por Diego Valeriano
Un sinnúmero de llamados telefónicos, de mails, de guatsap, de comentario en radios y blogs, de gritos por la calle, varias amenazas y algún agradecimiento (¡Es lo que siempre quise decir y no sabía como decirlo», me dijo un petiso de sandalias ayer en la cola del chino) fue el saldo de mi última intervención. Ejemplos y más ejemplos de la inexistencia de la militancia, pidieron unos; que explique por qué agotada la militancia solo la víctima es política, indagaron otros con sinceridad. Ambas cuentas son saldadas aquí abajo. Y el que se envicie o le sobre paciencia puede pasar a las inevitable reflexiones críticas que me asaltaron al encontrarme con esta nota en este mismo pasquín (allí sugiero que nada es más estéril y anacrónico que impulsar la legalización de las drogas) y que se encuentran en la entrada siguiente.
1- Militancia, ¡no existís!
2- Sólo la víctima es política
Retomo allí donde habíamos dejado: la militancia no existe. Las ideologías y la organización no son más que ficciones. Flacos simulacros. Nadie que haga política y tenga más de veinticinco años puede contradecir, con una mínima convicción, esta realidad. ¿Qué es, entonces, aquello que existe en el lugar de la militancia y de los militantes? Existen los negocios, las carreras personales, los egos, la guita, organizar el tiempo en torno a algunas cosas, las excusas, las necesidades, el vedetismo, la gestión y administración, los guetos y microempresas, la búsqueda de trascendencia, el deseo, el ascenso social, las ganas de ser parte, las pertenencias, el amor, el odio, la inquietud, la vergüenza, la competencia, la potencia y la venganza. Mi dirán: ¡una crítica moral! Nada más lejos: no hay aquí valoración, sino juiciosa descripción.
Existen, eso sí, las víctimas ¿Qué es una víctima? Es una persona que, por una acción u omisión externa, vio truncado el tranquilo y normal desarrollo de su vida. Cuando hablo de “acción u omisión”, especifiquemos, me refiero al Estado. El Estado no pudo, no supo, no quiso, entonces, evitar que se vea transformado negativamente el normal desarrollo de la vida, de una o de un grupo de personas. Lo que la habilitará a encarnar un tipo de ciudadanía popular basada en la búsqueda de justicia. “Cuando la persona que perdió un ser amado se potencia en la búsqueda de justicia construye esa lucha una suerte de ciudadanía popular que nos interpela a tod@s”, decíamos en un apunte anterior.
Sin embargo, hay que afinar más el lápiz y buscar algo de precisión, sobre todo para repeler el obvio “todos somos víctimas”. Cuando hablo de “transformación del normal desarrollo de una vida”, me refiero a una transformación radical: que por mi otrora apacible cuadra comience a pasar La Lujanera o que construyan un edificio al lado de casa con jardín no me vuelve víctima, más allá que entorpece el normal desarrollo de mi vida. Cuando hablo de transformación radical digo: muerte, secuestro, desalojo, deshecho de un modelo económico, incautación del futuro familiar.
La existencia de las víctimas es la clara muestra de la particular existencia de la política, precisamente allí donde ya no exista. Mejor dicho: existe en tanto orden que regula con eficacia nuestras vidas y el que, por acción u omisión, todos estamos de acuerdo, pero no una herramienta organizada de transformación que se oponga al mercado.
La guita deja un tendal de cuerpos, no siempre víctimas. Un narco boleteado bajo las reglas correspondientes por la policía, no es una víctima –como no es el “barra brava” que ayer mató la yuta. El hijo de un falso ingeniero secuestrado y asesinado por una banda mixta, sí –por no hablar de la piba de la que hablan todas las radios. Un pibe chorro muerto por un tiro en la espalda es una discusión.
Dos categorías diferentes, entonces.: la víctima pura y la pre (o semi) víctima. La víctima pura accede inmediatamente al welfare mediático y a los derechos que éste habilita. El pibe chorro es una pre-víctima: sus familiares y amigos deberán dar una primera pelea por transformarlo en víctima plena y así intentar conquistar la opinión pública. El pibe chorro deviene victima si ciertas almas nobles que habitan medios, palacios gubernamentales y juzgados logran sensibilizarse frente a su historia. La pre-víctima comienza un trabajo desde el dolor para ser escuchada y comprendida.
Porque si no se es víctima, no se es nada.