos al sistema binario de sexo (negando la existencia y los derechos de las personas trans, intersex y no binarias), destruyendo los programas DEI destinados a empoderar a quienes han sufrido una discriminación duradera y sistémica; las deportaciones forzosas de inmigrantes y los llamamientos al despojo total de quienes han sobrevivido, traumatizados, a las acciones genocidas en Gaza.

Raphael Lemkin, el abogado judío-polaco que acuñó el término «genocidio», dejó claro que incluye «un plan coordinado dirigido a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de grupos nacionales… puede llevarse a cabo aniquilando toda base de seguridad personal, libertad, salud y dignidad». De hecho, el traslado forzoso de niños es el quinto acto punible en virtud de la convención sobre el genocidio adoptada en 1948.

No todas las formas de eliminación de derechos de Trump pertenecen a la categoría de genocidio, pero muchas de ellas expresan pasiones fascistas. Negar a las personas trans, intersex y no binarias el derecho a la salud, el reconocimiento legal y el derecho a la libertad de expresión ataca los fundamentos mismos de sus vidas. Incluso el conservador Tribunal Supremo consideró que la discriminación contra las personas trans y de género fluido (non-conforming) constituye discriminación por razones de sexo (Bostock contra Clayton, 2020). 

Entonces, no tiene sentido decir que los derechos de las personas trans amenazan la ley basada en el sexo: pertenecen a esa ley y deben estar protegidos por ella. Acorralar a lxs inmigrantes en escuelas y hogares, deportarlos por la fuerza a centros de detención y arrebatarles sus derechos al debido proceso no sólo muestra un claro desprecio por esas comunidades, sino por la propia democracia constitucional. La amenaza a la ciudadanía por derecho de nacimiento desafía una protección constitucional básica y sitúa a Trump por encima de las normas constitucionales y del equilibrio de poderes.

Si seguimos tomadxs por la indignación y paralizadxs por la estupefacción ante las nuevas declaraciones de cada día, seremos incapaces de discernir qué las conecta. Quedar tomadxs por sus declaraciones es precisamente el objetivo de su enunciación. En cierto modo, estamos bajo su servidumbre cuando nos captura y nos paraliza. Aunque existe cada uno de esos motivos para indignarse, no podemos dejar que esa indignación nos inunde y no podamos pensar. Ahora es el momento de confrontar las pasiones fascistas que alimentan este desvergonzado acaparamiento de poderes autoritarios.

Quienes celebran su desafío y su sadismo están tan tomados por su lógica como quienes se paralizan de indignación. Quizá haya llegado el momento de apartarse de estas pasiones para ver cómo funcionan, pero también de encontrar pasiones propias: el deseo de una libertad igualmente compartida; de una igualdad que haga realidad las promesas democráticas; de reparar y regenerar los procesos vivos de la Tierra; de aceptar y afirmar la complejidad de nuestras vidas corporeizadas; de imaginar un mundo en el que el gobierno apoye la salud y la educación para todxs, en el que vivamos sin miedo, sabiendo que nuestras vidas son interdependientes e igualmente valiosas.

 

Traducción Verónica Gago 

Revisión Alicia Balsells

 

Antifascismo // Diego Sztulwark

El balance político en marcha, obligado por el ascenso de la ultraderecha, tiende a densificarse en torno a dos palabras que por momentos aspiran a funcionar como categorías históricas exactas pero son redefinidas al fragor de la lucha política que se pretende aisladamente “cultural”: progresismo y fascismo.

Estupefacto ante la ola ultraderechista, el llamado progresismo se esfuerza en caracterizar los rostros intencionalmente imprecisos de un enemigo que no deja de agredirlo de mil maneras desde un poder estatal asistido por perturbadoras prolongaciones virtuales. Pero lo que lo ha vuelto vulnerable, torpe y desprovisto de humor al progresismo no es el neofascismo en curso, sino su propia renuncia a estudiar y denunciar las formas de explotación social.

¿Qué es lo que dice la objeción reaccionaria (tan de moda) contra lo “progre”?: que la “diferencia” cultural, empleada contra la “igualdad” real fue una estafa. Y esa objeción tendrían toda la razón del mundo si no fuera -pequeño detalle neofascista- una violenta impugnación de las diferencias reales tanto como de la igualdad social. Convertida en crítica radical, apuntaría contra el patrón de acumulación de capital y “sus” formas culturales. Pero la astucia sin verdad de los reaccionarios se limita a sacar provecho de una derrota previa del propio progresismo. Esa derrota autoinfligida fue una
práctica de la “cultura” artificialmente separada de las relaciones de explotación social (que como sabemos son siempre explotación de la diferencia de género, de la diferencia nacional y étnica y un proceso racializante). El “neo facho” no hace más que tomarse en serio lo que el “progre” se tomó a la ligera: que no hay política democrática efectiva escamoteando el hecho de que unos pocos se apropien de manera privada lo que surge del tiempo de vida cooperante de amplias mayorías.

El 18 de noviembre de 2024, un día después de que un vistoso referente del mileísmo hubiera anunciado en un acto de escenografía fascistoide la constitución de su agrupación “Fuerzas del cielo” como brazo armado de la “nueva” derecha”, el filósofo Luis García hizo referencia al “fascismo cosplay” como una apropiación por parte de la “nueva” derecha de la “mascarada travesti” y de su enorme “potencia camaleónica”. Lo que le interesa al capitalismo cosplay, dice García, es incorporar una movilidad y una flexibilidad que el fascismo histórico rechazaba. El cosplay es el modo de superar la “rigidez y estereotipia” que convirtió al fascismo en objeto de “parodia” (por ejemplo en “El gran dictador” de Chaplin). Al actuar voluntariamente en la parodia de sí mismo, el fascista cosplay obtiene un “mayor dominio sobre el campo de efectos de su performance”. El efecto de esta acción de “imitación” de lo que es redunda en que nadie “cree” que estos jóvenes fascistas que participaron de aquel acto sean “realmente” “fascistas”. El carácter “pantomímico” y provocador de la actuación parece relevarlos de los efectos de sus actos. Lo que advierte García es que “el devenir travesti del fascismo es su estrategia más deslumbrante y genial”, la que le permite ingresar “en nuestro mundo pluralista y escéptico, fluido y veloz”. La autoparodia del fascista nos avisa entre chascarrillos que la cosa puede ir en serio.

 
 


Los neofachos, o fascistas cosplay, comparten con el progresismo una práctica de la cultura sin arraigo en las críticas de las practicas materiales de vida. La renuncia a comprender que la explotación social es irracionalidad colectiva concentrada, permite al fascismo 3.0 llevar esa irracionalidad a fondo, contra toda experiencia vaciada de democracia (y liberalismo). Y es que el “culturalismo” desarraigado de la lucha contra la explotación de lo común (de la “batalla cultural”) deviene superestructura de un neoliberalismo guerrero a gran escala. De ahí el entusiasmo -quizá prematuro- ante el surgimiento de un antifascismo denso en prácticas -festivo, serio y combativo- capaz de hacer de la diferencia subjetiva el camino a una igualdad material, y de la cultura una expresión de lucha contra la explotación: una convergencia de movimientos, grupos y personas que aman la libertad y denuncian todas las formas de explotación de lo común: las que ocurren bajo la forma de la renta -inmobiliaria, agraria, financiera- y la extracción de plusvalía -fabriles, algorítmicas, sexuales-: contra los extractivismo, los neo extractivismo y los tecnoeoextactivismo.

 

Lo facho que pretende sustituir a lo progre como superestructura de un capitalismo “brutalista” (en el sentido arquitectónico que le da Achille Mbembé) o “absoluto” (Etienne Balibar) forma parte de una absorción de la cultura, la geografía y la técnica en favor de la acumulación del capital a gran escala. Por eso suena a poco limitarse a corregir los «excesos woke», y a canalla aceptar que la crítica de lo progre siga en manos de los “fascistas cosplay”. La crítica radical del progresismo -como del neofascismo- solo será radical cuando sea hecha desde un tipo de antifascismo que no puede, si desea ir en serio, ser confundido con una tolerancia de las identidades cínicamente indiferente a la intensificación neocolonial de la explotación de la vida (gran tema para quienes postulan un frente electoral democrático antimilei).

 

El problema de fondo que plantea el “fascismo cospley” es el de la violencia. No sólo por que autoriza la amenaza y el ataque físico (“los vamos a ir a buscar”, Milei dixit); o por la agresión vía delivery que se macera entre trolls y servicios de inteligencia. Hablamos también de la militarización de lugares de trabajo denunciada por el gremio de aceiteros y, sobre todo, de la violencia estructural que parte de privatizar las formas de regulación de la reproducción social. Si el fascismo actual pretende tomar, desactivar y convertir el entero cuerpo social a una forma hiper reaccionaria del mercado, el enorme logro del antifascismo actual sería activar -y ojalá la marcha del sábado 1 haya sido un paso en este sentido- un afecto multitudinario opuesto y mayor (como decía Spinoza) al del miedo, el individualismo y el amor a la esclavitud.

Spinoza y las tres ‘Éticas’ // Gilles Deleuze

No soy un Spinoza cualquiera para hacer malabarismos.

Chéjov, La boda

En la primera lectura puede ocurrir que la Ética parezca un largo movimiento continuo que va casi en línea recta, de una potencia y de una serenidad incomparables, que pasa una y otra vez por definiciones, axiomas, postulados, proposiciones, demostraciones, corolarios y escolios, arrastrándolo todo en su fluir tan grandioso. Es como un río que ora se extiende, ora se divide en mil brazos; ora aumenta y ora reduce su velocidad, pero siempre afirmando su unidad radical. Y parece que el latín de Spinoza, de apariencia escolar, constituye la nave que sigue el río eterno por la que no pasan los años. Pero, a medida que las emociones van invadiendo al lector, o bien al calor de una segunda lectura, estas dos impresiones resultan erróneas. Este libro, uno de los más importantes del mundo, no es como se creía en un principio: no es homogéneo, rectilíneo, continuo, sereno, navegable, lenguaje puro y carente de estilo.

La Ética presenta tres elementos que no son sólo contenidos sino formas de expresión: los Signos o afectos; las Nociones o conceptos; las Esencias o perceptos. Corresponden a los tres géneros de conocimiento, que asimismo son modos de existencia y de expresión.

Un signo, según Spinoza, puede tener varios sentidos. Pero siempre es un efecto. Un efecto es, en primer lugar, la huella de un cuerpo sobre otro, el estado de un cuerpo en tanto que padece la acción de otro cuerpo: es una affectio, por  ejemplo el efecto del sol sobre nuestro cuerpo, que «indica» la naturaleza del cuerpo afectado y «envuelve» sólo la naturaleza del cuerpo afectante. Conocemos nuestras afecciones por las ideas que tenemos, sensaciones o percepciones, sensaciones de calor, de color, percepción de forma y de distancia (el sol está arriba, es un disco de oro, está a doscientos pies…). Cabría llamarlos, por comodidad, signos escalares, puesto que expresan nuestro estado en un momento del tiempo y se distinguen de este modo de otro tipo de signos: el estado actual es siempre una sección de nuestra duración, y determina en este sentido un aumento o una disminución, una expansión o una restricción de nuestra existencia en la duración, respecto al estado precedente por muy próximo que éste se halle. No es que comparemos ambos estados en una operación reflexiva, sino que cada estado de afección determina un paso a un «más» o a un «menos»: el calor del sol me llena, o bien por el contrario su quemadura me repele. La afección no es por lo tanto sólo el efecto instantáneo de un cuerpo sobre el mío, también tiene un efecto sobre mi propia duración, placer o dolor, dicha o tristeza. Se trata de pasos, de devenires, de subidas y de caídas, de variaciones continuas de potencia, que van de un estado a otro: se los llamará afectos, hablando con propiedad, y no afecciones. Son signos de crecimiento y de disminución, signos vectoriales (del tipo dicha–tristeza), y no ya escalares como las afecciones, sensaciones o percepciones.

De hecho, hay un número mayor de tipo de signos. Los signos escalares tienen cuatro tipos principales: unos, efectos físicos sensoriales o perceptivos que no hacen más que envolver la naturaleza de su causa, son esencialmente indicativos, e indican nuestra propia naturaleza más que otra cosa. En segundo lugar, nuestra naturaleza, siendo finita, retiene únicamente lo que la afecta, tal o cual carácter seleccionado (el hombre animal vertical, o razonable, o que ríe). Así son los signos abstractivos. En tercer lugar, siendo el signo siempre efecto, tomamos el efecto por un fin, o la idea del efecto por la causa (puesto que el sol calienta, creemos que está hecho «para» calentarnos; puesto que la fruta tiene un sabor amargo, Adán cree que no «debería» ser comida). En este caso, se trata de efectos morales, o de signos imperativos: ¡No comas esa fruta! ¡Ponte al sol! Los últimos signos escalares, por último, son efectos imaginarios: nuestras sensaciones y percepciones nos hacen pensar en seres suprasensibles que serían su causa última, e inversamente nos figuramos a esos seres a la imagen desmesuradamente engrandecida de lo que nos afecta (Dios como sol infinito, o bien como Príncipe o Legislador). Se trata de signos hermenéuticos o interpretativos. Los profetas, que son los mayores especialistas de los signos, combinan a las mil maravillas los abstractivos, los imperativos y los interpretativos. Un capítulo famoso del Tratado teológico–político aúna al respecto la potencia de lo cómico y la profundidad del análisis. Hay por lo tanto cuatro signos escalares de afección que cabría llamar los índices sensibles, los iconos lógicos, los símbolos morales, los ídolos metafísicos.

Hay todavía dos tipos de signos vectoriales de afecto, según que el vector sea de aumento o de disminución, de crecimiento o de decrecimiento, de dicha o de tristeza. Esas dos especies de signos se llamarían potencias aumentativas y servidumbres diminutivas. Cabría añadir una tercera especie, los símbolos ambiguos o fluctuantes, cuando una afección aumenta y merma a la vez nuestra potencia, o nos afecta a la vez llenándonos de dicha y de tristeza. Hay así, pues, seis signos, o siete, que se combinan sin cesar. Particularmente los escalares se combinan necesariamente con signos vectoriales. Los afectos suponen siempre unas afecciones de las que resultan, pese a que no se reducen a ellas.

Los caracteres comunes de todos estos signos son la asociabilidad, la variabilidad, y la equivocidad o la analogía. Las afecciones varían según las cadenas de asociación entre los cuerpos (el sol endurece la arcilla y funde la cera, el caballo no es lo mismo para el guerrero que para el campesino). Los propios efectos morales varían según los pueblos; y los profetas poseen cada uno unos signos personales a los que su imaginación responde. En cuanto a las interpretaciones, son fundamentalmente equívocas según la asociación variable que se efectúa entre un dato y algo que no viene dado. Se trata de un lenguaje equívoco o de analogía que presta a Dios un entendimiento y una voluntad infinitos, a imagen agrandada de nuestro entendimiento y de nuestra voluntad: se trata de un equívoco similar al que se da entre el perro animal ladrador y el Perro constelación celeste. Si unos signos como las palabras son convencionales, es precisamente porque actúan sobre los signos naturales, y sólo clasifican su variabilidad y equivocidad: los signos convencionales son unos Abstractos que fijan una constante relativa para unas cadenas de asociación variables. Así pues, la distinción convencional–natural no es determinante para los signos, como tampoco Estado social–estado de naturaleza; hasta los signos vectoriales pueden depender de convenciones, como las recompensas (aumento) y los castigos (merma). Los signos vectoriales en general, es decir los afectos, entran en unas asociaciones variables tanto como las afecciones: lo que es crecimiento para una parte del cuerpo puede ser disminución para otra parte, lo que es servidumbre de uno es poder del otro, y una subida puede ir seguida de una caída y a la inversa.

Los signos no tienen objetos como referente directo. Son estados de cuerpos (afecciones) y variaciones de potencia (afectos) que remiten unos a otros. Los signos remiten a los signos. Tienen como referente mezclas confusas de cuerpos y variaciones oscuras de potencia, siguiendo un orden que es el del Azar o del encuentro fortuito entre los cuerpos. Los signos son efectos: efecto de un cuerpo sobre otro en el espacio, o afección; efecto de una afección sobre una duración, o afecto. Tras los estoicos, Spinoza rompe la causalidad en dos cadenas bien distintas: los efectos entre ellos, a condición de aprehender a su vez las causas entre ellas. Los efectos remiten a los efectos como los signos a los signos: consecuencias separadas de sus premisas. Así, no sólo hay que comprender «efecto» causalmente, sino también ópticamente. Los efectos o los signos son sombras que actúan en la superficie de los cuerpos, siempre entre dos cuerpos. La sombra siempre está en la linde. Siempre es un cuerpo el que hace sombra a otro. Así que conocemos los cuerpos por su sombra sobre nosotros, y nos conocemos a nosotros mismos y nuestro cuerpo por nuestra sombra. Los signos son efectos de luz en un espacio atestado de cosas que van chocando al azar. Si Spinoza se distingue esencialmente de Leibniz es porque éste, cercano a una inspiración barroca, ve en lo Oscuro («fuscum sub nigrum») una matriz, una premisa, de donde saldrán el claroscuro, los colores y hasta la luz. En Spinoza, por el contrario, todo es luz, y lo Oscuro no es más que sombra, un mero efecto de luz, un límite de la luz sobre unos cuerpos que la reflejan (afección) o la absorben (afecto): estamos más cerca de Bizancio que del Barroco. En vez de una luz que sale de los grados de sombra por acumulación del rojo, tenemos una luz que crea grados de sombra azul. El propio claroscuro es un efecto de esclarecimiento o de oscurecimiento de la sombra: son las variaciones de potencia o los signos vectoriales los que constituyen los grados de claroscuro, pues el aumento de potencia es un esclarecimiento, y la merma de potencia un oscurecimiento.

Si consideramos el segundo elemento de la Ética, vemos que surge una oposición determinante con los signos: las nociones comunes son conceptos de objetos, y los objetos son causas. La luz ya no es reflejada o absorbida por unos cuerpos que producen sombra, sino que vuelve los cuerpos transparentes al revelar su «estructura» íntima (fabrica). Es el segundo aspecto de la luz: y el entendimiento es la aprehensión verdadera de las estructuras de cuerpo, mientras que la imaginación sólo era la captación de la sombra de un cuerpo sobre otro. En este caso también, se trata de óptica, pero de una geometría óptica. La estructura en efecto es geométrica, y consiste en líneas sólidas, pero que se forman y se deforman, actuando como causa. Lo que constituye la estructura es una relación compuesta, de movimiento y de reposo, de velocidad y de lentitud, que se establece entre las partes infinitamente pequeñas de un cuerpo transparente. Como las partes van siempre por infinidades más o menos grandes, hay en cada cuerpo una infinidad de relaciones que se componen y se descomponen, de tal modo que el cuerpo a su vez penetra en un cuerpo más amplio, bajo una nueva relación compuesta, o por el contrario hace resaltar los cuerpos más pequeños bajo sus relaciones componedoras. Los modos son estructuras geométricas, pero fluyentes, que se transforman y se deforman en la luz, a velocidades variables. La estructura es ritmo, es decir concatenación de figuras que componen y descomponen sus relaciones. Es la causa de desacuerdos entre cuerpos, cuando las relaciones se descomponen, y de acuerdos cuando las relaciones componen alguna nueva relación. Pero se trata de una doble dirección simultánea. El quilo y la linfa son dos cuerpos tomados bajo dos relaciones que constituyen la sangre bajo una relación compuesta, aun a costa de que un veneno descomponga la sangre. Si aprendo a nadar, o a bailar, es preciso que mis movimientos y mis pausas, mis velocidades y mis lentitudes adquieran un ritmo común con los del mar, o de la pareja, siguiendo un ajuste más o menos duradero. La estructura posee siempre varios cuerpos en común, y remite a un concepto de objeto, es decir a una noción común. La estructura o el objeto está formado por dos cuerpos cuanto menos, cada uno de ellos formado por dos o más cuerpos hasta el infinito, que se unen en el otro sentido en cuerpos cada vez más amplios y compuestos, hasta el objeto único de la Naturaleza entera, estructura infinitamente transformable y deformable, ritmo universal, Facies totius Naturae, modo infinito. Las nociones comunes son universales, pero lo son «más o menos», en función de que formen el concepto de dos cuerpos cuando menos, o el de todos los cuerpos posibles (estar en el espacio, estar en movimiento y en reposo…).

Entendidos así, los modos son proyecciones. O mejor dicho las variaciones de un objeto son las proyecciones que envuelven una relación de movimiento y de reposo como su invariante (involución). Y, como cada relación se completa con todas las demás hasta el infinito en un orden cada vez variable, este orden es el perfil o la proyección que envuelve cada vez la faz de la Naturaleza entera, o la relación de todas las relaciones [1].

Los modos como proyección de luz son asimismo colores, causas colorantes. Los colores entran en unas relaciones de complementariedad y de contraste que hacen que cada una en última instancia reconstituya la totalidad y que todas se junten en el blanco (modo infinito) según un orden de composición, o salgan de él en el orden de descomposición. De cada color hay que decir lo que dice Goethe del blanco: es la opacidad propia de lo transparente puro [2]. La estructura sólida y rectilínea está necesariamente coloreada, porque es la opacidad que se revela cuando la luz hace que el cuerpo se vuelva transparente. De este modo queda afirmada una diferencia de naturaleza entre el color y la sombra, la causa colorante y el efecto de sombra, una que «termina» adecuadamente la luz, la otra que la abole en lo inadecuado. De Vermeer se ha podido decir que sustituía el claroscuro por la complementariedad y el contraste de colores. No es que la sombra desaparezca, pero permanece como un efecto aislable de su causa, una consecuencia separada, un signo extrínseco distinto de los colores y de sus relaciones [3]. Vemos en Vermeer la sombra que destaca y sobresale para enmarcar o perfilar el fondo luminoso de donde procede («La lechera», «El collar de perlas», «La carta de amor»). En esto se opone Vermeer a la tradición del claroscuro; y respecto a todas estas cosas Spinoza permanece infinitamente más cercano a Vermeer que a Rembrandt.

Entre los signos y los conceptos, la distinción parece pues irreductible, insuperable, tanto como en Esquilo: «Ya no es mediante un lenguaje mudo, ni mediante el humo de un fuego que arde en una cima como va a expresarse, sino en términos claros…» [4]. Los signos o afectos son ideas inadecuadas y pasiones; las nociones comunes o conceptos son ideas adecuadas de las que resultan verdaderas acciones. Si nos referimos a la separación por capas de la causalidad, los signos remiten a los signos como los efectos a los efectos, siguiendo un eslabonamiento asociativo que depende de un orden como mero encuentro al azar de los cuerpos físicos. Pero, en tanto que los conceptos remiten a los conceptos, o las causas a las causas, ocurre siguiendo un eslabonamiento llamado automático, determinado por el orden necesario de las relaciones o proporciones, por la sucesión determinada de sus transformaciones y deformaciones. Así pues, contrariamente a lo que creíamos, parece que los signos o los afectos no son ni pueden ser un elemento positivo de la Ética, menos aún una forma de expresión. El género de conocimiento que constituyen no es un conocimiento, sino más bien una experiencia en la que se encuentran al azar ideas confusas de mezclas entre cuerpos, imperativos bruscos para evitar tal mezcla o buscar tal otra, interpretaciones más o menos delirantes de esas situaciones. Es un lenguaje material afectivo más que una forma de expresión, y que se parece más a los gritos que al discurso del concepto. Parece pues que, si los signos–afectos intervienen en la Ética, será únicamente para acabar severamente criticados, denunciados, devueltos a su noche sobre la cual la luz rebota o en la cual perece.

Sin embargo no puede ser así. El libro II de la Ética expone las nociones comunes empezando por «las más universales» (las que convienen a todos los cuerpos): supone que los conceptos han sido ya dados, de ahí la impresión de que nada le deben a los signos. Pero cuando se pregunta cómo llegamos a formar un concepto, o cómo vamos de los efectos a las causas, bien es verdad que necesitamos que algunos signos nos sirvan cuando menos de trampolín y que algunos afectos nos proporcionen el impulso necesario (libro V). En el encuentro al azar entre cuerpos podemos seleccionar la idea de algunos cuerpos que convienen al nuestro, y que nos producen alegría, es decir aumentan nuestro poder. Y sólo cuando nuestro poder ha aumentado lo suficiente, hasta un punto determinado, sin duda variable para cada cual, entramos en posesión de este poder y nos volvemos capaces de formar un concepto, empezando por el menos universal (acuerdo de nuestro cuerpo con algún otro), aun a costa de tener que alcanzar después conceptos cada vez más amplios siguiendo el orden de composición de las relaciones. Hay por lo tanto una selección de los afectos pasionales, y de las ideas de las que éstos dependen, que debe despejar las dichas, signos vectoriales de crecimiento de poder, y rechazar las tristezas, signo de merma: esta selección de los afectos es la condición misma para salir del primer género de conocimiento, y alcanzar el concepto adquiriendo un poder suficiente. Los signos de crecimiento siguen siendo pasiones, y las ideas que éstos suponen siguen siendo inadecuadas: no por ello dejan de ser los precursores de las nociones, los oscuros precursores. Más aún, cuando se hayan alcanzado las nociones comunes, y de ello resulten unas acciones como afectos activos de un nuevo tipo, las ideas inadecuadas y los afectos pasionales, es decir los signos, no desaparecerán por ello, ni siquiera las tristezas inevitables. Subsistirán, reiterarán las nociones, pero perderán su carácter exclusivo y tiránico en beneficio de las nociones y de las acciones. Hay así pues en los signos algo que a la vez prepara y reitera los conceptos. Los rayos de luz están a la vez preparados y van acompañados por esos procesos que continúan actuando en la sombra. Los valores del claroscuro se reintroducen en Spinoza, puesto que la dicha como pasión es un signo de ilustración que nos lleva a la luz de las nociones. Y la Ética no puede prescindir de una forma de expresión pasional y mediante signos, la única capaz de llevar a cabo la imprescindible selección sin la cual permaneceríamos condenados al primer género.

Esta selección es muy dura, muy difícil. Es que las dichas y las tristezas, los crecimientos y las mermas, los esclarecimientos y los oscurecimientos suelen ser ambiguos, parciales, cambiantes, mezclados unos con otros. Y sobre todo son muchas las personas que sólo pueden asentar su Poder sobre la tristeza y la aflicción, sobre la merma de poder de los demás, sobre el ensombrecimiento del mundo: hacen como si la tristeza fuera una promesa de dicha, y ya una dicha por sí misma. Instauran el culto de la tristeza, de la servidumbre o de la impotencia, de la muerte. No paran de emitir y de imponer señales de tristeza, que presentan como ideales y dichas a las almas que ellas han hecho enfermar. Como la pareja infernal, el Déspota y el Sacerdote, terribles «jueces» de la vida. La selección de los signos o de los afectos, como primera condición del nacimiento del concepto, no implica por lo tanto únicamente el esfuerzo personal que cada cual ha de efectuar sobre sí mismo (Razón), sino una lucha pasional, un combate afectivo inexpiable, aun a costa de la muerte, en el que los signos se enfrentan a los signos y los afectos chocan con los afectos, para que un poco de dicha que nos haga salir de la sombra y cambiar de género sea salvada. Los gritos del lenguaje de los signos marcan esta lucha de pasiones, de dichas y de tristezas, de aumentos y mermas de poder.

La Ética, cuando menos casi toda la Ética, está escrita con nociones comunes, empezando por las más generales y desarrollando sin cesar sus consecuencias. Supone las nociones comunes ya adquiridas o dadas. La Ética es el discurso del concepto. Es un sistema discursivo y deductivo. De ahí su aspecto de largo río tranquilo y poderoso. Las definiciones, los axiomas, los postulados, las proposiciones, demostraciones y corolarios forman un flujo grandioso. Y cuando uno u otro de estos elementos trata de las ideas inadecuadas y de las pasiones es para poner de manifiesto su insuficiencia, para rechazarlas en la medida de lo posible como otros tantos posos en las orillas. Pero hay otro elemento que sólo en apariencia es de la misma naturaleza que los anteriores. Son los «escolios», que sin embargo se insertan en la cadena demostrativa, y respecto a los cuales el lector no tarda en percatarse de que tienen un tono completamente diferente. Es otro estilo, casi otra lengua. Actúan en la sombra, tratan de desentrañar lo que nos impide acceder a las nociones comunes y lo que por el contrario nos los permite, lo que merma y lo que aumenta nuestro poder, los tristes signos de nuestra servidumbre y los signos dichosos de nuestras liberaciones. Denuncian los personajes que se ocultan detrás de nuestras mermas de poder, aquellos a quienes interesa mantener y propagar la tristeza, el déspota y el sacerdote. Anuncian el signo o la condición de un hombre nuevo, aquel que ha incrementado suficientemente su poder para formar conceptos y convertir los afectos en acciones.

Los escolios son ostensivos y polémicos. Aunque sea cierto que los escolios remiten a los escolios, vemos, las más de las veces, que constituyen por sí mismos una cadena específica, distinta de la de los elementos demostrativos y discursivos. A la inversa, las demostraciones no remiten a los escolios, sino a otras demostraciones, definiciones, axiomas y postulados. Si los escolios se insertan en la cadena demostrativa, se debe menos pues a que forman parte de ella que a que irrumpen en ella y la interrumpen, en virtud de su propia naturaleza. Es como una cadena rota, discontinua, subterránea, volcánica, que a intervalos regulares quiebra la cadena de los elementos demostrativos, la gran cadena fluvial y continua. Cada escolio es como un faro que intercambia sus señales con otros, a distancia y a través del flujo de las demostraciones. Es como una lengua de fuego que se distingue del lenguaje de las aguas. Se trata sin duda del mismo latín en apariencia, pero en los escolios diríase que se trata de un latín traducido del hebreo. Los escolios forman ellos solos un libro de la Ira y de la Risa, como si fuera la contra–Biblia de Spinoza. Es el libro de los Signos, que acompaña sin cesar a la Ética más visible, el libro del Concepto, y que tan sólo surge por su cuenta en unos puntos de explosión. No por ello deja de ser un elemento perfectamente positivo, y una forma de expresión autónoma en la composición de la doble Ética. Ambos libros, las dos Éticas, coexisten, una desarrollando las nociones libres conquistadas a la luz de las transparencias, mientras que la otra, en lo más [203] profundo de la mezcla oscura de los cuerpos, prosigue el combate entre las servidumbres y las liberaciones. Dos Éticas por lo menos, que tienen un único y mismo sentido pero no la misma lengua, como dos versiones del lenguaje de Dios.

Robert Sasso acepta el principio de una diferencia de naturaleza entre la cadena de los escolios y el eslabonamiento demostrativo. Pero observa que no ha lugar a considerar el eslabonamiento demostrativo en sí como un flujo homogéneo, continuo y rectilíneo, que se desarrollaría a cubierto de las turbulencias y de los accidentes. No sólo porque los escolios, al irrumpir en la sucesión de las demostraciones, interrumpen su flujo aquí o allá. En sí mismo, dice Sasso, el concepto pasa por momentos muy variables: definiciones, axiomas, postulados, demostraciones más o menos lentas o rápidas [5]. E indudablemente Sasso tiene razón. Cabría distinguir estaciones, brazos, recodos, meandros, precipitaciones y reducciones de la velocidad, etc. Los prefacios y apéndices, que indican el inicio y el final de las partes importantes, son como estaciones donde el barco que navega por el río permite que suban a bordo nuevos viajeros y desembarquen otros antiguos; en ellos suele llevarse a cabo la confluencia de las demostraciones y de los escolios. Los brazos surgen cuando cabe demostrar de varias maneras una misma proposición. Y los recodos, cuando se produce un cambio de orientación del río: aprovechando un recodo se plantea una sustancia única para todos los atributos, mientras que río arriba cada atributo podía tener una sustancia y sólo una. Del mismo modo, un recodo introduce la física de los cuerpos. Los corolarios por su parte constituyen derivaciones que retornan dibujando meandros a la proposición demostrada. Por último, las series de demostraciones ponen de manifiesto velocidades y lentitudes relativas, según que el río ensanche su cauce o lo estreche: por ejemplo, Spinoza afirmará siempre que no se puede partir de Dios, de la idea de Dios, pero hay que llegar a ella lo más rápidamente posible. Habría que distinguir muchas figuras demostrativas más. No obstante, fueren cuales fueren estas variedades, se trata del mismo río que perdura a través de todos sus estados, y que forma la Ética del concepto o del segundo género de conocimiento. Debido a ello creemos que la diferencia de los escolios con los demás elementos es más importante, porque ella es en última instancia la que da cuenta de las diferencias entre elementos demostrativos. El río no correría tantos avatares sin la acción subterránea de los escolios. Ellos son los que puntúan las demostraciones, los que garantizan los giros. Toda la Ética del concepto, en su variedad, requiere una Ética de los signos en su especificidad. La variedad del flujo de las demostraciones no corresponde término a término a las sacudidas y a los impulsos de los escolios, y no obstante los supone, los envuelve.

Pero tal vez haya asimismo una tercera Ética, representada por el libro V, encarnada por el libro V, o por lo menos en una gran parte del libro V. No es por lo tanto como las dos otras, que coexisten en todo el cauce; ocupa un lugar preciso, el último. No por ello dejaba de ser, desde el inicio, como el crisol, el punto–crisol que actuaba ya antes de aparecer. Hay que concebir el libro V como coextensivo a todos los demás; da la impresión de que llegamos a él, pero siempre ha estado ahí, desde siempre. Es el tercer elemento de la lógica de Spinoza: no ya los signos o los afectos, ni los conceptos, sino las Esencias o Singularidades, los Perceptos. Es el tercer estado de la luz. No ya los signos de sombra ni la luz como color, sino la luz en sí misma y para sí misma. Las nociones comunes (conceptos) son revelados por la luz que atraviesa los cuerpos y los vuelve transparentes; remiten pues a unas figuras o estructuras geométricas (fabrica), tanto más vivas cuanto que son transformables y deformables en un espacio proyectivo, sometidas a las exigencias de una geometría proyectiva a la manera de Desargues. Pero las esencias son de una naturaleza del todo diferente: puras figuras de luz producidas por lo Luminoso sustancial (y no ya figuras geométricas reveladas por la luz) [6]. Con frecuencia se ha hecho hincapié en que las ideas platónicas, e incluso cartesianas, seguían siendo «dáctilo–ópticas»: corresponde a Plotinio, respecto a Platón, y a Spinoza, respecto a Descartes, elevarse a un mundo óptico puro. Las nociones comunes, en tanto en cuanto se refieren a relaciones de proyección, ya son figuras ópticas (pese a que conservan todavía un mínimo de referencias táctiles). Pero las esencias son meras figuras de luz: son en sí mismas «contemplaciones», es decir que contemplan tanto como son contempladas, en una unidad de Dios, del sujeto o del objeto (perceptos). Las nociones comunes remiten a unas relaciones de movimiento y de reposo que constituyen velocidades relativas; las esencias por el contrario son velocidades absolutas que no componen el espacio por proyección, sino que lo llenan de una sola vez, de un solo golpe [7]. Una de las aportaciones más considerables de Jules Lagneau reduce la velocidad absoluta a una velocidad relativa [8]. Constituyen no obstante los dos caracteres de las esencias: velocidad absoluta y no ya relativa, figuras de luz y no ya figuras geométricas reveladas por la luz. La velocidad relativa es la de las afecciones y los afectos: velocidad de acción de un cuerpo sobre otro en el espacio, velocidad de paso de un estado a otro en el tiempo. Lo que las nociones captan son las relaciones entre velocidades relativas. Pero la velocidad absoluta es el modo en el cual una esencia sobrevuela en la eternidad sus afectos y sus afecciones (velocidad de potencia).

Para que el libro V constituya por sí solo una tercera Ética no basta con que haya un objeto específico, tendría además que emplear un método distinto de los otros dos. No parece que sea éste el caso, puesto que sólo presenta elementos demostrativos y escolios. Sin embargo el lector tiene la impresión de que el método geométrico adquiere aquí un tinte salvaje e inusitado, que casi le impulsaría a creer que el libro V no es más que una versión provisional, un borrador: las proposiciones y las demostraciones están atravesadas por hiatos tan violentos, comportan tantas elipses y contracciones, que los silogismos parecen estar reemplazados por meros «entimemas» [9]. Y cuanto más leemos el libro V, más nos decimos que esos rasgos no constituyen imperfecciones en el ejercicio del método, ni atajos, sino que se adecúan perfectamente a las esencias en tanto que superan todo orden de discursividad y de deducción. No son meros procedimientos de hecho, sino todo un proceso de derecho. El método geométrico en el campo de los conceptos es un método de exposición que exige completud y saturación: por eso las nociones comunes se exponen por sí mismas, a partir de las más universales, como en una axiomática, sin que uno tenga que preguntarse cómo se llega efectivamente a una noción común. Pero el método geométrico del libro V es un método de invención que procederá por intervalos y por saltos, hiatos y contracciones, más como un perro que busca que como un hombre razonable que expone. Tal vez supere toda demostración, en tanto en cuanto actúa dentro de lo «indecidible».

Cuando los matemáticos no se dedican a la constitución de una axiomática, su estilo de invención presenta extraños poderes, y los eslabonamientos deductivos aparecen rotos por amplias discontinuidades, o por el contrario contraídos violentamente. Nadie negaba la genialidad de Desargues, pero matemáticos como Huyghens o Descartes tenían dificultades para comprenderle. La demostración de que todo plano es «polar» de un punto y todo punto «polo» de un plano es tan rápida que hay que suplir todo lo que se salta. Nadie ha descrito mejor que Évariste Galois, que a su vez también se topó con la misma incomprensión por parte de sus pares, este pensamiento trastabillado, saltarín, chocante, que capta esencias singulares en matemáticas: los analistas «no deducen, combinan, componen; cuando llegan a la verdad, caen en ella después de haberse ido dando golpes por un lado y otro» [10]. Y, una vez más, estos caracteres no surgen como meras imperfecciones en la exposición, para dar la impresión de «ir más rápido», sino como las potencias de un nuevo orden de pensamiento que conquista una velocidad absoluta. Opinamos que el libro V da fe de este pensamiento, irreductible al que se desarrolla por nociones comunes en el decurso de los cuatro primeros libros. Si los libros, como dice Blanchot, tienen como correlato «la ausencia de libro» (o un libro más secreto, compuesto de carne y de sangre), el libro V puede ser esta ausencia o este secreto en el que los signos y los conceptos se desvanecen, y las cosas se ponen a escribir por sí mismas y para sí mismas, atravesando intervalos de espacio.

Sea la proposición 10: «Mientras no estemos atormentados por afectos contrarios a nuestra naturaleza, tenemos el poder de ordenar y de concatenar las afecciones del cuerpo siguiendo un orden relativo al entendimiento.» Se trata de una inmensa falla, de un intervalo que aparece entre la subordinada y la principal; pues los afectos contrarios a nuestra naturaleza nos impiden antes que nada formar nociones comunes, puesto que aquéllos dependen de cuerpos que disienten con el nuestro; por el contrario, cada vez que un cuerpo coincide con el nuestro, y aumenta nuestra potencia (dicha), puede formarse una noción común a ambos cuerpos, de la que resultarán un orden y una concatenación activos de las afecciones. En esta falla voluntariamente excavada, las ideas de coincidencia entre dos cuerpos, y de noción común restringida, sólo tienen presencia implícita, y sólo aparecen ambas si se reconstituye una cadena que falta: intervalo doble. Si no se lleva a cabo esta reconstitución, si no se llena ese hueco, no sólo la demostración no es concluyente, sino que seguiremos para siempre indecisos sobre la cuestión fundamental: ¿cómo llegamos a formar una noción común, la que sea?, ¿y por qué se trata de una noción menos universal (común a nuestro cuerpo y a algún otro)? El intervalo, el hiato, tiene como función aproximar al máximo términos distantes como tales, y garantizar así una velocidad de sobrevuelo absoluto. Las velocidades pueden ser absolutas y no obstante más o menos grandes. La grandeza de una velocidad absoluta se mide precisamente por la distancia que supera de una sola vez, es decir por el número de intermediarios que envuelve, sobrevuela o sobreentiende (en este caso, dos por lo menos). Siempre hay saltos, lagunas y cortes como caracteres positivos del tercer género.

Otro ejemplo podrían aportarlo las proposiciones 14 y 22, en las que se pasa, esta vez por contracción, de la idea de Dios como noción común más universal a la idea de Dios como esencia más singular. Es como si se saltara de la velocidad relativa (la mayor) a la velocidad absoluta. En fin, para limitarnos a un pequeño número de ejemplos, la demostración 30 traza, pero en punteado, una especie de triángulo sublime cuyos vértices son figuras de luz (el propio yo, el Mundo y Dios), y cuyos lados como distancias son recorridos a una velocidad absoluta que a su vez se revela como la mayor. Los caracteres especiales del libro V, su manera de superar el método de los libros anteriores, remiten siempre a lo mismo: la velocidad absoluta de las figuras de luz.

La Ética de las definiciones, axiomas y postulados, demostraciones y corolarios, es un libro–río que desarrolla su cauce. Pero la Ética de los escolios es un libro de fuego, subterráneo. La Ética del libro V es un libro aéreo, luminoso, que procede por destellos. Una lógica del signo, una lógica del concepto, una lógica de la esencia: la Sombra, el Color, la Luz. Cada una de las tres Éticas coexiste con las otras y se prolonga en las otras, pese a sus diferencias de naturaleza. Se trata de un único y mismo mundo. Cada una tiende pasarelas para cruzar el vacío que las separa.

Notas

  1. Yvonne Toros (Spinoza et l’espace projectif, tesis París–VIII) esgrime diversos argumentos para mostrar que la geometría que inspira a Spinoza no es la de Descartes o ni siquiera la de Hobbes, sino una geometría proyectiva óptica a la manera de Desargues. Esos argumentos parecen decisivos, e implican como veremos una nueva comprensión del spinozismo. En una publicación anterior (Espace et transformation: Spinoza, París–I) Y. Toros confrontaba a Spinoza y Vermeer, y esbozaba una teoría proyectiva del color en función delTratado del arco iris.
  1. Goethe,Traité des couleurs, Triades, apartado 494. Y sobre la tendencia de cada color a reconstituir la totalidad, vid. apartados 803–815 (Goethe:Obras completas, Aguilar, 1974).
  1. Vid. Ungaretti (Vermeer, Éd. de L’Echoppe): «color que ve como un color en sí, como luz, y cuya sombra también ve, y aisla, cuando la ve…». El lector remitirá también a la obra de teatro de Gilíes Aillaud,Vermeer et Spinoza, Bourgois.
  1. Esquilo,Agamenón, 495–500.
  1. Vid. Robert Sasso, «Discurso y no–discurso de la Ética»,Revue de synthèse, n.° 89, enero de 1978.
  1. La ciencia se topa con este problema de las figuras geométricas y de las figuras de luz (así enDurée et simultanéité, cap. V, Bergson puede decir que la teoría de la relatividad invierte la subordinación tradicional de las figuras de la luz a las figuras geométricas sólidas). En arte, el pintor Delaunay opone las figuras de luz tanto a las figuras geométricas como a las del arte abstracto.
  1. Yvonne Toros (cap. VI) señala precisamente dos aspectos o dos principios de la geometría de Desargues: uno, de homología, referido a las proyecciones; otro, que será llamado de «dualidad», referido a la correspondencia de la línea con el punto, del punto con el plano. Ahí el paralelismo adquiere una nueva comprensión, puesto que se establece entre un punto en el pensamiento (idea de Dios) y un desarrollo infinito en la extensión.
  1. Jules Lagneau,Célèbres leçons et fragments, PUF, págs.67–68 (la «rapidez del pensamiento», cuyo equivalente sólo se encuentra en la música, y que se basa menos en lo absoluto que en lo relativo).
  1. Vid. Aristóteles,Primeros analíticos, II, 27: el entimema es un silogismo cuyas premisas están sobreentendidas, ocultadas, suprimidas, elididas. Leibniz retoma la cuestión (Nuevos ensayos, I, cap. 1, apartados 4 y 19), y demuestra que el hiato no sólo se produce en la exposición, sino en nuestro propio pensamiento, y que «la fuerza de la conclusión consiste en parte en lo que se suprime».
  1. Vid. textos de Galois en André Dalmas,Évariste Galois, Fasquelle, pág. 121. Y pág. 112 («hay que ir indicando sin cesar la marcha de los cálculos y previendo los resultados sin poderlos efectuar jamás…»), pág. 132 («así pues, en esas dos memorias, y sobre todo en la segunda, el lector encontrará a menudo la fórmula yo no sé…»). Existiría un estilo pues, incluso en matemáticas, que se definiría por los modos de hiatos, de elisión o de contracción en el pensamiento como tal. El lector encontrará al respecto valiosas indicaciones en G. G. Granger, Essai d’une philosophie du style, Odile Jacob, pese a que el autor tenga del estilo en matemáticas un concepto harto diferente (págs. 20–21). 

Gilles Deleuze, ‘Spinoza y las tres ‘Éticas’, en Crítica y clínica, trad. Thomas Kauf, Anagrama, Barcelona, 1996, pp. 193-210.

Colección «Cuadernos de Pasado y Presente» en PDF

En 1968 José María Aricó, Juan José Vargas, Oscar del Barco y Santiago Funes, ligados a la revista Pasado y Presente, fundan Editorial Pasado y Presente. La labor principal de esta sería la edicion de los «Cuadernos de Pasado y Presente«, colección de lectura obligatoria para muchos en las décadas de los 1970 y 1980s.

En marzo de 1968 aparece el primero de lo que serían 97 tomos, la traducción de la Introducción general a la crítica de la economía política, escrita originalmente en alemán en 1857 por Karl Marx.   Este y los siguientes once números se publicaron en la ciudad de Córdoba Argentina.  En 1970 el grupo editorial se translada a México DF, y es desde ahí que se publican los números restantes.  Estos salieron a un rítmo promedio de cada 45 días, logrando algunos alcanzar tirajes de hasta 10,000 ejemplares y multiples re-ediciones.  En marzo de 1983, exactamente quince años desde el inicio, salió el último tomo de la colección, Aníbal Ponce: ¿El marxismo sin nacion? editado por Oscar Terán.

Los Cuadernos fueron claves para la renovación de un pensamiento socialista heterodoxo en Latinoamérica y han sido calificados como «la marca más indeleble del trabajo cultural de difusión de la literatura marxista crítica»[1] en el continente.

Las digitalizaciones de los Cuadernos de Pasado y Presente que presentamos aquí se los debemos a Archivo Obrero y al Internet Archive.

 

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1. Introducción general a la crítica de la economía política/1857 – Karl Marx.

2.  Elogio de la antropología – Claude Lévi-Strauss.

3. Excedente económico e irracionalidad capitalista – Paul A. Baran.

4. La filosofía como arma de la revolución – Louis Althusser.

5. Escritos económicos – Ernesto Che Guevara.

6. Francia 1968: ¿Un a revolución fallida? – André Gorz, Ernest Mandel, Antonio Lettieri, Paolo Santi, Gilles Martinet, André Barjonet.

7. Teoría marxista del partido político – Umberto Cerroni, Lucio Magri, Monty Johnstone.

8. Materialismo histórico y materialismo dialéctico – Alain Badiou, Louis Althusser.

9. Sartre y Marx – André Gorz, Marco Maccio.

10. Teoría marxista del imperialismo – Paolo Santi, Jacques Valier, Rodolfo Banfi, Hamza Alavi.

11. Dialéctica marxista e historicismo – Cesare Luporini.

12. Teoría marxista del Partido político. 2: (Problemas de organización) – V. I. Lenin, Rosa Luxemburg, Georg Lukacs.

13. Huelga de masas, partido y sindicatos – Rosa Luxemburg.

14. La revolución palestina y el conflicto árabe israelí – Maxime Rodinson, Fawwaz Trabulsi.

15. El marxismo de Trotski – Nicolas Krasso, Ernest Mandel, Monty Johnstone.

16. El joven Lukacs – Giovanni Piana, Marco Maccio, Giairo Daghini, Georg Lukacs.

17-18. La nueva económica – Evgeni Preobrazhenski.

19. Gramsci y las ciencias sociales – Alessandro Pizzorno, Luciano Gallino, Norberto Bobbio, Regis Debray, Antonio Gramsci.

20.  Formaciones económicas precapitalistas – Karl Marx, Eric Hobsbawm.

21. El imperialismo y la economía mundial – Nicolai I. Bujarin.

22. Revolución política o poder burocrático. 1. Polonia – Karol Modzelewski, Jacek Kuron.

23.  La revolución cultural china – Enrica Collotti Pischel, Rossana Rosanda, Marco Maccio, Charles Bettelheim, Isaac Deutscher, Mao Tse-Tung.

24.  Imperialismo y comercio internacional (El intercambio desigual) – Arghiri Emmanuel, Charles Bettelheim, Samir Amin, Christian Palloix.

25. Contra la burocracia / Diario de las secretarias de Lenin – Vladimir Lenin, Jesús Díaz, et al.

26.  China: Revolución en la universidad – Victor Nee, Don Layman, John Collier.

27.  El nuevo curso / Problemas de la vida cotidiana – León Trotski.

28. Los Bolcheviques y la Revolución de Octubre: Actas del Comité Central del Partido Obrero Social-Demócrata Ruso (bolcheviques), agosto de 1917 a febrero de 1918

29. Teoría económica del período de transición – Nicolai Bujarin.

30. Materiales para la historia de América Latina – Karl Marx, Friedrich Engels.

31. Teoría del materialismo histórico (ensayo popular de sociología marxista) – Nicolai Bujarin.

32. La división capitalista del trabajo – Armando De Palma, Raniero Panzieri, Michele Salvati, Bianca Beccalli, Antonio Lettieri, André Gorz.

33. Consejos obreros y democracia socialista – Valentino Gerratana, Lucio Magri, Massimo L. Salvadori, Yvon Bourdet, Franco Ferri, Lisa Foa, Enzo Collotti, Sergio Garavani, Antonio Gramsci.

34. El gran debate (1924-1926): I. La revolución permanente – León Trotski, Nicolai Bujarin, Grigori Zinoviev.

35. Introducción a la economía política – Rosa Luxemburg.

36. El gran debate (1924-1926): II. El socialismo en un solo país – José Stalin, Grigori Zinoviev.

37. Sobre el colonialismo – Karl Marx, Friedrich Engels.

38. Teoría marxista del partido político III – Rossana Rosanda, Jean-Paul Sartre, Víctor Fray, Edoarda Masi, Andre Gorz, Giovanni Mottura.

39. El concepto de “formación económico-social” – Cesare Luporini, Emilio Sereni.

40. Modos de producción en América Latina – Carlos Sempat Assadourian, Ciro Flamarión Santana Cardoso, Horacio Ciafardini, Juan Carlos Garavaglia, Ernesto Laclau.

41. Revolución socialista y antiparlamentarismo – Georgy Lukacs.

42. Lenin filósofo – Anton Pannekoek.

43. Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, primera parte

44.  Economía política en la acción sindical – Serge Mallet, Franco Momigliano, Perry Anderson, Alessandro Pizzorno.

45. ¿Qué es la socialización? Un programa de socialismo práctico – Karl Korsch.

46.  Teoría del proceso de transición – Paul M. Sweezy, Valentino Gerratana, Francesco Fenghi, Rossana Rossanda, Attilio Chitarin, Bernard Jobic.

47. Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, segunda parte

48. Hegemonía y dominación en el estado moderno – Nicos Poulantzas.

49.  Economía burguesa y economía socialista – Eugen von Böhm-Bawrk, Rudolph Hilferding, Ladislaus von Bortkiewicz.

50.  Contribución a la crítica de las teorías modernas de las crisis – Natalie Moszkowska.

51.  El imperialismo y la acumulación del capital – Rosa Luxemburg, Nicolai Bujarin.

52.  La Internacional Comunista y el problema colonial – Rudolf Schlesinger.

53. Ensayos sobre la teoría marxista del valor – Isaak Illich Rubin.

54. Escritos políticos (1917-1933); introducción de Leonardo Paggi – Antonio Gramsci, Leonardo Paggi.

55. V Congreso de la Internacional Comunista, primera parte

56. V Congreso de la Internacional Comunista, segunda parte

57. La economía política del rentista (Crítica de la economía marginalista) – Nicolai Bujarin.

58. Ética y concepción materialista de la historia – Karl Kautsky.

59. Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana / Notas al Ludwig Feuerbach – Friedrich Engels, Georgui Plejanov.

60. Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano. Selección y prólogo de José Arico – José Carlos Mariátegui, José Aricó

61. Huelga general y socialismo – Hubert Lagardelle (Comp.).

62. Debate sobra la huelga de masas. Primera parte – Parvus, Paul Frölich, Franz Mehring, Rosa Luxemburg, Emile Vandervelde.

63. Debate sobre la huelga de masas. Segunda parte – Karl Kautsky, Anton Pannekoek.

64. Sobre el materialismo histórico y otros escritos filosóficos – Franz Mehring.

65. La construcción del socialismo en la URSS y China – Mao Zedong, J. V. Stalin.

66. VI congreso de la Internacional Comunista. Primera parte: tesis, manifiestos y resoluciones

67. VI congreso de la Internacional Comunista. Segunda parte

68. El camino del poder – Karl Kautsky.

69. La cuestión nacional y la formación de los estados – Karl Marx, Friedrich Engels.

70. Historia del bolchevismo – Arthur Rosenberg.

71. El desarrollo industrial de Polonia y otros escritos sobre el problema nacional – Rosa Luxemburg.

72. Imperio y colonia: Escritos sobre Irlanda – Karl Marx, Friedrich Engels.

73. La Segunda Internacional y el problema nacional y colonial (primera parte) – Eduard Bernstein, E. Belfort Bax, Karl Kautsky, Karl Renner.

74. La Segunda Internacional y el problema nacional y colonial (segunda parte) – Richard Calwer, Karl Kautsky, Otto Bauer, Josef Strasser, Anton Pankoek.

75. Clausewitz en el pensamiento marxista – Clemente Ancona, Otto Braun, V. I. Lenin, E. Razin, J. V. Stalin, Ernst Engelberg, Otto Korfes.

76. Fascismo, democracia y frente popular – VII Congreso de la Internacional Comunista.

77. El sistema de Marx, un aporte para su construcción – Natalie Moszkowska.

78. ¿Derrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario? – Giacomo Marramao, Paul Mattick, Anton Pannekoek, Karl Korsch.

79. Ensayos sobre la teoría de la crisis. Dialéctica y metodología en “El Capital” – Henryk Grossman.

80. La Internacional Comunista y América Latina: La sección venezolana – Manuel Caballero.

81. La cuestión nacional y la autonomía – Rosa Luxemburg, J. P. Nettl.

82. Debate sobre la teoría marxista del valor – Pierangelo Garegnani, Angelo Bolaffi, Fernando Vianello, Lucio Colletti, Franco Cassano, Michele Salvati, Salvatore Veca, Massimo Cacciari, Marco Lippi, Alessandro Roncaglia.

83. Nacionalismo y lucha de clases (1905-1917) – Dov Ver Borojov, José Luis Hajenson.

84. Teoría marxista y acción política – Karl Korsch.

85. La crisis del capitalismo en los años ’20. Análisis económico y debate estratégico en la Tercera Internacional – Mario Teló, Fernando Claudín, Giuseppe Vacca, Aldo Natoli, Sergio Bologna, Ester Fano, Franco de Felice, Franco Sbarberi, Massimo L. Salvadori, Giacomo Marramao, Aldo Agosti.

86. Democracia y socialismo: Historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937) – Arthur Rosenberg, Gian Enrico Rusconi.

87. Escritos sobre Rusia, I. Historia diplomática secreta del Siglo XVIII – Karl Marx, Friedrich Engels.

88. Friedrich Engels y el problema de los pueblos “sin historia”: La cuestión de las nacionalidades en la revolución de 1848-1849 a la luz de la “Neue Rheinische Zeitung” – Roman Rodolsky.

89. Teoría marxista de la política – Giacomo Marramao, Biaggio de Giovanni, Cesare Luporini, Nicola Badaloni, Massimo Cacciari.

90. Escritos sobre Rusia, II. El porvenir de la comuna rural rusa – Karl Marx, Friedrich Engels.

91. Contribución a la dinámica del capitalismo tardío – Natalie Moszkowska.

92. La formación ideológica de José Carlos Mariátegui – Robert Paris.

93. Progreso técnico y desarrollo capitalista (manuscritos 1861-1863) – Karl Marx, Mauro de Lisa.

94. Chayanov y la teoría de la Economía campesina – Alexandr V. Chayanov, Basile Kerblay, Daniel Thorner, Mark Harrison, Santiago E. Funes.

95. La política y las transformaciones: Crítica del capitalismo e ideologías de la crisis entre los años veinte y treinta – Giacomo Marromao.

96. El concepto socialista de nación – Leopoldo Mármora.

97. Notas marginales al “Tratado de economía política” de Adolph Wagner – Karl Marx.

98. Aníbal Ponce: ¿El marxismo sin nación? – Oscar Terán, Aníbal Ponce.

 

 

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[1] Raúl Burgos. Los gramscianos argentinos: Cultura y Política en la experiencia de Pasado y Presente. (Siglo XXI Editores, 2004), pág. 155.

El origen imperfecto de las cosas // Sebastián Scolnik

A propósito de Causa Parcial. Lo personal es político. Una conversación sobre el lado áspero de los 90´.

Lo que podría parecer como una escenografía calculada o un mero decorado de ambientación, en este caso es el sitio propicio para esta extraña conversación. Nada de fingida espontaneidad ni de una estética cruda concebida en los gabinetes de una creatividad impostada. Una terraza raída, con paredes percudidas por el paso del tiempo y la humedad, es el fondo en el que la palabra emerge con su ritmo propio. De un lado de la imagen, a la izquierda, los jóvenes Pablo Fernández y Facundo Abramovich. Atropellados por la ansiedad de preguntar, por la incomodidad que les produce la “institucionalización” de los DDHH y por conocer ese enigma de un pasado reciente al que cuesta entender desde las coordenadas actuales. Del otro lado, la respuesta es calma, paciente. Como si el tiempo transcurrido y las intensidades rememoradas dieran a las sentidas reflexiones un tono de humor y madurez. Florencia Lance repasa las dramáticas secuencias de su biografía personal sin perder la sonrisa. Diego Sztulwark, que sí ha perdido sus rulos característicos, recobra el brillo propio de una satisfacción al recuperar todo lo que ha podido pensarse mientras el mundo ardía como pregunta inquieta sin resolución evidente.

El viento, que insiste intermitente estallando contra los micrófonos, desarregla la cómoda escucha del espectador desvaneciendo la idea misma de espectáculo. La concentración extrema que hay que sostener para seguir la trama de la conversación, fuerza al espectador a incluirse en el diálogo tratando de completar las frases que ya creía dominadas y se ven sacudidas por ese temperamental viento discontinuo. Ese esfuerzo, que requiere una especial disposición, es también el que hay que procurar para encontrarse con una historia tan compleja, llena de recodos, cuyos núcleos dramáticos no son fáciles de asimilar. La de Florencia no es una historia para consumir pues, de algún modo, nos pertenece a todos los que seamos capaces de capear la indiferencia reinante y hacer propias esas extremas circunstancias.

El asunto se presenta de la siguiente manera: un signo, una señal acecha. Un amigo y compañero de escuela, Juan —hijo del gran periodista, investigador e histórico militante Rogelio “Pajarito” García Lupo—, avisa a Flor que no podrá ir esta vez a su cumpleaños, donde solían pasarla tan bien, porque allí mataban gente. Se trataba de Campo de Mayo, lugar donde Eduardo Lance, aviador del Batallón 601 del Ejército Argentino (que ejecutaba los “vuelos de la muerte”), y padre biológico de Florencia, cada año repetía el ritual de las celebraciones natalicias de sus hijas. En esos encuentros, precedidos por el transporte en los ómnibus del ejército, se hacían distintas actividades que incluían paseos en helicóptero para las invitadxs.

¿Qué hacer cuando una palabra se impone con esa contundencia como el signo de una revelación? Un abismo se abrió a partir de allí. Pero esa inmensidad, atravesada por el estupor, para ser elaborada requiere de un tránsito. Un recorrido donde se precisa encontrar nuevos aliadxs y afectos con los que descubrir quien se es y qué hacer con eso que somos o han hecho de nosotrxs. Juan García Lupo; unas reuniones familiares en las que se destaca un misterioso personaje anarquista, el Gallego Soto; un ocasional compañero de banco que se transforma en definitivo, Diego Sztulwark, que aparece en una anodina materia de la Carrera de Ciencias Políticas de la UBA; un veterano dirigente obrero de la resistencia peronista, el Negro Molina; la agrupación estudiantil El Mate de la derruida Facultad de Ciencias Sociales y la volcánica, amorosa y divertida Hebe Bonafini de los años noventa, son las marcas de un itinerario impredecible. Todo un decurso en el que cada estación, entre la conmoción, la inquietud y el miedo, fue interrogada con una avidez desmesurada para descubrir un mundo nuevo que yacía por debajo de cada apariencia; preguntas amasadas entre la curiosidad y desesperación. Pero, en Flor, esa radicalidad estremecedora que a muchxs ha llevado a un vedetismo narcisista en el que el énfasis está en la propia figura individual, o a un endurecimiento que aplana la comprensión, aquí luce como una narración compleja, irónica, nutrida por todas las paradojas que el pensamiento lineal no se atrevería siquiera a reconocer. La grandeza de esta historia no está ni en el punto de partida ni en su conclusión sino en el camino. En esxs amigxs que se abrían a cada paso y con los que constituir un sentido para elaborar la época sin saber bien dónde estábamos parados. ¿Con qué premisas existenciales se reconoce y afirma una singularidad? ¿Bajo qué impulsos es posible desmantelar la figura de la víctima, desarticulando los contornos que delimitan lo posible y lo pensable?

Si la historia enloquecida transformó la secuencia calendaria, llevando a que los hijos parieran a sus madres —como nítidamente lo han expresado las Madres—, en nuestra generación ese acontecimiento produjo un nuevo pliegue: son las abuelas, las madres de nuestros padres y madres, quienes parieron a sus nietos. Somos esa generación alumbrada y arropada por las Madres. Por esa incesante búsqueda imposible de justicia y por ese deseo de transformar el dolor personal en el combustible de una emancipación colectiva. Es ese enloquecimiento de la historia argentina lo que ninguna política pública puede suturar. Siempre hay algo que permanece como resto, como fondo de todo lo que vivimos, que se aloja disimuladamente en la consistencia del presente. Hay una insistencia de esa historia y esa desmesura del tiempo que lucha por no quedar sentenciada en la fatalidad biológica ni en la determinación cronológica de los cuerpos, a pesar de la banalidad de una época que cree poder prescindir del cuerpo como lugar concreto donde el mundo se verifica y se reanima como interrogación. Cada vez que se reactualiza un ciclo de la lucha de clases y del despojo, reaparece la imagen de la Dictadura asesina, origen mítico de toda política de desposesión. Pero, también, cierta memoria de la resistencia que siempre precisa de una recreación para no quedar atrapada en un ritualismo circular, evidente y autocelebratorio.

La vida de Florencia Lance está teñida por estos dilemas. Ella también fue parida por las Madres como punto de quiebre para construir otro tipo de filiación: ya no la familia parentalmente constituida sino la familia política que surge de estos encuentros, inesperados y aberrantes, que producen afectos y sensaciones procesadas en velocidad, a los manotazos y en la urgencia. En el origen imperfecto de las cosas está siempre la naturaleza de lo genuino. Ninguna subjetividad política surge como fenómeno de conciencia ni de la ejecución obediente de una prolija cartilla programática. Todo sucede bajo la violencia de una necesidad, de un encuentro inesperado y de una revelación sensible que produce una hendidura de la que no es posible retornar.

Segundeo y amistad    

En los últimos tiempos hemos escuchado, con cierta insistencia, una reivindicación del aguante y del segundeo. Estos modos de estar en la ciudad dan cuenta de disposiciones existenciales y anímicas que suponen un lazo de fidelidad con el otro, una voluntad de peregrinación conjunta en la incertidumbre, una capacidad de cálculo y de delinear estrategias; para sobrevivir, para incrementar el poder de actuar, la capacidad de consumo y resguardar la vida de los peligros que acechan y nunca cesan. Se trata de una oscilación entre una vida ruin y la amistad, entre la resistencia y la adaptación.

Hay una larga saga de narraciones que pueden considerarse precursoras del segundeo. Una extraordinaria genealogía literaria, filosófica y ensayística. De los Capitanes de la arena, de Jorge Amado, a las máquinas de guerra de Deleuze y Guattari y de estas a Los siete locos de Roberto Arlt o a Los detectives salvajes de Roberto Bolaños. Todo un fascinante repertorio de experiencias marginales y minoritarias que han sido capaces de crear lenguajes propios y desafiantes: grupos, bandas y confabulados de distinta índole que fueron capaces de poner en jaque la estabilidad del orden. Hay un modo de agruparse para aguantar esta miserabilidad y redibujar la ciudad, sabiendo que la crítica bienpensante a la época o las coartadas de la inclusión social, no le mueven un pelo al automatismo de la explotación. Allí, en el terreno mismo de esa ambigüedad, la de los ilegalismos y las runflas, se lidia con la crueldad: aguantándola y ejerciéndola, endureciendo el cuero para soportar el dolor y la humillación, pero también reproduciéndolos. En esa oscilación se cifra la ambivalencia del segundeo: bancar, insistir, desafiar, enfrentar, replegarse, subordinarse, apoyarse y traicionar. Todo un sistema de cálculos infinitesimales para bancarse la vida, huyendo de ella a veces y otras replegándose en ella, para subsistir y mercadear entre la fraternidad y el cinismo, la yunta y el individualismo, la nobleza y la perversión.

La amistad política abarca y engloba ciertas dimensiones del aguante y el segundeo. Los años noventa y las revueltas de 2001 dan cuenta de eso sobradamente y es indiscutible que las resistencias tuvieron mucho de estos tópicos. De allí la aspereza de ese tiempo. Pero, arrojados al desierto, la fabulación de un presente siniestro requirió de un esfuerzo más. Un tipo de propensión en la que la elaboración del sentido —cómo atravesar la época sin sucumbir frente a la abyección—, tomaba a quienes participaban de esa experiencia deshaciendo los puntos de partida o forzándolos a ir más allá de sí. No se trataba de un renunciamiento ni de la negación de la propia individualidad. La imagen de que “lo personal es político” fue una experiencia concreta, material y situada antes de que la trituradora mediática la convirtiera en el cliché de un liberalismo chirle. Porque sólo en esos colectivos —las banditas que pensaron cómo vivir más allá de las determinaciones epocales—, se pudieron descubrir potencias que uno no sabía que tenía. Saberes y capacidades que solo se le revelaban a uno cuando entraba en esas extrañas relaciones impersonales. Las dramáticas circunstancias personales que podían definir una trayectoria ya no estaban fuera de la perspectiva colectiva, sino que se transformaban en una cuerda interna de cada quien. Así, en ese pasaje del dolor o de lo que no podríamos nunca afrontar solos a una sensibilidad común, se dibujaban los modos de un constructivismo militante que tenía más de tanteo y vacilación que de sentencia e identidad.      

Ir más allá de uno no tiene que ver con un cálculo consciente. No es una operación de la mente ni el ejercicio de un voluntarismo abstracto. Tampoco es una moral de los buenos. Es una fuerza material que surge en ciertas circunstancias históricas produciendo conmociones sensibles que resultan irreversibles. Sentir de otra manera, desde una época y contra ella misma, es una excepcionalidad que nos saca de las determinaciones de la derrota originada en la Dictadura, punto desde el que nuestras vidas quedaron subsumidas en una única manera de concebir las cosas. Solo en esa escucha atenta de quien se dispone a ser arrastrado por esas fuerzas anómalas radica la posibilidad de una experiencia que vaya más allá de la forma mercancía que anida en nosotros mismos. “Vidas de derecha”, había pensado Silvia Schwarzböck para referirse a esa homogeneidad en la que cada diferencia es integrada en un mismo modo de ser. Podemos pensar diferente, opinar críticamente de tal o cual cosa, incluso sentirnos distintos. Pero todos consumimos de la misma manera, atados a los mismos dispositivos técnicos y de plataforma, lo que crea una mismidad en la lengua, las prácticas y el pensamiento. La política, por esta vía, deviene separada de la existencia. Se milita una cosa y se vive otra. Se dice una cosa y se siente o se hace otra.

Si nos conmovemos al escuchar a Florencia es porque lo que ella dice nos pertenece a todos los que, de distinta manera, participamos de la elaboración de estos dilemas de una generación que se jugaba en grupúsculos experimentales que no aceptaron dar por cancelada la faceta aventurera y tumultuosa que toda política radical lleva consigo. Y porque, sabiendo que no hay a donde volver ni forma conocida a la que apelar, sus palabras y el brillo de su sonrisa nos recuerdan que somos capaces de cosas extraordinarias cuando la política efectivamente está a la altura de la vida. Y es la amistad política el sostén que nos da la fuerza para intentarlo, para rehacer la relación entre las palabras, las cosas y los sentidos. La memoria no es nostalgia. Es recuerdo de esas potencias y de los mundos que no pudieron ser y que se nos ofrecen como materia virtual para una nueva interpretación libre que deshaga el fatalismo de las líneas temporales que nos conducen a la impotencia y la resignación.   

 

         

 

Felicidad y magia // Giorgio Agamben

Walter Benjamin dijo una vez que la primera experiencia que el niño tiene del mundo no es que «los adultos son más fuertes, sino su incapacidad de hacer magia». La afirmación, efectuada bajo el efecto de una dosis de veinte miligramos de mescalina, no es por esto menos exacta. Es probable, en efecto, que la invencible tristeza en la cual se sumergen cada tanto los niños provenga precisamente de esta conciencia de no ser capaces de hacer magia. Aquello que podemos alcanzar a través de nuestros méritos y de nuestras fatigas no puede, de hecho, hacernos verdaderamente felices. Sólo la magia puede hacerlo. Esto no se le escapó al genio infantil de Mozart, quien en una carta a Bullinger señaló con precisión la secreta solidaridad entre magia y felicidad: «Vivir bien y vivir felices son dos cosas distintas; y la segunda, sin alguna magia, no me ocurrirá por cierto. Para que esto suceda, debería ocurrir alguna cosa verdaderamente fuera de lo natural».

Los niños, como las criaturas de las fábulas, saben perfectamente que para ser felices es preciso tener de su lado al genio de la botella, tener en casa el asno cagamonedas, la gallina de los huevos de oro. Y en cada ocasión, conocer el lugar y la fórmula vale mucho más que proponerse honestamente y dedicarse con todas las fuerzas a alcanzar un objetivo. Magia significa, precisamente, que nadie puede ser digno de la felicidad; que como sabían los antiguos, la felicidad, para el hombre, es siempre hybris, es siempre arrogancia y exceso. Pero si alguien llega a reducir la fortuna con el engaño, si la felicidad depende, no de lo que esa persona es, sino de una nuez encantada o de un ábrete-sésamo, entonces y sólo entonces puede decirse verdaderamente feliz.

Contra esta sabiduría pueril, que afirma que la felicidad no es algo que pueda merecerse, la moral ha alzado desde siempre su objeción. y lo ha hecho con las palabras del filósofo que menos ha comprendido la diferencia entre vivir dignamente y vivir feliz. «Aquello que en ti tiende con ardor a la felicidad es la inclinación; aquello que luego somete esta inclinación a la condición de que debes ser primero digno de la felicidad es tu razón», escribe Kant. Pero con una felicidad de la cual podemos ser dignos, nosotros (o el niño que hay en nosotros) no sabemos bien qué hacer. iQué desastre si una mujer nos ama porque nos lo merecemos! ¡Y qué aburrida la felicidad como premio o recompensa por un trabajo bien hecho!

Que el vínculo que mantiene unidas la magia y la felicidad no es simplemente inmoral, que puede, más bien, dar testimonio de una ética superior, se evidencia en la antigua máxima según la cual quien se da cuenta de que está siendo feliz, ya ha dejado de serlo. Así, la felicidad tiene con su sujeto una relación paradójica. Aquel que es feliz no puede saber que lo está siendo; el sujeto de la felicidad no es un sujeto, no tiene la forma de una conciencia, aunque sea la más buena. Y aquí la magia hace valer su excepción, la única que permite a un hombre decirse y saberse feliz. Quien goza por encanto de alguna cosa, huye a la hybris implícita en la conciencia de la felicidad, porque la felicidad que sabe que está teniendo en cierto sentido no es suya. Así Júpiter, que se une a la bella Alcmena asumiendo los rasgos del consorte Anfitrión, no goza de ella como Júpiter. y mucho menos, más allá de la apariencia, como Anfitrión. Su alegría pertenece toda al encanto, y se goza conscientemente y puramente sólo de aquello que se ha obtenido por las vías transversales dela magia. Sólo el encantado puede decir sonriendo: yo, y verdaderamente merecida es sólo esa felicidad que no soñaríamos con merecer.

Es esta la razón última del precepto según el cual sobre la tierra hay una sola felicidad posible: creer en lo divino y no aspirar a alcanzarlo (una variante irónica es, en una conversación de Kafka con Janouch, la afirmación de que hay esperanza, pero no para nosotros). Esta tesis aparentemente ascética se vuelve inteligible sólo si entendemos el sentido de aquel no para nosotros. No quiere decir que la felicidad está reservada solamente a los otros (felicidad significa precisamente: para nosotros), sino que ella nos espera sólo en el punto en el cual no nos estaba destinada, en el que no era para nosotros. Es decir, por arte de magia. En ese punto, cuando se la hemos arrebatado a la suerte, ella coincide enteramente con el hecho de sabernos capaces de magia, con el gesto por el cual alejamos de una vez por todas la tristeza infantil.

Si es así, si no hay otra felicidad que sentirse capaces de magia, entonces se vuelve transparente también la enigmática definición que de la magia dio Kafka, cuando escribió que si se llama a la vida con el nombre justo, ella viene, porque «esta es la esencia de la magia: que no crea, pero llama». Esta definición está de acuerdo con la antigua tradición, que cabalistas y nigromantes han seguido escrupulosamente en rodos los tiempos, según la cual la magia es esencialmente una ciencia de los nombres secretos. Toda cosa, todo ser tiene de hecho, más allá de su nombre manifiesto, un nombre escondido, al cual no puede dejar de responder. Ser mago significa conocer y evocar este archinombre. De allí, las interminables listas de nombres-diabólicos o angélicos- con los cuales el nigromante se asegura el dominio sobre las potencias espirituales. El nombre secreto es para él sólo el símbolo de su poder de vida y de muerte sobre la criatura que lo lleva.

Pero hay otra tradición, más luminosa, según la cual el nombre secreto no es tanto la cifra de la servidumbre de la cosa a la palabra del mago como, sobre todo, el monograma que sanciona su liberación del lenguaje. El nombre secreto era el nombre con el cual la criatura era llamada en el Edén y, pronunciándolo, los nombres manifiestos, toda la babel de los nombres, cae hecha pedazos. Por esto, según la doctrina, la magia llama a la felicidad. El nombre secreto es, en realidad, el gesto con el cual la criatura es restituida a lo inexpresado.

En última instancia, la magia no es conocimiento de los nombres, sino gesto: trastorno y desencantamiento del nombre. Por eso el niño nunca está tan contento como  cuando inventa una lengua secreta. Pero su tristeza no proviene tanto de la ignorancia de los nombres mágicos como de su dificultad para deshacerse del nombre que le ha sido impuesto. No bien lo logra, no bien inventa un nuevo nombre, tiene en sus manos el salvoconducto que lo lleva a la felicidad. Tener un nombre es la culpa. La justicia es sin nombre, como la magia. Privada de nombre, beata, la criatura llama a la puerta del país de los magos, que hablan sólo con gestos.

 Profanado a Revista Adynata

Fuente:

Agamben, Giorgio (2005) “Magia y felicidad”. En Profanaciones. Adriana Hidalgo editora. Bs. As.

El inconformista lúcido // Diego Sztulwark

No hay disputa ideológica sin una lengua despabilada. Eso es lo que reconoció el martes 28 de enero ese verdadero estallido de mensajes y posteos que reaccionaron doloridos a la noticia del fallecimiento del historiador Javier Trímboli (1966). Basta recorrer la escala y la calidad del fenómeno para comprender la magnitud de lo que está en juego en esta despedida. No alcanza con enumerar las diferentes dimensiones de su vida pública de militante, docente, archivista y escritor para comprender el alcance de semejante conmoción. Es preciso considerar, además, el carácter extraordinario de la conversación que supo tener Javier con sus compañeros, colegas, alumnos —muchos de ellos también docentes— y lectores. Javier fue el más lúcido inconformista de nuestra generación.

Repasando lo que se dijo estos días en las redes podemos reconstruir rápidamente el esquema de una trayectoria: estudiante secundario del Nacional Buenos Aires, militante juvenil comunista, brigadista en Nicaragua (1985), estudiante universitario en la Facultad de Filosofía y Letras, impulsor del Manifiesto de Octubre contra la razón académica, animador de grupos de lectura, docente de colegios secundarios, de institutos de formación docentes, y en las universidades de Buenos Aires, La Plata, Flacso y Unipe, editor de los primeros dos números de la revista La escena contemporánea, director editorial de la Revista Guay, militante kirchnerista, impulsor de proyectos pedagógicos en el área de educación tanto en Nación como en la Ciudad de Buenos Aires, en provincia de Buenos Aires y Córdoba, archivista de la TV Pública (en la que hizo la serie documental Huellas de un siglo y un trabajo fundacional para el Archivo Prisma), asesor de las celebraciones del bicentenario, del Centro Cultural Kirchner, partícipe de incontables iniciativas historiográficas —de un documental sobre la guerra del Paraguay, de columnas en radio, TV y streaming—. Algunas de sus clases están colgadas en YouTube. También algunas conversaciones con Ricardo Piglia sobre Sarmiento o Borges.
Javier, además, no paraba de escribir. Una enumeración de sus libros, tal y como los recuerdo y como están ahí, en mi biblioteca, habilita la siguiente —quizás incompleta— enumeración: Para pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política, conversaciones de Javier Trimboli y Roy Hora con Tulio Halperín Donghi, Daniel James, Oscar Terán, Hilda Sábato; Natalio Botana; José Carlos Chiaramonte, Beatriz Sarlo y Juan Carlos Torre (El cielo por asalto, 1994); La izquierda en la argentina, conversaciones con Carlos Altamirano, Martín Caparrós, Horacio González, Eduardo Grüner, Emilio De Ípola, León Rozitchner, Beatriz Sarlo y Horacio Tarcus (Manantial, 1998); Mil novecientos cuatro. Por el camino de Bialet Massé; (Puñaladas, Colihue, 1999); Espía Vuestro Cuello. Memorias y documentos de trabajo 2004-2007 (Crackup, 2012); con Guillermo Korn: Los ríos profundos, Hugo del carril/Alfredo Varela: un detalle en la historia del peronismo y la izquierda (Eudeba, 2015); Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (Cuarenta Ríos, 2017); con Guillermo Korn recopilaron y prologaron las notas de Alfredo Varela que dieron lugar a También en la Argentina hay esclavos y blancos (Omnívora, 2020); Alberto Flores Galindo. La escritura de la historia (ediciones UNGS, 2023). En cambio, no llegué a leer aún el libro por él compilado y prologado, Tulio Halperin Donghi. La herencia está ahí. Diez entrevistas comentadas (Omnívora Editora, 2023), ni Sombra terrible. Sarmiento entre civilización y barbarie, escrito con Ignacio Barbeito (Instituto Superior de Estudios Pedagógicos, Córdoba, 2023).
Mi particular conversación con Javier, tal y como puedo recobrarla ahora, comenzó en las militancias lectoras de la UBA de finales del año ‘97, cuando las revistas El Ojo Mocho y El Rodaballo publicaron el ya mencionado manifiesto colectivo contra la razón académica cuyo borrador corrió por cuenta de Javier. Las conversaciones que por entonces teníamos en la Facultad de Sociales con María Pía López y Guillermo Korn convergieron con las de Javier y con Fabio Wasserman, en la revista ostensiblemente mariateguiana, La escena contemporánea (en su primer número participaban, además, Guillermo Levy, Marcela Martínez y Alejandra Prilutzky). En el segundo número de la revista, dedicado al año ‘89, Trímboli publicó un artículo notable: “No tan distintos”. La historia de aquel año bisagra en la Argentina (que va de la caída de la URSS a la llegada de Menem al gobierno, pasando por la toma del cuartel militar de La Tablada llevada a cabo por un núcleo de militantes de izquierda) era objeto de una narración que —como hablamos en estos días con León Lewkowicz— transcurría como un pliegue en el que la trama objetiva de los hechos aparecía tejida en las incertezas y las perplejidades de Javier y sus jóvenes amigos de entonces. Mil novecientos cuatro también superpone registros: Trímboli recorría el itinerario que un siglo antes había seguido Bialet Massé por el país para dar cuenta de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Javier escribiendo yuxtaponía pasado y presente; historia de los hechos y procesos de constitución subjetiva; lo neoliberal en curso y lo que se pudiera pensar contra eso.
Pero es en otros textos donde, al menos para mí, se accede al corazón de lo que podríamos llamar —quizá contra el propio Javier— su “obra”: Espía vuestro cuello, una novela excepcional, presentada como una serie de seis ensayos —“memorias y documentos”— en los que la escritura se radicaliza al máximo por medio de un desplazamiento de la narración hacia la ficción. A través de diversos registros logra captar con irreverencia y brillantez el tiempo —la atmósfera— en la que el propio Trimboli atravesó tres instituciones que por entonces —mientras las atravesaba— parecían insólitamente consistentes: “El colegio”; el PC y la carrera de historia de la UBA. El segundo libro al que quiero hacer referencia es Sublunar, un ensayo a contracorriente marcado por la pregunta abierta en 2015 —con el triunfo electoral de Macri— sobre el ciclo previo kirchnerista, considerado menos como “momento hegemónico” o “estado bueno” y más como “desvío momentáneo” y reparación histórica. Menos como corte absoluto y acontecimiento total y más como contrapunto en torno al peronismo entre las masas de 2001 y el deseo —y la incapacidad— kirchnerista de superar los abismos neoliberales. Los derechos humanos y la historia de los setenta, dice allí el autor, no pueden ser un adorno. Lo genial de Sublunar es su modo de composición: el archivo del historiador coincide absolutamente con las señas confusas con las que los actores van decidiendo sus apuestas. Entre la redacción de ambos libros, Javier compuso en 2014 un prólogo al libro de David Viñas, De los montoneros a los anarquistas. Allí escribe sobre la “puntada preciosa de Viñas”, y en particular sobre aquella según la cual las bombas de los anarquistas vengan las masacres de las montoneras. Y deja flotando una pregunta: “¿cómo va a continuar la venganza?”. Su libro sobre el peruano Flores Galindo —presentado en la facultad de Ciencias Sociales en 2023— es una breve obra maestra sobre el anacronismo como reencuentro con la complejidad del tiempo histórico en épocas de aplastamiento neoliberal. En Trímboli, el problema de la revolución es inseparable del de la transmisión —de ahí la figura del profesor que crea banda— y, por tanto, no puede ser derrotado mientras haya clases y lectores: es una obsesión que hace pensar.
Hay un puñado excepcional de intervenciones de Javier de los últimos años que no se reducen a sus libros ni a sus clases (Trímboli fue ante todo un enorme profesor). Nombro algunas: la notable entrevista que concedió a sus amigos de la revista El río sin orillas (N.º 7, octubre 2013), en la que aparece en todo su esplendor —hablando de su propio recorrido, sus trabajos, militancias y escritos— esa retórica precisa, literaria y benjaminiana que va creando un nosotros que tiene una cierta impronta generacional, algo de militante político y mucho de inconformismo; las dos conversaciones con Horacio González, una sobre el peronismo (con Korn) y otra sobre Sarmiento publicadas en Gonzalianas, conversaciones sin apuro (Colihue, 2021); su notable comparecencia en el programa Gelatina en torno al sentido —no ritualizable— de la marcha del último 24 de marzo —la primera bajo el actual gobierno de ultraderecha— preguntando cuál es actualmente nuestra relación, en términos de creación y lucha, con los militantes desaparecidos de las izquierdas y del peronismo y con la idea misma de la revolución; o en las recientes Jornadas por el XX aniversario de Ignacio Lewkowicz, en las que leyó un texto impresionante sobre su propia formación, que para ser formación intelectual debió ser también la formación de una banda: banda de náufragos, banda que hacía del naufragio un modo de lectura.

 

 

 

Javier, el que yo conozco —debo decir ahora: el que yo conocí— es un tipo íntegro, radical, agudo y generoso. Enteramente presente en sus ironías, en su erudición y en la captación de nuestro tiempo. Un ser cuyo brillo, venido quizás de otros mundos (que se esforzaba en conservar, traer, actualizar), provocaba amor y admiración. La última conversación larga y a fondo con Javier fue para mí, extraordinaria. Creo que no exagero. Por suerte quedó muy bien registrada. La comparto para quienes quieran escucharlo. Aquí va el link.

Pero: ¿es posible hablar de una “última” conversación con Javier? Afortunadamente, no. Y por una razón muy práctica: porque aún nos espera la publicación de sus apuntes y clases. Y, sobre todo, de un último trabajo suyo, sobre el cual habló poco y escribió mucho, en torno a dos personajes históricos del siglo pasado: Héctor Murena y Paco Urondo. El compañero, el enorme profesor, el cinéfilo, el escritor extremo —el que convocaba a reanudar la venganza— no puede ser pasado por alto. Tanto que se habla de batallas de ideas y culturales. Nosotros tenemos de nuestro lado a Javier Trímboli. 

 Geometrías del imperialismo en el siglo XXI // Etienne Balibar

Noviembre 2024

Es un gran honor para mí pronunciar esta tarde la Said Memorial Lecture de 2024 en la American University de El Cairo[1]. También es un honor trufado de peligros, no solo por la calidad de quienes me han precedido, sino también por las dramáticas circunstancias en las que nos encontramos a las cuales me referiré más adelante. El título de mi intervención procede de un ensayo de Giovanni Arrighi, La geometria dell’imperialismo, publicado por primera vez en 1978 (el mismo año en que se publicó Orientalism), libro que hoy es menos conocido que el resto de sus obras y que curiosamente opta por un planteamiento «estructuralista»[2]. En mi opinión se trata de una contribución muy interesante al análisis de las variaciones del imperialismo, sobre todo viniendo de una de las principales figuras de la discusión posmarxista de la configuración global del capitalismo y de sus sucesivas hegemonías históricas. No pretendo repetir lo que Arrighi ha dicho, pero sí intentar articular algunas reflexiones sobre la complejidad del fenómeno «imperialista», sobre el lugar central que este ocupa en cualquier interpretación de la historia moderna y sobre sus transformaciones durante este último periodo. En este contexto situaré la importancia de la contribución de Edward Said respecto a la cual podríamos creer erróneamente que tan solo atañe a una especie de consecuencia de la propia estructura. Por supuesto, tendré que eludir o simplificar muchos de los importantes debates sobre los conceptos y su aplicación, pero ese es el riesgo que asumo para llamar la atención sobre lo que, hoy por hoy, me parece lo más urgente.

Se trata ciertamente de una presentación teórica, la cual no puede disociarse, sin embargo, como espero mostrar, de un compromiso militante con las luchas antiimperialistas, contempladas estas en toda su diversidad y en su unidad problemática. Estas luchas constituyen nuestra única esperanza de convertirnos o de volver a ser los actores de un proceso de emancipación colectiva frente a la violencia y la explotación. Como conclusión de esta exposición, de forma muy rápida y de modo muy abstracto, intentaré esbozar algunas orientaciones para pensar estas luchas antiimperialistas a partir de una representación actualizada de la estructura de dominación a la que nuestro mundo está sometido desde hace más de cinco siglos y que hoy parece conducirlo hacia una catástrofe planetaria. Por abstractas que sean estas orientaciones, sin embargo, y lamento no poder hacerlo mejor en este contexto, mis propuestas no podrán sustraerse a la presión de las circunstancias en las que nos encontramos hoy en este homenaje, que son sencillamente trágicas. Hablando bajo la invocación de Edward Said, ¿cómo no voy a sentirme acechado por las imágenes de limpieza étnica y exterminio, que nos llegan cada día desde Palestina y ahora también desde el Líbano? ¿Y cómo no estar obsesionado por la cuestión de por qué el «mundo», que también es denominado la «comunidad internacional», no quiere o no puede poner fin a esta barbarie?

Pero, sin duda, me rondan por la cabeza otros pensamientos, otros recuerdos ligados a esta región de la que Egipto es el centro. Al embarcarme en mi propio «viaje a Oriente», pienso en lo que esta tiene de verdaderamente especial tanto por su contribución a la civilización, como en lo referido a la violencia de las experiencias que ha vivido. Una región en la que, desde los albores de lo que llamamos «historia», los imperios han luchado por la hegemonía (una de mis tesis será que el imperialismo moderno, con todas sus especificidades, continúa todavía esta larga historia). Una región que, a lo largo de los siglos XIX y XX no ha dejado de ser foco de rivalidades imperialistas, pero también el escenario de heroicos levantamientos, que pretendían invertir el curso de la historia e imaginar un futuro bajo la bandera de la libertad, los cuales han acabado con demasiada frecuencia, no obstante, aplastados por la represión y la superioridad de las fuerzas conservadoras autóctonas y extranjeras. Así que podéis imaginaros fácilmente lo que significa para mí hablar hoy ¡justo al lado de la plaza Tahrir! Y no puedo olvidar los tres genocidios perpetrados en la región durante los últimos años en Darfur, en Siria y en Gaza. ¡No podemos afirmar que discutir aquí de imperialismo sea simplemente una cuestión de ciencia histórica!

El imperialismo y la guerra

Pasemos ahora a mi primer punto. Me concentraré en el vínculo existente entre el imperialismo y la guerra por la siguiente razón. Desde las primeras tentativas, que a principios del siglo XX inauguraron la problemática del imperialismo desde una perspectiva socialista y marxista de la mano de los trabajos de Hobson, Hilferding, Rosa Luxemburg, Kautsky, Lenin, Trotsky y otros estudiosos, esta línea de investigación no se ha detenido. El problema nunca ha dejado de evolucionar, si bien se han verificado «retornos» periódicos a nodos significativos de herejía, como cuando David Harvey, en su análisis del «nuevo imperialismo» basado en la «acumulación por desposesión», que me servirá en parte de inspiración, revive las ideas de Rosa Luxemburg contenidas en su trabajo La acumulación del capital (1913) a propósito de la expropiación violenta del campesinado en las «periferias» coloniales» del capital industrial[3]. Y, sobre todo, constatamos una tensión permanente entre las teorías que ponen en primer plano el fenómeno político del imperialismo, es decir, la acción del Estado caracterizada por sus «marcas de soberanía», como decían Bodin y Hobbes[4], y las teorías, principalmente marxistas, que lo conceptualizan como una «estadio» o «modo» del desarrollo del capitalismo caracterizados por sus antagonismos específicos. Ahora bien, desde un principio esta tensión me parece dictada por la necesidad de dar cuenta de un fenómeno consistente en la emergencia de la guerra en el centro mismo de la economía de una sociedad, cuyo principio de organización y progreso (el «comercio» en su sentido más amplio) se supone que promueve la paz. Fue, utilizando la expresión de Lenin, la «catástrofe inminente» de la Guerra Mundial de 1914 el hecho que cristalizó los debates sobre la relación existente entre el capitalismo y el nacionalismo, la colonización, el militarismo y la guerra[5]. Y fue la convicción de que esta combinación llevaba a la sociedad «burguesa» a un límite absoluto e insostenible, lo que condujo a los teóricos más radicales de la época a plantear la alternativa: imperialismo o revolución, sustentada en la doble convicción de que el imperialismo crea problemas que es imposible resolver y que la revolución precisamente aporta la solución o, al menos, desbloquea la posibilidad de la misma. Volveré sobre este punto, por supuesto, pero por el momento quiero defender la idea de que, para construir una teoría del imperialismo, la guerra no puede ser contemplada como una consecuencia particular del fenómeno estudiado, porque ella constituye el problema fundamental, la cuestión primaria que da origen al concepto. Así pues, debemos retornar a la guerra para evaluar lo que ha cambiado o ha perdurado y en qué medida lo ha hecho en la estructura del imperialismo y en las configuraciones de sus «tendencias». La articulación entre imperialismo y guerra no tiene nada de contingente, pero tampoco puede deducirse de una simple definición.

Cuando examinamos esta articulación no sólo hablamos de «guerras imperialistas» o de «guerras de la era imperialista», sino del vínculo intrínseco entre el imperialismo y la guerra. Sobre este punto plantearé dos hipótesis.

La primera es la siguiente: en su acepción dominante actual (marxista o posmarxista), que no separa el imperialismo del capitalismo concebido como un modo de producción basado en la acumulación de valor monetario, no cabe duda de que el primero ha coincidido con una nueva modalidad de conquista imperial, simbólicamente marcada por la apertura de América a la colonización europea en 1492, que luego se extendería a todo el mundo. Este hecho no supuso, sin embargo, una interrupción en la historia de los imperios y de sus rivalidades, sino que, por el contrario, marcó el comienzo de un período en el que el imperio como forma política adquiere una vitalidad sin precedentes. El imperialismo no constituye una ruptura con la sucesión de imperios, sino que marca un nuevo momento en una historia dotada de una larguísima duración. Ello podría significar simplemente que los imperialismos modernos siguen implicando la conquista y la dominación e incluso que están impulsados por el sueño imperial del poder universal, lo cual fue claramente el caso no sólo del Imperio británico, sino también de los Imperios «republicanos» sea este francés o, sobre todo, estadounidense. Pero podemos ir un paso más allá, porque el imperio como forma política tiene un vínculo institucional con la guerra y con la función política que esta cumple. Expresaré esto acuñando un axioma «romano, que sigue siendo válido en la época moderna: los imperios siempre están haciendo la guerra en sus «fronteras», que desplazan constantemente, para crear espacio para el comercio, la legislación y la cultura, esto es, para la «paz», pero lo contrario también es cierto y así los imperios hacen la paz y desarrollan sus instituciones para poder prepararse y hacer la guerra. La segunda proposición no es menos cierta que la primera e incluso constituye su verdad desde un punto de vista materialista. La guerra es inherente al imperialismo, como lo fue a los imperios. «Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant» [Donde hacen un desierto, lo llama paz]: siempre merece la pena releer a Tácito[6].

En cuanto a mi segunda hipótesis, la más importante, intentaré apoyarla con formulaciones tomadas de dos autores, Lenin y Carl Schmitt, que son políticamente irreconciliables, pero que comparten una visión realista de los conflictos entre potencias en el siglo XX. En el corazón del ensayo de Lenin El imperialismo, estadio superior del capitalismo[7] subyace la idea del «reparto del mundo» entre las potencias coloniales, un reparto caracterizado por su inestabilidad intrínseca y, por lo tanto, no conducente a una distribución permanente o «equilibrada» de sus partes entre soberanías equivalentes, sino, por el contrario, a una lucha violenta por los sucesivos repartos. Si hay una idea de Lenin que la historia ha confirmado de modo inapelable es evidentemente ésta, como lo muestra la historia incesante de conflictos, que van de la Conferencia de Berlín (1885), en la que se repartió el África explorada e inexplorada (el «continente negro») entre las potencias coloniales, a la aparición de potencias imperialistas no europeas en América y Asia y a la «Guerra Fría» (la «partición de Yalta»), pasando por las dos guerras mundiales (y, por consiguiente, por el Pacto Germano-Soviético) y finalmente, después de 1989, la construcción de un único «orden liberal» militarizado. Una de las cuestiones decisivas para nuestra investigación es saber si tal idea es aplicable y de qué manera a nuestra situación actual y a sus tendencias de evolución y si lo es, en particular, para dilucidar el significado del concepto de «multilateralismo». Es evidente, sin embargo, que esta discusión presupone una considerable ampliación de la caracterización leninista, que se basa en la función decisiva de los territorios y las fronteras territoriales, tal y como pueden observarse en un mapa del mundo. Ahora bien, los imperios que nos ocupan aquí basan su poder en la inversión y la rentabilidad del capital. Los territorios que les importan no son entidades puramente espaciales; son espacios abiertos por la fuerza a la apropiación de recursos monopolizables: recursos energéticos (carbón, petróleo, uranio, etcétera), recursos minerales, oceánicos y agrícolas (cuya explotación va a trastornar radicalmente el medioambiente), recursos humanos (poblaciones susceptibles de ser reducidas a la esclavitud, deslocalizadas, puestas a trabajar, reclutadas en el ejército, etcétera). Pero pronto se revela que gran parte de estos recursos pueden controlarse y extraerse sin recurrir a la dominación directa (o «soberanía» ejercida sobre el territorio) a condición, claro está, de que se disponga de los medios (monetarios y militares) para proporcionar un exceso de potencia irresistible. Este ha sido, como sabemos, el secreto del imperialismo estadounidense, que ha conferido al reparto del mundo un carácter más abstracto, ocultado en los mapas si no sobre el terreno, mediante el control de los territorios no como colonias (con algunas excepciones), sino como mercados, de modo que resulte factible construir un imperio mundial, cuya extensión no tendría más límite que el definido por la capacidad de Estados Unidos de reprimir las insurrecciones e invertir capital en cualquier parte del mundo. Esta modalidad ha sido ahora «sustituida» a su vez, sin embargo, por una forma completamente diferente de reparto del mundo y de lucha por su reparto ulterior, que no concierne a los espacios terrestres, sino a los «virtuales» (o inmateriales, cuyo conjunto forma el metaverso), distribuidos (y redistribuidos o disputados) entre los imperios de la comunicación[8]. Este reparto crea sus propios «territorios», que son objeto de apropiación, siendo sus «amos» no tanto los Estados como las multinacionales caracterizadas por sus «redes» de distribución y recopilación de datos, que controlan las actividades de los Estados en lugar de ser controladas por ellos. ¿Adquirirá esta revolucionaria forma de «territorialidad» la autonomía suficiente para relegar a un segundo plano la lucha por la hegemonía, que hoy parece destinada a estructurar «geopolíticamente» el orden mundial entre los imperios industriales, que desarrollan diferentes modelos de «capitalismo» a la vez rivales y complementarios, como sucede con China y Estados Unidos? ¿Y qué tipos de conflictos se derivarán de ello? Tales son evidentemente las cuestiones de las que depende nuestro futuro.

Llegados a este punto, conviene efectuar un rodeo por la obra de Carl Schmitt. Existe una convergencia innegable entre el «reparto del mundo» leninista y la idea de Schmitt de Landnahme («apropiación» de la tierra) desarrollada en su libro Der Nomos der Erde im Völkerrecht des Ius Publicum Europaeum (1950) en el que la historia de la constitución de los Estados-nación de Europa, verificada tras el fin de las guerras de religión en el siglo XVII, que condujo al «orden westfaliano», se correlaciona con el hecho de que estas mismas naciones se hayan encontrado en permanente estado de guerra para expandir sus imperios y despojarse recíprocamente de sus colonias[9]. Obviamente, Lenin y Schmitt no «concluyen» de la misma manera su análisis del nomos: para Lenin, la revolución es la inmediata e ineludible consecuencia de la crisis del imperialismo, mientras que para Schmitt (contrarrevolucionario declarado) lo que resulta de ello es una nueva geometría del imperialismo, caracterizada por la constitución de Grossräume [grandes espacios], esto es, «grandes espacios geopolíticos», que constituyen una nueva variedad de imperios regionales, cuya resonancia con ciertas cuestiones contemporáneas, como la «multipolaridad» y el «conflicto de civilizaciones», no deja de resultar inquietante[10]. Pero lo que me parece más esclarecedor de sus análisis es la idea de que repartirse el mundo no consiste tan solo en la (re)distribución de la tierra, los recursos y las poblaciones, sino también en la distribución de las formas de guerra (y más generalmente de las modalidades de la violencia) entre las regiones del planeta[11]. Esta distribución opera simultáneamente a dos niveles: es una distribución entre los Estados imperialistas y es una distribución entre la región donde viven los «amos» (o «pueblos amos») y la región donde viven los «súbditos» (o los futuros súbditos, ya marcados para la conquista), lo cual posteriormente se denominará el «centro» y la «periferia». La violencia que se ejerce en el centro, donde está en juego la potencia soberana (Herrschaft), y la que se ejerce en la periferia para establecer y reafirmar allí permanentemente la dominación de los amos sobre los bárbaros a los que los primeros entienden que tienen la tarea de subyugar, educar y hacer trabajar, son cualitativa y cuantitativamente diferentes: la segunda debe ser permanente, atroz y ella misma bárbara, mientras que la primera es intermitente, esto es, separada por tratados de paz, y pretende seguir siendo civilizada en tanto que ejercida en virtud de las «leyes de la guerra». La primera se «retiene» (Hegung des Krieges, acotamiento de la guerra), mientras que la segunda carece de toda restricción. La estabilidad e incluso la verosimilitud de esta distribución distan mucho de estar garantizadas, como atestiguan las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial o, en el momento presente, lo que está sucediendo en Ucrania, pero percibo la posibilidad de utilizar ese planteamiento a la inversa: plantearía de modo postschmittiano, que es al mismo tiempo antischmittiano, que la distribución desigual de las formas heterogéneas de violencia constituye, como tal, uno de los mecanismos que trazan las fronteras que separan «dos mundos» en un «solo mundo» y, por consiguiente, dos «humanidades» o dos «razas» en el seno de la misma «especie humana». Ahora bien, esta es precisamente la figura del imperialismo en tanto que forma social y antropológica en la época moderna. Esta figura ha sido distorsionada y desplazada de diversas formas y sin duda lo seguirá siendo a costa de terribles sufrimientos y de enormes devastaciones medioambientales, pero su principio se ha mantenido. Lo estamos viendo ahora mismo en Gaza.

Concluyamos este razonamiento y volvamos a las angustiosas cuestiones del presente. En un mundo más dividido que nunca en Estados, naciones y regímenes en competencia, pero que también parece haber alcanzado un grado de interdependencia sin precedentes entre sus «partes» constituyentes, y que está siendo obligado por acontecimientos tan diversos como una pandemia, una crisis financiera mundial y, sobre todo, la catástrofe medioambiental actual a tomar conciencia de ciertos intereses vitales comunes a toda la humanidad y, por lo tanto, a hacer prevalecer su unidad sobre sus divisiones, ¿en qué reconocemos todavía la persistencia de las señas de identidad del imperio? ¿Y cómo definimos el régimen mundializado de las guerras libradas en la tierra y en el aire, pero también en el espacio «virtual» de la infoesfera en nombre de valores incompatibles en el seno mismo de este mundo «unificado»?[12]. A la primera pregunta, responderé hipotéticamente: son los imperios en decadencia los más violentos (o los más crueles en su forma de hacer la guerra), porque se sienten acorralados tanto por la erosión de sus privilegios como por la ruina de su pretensión de «grandeza» (o de elección)[13]. Rusia y Estados Unidos ilustran hoy esta tesis, aunque a diferentes niveles de imperialidad[14]: para la primera, es necesario «reconstituir la unidad del Russkyi Mir», que la URSS había preservado y que su hundimiento disolvió, para el segundo es preciso «Make America Great Again». A la segunda pregunta, mi respuesta sería que hemos alcanzado un estado de exterminación generalizada. Tomo prestado este término del famoso ensayo del historiador Edward P. Thompson, que fue uno de los impulsores del movimiento por la paz y el desarme nuclear en Europa, «Notes on Exterminism, the Last Stage of Civilization» (1980)[15], cuyo título parodiaba intencionadamente a Lenin. Escrito en plena «carrera de armamentos» durante la Guerra Fría, el texto insistía en la idea de que el riesgo de aniquilación del planeta no derivaba únicamente de las políticas e ideologías imperiales de las dos «superpotencias», sino también de la escala de las industrias armamentísticas y de su lugar central en la economía. Esto es tan cierto hoy como lo ha sido siempre, pero creo que podemos empujar el concepto de exterminación para describir la normalización de este estado de excepción, que es la guerra en el mundo actual: incluyo en ella no únicamente las guerras oficialmente definidas, como acontece con las «guerras libradas entre Estados», ilustradas con la guerra en Ucrania, en realidad más contemplada desde el lado ucraniano que del ruso, sino también las guerras civiles» e incluso las «guerras privadas», si pensamos en la porosidad de la separación entre guerra y crimen en ciertas partes del mundo, así como el «terrorismo» y el «contraterrorismo» ejercido por los Estados contra sus enemigos interiores y exteriores. Todas estas formas tienen, por supuesto, sus propias historias y sus causas específicas, pero tomadas en su conjunto y con la producción y difusión de armamento como telón de fondo conforman una distribución globalizada de la violencia armada, que incluye la totalidad de los grados de violencia y que no excluye ninguna sociedad ni ninguna región del mundo, definiendo un continuum entre dos extremos: por un lado, los genocidios perpetrados contra poblaciones enteras por masas «racistas» «no organizadas» o, sobre todo, por Estados y ejércitos altamente organizados (como Israel); por otro, en el otro extremo, el exterminio potencial como parte de una guerra nuclear declarada o como resultado de una «escalada» incontrolada. La exterminación no es el último, sino el más reciente y «bajo» estadio del imperialismo, cuya violencia multilateral nos impide imaginar verdaderamente el advenimiento de otro mundo. No hay nada de regocijante en ello.

Imperialismo y capitalismo «absoluto»

Probablemente me he extendido mucho sobre este primer punto, porque me parecía de especial actualidad. Paso ahora al segundo, que se refiere a la idea del imperialismo como «estadio» o «período» en la historia del capitalismo y, en consecuencia, a la cuestión de saber en qué forma de capitalismo vivimos hoy. El adjetivo ruso que figura en el título de Lenin (vyschaia) se traduce comúnmente como «supremo» o «superior», pero normalmente se interpreta como un estadio «último» o «final», en el sentido de más reciente. Ello muestra claramente que la idea de Lenin contiene una ambigüedad, inmediatamente ligada a la convicción de que el imperialismo («época de guerras y revoluciones») corresponde a la catástrofe final en el desarrollo del capitalismo como formación socioeconómica: se abre así un momento apocalíptico en el que la humanidad se enfrenta a la alternativa de la autodestrucción o la reconstrucción sobre bases radicalmente distintas (la frase de Rosa Luxemburg: «socialismo o barbarie»)[16]. Hay que reconocer que se ha vuelto muy difícil mantener esta visión escatológica del sentido de la historia, incluso y sobre todo si ella debe constituir el «horizonte de expectativa» (Erwartungshorizont) dentro del cual piensan los revolucionarios para quienes considerar el capitalismo como la forma insuperable de la existencia humana es una idea insoportable. Ello no significa, sin embargo, que la idea de asociar la reflexión sobre el imperialismo con el análisis de los sucesivos estadios o formaciones de la historia del capitalismo carezca de validez. Pero desde este punto de vista, diré muy rápidamente que se han verificado dos rectificaciones respecto a la problemática leninista, que debemos tener en cuenta y que miran en direcciones temporales opuestas.

La primera es la que proponen los teóricos del «sistema-mundo capitalista»[17]: estos autores rectifican la idea de que los rasgos esenciales (o las tendencias históricas) del capitalismo sean totalmente perceptibles a partir del análisis de las formas «avanzadas», que adopta en el «centro» de la economía-mundo capitalista[18], porque lo decisivo para su evolución es la relación de dependencia entre el centro y la periferia en la que prevalecen modos de producción distintos del trabajo asalariado, que no son menos «capitalistas», sino que reposan en otras modalidades de explotación de la fuerza de trabajo. Esta dependencia es mutua, pero no simétrica. Ha existido siempre como correlato del capitalismo, lo cual significa que el imperialismo del capital es originario y no un estadio tardío (y menos aún «último») de la historia del capitalismo. Nunca ha habido una forma de capitalismo que no fuera imperialista, aunque sus formas se hayan transformado constantemente. El imperialismo no es, pues, una noción escatológica.

Es un concepto variacional (o diferencial)

De ahí la importancia de la otra rectificación, que mira en la dirección opuesta y cuyos autores reivindican más o menos explícitamente una inspiración gramsciana[19]. Se trata de la idea de que las nuevas fases o épocas de la historia del capitalismo, caracterizadas por una nueva configuración de las clases y de la lucha de clases, se hallan separadas por momentos de incertidumbre histórica (más que de «transición») en los que las contradicciones no se resuelven sin revoluciones, que afectan a la totalidad del entramado institucional de la sociedad[20]. Esta idea, que podría parecer banal, se torna problemática, pero también, me parece, esclarecedora, si admitimos que la revolución puede orientarse en direcciones opuestas. El propio Gramsci esbozó esta idea (¡difícil para un comunista!) mediante la paradójica categoría de «revolución pasiva» (tomada prestada de un historiador italiano de principios del siglo XIX), de la cual se sirve para describir las transformaciones industriales, sociales y culturales del «fordismo» estadounidense y que podemos extender fácilmente a los compromisos de clase, que en Estados Unidos bajo la denominación de New Deal y en Europa bajo la de «socialdemocracia» han reformado el capitalismo con el apoyo de una fracción importante de la clase obrera organizada[21]. Las políticas neoliberales, que empezaron a tomar forma durante los últimos años de la Guerra Fría y se convirtieron en dominantes a escala mundial tras el derrumbe de los regímenes comunistas (con la excepción de China, punto decisivo), nos permiten dar un paso más hacia esta idea: esta transformación del sistema capitalista imperialista de finales del siglo XX, que ahora domina la totalidad de nuestras vidas, ha sido efectivamente una contrarrevolución. Pero hay que admitir que las contrarrevoluciones también son revoluciones, salvo, y ello no es baladí, que su objetivo es restaurar una estructura jerárquica de la sociedad y no «ponerla patas arriba»[22].

A continuación, introduciré, pues, la categoría que yo (y otros) venimos utilizando desde hace algún tiempo para definir el capitalismo en el que vivimos: la de capitalismo absoluto[23]. Sé que puede suscitar ambigüedades, pero creo que vale la pena correr el riesgo para poner de relieve lo que está en juego. Utilizo el adjetivo «absoluto» tanto por analogía con la «monarquía absoluta» (para designar una forma de capitalismo que reina suprema o que al menos ha reducido a la defensiva a sus antagonistas clásicos), como en un sentido dialéctico, cuasi hegeliano, por oposición a lo que Immanuel Wallerstein denominó «capitalismo histórico»: el que correspondía a las formas sucesivas de polarización del mundo entre «centro» y «periferia». El capitalismo absoluto «recalibra» el capitalismo histórico. ¿Por qué, podríamos preguntarnos, no nos contentamos con la categoría de neoliberalismo? Porque, en mi opinión, tal categoría tan solo corresponde a una parte de los rasgos que caracterizan al nuevo capitalismo al tiempo que sugiere que para interpretarlos debemos remontarnos al conflicto inmemorial entre políticas económicas, que dan primacía bien a la regulación estatal y a las empresas publicas o bien a las operaciones de «libre competencia» y a las fuerzas del mercado[24]. Lo que queda en la sombra, por lo tanto, es el modo en que las formas anteriores del antagonismo de clase y del conflicto social han sido «superadas» o eliminadas. Creo, por el contrario, que debemos analizar el capitalismo absoluto que impera en la actualidad como intrínsecamente postsocialista y poscolonial.

Es postsocialista, porque ha logrado utilizar las instituciones y los poderes del Estado, que han sido fortalecidos durante el «momento socialista» de la economía-mundo (1917-1968), al tiempo que emprendía el desmantelamiento o la disolución del sistema de derechos sociales incorporado por los Estados en el siglo XX, de forma diferente en función de los diversos regímenes, en su constitución material de «ciudadanía». Es preciso poner de relieve la importancia especial que reviste aquí el estudio de las transformaciones «postsocialistas» verificadas en la China comunista, que se perfila cada vez más como el Estado dirigente de la evolución mundial. China es a la vez típica y excepcional en su forma de «superar» el socialismo en pos de un nuevo capitalismo. Habiendo sido más intensamente socialista, el país encabeza la construcción del nuevo capitalismo[25]. Pero el capitalismo absoluto es también poscolonial, porque la tendencia a la mercantilización total de la existencia y la deslocalización de los procesos de producción (la formación de «cadenas de valor» globales) que lo caracteriza, únicamente ha podido alcanzarse derribando las barreras de los imperios y abriendo las economías periféricas a los flujos de mercancías y capitales (además de poblaciones), que ha propiciado la descolonización formal ligada a las «independencias»[26].

Para precisar las cosas, llamemos la atención sobre algunos rasgos llamativos, tanto cuantitativos como cualitativos. En la economía globalizada actual, la polarización de las condiciones sociales ha podido ser redistribuida, pero en modo alguno se ha atenuado: al contrario, ha alcanzado cotas sin precedentes al hilo de la extensión de la pobreza y de la inseguridad masivas, por un lado, y de la concentración de la riqueza y el poder en manos de una pequeña minoría de financieros y rentistas, por otro[27]. Pero su distribución geográfica y nacional está cambiando muy rápidamente. Las fronteras que dividían el mundo del «capitalismo histórico» se han redibujado e incrementado exponencialmente. No cabe duda de que la privación extrema sigue concentrándose en el «Sur», fundamentalmente en África y el sudeste asiático[28], pero también es en el «Sur» donde surgen los ejemplares más agresivos del nuevo capitalismo financiero e industrial. De ahí el carácter problemático de la idea de una estrategia «antiimperialista», que reuniría a los países y las masas del «Sur global» y que representaría sus intereses comunes. A la inversa, sin embargo, los procesos de precarización y reproletarización se acentúan en el «Norte», donde los trabajadores están cada vez menos protegidos por las instituciones del «Estado social»[29] y se benefician cada vez menos de los privilegios del imperio, lo cual, como sabemos, no deja de provocar violentas reacciones sociales, denominadas «populistas», que no son en absoluto progresistas. Así pues, hay un «Norte» en el «Sur» y un «Sur» en el «Norte», lo cual interpreto diciendo que la división de la humanidad en condiciones desiguales, característica del capitalismo y estrechamente ligada a la estructura del imperialismo, sigue presente, pero que su topografía o, si se quiere, su «geometría», ha sufrido una revolución. No se trata únicamente de redistribución de magnitudes económicas y demográficas, sino de un nuevo reparto del mundo. Volveré sobre esto.

Terminaré lo referido a este punto abordando otro aspecto de esta geometría, que nos lleva a definir la contradicción principal (como decíamos en el viejo código marxista) de este «nuevo imperialismo» (David Harvey). Significativamente, nos retrotrae del presente a los inicios de la historia del imperialismo. El capitalismo absoluto, dominado por las políticas monetarias neoliberales y las estrategias de beneficios a corto plazo en los mercados financieros, otorga un papel central a la gestión y explotación del endeudamiento, el cual se convierte en su principal instrumento de dominación sobre los individuos, las empresas y los Estados[30]. Pero los países y las sociedades situados en los dos extremos de la relación de interdependencia financiera reaccionan de forma opuesta: una deuda enorme (pública y privada) no tiene el mismo significado para una economía dominada, como la de Argentina, que se encuentra bajo la amenaza constante de quiebra y sujeta a los planes de recuperación y a las reformas estructurales impuestas por el FMI, que para Estados Unidos, que se endeuda en su propia moneda, la cual ha conseguido convertir en la moneda de reserva mundial, disfrutando por ello de facilidades endeudamiento prácticamente ilimitadas. En cuanto a los demás países (incluidos los de la Unión Europea) navegan en diversos grados entre estos dos polos, lidiando con la «sostenibilidad» de su deuda[31].

Pero, ¿cuál es, pues, la solución que ofrece el imperialismo contemporáneo a los países muy endeudados para que puedan sobrevivir y seguir contribuyendo a la acumulación» a escala mundial (Samir Amin)? La respuesta no puede ser sencilla (y, como podéis imaginar, no tengo ninguna pretensión de pericia en este ámbito), pero me resulta difícil ignorar o minimizar el siguiente aspecto: estos países están siendo empujados a volver a lo que siempre ha sido la «especialidad» de la periferia desde la época de la revolución industrial y el desarrollo de las tecnologías del «CO2», es decir, de volver a la economía extractiva característica de la minería, la agricultura extensiva, la pesca industrial, la sobreexplotación forestal y la exportación de materias primas situadas en el extremo inferior de la cadena de valor. Esta economía no se basa en la «destrucción creativa» schumpeteriana (la innovación tecnológica que desplaza por obsoletos los procedimientos existentes y maximiza lo que Marx denominaba el «plusvalor» relativo), sino sobre la producción destructiva de sus propios recursos y medios[32].

Esto me conduce a la idea de que la contradicción fundamental del imperialismo contemporáneo, en tanto que coincide con el desarrollo del capitalismo absoluto, no es identificable ni como una «pura» contradicción social (como ilustra el aumento de las desigualdades globales), ni como una «pura» contradicción ecológica (de la cual el extractivismo es un factor esencial, tanto por su contribución directa al cambio climático como por su vinculación con las nuevas tecnologías ultracontaminantes y altamente consumidoras de energía), sino como una combinación antagónica de ambas[33]. En un sorprendente pasaje del Manifiesto comunista, Marx y Engels explican que el capitalismo alcanzaría su límite absoluto como modo de producción, cuando al empujar a la clase obrera a un régimen de explotación que le obliga a vivir por debajo del mínimo de subsistencia, comienza a destruir así la principal condición de su propia reproducción, a saber, el trabajo vivo. Pero enseguida a Marx y Engels les vino a la mente una solución: la «expropiación de los expropiadores» o, dicho de otro modo, la reapropiación por los trabajadores y trabajadoras de sus medios de producción y de existencia. Es muy tentador ver en las tendencias del capitalismo absoluto actual una forma aún más radical de autodestrucción, ya que no se trata solo de vidas humanas, sino de las condiciones biológicas y ecológicas sin las cuales simplemente es imposible que exista la vida humana y no humana en el planeta. Con el triunfo del capitalismo absoluto se volatiliza el propio suelo sobre el que este operaba ya sea en términos del territorio, del medio o del imperio. Y ciertamente cada vez somos más numerosos quienes ponderamos la gravedad de esta amenaza y la urgencia de hacerle frente con todos los medios posibles, pero la articulación de esta conciencia con nuevos movimientos políticos capaces de combatir la desigualdad del mundo es prácticamente impensable, al menos mientras los Estados y las propias sociedades sigan rigiéndose por la regla del máximo beneficio y no por la regla de la preservación de la vida. E igualmente mientras no tome forma un programa creíble, que combine el objetivo del decrecimiento racional con el objetivo de la eliminación de la pobreza. Un programa semejante podría llamarse socialismo posimperialista, pero ni su lenguaje ni las fuerzas capaces de imponerlo parecen existir por el momento. Desafortunadamente, no es cierto que «la humanidad únicamente se plantea los problemas que puede resolver» (Marx). Ya veis que esta segunda parte de mi exposición no concluye de modo más optimista que la primera.

Cultura e imperialismo

Llego, pues, al tercer punto que he anunciado: la intersección de las cuestiones de la cultura y el imperialismo, que abordaré tratando de evaluar la pertinencia actual de los análisis de Edward Said, los cuales no es necesario resumirlos en detalle, porque son bien conocidos y se encuentran entre nuestros principales recursos intelectuales. Pero quiero mostrar por qué, en mi opinión, la cuestión del imperialismo no puede problematizarse plenamente sin el tipo de «crítica cultural» que él practicó e inspiró. Said nunca dejó de defender la idea de que la literatura, las artes, la filosofía y la historia son discursos «en situación», que no pueden aislarse de las tendencias políticas y sociales, que en una sociedad determinada y durante un largo período de tiempo, trufado de las revoluciones, fortalecen una determinada «hegemonía». Said no ha cedido jamás, sin embargo, ni siquiera un ápice, al reduccionismo sociológico: su pensamiento es la antítesis de la idea de que la cultura constituye una expresión o una superestructura del sistema de dominación existente. La cultura no deriva de él. Y en consecuencia siempre nos faltará algo en nuestra comprensión de lo que es el imperialismo, si pensamos que podemos prescindir las cuestiones que Said ha planteado.

Permítanme expresarlo de la manera siguiente: la cultura, tal como la analiza Said, no es la expresión ni el instrumento de una dominación (las dos variantes clásicas de la idea «marxista» de superestructura), sino que funciona como una mediación política de la historia, que se construye y que produce sus efectos en el elemento del discurso. Pero hay que ir un paso más allá: tal mediación no presupone sujetos ya dados, dotados de una identidad fija, a los que proporcionaría medios de expresión. Por el contrario, la cultura los constituye «performativamente» a través de sus operaciones de enunciación y recepción. Por ello la cultura no puede separarse del conflicto: siempre encierra la posibilidad de un «contradiscurso», que, en situaciones neurálgicas, penetra y subvierte desde el interior su significado y sus efectos. Hablar, escribir, leer e interpretar nunca pueden permanecer bajo el control de sus autores, porque hay «dos lados», («there is two sides», como escribe en Culture and Imperialism), e incluso dos voces dentro de un mismo texto. De ahí sus sorprendentes comentarios sobre la ferocidad de la violencia colonial presente En el corazón de las tinieblas de Conrad o sobre el modo en que Kipling «traiciona» en Kim la irreductibilidad de la vida india a la objetivación que la administración inglesa intenta imponerle. Dentro de un momento vamos a descubrir la contrapartida de esta dialéctica en los discursos antiimperialistas. La pregunta que debemos plantearnos es, pues, la siguiente: ¿cómo la mediación conflictiva representada por la cultura es capaz de orientar y modificar la trayectoria del imperialismo, no únicamente en el plano de las representaciones, sino también en el de las instituciones que estructuran la esfera pública (prensa, edición, educación) y que configuran el poder intelectual como una relación desigual e inestable al mismo tiempo?

Estas consideraciones exigen, sin embargo, una corrección. Said no se propuso construir un cuadro de lo invariante que constituiría la ideología del imperio en tanto que sistema de representaciones, que proyectan la alteridad de lo oriental, potencialmente sujeto a la dominación del Occidente «europeo», figura que habría permanecido constante a lo largo de la historia de la colonización y, por lo tanto, habría sido objeto de esencialización. Es cierto que Said ha podido ser leído de esta forma tanto para posibilitar una argumentación anticolonialista militante, como, de modo perverso, para «volver» contra Occidente su imagen del Otro y reivindicarla como arma de liberación. Por ello Said sintió la necesidad de corregir su discurso sin por ello renegar de él[34]. El examen de la trayectoria completa y de las inflexiones que este sufre, de Orientalism (1978) a Covering Islam: How the Media and the Experts Determine How We See the Rest of the World  (1981) y Reflections on Exile: And Other Literary and Cultural Essays (2000), pasando por Culture and Imperialism (1993), deja claro que su propósito es, en realidad, analizar el cambio registrado en la relación existente entre imperialismo y producción cultural, así como su utilización entre el período de su fundación (digamos, el período de la Expedición de Egipto, cuando cristalizaron los temas del orientalismo bajo la mirada de la «ciencia» europea) y la época actual en la que se despliegan los trabajos de los «expertos» estadounidenses, quienes, desde antes de los atentados de 2001 contra el World Trade Center, han estado fabricando la imagen del musulmán como enemigo congénito de la modernidad, la moral y la paz. El vasto espacio intermedio es, por supuesto, el análisis del discurso imperial británico en sus dimensiones pedagógicas, estéticas y estratégicas. Si consideramos la trayectoria desde su punto de llegada, lo que llama la atención es la degradación progresiva del discurso del orientalismo, que pierde los «contrapuntos» o la superposición de «voces» que lo habían dotado de complejidad, así como la estabilidad de los estereotipos antropológicos, que tienen por efecto articular la desvalorización del Otro con la administración de un mundo basado en la oposición de amos y esclavos. Pero esto nos obliga naturalmente a plantear la cuestión de la continuación de esta historia: ¿cómo es que el discurso imperial inscrito en nuestra cultura sigue teniendo una especie de vida fantasmal, cuando los imperios ya no se construyen, ni siquiera se expanden, sino que están en declive, conociendo una fase de decadencia que está en vías de dar paso a otro tipo de distribución de las poblaciones, que ya no se rige por la soberanía territorial, sino por la «pseudosoberanía» del global financial market?[35]. Antes de proponer una respuesta, debo efectuar un pequeño rodeo.

En primer lugar, abundando de hecho en lo que decía previamente sobre la crueldad de los imperios declinantes, y aquí me inspiro especialmente en el ensayo de Said «Zionism from the standpoint of its victims», el discurso de deshumanización del Otro se hace tanto más necesario, porque no se trata de explotarlo o de dominarlo, sino de hacerlo desaparecer[36]. Ello se debe tanto a razones de justificación y de imagen propia como a fines propagandísticos ante el mundo circundante. El discurso del sionismo y sus aliados occidentales a propósito del pueblo palestino ofrece al respecto hoy una trágica ilustración de ello, como lo fue el discurso de los politólogos estadounidenses sobre los árabes y musulmanes tras la Revolución Iraní y la Primera Guerra del Golfo. Tal discurso de eliminación no es idéntico, sin embargo, al propuesto por el orientalismo erudito durante el periodo hegemónico de los imperios coloniales.

Porque, y esta es mi segunda observación, si la «alta cultura» del periodo imperialista no es menos racista que la cultura «popular» (o mejor populista), su procedimiento característico no es excluir al Otro de la especie humana, sino, en realidad, inscribir tesis jerárquicas o diferencialistas en una construcción de lo universal[37]como sucede, por ejemplo, respecto a la capacidad desigual de los pueblos para educarse a sí mismos o para «liberarse» de la religión a fin de acceder a una concepción del mundo basada en la ciencia, el derecho y el humanismo moral. El punto de honor y la coronación de los esfuerzos de la cultura imperialista en su forma intelectual consiste siempre en manejar una unidad de contrarios: justificar paradójicamente la discriminación racial y las jerarquizaciones raciales en el seno de una antropología que se articula, como ocurre en Kant, con la gran narrativa del progreso y de la igualdad, únicamente para conferirle «dialécticamente» a su vez el beneficio de la antítesis y de la negatividad. Podemos observar entonces cómo esta contradicción (este «contrapunto») abre la posibilidad a una afirmación de lo universal contra sus usos hegemónicos desde el punto de vista de los «subalternos», que están más o menos desarmados (no para siempre) en el ámbito del poder militar y económico, pero que son susceptibles de aparecer como los verdaderos portadores de lo universal. Porque los subalternos enuncian la verdad ante la cara del poder[38]. El ejemplo más brillante en la modernidad histórica es la Revolución Haitiana, leída a través de Aimé Césaire y C. L. R. James. Esta dialéctica está en el corazón de todos los movimientos revolucionarios antiimperialistas del siglo XX, como demuestran en particular, en lo referido a África, las obras de Du Bois y de Fanon. Ambos grandes escritores.

Y esto me lleva a mi comentario final. Los críticos de Said que atacan su intelectualismo, o lamentan el privilegio que concede en sus análisis a la literatura, a la filología, a la ciencia y a la retórica en detrimento de la «cultura popular», nunca me han convencido[39]. Creo que tenía razón al subrayar el poder del «texto» y los efectos de la textualidad a lo largo de lo que podemos denominar la época imperial burguesa, a la cual pertenecen todos los escritores que analiza, de Flaubert a Camus y de Melville a Salman Rushdie. Ahora bien, la literatura se ha convertido a través de la escolarización en el motor de la cultura burguesa, de la cual Said demuestra el carácter absolutamente imperial. Pero el «privilegio literario» así descrito se torna aún más significativo, cuando pasamos al discurso contrahegemónico, al discurso de los líderes y teóricos de la revuelta contra el imperialismo, que prolongan los intelectuales poscoloniales, porque todos ellos trabajan con los medios de la escritura las tensiones características de su posición, esto es, las tensiones existentes entre el nacionalismo y el cosmopolitismo, entre la defensa de las identidades y la defensa de la universalidad, y lo hacen intentado sobrepasar el imperialismo existente sin engendrar, sin embargo, un nuevo imperialismo. Said, gran admirador de Goethe y de su idea de la Weltliteratur, era muy consciente de estas tensiones. Por eso abogó por un discurso poscolonial, que continúa la literatura al tiempo que invierte sus efectos políticos, lo cual era coherente con su «laicismo». La literatura es una actividad intrínsecamente laica, incluso cuando encuentra su inspiración en los textos sagrados y las tradiciones religiosas.

¿Dónde nos encontramos hoy desde este punto de vista? Digámoslo sin rodeos: ya no hay una burguesía culturalmente hegemónica, sobre todo a escala mundial, que es la que cuenta. Ahí el poder lo monopolizan los multimillonarios multinacionales y sus ejecutores políticos o comerciales: hablan globish y no les interesa la literatura, sustituida por los videojuegos y el consumo conspicuo. Así pues, son totalmente inmunes a los efectos del contradiscurso. Esto no quiere decir que la literatura no pueda reinventarse en el seno de otras prácticas de escritura, de música o de performance inspiradas en la creolité, en la cultura pop o en el rap. Pero tres fuerzas gigantescas trabajan de antemano para neutralizar sus efectos, al tiempo que devoran el espacio público y destruyen el texto: el fundamentalismo religioso bajo sus diversas banderas (evangelismo cristiano, islamismo fundamentalista, hinduismo nacionalista, e incluso el «laicismo» a la francesa en su instrumentalización islamófoba); la mercantilización de la cultura, que va mucho más allá de su comercialización y transforma los objetos culturales en productos precalibrados para el consumo de masas; la revolución informática, que «globaliza» la producción de textos, pero de modo inverso a la Weltliteratur, porque sustituye la aventura de la traducción por la transposición automática y la generación de mensajes por la inteligencia artificial[40]. De estos tres asaltos, el segundo es más destructivo que el primero y el tercero lo es aún más que el segundo. Pero los tres van de la mano bajo el control de las multinacionales.

La agencia revolucionaria en el siglo XXI[41]

Por tercera vez, pues, concluyo con un diagnóstico aterradoramente negativo de las tendencias contemporáneas del imperialismo. La guerra interminable globalizada nos está llevando a la exterminación, el capitalismo absoluto nos aprisiona en una espiral de finanzas desreguladas y destrucción del medioambiente, la «poscultura» ha neutralizado la antítesis dinámica de las «dos caras» de la literatura bajo el efecto combinado de los tres fundamentalismos religioso, mercantil y tecnológico. Tres desastres, cuya reversión en «apertura» mesiánica (Wo Gefahr ist, da wächst das Rettende auch, escribe el poeta)[42] no puede imaginarse. ¿Cuáles son, entonces, nuestras posibilidades de resistir y construir un futuro diferente? No lo sé. Pero tenemos que apostar, porque «estamos a bordo». Me gustaría proponer algunas sencillas orientaciones de reflexión.

En el nivel más general, creo que siempre debe existir una reciprocidad de perspectivas entre las luchas de liberación dirigidas contra potencias imperialistas específicas (es decir, los «imperios», o sus subcontratistas) en las que participan los pueblos o comunidades que estas oprimen, y el combate político contra el imperialismo en tanto que sistema, considerado en su totalidad y en su propia lógica. Las resistencias y las revueltas son ad hominem o, en realidad, ad dominum, y son imprescriptibles y siempre dirigidas a un adversario determinado, porque los grupos humanos nunca son oprimidos en abstracto por un sistema o una lógica, sino por otros grupos políticos concretos, pertrechados con sus medios civiles y militares. Pero tampoco puede sacrificarse el combate general, porque la defensa última de cualquier imperialismo reside siempre en la relación de «solidaridad antagonista», que lo vincula a los demás imperialismos. Esto es particularmente cierto en el caso, frecuente, en el que una lucha antiimperialista siente la necesidad vital de encontrar el apoyo de otros imperialistas enemigos de «su» imperialismo, lo cual inevitablemente se produce a expensas del internacionalismo y de las alianzas con otras revueltas «desde abajo». A la inversa, todo imperialismo tiende a reclutar y manipular a las víctimas de sus adversarios. El «vagón sellado» de Lenin no es una excepción. Ninguna potencia imperialista, ni siquiera la potencia hegemónica» en un período dado, es el imperialismo como tal.

Ello plantea la cuestión de la relación dialéctica existente entre universalidad y particularidad en la lucha contra el imperialismo. Otra forma correlativa de enfocarlo es, en mi opinión, intentar aunar en un solo discurso (una sola estrategia) los compromisos «antisistémicos» locales y globales. Esto puede hacerse universalizando una causa emblemática, de modo que se convierta en una causa «justa» para el mundo entero: pienso obviamente en la causa palestina, pero también en otras causas, como la causa de las personas «erróneamente» devueltas a países supuestamente seguros, que ahora son perseguidas y enviadas a la muerte entre fronteras hostiles, o la de las mujeres que, sobre todo en los regímenes teocráticos, son maltratadas y privadas de los derechos más elementales. Esto debe implicar también la construcción de redes transnacionales en las que se formen sujetos colectivos «híbridos» o «interseccionales», que mezclen las clases (no todas), los géneros, las razas y las nacionalidades para defender intereses comunes como la paz y el desarme, la cooperación Norte-Sur en materia de economía, de educación y de sanidad e incluso el diálogo intercultural e interreligioso, que es en sí mismo una forma de esta «hibridez». Lo primero y más importante es la protección del medioambiente, cuya destrucción únicamente se detendrá o ralentizará mediante una alianza «multicolor» arraigada en todas partes, que constituye el gran internacionalismo del momento presente[43]. El objetivo es tanto eludir a los Estados como ejercer sobre ellos la máxima presión para que cambien sus políticas.

Para concluir quisiera volver sobre la idea del reparto del mundo, que he colocado en el centro de mi resumen sobre la imperialidad del imperialismo. El reparto del mundo es también el reparto de la humanidad, que debe reubicarse en el contexto de la larguísima historia de la «colonización» del planeta por la especie humana y de los modos de ocupación de la tierra que la dividen, pero que el capitalismo y el imperialismo han redefinido brutalmente. Con Lenin he argumentado que el reparto imperialista se convirtió inmediatamente en un nuevo reparto, en una violenta redistribución de territorios y poblaciones. Esto es lo que ha ocurrido repetidamente hasta que durante el transcurso del siglo XX, la aparición de una «superpotencia» económica y militar, seguida de su declive relativo y de la contestación por parte de un rival del cual es también estrechamente dependiente (China), ha producido una unificación conflictiva del mundo. Las distintas modalidades de reparto del mundo se superponen como otras tantas «fronteras interiores»: división de alianzas y de regímenes, división de ideologías, distribución de las zonas de riqueza y pobreza, distribución de las formas de violencia armada. Se superponen, pero nunca coinciden exactamente. Yo diría que este cuadro complejo genera un reparto de lo humano como tal. Ello parece contradecir una unidad o «genericidad», que constituye su horizonte, pero que únicamente existe en potencia o, mejor, que está permanentemente impedida por obstáculos y fuerzas que habría que eliminar[44]. Como diría el filósofo Gilles Deleuze, se trata de una «humanidad ausente», o de una unidad de la especie que nunca ha existido, pero que insiste por todas partes contra los poderes que la bloquean. Eliminar los obstáculos a la unificación de lo humano o reunificar a los seres humanos (y probablemente también a los no humanos, cuyas condiciones de supervivencia ha destruido el capitalismo) no tiene nada que ver con la fantasía de crear un «Estado universal», es decir, un único imperio. Se trata de todo lo contrario: la formación de una comunidad cosmopolítica, que federe pueblos, culturas y modos de existencia. Digamos como Said, que deberíamos aspirar, contra el reparto de los seres humanos, a un contrapunto» de humanidades múltiples. Se trata de una utopía, por supuesto, pero de una utopía que todas las luchas antiimperialistas, de diversos tamaños y maneras, se esfuerzan por alcanzar.

Recordemos deliberadamente la opción propuesta hace un siglo por los viejos socialistas y comunistas ante la catástrofe de la guerra mundial: imperialismo o revolución. Ello también significaba que únicamente la revolución puede poner fin al imperialismo y conducir a la humanidad a una nueva historia. Podría decirse simplemente: yo no sé lo qué podría ser hoy «la revolución», pero sí creo que todas las luchas antiimperialistas, en su enorme diversidad de condiciones y modalidades, son revolucionarias. Marx había escrito, más o menos, que las revoluciones son «el movimiento real que suprime el estado de dominación existente». Y, de hecho, tomadas en su conjunto, podríamos decir que las luchas antiimperialistas son la revolución del siglo XXI.


Recomendamos leer Giovanni Arrighi, Terence K. Hopkins e Immanuel Wallerstein, Movimientos antisistémicos (2024), Giovanni Arrighi, El largo siglo XX: Dinero y poder en los orígenes de nuestra época (1999) y Adam Smith en Pekín: Orígenes y fundamentos del siglo XXI (2007); Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver, Caos y orden en el sistema-mundo moderno (2001); Antonio Negri, Los libros de la autonomía obrera (2004), El poder constituyente: Ensayos sobre las alternativas de la modernidad (2015) y La fábrica de la estrategia: 33 lecciones sobre Lenin (2024); Maurizio Lazzarato, «La “guerra civil” en Francia», El Salto, «¿Por qué la guerra (1)?» y «¿Por qué la guerra (2)?»; Ilan Pappé, «Fantasías de Israel. ¿Puede sobrevivir el proyecto sionista?» y «El colapso del sionismo», todo ellos publicados en Diario Red; y Fréderic Lordon, «El fin de la inocencia», El Salto.

Saeculum: Culture, religion, idéologie (2012), Spinoza politique: Le transindividuel (2018), Histoire interminable: D’un siècle à l’autre: Écrits 1 (2020), Passion du concept: Épistémologie, théologie et politique, Écrits 2 (2020); Cosmopolitique: Des frontières à l’espèce humaine, Écrits 3 (2022).

Este artículo ha aparecido originalmente en dos partes en AOC procedente de la conferencia pronunciada por Étienne Balibar en la American University de El Cairo con motivo de la Said Memorial Lecture de 2024 y se publica con la autorización expresa del autor.


[1] Este texto es la adaptación al francés de la Edward Said Memorial Lecture 2024, pronunciada en la American University de El Cairo el 2 de noviembre de 2024 por invitación del Departamento de Inglés y Literatura Comparada.

[2] Giovanni Arrighi, La geometria dell’imperialismo, Milán, Feltrinelli, 1978; ed. ing.: The Geometry of Imperialism, Londres y Nueva York, Verso, 1983, ed. revisada, con un nuevo epílogo; ed. cast.: La geometría del imperialismo, Madrid, Siglo XXI, 1978.

[3] David Harvey, The New Imperialism, Oxford, Oxford University Press, 2005; ed cast.: El nuevo imperialismo, Madrid, Ediciones Akal, 2004.

[4] Véase Étienne Balibar, «Prolégomènes à la souveraineté», en Nous, citoyens d’Europe? Les frontières, l’Etat, le peuple, París, La Découverte, 2001.

[5] El texto más conocido es «La catástrofe inminente y los medios de evitarla», de septiembre de 1917, trabajo escrito inmediatamente antes de la Revolución de Octubre, que retoma y explora ulteriormente los temas desarrollados por Lenin desde 1915, véase Vladimir Illich Lenin, Oeuvres Completes, París-Moscú, Editorial Progreso, 1959, tomo 24.

[6] Cornelio Tácito, Vie de Agrícola, Madrid, Cátedra, 2013.

[7]  Vladimir Ilich Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, texto escrito en 1916, cuyo subtítulo era «Ensayo de vulgarización», y publicado al año siguiente en abril de 1917 entre las dos «revoluciones», véase Oeuvres Completes, cit., volumen 22.

[8] Véase mi artículo «Sur la catastrophe informatique: une fin de l’historicité?», Les temps qui restent, 3 de abril de 2024, el que me refiero en particular a Benjamin Bratton, The Stack: On Software and Sovereignty, Cambridge (MA), MIT Press, 2015.

[9] Carl Schmitt, Der Nomos der Erde im Völkerrecht des ius publicum europaeum, Berlín, Duncker & Humblot, 1950; ed. franc.: Le nomos de la terre et le droit international del jus publicum europaeum, París, PUF, 2012; ed. cast.: El nomos de la tierra en el derecho de gentes del ius publicum europeum, Albolote, Editorial Comares, 2003. Schmitt juega sistemáticamente con el doble significado etimológico de la palabra griega nomos: ley, reparto o distribución.

[10] Sobre la proximidad entre las tesis de Schmitt sobre el «Grossraum» y las de Samuel Huntington sobre el «choque de civilizaciones», véase Étienne Balibar, L’Europe, l’Amérique, la guerre: Réflexions sur la médiation, París, La Découverte, 2003, «Eclaircissement nº VIII».

[11] Resulta sorprendente que exactamente en ese mismo año de 1950 tanto Hannah Arendt (Los orígenes del totalitarismo), como Aimé Césaire (Discurso sobre el colonialismo) expusieran una idea similar.

[12] Aquí difiero en parte de la tesis de Eric Alliez y Maurizio Lazzarato, inspirados a su vez en la obra de Antonio Negri y Michael Hardt (Imperio, 2000, y Multitud, 2004), contenido en Guerres et capital, París, Éditions Amsterdam, 2016, al tiempo que me inspiro directamente en ellos.

[13] No hay imperio que no esté centrado en una nación que se considera a sí misma como una «gran nación» (la expresión utilizada por la Revolución Francesa contemporánea en el momento del enfrentamiento con la coalición monárquica y la expedición de Egipto) o como dotada de un manifest destiny de conquista del continente (1845: anexión de Texas y guerra entre Estados Unidos y México). Ello merecería un estudio especial. Véanse también las nociones de «Greater Britain», Grossdeutschland, «mundo ruso», etcétera.

[14] Tomo prestada esta noción de Mohamed Amer Meziane, Des empires sous la terre: Histoire écologique et raciale de la sécularisation, París, Éditions La Découverte, 2021. Véase también su entrevista realizada por Emir Mahieddin: «Pour une anthropologie de l’impérialité», Journal des anthropologues, núm. 170-171, 2022, pp. 141-150.

[15] E. P. Thompson et al., L’exterminisme: Armement nucléaire et pacifisme, París, PUF, 1983.

[16] La fórmula aparece en el «panfleto de Junius», La crisis de la socialdemocracia, escrito por Rosa Luxemburg en la cárcel en 1915.

[17] Véanse, en particular, Samir Amin, L’accumulation à l’échelle mondiale, París, Anthropos, 1970 [ed. cast.: La acumulación a escala mundial, Madrid, Siglo XXI, 1974]; Immanuel Wallerstein: Historical Capitalism, Londres y Nueva York, Verso, 1983 [ed. cast.: El capitalismo histórico, Madrid, Siglo XXI, 2012], The Modern World-System, 4 vols., San Francisco (CA), University California Press, 1974-2011 [ed. cast.: El moderno sistema mundial, Madrid, Siglo XXI, 2016-2017, 4 vols.]; y Giovanni Arrighi, The Long Twentieth Century, Londres y Nueva York, Verso, 1994 [ed. cast.: El largo siglo XX, Madrid, Ediciones Akal, 1999].

[18] Como había dicho el Marx en la primera edición de El capital, dirigiéndose a los alemanes y, más en general, a las naciones, que todavía no habían experimentado la revolución industrial, De te fabula narratur: en este análisis de la «relación social» engendrada por el capital industrial, lo que está en juego es nuestro futuro próximo o lejano. Un día el mundo se homogeneizará bajo la dominación del capital a menos que entretanto se haya producido una revolución proletaria.

[19] Pienso en particular en los autores franceses de la Escuela de la Regulación»: Michel Aglietta, Robert Boyer, Alain Lipietz. Véase también Geoff Mann, In the Long Run We Are All Dead: Keynesianism, Political Economy, and Revolution, Londres y Nueva York, Verso, 2017.

[20] El interregno de Gramsci, que se define por una doble negación –«Lo viejo ya ha muerto, lo nuevo aún no ha nacido»– se cita hoy por doquier. La antítesis de lo viejo y lo nuevo parece estar todavía dominada por la idea de una meta o telos «en espera», pero es probable que esta misma espera afecte al contenido de la primera.

[21] Lo más interesante sin duda es la idea que puede leerse entre líneas en los Quaderni del carcere: el régimen soviético reorganizado por Stalin tras el fin de la «Nueva Política Económica» y la colectivización forzosa de la agricultura son también una forma de «revolución pasiva».

[22] «The World Turned Upside Down» [El mundo puesto patas arriba], frase utilizada por los Levellers en la primera Revolución Inglesa. Véase mi contribución «Echec des révolutions?», en Ludivine Bantigny, Laurent Jeanpierre et al., Une histoire globale des révolutions, París, Éditions La Découverte, 2023.

[23] Étienne Balibar: «Towards a new critique of political economy: from generalized surplus-value to total subsumption», en Peter Osborne, Eric Alliez, Eric-John Russell (eds.), Capitalism, concept, idea, image: Aspects of Marx’s Capital today, Londres, Kingston University, 2019; y «Absolute Capitalism», en William Callison y Zachary Manfredi (eds.), Mutant Neoliberalism. Market Rule and Political Rupture, Nueva York, Fordham University Press, 2020.

[24] Este es obviamente el esquema favorecido por los «teóricos» del neoimperialismo (como Hayek, Friedmann, etcétera), que presentaban la política económica y las «reformas estructurales» que defendían como un retorno a la ortodoxia económica, frente a las herejías inspiradas por Keynes con sus «inclinaciones» hacia el bolchevismo (planificación, inversión pública, control de precios, derechos sociales garantizados, etcétera).

[25] Véase Giovanni Arrighi: Adam Smith in Bejing: Lineages of the 21st Century, Londres y Nueva York, Verso 2009 [ed. cast.: Adam Smith en Pekín, Madrid, Ediciones Akal, 2007] y Benjamin Bürbaumer, Chine/Etats-Unis: Le capitalisme contre la mondialisation, París, Éditions La Découverte, 2024.

[26] Este ha sido el tema central de los trabajos de Sandro Mezzadra y Brett Neilsson desde Border as Method, or the Multiplication of Labor (2013) hasta The Politics of Operations: Excavating Contemporary Capitalism (2019).

[27] Oxfam Francia: Multinacionales et inégalités multiples, nuevo informe de 2024.

[28] Una señal espectacular de ello se registró durante la pandemia de la Covid-19 con la declaración del director de la OMS, el doctor Tedros Adanom Ghebreyesus, denunciando una situación de «apartheid de las vacunas» a escala mundial», cf. mi ensayo «Un monde, une santé, une espèce. Pandémie et cosmopolitique», en Ecrits, III: Cosmopolitique. Des frontières à l’espèce humaine, París, Éditions la Découverte, 2022.

[29] A lo que me refiero más precisamente como «Estado nacional social».

[30] Étienne Balibar: «Politics of the Debt», en Postmodern Culture, volumen 23, número 3, mayo de 2013.

[31] Una vez más, la situación de China es absolutamente especial, ya que lleva varios años plagada de «burbujas» inmobiliarias especulativas, siendo al mismo tiempo el principal tenedor de títulos estadounidenses (bonos del Estado), lo que le otorga una capacidad interna para influir en las políticas estadounidenses. Este hecho, sin embargo, puede explicar también por qué no tiene interés en intentar socavar el dominio del dólar (sobre este punto véase Michel Aglietta, Guo Bai y Camille Macaire: La course à la suprématie monétaire mondiale: À l’épreuve de la rivalité sino-américaine, París, Éditions Odile Jacob, 2022).

[32] Verónica Gago y Sandro Mezzadra: «A Critique of the Extractive Operations of Capital: Toward an Expanded Concept of Extractivism», Rethinking Marxism, vol. 29, núm. 4, 2017.

[33]  También podríamos pensar en la noción de «policrisis», como lo han hecho recientemente Adam Tooze y otros autores afines a sus tesis, pero de alguna manera «vista desde abajo».

[34] Véase el epílogo de 1994 y el prefacio de 2003 a las nuevas ediciones de Orientalism, Nueva York, Vintage Books, 2003, 25th Anniversary Edition.

[35] Étienne Balibar, «Naissance d’un monde sans maître? Après l’Empire, les marchés», en Histoire interminable. D’un siècle l’autre: Ecrits I, París, Éditions La Découverte, 2020.

[36] Edward Said, «Zionism from the standpoint of its victims» [1979], en The Edward Said Reader, Nueva York, Vintage Books, 2000.

[37] Monique David-Ménard, Les constructions de l’universel: Psychoanalyse, philosophie, París, PUF «Quadrige»,

2009.

[38] Edward Said, Representations of the Intellectual (The 1993 Reith Lectures), Nueva York, Vintage Books, 1996, cap. V: «Speaking Truth to Power» (al parecer, Said desconocía las elaboraciones posteriores de Foucault, que reactivaban la noción griega de parrèsia).

[39] Pero no olvidemos sus extensos análisis sobre la función estratégica de los medios de comunicación, en particular en Covering Islam (1981 y 1997), donde Said desarrolla la gran teoría de las «comunidades de interpretación».

[40] Véase mi ensayo «Sur la catastrophe informatique: Une fin de l’historicité?, cit.

[41] «Agencia» se utiliza aquí no en el sentido de institución, sino de actividad o capacidad de actuar, como puede ser su equivalente inglés de agency.

[42]  «Donde acecha el peligro, crece también lo que salva», Hölderlin, Patmos (1803). La cita favorita de Heidegger.

[43] Véanse las reflexiones sencillas y sin concesiones de Amitav Ghosh, Le grand dérangement: D’autres récits à l’ère de la crise climatique, Marsella, Éditions Wildproject, 2021.

[44] En sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Marx caracterizó al ser humano como el Gattungswesen, o ser genérico.

 

Marchar a contramano // Nicolás Cuello y Silvio Lang

¿Otra vez contra nosotres? El Presidente Milei propuso exterminarnos. Su amenaza de extirparnos como un cáncer aturde, desorienta. Pero, para nosotres, la irrupción del desconcierto no es nueva. Podemos decir, de hecho, que es una condición histórica de nuestra protesta. Un modo particular en el que los arrebatos de nuestra propia creatividad nos sorprenden, pulsando lúdicamente por la vida allí donde se nos sentencia a muerte. Ocupando el duelo de una forma alegre, haciendo de la protesta una oposición festiva, de la movilización un rito de éxtasis en el que disfrutamos haciendo política, promoviendo la diferencia como narrativa, como diseminación, como descontrol ante lo único, lo mismo, lo homologable. 

Por eso esta vez decidimos marchar a contramano, desde el Congreso a Plaza de mayo, dando vuelta el sentido histórico que traza las movilizaciones de nuestro orgullo desde el año 1992, en el sentido contrario, como un modo de seguir esta intuición compartida por la fiebre multitudinaria de hacer algo diferente. Decidimos mezclarnos entre quienes no somos iguales, después de haber sido convertidos, una vez más, en un objeto público de escarnio, culturalmente estigmatizado, ajustado económicamente, perseguido, señalado. 

A contramano, como las existencias que componemos por fuera de los régimenes cis-hetero-coloniales. 

A contramano de los privilegios de la enunciación política, para que las voces trans travestis no binarias y racializadas sean lo suficientemente escuchadas. 

A contramano de las burocracias sindicales, que se mantienen quietas. 

A contramano de la blanquitud extractivista. Por eso nos moveremos en dirección al río. 

A contramano del machismo intelectual, que nos dice que cuidemos el tono, que no exageremos, que no es para tanto. 

A contramano, como las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, que salieron al espacio público cuando fueron obligadas por el terror de la dictadura a permanecer en silencio, encerradas. 

De culo al Congreso, para acabar en la boca de Casa Rosada, y así, mirar cara a cara un presidente que cree que puede discriminarnos, perseguirnos y llamar a nuestro exterminio, como si nada, como si no fuéramos a responder, como si no tuviera consecuencias.  

Las fuerzas del sexo 

Nosotres no lo imaginábamos, es cierto, pero ellos tampoco la vieron venir. La primera Marcha Federal del Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+, convocada para el sábado 1º de Febrero los agarró desprevenidos, confiados con excesiva soberbia en un nuevo sentido común que quieren imponer a través de la reactividad mediática. De ese modo nos subestiman, se burlan, nos reducen. Ese es el sentido común reaccionario y reconstructivo del supremacismo ideológico, de la moral conservadora y de la destrucción económica que representan actualmente las fracciones tecnofeudalistas de la derecha globalizada.

La movilización pone en acto, entonces, no solamente la vitalidad de hacer de las diferencias un ensamble sorpresivo para insistir en la urgencia de la protesta social, asfixiada de sentimientos de impotencia y frustración ante la sistematicidad del abuso, del destrato y la violencia política, económica y cultural del gobierno de Javier Milei. También actúa, en sus modos de desorganización y reimaginación de lo político, una crítica inesperada sobre los modos en que puede ser pensada y organizada la posibilidad de una oposición. 

Esta marcha a contramano se vuelve una oposición que junta los pedazos de lo que ha sido quebrado, que construye una ofensiva situada con las partes que sobreviven al derrumbe aún en curso. Propone, desde ese estar roto, una movilización hecha de fragmentos.

Organizada una semana antes en la Asamblea Antifascista LGTBIQNB+ de Parque Lezama que convocó, boca a boca, la Columna Mostris -un espacio de contención callejera creado entre activistas y artistas que provienen de luchas transfeministas, antipunitivas, cuir, marronas, sidosas, discas y locas-, esta marcha a contramano se vuelve una oposición que junta los pedazos de lo que ha sido quebrado, que construye una ofensiva situada con las partes que sobreviven al derrumbe aún en curso. Propone, desde ese estar roto, una movilización hecha de fragmentos. Una ética de la multiplicación donde la diferencia une pero no diluye, mezcla pero no cicatriza. Un modo de composición característico de la protesta sexual y antirracista que ha hecho de la convivencia cultural con lo distinto y de su cuidado material, su deseo y su principal horizonte de organización política. 

Esta oposición transforma la violencia sobre aquella inevitable visibilidad de sus inadaptados gestos, de sus incontrolables rasgos, en un principio cooperativo que logra reunir y conmover a una sociedad agobiada por la aspiración de control, a un común debilitado que necesita marcar un límite a la política cultural del conservadurismo libertario. Esa política opera en favor de lo único, de lo blanco, lo hetero y lo masculinista; esa es la política que nosotres llamamos fascista. Su forma de imaginar lo social se basa en la violencia del mando, la exaltación patriótica, la censura paranoica y en la obsecuencia corporativa. Disfraza su obediencia con la agenda global a través de la crítica al ‘wokismo’ y la famosa batalla cultural. Conspira para posicionar como amenaza, como peligro, como un cáncer o un virus a las luchas por el reconocimiento de la diversidad sexual y de género, el feminismo, la crítica racial anticolonial, el ambientalismo, y particularmente en Argentina, el movimiento de Derechos Humanos. Es decir, toda forma de agencia política que opere posicionando la defensa de lo diferente. 

El supuesto  marxismo cultural es, en realidad, una organización subterránea cuya voluntad secreta es trastornar y pervertir los valores cristianos y las costumbres conservadoras del liberalismo. Con ese mecanismo falso, no solo crean un estado de ansiedad generalizado ante la presencia de lo distinto, sino que también desmaterializan la crítica estructural de nuestros movimientos, reduciéndola a una demanda meramente cultural. 

De este modo pretenden reducir las desobediencias sexuales y las luchas antirracistas a una mera disquisición simbólica que busca hacer desaparecer la complejidad de nuestros cuerpos. Pretenden que así se desvanezca la fuerza de trabajo de esas corporalidades, de sus movimientos migratorios, de sus inscripciones políticas, de su participación sindical, de sus estados de ánimo y de su salud integral.  Desvaloriza, así, a nuestra historia de resistencia como una demanda de representación, como una reforma del lenguaje o un protocolo neurótico de corrección moral. 

Nos lanzamos, una vez más, a devenir les “aguafiestas del neofascismo”.

En el primer año de la gestión presidencial de Javier Milei ese proceso ha sido agenda pública, intentando avanzar sobre los pactos ya establecidos, atacando la memoria de nuestros acuerdos. Mientras programa el desmantelamiento de todas aquellas garantías legales que nuestros movimientos utilizan como herramientas desde las cuales seguir ampliando la dignidad de nuestras condiciones de vida. 

Este efecto deslegitimador que ha precarizado de manera radical nuestra participación social, exponiéndonos a violencia física, verbal, ideológica y política, arrojándonos al miedo, la vergüenza y al silencio, no solo es una conquista de Javier Milei. También, fue posible gracias la subestimación de aquellos partidos políticos y movimientos sociales que estratégicamente se han desidentificado del progresismo -la nueva mala palabra-, a pesar de haberse beneficiado de sus bases sociales. Una desidentificación estratégica -¿quizás, una revelación consumada?- cuyo principal efecto ha sido la reducción cultural de nuestras demandas políticas, la desmaterialización de la violencia simbólica, la individualización de nuestra composición colectiva y la infantilización de nuestras perspectivas políticas.

Nos lanzamos, una vez más, a devenir les “aguafiestas del neofascismo”, como reza la consigna del Comité Cósmico de Crisis y la bandera de la Columna Mostri. Porque la política sexual que imaginamos no sólo se compone “del nombre propio”, si no, también, de una “política de la consigna», como posiciones encarnadas que llaman, que reúnen a una multiplicidad desobedientes de formas de vida. Marchar a contramano, es una invitación que hacen nuestros movimientos, que ofrecen con delicada humildad y extravagante alegría las protestas sexuales y antirracistas, para componer desde la debilidad. Una debilidad que no es política, sino más bien material, física, económica y anímica. Una debilidad que habla de las partes en las que hemos sido fragmentades por la precariedad del trabajo, de las partes en las que hemos estallado por efecto de la violencia cotidiana. Es desde esas mismas partes que podemos volver a imaginar cómo vivir una buena vida juntes. 

La polifonía de voces que hoy dice basta es un gesto terapéutico de reconexión. Basta a la violencia sobre las diferencias sexuales y raciales en el goce de exterminio que pronuncia el presidente Javier Milei. Basta a las desacreditaciones políticas de los especuladores, que le bajan el precio a las consecuencias y profundizan la falsa dicotomía entre micro y macro, entre plan económico y libertad individual, cuerpo y política. 

Esta polifonía es también un ejercicio colectivo de memoria. Nos abraza y nos devuelve la mirada, reconoce que el riesgo es compartido y que por eso nuestras vidas también importan. Recuerda que en el corazón de nuestro movimiento vive la diferencia, y esa diferencia es interseccional e intersectorial. Demuestra que transforma las fuerzas del sexo en una inteligencia desde la cual desarmar la naturaleza moral de lo único y la desigualdad. Confirma que la diferencia con la que se expresan nuestros deseos y nuestros cuerpos no son una amenaza a la libertad de nadie, sino una oportunidad para su multiplicación interminable. Esta marcha es una toma de posición conjunta, un segundeo masivo, un volver a agarrarnos las manos entre todes, para que el presidente sepa, para que Javier Milei se entere, que hay un país entero al que no le da lo mismo. Que hoy la sociedad le dice que no, que no vamos a dar un paso atrás. Que hoy es por nosotres, y en ese nosotres, exigimos la posibilidad de un vida digna para todas, por todos, con todes. 

 

Fuente: Revista Anfibia

Javier Trímboli, nosotros mismos // León Lewkowicz

Foto: No esperes demasiado del fin del mundo (2023), dirigida por Radu Jude

Todo homenaje parece condenado al patetismo desde el instante mismo en que es así categorizado. O a lo insulso. Arriesgamos con lo primero, aunque más no sea por el hecho de que el doctor dice que es un poquito más recomendable para el marote. Si nos guardamos algo es sólo como freno de mano, tampoco para pasarnos. Tenemos que puntualizar para achicar el margen de error. Pues bien: Javier Trímboli, el hombre en cuestión, costosísimo de catalogar la relación con él, profesor, amigo, amigo de la familia, cómplice, jefe, amigo de amigos. Ya quién sabe, quizás era otro el momento de dilucidarlo. Pero no se trata esto de mí, sino de algún nosotros, el que tengamos a mano. Como escribía Javier en más de un lugar, aunque sea un nosotros angostísimo, casi indistinguible del yo. 

Entre las –a cada posteo, se evidencia más acentuada esta palabra– tantas cosas que Javi hizo, dirigió en los últimos años el área de Sociales de un colegio secundario de la Ciudad de Buenos Aires. Un espacio atravesado inevitablemente por las perplejidades que imponía el densísimo aire de época. Lo que allí aconteció resultó para nosotros fundamental. Javier construyó con nosotros una bandita de docentes dedicada a pensar en qué consistía y en qué circunstancias podía darse el acto de transmisión, que de tan inhallable se nos hacía casi mitológico a quienes nunca lo habíamos visto. Reuniones permanentes, organización de programas y actividades, atención a cada detalle o desviación que pudiera acaso ser causal de un improbable entusiasmo. La cuestión era cómo suscitar el mínimo cosquilleo –aunque más no fuera la irritación– en un mar de indolencia, de que pasara algo. A algunos, ahora sí hablo por mí, se nos hacía una tarea titánica porque nos resultaba inverosímil la posibilidad de que nosotros, lo que balbuceábamos, lo que con sólo con un exceso lingüístico podríamos decir que pensábamos, e incluso la imagen penosa que dábamos pudieran constituirse en objeto de entusiasmo de alguien. Se nos hacía una quijotada, cuando estábamos solemnes y preocupados, o la mayoría de las veces sencillamente el objeto de una carcajada, de una ironía. Javier no esquivaba la ironía, más bien lo contrario, pero pensaba que ella también podría ser un precursor de revitalización, que podía estar al servicio de que suceda algo en la escuela. Tomarnos menos en serio para tomarnos más en serio, creo que puede ir por ahí la fórmula. Y abrirnos a una escucha –¿algo más gastado no tenías, no?– del aula, al desplazamiento de la oposición entre nuestra verdad y el desinterés de los estudiantes, convertido ahora en una interrogación. De pronto las escenas de interés se multiplicaban, las conversaciones dentro y fuera del aula se volvían más interesantes. Trímboli organizaba efectivamente el encuentro de lo infinitamente improbable, el clinamen. O más bien nos hacía organizarlo.

No fue sólo eso el suceso Trímboli para nosotros. A quienes, primerizos y jovencitos, hacíamos nuestras primeras armas en la docencia, la convocatoria de Javier nos significó no sólo una cesión de confianza infinita y casi irresponsable, sino la garantía de que nuestro arrojo, “el célebre desembarco” en la voracidad del aula, territorio inhóspito, se desarrollaría en esas condiciones de conversación y pensamiento grupal. Ningún rasgo de las clases o del transcurrir institucional ordinario, por obvio que fuera, se escapaba de la conversación con Javier. Todo era parte de una conversación infinita y apasionada. Lo digo más fácil: se enganchaba con la observación más pelotuda, el timing de un bostezo o los improbables lugares a donde se disparaban esas cabecitas, también las nuestras. Leí en Instagram que alguien decía que en las conversaciones del último tiempo era increíble ver cómo él se iba apagando y no dejaba de apasionarse por lo nuestro. Creo que siempre fue así, que siempre se apasionó por lo nuestro aunque ya lo hubiera escuchado mil veces, aunque fuéramos una reiteración más en el cliché docente. Porque creo que lo que más le interesaba era la verdad que surgía de la conversación, que el tópico o la currícula era una excusa, incluso quizás la docencia, como forma, también lo era. Y cuidar la conversación era una condición para que eso extraordinario pudiera aparecer. Bueno, me fui a la mierda. Vuelvo, porque la primera oración del párrafo me quedó desbalanceada, sabrán disculpar la neurosis de la que todos ustedes estimo también participan. Para los profesores establecidos, por ellos poco puedo hablar, sé que también Javier implicó un interés en sus prácticas y saberes, que buscó introducirse en sus conversaciones y amplificarlas, abrir y poner en el centro ese diálogo. Javier nos ubicaba a todos en medio del enorme desafío de la desviación:  valorar dilaciones en conversaciones no convencionales, en digresiones diagonales sobre estética, microanécdotas o lo que fuera, en actividades fuera de hora de las que nos volvíamos parte del auditorio con nuestros alumnos. Hasta ahí sé, el resto lo dirán ustedes.

Javier armó un grupo, también. No, “también” no. Todo esto fue precisamente armar un grupo y eso fue lo más notable del paso de Javier por nuestras vidas en la escuela. La labor docente, es sabido, suele implicar extensas horas de soledad: preparar, dictar, evaluar, corregir. Se trata de los efectos de un dispositivo evidente: es un apellido el que aparece a cargo del curso y un apellido quien cobra por tal curso, por lo que un apellido será quien se encargue de la totalidad del proceso de trabajo (qué ordinario andar hablando de guita en un sentido obituario, disculpen el intermezzo marxistoide). Javier supo hacer de una profesión francamente solitaria una labor colectiva, comunitaria; aunque me cueste escribir esas palabras sin ruborizarme, son justas. Justamente porque pensaba que no había deterioro mayor de un espacio educativo que la imaginación solitaria. Su ética de la conversación nos tocó a todos los que tuvimos la suerte de compartir una reunión con él: consolidó, finalmente y a pesar de él, un grupo de colegas que lo sobrevive y que excedió el área que tenía institucionalmente asignada. Por todo esto Javier fue, sobre todas las cosas, un exorcismo de la soledad en la escuela.

Todas las palabras que acabo de escribir, obviamente, serán objeto de refutación por exagerado, meloso, impúdico. Finalmente, es lo que salió y de lo que imagino me arrepentiré apenas encuentre destinatarios. Pero lo que viene me parece que no, que no es exageración. Me parece que por más acotada que haya sido su trayectoria en la escuela, el efecto que tuvo entre nosotros Javier (y no sólo aquí, pero eso es harina de otro costal) no queda truncado acá. Creo que con Javi construimos un método de trabajo pero también una forma de la amistad, esa que surge entre colegas obsesionados por las nimiedades que ocurren en sus intrascendentes aulas. La conversación infinita, in continuum, de la que evidentemente nos hizo parte. La fuerza de sus marcas en la escuela, me parece, nos obliga a revisar en otro sentido las palabras con las que se cierra su libro Sublunar, pero para referirnos a él mismo. No se entiende si cita a Lenin o a Arendt, es la idea marcar el borroneo, y la cuestión es el poder del milagro en la política y el ocaso de su posibilidad en la modernidad. Creo, sí, que es Lenin, apenitas comentado: “«En la Historia, las cosas buenas suelen ser breves, pero por lo general tienen una influencia decisiva sobre lo que sucede durante largos períodos de tiempo». Veremos.”

 

 

Imagen: No esperes demasiado del fin del mundo (2023), dirigida por Radu Jude.

 

Autocuidado y primeros auxilios, hacernos un cuerpo para la protesta

Taller PRE MARCHA FEDERAL ORGULLO TRANSFEMINISTA, ANTIFASCISTA ANTIRRACISTA ANTICAPACITISTA ANTIEXTRACTIVISTA, MENDOZA.

El Presidente lo ha mandatado, quieren asesinarlo todo.

No se puede pensar sin Gaza en la retina.

Un nuevo tiempo se ha abierto y es urgente construir, replicar y adecuar herramientas y prácticas de autodefensa eficaces en el combate y resistencia a la represión policial y el actuar de los grupos fascistas a los que convoca el Presidente para nuestra desaparición. Es absolutamente ingenuo e insuficiente delegar nuestro cuidado a comisiones de seguridad y notas a lxs gobernantes pidiendo autorizar, proteger y garantizar nuestro derecho a la protesta. 

Nuestras formas de vida amenazan el orden mileista, y sus discursos de odio nos matan. Que las experiencias transfronterizas sean nuestra escuela de resistencia y autocuidado.

NO TE REGALES, LEVANTA UN PLAN DE LUCHA DESDE LAS SINGULARIDADES DE TU GRUPALIDAD, LA MULTIPLICIDAD DE LAS FORMAS DE LUCHA Y LA CREATIVIDAD MILITANTE HARAN FLORECER EL JARDÍN DE LA RESISTENCIA.

 

LA PREVIA: SITUARME EN EL TERRITORIO GEOGRÁFICO Y AFECTIVO EN EL CUAL SE DESPLIEGA LA PROTESTA.

  • Nunca marcho solx, siempre de a 2, aunque vayamos encolumnadxs en una organización o grupalidad MARCHO EN DUPLA. Desde el punto de encuentro en la marcha hasta finalizada la protesta, no pierdo nunca contacto visual con mi compañerx. Mantengo actualizada su red de contactos personales de ser necesario avisar que se encuentra en la comisaria u hospital.
  • Salgo con el teléfono con carga completa y crédito. Llevo anotado en la piel o papelito el teléfono de abogadxs que puedan acompañar procedimientos de liberación de compañerxs detenidxs. Si es posible, se filma con el celular el actuar de la policía a fin de contar con pruebas para acciones judiciales.
  • Reviso el recorrido de la marcha e identifico posibles lugares de resguardo en cada tramo. Asimismo, considero el clima que habrá durante la protesta a fin de equiparme adecuadamente.
  • Me informo de las armas químicas y físicas que utiliza la policía del territorio donde se realizará la protesta, y de las recomendaciones para aplacar sus efectos.

LA PREPARACIÓN DEL CUERPO:

  • No aplico maquillajes ni protectores solares ya que intensifican el efecto tóxico y la adherencia del gas pimienta y lacrimógenas sobre la piel. Uso gorros, gafas, antiparras, barbijos, máscaras, paraguas, sombrillas y cualquier elemento que permita filtrar el aire contaminado y aminorar el efecto de golpes, especialmente en el rostro. El uso de elementos de protección física es también una herramienta de protección de identidad ante las cámaras y montajes policiales. Utiliza elementos disponibles en la calle para protegerte y defenderte en situaciones de emergencia, como cartones y carteles.
  • Cubro la mayor parte del cuerpo con ropa, telas adecuadas al clima, resistentes y descartables. Uso calzado que permita correr de forma segura. Llevo una muda de ropa en la mochila ante posible contaminación de ésta por represión con armas químicas.
  • Con mi compañerx de marcha, reconocemos nuestra capacidad y resistencia, física y mental, para correr y tolerar situaciones de violencia explícita. Establecemos un plan de actuación ante situaciones de emergencia.

PRIMEROS AUXILIOS EN LA PROTESTA SOCIAL: 3 BOTELLAS Y UN BOTIQUIN.

  • BOTELLA 1

Rociador spray con loción calmante anti gas pimienta y lacrimógenas: ½ litro de agua con 2 ½ cdta. de bicarbonato.

  • BOTELLA 2

½ litro de agua con detergente.

  • BOTELLA 3

1 ½ litro de agua potable para enjuagarse.

  • BOTIQUIN:  Suero fisiológico, apósitos estériles, y gasas.
  • Ante irritación por armas químicas rociar la piel con agua con bicarbonato, cambiarse la ropa, lavarse con agua con detergente y enjuagar. Los ojos solo deben lavarse con agua fría (no frotarse, y lavarse sin detergente ni bicarbonato, se pueden aplicar lágrimas artificiales). No consumir alimentos ni agua hasta encontrarse recuperado.
  • Ante una herida con hemorragia apretar la herida y taponear con gasa.
  • Ante quemadura, lavar zona con suero fisiológico, y cubrir con apósitos estériles. No despegar tela de la piel, ni lavar con agua fría.
  • Si hay una persona lesionada, trasladarla inmovilizada a un lugar seguro y llamar a urgencias médicas.

ENTRENATE Y RECONOCÉ TUS HABILIDADES PARA EL CUIDADO DEL CUERPO COLECTIVO, ASUMÍ ROLES EN LOS CUALES TE SIENTAS SEGURX.

 

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Una radicalidad masivizada // Melina Alexia Varnavoglou

La etapa 0

No sé cómo explicarlo, pero la figura de Milei jamás me genero miedo. Sí rechazo, estupefacción, odio quizás (recuperemos esa pasión, no todo es amor “de nuestro lado”). Pero miedo no. Me enredo en los debates sobre si podrá estar a la altura de un líder fascista avant la léttre, me advierto de la importancia de no “agrandarlo”, no proyectar sobre un pequeño neofascista la sombra de un temible gigante totalitario.

Todas estas proyecciones parten creo del error histórico de pensar que este nuevo ciclo de derecha y conservador va a seguir “los mismos pasos” que los fascismos del siglo XX. Como dice Isaac Rosa en su nota en elDiaroAR, el gesto de Elon Musk no un gesto nazi, es algo peor. Es algo que no sabemos exactamente lo que es. Si supiéramos lo que es, dice Rosa, “todo estaría más claro, sabríamos a qué atenernos, lo veríamos venir, y nuestra respuesta sería más sencilla, la misma que daríamos ante un nazi: combatirlo, denunciarlo, ignorarlo, escondernos o secundarlo, lo que sea que haga cada uno cuando se cruza con un nazi. Pero ante un saludo que parece nazi y no lo es, la cosa se complica”.

A lo cual, agrego, la cosa se pone más entretenida. Abre la aventura política de cómo encarar una resistencia desde la etapa 0 del experimento fascista. Y el momento de la resistencia en el que nos encontramos es en el mismo que ellos: la disputa por ciertos consensos.  Va a ser difícil pasar sobre nosotres sin la condena de toda una sociedad, porque es la misma sociedad que nosotres hemos movilizado desde su estructura más sensible en ciertos valores: el respeto por la orientación sexual es uno. En Davos, el presidente ha cruzado obscenamente ese límite cultural, dándonos la oportunidad perfecta para que destapemos toda la olla de la política que hay detrás.  Con la vocación de aunar no solo a la comunidad LGTBIQ, sino de todos los sectores que están siendo atacados, y un llamamiento de conjunto a una sociedad cada vez más empobrecida por ese mismo tipo de políticas. Por primera vez siento que se está tratando más de disputar, que de solamente repudiar. Más de crear, que de sólo reaccionar.

No es entonces fascismo tradicional ante lo que estamos, ni tampoco ante las lógicas de las dictaduras militares en Latinoamérica. Desde la última dictadura militar hasta hoy, el movimiento LGTBIQ+ argentino ha crecido globalmente, implementado un arco de métodos y tradiciones políticas divergentes, desde el anarqusimo al peronismo, se ha politizado y despolizitado y vuelto a repolitizar; ha logrado así masividad y cambiado los modos de vida, desde la instucionalidad: mediante leyes pioneras en el mundo, conquista de derechos y políticas públicas. Pero también a través de la militancia de base y la educación, una fina y constante tarea de “adoctrinamiento” con libros, películas, penetrando en las esferas intelectuales, los medios de comunicación masivos y alternativos, la ciencia, el arte, la tecnología y el deporte.

Porque siempre las personas LGTB estuvimos ahí. Fuimos de a poco creando nuestros propios sistemas de reconocimiento y legitimación social, que es otra forma de decir: nuestra orgullosa existencia; supimos ser nuestro propio lenguaje y circuito cultural, lo cual permitió la creación de comunidad, pero que ahora vemos tiene el doble filo de que se cierre sobre nosotres mismes la conversación. Este es el primero de los problemas a resolver en la etapa 0, al interior de nuestro movimiento: el aislamiento relativo con respecto a todos los demás sectores.  

                                                           

 

Nuestro domingo

Como decía hace poco el activista Lucas Fauno Gutiérrez en una entrevista en Radio Con vos, la encerrona estuvo no en haber apoyado o no un gobierno, sino en haber creído que las instituciones y los medios masivos de comunicación realmente “nos estaban dando un lugar en sus programas y en sus mesas”. Hoy que ya no tenemos esa encerrona, y estamos constantemente al borde de la persecución ideológica y la censura, la batalla cultural se vuelve, al decir del poeta Jacobo Fijman, el camino más alto y más desierto.

Es bastante probable que hoy quien sostiene un discurso homofóbico esté envalentonado, pero no creo que nadie a quien se le de esa discusión, no pueda ser sensible al tema, ni crea que su posición es mayoritaria.

Es quizás eso lo que odian: que hayamos calado tan hondo en la estructura sentimental de un pueblo. Como ocurre con los gorilas con las medidas de justicia social, la dignificación de los “cabecitas negras”, como ocurre también con los macartistas, frente a los piqueteros, y los métodos de lucha de izquierdas: asamblea, paro y movilización; como los homofóbicos, frente a los besos de personas gay en la calle. Una reaccionarez presente pero desfasada. Porque de un lado u otro, por momentos más y otros menos menos, combatidos o apoyados, todas estas expresiones y sujetos son parte de nuestra cultura política y nuestra vida en sociedad. Mal que les pese a algunos.

También, aunque en menor medida (lo cual es síntoma de que la inclusión del término “antirracista” haya sido algo tan enfatizado Ren Lezama) es el mismo caso de lo que ocurre entre los xenófobos y los vendedores ambulantes o “manteros”, o el uso de los servicios públicos por personas migrantes. Buenos Aires es una ciudad profundamente racista, pero de un nivel de cosmopolitismo que hace que el vínculo con personas migrantes sea algo muy cotidiano.  Un amigo que milita en la asamblea de Parque Saavedra trae una pequeña escena: Un domingo en el parque luego de terminar la asamblea, la policía de la Ciudad desalojó un paseo de manteros. Lxs asambleístas actuaron en defensa; pero lo que duplicó la potencia de la intervención fue que una vecina que no era parte de la asamblea, se sumara al repudio, pidiendo que dejen funcionar el paseo, diciendo: “esto es parte de mi Domingo”. Una escena de radicalidad masiva.

 

El arco enemigo

En las antípodas de este tipo de interacciones uno a uno en el espacio público, mucho se habla del éxito de los nuevos métodos de politización que instrumenta Milei, conectados con las nuevas subjetividades de redes, la postpolítica y la mar en coche. Pero no es que los nuestros hayan quedado obsoletos. Sino que simplemente son, siempre fueron, contrahegemónicos y por tanto, lentos. Es mucho más fácil hacer política para el poder concentrado que contra él, lo sabemos. El poder concentrado por lo general ya está guionado geopolíticamente y viene hoy, con su kit de comunicación ya integrado (el hecho al que ya nos hemos acostumbrado, no deja de hacer inédito que el creador de una red social se haya convertido en un líder político y parte de una fórmula presidencial).

En otra escala, nosotrxs también hemos sido muy buenos propragandistas. Del agit prop soviético a la escolástica peronista. Y en el feminismo ¿Qué decir? hemos sido creativas publicitarias directamente.  Hemos creado hasta un color.

Por eso hoy el movimiento LGTBIQ+ , los feminismos y el antirracismo, están ante el desafío de volver a plantarse una vez más contra la sentimentalidad de este nuevo fascismo y llevar a la llama las cenizas de la política progresista y de izquierdas. O al menos, avivarlas.

Algún día, como se apuntaba al kirchnerismo y también contra quiénes defendíamos políticas progresivas y de izquierda, “el relato caerá” y los “zurdos correremos”. Ellos creen emerger en el albor de ese momento. Pues bueno, su relato de estabilidad tendrá también su agotamiento, más pronto que tarde. Y cuando advenga el fracaso, solo quedarán, de un lado y del otro, los más radicalizados de nosotres y de ellos: los verdaderos apasionados de la política, quienes estaremos dispuestos a defender nuestras ideas hasta el final.  Esto es lo que sí da miedo: ¿cómo se los enfrentará siendo democráticos?

Es otra de las preguntas que cada tanto circulan. Creo que no podemos responderla como se respondieron en dictadura ni bajo los gobiernos democráticos de los que venimos. No va a ser pasando a la clandestinidad para formar guerrillas, ni quedándonos en la comodidad supuestamente estratégica del “imperativo del centro”, al decir del periodista Diego Genoud, de rosquear con todos los sectores aledaños al milésimo e incluso con el mileísmo mismo, hasta terminar indistinguibles en una política impropia, o dicho mal y pronto: formando gobierno con el macrismo y con un sector de ellos. Tampoco, creo, funcionará mediante el formalismo democrático del repliegue, para poder derrotarlos “donde corresponde”: en las urnas, con nuestra política propia. Algo tiene que existir entre la enemistad como absoluto político y una política completamente vaciada de enemistad.

Escucho y comparto la intervención del activista transmasculino Ese Montenegro en Futurock, donde dice que “espera que el sábado sea como lo que fue la marcha contra el 2×1 en el macrismo”. El intento de sancionar una ley que permitía reducir la pena y llevar a la liberación de genocidas, implicaba pasar por alto un pacto democrático básico de la sociedad argentina. Me pregunto por un lado qué pasaría hoy, cuando están implementándose nuevos métodos para lo mismo, con el vaciamiento de los sitios de memoria y la destrucción de archivos. Un amigo reacciona negativamente ante la parábola del activista. Dice que comparar una cosa con la otra es darles terreno, que es una estupidez comparar un discurso con una ley que libera genocidas, que es incluso, según él, insultante la comparación para lx hijxs de deseaparecidxs, etc. etc. Como todo con este amigo, es discutible. Yo creo en cambio que es muy elocuente la parábola y también el deseo de que la marcha del sábado sea por un lado tan masiva como la del 2×1, y por otro, que tenga el efecto de demostrar que, así como los genocidas no pueden estar libres en democracia, las personas homosexuales tienen derechos humanos. Y que, como bien dijo Montenegro en la entrevista, no se plebiscitan. 

 

Contra todo en general

Porque no se trata de una marcha en repudio “a los dichos del presidente”, no es que estamos esperando a que se retracte. Vista así, no se trata de una marcha por “nada” en particular, sino de ir contra todo en general. El ataque contra el movimiento LGTB, y el apoyo que se ha demostrado tenemos sobre estas cuestiones, es el caballito de batalla para seguir exponiendo todos los consensos que este gobierno está pasando por alto: como que tiene que haber hospitales y universidades públicas, derecho a la protesta, subsidios, jubilación y sindicatos.

Para eso, primero creo que es importante deshacerse de un mal de los progresismos hoy por hoy: los ghettos autosatisfactorios y los personalismos militantes, el indignismo, la “instagrimazación” y “raverización” de la participación política (amén de las raves organizadas como respuesta política, el repudio del moralismo sobre las drogas, y de la Marcha del Orgullo como fiesta).  Me refiero a la frivolidad, que es la menos placentera de las vanidades. 

En ese sentido, cabe recordar que todas esas figuras que hoy en la comunidad LGTB y más allá, veneramos hasta el fanatismo, como Nestor Perlongher y Pedro Lemebel fueron, mientras militaban, parias políticos: expulsados tanto del peronismo como del comunismo. Amen de la homofobia de los movimientos políticos en aquel entonces; ellos no eran, ni serían hoy precisamente progresistas en torno a su concepción de la lucha política, sino izquierdistas o anarquistas. Esa clase de militantes hoy serían tildados de ultras, sin “vocación de masas”, o de hacer juego a la derecha incluso; quedarían deformes dentro de la ley de talles de lo queer cool progresista. Pero es con la radicalidad absurda y “poco estratégica” de esas locas que se erigieron los primeros movimientos LGTB que hoy disfrutamos como tradición de lucha, en primerísimo lugar y como política pública, mucho después. Porque el movimiento LGTB tiene a la diferencia y la multiplicidad de tendencias dentro de su corazón político. Por eso es tan difícil organizarnos. Pero no mucho más, o quizás incluso menos, que para otros sectores en este momento.

Se trata entonces, para mí, de generar el camino hacia una “radicalidad masivizada”. Lo contrario de una “minoría intensa”. Pero masiva, no por la cantidad de cuerpos en la calle (podremos ser miles o millones como en las marchas antifascistas hoy en Europa), ni en cantidad de seguidores, tampoco por la amplitud de la unidad (que siempre que es sólo táctica, termina durando muy poco); sino en intensidad, siendo moleculares, dentro de la conversación masiva y por construir la apuesta, una vez más, por un consenso que pareciera estar perdiéndose en general, incluso entre los sectores progresistas: que los cambios políticos se logran con organización colectiva.

En los niveles de participación que cada uno pueda tener, desde sumarse a algún tipo de militancia más o menos organizada, a ir a la marcha, compartiendo información, yendo a los principales medios de comunicación o haciendo pintadas, un sticker en un baño, dando el debate entre nuestros familiares y amigxs, con compañerxs de trabajo y cursada, también en las redes. Todo eso es construir radicalidad masivizada. Y lo estamos haciendo bien, porque nunca dejamos de hacerlo. Porque sabemos que la homofobia y la transfobia están a la vuelta de cualquier esquina. Lo más difícil era hacerlo cuando estábamos en el closet.

Sin tomar ninguna acción a la “ofensiva” (nos hemos convocado simplemente en asamblea, en un parque a pleno sol de Enero), vemos como hemos astillado un poco de su plan: han tenido que retractarse, ha bandeado contra su exabrupto, el macrismo, cuya relación de por si es frágil; en fin, han retrocedido con respecto a la radicalidad de su discurso justo en el momento donde pensaban que estaban siendo más radicales que nunca. Fallando así en el aspecto clave de la etapa 0: convencer a los propios. Ni eso.

Con este paso de macabra comedia en Davos, son ellos los que con esto se han pasado “tres pueblos”, o más sencillamente: uno. En uno de sus cuatro o cinco posteos de memes diarios desde la cuenta personal de Instagram del presidente, varios votantes de la comunidad LTBIQ le responden. El usuario matiasrotger redacta directamente una carta: “Estimado señor Presidente @javiermilei , Quiero expresar mi preocupación como gay, anti-kirchnerista, anti-peronista y anti-izquierda, que lo voté y apoyo sus políticas económicas para sacar la corrupción y reducir la inflación y la pobreza. Sin embargo, me duele y preocupa su discurso en Davos, ya que siento que hay un rechazo hacia las personas LGBTQ+ y temo que haya un retroceso en la aceptación y respeto hacia nosotros. Entiendo que su palabra tiene mucha influencia en sus seguidores y me preocupa que pueda eliminar derechos adquiridos como el aborto legal, la ley de identidad de género y el matrimonio igualitario. Aunque estoy de acuerdo en que algunos de estos derechos puedan necesitar revisiones, creo que es importante mantenerlos y mejorarlos. Como gay, no quiero sentir que soy visto como un enemigo por el libertarismo. Creo que es importante tener un discurso más liberal y empático hacia las personas LGBTQ+ y reconocer que nuestra orientación sexual no define nuestra ideología política. Estoy de acuerdo en que ante la ley debemos ser iguales, pero mezclar pedofilia con homosexualidad es un discurso delicado y estigmatizante.
Espero que alguien de su entorno lea esto y le transmita mi pesar. Quiero seguir apoyándolo porque quiero vivir en un país más justo, honesto y ordenado, pero donde me sigan considerando parte de la sociedad. Atentamente, Matías”.

Algunos lo invitamos a sumarse a la marcha del Sábado.

Salvo este momento no han tenido mucha buena suerte los líderes dogmáticos, sino más bien los moderados en Argentina, en parte por peronismo, y en parte, porque creo que quizás siempre necesitamos sentirnos partícipes de los procesos. Los dichos de Milei en Davos no son completamente ajenos a la sociedad argentina en su contenido, pero dejan a casi todo el mundo afuera por su forma: artificiosa y salvaje en su enunciación y con una buena cuota de extranjería. No hay señoras en la verdulería hablando de “wokismo”; el polémico ejemplo de la pareja estadounidense resulta risible frente a los casos de pedofilia en manos de padres varones heterosexuales y curas pedófilos tan conocidos en Argentina, y ya (casi) nadie en nuestro país se atreve a expresar que los homosexuales sean enfermos. Mal que mal, entonces, se quedó hablando solo para los fanáticos, siendo el un fan de los líderes que le dieron sus minutos de fama en Davos.

Pero hay allí un vector para empezar a reestablecer ese consenso, que son, como bien recogen Verónica Gago, en su nota esas “pasiones fascistas” que empalman en la lógica, de, como ellas acuñan, una “economía de la velocidad”: si no tenés plata, el que gasta plata del Estado en medicación para el VIH o para testosterona es tu enemigo.

Tenemos en frente, en la etapa 0, la tarea de evitar que ese tipo de frases hagan algún sentido para la mayoría de las personas.   

Frente a esos experimentos mentales, de los más básicos de los juegos de lenguaje liberales, una cascara vacía sin poder explicativo, lo que resulta más palpable y actual es que si un jubilado tampoco tiene para pagar la medicación, es que nos están robando a todos por igual la plata del bolsillo.

Así como los conservadores propios y ajenos nos hacían parte del ultraje económico del albertismo por ponderar las “políticas de minoría”, la incertidumbre total de la economía y la bomba de tiempo de la pobreza, no está como para que Milei pueda darse estos lujos autoritarios. Si este año (electoral) su diseño financiero no empieza a materializarse en algún tipo de desarrollo productivo real, o un rescate económico para las mayorías, la mecha de la gente va a estar cada vez más corta. Y ante eso ya quedará muy atrás el argumento del gay o el migrante como enemigo. No van a dar los tiempos para pasar a la etapa 1 del fascismo: su principio de consolidación.

De mostrar con realidad e intensidad esto sí se trata la marcha del sábado y del proceso que está por disputarse pasado ese día.

Una clase puede ser muchas clases // Maria Pía López y Guillermo Korn

Se nombraba con orgullo: profesor. Un docente de aquellos que piensan que en cada clase se conjuga una partitura nueva, de los que hablan mientras abren la escucha más atenta a la conversación que surge. Alguien que eligió, sobre otras trayectorias profesionales mejor remuneradas o más ligadas a las rutinas del prestigio, la insomne tarea de dar clase. Múltiples recuerdos que circularon sobre Javier Trímboli, de él hablamos, hicieron foco en ese estado de gracia que tuvo, también, como docente.

Alguna vez, allá por 1997, impulsó un documento firmado por un conjunto de historiadores que se conoció como el Manifiesto de Octubre y se convocaba a una discusión pública. Era la escritura del hartazgo y la advertencia sobre el destino de las universidades y, en especial, de lo que en ellas se llama investigación. Alerta respecto de lo que pasaba en ese tiempo: la capacidad de discutir el ahogo presupuestario y la ofensiva neoliberal, sin incluir la crítica hacia los dispositivos que iban a transformar, de cuajo y en ese sentido, las instituciones, cuando sí hubiera presupuesto. Nos acostumbramos a la lengua de los incentivos, al regimiento de la CONEAU, a la acumulación de formularios, a la evaluación como motor del abatimiento. Eso se discutía, cuando se confrontaba el confortable encierro de las escrituras en los entornos de colegas, en las publicaciones cercadas por la indexación pertinente, en el silencio respecto de la conversación pública.

 
 

Se ha dicho en estos días que nadie estuvo a la altura de esas enfáticas escrituras. Javier Trímboli lo estuvo con los modos precisos de la fuga y de la pregunta por el sentido político de lo que se hace. Ninguna palabra puede ser dicha en el vacío, porque aquella que se presume inocua, al hacerlo tira sobre la enunciación una manta relativista. Eso lo sabía, con intensidad, Javier. Por eso, eligió el ensayo -ese género del riesgo y la conversación política- antes que el formato de la tesis. Escribió un libro desolado en el que volvía a pensar un viaje: 1904. Por el camino de Bialet Massé. Clave para pensar la década de 1990 -justo ahora, que retorna como deseo para muchos, amenaza para otrxs y que nos encuentra con no poco cansancio-, para comprender el desguace de un territorio productivo y social, y asomarse al temblor de las vidas dañadas. En 1904, Bialet Masse había escrito su Informe sobre las clases obreras en la Argentina. Lo había contratado Joaquín V. González, ministro de Roca, en el marco de la apuesta por una ley de trabajo que no fue sancionada. La descripción de aquel catalán de su recorrido por los lugares de trabajo y establecimientos fabriles no era lo que podía esperarse de un informe de Estado, ni fue del agrado de los propietarios. Javier volvió a algunos de esos pueblos y ciudades para ahondar en las huellas de aquel texto y, en paralelo, pensar con desgarro la década del 90 y su política de devastación. Ese ensayo desplazó la idea de una tesis sobre la obra de Ramos Mejía, que había comenzado a esbozar. Fue un comienzo y un cierre. Comienzo de los que publicará y cierre con los precedentes, pensados como entrevistas y compilaciones colectivas.

 

Escribió en las huellas de otra escritura, porque era un lector para el cual el archivo no era repositorio que invocara liturgias ni trastos a los que dejar, finalmente, de lado. El archivo escriturario, sonoro, visual, estaba ahí, a ser construido, a ser leído como conjunto de huellas vivas, a ser una y otra vez interrogado. Lo decimos rápido: a ser interrogado desde un compromiso vital, político e intelectual de izquierdas. Archivo y revolución: modos del anacronismo. No de la deuda, sino del tajo en el presente. En toda la obra de Trímboli -los libros, las clases, los cursos de capacitación docente, las intervenciones en charlas y mesas redondas, la labor en la TV pública, los podcast y producciones audiovisuales- ese núcleo resulta constitutivo: la tensión entre pasado y presente, pero también como diálogo para permitir que los acontecimientos de otro tiempo se vean cercanos, sin caer en semejanzas capaces de borrar aquello que la tensión aloja. La historia pensada a contrapelo, no linealmente, o en el facilongo blanco contra negro, sino con su escala de grises.

 

No cultivaba el halo tranquilizante de las dicotomías que estructuran muchas discusiones, sino el zoom sobre el detalle. El detalle como clave de lectura permite hacer foco en aspectos que a cierta lejanía se pierden, valorar aquello que pasa desapercibido y en la mirada general queda fuera de la observación. La exhaustividad de este tipo de análisis supone trazar genealogías y complejizar tramas. La necesidad de apelar al difícil arte de saber leer y relacionar lecturas. En el caso de Trímboli, ese universo podía nutrirse tanto de Hannah Arendt a Alcides Greca, como de Vicente Fidel López o Walter Benjamin. Y Cavafis, y Busaniche, y Sergio Raimondi, y Sebald, y Terán, y Nietzsche, entre tantos. Y siempre Halperin Donghi y Horacio González. Pero también se nutría de los colectivos que forjaba, que se tramaban alrededor de su impulso, de las personas con las que construía cada proyecto y con las que sostenía un impulso conversacional atento y persistente.

 

Un lector, un escritor. En Sublunar, Trímboli llevó a cabo la reconstrucción minuciosa de un archivo de los sucesos recientes, para comprender lo que se trasegó, se intentó, se abandonó, en los años del kirchnerismo, en la época en la que quisimos que bajo ese nombre se recuperara algo de la apuesta por la revolución. Es un libro que se puede leer como reconocimiento de un campo minado, de una historia de obstáculos, de una secuencia de posibilidades descartadas o de discusiones olvidadas. Vivimos, lo sabemos, como si cada acontecer victorioso reordenara el pasado a su gusto, para engalanarse de ser lo que racionalmente debía ocurrir. Javier, el benjaminiano, pensaba a contrapelo la historia. Sabía que “arduo es trabajar con la memoria y más aún con los resquemores heredados”, como escribió en Espía vuestro cuello. Buscaba los otros rastros, el murmullo de las conversaciones más amplias, las palabras que se habían dicho y escrito, las imágenes que circulaban. Evitar que cada acontecimiento convierta la multiplicidad anterior en una serie de antecedentes necesarios.

 

Eso ocurría en cada clase, donde el horizonte de la conversación se concentraba en un detalle, que convertido en piedra preciosa, se ponía a refulgir en una interrogación fundante a veces sobre la historia, otras sobre la transmisión generacional, los legados, los mitos y siempre la política. En estos días se multiplican recuerdos hermosos de muchas personas, que muestran que Javier Trímboli fue no solo un maestro para les más jóvenes (por aquello que lo desvelaba: las generaciones venideras y la transmisión de los legados), sino un maestro para su propia generación. Para nosotrxs, sus colegas, sus amigues, sus compañeres de estudio. Para quienes atesoramos un modo de leer, una precisión enunciativa, una insistencia en el sentido de lo que se hace, en los que se insertan esos trazos que aprendimos con él. De todo ese campo formidable y vivo de recuerdos, dejamos brillar aquí esa memoria de una clase, de una clase que puede ser muchas clases, en cualquier lugar y no solo en un aula, también en una escuela, un sindicato, una universidad, una radio, una clase en la que alguien se prepara, con toda su sensibilidad y todo su arrojo, para que una cita ocurra entre trayectorias diversas. 

100 años de Gilles Deleuze // Diego Sztulwark

Gilles Deleuze nació hace un siglo, en Francia, un 18 de enero de 1925. vivió 70 años. Como filósofo fue historiador, docente y escritor. Se involucró en el activismo micro-político, se interesó por la literatura, el cine, la pintura, el teatro, el psicoanálisis -de modo polémico-, y por las ciencias. La triple excepcionalidad que reivindicaba para sí mismo respecto de su generación -la generación del 68– es la de no haber sido militante del Partido Comunista, ni heideggeriano, ni estudiante de la exclusiva École normale supérieure. Se suicidó muy enfermo en 1995. A Deleuze no le gustaba hablar de su biografía, pero en la larga entrevista titulada abecedario, que concedió a fines de los años 80 a Claire Parnet, arroja pistas de todo tipo (por caso, el arresto en 1944 de su hermano mayor, fue arrestado por resistencia y murió durante su traslado al l campo de concentración de Buchenwald). En cuanto a su obra, escribió diecisiete libros sólo, cuatro junto con Guattari, uno con Parnet, otro con Carmelo Bene y una compilación de conversaciones; además de un sinfín de entrevistas, artículos, diálogos, conversaciones, introducciones, prólogos, reseñas y cartas reunidos en libros póstumos, o publicados como intervenciones puntales. Además, Editorial Cactus ha publicado trece volúmenes con sus “clases”, desgravaciones de sus cursos sobre Spinoza, Leibniz, Kant, Rousseau y Foucault, Bergson y el cine, Bacon y el diagrama y sobre su trabajo en torno a esquizofrenia y capitalismo. Salvo uno que otro texto puntual que se haya escapado a sus editores, prácticamente todos sus escritos han sido traducida y publicada en castellano. Lo que falta, habría que inventarlo. (He tenido el sueño recurrente con organizar una conspiración para redactar las clases que Deleuze no impartió sobre Kafka o Nietzsche).

 

Leer a Deleuze supone enfrentar decisiones: no hay frase suya que no esté ya impregnada de una atmósfera gaseosa y lúdica, efecto de la acción de ciertos pasadizos desconcertantes -a la vez que sumamente precisos- que conectan pensamientos que no obedecen ni dan a ningún programa sistemático de formación intelectual. No hay texto deleuziano que no esté poblado de un modo u otro de palabras claves – “hábito”, “pliegue”, “virtual”, “diagrama”- que funcionan como avisos de bifurcaciones veloces hacia parajes distantes habitados por ideas convergentes. Son cartelitos anunciadores de desvíos hacia zonas de disyunción y de multiplicación cósmica de “planos de inmanencia” en incesante conversación. Muchas veces esos cartelitos son nombres propios como Paul Klee, Virginia Woolf, Antonín Artaud, William Burroughs, Heinrich Vos Kleist, Lewis Carroll, Emile Bréhier, Bernhard Riemann, Samuel Becket, Suzanne de Brunhoff o Salomón Maimón (por nombrar solo un puñado). No se trata dispersión postmoderna, ni erudición universitaria, sino de un universo de consistencia a-centrada.

Deleuze no fundó escuelas ni tuvo discípulos. Pero sí tuvo grandes lectores, que accedieron a su propia escritura a partir de una radical inmersión en sus textos. No se trata de comentadores, sino de filósofos que pensaron a partir de ciertas zonas irresueltas, oscuras o fascinantes de su obra. Es el caso de Francois Zouravichvilli (Deleuze, una filosofía del acontecimiento, 1994) y David Lapoujade (Deleuze, los movimientos aberrantes, 2014). En la Argentina Deleuze tuvo grandes lectores, el más precoz y personal fue seguramente Néstor Perlongher, que estudió El Antiedipo en 1975. Entre los textos pioneros sobre su obra se puede nombrar a Dardo Scavino (Nomadología, 1991) y Raúl García (La anarquía coronada, 1999). Pero la presencia efectiva de Deleuze en la cultura argentina hay que rastrarla en grupos de estudios, cátedras universitarias, estudios académicos, debates militantes, querellas psicoanalíticas e investigaciones de tipo artísticas. Y, sobre todo, en los catálogos de editoriales fundadas en torno a 2001 (de Tinta Limón Ediciones a Cactus, entre otras), que introdujeron textos claves para la formación lectora de toda una generación, publicando textos de la galaxia deluziana (Félix Guattari, Gilbert Simondon o Jakob Johann von Uexküll), así como de quienes con mayor potencia y originalidad supieron relanzarla (Franco Berardi, Suelly Rolnik, Manuel de Landa o Peter Pal Pelbart).

 

¿Por qué Deleuze tuvo una nueva relevancia entre nosotros en torno al estallido de 2001? Por la gran afinidad de su filosofía con la experimentación. Su muerte coincidió aquí con un período de condensación de prácticas micropolíticas en torno a la impugnación del neoliberalismo. En ese contexto, Deleuze fue la filosofía de fondo de una Argentina agitada por los escraches de HIJOS y por la maduración del movimiento piquetero, así como por la enorme apertura intelectual que se dio luego de la caída del Muro de Berlín y durante los largos años del antimenemismo.

 

Si bien Deleuze fue el “maestro de una generación” (formula que utilizó para referirse a Sartre), lo que montamos aquí durante el período más subversivo de nuestra democracia fue más bien un artefacto-Deleuze, cuyo uso permitió poner en marcha todo dipo de “máquinas de guerra” -concepto inspirado en la intifada palestina- contra las trascendencias comunicacionales, las mistificaciones mercantiles y las formas de mando social. Alguna vez Toni Negri explicó que el izquierdismo de la filosofía actual comienza cuando se lee a Foucault desde Deleuze, a Deleuze desde Guattari y a Guattari desde el marxismo autonomista. El “deleuziamo de izquierda” argentino mixturó todo eso con un poco de zapatismo, de John William Cooke, de León Rozitchner y de la Hebe de Bonafini de los 90.

 

Tal y como entendió Foucault, la filosofía de Deleuze es una introducción a la vida no fascista, contra toda política que “nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota”; una filosofía hecha de devenires revolucionarios: exactamente lo que necesitamos hoy para arrancar este año 2025.

 

 

Relato de viaje en fuga de Milena Jesenská // Cynthia Eva Szewach

                                                                               Mi corazón latía en su jaula  

                              M. J.     

 

Esa mirada a través de la ventana, una mirada directa, resuelta, que no ve ni los techos ni los árboles, ni el cielo ni los caminos abajo, esa mirada que se lanza como una primera flecha, como un respiro de la angustia, ¿qué es sino el deseo de huir hacia el vasto mundo?”

Así comienza un artículo poético de Milena “Un coeur en rodage[1]. Un corazón en marcha, que busca lo desconocido, un recomenzar, un estado de soledad, a través del viaje, que narrará al modo de diario. Intenta partir a nuevos caminos, encontrar otro lado. Partir, partir, partir, escribe.

Aproximadamente en 1920 Kafka justamente escribe “La partida”, un cuento breve. El personaje monta su caballo. Su sirviente le pregunta a dónde va. El patrón responde:  -“No lo sé, simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta. – ¿Así que usted conoce su meta? -preguntó. Sí -repliqué-te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta». Al preguntarle al patrón por las provisiones, responde que no lleva, porque es un viaje largo, por lo tanto, no habrá opción tendrá que conseguir en el camino para no morir de hambre. “No hay provisión que pueda salvarme. Por suerte es un viaje realmente interminable.”

Milena realiza su búsqueda para retirarse de un tiempo de desasosiego de asfixia.  Ensaya en el texto un diálogo con su corazón, que personificado, lo imagina cerrar la puerta a todo lo que hay aquí y empezar de nuevo allá. Es una manera de salir de sí.  Aquí todo se derrumba, dice, allá existe una oportunidad de salvación.  Tiene que haber algo más, en otro lado.  Irse a lo nuevo y lo lejano.

Sin embargo, finalmente se trata del “regreso a casa”, aquello que creía una esperanza de salida, en hermosos lugares, no parecía funcionar. No le interesarán más los monumentos, aclara.  Sentía el corazón terriblemente oprimido… “Nunca me sentí tan abandonada como al imaginar que estaría obligada a permanecer en esa ciudad (aunque fuera maravillosa como París, Padua, Pisa)” No encontraba lo que creía, incluso olvidó qué buscaba. No fue un vagabundear en una errancia desértica, ni una forma de ahuyentar el tedio.  El corazón tenía miedo. Se sentía entre el hogar y lo extranjero y con lo extranjero se llenaba de temor. Contaba las leguas de distancia con su ciudad.  El mundo más vasto de lo que imaginaba, pero también fragmentado en jornadas, plagado de velocidades (…) “en toda esa inmensidad, no hay ni el mínimo pequeño refugio para no sé qué nuevo comienzo, para vidas nuevas¨”. Kafka, sin embargo, sabía de antemano que el viaje era interminable y, “que a partir de cierto punto no hay retorno, y ese es el punto a alcanzar”

Milena continúa afectada por una sublevación que no ve: el ser humano, “no grita, no llora, no desespera porque siente vergüenza: así que come, duerme, se viste, se lava, hojea periódicos, como si nada pasara…”  La vergüenza, un sentimiento que tantas veces Kafka padece en las cartas que le escribe, miedos, con un corazón estrujado, entre llegar y no llegar, soñarla, amar sus palabras.  Del viaje ella retorna a su casa llena de angustia aún así le sorprende que las cosas siguen ahí. Escribe que tiembla luego de soportar lo que llama una “prueba”. Vuelve al primer gesto: mirar por la ventana. Allí, más allá de los tejados, más allá del cielo y de la calle, se extiende el amplio mundo. “Hoy es tan desconocido, tan tentador y atractivo como el día en que partí. Pero yo, aquí, de pie junto a la ventana, empobrecida por la experiencia, como engañada por mi descubrimiento: ese mundo ahí afuera, aunque fuera diez veces más grande, no encierra nuevos comienzos”.

Se pregunta qué vale la pena como experiencia y si acaso valió la prisa. ¿Cómo suponer una experiencia que empobrezca? Ella nació en Praga, también vivió un tiempo en Viena, volvió a Praga…

Concluye; la cuestión es que no se trata de una fuga: “La vía hacia un nuevo mundo interior pasa por una sola cosa: el coraje de mirar de frente el colapso del antiguo. Para empezar, sería necesario que este colapso fuera total: es ese colapso total, ese trastorno y esa ruina es lo que habría que soportar”

Soportar la ruina… los escombros de los propios derrumbes, aunque hay otras ruinas que advendrán, in progress.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1]  El título en francés es: “Un coeur en rodage” no se pudo en principio ubicar en otros idiomas. La fuente es la versión francesa “Vivre” Bibliotheques 10/18 París. El artículo no lo encontramos aún tampoco en checo, su original. Puede traducirse, como un corazón en ablande, en rodaje, en camino, en circulación, en tránsito.

 

El anti-antiperonismo y la derecha argentina // Diego Sztulwark

Carlos Pagni cita hoy a León Rozitchner en su columna del diario La nación: «A Milei y sus colaboradores les cabe lo que León Rozitchner explicaba de los intelectuales de Contorno: “No éramos peronistas. Éramos anti-antiperonistas”. El anti-antiperonismo y aún el anti-antikirchnerismo es una línea invariable del discurso que La Libertad Avanza hace circular por las redes sociales».

Es verdaderamente extraño encontrar una referencia a Rozitchner y a la Revista Contorno en un periodista de la derecha liberal-conservadora argentina. La cita es tan exacta -«Éramos anti-antiperonistas»- que aún resulta orientadora de una posición intelectual: ese anti-antiperonismo fue un posicionamiento de radical antigorilismo, que apuntaba a concretar una cita perdida entre una clase trabajadora orientada por un líder nítidamente no izquierdista y una izquierda que apuntaba a confluir críticamente con ella en la experiencia de un enemigo en común.

Más allá de la clara inversión ideológica, la cita pierde algo de su precisión cuando se la aplica para entender las actuales pugnas fraccionales de la derecha: LLA tiene mucho de anti-kirchnerista, y de antiperonismo. Es muy posible que ese «anti» no sea caricaturalmente gorila al modo del Pro. De hecho, hay signos de que LLA tiene -aunque le duela al Turco Asís- un alma «menemista», con la que sueña tomar al peronismo desde la derecha. Si un día ese «anti-anti» funcionase realmente, tendríamos -posiblemente, improbablemente- una nueva hegemonía de derechas.

Lo que resulta estremecedor, en cambio, es el destino de las metáforas políticas del siglo XX argentino, anodinas para las diferentes fracciones de la izquierda y del peronismo progresista -que parecen declararse como aniquiladas intelectualmente en un momento dramático de desafíos extremos- y fuente de recursos retóricos y de prestigio para unas derechas que se declaran en ofensiva permanente. Como si el archivos vivo de nuestra historia hubiese quedado librado a un estado disponibilidad sin disputas interpretativas.

 

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