Apuntes rápidos sobre el voto mulo

Colectivo Juguetes Perdidos


Muchos barrios y vidas populares se blanquearon durante la década ganada. Se viene un gobierno de blancos, sí. Pero ese gobierno se incubo desde abajo, se fabricó sensiblemente hace rato en lo profundo de los nuevos barrios: las elecciones del domingo visibilizaron a nivel político la vida mula, expresaron en la superficie pública el contrato existencial que millones de laburantes y vecinos no están dispuestos a romper: consumo + muleo + engorramiento. Eso es lo que querían Juan, Pedro y María: habitantes del centro de una ciudad blanca, laburantes del fondo de un barrio precario, lo mismo da: votantes emergentes de una reorganización de la vida barrial, urbana y social, votantes que exponen obscenamente un modo de valorizar la vida, votantes que padecen el terror anímico y la intranquilidad permanente, y que están dispuestos a lo que sea para sostener el precario (o no) orden propietario que supieron conseguir.

Hace varios años que todos los conflictos que se dan en los barrios se resuelven por la gorra (vecinos engorrados, linchamientos, cinturón sur, policía local, cámaras y todo el negocio de la seguridad) intentando intervenir en el andar anímico del vecinalismo, instaurar la tranquilidad como continuo de la vida mula. Quizás, los cambios políticos a nivel macro sean un sinceramiento y sincronización entre lo que pasa barrios adentro y lo que se gestiona por arriba; ahora sí la sociedad del muleo se podrá expresar en todo su esplendor arriba y abajo sin fisuras, de manera directa.

Acá no hay ideología, no hay derechización, ni conservadurismo. Acá hay que volver a dar una disputa por cómo queremos vivir. O quizás, es derechización existencial y vital más –o antes– que social; y ahí, en ese plano sensible y afectivo la derrota es previa al domingo por la noche. Es este plano el que se vuelve trasversal a cualquier votante, y es por eso que la mera disputa ideológica -sin disputa de las propias formas de vida- puede hacernos una trampa. Acá es la derecha como una percepción sedimentada en afectos, hábitos y morales que cotidianamente se van cocinando… no la derecha ideológica. Enfriamiento existencial y libidinal antes que económico; ajuste de la vida a los pequeños y asfixiantes interiores estallados (a los que ahora quizás se pueda llegar más rápido en Metrobús) y a los moldes laborales y sociales, y poco más. Sobre estas pequeñas, silenciosas, cotidianas y oscuras derrotas se montan las otras más resonantes. Nos quedan algunas preguntas, ¿y si la década que pasó fue una manera de responder a una sociedad a cielo abierto, desde las luchas dosmilunistas que eran resultantes de formas de vida que se preguntaban por otros modos de vivir el trabajo, la justicia, la memoria, el rock barrial y las esquinas… hasta las preguntas que los pibes silvestres le ponían a la comodidad que se iba cerrando a través del consumo y su reverso gorrero? ¿Y si lo que se viene (o que en realidad ya se viene viendo hace rato) nace sensiblemente del resguardo en la propia vida, la comodidad organizada (esa amarga utopía), el conformismo, y la vida interior estallando… es decir, la clausura de esas preguntas abiertas?

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Así está dispuesto el escenario: por un lado una alianza de clases, blancos y negros bailando al ritmo de la vida mula, vecinos bien y vecinos laburantes, vecinos de los barrios residenciales de las ciudades del conurbano y el interior, vecinos de barrios populares de las ciudades del conurbano y el interior, todos agenciados por el trabajo, el endeudamiento, el consumo, y la pasión suficiente para bancar como sea –seguridad comunitaria, alarma vecinal o fierro en mano– la propiedad o el umbral de vida mejor conseguido en estos años, una alianza de clases que puede ser finalmente gobierno sin mediaciones… Y, por otro lado, la alianza insólita (con algunas experiencias ya conocidas, pero sobre todo una alianza que es todo por venir) con los pibes y con lo silvestre, una alianza para hacer que pasen más intensidades (de esas que estallan las formas de vida existentes, de esas que abren líneas que perforan las sensibilidades mulas y conservadoras), una alianza con aquellos que le metieron preguntas a las formas de vida que se empezaban a clausurar en la época (con gestos y apuestas que nunca fueron vistas como “políticas”)… Pero también una alianza con lo agitable que aún anida en nosotros mismos (sí, es momento de investigarse y ver si todavía hay aguante –de ese que puede inventar nuevas armas–; algunos pocos estamos convencidos que sí, “somos nosotros”, los que nunca dejamos de ser leales a nuestras potencias, incluso si ese nosotros es del tamaño de un puño).

Se abre, a la fuerza, un escenario nuevo. Los lenguajes políticos reconocidos no supieron leer la década ganada: menos podrán con lo que viene (los nuevos barrios anticipaban el clima sombrío y oscuro que ahora toma la ciudad y el país).

Hay que agitar la propia vida, decíamos. Somos parte de una generación que sale agilada de la década ganada: será difícil pasar de Netflix a ponerle el pecho a las gorras estatales… de la pantalla al agite callejero hay un abismo, y la gimnasia social que había desplegado otro tipo de presencia pública y social parece no tener ya efectos subjetivos. Pero aquí vale agrandarnos: No todos perdieron la calle, los barrios, la noche y, sobre todo, no todos perdimos una sensibilidad común con mucha vagancia que será sí o sí (por edad, por prepotencia vital, por pura arbitrariedad) protagonista en la sociedad mula que cada vez se vuelve más obscena: de nuevo, los pibes –en su ambigüedad, en su a-moralidad– fueron los que impidieron el cierre… (“no se vive únicamente para trabajar y consumir”).

La derechización de la sociedad empieza por casa y por la imposibilidad de revisitar el propio nido de serpientes: la tenemos adentro. Entre agitar una vida y agilarla, en lo que se hace en esos intersticios, en lo que se conquista a nivel de intensidades y fuerzas… allí es donde se puede pensar en la fabricación de nuevas imágenes políticas.
Las posibilidades políticas siempre nacen de los terrenos sensibles que se disputan en cada época.

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