Basta de hipocresía

por Alejandra Rodríguez


“En el amor, se trata de saber si son capaces, de a dos, de asumir la diferencia, volviéndola creadora. En la política, se trata de saber sin son capaces, de a muchos, es decir, como masa, de crear la igualdad”
A. Badiou, Elogio del amor

El dirigente político Luis D’Elía estuvo en el programa televisivo “Intratables” que se emite diariamente por América TV y protagonizó una performance sobre la que vale la pena reflexionar: por su despliegue escénico y por el contenido de lo dicho sobre el tema en (supuesta) discusión: “Argentina en alerta – narco”.

En un momento del programa, el dirigente comenzó a repetir con tono fuerte y vehemente: “¿Quien trajo la droga a la Argentina? ¿Quien trajo la droga a la Argentina? El zabeca de Banfield la trajo! El zabeca de Banfield la trajo! Todos los sabemos! Ese que está tapado detrás de Massa, que hace campaña para Massa. Ese trajo la basura de la droga y el narcotráfico a la Argentina. ¿Quienes manejan las mafias en el conurbano? Las policías mafiosas corruptas y ciertos políticos que están entongados hace 30 años haciendo lo mismo”.

Su figura se recortaba sobre una pantalla que proyectaba imágenes de un operativo policial. En un momento, comenzó a moverse y recorrer el espacio en forma circular, siguiendo la disposición de los paneles. La cámara no podía dejar de mostrarlo, imposible no hacerlo, porque estaba dándole eso que está tan acostumbrada a mostrar. No se trataba de un escándalo de la farándula, no. El tema era el narco, y quien hablaba era un dirigente político que lo hacía implicando su cuerpo y su emotividad: “¿Ustedes se creen que hay pibes chorros que nacieron de una repollo? Nacieron de los ‘90. Les sacamos la escuela, el trabajo, la familia, el amor y hoy vienen por todos nosotros y acá discuten la coyuntura” les decía a los panelistas que se mantenía sentados estupefactos.  De esta forma, se apropió de un recurso televisivo eficaz, utilizando el registro del “escándalo” pero reorientando su sentido. Quieren show, tomen show, pero las cosas las llamamos por su nombre, parecía decirnos a todos, reconociendo estar reventado de bronca, por tanta hipocresía y mentira.

En la televisión este tipo de situaciones no las protagoniza un político, por lo general se los ve sentados, hablan claro y pausado, a lo sumo, si se trata de un debate pueden llegar a gritar un poco. Pero D’Elía transgredió la situación, modificó aquello que se debía mostrar y ver, alteró la disposición de los cuerpos y del espacio,  se apropió de la escena y dijo lo que quería decir, de la manera en que lo quería decir. Por momentos se podían escuchar ruidos de vidrios rotos y de una respiración agitada que se superponían a sus palabras, efectos sonoros de la maquinaria televisiva que pretendían deglutir la densidad de lo que estaba sucediendo para devolverla como espectáculo.

Las caras de los panelistas se fueron transformando y sólo se limitaban a pedirle que dijera el nombre al que hacía referencia. ¿Con qué necesidad? Si todos sabemos de quien habla D’Elía. Somos nosotros, los televidentes los que tenemos que nombrarlo.

Por último, se refirió a los linchamientos y a la inseguridad, discursos que se sustentan en la lógica del egoísmo individualista y la eliminación del otro.  A ellos les contrapuso la falta de presupuesto y de amor. La política entendida no solo como administración de recursos y conflictos, sino en su dimensión afectiva. Al finalizar, D’Elía se sintió mal y se retiró del estudio, diciendo que era insulinodependiente. Su salud estuvo en riesgo. El tema  lo afectó en el cuerpo.  Nos preguntamos, si acaso es posible dimensionar y asumir su densidad sin que nuestros cuerpos sean afectados.

El basta de hipocresía, se escuchó con efecto multiplicador, como quien toca la primera ficha de dominó y las ve caer una tras otra. Basta de hipocresía en  este tipo de programas televisivos que juegan a interesarse por “temas serios o de actualidad” pero lo hacen con una superficialidad y trivialidad alarmantes. Basta de hipocresía a la hora de pensar socialmente sobre los pibes chorros y el narcotráfico, como si se tratara de la película “Feos, sucios y malos”. Basta de ser consumidores de discusiones coyunturales, zócalos y editoriales que bajo el disfraz del interés común no hacen más que vaciar de contenido político los temas que nos afectan como sociedad y que reclaman en forma urgente ser tratados en su real complejidad.

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