Reflexiones a partir de tres preguntas de Toni Trobat
¿Cómo ves a los movimientos sociales y a lo que pueda quedar del movimiento Occupy Wall Street con respecto a la candidatura de Sanders? ¿Puedes hacer una breve radiografía de cómo es ese espacio en USA y cómo se posiciona políticamente? (eso que en el Estado Español llamaríamos «espacio alternativo» a la izquierda de las izquierdas institucionales)
En Estados Unidos no existe realmente la izquierda institucional, ni siquiera en el ámbito de las identidades políticas, la mera retórica o los significantes. Únicamente se dan dos opciones que apuestan decididamente por el ejercicio de una gubernamentalidad neoliberal. Cada una de ellas, la Republicana y la Demócrata, representa en cierto sentido un modelo de acumulación diferente. Ambas escenifican una ruptura por arriba que expresa dos tipos de élites diferenciadas, con intereses e inclinaciones éticas y estéticas diversas. En los tiempos del último gobierno de Bill Clinton comenzó a hablarse de la batalla de la familia del petróleo y la industria armamentística contra la familia de la financiarización, Internet, las nuevas tecnologías y las energías renovables. Es, en cualquier caso, un conflicto interno al orden de lo existente y cuyo sentido únicamente se juega por arriba. Demócratas y Republicanos constituyen opciones que viven atrapadas en la fidelidad a la razón neoliberal como único horizonte de sentido y principio de realidad. Por ello se ven incapaces de proponer una salida, ni real ni ficticia, a la irreversible crisis sistémica por la que transitamos y que en pocos años va a dislocar por completo el pírrico equilibrio que sostiene el crítico estado de cosas presente.
Occupy Wall Street supuso, precisamente, la posibilidad de la enunciación colectiva de una ruptura con ese orden de cosas y con ese universo de sentido. Lo interesante es que no partió de un discurso ideológico, sino de la materialidad de un diagnóstico del presente que marcaba como necesidad ineludible para la superviviencia una ruptura con los parámetros tradicionales de constitución del hecho político en Estados Unidos. Por primera vez en décadas surgía un agente político que, al margen no sólo del sistema de partidos, sino sobre todo de las formas tradicionales de codificación e institucionalización del disenso en Estados Unidos, ponía sobre la mesa del debate público la necesidad de un cambio general de sentido. Occupy movió una energía que conectó con el estado de ánimo de millones de personas en el país. Con un sesgo étnico muy notable y con una composición social muy limitada, el movimiento funcionó como un ejercicio de enunciación cuyo efecto, que usualmente se nombra como la capacidad de “cambiar la conversación”, aparentemente sólo fue capaz de producir una intervención real en el orden de lo semático. Sin embargo, Occupy, aún plagado de límites y problemas, modificó radicalmente el orden de lo simbólico e hizo posible enunciar y pensar cosas que antes resultaban indecibles e impensables. Su valor en ese sentido resulta vital.
No obstante, fruto de sus límites, el movimiento Occupy fue incapaz de darse continuidad. La apuesta de Bernie Sanders y la energía que está movilizando por todo el país representan, precisamente, un vehículo hipotéticamente capaz de darle continuidad a la energía activada por el movimiento. Tanto Bernie como Occupy comparten su capacidad para movilizar la inmensa decepción generada por el profundo carácter perverso de Obama. Es precisamente de la fidelidad a la energía y a la ética activada por Occupy de la que depende la suerte de Bernie Sanders, no para ganar la nominación a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Demócrata (algo altamente difícil), sino para posibilitar la continuidad y la organización política de una razón antitética a la neoliberal, más allá de lo que pueda ocurrir en torno a las elecciones y a los modos tradicionales de práctica y representación de lo político.
En este sentido, Bernie no opera tanto como un político tradicional a la caza del voto, sino que más bien está funcionando como una herramienta que, tal vez, sabe que, aún siendo importantes, las elecciones de noviembre no son ni el objetivo final ni el punto de llegada, sino que esta campaña puede servir de excusa para poner la primera piedra de un cambio general de sentido capaz de articular en los próximos años el principio de un movimiento ciudadano masivo de cambio realmente democrático en Estados Unidos. Solamente si se disloca decididamente la lógica electoral y de la representación para activar hasta el final de sus consecuencias una acción política otra, Bernie podrá funcionar como esa herramienta necesaria y oportuna. En cierta medida, su discurso a lo largo de la campaña apela en algunos momentos a eso. Su insistencia en señalar la necesidad de un movimiento democrático masivo y en centrar el sentido de su campaña en “Bring People Together” (“Juntar a la gente”)[1], la construcción de una suerte de multitudinaria comunidad del sentido común en rebeldía capaz de desbordar los límites de lo establecido, de algún modo está señalando que desafiar realmente a la razón neoliberal no pasa tanto por intervenir en la esfera de la política formal, como por activar procesos capaces de movilizar una suerte de potencia antropológica que rompa con la cultura de soledad, impotencia, competitividad e invividualización que asola toda forma de vida en Estados Unidos.
La racionalidad instrumental, la lógica del capital humano y la cualidad de la forma mercancía no son ya instancias exteriores que disciplinan la vida de los individuos, sino que operan como razón interior que ha penetrado la vida misma hasta hacerse cuerpo y conformar el ethos básico y generalizado de toda existencia en Estados Unidos. No es en el campo de la política formal y de las elecciones donde se juega la partida decisiva por agujerear la tupida telaraña con la que la razón neoliberal ha intervenido y modificado la vida. No digo que no pueda resultar importante, lo que planteo es que no es el campo de batalla decisivo. Lo que está en juego hoy en día en Estados Unidos son cosas vitales como la derrota del azar, la extinción de la sociabilidad o la imposibilidad definitiva del amor. Me temo que eso no se combate en un parlamento o a partir de la conquista de un poder ejecutivo al que, por cierto, se le ha sustraído toda capacidad real de gobernar.
Comunicativamente, ¿cómo ves la campaña de Sanders? ¿Por qué arraiga tanto?
El impacto profundo de décadas de régimen neoliberal ha generado niveles de desigualdad social extremos, ha segregado todavía más la sociedad estadounidense abriendo una brecha insoportable entre negros y blancos, ricos y pobres, al mismo tiempo que ha convertido el endeudamiento masivo de las personas y las familias en una prisión que hoy resulta ya irrespirable para millones de estadounidenses. La crisis iniciada en 2008 no ha hecho más que acelerar e intensificar un malestar que ha erosionado enormemente algunos de los mitos básicos del universo simbólico y las narrativas que han sostenido el proyecto de país en torno al que las élites en Estados Unidos habían logrado una legitimidad y un consenso incuestionables. Además de ser susceptible de funcionar como herramienta, Bernie Sanders es, sobre todo, un síntoma del carácter profundo y extendido de ese malestar. De igual modo, la potencia movilizadora expresada por el Tea Party años atrás entre una parte significativa de la población blanca de clase trabajadora había sido ya el primer síntoma de la profundidad de dicho malestar, como lo es hoy la popularidad del propio Donald Trump entre muchos jodidos. Bernie Sanders, en las antípodas de Trump, coincide con éste en su cualidad de síntoma de la crisis profunda de sentido por la que transita Estados Unidos, así como del enorme desafecto de millones de personas con Washington y con el sistema de partidos. Ambos se presentan como outsiders, del mismo modo que Obama colocó esa misma condición en la estrategia electoral que le llevó a la casa Blanca en 2008. El valor de la campaña de Bernie ha sido, precisamente, tener la capacidad de activar la ilusión de mucha gente sacándola de la desafección y la decepción provocada por el carácter profundamente sistémico de Obama, al mismo tiempo que ha logrado disputarle la hegemonía a Trump y al Tea Party en la movilización del descontento y el malestar social en el país.
Esa capacidad expresada de manera eficaz por Bernie Sanders, sin embargo, no servirá de nada si no logra tener continuidad y constituirse en movimiento ciudadano más allá de la suerte que corra la apuesta electoral. Ese es, tal vez, el mayor límite al que se enfrenta el deseo de cambio radical de Bernie: su marcado carácter electoral corre el riesgo de quedarse atrapado en la cualidad de toda racionalidad electoral como mera movilización temporal de las emociones colectivas sin capacidad de darse continuidad más allá de la representación política y del ciclo electoral. El otro límite del proyecto de Bernie es, tal vez, el carácter imposible de su apuesta de gobierno. Con un sistema político completamente roto que sujeta el poder ejecutivo a los designios de un poder legislativo en manos de los republicanos, las corporaciones y los sectores más recalcitrantemente conservadores del país, el ejercicio de gobierno resulta, sencillamente, imposible. De ahí que Bernie apele una y otra vez a la construcción de un movimiento ciudadano capaz no sólo de ganar las elecciones de otoño, sino de activar una revolución democrática que desaloje a los republicanos y a las corporaciones del Congreso y del Senado. Sin ese movimiento, el proyecto institucional de Bernie es del todo irrealizable. Una pura entelequia.
Por otro lado, el éxito de la campaña de Bernie Sanders descansa en una comunicación protagonizada por la gente común. Se trata, sobre todo, de una campaña hecha y financiada por la gente. Sólo después de las campañas virales, del boca a boca digital, del carácter masivo de las micro-donaciones que han batido todos los records en la historia electoral estadounidense y del impacto de esa energía en los primeros caucuses, los medios de comunicación masivos han comenzado verdaderamente a tomarse en serio a Bernie Sanders. La forma movimiento y la lógica rizomática están siendo claves en el fenómeno Sanders, como ya lo fueron en la primera campaña de Obama en 2008. Sin embargo, Bernie no es Obama. No sólo lleva décadas defendiendo y tratando de hacer lo que ahora le está proponiendo al país, sino que a lo largo de la campaña está demostrando que escucha, incorpora propuestas, sensibilidades y que, cuando hace falta, asume la autocrítica. Hay poco marketing en Bernie y, aunque cueste creerlo en un político, hasta el momento transmite una cierta dosis de verdad. Subrayo el “hasta el momento”. Como dicen por aquí, “esto es América y nada es lo que parece, babe”. Ya sabemos lo que suele ocurrirnos cuando confiamos en los políticos.
¿El mundo hispano/latino va a apoyarle?
El mundo hispano/latino no existe. Existen muchos mundos culturales, sociales y políticos entre la población hispana o latina. No es lo mismo el americano-cubano acomodado de Miami, que el migrante indocumentado que trabaja como bracero en la industria agrícola de California o la mujer chicana que malvive con tres trabajos en Nuevo México, por citar tan sólo algunos ejemplos que habitan mundos enormemente diferentes. Hay una diversidad de formas de vida, de condiciones existenciales y de posiciones dentro de la estructura social del país entre las personas y colectivos hispanos o latinos. Esta circunstancia nos obliga a no admitir como válido ningún razonamiento que nos imponga un universo de sentido homogeneizado y único.
No obstante, hay tal vez un estado de ánimo que está muy generalizado en la población hispana o latina: la decepción enorme con la administración Obama por inclumplir su palabra de regularización de las personas indocumentadas en Estados Unidos y por replicar y endurecer aún más las políticas de criminalización de las personas migrantes implementadas por las anteriores administraciones (Obama es el presidente que ha deportado a más personas en la historia de Estados Unidos). La desafección con la política y con los políticos entre muchos latinos es enorme por este motivo, al mismo tiempo que entre las élites hispanas la inclinación por el apoyo a Hillary Clinton es probablemente notable. Creo que Bernie lo tiene difícil con las personas latinas. La radicalidad de su discurso y de su propuesta seguramente pudiera conectar con aquellos que ni siquiera pueden ejercer el derecho al voto: las personas migrantes indocumentadas, aunque la mayoría de ellas no sigue la campaña y seguramente vea a Bernie como un “blanquito” ajeno por completo a sus vidas. De la movilización de los hijos e hijas de las personas migrantes indocumentadas, nacidos en Estados Unidos y por ello ciudadanos con derecho a votar, dependerá en gran medida la suerte de una necesaria conexión con los universos latinos capaz de alterar el estado de cosas presente y de movilizar el voto. Es, en cualquier caso, una suerte incierta. La movilización del voto entre las personas latinas e hispanas resulta una tarea altamente complicada y en la que los Clinton cuentan con mucha ventaja por su conexión con el establishment hispano y con algunos de los dirigentes de referencia en los universos latinos.