Me propongo escribir este libro desde que Félix Guattari murió, en 1992.
Pero el libro no terminaría nunca, porque el pensamiento rizomático es la cartografía de las regiones por venir, por lo tanto, las regiones en las cuales éste prolifera no dejan de desplegarse ante mis ojos, cada día que pasa, más rápidas que cualquier rayo-escritura.
El desarrollo de la red telemática, el agenciamiento biomaquínico, el Proyecto Genoma, la constitución de un paradigma bioinformacional son todas manifestaciones sucesivas de este devenir rizoma del mundo que Félix ha pre-cartografiado.
Entretanto el pensamiento de Félix Guattari y Gilles Deleuze ha ganado una vastísima atención, sobre todo en el ambiente Internet, allí donde se agencia y prolifera una forma de enunciación colectiva que se llama red.
Con la insurrección de Seattle, el 30 de noviembre de 1999, este agenciamiento ha mostrado ser una fuerza política planetaria. Agente colectivo de enunciación rizomática y proceso insurreccional son lo mismo.
Precisamente el agenciamiento de redes ha puesto en movimiento un proceso por el cual el pensamiento Deleuze-Guattari, y la bibliografía que éste alimenta, no deja de proliferar, superando cualquier posibilidad de mantenerse actualizado.
Sobre todo en el mundo anglo-americano salen continuamente nuevos libros y revistas sobre los temas que el pensamiento rizomático ha planteado a la atención filosófica, psicoanalítica, política y estética.
El campo del pensamiento filosófico y político, del psicoanálisis, pero también de la biotecnología y del ciberpensamiento están atravesados por los principales conceptos que la máquina neo-logística Deleuze Guattari ha construido.
En la trilogía que va de El Anti-Edipo a Mil mesetas y a ¿Qué es la filosofía? se condensa una aventura intelectual extraordinaria, que concluye probablemente la parábola del pensamiento del siglo veinte, y derrama sus energías más vivas en el pensamiento del siglo futuro.
No pretendo hacer un balance de la suerte actual del pensamiento Deleuze Guattari.
Quiero simplemente relatar mi historia, mi encuentro con aquel pensamiento y las perspectivas que veo derivar de él.
Mi encuentro con Félix Guattari sucedió en diferentes momentos. Cuando hacía el servicio militar en un cuartel de castigo del sur italiano, en 1974, había decidido hacerme el loco para ser enviado a casa.
Un amigo francés me había hablado de un psicoanalista que intentaba ver el mundo desde el punto de vista del esquizo más que desde el del psiquiatra, entonces compré un libro suyo, el único que por aquellos años estaba editado en Italia. El libro se llamaba Una tomba per Edipo[1].
Una noche de junio hice una pequeña escena de locura rehusándome a abandonar el turno de guardia y sosteniendo que allí permanecería hasta el extremo de mis fuerzas. Me ingresaron al hospital psiquiátrico de Nápoles y luego de diez días de observación el coronel médico me mandó a llamar.
Me preguntó: ¿qué es lo que no va?
Yo le dije: en verdad nada, va todo muy bien, sólo que cuando veo la patente de un automóvil los números quedan estampados en mi cerebro donde sufren toda suerte de recombinaciones, hasta que me viene dolor de cabeza.
El coronel médico (que se llamaba Moretti) me miró por un momento con interés, luego dijo que si había aprendido la lección, la había aprendido muy bien, y me mandó a casa con el diagnóstico de neurosis cenestopática (quién sabe por qué).
Desde entonces quedó impresa en mi mente enferma la idea de que Félix me salvó de la colimba. Ya saben, el alzamiento de la bandera a las seis y media y todas esas corridas adelante y atrás…
Luego leí El Anti-Edipo, en marzo de 1976. Aquella vez estaba en la cárcel, en una celda de san Giovanni in Monte (una cárcel bellísima que en el setecientos fue un convento y que hoy es la facultad de Historia de la Universidad de Bolonia). Por más bella que fuera la cárcel me deprimía, sobre todo porque me habían acusado de poner una bomba en una sede de la democracia cristiana, y yo no sabía nada de aquel asunto. Mi amigo Riccardo, que luego partió hacia destinos muy lejanos y que de tanto en tanto reaparece con una nueva mujer vietnamita o californiana, me envió a la celda una copia de El Anti-Edipo. Dentro estaba el mapa de las errancias existenciales y teóricas en las que nos estábamos perdiendo por aquellos años. Proliferar y perderse, éste era el sentido de la empresa colectiva que el movimiento intentaba en Italia.
En Bolonia con algunos amigos hacía A/traverso, una revista que había debutado con el título: Pequeño grupo en multiplicación. La idea del contagio, de la proliferación viral, estaba implícita en aquella fórmula presentada como modelo de organización (¿política? ¿post-política?, poco importa). Y la idea de que los procesos sociales y las transformaciones políticas y culturales son contagios, proliferaciones de virus que se difunden en el cuerpo de la sociedad produciéndole mutaciones, es una idea que proviene de la visión molecular de Félix. Uno de los puntos de contacto entre el pensamiento rizomático y la inspiración filosófica de William Burroughs, que ha hablado de la palabra como virus.
Me encontré con Félix personalmente recién en junio de 1977.
En aquel año en Bolonia tenía lugar una bizarra insurrección que se inspiraba más en el dadaísmo y en El Anti-Edipo que en los manuales de la política revolucionaria.
En un cierto momento para mí las cosas se habían puesto mal. Había hablado en alguna asamblea y había hecho imprimir volantes y periódicos. Iba a Roma con frecuencia donde me encontraba con otros autonomistas, así que un juez consideró tener todas las pruebas para acusarme de instigación al odio de clase y demás cosas.
Mientras el terror se había desatado en la ciudad. Un joven asesinado por un carabinero. Enfrentamientos de días enteros en el centro de la ciudad. Trescientos arrestos de estudiantes, jóvenes obreros e incluso amas de casa que por casualidad pasaban en medio de la batalla. Durante algunos días permanecí clandestino en la ciudad, durmiendo en casa de algún amigo, luego tomé el camino que llevaba al exterior. Naturalmente a París. En junio me decidí a telefonearle a Félix. No recuerdo el primer encuentro con él. Sólo se que enseguida fue lo que siempre ha sido.
Un amigo generoso, inocente y genial.
Al inicio de julio me arrestaron. El juez italiano que la tenía conmigo vino a París y convenció a la policía local de que yo era peligroso, y los de la escuadra antimafia me vinieron a buscar mientras iba de una amiga para el almuerzo.
Mierda, el depot de La Santé es un sitio fétido. Estábamos apiñados de a sesenta en un sótano, mientras afuera llovía a cántaros, y para mear era preciso hacerlo en un rincón atento a que nada ocurriese.
Permanecí dos días, luego me llevaron a Fresnes. Fresnes ya era entonces una cárcel high tech. En la celda estaba solo, las paredes eran todas de metal y en el patio se debía caminar en fila india. Añoraba la cárcel convento de Bolonia.
Pero aquello no duró más de una semana. Félix se había puesto en contacto con mis compañeros, había activado los canales de comunicación de la intelectualidad parisina y había creado, en pocas palabras, las condiciones para sacarme.
Los jueces debieron reconocer que la magistratura italiana había falsificado las cartas, y me concedieron permanecer en Francia. El día en que salí de la prisión de Fresnes Claudia vino a buscarme a bordo de un escarabajo Wolkswagen que guiaba Alain Guillerm, también estaba Danielle.
Ese mismo día me reencontré con Félix y juntos escribimos el texto de una declaración contra la represión en Italia y contra el compromiso histórico entre comunistas y democracia cristiana. La declaración obtuvo el apoyo de Michel Foucault y Gilles Deleuze, de Roland Barthes y de Julia Kristeva, de Philippe Sollers, de María Antonietta Macciocchi y de Jean Paul Sartre, entre tantos otros.
En Italia produjo un efecto fuertísimo, la intelectualidad italiana reaccionó expresando posiciones contrastantes. El disenso intelectual se manifestaba, por primera vez, como fenómeno internacional capaz de oponerse con la misma fuerza al capitalismo occidental, a la opresión soviética y al socialismo real.
La declaración abrió el camino hacia un congreso en contra de la represión que tuvo lugar en Bolonia, en septiembre de aquel año. El congreso de septiembre fue un evento muy importante. Llegaron decenas de miles de personas (algunos dicen que eran cientos, no las he podido contar). Se hicieron asambleas enormes, reuniones y representaciones teatrales en las calles, comicios móviles y conciertos. Fue una explosión de alegría y de rabia, pero en cierto sentido aquello marcó el fin de la historia de los movimientos en Italia abriendo la fase de la deriva terrorista y de la acción estatal de liquidación de las fuerzas sociales disidentes.
En aquellos días la gente llegó a Bolonia como esperando una palabra mágica capaz de abrir el camino hacia una nueva historia, una historia igualitaria y libertaria que estuviese a la altura de los tiempos venideros.
Era como si todos estuviesen allí para oír el rumor del tiempo que estaba llegando y para encontrar la fórmula mágica capaz de evitar el reflujo, la violencia, la catástrofe, el aislamiento y la derrota de toda solidaridad.
No logramos encontrar aquella palabra mágica.
Ciertamente habíamos errado en algo. Quizá también habíamos errado en aquella declaración de julio de 1977. Habíamos ubicado a la violencia estatal y a la represión en el centro, habíamos insistido en el derecho al disenso, mientras que probablemente deberíamos haber insistido mucho más en el carácter propositivo y creativo del movimiento.
De este modo no habríamos cambiado el curso de la historia que estaba preparando una contraofensiva capitalística furiosa a escala internacional, la contra-revolución tacheriana a escala global y el ataque a las formas de vida de la clase obrera. No habríamos cambiado la historia, pero quizás habríamos preparado la transformación de los rebeldes en experimentadores autónomos. En los años sucesivos me encontré con Félix sobre todo para discutir lo que se podía hacer para ayudar a los expatriados políticos que venían de Alemania o de Italia. Durante los años ochenta, los años de invierno[2], su empeño público principal estaba dirigido a denunciar la represión política y a defender lo conquistado por las luchas pasadas. Pero la creatividad filosófica de Félix Guattari, en los libros escritos junto a Deleuze y en aquellos que escribió solo, no sufrió en absoluto el contragolpe de la situación en la que nos encontramos cuando debimos defender algo de nuestro pasado, y la posibilidad misma de nuestra supervivencia.
La creatividad filosófica de Félix Guattari consigue delinear un panorama mucho más amplio del que nuestras fuerzas pueden hoy abrazar. En este sentido canta la canción de los tiempos que deben venir.
Félix murió en 1992.
La caída del bloque soviético, la proliferación de los conflictos étnico-religiosos y el devastador despliegue de la onda monetarista dibujan el horizonte de los años noventa. Luego de su muerte he seguido el desarrollo de la última década del siglo considerando al pensamiento rizomático como un mapa, procurando ver las huellas de lo real en continuidad con las líneas que el mapa contiene.
En continuidad no en analogía, porque el pensamiento rizomático no es un calco sino un ritmo, un funcionamiento, un estilo. Un mapa rítmico, si se puede decir así.
Este libro querría reconstruir el mapa rítmico del pensamiento Félix, y hacer resonar los acordes, los ritornelos y las disonancias de la rapsodia planetaria contemporánea a partir de aquel mapa.
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