Bayer. La historia y el nombre // Horacio González

Osvaldo Bayer escribía con el misal del redentor como dictáfono moral. Ninguna de sus palabras estaba desligada de una misión, la de crear una emoción colectiva alrededor de un pasado de injusticias que se abre al presente reparador. ¿Cómo se certificaba en un presente real la justicia para un pasado brumoso donde las víctimas yacían innominadas? No alcanzaban los arrepentimientos ni las plaquetas de un Estado que pide perdón. Lo que iniciaba la reparación, para Bayer, era un sacudimiento catártico en la conciencia popular. Y alguien lo tenía que suscitar. Bayer se convertía entonces en investigador, escritor y oficiante del acto reparador.

Sus exposiciones partían de sus escritos, pero algo debía ocurrir en el transcurso de la evocación de los sucesos represivos, en especial en la Patagonia, hace ya casi un siglo. Se debía producir, en los cuerpos presentes, un tipo específico de conmoción, difícil de describir, cercana a un éxtasis asombrado en torno a una masacre rediviva, reintegrada pastoralmente a los auditorios forjados varias décadas después. Por eso Bayer, que no era un pastor ni daba misas, ejercía una atracción sobre su público lector consistente en ofrecer nuevamente la evocación dramatúrgica de la gesta de los sacrificados.

Reencarnar antiguas tragedias corresponde a los actores, a todo poseedor de las necesarias cualidades de una mímesis, pero Bayer era esa clase de historiadores que une a una investigación (donde busca testigos tanto como documentos), las facultades de una representación que se le ofrece a un público que además de querer saber lo ocurrido tras los cortinados oscuros de la historia nacional, debe munirse ahora de una sabia indignación. En ella se confunden el saber y una mística capaz de construir la conciencia del justo.

Es así que el estilo narrativo de Bayer, nunca exento de probanzas concluyentes, se volcaba con insistencia hacia la espesura anecdótica de los hechos, pues ellos eran el rostro sufriente de la historia, la parábola de los cronistas más antiguos, que reunía a la vez lo acontecido con su enjuiciamiento reparador. El relato de Bayer, destinado a la identificación inmediata de los escuchas, no importaba que repitiera numerosas veces los hechos de resistencia de las prostitutas que rechazan a los soldados fusiladores, pues justamente cada vez que su voz los reponía con la certeza de que la historia hecha fábula corresponde a una antiquísima pedagogía popular, se reforzaba misteriosamente la creencia en la justicia profética o contrafáctica.

Bayer nunca renegó del trabajo de los historiadores profesionales, pero sabía que ellos nunca prestarían atención a su magna fusión entre la exhumación de los folios del pasado y el llamado a purificar la conciencia pública instigándola a medirse con el conocimiento de las atrocidades más remotas. Esta tarea se evidenció en todas sus intervenciones respecto a cambiar el nombre de una calle, mover famosos monumentos, o trastocar el nombre de una entera ciudad. Era su reconocible originalidad de historiador promover la sapiencia de que la historia es finalmente el choque del nombre de las víctimas y los victimarios en el ensueño de la política del presente. Por eso será recordado, y porque ahora una calle de la ciudad su nombre espera.

 

Buenos Aires, 30 de diciembre de 2018

Fuente: La Tecla Eñe

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