por Salvador Schavelzon
(para Revista Anfibia:
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En junio del 2013, algo cambió en Brasil: de pronto, la gente salió a la calle. Un año más tarde, con la llegada del mundial, la prensa y el gobierno dicen que los goles acallaron las protestas. Pero, ¿es cierto? ¿Cómo sigue el ciclo que empezó hace más de un año? Ayer, en São Paulo, la policía reprimió una marcha en la que se reclamaba la libertad de dos manifestantes. Los dos abogados que representan a los activistas, intentaron hablar con las autoridades y terminaron detenidos.
Desde que empezó el Mundial las movilizaciones siguen, cotidianamente, en varias ciudades. Algunas con miles de participantes, como las del movimiento por tarifa cero (MPL) y por los Sin Techo (MTST) en São Paulo. Otras con decenas. ¿Continuarán hasta la final?
Algunas tuvieron más repercusión en la prensa internacional que en la local, que minimiza el número de manifestantes, las ignora, o las asocia a vandalismo y delitos contra la propiedad. Si bien la violencia de la policía brasilera era común en los barrios pobres, su orientación a las protestas es una novedad. En Río de Janeiro, por ejemplo, hubo 15 detenidos y uso de spray pimienta en una marcha pacífica de 50 personas. El investigador Pablo Ortellado, de la Universidad de São Paulo, entre otros, denuncia que en la semana de apertura de la Copa se violaron derechos civiles al prohibir varias concentraciones. Y que cientos de activistas en todo el país son visitados por la policía, y a veces se los cita a declarar en fechas de manifestación. El ministro de deportes, Aldo Rebelo, criticó a Amnistía Internacional por denunciar la falta de libertad de protesta.
En Goiania se detuvo gente sólo por tener panfletos contra la copa, y en São Paulo hubo detenciones con pruebas puestas por la policía en el momento. Hoy, la policía y la justicia trabajan con los gobiernos para controlar protestas organizadas por grupos horizontales y sin líderes. En una a la que asistimos en el centro de São Paulo, la policía cercó a los manifestantes desafiándolos a presentar un líder que pudiera negociar con ellos el recorrido de la manifestación. Como no había una cabeza identificable, la posibilidad de marchar fue cercenada.
En este marco, podríamos arriesgar que la acción de la policía goza de cierta eficiencia: el flujo de manifestantes durante la copa disminuyó. Si bien en las encuestas de opinión más de la mitad de la población está en contra de la copa en Brasil, el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) respiró tranquilo por el efecto del inicio del mundial sin grandes problemas logísticos. Y pudo presentar eso como un triunfo contra el muy difundido hashtag de #NãoVaiTerCopa (No habrá Copa).
Veinte mil policías federales y otros locales con aviones no tripulados aseguraron el orden. Los cálculos de ganancias millonarias para la televisión y otros rubros, en el caso de que Brasil llegue a la final, con el pueblo en sus casas siguiendo los partidos, se relaciona con el modelo de ampliación del consumo a nuevos sectores defendido por el PT.
A continuación, intentaremos recorrer el mundo de las protestas contra la copa del mundo, en lo que parece ser un capítulo de la aparición de un importante movimiento político y cultural formado mayoritariamente por jóvenes y que cuestiona no sólo decisiones puntuales del poder sino también el modo en que opera, sus prioridades y las propias bases en que se organiza la política. Trataremos de entender la molecularidad de reclamos no homogéneos, que mutan continuamente en función de posicionamientos estatales, reacciones de la policía y también de goles y eliminaciones.
Un movimiento tan fuerte era impensable años atrás. Cuando llegó el mundial ocurrió lo que dice el abogado y activista de la red universidad nómade Hugo Albuquerque: nunca se habló tanto de fútbol en el mundo de la política y de política en el mundo del fútbol.
¿Copa para quién?
Danilo Cajazeira, es integrante del Comité Popular de la Copa de São Paulo y fundador del “Autônomos Futebol Clube”, de inspiración anarco-punk y principios de horizontalidad, autogestión, anti-racismo y anti-fascismo, dos veces campeón americano de una copa de fútbol alternativo. Manu Chao ya usó la camiseta de este club “de varzea”, por su origen en las márgenes del río. Danilo es uno de los organizadores de las protestas y está desencantado con el mundial, pero no se posiciona contra el fútbol. Ni siquiera contra el mundial, ya que la reivindicación del Comité del que participa es que se paguen compensaciones a los afectados, y no boicotear el evento.
Danilo cuestiona al fútbol por ser un negocio para pocos. No siente empatía con la selección del Brasil y sus jugadores sin historia en el fútbol local. Prefiere las selecciones de Uruguay y Argentina. Pude ver cómo varios de sus compañeros del Comité Popular festejaron el gol de Croacia contra su selección nacional, en una fiesta popular organizada en una favela del centro de São Paulo. Allí ironizaban con la figura del presidente de la FIFA, Joseph Blatter, la presidenta Dilma y el ex jugador Ronaldo, participante del comité local organizador del mundial.
Con otros colectivos, el Comité Popular está organizando para comienzos de julio la Copa Rebelde, donde se jugará sin árbitro y con equipos mixtos. Se suman también a la lucha del MPL, que critica los 60 proyectos de movilidad urbana prometidos dentro de las obras vinculados al mundial. De ellos, 18 fueron descartados. Pero ninguno se basaba en los intereses de la población más pobre, e incluso fueron usados como argumento para remover familias.
Le pregunté a Danilo si veía alguna diferencia para el movimiento entre el PT y los gobiernos locales de otros partidos. Porque algunos movimientos, como los Sin Techo y los Sin Tierra, mantienen vínculos con el PT. Y aunque hacen críticas, verían con preocupación la no reelección de Dilma. Él viene de una familia petista pero, dice, este ya no es el PT en que militaban sus padres. Esta visión es característica de la nueva generación que está en las calles. Para las últimas elecciones, la candidatura de Fernando Haddad en la ciudad de São Paulo se presentó aliada al partido de Maluf (Partido Progresista), asociado a las visiones más retrógradas de ciudad, además de corrupto y gobernador durante la dictadura. A este partido le entregaron la secretaría de habitación, con lo cual, según Danilo, queda claro hasta donde el PT se aleja de la posibilidad de buscar una ciudad más justa.
El Comité Popular de la Copa de São Paulo organizó un escrache en la casa del presidente de la CBF José Maria Marin, días antes de empezar la “Copa de las Muertes”, como llaman al torneo de la FIFA por los diez obreros muertos en los estadios. Además de dirigir el fútbol brasilero, el escrachado tuvo varios cargos durante la dictadura militar, incluyendo el de gobernador de São Paulo, donde sucedió a Maluf.
Otro foco de combate es la empresa multinacional brasilera Odebrecht, la gran ganadora del mundial, con cuatro estadios en sus manos, y aportes a la campaña del PT que se multiplicaron por 20 en solamente tres años.
Cuando de adolescente Danilo fue a renovar su pasaporte no lo dejaron sacarse la foto con la camiseta del Corinthians y por eso firmó con el nombre de su equipo. Ahora critica que el nuevo estadio de su club sea sede del mundial en São Paulo. Lo compara con un shopping, y acusa a los dirigentes de transformarlo en un “Real Madrid de las américas”, que prioriza el marketing, la venta de camisetas y los jugadores pop stars.
Lula da Silva participó de la gestión de préstamos estatales y acuerdos políticos para la reconstrucción. En São Paulo dicen que no era necesaria porque ya había otro estadio apto. Lo mismo pasó en otras ciudades, algunas sin público futbolístico habitual. Del proyecto inicial de hacer 8 estadios, se pasó a 12, superando las exigencias de la FIFA. Por eso, el tribunal de justicia del Estado de Amazonas propuso adaptar el estadio de Manaus como presidio temporario después del mundial.
El arte de protestar
El secretario general de la presidencia asoció las protestas al “pesimismo” y “mal humor” de los manifestantes. El principal asesor internacional de Lula y Dilma, Marco Aurelio García acusaba a los medios internacionales de tener una intención conservadora, y de ocultar las transformaciones revolucionarias del Brasil ante una Europa en crisis.
Pero difícilmente las protestas pueden interpretarse como conservadoras, ni asociarse a la vieja militancia que se oponía a la alienación del fútbol. Más bien se vive la politización de la pasión de muchos. Como decía el filósofo Peter Pal Pelbart, en junio se abrieron las tranqueras de las calles, y se inventaron nuevas coreografías que rechazaban los tradicionales camiones con parlantes de los sindicatos, y a los líderes con pliegos de demandas.
Las protestas se destacaron por su creatividad. Circuló un libro de poemas contra la copa, se idearon ingeniosas proyecciones en edificios, performances, instalaciones, intervenciones urbanas con pintura y partidos de fútbol en favelas o grandes avenidas. José Celso Martinez Correa, el dramaturgo más importante del Brasil, creó un musical que traza asociaciones entre la Copa del Mundo y el Golpe de Estado, jugando con las palabras Robogolpe, Robocopa y Robocop, como se conoce la tropa especial de represión y vigilancia de las ciudades donde hay partidos.
A diez días del inicio del mundial, el filósofo Vladimir Safatle escribía que posiblemente irían a haber partidos y campeón, pero no copa. Según él, aparecería otra imagen del país: “esa de la nación que se estancó en un punto en el cual el desarrollo no consigue transformarse más en calidad efectiva de vida. Punto en que obreros se mueren en construcción como algo que, en las palabras de Pelé, ‘es algo que pasa’, como una ley de la naturaleza”.
El otro lado
Del otro lado, las propagandas de las empresas patrocinadoras y el discurso estatal fueron en la misma dirección: la alegre unión de todos los brasileros hinchando por lo mismo y consumiendo, desde el niño pobre hasta el jugador, sin contradicciones. Hasta la prensa opositora que había dado algo de repercusión a las movilizaciones antes del mundial, se sumó al clima festivo.
Poco antes de la inauguración, Dilma Rousseff dijo: “Tengo absoluta certeza de que el pueblo hará como siempre hizo: va a juntar a los amigos, a la familia, a la comunidad, va a comprar una cervecita, encender el televisor y ver el Mundial hinchando por nuestra selección”. En el contra-movimiento #VaiTerCopa, el gobierno de Dilma se juntó con la dirigencia del fútbol que durante la dictadura estaba en lugares opuestos de la política brasilera.
No sería novedad, si enmarcamos la defensa de las obras del mundial en el entusiasmo desarrollista que es rasgo fundamental de la gestión actual, y viene generando conflictos con poblaciones indígenas, ecologistas y críticos de la contaminación y desforestación de la amazonia. El periodista deportivo Juca Kfouri intenta entender el porqué de la alianza de Lula y Dilma con Ricardo Teixeira, dirigente del fútbol brasilero por más de veinte años y recientemente alejado por acusaciones de corrupción. Las diferencias políticas hacían esperable una ruptura, pero la idea de llevar la copa al Brasil y la seducción de Teixeira a Lula con visitas frecuentes de jugadores a su despacho, o el apoyo a proyectos del gobierno como el de llevar la selección a jugar a Haití, explicarían una alianza pragmática más con viejos rivales.
En el pedido de separar fútbol y política, y apostar a la comunión nacional, también se involucraron los ex jugadores. Pelé, en su visita a la escuela de fútbol Carlos Oliveira Soccer Academy en Nueva York, en 2013, dijo: “vamos a ver si dejamos las protestas para después de la Copa y no vamos a molestar en este momento importante para promover el Brasil”). Su voz también circula en un video en el que se identifica como “Edson, un hincha brasileiro”: pide no sumarse a las protestas y llama a “olvidar toda esta confusión que está aconteciendo en Brasil”. (…) La selección brasilera es nuestro país, es nuestra sangre. No vamos a abuchear a la selección, vamos a apoyar hasta el final”. Después de la Copa de las Confederaciones confesó haber estado muy preocupado con la propia continuidad del torneo aunque, por suerte, Dios es brasileño y Brasil fue campeón.
Ronaldo sumó una frase que se hizo famosa: “La Copa del Mundo se hace con estadios, no con hospitales”. Él mismo había sido foco de críticas por parte de Romario, ahora diputado estatal y candidato al senado. En carta abierta, lo cuestionaba por la mala organización de la Copa y especialmente por su promesa no cumplida de destinar 32 mil entradas para discapacitados. Poco después, Ronaldo hizo pública sus diferencias con el gobierno y se declaró con vergüenza por los atrasos y sobreprecios, mostrándose junto a Aécio Neves, candidato opositor a Dilma Rousseff en las elecciones del próximo octubre. Desde los movimientos siempre se recuerda más bien a Socrates, jugador que se involucró con la reforma en el fútbol y contra la dictadura.
La composición de las protestas
La crítica a la organización del mundial tuvo dos orígenes bien distintos. De un lado, los movimientos que pedían por determinados derechos y los afectados directos. Del otro, la clase media disgustada con el gobierno y sensible al tema de la corrupción. Ambos sectores convergieron en el #NãoVaiTerCopa y en la crítica a Dilma. Unos esperan un cambio en las urnas de octubre; los otros ven un Partido de los Trabajadores cada vez más indistinguible de los partidos del poder, con los que cogobierna, y no tienen candidato propio ni se preocupa por las elecciones. El día de la inauguración la clase media se expresó con abucheos contra Dilma dentro del estadio.
Una de las características de las protestas es su capacidad para conectarse. Colectivos que nucleaban demandas de poblaciones directamente afectadas por el Mundial, se unieron a las de indígenas y profesores, que sumaron reclamos en Brasilia y Río de Janeiro poco antes del primer partido. El Movimiento Passe Livre (MPL), que convocó las grandes movilizaciones del año anterior por el precio del transporte, organizó un acto con el lema #NãoVaiTerTarifa, que juntó miles de personas mientras jugaba Inglaterra con Uruguay. La aparición de grupos Black Bloc que destruyeron una concesionaria de autos fue utilizada por la prensa para criticar severamente toda la manifestación.
Los afectados se articularon con otros colectivos en los Comités Populares de la Copa, creados desde 2010 en varias ciudades. Aunque no hay datos oficiales, se calcula que habría 250 mil personas removidas de sus viviendas por las obras. Se denunciaron remociones sin indemnización justa y negociaciones chantajistas para dejar el lugar, o incluso selectivas e “higienistas”, discriminando pobladores más pobres (ver informe de comité de afectados). Entre quienes confluyen en los comités también hay vendedores ambulantes que, por las normas de la FIFA aprobadas como ley en Brasil, no pueden trabajar cerca de los estadios. Al mismo tiempo, grupos feministas advierten sobre el aumento de la explotación sexual durante el evento, y denuncian prostitución infantil cerca de algunos estadios.
Todos sumaron descontento con la FIFA: por su privilegio por exención de impuestos y sus excesivos derechos para satisfacer las normas impuestas por la entidad, como la ley que prohibía el consumo de alcohol en las canchas, anulada porque el sponsor de la copa es una marca de cerveza. La urbanista Raquel Rolnik, afirma que la FIFA es punta de lanza del capitalismo, hoy en búsqueda de nuevas fronteras de expansión del consumo. Sus normas benefician a las empresas patrocinadoras y a la propia FIFA, quien tiene el monopolio del comercio en el estadio y alrededores. Rolnik denuncia que las obras que trajo el mundial no son las prioritarias en términos de movilidad urbana.
Mil reclamos, mil consignas
El #NãoVaiTerCopa cambió a “Sin derechos, no va a haber Copa”: se reclamaba salud, educación y transporte. La consigna de los Comités Populares fue “¿Copa para Quién?”, y el Movimiento Sin Techo (MTST), que realizó ocupaciones durante el mundial, incluyendo un terreno vecino al nuevo estadio, con 4 mil familias, hablaba “Copa sin pueblo, estamos en la calle de nuevo”. Este movimiento, con presencia también en Brasilia y otras ciudades fue otro actor clave. En 2013, fueron los primeros que expandieron las protestas por transporte desde el centro hacia la periferia de São Paulo. Y ahora luchan por la aprobación de un nuevo código urbano.
Una semana antes del mundial, el sindicato del metro inició una huelga que fue ilegalizada por la justicia, y derivó en despedidos y multas para el sindicato. Al mismo tiempo, los Sin Techo reclamaban modificaciones en la política de vivienda, el centro de la campaña electoral de Dilma. Para ellos, es hecho a la medida de las empresas constructoras.
El MTST, que poco antes había movilizado 20 mil personas, amenazó con bloquear la avenida de ingreso al Arena Corinthians, para que el primer partido empezara con poco público. De tradición más negociadora, tanto metroviarios como Sin Techo levantaron sus medidas. En un acto por los despedidos por la huelga el mismo día, el sindicato se enfrentó con grupos anarquistas para desmovilizar sin bloquear la entrada a la cancha, y respetando el acuerdo con la policía que había autorizado lo que debería ser apenas un “acto” sin movilización.
Un año atrás, a las movilizaciones organizadas por grupos horizontales y de jóvenes, se sumó una indignada clase media, en gran parte convocada por la TV Globo y los diarios cuyos periodistas habían sido reprimidos. Los medios buscaron direccionarlas contra Dilma y la corrupción. En ese entonces también salieron a la calle grupos con banderas de Brasil que exigían a los partidos de izquierda que bajaran sus banderas rojas. También hubo muchos electores del PT, identificados con el llamado inicial relacionado con el precio del transporte. Excepto estos últimos, que dejaron las calles cuando la crítica a Dilma ganó espacio, los distintos sectores críticos de signo político opuesto se mantuvieron.
En la apertura, Dilma decidió no dar un discurso, para evitar los silbidos que sufrió junto a Blatter en la Copa de las Confederaciones. Aún así fue abucheada. El poeta Eduardo Sterzi escribió: “el reemplazo de la presidenta y Blatter por palomas blancas en el evento de apertura fue una prueba más de que no habría copa”, y que “los manifestantes brasileros en las calles habían vuelto una vanguardia de alguna cosa todavía sin nombre”. Aunque líderes políticos de la oposición buscaban perjudicar las chances de reelección de Dilma, el profesor y crítico literario Idelber Avelar afirmaba en un artículo que se estaba viviendo el “quiebre del pacto lulista” pero la “pérdida considerable de legitimidad del PT, no [venía] acompañada, sin embargo, por conquistas de ningún otro partido”. En ese sentido, considera que “las protestas del 2013 hacen estallar una enorme crisis de representación en el sistema político-electoral brasileño”.
Algunos medios dijeron que la silbatina a Dilma surgió de los palcos más caros –que costaban más de 400 dólares–donde también se ubicaban celebridades e invitados por cortesía de la TV Globo. Circuló la noticia de que Xuxa recibió un email de la secretaría de derechos humanos del gobierno del PT, porque había sido una de las abucheadoras. Pero el grosero rechazo a Dilma la benefició: le permitió presentarse como víctima de una elite desquiciada, y volvió a hablar en la televisión de cuando sufrió torturas durante la dictadura. Hasta algunos opositores llegaron a solidarizarse.
Si bien Lula lo asoció a la “elite”, un ministro cercano a la presidenta diría que las críticas no se redujeron a la “elite blanca” y gotean también en clases más bajas. El profesor y politólogo de la UNICAMP, Álvaro Bianchi, en su análisis sobre el “Dilma, vai tomar no cú” escuchado en el estadio, considera que no venía del estrato social más alto porque, a juzgar por sus políticas, banqueros, constructores y empresarios no tienen de hecho motivos para insultarla. Los gritos groseros vendrían de sectores inferiores de las clases más altas, empujados para abajo por los procesos de concentración y centralización del capital estimulados por el propio gobierno. Se trataría de empresarios de pequeño porte; gente que abre negocios como quien se cambia un traje; va a Miami para ahorrar en ropa de marca; y que prefiere a sus hijos en universidades privadas a verlos mezclarse con subalternos en las universidades públicas.
La nueva generación en la calle
Envueltas en un clima nacionalista y festivo, las clases medias indignadas por los gastos de la copa se replegaron cuando empezó el mundial. Hasta la prensa opositora había dicho: “Prenuncio de que la copa sería el fin del mundo no aguantó tres días” (Folha de S. Paulo); “La Copa venció al Caos” (Estado de São Paulo); y “Hasta ahora sólo alegría”, de la revista conservadora Veja que dos meses antes había publicado una tapa con el título “Las Amenazas a la Copa” y las palabras “Black Blocs, Huelgas, Tumultos, Terrorismo y Crimen Organizado”. La televisión dejaba las elecciones para después, y se entregaba al fútbol y las propagandas de cerveza.
En la inauguración fue clara la distancia entre la clase media indignada y los comités populares, la izquierda, estudiantes y Black Blocs, que buscaron continuar y fueron fuertemente reprimidos. Estas tensiones se sintieron en Tatuapé, barrio de São Paulo, en el comentado acto por los despedidos del metro, donde observamos el encuentro de dos lógicas de movilización (enfrentamiento y medidas de fuerza contra la copa o negociación).
Además, los manifestantes perseguidos por la policía se encontraron con una clase media que se preparaba para aprovechar el feriado por el mundial para ver el partido en sus casas. Desde los edificios donde colgaban banderas de Brasil, se aplaudió la represión de los uniformados. Hubo quienes pidieron que detuvieran a los “vagabundos” y delaban sus movimientos. Para la clase media en esos balcones, pero también para el gobierno y el grupo de choque, oponerse a la copa era una especie de traición a la patria.
Ese día, la televisión filmó la discusión entre un Black Bloc de rostro tapado y su padre, quien lo sacó de la manifestación. El joven de 16 años gritaba que estaba ahí porque quería “Escuela y educación”. Su padre lo desenmascaró y le dijo que era él quien pagaba su colegio. “Quiero protestar, es mi derecho, el gobierno está equivocado”, respondía el adolescente, ante un conclusivo “Vas a tener tu derecho cuando trabajes y tengas tu dinero”. Al día siguiente, ambos dialogaron en el living del senador histórico del PT Eduardo Suplicy, que les leía la constitución, según muestra una foto que circuló por internet. El PT rechaza las luchas que no tengan un horizonte de organización e institucionalidad por delante. En la Copa, como en junio de 2013, el PT llamó a volver para casa y dejar que el gobierno se ocupe de garantizar derechos.
Difícil pronosticar en qué se convertirá todo esto cuando el mundial está en medio de su realización. Con los partidos en marcha, no faltan momentos en que para algunos “No Esté Habiendo Copa”, por las manifestaciones reprimidas y las sospechas de fraude de la FIFA. Pasada la fase de octavos, conocida en Brasil como mata-mata, tampoco es previsible que reacción despertará un resultado u otro de la selección, y cómo las venideras elecciones afectarán la nueva politización. Pero ya no hay dudas sobre que, en el mundial 2014, la política se enhebró de forma especial con el fútbol, y mantuvo las puertas de la calle abiertas para pensar un nuevo modelo de mundo, y de ciudad.