Carta a Diego Sztulwark sobre El temblor de las ideas políticas // Mariano Pacheco

Diego:

 

Querido amigo, compañero.

 

Tal como te decía el otro día en nuestro almuerzo, más allá de que podamos hacer una breve entrevista para diario Perfil o que más adelante publique una reseña de El temblor de las ideas en algún “pasquín digital”, prefería retomar ese gesto pretérito, anacrónico, de la correspondencia y escribirte esta carta, sobre todo atendiendo a tu fascinación con Kafka, y a mi berretín de los dos últimos años, en los que vengo trabajando sobre diarios (también memorias y autobiografías) de pensadorxs y escritorxs (entre ellos, los Diarios de Kafka, quien también supo cultivar con maestría, el género epistolar).

 

Hoy, justamente, terminaba de escribir una nota en la que citaba aquel párrafo emblemático de Respiración artificial en el que Ricardo Piglia apela a la figura de Kafka para rescatar esa idea de que el escritor es alguien que “sabe oír”. Renzi y Tardewski, ¿te acordás?, conversan en un bar y el segundo le dice al primero: “Kafka estaba atento al murmullo enfermizo de la historia”.

 

Hay algo de la escucha, como tan bien enseña el psicoanálisis, que adquiere un valor aun mayor en tiempos monológicos (poco lógicos), como los actuales, en donde la conversación debe ser cultivada, enhebrada casi diría, como tejido artesanal. Y tu libro tiene, entre otras cosas, esa virtud: además de sacudir la modorra, invita al diálogo, a la discusión. Y lo hace, además apelando a Kafka como “estratega”, un escritor político que evalúa incesantemente el vínculo entre historia, política, literatura, sin separar –decís– afecto y lenguaje.

 

Te diría, en primer lugar, que rescato que haya algo de cartografía de los debates epocales que esté tan presente en el texto. Si bien debo confesar que me gustó mucho más La ofensiva sensible (es más breve, y más “tuyo”, en el sentido de las propias hipótesis construidas a lo largo de años y lanzadas –al decir de Arlt– como “cross a la mandíbula”), esta “búsqueda por encontrar una salida donde no la hay” es un convite a pensar: pensarnos desde el campo de la emancipación (si es que aun hay algo así como un campo de fuerzas sociales que integramos quienes no nos resignamos y sucumbimos al realismo capitalista), pero también –y allí el mayor gesto que conmueve de tu libro– pensar al enemigo (sus lógicas, sus retóricas, sus ataques, sus eficacias). Pero pensarlos sin esa fascinación tan politológica de estos tiempos (casi olvido que tu formación universitaria es en la ciencia política, aunque creo que a estas alturas ese rasgo debe haber quedado enterrado tras varias capas de autodidactismo e investigación militante).

 

Te cuento que, paradójicamente, las partes a las que menos le presté atención en cuanto a contenidos es la que más me generó entusiasmo respecto a lo formal de la escritura: los tramos de “diario de la perplejidad”. Falta de entusiasmo –sintomático seguramente– por tratarse de notas de coyuntura, en tiempos en los que –luego de tres décadas de militancia más o menos “orgánica” en los marcos de organizaciones políticas o movimientos sociales– me encuentro un poco recluido (replegado, me gustaría pensar) en lecturas y procesos de escritura que tienen más que ver con esa zona de entrecruzamiento entre literatura, filosofía y psicoanálisis que con la política en sentido fuerte. No sé si a vos te habrá pasado al escribir, pero a mí me pasó al leer: sentía que tus reflexiones tienen mucho que decir a un “sujeto” militante, pero intuía que poco tenemos que ver hoy (vos, yo, mucha gente que anda por la vida en una búsqueda y te podemos leer y sentirnos interpelados) con aquello que entendimos durante tanto tiempo como militancia (en partidos, sindicatos, incluso en los “nuevos” –ya viejos- movimientos sociales).

 

Así y todo, creo que “el partido de los sin partido”, tenemos mucho jugo para sacar al exprimir la lectura de las páginas de tu libro, tratando quizás de pensar y proyectar nuestras prácticas, muchas veces “personales” (qué término horrible, y cuanto sistema hace ese lema de “lo personal es político” con el emprendedorismo neoliberal/ libertariano), y con “personal” me refiero a formas de intervención que hoy pasan por hacer un diferencial en el trabajo de cada quien en ámbitos de la salud, la educación, la salud mental, los talleres, la escritura, alguna práctica artística…

 

La cuestión de la soledad es algo que, desde mi niezscheanismo temprano, siempre supe valorar positivamente y es algo que está muy presente en prácticas como la lectura, la escritura, la producción artística (hace poco bajé de Lobo suelto un texto de Althusser sobre Maquiavelo en el que también piensa algo de todo esto. Creo, de hecho, que se titula “La soledad de Maquiavelo”, aunque también en otros sitios habla de la soledad de Marx, de Freud y de la suya propia, por más que para un comunista no pueda sino estar claro que todo proceso de transformación social es posible con multitudes organizadas y abriéndose camino en las luchas emancipatorias).

 

En fin, después de todos estos rodeos (¡de nuevo Althusser!… usted me sabrá disculpar estas derivas althusserianas-badiouianas de estos últimos años, camarada deleuziano-guattariano-toninegriano), paso a decirte lo siguiente: las varias páginas que anoté en mi cuaderno, mientras leía tu libro, fueron organizadas en dos columnas: una de las derechas, otra de las perspectivas emancipatorias.

 

Paso a compartirte, bajo esa lógica, algunas cuestiones que me quedaron dando vueltas respecto de cada una de ellas y, hacia el final, algunas otras que me quedan para discutir, si tenés ganas, en algún próximo encuentro que tengamos.

 

 

LAS DERECHAS

 

Algunas de las cuestiones que planteas sobre el proceder de las derechas me parece fundamental a tener en cuenta para cualquier análisis de situación actual: eso de que auspician la crueldad; que se apropian de saberes contraculturales; que tienen una facilidad grosera, en su desinhibición del lenguaje, para impugnar el tablero político tal como está ordenado, de derecha a izquierda; que reivindican, incluso orgullosas, el término derecha, porque tienen un gesto transgresor para propiciar subjetividades reactivas adecuadas al sistema del gran capital y la familia. En fin: que estamos frente a una derecha que proclama la disolución de la política en la cultura (una cultura ampliamente digitalizada, flujos semióticos despegados de todo anclaje en cuerpos colectivos). Estas nuevas derechas, fuertemente financierizadas y tecnologizadas, bajo el nombre político de libertarianismo, reconoce, amplía y fortalece el viejo programa de desigualdades.

 

El fascismo, entonces, aparece como palabra-clave de la época. Coincido en que no podemos dejar de referirnos a él, con todos los reparos que la hora amerita. Diferenciar el fascismo histórico de aquello que hoy se puede caracterizar bajo ese nombre. Si el fascismo expresa una revolución moral, espiritualista, antimaterialista, con una forma estatal de producción de obediencia y una violencia que bloquea esperanzas, el fascismo 2.0 –según dice Albert Hilbert y vos citas–, está concentrado en Internet, en una especialidad que se centra en los usos del lenguaje. Funciona como una rebelión sin rebelión, un brutalismo social que produce una catástrofe vincular, una incapacidad en los sujetos de discernir (sometimiento de la mente humana por la vía de un bombardeo ininterrumpido de impulsos eléctricos que, con independencia de sus contenidos éticos, provoca una reacción en ruptura con el funcionamiento de la mente alfabética”, según tus propias palabras).

 

Me gustó eso que rescatás de Luis García sobre el fascismo cosplay, ¿no? Este nuevo fascismo que implica una alianza implícita entre sujetos colapsados (rotos, podríamos decir), que no esperan nada de la historia, y aquellos sectores de poder dispuestos a que nada cambie y, aún más, sedientos de recortar cualquier signo que quede de democracia e igualdad. Este monopolio narrativo “soso” para el presente, como reacción prefabricada frente a argumentos bien construidos, cobran mayor fuerza con los medios propagandísticos contemporáneos. Si hay una novedad en las derechas, por lo tanto, es en su aprendizaje en el uso de las técnicas de comunicación de redes. De allí su fascinación por figuras y narrativas del enemigo, esto es, que bajo la etiqueta de “batalla cultural”, llevan adelante en una reducción de Gramsci a un experto de comunicación.

 

La tan mentada batalla cultural, entonces, implica que cada uno se transforme en un publicista libertario (es una técnica para crear auditorios). Publicidad total, carencia de sofisticación, en una ensalada que entremezcla servicios de inteligencia, empresarios, operadores judiciales, funcionarios estatales, internacionales de la derecha. En ese territorio centradamente virtual, se actúa sobre la base de insultos y la exaltación de una lógica del complot que solo tiene como trasfondo el resentimiento. Se opera con lenguaje lineal, con consignas prefabricadas que desactivan la movilización social y conjura los enfrentamientos reales con el poder. Sin enfrentamientos, sin antagonismo, nos queda el odio, la precariedad, la implosión social.

 

Así, estas derechas que emplean la palabra libertad como verduga de la palabra igualdad, se promueven en el marco de una sociedad ajustada, tal como Juguetes Perdidos trabaja esta idea, bajo la marca de la implosión. Explosión, pero hacia adentro: hundimiento de la vida de los sectores populares en la precariedad, distribución regresiva del poder social, amenaza permanente que cierra escenarios. Esto, sumado a la idea trabajada fuertemente por Franco Bifo Berardi de desexuación (intercambio comunicativo que separa deseo y cuerpo, el vínculo piel con piel), nos deja frente a un escenario desolador: riesgo de soledad y sufrimiento. Las economías de plataforma, que precarizan y disciplinan al sujeto, junto con el odio que promueve la extrema derecha, complementan el panorama de despolitización, en términos de separación de la bronca de los afectos transformadores. La democracia en este contexto queda reducida a campo institucional de saqueo.

 

En función de esto último, me interesó particularmente la caracterización que haces de este ciclo de gobierno de La libertad avanza y de la figura del presidente Javier Milei, en tanto que personaje que no tiene en cuenta las formas “pactistas” de la derecha moderada, ¿no?, y que plantea una radicalización, una ofensiva desreguladora del Estado que a su vez es profundamente estatal. Al negar la realidad de la explotación social, Milei radicaliza el índice de la irracionalidad del discurso político. Esa retórica de las extremas derechas, decías, muerde en la incapacidad de la política para transformar la deriva desigualitaria. Y el pueblo, mientras, aguanta: no resistiendo, sino soportando el ajuste que cada día aparece en el trabajo y en el conjunto de las formas de vida. Vos decís que el capitalismo actual coopta y privatiza la capacidad del aguante que podrían ser capacidades estratégicas y organizativas en manos de una fuerza de trabajo politizada con saberes activos según lo planteó en su momento Paolo Virno.

 

Aquí es donde emerge con toda contundencia la necesidad de repensar la política por fuera de la gestión (incluso en clave progresista) del orden existente, para relanzar la imaginación, y volver a poner en primer plano el debate en torno a las perspectivas de emancipación.

 

 

LAS PERSPECTIVAS EMANCIPATORIAS

 

Entiendo que uno de los principales desafío teórico-políticos de la época (con teórico-político entiendo obviamente, asimismo, intervenciones prácticas) es evitar la mímesis con la derecha.

 

Es esta casi una obsesión que tengo en los últimos tiempos, viendo a tantos compañeres de ruta (en la izquierda y el peronismo), siendo implacables críticos del progresismo, cuando tantos lo fueron durante tantos años, y después terminan, en la actualidad, atacando del progresismo lo mismo que ataca la derecha (¡había que ser antiprogresista durante la década ganada! –para los peronistas– o frente a las derivas electoralistas de una izquierda que, mientras ampliaba su caudal de votos en las elecciones, perdía cada vez más peso en el movimiento obrero –en sentido amplio, más allá de las cegueras de la mayoría de las fracciones trotskistas argentinas frente a la mutación de la composición de clase–).

 

De allí que haya subrayado con énfasis ese apartado en el que sostenes que la izquierda no puede envidiar la “radicalidad y astucia” de Milei imitando su gesto en dirección contraria, sencillamente, porque es una “ilusión impracticable”, puesto que ese proyecto se sustenta “en poderes que la izquierda impugna y desea transformar”. Entiendo la frase como un gesto tuyo, ahora sí, gesto en buen sentido, aunque tengo mis dudas que la “izquierda” (incluyendo en ella a las corrientes compañeras del peronismo, aunque renieguen del término e incluso de parte de su digna historia –la “izquierda peronista”; el “peronismo revolucionario”–) impugne los poderes dominantes y desee efectivamente transformar el orden capitalista (es una pena la cerrazón del trotskismo frente a lo que el peronismo significó para la clase obrera argentina en términos de posibilidad de enlazar transformaciones profundas, porque como decía Horacio González, es en esa intersección donde efectivamente algo del realismo emancipatorio pude tener lugar).

 

Como bien planteas, entonces, la crítica al progresismo (a su bien-pensar que no hace fuerza de las ideas), por lo tanto, no puede sino ser izquierdista: retomar una perspectiva combatiente de ideas-fuerza, salirse de la lógica de la administración sin antagonismo y de esa lengua moralista y parlamentarista resulta fundamental (aparece así la necesidad de producir una alteración profunda entre decisión política y participación popular, decías).

 

De allí la importancia de los cuerpos, del cuidado de los cuerpos, que son al fin y al cabo los que pueden componer otro mundo, además de combatir el actual con lucidez. Una elaboración personal y colectiva de aquellas trampas que liga nuestra vida a la reproducción del capitalismo es parte de una tarea político-sensible, podríamos decir, pensando también en algunos planteos de tu libro anterior. De nuevo la reivindicación de León Rozitchner (o del “análisis militante del inconsciente”, como decían Deleuze y Guattari). Otras razones, diferentes prácticas, otra sensibilidad.

 

En relación a los nombres propios que expresan corrientes de pensamiento, no puedo dejar de reparar en esa operación, tan bellamente típica del ensayismo argentino, de poner en serie autores y textos de distintos tiempos y latitudes. En este caso, me gustó mucho el apartado en el que de algún modo todas las lecturas de y sobre Kafka entran en diálogo con Rozitchner… ¡Y Guevara!, el nombre maldito (junto con el de Cooke), que permite volver a discutir, de nuevo, la revolución (no me parece casual que El Che haya sido una figura clave de las luchas populares del ciclo desde abajo –1994 – 2002–, que no lo haya sido durante los años del ciclo progresista –2003- 2015– y que sea un indigerible para las lógicas de la academia y el periodismo, incluso en sus versiones progresistas).

 

Digo ciclo de luchas desde abajo y, de nuevo, aparece el 2001 para pensar nuestra historia reciente. Y para rescatar (¡sí, otra vez!), aquello que tantas veces planeamos ante la cerrazón del progresismo y que hoy aparece olvidado en la política argentina: que 2001 enseña a mirar desde abajo y a escuchar lo popular: una “revuelta cognitiva”, decías, un experimento para hacer de la destitución una fuerza inesperada de los despojados, una elaboración de saberes que impugnen desde abajo el poder de las clases dominantes.

 

Un gran acierto, entonces, situar la cuestión anímica como trasfondo de cualquier perspectiva emancipatoria política futura: poder distinguir los propios afectos para hacerlos pasar por el lenguaje y recuperarlos como potencia de lucidez, encontrar la posición subjetiva que nos permita evitar la coincidencia con las lógicas del poder. Una politización que nos permita pensar nuevos posibles, gestar ideas que provoquen los movimientos de los cuerpos. Para ello necesitamos imperiosamente salirnos del conservadurismo de “defender” (aquello que se pudo haber conquistado, sea en luchas sociales o en “políticas públicas” implementadas desde el Estado) y pasar a sumergirnos en las apuestas de transformación radical de las sociedades capitalistas. En ese sentido viene muy bien aquello que recuperas de Antonio Negri, en torno a combatir el miedo (que es al fin y al cabo el que fortalece al fascismo) y obrar sin respuestas, con voluntad democrática y una posición por la igualdad y la fraternidad que busque la desobediencia.

 

Por último, destaco esto de rescatar hoy las posibilidades de resistir la degradación, recuperar un entusiasmo por la gestación de nuevos posibles y de comprensión de la revolución (esa palabrita extinta del lenguaje político contemporáneo, tanto en las izquierdas como en el peronismo), como estímulo del optimismo, en esa clave de relectura de Kant y de Foucault que haces, para que esa disposición al entusiasmo modifique la predisposición egoísta y desbordada del cálculo de la conciencia individual que busca siempre obtener beneficios en términos de una conveniencia personal. Decís: “una política es una práctica que liga afectos, aspiración a involucrarse en un colectivo mayor”.

 

Todo el mundo de la “carrera política” (estatal o sindical, o incluso como “dirigente social”), del estrellato mediático (incluidos los formatos streaming y de tik-tokers), del prestigismo académico conspiran contra eso. ¿Desde dónde resistir?, me pregunto. No sé si tendremos muchas respuestas, pero escribir, como parte de esa resistencia para extraer vida a la muerte, a la destrucción del mundo, resulta hoy vital para “emitir señales visibles de futuro”, como decís, en perspectiva de sostener un materialismo que tenga la lucidez del análisis crítico, pero también, que habilite un auténtico recomienzo político.

 

 

ALGUNAS CUESTIONES PARA DISCUTIR

 

De las tantas que habría para conversar y que he tratado de pasar en limpio en esta carta, me interesa –sin embargo—subrayar tres cuestiones que entiendo sería bueno poder discutir mejor, más a fondo.

 

La primera es la cuestión de la democracia. Sospecho que es más lo que perdemos que lo que ganamos sin confundimos (o más bien: si fundimos) democracia con democracia liberal-representativa, porque en lo que va del siglo XXI todos los procesos en el mundo que tratado de funcionar como contrapunto, como contra- tendencia al nuevo orden mundial que rige desde 1989 a estar parte, tuvieron algún tipo de combinación entre movilizaciones de masas en las calles (en muchos casos incluso grandes rebeliones) y disputas institucionales con victorias electorales que permitieron llegar al gobierno por esa vía (dentro del denominado “ciclo progresista”, quizá lo más interesante haya sido Bolivia y Venezuela, en ambos casos con reformas constitucionales e intentos de transformación de la vieja estructura del Estado, apelando a una fuerte participación y movilización social). Ni las guerrillas ni las insurrecciones armadas tal como se conocieron en el siglo XX parecen tener viabilidad, al menos por ahora, en este contexto y la “vía” de transición hacia otro tipo de orden social a través de la “dictadura del proletariado” parecen también tener poco lugar en nuestra contemporaneidad. De allí, me parece, la necesidad de profundizar una elaboración en torno a la democracia, rescatar otros linajes teóricos, rescatar experiencias históricas y otras definiciones del término (sabes que algo de eso traté de hacer en mi último libro, que quedó bloqueado en sus posibilidades de un debate más amplio por coincidir su salida con el triunfo de Milei).

 

En segundo lugar, tu crítica a la idea de “giro a la derecha” de la sociedad argentina.

Vos te preguntas en una parte del libro si hay una desafección micropolítica y una derechización macropolítica, entendiendo por desafección la sustracción de un afecto sin emprender fuga alguna y, en otro apartado, reforzas este planteo apelando a la idea de ”analítica molecular del deseo” para realizar una lectura no politicista de lo político a través de la cual la derechización sería un efecto de una epidemia de soledad y sufrimiento “a la espera de un nuevo tipo de expresión”.

 

Ojalá fuera así. Soy bastante más pesimista y creo que, si bien no tenemos “Camisas negras” organizadas y dispuestas a salir a las calles a dar batalla (entre otras cuestiones por lo que trabajas muy bien de la diferencia existente entre el fascismo histórico y esta suerte de devenir neofascista de las derechas contemporáneas), si bien no hay una adhesión masiva y activa a un tipo de proyecto así, sí existen desde hace tiempo índices de adhesión masiva-pasiva y menos masiva pero activa deriva fascistoide de amplios sectores sociales, y no sólo capas medias pauperizadas como se suele caracterizar desde las izquierdas más ancladas al siglo XX. Es preocupante, pero como decía Sartre: “hay que poder mirar la situación de frente”.

 

Las escenas de silencio e indiferencia, pero también de participación activa en hechos que hasta no tanto hubiésemos caracterizado como “aberrantes”, hoy se tornan muchas veces moneda corriente, en miles de pequeñas acciones, omisiones y palabras (o gritos) que circulan por abajo en nuestra sociedad.

 

Por último, coincido plenamente con aquello que no aparece en el libro pero que le planteas a Fernando Rosso en su canal de streaming cuando te invitaron a conversar sobre El temblor de las ideas, y le decís que se sorprenderían de cuantos cerraríamos filas allí si transformasen el FIT-U en una herramienta política de una izquierda más amplia, y no sólo en un frente electoral de partidos trotskistas.

 

 

A MODO DE DESPEDIDA (POR AHORA)

 

En función de todo esto, como también te decía cuando nos encontramos, veo un círculo virtuoso que lograste establecer entre los Grupos de estudio (que desde hace ya mucho tiempo coordinas abordando lecturas teóricas), tu inserción en la Radio de Las Madres (sobre todo, en función de las entrevistas que podés hacer allí, pero también, como caja de amplificación de tu trabajo hacia un público más amplio), tu intervención en redes sociales (sobre todo vía textos, en Facebook, sin sucumbir a la tiranía audiovisual de Instagram, ni al breve lenguaje cloacal de X, ni a la frivolidad cínica que cunde por lo general en el mundo streaming) y, finalmente, la publicación de libros, más allá de los textos más breves que desde hace años publicas en medios culturales, sobre todo portales digitales (entre ellos Lobo suelto!), aunque también, en el último tiempo, en Página/12.

 

Esto último lo subrayo porque, más allá de cuánta gente pueda leer el libro, este formato aun permite realizar esas recorridas de “presentaciones” donde se habilitan múltiples conversaciones y, sobre todo, se producen esos encuentros que permiten situar la dignidad de la palabra escrita más allá de la temporalidad inmediatista actual, legando páginas impresas al porvenir. La salida de El temblor de las ideas, entonces, la inscribo en ese trabajo más amplio y diverso que haces con las palabras, donde las ideas presentes en el libro circulan por aquí y por allá.

 

Algo de esto abordas al inicio del libro. Acuerdo, y me gustó mucho eso que decís respecto a la necesidad y el anhelo de realizar una “defensa activa” de palabras que nos permitan defendernos ante tanta corrosión del lenguaje, ante tanta descomposición de la política (que, agregaría, es también una descomposición de la militancia respecto de los usos activos del rico lenguaje, cada vez más empobrecido).

 

Para “salirnos de la complacencia de la indignación sin lucidez”, como bien señalas, y poder “reorientarnos estratégicamente” (como viene insistiendo el maestro Alain Badiou, y nuestro común amigo Raúl Cerdeiras), necesitaremos de toda la complejidad de los conceptos, para que funcionen como armas efectivas a la hora de efectuar una crítica radical al orden existente, incluido el orden del discurso.

 

Bueno, como dice uno de los personajes de Diego Capusotto: ¡tengo hasta acá!

Un abrazo grande, compañero, y espero que nos encontremos pronto para seguir la conversa.

 

 

Mariano Pacheco, 03- 12- 2025

 

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