Bifo dice que el comienzo de la pandemia le produjo una soledad eufórica: “Se desató un tiempo tan terrible como útil. Escribir sobre mi experiencia personal ha sido una manera casi involuntaria de analizar muchos acontecimientos que pasan en el psiquismo global”. Sobre la portada del libro El umbral. Crónicas y meditaciones (Tinta Limón, 2020), donde destaca una ilustración de su autoría, cuenta que es resultado de momentos donde está “un poco nervioso” y necesita conectarse con “una esfera menos racional”. Referente del movimiento de la autonomía obrera italiana y fundador de importantes experiencias de comunicación alternativa, Bifo se transformó en una de las voces más influyentes para leer la coyuntura internacional.
¿Qué significa que el coronavirus pasó de ser un biovirus a un infovirus y por qué eso nos coloca como humanidad ante un umbral?
Tengo que anticipar el discurso a un período anterior a la explosión de la pandemia. Al final del año 2019, durante la explosión de revueltas en todo el mundo. De Hong Kong a Quito, La Paz, Santiago de Chile, Barcelona, París, Beirut. En el otoño de 2019 me pareció que se estaba verificando algo de nuevo muy espasmódico. Me pareció que estábamos ante una confusión del cuerpo global. Como si el cuerpo de las nuevas generaciones, especialmente de la generación precarizada, hubiese nacido en el interior de la aceleración telemática.
Esta generación estaba produciendo un rechazo muy violento, muy corpóreo a la sofocación. Esa sofocación es el punto de partida de todo esto. La imposibilidad de respirar que el movimiento negro expresa con las palabras “I can’t breathe”. Es el símbolo y el síntoma al mismo tiempo del efecto que 40 años de dictadura neoliberal ha producido sobre el cuerpo y el cerebro, entendido de una manera neurofisiológica casi. Es esta corporeidad conectiva la que explota sin proyecto, sin estrategia. Desde mi perspectiva, el centro de la revuelta de otoño de 2019 es Chile. Porque en Chile todo empezó. En Chile todo puede terminar. La dictadura fascista y neoliberal.
Pero la explosión fue como un estallido de locura, una convulsión. Y la convulsión anticipaba el colapso que llegó en febrero con la pandemia. En este momento es el caos lo que tenemos que interpretar. No podemos interponer fórmulas políticas del pasado. Tenemos que entrar en sintonía con el caos. Cuando se verifica una situación de caos es inútil y peligroso pensar que tenemos que hacer la guerra contra el caos. El caos se alimenta de la guerra.
Es la primera vez que se puede usar la palabra extinción en un sentido político y no biológico. Porque la extinción se ha vuelto muy probable. Lo que tenemos que hacer es captar un nuevo ritmo, a nivel sensible, a nivel de formas de vida. Es un proceso que puede ser muy largo y muy doloroso. Yo creo que la pandemia obliga a la sociedad global a buscar un ritmo sintónico con la situación caótica que 40 años de locura neoliberal han producido. Estamos en el umbral. El pasaje de la oscuridad a la luz y de la luz a la oscuridad.
¿Y qué evidenció el virus?
Cada vez más la fuerza dominante ha sido la abstracción tecnofinanciera que ha impuesto sus reglas y que ha destrozado unos estructuras de la vida social. Pero durante la pandemia nos damos cuenta de que el problema no es el dinero. Lo importante son cosas muy concretas como las estructuras sanitarias, las mascarillas, la comida. Lo que necesitamos básicamente se impone como lo que está al centro de la atención.
Entonces, la frugalidad es la palabra que mejor expresa esta vuelta a lo concreto. Frugalidad no significa pobreza significa una relación buena, feliz, entre lo que necesitamos y lo que podemos tener. Pero hay un punto que vamos a ver claramente en el futuro: solo una redistribución de la riqueza, de los recursos a nivel planetario y local podrá permitir una salida de la crisis espantosa que se está desarrollando en el mundo. Redistribución de la riqueza, frugalidad, igualdad.
Lejos de esta posibilidad, las crecientes expresiones de derecha en el mundo han negado la pandemia y pujan desde el comienzo por volver a “encender la máquina”. Lo vemos en Brasil y en Estados Unidos, donde cada vez más se habla de un proceso de guerra civil.
El fenómeno Bolsonaro es tan extremo en su vulgaridad que me hace pensar en una especie de Berlusconi en una fase de senilidad extrema. Creo que la senilidad y la impotencia son claves muy importantes para entender la ola de violencia machista y racista. En cuanto a Estados Unidos, la guerra civil se está desarrollando. Es un potencial que no se desarrolla en las calles, se desarrolla en las grandes instituciones del imperialismo estadounidense. Pero existe también una guerra racial y social que ha explotado en los últimos cuatro meses y no parará con las elecciones. Es una crisis psíquica.
Un dato esencial es la subida ininterrumpida del consumo de drogas oficiales que lleva a una intoxicación masiva, sobre todo de la población blanca senilizante. En junio se vendieron tres millones de armas de fuego, que fue una de las mercancías más vendidas durante la pandemia: hay 300 millones de armas de fuego bajo los colchones. La insurrección del movimiento norteamericano después del asesinato de George Floyd se explica en términos de reactivación psíquica del organismo pensante de la organización colectiva. Un intento subconsciente por evitar una depresión suicida en el largo plazo.
¿Cómo vivir ante la posibilidad de la extinción en el horizonte?
El problema es que el colapso no puede ser superado al interior del paradigma neoliberal. La cuestión principal que yo me pongo es la siguiente: ¿se puede imaginar vida feliz en el horizonte de la extinción? La respuesta es sí. Es la única manera para escapar de la extinción. Seguir imaginando ternura, imaginando erotismo, imaginando aventura.