Capitalismo o existencia humana // Raúl Cerdeiras

Si la crisis que provoca la pandemia del “coronavirus” porta algo alentador en términos de modificación de la realidad en que vivimos, es que puede acelerar la caída de una palabra tan universal como universal es su función de ocultar. Esa palabra es “economía”. Varias veces de manera provocativa escribí sobre el tema afirmado que “la economía no existe”. La palabra economía se usa en el lugar de “capitalismo”.

¿Qué pasaría si en todos los discursos (no importa quién lo pronuncie) con los que hace años nos aturden todos los días se dijera la verdad? Aquí la “verdad” significa: en vez de decir “la economía” se dijera “el capitalismo” Por ejemplo, escuchamos diariamente decir que “las medidas de prevención sanitarias deben afectar lo menos posible  a la economía”. Ahora bien, corramos el velo y en lugar de economía digamos capitalismo, es decir: una estructura que organiza mundialmente la vida social de los pueblos dominada por una oligarquía que reúne el 10% de la población mundial  y es propietaria del 86% de la riqueza producida [y el 1% de ese 10% posee el 46% de ese 86%]una clase media que cubre el 40% de la población y lucha por el reparto del 14% sobrante; finalmente, el 50% restante de los seres humanos que habitan este mundo son pobres y no poseen nada. El capitalismo funciona atado a su única ley, la ganancia y su acumulación que la obtiene mediante la explotación (directa y/o indirecta) de la fuerza de trabajo de los que nada tienen. Para realizar esa riqueza somete a la humanidad a la maquinaria infernal del consumo sin fin de cualquier cosa que sea. Dentro de su lógica destroza todo lazo social humano, promueve el individualismo hasta niveles insospechados a tal punto de crear la figura  del “emprendedor” que es una subjetividad que se obliga a sí mismo como si fuera su propio patrón. Desparrama por todo el mundo guerras no convencionales de rapiña para apoderarse de las riquezas allí donde estas florezcan y, como todo lo hace prever, dentro de un tiempo quizás no tan lejano hará inhabitable este planeta. De golpe, aparece que estamos promoviendo medidas sanitarias para preservar la vida tratando de “afectar lo menos posible” a esta máquina infernal de matar a más de media humanidad por hambre, despojo y persecución.

Todo el mundo “sabe” eso, sin embargo se lo acepta resignadamente porque nos han hecho creer que es lo único posible, que es algo natural, incrustado en la esencia misma del ser humano y que llegó para quedarse. Los dueños del mundo, sus políticos y sus Estados no hacen más que decirnos que no hay otra alternativa. A lo sumo algún grupo de gente quizás bien intencionada piense que desde el Estado se puede domesticar un poco a la bestia, hacerla más “humana” y “solidaria”, racional, etc. pero jamás abolirla. Son los populistas-progresistas “democráticos” que aún no se enteraron que cumplen de vez en cuando el papel de médicos de cabecera del capitalismo. Cuando este sistema corre el riesgo de empezar a resquebrajarse estos médicos llegan en la ambulancia de los votos que recogen en el camino prometiéndoles alivio a las pobres e indefensas víctimas hambrientas, porque “ellos saben” cómo reactivar la economía (o sea: el capitalismo) para sacar al país adelante. Así nos va. Algunos otros, los “tacticistas”, (que yo llamo los “realistas de vanguardia”) nos harán un guiño y una mueca de complicidad diciendo: “si, ya lo sabemos, pero no conviene decirlo porque espanta a la gente”. Así nos va.   

¡Es el capitalismo, estúpido! Hay que decirle al bueno de nuestro presidente cuando molesto porque el dueño de Techint despidió a 1450 obreros se reconfortaba diciendo que “afortunadamente la mayoría de nuestros empresarios”  no se conducían con ese espíritu egoísta. ¿Qué esperar cuando después de 163 años de publicado El Capital de Marx, un presidente dice tamaño disparate? Y cuando Cristina (junto con el Papa, la mejor propagandista del capitalismo humanitario) en un acto electoral del año  pasado en la Matanza decía “que había que meterles en la cabeza a los capitalistas algo que  no terminan por comprender y es que si la gente no consume ellos no existirían”. Pero no puedo dejar de recordar una frase emblemática que se repite constantemente, y para el mundo político de los médicos de cabecera del capitalismo es de una contundencia tal que no dejan de regocijarse con ella: “los muertos no pagan”. ¡Genial!. Veamos que encierra esta afirmación. En primer lugar el reconocimiento que el acreedor (es decir, el sistema capitalista representado por el FMI), es mortífero, te mata sin miramientos. En segundo lugar que se está dispuesto a vivir a cualquier precio. En tercer lugar,  ese “cualquier precio” significa que si me deja con vida voy a poder pagarle lo que le debo, y de esa forma mi acreedor podrá seguir reproduciéndose como lo que es: una maquina mortal. Ese es el mecanismo perverso de este slogan que se repite como un “arma efectiva en la mesa de negociación”: dejar que la vida de la humanidad se convierta en el medio para que siga reinando sobre ella el mortífero capitalismo.

Tampoco lo hace la izquierda tradicional que debería, aunque sea por tradición, denunciar públicamente y de manera constante y sistemática lo siniestro del capitalismo. No lo hace porque su política para poner en marcha ese proyecto reproduce, sin ninguna crítica de fondo, el modelo marxista-leninista que sucumbió, y encima han aceptado todos los requerimientos legales que les exige el Estado burgués para funcionar dentro del sistema político “democrático”.

Esta paralización de la realidad y su vida cotidiana  con todos los clichés del sentido común, pueden desocupar un espacio para la circulación de  cuestiones que hablen del peligro que corre la subsistencia de los humanos en tanto su vida en común se sostenga en el lazo social capitalista. La palabra “comunismo”, que hace más de medio siglo fue desterrada de la política: comunismo=terrorismo, fue la sentencia de la derecha que cubrió a todo el planeta. El “apagón” de esa palabra ayudó mucho para que deje de estar iluminada su opuesta. Ahora puede ser que la palabra “capitalismo” empiece a tomar cuerpo de nuevo por el solo hecho que se deban tomar medidas que buscan defender la vida (cuarentena, etc.) pero que complican a la economía y que esta reaccione de tal manera que podamos empezar a sospechar ¿qué es esa “economía” que no retrocede ni aun cuando corre peligro la vida de los humanos?

En medio de un posible despertar de algo nuevo en el campo de las políticas de emancipación, creo que sería aconsejable alentar esta tendencia de que la gente empiece a interrogarse acerca de qué tipo de sociedad está parada, qué hay detrás de la palabra economía que no sea cuánto dinero gana, le falta o puede gastar. En su momento, de la mano de Copérnico y muchos otros más, la humanidad tuvo que digerir el cimbronazo de que la Tierra era un minúsculo cascote que flota en un Universo inmenso sin saber a ciencia cierta cuál es su destino. Es el comienzo de la llamada “muerte de Dios” que tardó más de un siglo para ser aceptada y a regañadientes. El  cimbronazo producido en el sentido común compartido por siglos (es falso que Dios puso al Hombre en el centro del universo) fue un acicate para invenciones decisivas en la historia de la existencia humana, de las que no podemos olvidar la apertura de las eras de las revoluciones políticas destronando a las monarquías feudales y proclamando principios que afirmaban la igualdad de los humanos.

Esta puede ser una circunstancia parecida en cuanto amenaza resquebrajar el escenario de nuestras certezas y anunciar que las cosas no están dadas de una vez y para siempre. Aunque sea incipiente hay algo que se puede ir instalando en la experiencia más vital del día a día de la existencia. Sentimos el miedo cierto de perder la vida en manos de un virus poco conocido e imprevisible en su destino final, y cuando la voz de orden más razonable nos indica que la mejor forma de defendernos es recurrir a un voluntario y solidario aislamiento, resulta que hay algo que perturba, que impide ese gesto solidario: la economía. Tengo la esperanza que en el interior de la fuerza política que hoy gobierna el país, en el militante que compromete su vida a favor de una causa que él cree justa, este resquebrajamiento abra canales por los que ingresen otras aguas, comenzando por un “hilo” pero que puede terminar en un torrente. Pienso en las Madres de Plaza de Mayo.

No hay verdadera liberación si no nos liberamos de un sistema. Quizás ese pequeño chorrito de agua signifique que va tomando cuerpo la decisión de que en momentos como los que estamos viviendo, no podemos dar en política un solo paso si no es denunciando a cada momento a este sistema mundial capitalista. Pero no como ese vago telón de fondo que uno deja intocado porque cree que abordar su destrucción es una tarea reservada al largo plazo. ¡A la mierda con el largo plazo! Es hoy, aquí y ahora que hay que empezar a demoler a esta máquina salvaje. Aprovechemos esta crisis de sentido en las certezas de nuestras vidas que ponen al descubierto las lacras sociales que brotan del lazo social capitalista.

Pero también debemos advertir que hay que fundar la solidaridad por fuera de la amenaza de muerte. La verdadera solidaridad política y emancipadora es la que se construye alrededor de un proyecto creativo y no por la pura amenaza de la muerte. La lucha política (toda creatividad humana) debe esquivar el horizonte -en el que se empeña en ubicarla el pensamiento reaccionario- de ser una contienda entre la vida y la muerte. Ese es el escenario de las luchas naturales, en donde aún no existe esa excepción inmanente al orden natural llamado “ser humano”. El viviente humano es precisamente humano porque puede escapar a ese dilema. Quizás  la mejor situación en la que hoy se pueda singularizar la humanidad del hombre es cuando se encuentra ente el momento en que debe tomar una decisión sin garantías. No una elección, que es siempre entre cuestiones posibles, sino una apuesta sobre lo imposible. 

 Muchos sinceros luchadores contra el capitalismo se extravían, según creo, al elegir el camino de salir del capitalismo pero no “caminando para adelante” montados en la fuerza creadora de los desafíos de lo nuevo, sino “marchando hacia atrás” para refugiarse en una visión casi celestial de la naturaleza.

Hay que estar atentos porque es muy posible que esto gire hacia horizontes que refuercen el statu quo político o se encaminen buscando seguridades represivas. Hasta el Coronavirus la situación “política” (entre comillas porque entiendo que lo que hoy circula bajo ese nombre es la negación de la política, es pura gestión) ofrecía una disputa acerca de quien gestiona y gobierna al neoliberalismo: o es el Estado, con sus dos variantes, la democrática o la dictatorial (China), o es el capital financiero y las reglas del mercado. Es indudable que en nuestro país está ganando la “política” del Estado presente. Dentro de esta línea hay que estar alertados de la consigna de “nos salvamos entre todos” y ese todos incluye…a todos: FF.AA. empresarios, villeros, intelectuales, etc., lo que lógicamente nunca queda claro es cuál es el plan de salvataje, quien lo diseña y comanda. También es posible, como se dice insistentemente, que después de la pandemia el mundo ya no va a ser el mismo, va a ser distinto…habría que ver que se entiende por distinto.

Es tan grande nuestra orfandad en materia de políticas emancipativas que empezar a decir hoy lo que fue dicho hace más de 170 años atrás, de la  mano del Manifiesto Comunista, a saber, que el capitalismo destruye a la humanidad del hombre, puede resultar un paso que retumbe. Que produzca una “ganancia subjetiva”, que bajo nuevas formas políticas, aún incipientes, pero desligadas claramente de la matriz política que comandó las luchas revolucionarias del siglo pasado, ponga en marcha una nueva etapa en la manera de pensar y hacer las políticas liberadoras e igualitarias.

2 de abril del 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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