Preludio: Preguntas fundamentales que plantean las poéticas del dolor social en boca de la belleza
- ¿Con qué piedras se construye
la morada de los iguales…?
- ¿Con qué manos
se defiende la belleza…?
- ¿Con qué espíritu se construye
un “orden de diferencia fraternal”….?
- ¿Cómo se incorpora
a la materialidad de la historia
la materialidad de los sueños…?
Pregunta final:
¿Qué hiciste con el amor
mientras el otro sufría…?
Los cuatro movimiento
I
Ni en el giro circular del tiempo sobre la bóveda celeste jamás con mácula… Ni en el arrastre a duras penas por los desiertos oscuros del milagro…Ni con luna del este ni con viento del oeste cuando aleja en remolino los fantasmas… Ni por ley, ni por presagios… Ni por el capital, ni por los réditos acrecidos sobre las tumbas sin flores… La impunidad goza de buena salud… El crimen de la pobreza aún no paga…
La voz de los muertos se escurre por el vacío
junto al sudor de Dios…
En la medida que la palabra traspasa
el límite de los gestos… “la boca ya no habla
del dolor, la boca siente el dolor”, hay
un gajo de la realidad en nuestra boca.
Comentarios
La paja en el ojo ajeno
Abusadores silvestres de la caridad, criminales desde la partida (estigmas en la tradición lombrosiana: “el pibe orejudo” / “pibe chorro” o locos de toda la espesura en la cabeza… Pagarán su deuda hasta el último suspiro… Nadie los llamó a la vida.
Amado Frankenstein
Con carne de mendigo, aullido de homicida serial, carcajada de demente en la última cena, el cuerpo del dolor social pone bajo sospecha la razón como sustancia de la vida, el placer como predicado final.
Fantasmática
La auto exculpación cierra su ciclo. El dolor social sucedió por responsabilidad de otros; o de todos, y termina con que no sucedió así, o directamente no sucedió; en virtud de los hechos, o directamente porque el otro, sujeto sufriente, sombra entre las sombras, no existió. No hay huella; no hay materia. Puros fantasmas en el puro cielo, detrás del cielo…
No hay socorro en las nubes. Sólo fuga. Un instante…
Requiescat in pace
En las hogueras del dolor social se vuelve humo de mala piedra el derecho a la subversión y el delirio, sus prácticas y ensueños.
Cenizas de la poesía final que el viento aleja para ventura de la normalidad y la propiedad privada.
Descanse en paz
El destino de la ley es enterrar el cuerpo sacrificado. Todo el agua del mundo cae sobre el humilde fuego del delirio. No mientan, aquí no hay amor ni arenilla de mísera piedad. La música que el poder celebra es el silencio. La palabra que inicia y cierra su discurso: el vacío.
Visiones
¿Será de ver que en la ética del dolor social el primer mandato irrenunciable del agónico (sufriente) es sobrevivir….? Lo que ya es desafío, escándalo, y para colmo bello.
Su belleza es pura potencia del acto, en tiempos en que reina el “concepto estético”: mera idea, para excluirse de la realidad, anterior al conocimiento del alma…
Hay un artificio de dolor estremecido, sin poner un dedo en el infierno.
II
Los cuerpos del dolor social se amontonan en las zanjas del pobrerío. Huelen a lo que en la pureza del paraíso son: carne podrida, con exceso de agonía, devaluada a mordiscones por perros y ratas. Es muy rápido, hasta vaporoso el camino al infinito espacio. (Hay una estética del camuflaje… Su mejor música es el órgano en la catedral… Sus imágenes cuelgan en el museo… Su lenguaje termina esculpido en la academia…)
Detrás de muros y murallas; entre puertas y portones; rejas y cerrojos; bajo el ojo perpetuo de un panóptico que no perdona las sombras y clama atroz por la ley para destapar el alma (¡doy mi caballo por verla!), persisten, se obstinan, resguardan la historia bajo tierra los dueños consagrados (a palos) del mal y la culpa.
III
¿Recuerdas tu pena de niño?
No toda belleza consuela,
ni cualquier consuelo es amor…
El cuerpo que sostiene cada uno de los naufragios del dolor social…
Ese cuerpo sabe (es un saber profundo, es la Piedad, donde se cobija la madre del sacrificado) que la belleza, negada como belleza, nace en el dolor y la conciencia de un otro real, es su causa, y la mantiene en su deseo.
Esa belleza consuela lo perdido…
Humedece con rocío los labios afiebrados del perseguido y maldito…
Cicatriza las heridas de todos los días y hasta resucita la pasión de la vida cuando ya nada queda…
Ni siquiera asoma la estrella matutina…
Aún allí, en ese espacio abandonado a la buena de Dios, que nunca conocerá del paraíso…
Donde el cuerpo humillado es separado de sí, convertido en la agónica sustancia que precede los rudos suspiros de la muerte…
Llega la belleza que redime, en puntas de pie, con aires de bailarina eterna…
Ese cuerpo despreciado desde el día que nació.
Cuerpo del puro despojo, al que ahora socorre la belleza del dolor, ansía en su pregunta final la verdad, sin otro límite que el amor por la verdad.
Esa verdad sin mesura, más ardiente que la sombra alucinada del desierto…
Esa verdad del cuerpo desnudo y sangrante…
No los mitos de la justicia vendada; no la parodia de buenos modales en la mesa del té; no la estética que apesta de tanta nada a la hora de los lobos, no la moral de gruesa mansedumbre capaz de banalizar hasta el tañido sagrado de una campana, y convertir la exaltación del poder en “la niña de sus ojos”.
Aún en el tiempo de la destrucción acumulada de los cuerpos como motor de la riqueza… Dejando atrás la mañana que huye todavía cruda, la tristeza que corroe, la amargura que devora, el rencor que saquea, hay una belleza que siempre está naciendo, que persiste y resiste, que se niega a ser pervertida en rapiñosa mercancía bajo la luz de la luna…
Es una belleza que aúlla frente a la soledad y el espanto del cuerpo abandonado en la soledad de la noche y el espanto del día.
Que susurra en la inocencia y delicia de quien comparte la vereda del sol en el frío. (¿Han visto esos cielos sin gasas ni remolinos? / ¿esa mano que despide y tiembla…?)
Es una belleza que hunde decidida sus pisadas de elefante que sostiene la tierra en la gran calamidad… Y ante el cuerpo perseguido y castigado que se obstina en ser cuerpo, anuncia:
Jamás habrá olvido donde creció la conciencia.
Nacerá la belleza en el alba que se desliza sobre un cuerpo ya sin sollozo, por si mismo resucitado…
Esa belleza que va y viene entre los pliegues del alma
Siempre maldecida… negada y viva… (¡esa flor del aire!… entre suspiros…)
Esa belleza que embiste contra los muros de la
cárcel (¡si no es la belleza, quién!) y muestra y desnuda
ante la luz de los cielos lo que el mito del orden escamotea, niega:
el padre de la ley es el verdugo, y el sueño del verdugo
es colgar del árbol más alto / al espíritu humano /
hasta que patalee y patalee… igual que un cerdo…
Como si en el mundo del dolor no hubiera otro
destino para los cuerpos siempre maldecidos
que ser ahorcados / para ejemplo del desprecio de la vida
como suculencia de un demonio hambriento
Junto al alma / al espíritu / a la belleza / …
Y tapiar los cielos con las cenizas de los muertos
En la cruz de la pobreza…
Así, cuando el viento del silencio pasa… pasa…
entre las hojas que tiemblan
Ah, belleza…. Necesidad de que subviertas la sagrada armonía de la riqueza;
Su beatífica contemplación del dolor como fin supremo,
y sacudas el árbol del orden para la muerte, la quietud,
los géneros y las disciplinas, los manuales de estilo,
que justifican y amparan la desgracia…
Oh, sí, abre las esclusas de la memoria que quema.
Deja que avancen los amorosos ríos contenidos
sobre las tierras saqueadas…
sobre los cuerpos humillados, sin principio ni fin,
hasta el hartazgo de la noche
que no conoció el día…
Ah, belleza… Tú, rebelde y revulsiva, despierta en nosotros
el deseo de barrer hasta el polvo de la
pálida estética que miente la agonía, que devora y decora,
a tanto por metro, tanto da, una carnicería de cuerpos
sin movimiento (macabro feedlot en la pampa abierta),
un asilo de niños o de viejos, o un manicomio que desagota
los sueños junto a las aguas servidas…
Ah, belleza… Nunca hagas del delirio
una sentencia de muerte para el delirante
que quemó sus naves…
Ah, belleza que nos aguardas al final del camino
mientras buscas las señales de los cielos
Y desafías y corres peligro frente a las bocas complacientes
de los pálidos dioses sin amor…
Viejos dioses embriagados, arteros en arte de doblar el codo,
Vueltos estatuas de sal o de pulida piedra.
Ah, belleza, enciéndete / arde como un sublime fuego
Al cuerpo del dolor socorre, necesita de vos…
acude / acude
No valides lo que la conciencia rechaza como veneno
Y el alma en su temblor agónico, sin espejos
Aborrece más que a la muerte …
Comentario
La belleza no puede (persé) convertir en pasiones alegres (donde mora la vida) las pasiones tristes del desmadre social, que envenenan el cuerpo y sientan en la mesa sagrada al crimen y a la demencia.
IV
Hay una valija abandonada
detrás de la Vieja Iglesia
donde inicia el Barrio Rojo
Cada uno de nosotros / que nunca termina de ser y hacerse…
Que abraza la belleza por amor y también con miedo..
Que se ata y se desata en el barco del destino…
Y carga a duras penas la historia de donde viene…
Navegando con él y por él, con su infancia y su vejez…
Mezcladas en la valija recogida en la calle del abandono…
Apenas amaneciendo en los bordes del mar…
Vaya viaje, que ni siquiera tuvo un claro inicio…
Y si lo hubo son sombras de manos y de olas…
Son quejidos antes de las palabras…
Risas sin sentido…
Como si la locura que abrió nuestros ojos / y el crimen
que cierra nuestros ojos…
Nunca nos abandonara…
Con su lenguaje de alma en alma…
Con sus pasiones de boca en boca / mientras la noche
se convierte en día /… y estallan las nubes como cristales…
y otra vez cada uno de nosotros
se abraza a la belleza
como un niño asombrado
por amor o con miedo…
Que claro, profundo y doloroso texto. Muchas gracias!