El primer mes de gobierno permite detectar unas primeras líneas de acción, la etapa fundacional del nuevo ciclo. Hay algunas tendencias visibles: el paquete de medidas económicas de traspaso brutal de ingresos hacia los sectores concentrados y límites al consumo masivo; el fin de las regulaciones que acondiciona el “clima de inversiones” y garantiza la “seguridad jurídica”; la respuesta represiva que apunta a contener y desalentar la movilización social. Paños fríos –y sangrientos- para tantos años de crispación. Toda una reestructuración institucional del estado que finalmente se hizo a los golpes.
Un primer dato: la integración de los referentes de la UCR y la Coalición Cívica al plantel de gobierno, ocupando lugares claves y acompañando el cimbronazo de ajustes y represión, llevan a repensar la configuración de fuerzas políticas en la Argentina. Lo que se estaba formando, ahora se materializa. Algo del “sinceramiento”.
Ese alineamiento forzado por la presencia incómoda del kirchnerismo propició un quiebre definitivo en el espacio socialdemócrata que se cultivó, fundamentalmente, a partir de 1983, sostenido en el antagonismo inaugural entre democracia-dictadura. El cierre de filas con un partido de derecha compuesto por personajes que expresan abiertamente sus simpatías neoliberales, se formaron como cuadros durante la última dictadura o ejercieron sus puestos en estrecha vinculación con los actores civiles-empresariales que respaldaron el Proceso, conlleva la desintegración de esa zona intermedia de la política nacional y genera un marco más claro de polarización.
Esa recomposición del espectro se hizo, sin embargo, manteniendo el elogio a la audacia institucionalista. Cambiemos se propone como un normalizador de la vida democrática, un cambio de eje hacia una vida de mayor resguardo republicano, a pesar de las serias lesiones al curso institucional previsto por la Constitución, los decretos, la necesidad y la urgencia. Casi no importa lo que verdaderamente pase, hay un monstruo común enfrente que se sintetiza bajo el nombre de “populismo”.
En esa reubicación sobresale una campaña que aparenta ser articuladora: el realzamiento de la militancia alfonsinista de los años ’80 en franca oposición al belicismo setentista. Una reformulación de la teoría de los dos demonios por parte de los correctos militantes que pujaron por la salida democrática sin necesidad de las violencias propias de la militancia revolucionaria de la década anterior. Es una nueva línea histórica trazada desde el heroísmo de la renuncia: de Urquiza a Alfonsín, de Pavón a la Obediencia Debida y el Punto Final. Conclusión tardía de la reconciliación formulada en el temprano menemismo.
El estado por asalto (votado)
El estado de situación diagnosticado para esta nueva propuesta de pacificación social se basa en un supuesto de base: la Argentina se encuentra en una etapa preideológica. De eso se deduce la necesidad de la eficiencia, el predominio de los mejores, los más capaces para poner al país en la senda del desarrollo modernizante. Ante todo, es imperativo alcanzar una base de calidad: hacer las cosas bien, según el vocabulario que empieza a sedimentar. Una disposición de gestión, la centralidad de la calidad como plataforma para la competitividad.
De eso se desprende la utilidad del traspaso de cuadros provenientes del mundo empresarial y el submundo de oenegés y fundaciones, hacia las oficinas públicas –y la consecuente reasignación de becarios e investigadores de las oficinas públicas hacia las vacantes en empresas privadas.
La eficiencia y transparencia del mundo de los negocios irrumpiendo en la política como una donación biográfica. El paso de la militancia al voluntariado, una interrupción del empoderamiento popular, que otorga derechos/responsabilidades e incrementa la exigencia política desde el estado. Basta de eso, es el momento de la administración de las cosas, el incentivo al emprendedor privado, cada cual atendiendo su negocio. Esa es una de las reglas elementales que subyace en el pedido de “acompañamiento”. La ciudadanía restringida al voto.
En definitiva, lo que se propone es un esquema de sumatoria ciudadana –ética- a cambio de la construcción política. Un complemento renovado para la fantasía de gobierno extraamericano: es el modelo de gobierno del capital financiero transnacional, la exhibición de los vínculos integrales con el occidente globalizado. La potenciación al máximo del extractivismo en las relaciones humanas.
La modernización permanente
En ese proyecto se puede retroceder, si se fue muy lejos y surgen resistencias, pero siempre se avanza. Van por todo y después ven. Se trata de un emparejamiento –en el trato uno a uno- del extractivismo de los recursos naturales con los recursos humanos.
Durante los años de gestión kirchnerista se buscó reorientar las ganancias surgidas por el modelo extractivista –agronegocios, megaminería y fracking- con un reparto más proporcional de las rentas. El “prologo” de la distribución de la riqueza. Finalmente, creció el poder de compra de las mayorías mucho más que la activación política. La conquista quedó transformada en simple beneficio: derechos colectivos reducidos a su dimensión individual. Un puntapié para el despliegue de la teoría del vago-mantenido.
Esa obsesión por el trabajo del otro –cuanto se esforzó para conseguir lo que tiene- se contrasta con el heroísmo del que vive la fácil, usa la astucia y el cinismo para escalar posiciones. El escenario provocado es de una banalización del mal, un reforzamiento de las anécdotas: el festejo de la imposición despiadada, el uso hábil de los recursos de poder, el amo que juega, que baila y canta.
El fomento de la participación política vivido en los doce años de kirchnerismo terminó empujando el crecimiento de una fuerza política que aglutinó a las corporaciones económicas-judiciales y obtuvo la Presidencia, la Jefatura de Gobierno de la Ciudad y Provincia de Buenos Aires, a través de las urnas.
Esa sucesión va de un ethos político a uno empresarial: de la defensa de los principios y las convicciones maduradas, la militancia con objetivos estratégicos basado en la acción política –variante, conflictiva, táctica- al desinterés y apatía, la mera conveniencia de la oportunidad. Los objetivos ahora están dados por el equilibrio y la estabilidad, el buen clima de negocios.
Esa es la modernización permanente que plantea Cambiemos. Un modo de operar bajo constante amenaza, rendir como única posibilidad. Es la institucionalización de lo financiero, demandante del principio de eficiencia. Los vínculos establecidos ente los integrantes del “equipo” son esquemas funcionales compactos, puro procedimiento: cuerpos de trabajo con objetivos precisos. Nada de vínculo fraterno o relación política. Es mostrar y cumplir, management empresarial. Es lo nuevo, no hay origen ni tradición, se hace gala de la incultura, del poco apego a la intelectualidad. Son transnacionales y transindividuales. Marketing de felicidad, juego de finanzas. La preocupación está en las formas, el packaging. La única valorización es a partir del dinero, su reproducción infinita. Por eso valen más las acciones de bolsa que las voluntades individuales, no hay lugar para los hombres. Sólo técnicos que sirvan. Por eso hay que sustituir el conflicto –la política- por la administración, evitar los desacuerdos, comerciar.
Hacia la cultura del chetaje
El cinismo del no-me-importa desprendido del modo de “vida sana” que se agita desde el gobierno puede leerse como una politización desde la antipolítica. Es el interés desde el hartazgo, la preocupación por los asuntos políticos en un plano secuencial, una continuidad de imágenes narrativas, trama novelada de la realidad, que enoja y cansa. Política para televidentes. Esa ecuación no admite la comprensión ni el detenimiento analítico, es un juego de pasiones e identificaciones con los personajes, manejo de las intensidades en los desenlaces. La saga de los prófugos despuntó algunas de las primeras coordenadas de esta nueva forma de re-presentación. El lugar del ciudadano es el del que mira e impugna, únicamente capaz de rechazar los actos de los protagonistas, invalidar la trama-secuencia. Después la vida sigue y hay que volver a trabajar.
Esa moral del sacrificio individual se proyecta sobre la imagen del éxito familiar y en los negocios como la base del bien común: si a cada uno le va bien, a todos nos va bien. Cada cual tiene que encontrar “su lugar para ser feliz”. Es una reinterpretación pacificadora de las contradicciones sociales, tirar todos para el mismo lado, ser prudente en la negociación de paritarias. Superar las diferencias, una escolástica de autoayuda y optimismo zen: la resignación ante el destino. Un elemento que puede percibirse en las lecturas de moda que fueron colonizando el mercado editorial –extendido a todos los bienes culturales- en la última década.
En el conflicto entre una sociedad de consumidores y el empoderamiento popular, al final triunfó la propuesta del mercado, con el aplanamiento de las particularidades, la homogeneización, reducción al estilo. Siempre hay uno para todos, la juventud se estira, todos compran. Es posible detectar una tensión entre una adultez juvenil y una juventud adulta. Dos tipos de compromiso con lo vital. Imperó la actuación-fabricación-impostación de los rasgos aparentes de lo joven, el look del presidente, Mauricio Macri, canchero, festivo, ocurrente, con onda.
Esa consolidación del extractivismo financiero tiene como reaseguro el vicio de la inmediatez, lo rápido-frágil-instantáneo. Un universo urdido según la triada vital del momento: merca, soja y confort. Será necesario volver a preguntarse por el papel de la cocaína como sustancia central en la agitación de la vida empresaria, de competencia y sometimiento. Paliativo contra el riesgo de la depreciación, la canonización de la moda, el glamour, lo último, prepotencia de los mejores.
La nueva teoría de la dominación
Esa reproducción infinita es el dominio de los tecnoduros, una división novedosa de los planos vitales. Hermosos y ordenaditos, disciplinados y rendidores en la superficie; intoxicados con lo ruin, lo perverso y lo escabroso en las capas inferiores. Es necesario “ser de mundo”, conocerlo para poder actuar en él, un lobo de Wall Street. Ese doble juego tiene en la cocaína un agente de base, una condensación de la explosión nerviosa intermitente, de paranoia y frenesí. Vive, vive, gana, gana.
La recuperación de los valores del prestigio y el reconocimiento, las premiaciones, conlleva la consagración de un marco de aceptación. Del otro lado queda el desconocimiento de las desigualdades, la indiferencia ante cualquier ambigüedad. Es una reformulación de los términos de subordinación. Es necesario ir hacia una adultez racional y prudente. La búsqueda de la moderación, la apoliticidad técnica afirmada sobre la madurez y el cálculo para el negocio. Ser los mejores, buscar lo mejor.
No hace falta discutir, alcanza con algunas promesas abiertas, una interpelación sentimental a lo obvio. Para hacer las cosas bien están los especialistas, en eso consiste la vida republicana. Es un canje por el aventurerismo adolescente de las prédicas setentistas, demasiado demandantes, muy peligrosas. Por eso se hace la exaltación de la renuncia, el encomio de los que dejaron atrás las pasiones de juventud y asumen un lugar dentro de la nueva organización. Eso le piden al peronismo con el llamado a un PJ civilizado, una nueva infiltración para mantenerlo a raya. El mapa de fuerzas políticas está en pleno desplazamiento, la disputa por las líneas y los bordes. Se abre ahora la posibilidad de otras alianzas con aquellos dispuestos a trabajar bien, el vaciamiento de todo contenido político. Ya no son oportunos esos modales, son tiempos para la asociación, hacer pactos entre las partes, firmar contratos.