Anarquía Coronada

Bombachitas verdes // Diego Valeriano

Sentado en La Tarzán, achina los ojos para poder ver la tele que está arriba de la puerta. El zócalo de Crónica  anticipa que la ley no sale y se le dibuja una sonrisa rara, tan rara que casi no reconoce ese gesto en su rostro.  Siente alivio, un alivio ortiba, esclavo, un alivio anti. Rezonga para adentro porque igual esto ya se fue a la mierda, pero algo es algo. Respira profundo y vuelve a decir en voz baja: algo es algo. No es hipócrita ni tiene doble moral, el aborto le importa poco, solo que le gustan las cosas como eran antes. Cuando era más joven, cuando todavía trabajaba en los ferrocarriles, cuando podía volver de noche sin miedo. Cuando lo respetaban.

 

Falta la noche entera para que sea la votación y durante todo el día se cansó de ver pibas con pañuelos verdes en las paradas del bondi, en el tren, en la tele. Pibas manija que ponen como punto de encuentro la peatonal o la seca, pibas que ve ahora por la ventana, pibas que se abrazan. Piensa en esas pibas y se ríe. Casi sin saber bien porqué, le encanta el pijazo que se van a comer. Desea que las cosas vuelvan a ser como antes, poder vivir tranquilo, que nadie lo joda, porque ya lo jodieron mucho. Desea que aprendan que no se puede conseguir todo y que ahora se calmen un poco.También desea que, si no se calman, la policía les haga pegar un buen susto para calmarlas. Pero solo un susto, eh, nada grave. Si fuera por él ya se los habría dado, pero ahora por cualquier cosa te arman causa.

 

Tres pibas entran  y piden una cerveza. Las mira con desdén, codea al que tiene al lado y le pregunta si también tendrán las bombachitas verdes. Se ríe solo y fuerte. Las pibas hacen mundo, se sacan una foto, suben una historia, invaden toda La Tarzán con sus risas. Hablan fuerte, hablan de ranchar en el Congreso, hablan de la noche eterna, de amor, amanecer y libertad. Hablan sin decirlo explícitamente de una marea verde que se lo está llevando puesto a él.


Del desdén al odio en un solo movimiento. Un odio enorme, furioso, un odio que es un fuego de solo escucharlas. Un odio que no tuvo cuando lo echaron de los ferrocarriles, ni cuando lo lastimaron todo para robarle el remis, ni cuando se fue Martha con Micaela y nunca más las vio. Un  odio nuevo. Se pone de pie, vaso en alto como para brindar y les grita: Se van a tener que meter el pañuelito verde en el orto ahora que no sale la ley esa. Ni tiempo para el silencio incómodo hay. Las pibas lo empiezan a agitar de manera tal que él solo quiere irse. Lo filman, le gritan, lo humillan, lo deliran tanto que casi da lástima. Entre risas agarran sus cosas para irse, orgullosas y bien piolas encaran para la puerta y sin que nadie les pregunte nada, sin que nadie pueda nada, la de pelo violeta le dice al mozo que la cerveza la paga el viejo ortiba, ese que está parado ahí.

 

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