Ser extranjero en su propio territorio. Moverse como recién llegado. No ser siempre el anfitrión. Ser traidor. Agenciarse aliados. Ser rebelde. No hay creación, no hay vida posible sin transgresión. Transgresión de nuestras propias normas, sobre todo. Ruptura de códigos. No contabilizar los elementos del código, sino enloquecerlo, hacerlo desbordar. Fuga de la Máquina: energía que se manifiesta no siempre en regímenes de repetición, sino en direcciones imprevisibles y multidimensionales; como reencarnaciones: formas de corporizar energías inherentes a la apropiación maquínica del deseo.
Suplir la interpretación por la experimentación Hacer de la experiencia un entrenamiento; diseñar un mapa — programa, programar trayectos, en sus avances, detenimientos, retrocesos necesarios. Y convertir estas estrategias en una liberación.
Ideas acerca de la clínica y los cuerpos
Clínica como arte de composición, más que de interpretación. Clínica como estrategias geográficas: construir un mapa en un desierto, seguir se recorrido, todo mapa es orientativo. No coincide con el territorio: sobre el mismo terreno se pueden trazar mapas alternativos. Clínica como ciencia geológica, que opera sobre estratos, superficies en constante devenir, clínica como metáfora termodinámica, que sabe guiarse por umbrales de intensidad, entre velocidades y ritmos diversos.
Una clínica que se apoya en líneas duras, segmentarias, sólo puede contener, frenar, cortar, asesinar: mantener bajo control las líneas de des-bordes cuando éstas se inscriben en los cuerpos, y en las acciones de los mismos. Disiplinamiento de los cuerpos. Apogeo de las técnicas como modos de sometimiento, examen y control: regímenes de captura social.
Hoy se asiste al retomo de los cuerpos que las tecnologías no computan: cuerpos como restos de la anti-producción; restos amontonados, sin caras ni nombres; de las guerras, de los cataclismos – violaciones sobre el Cuerpo Madre Tierra, que no dejan sobrevivientes; restos vaciados de la desnutrición infantil; cuerpos virtuales sin fisuras, planos, objetos de consumo de una sociedad pasiva y obesa de imágenes.
Retorno de los cuerpos que la ciencia no logra capturar, ni aún en sus utopías de repeticiones aberrantes genéticas. Hoy ya casi no asistimos a una clínica del SÍNTOMA, sino a una clínica de la producción de máquinas duras sobre cuerpos catatónicos.
Los cuerpos fragmentados de las psicosis, vidriosos de la drogadicción; cuerpo débil y quejoso de las hipocondrías actuales: falla de la Medicina: órganos que se resisten a ser estudiados, curados, clasificados, enmudecidos. Cuerpos hipertensos, desafectivizados producidos cotidianamente en las grandes concentraciones urbanas. Nuevas patologías. Retorno molesto de los cuerpos de la niñez, sometidos a una adultización precoz, expulsados para siempre de su campo de experiencia singular: la máquina feroz del neocapitalismo no respeta los derechos de la infancia
Retorno inquietante del cuerpo de la adolescencia, retorno terrorífico del cuerpo de la vejez, anulado como tal en tanto territorio de experiencia y memoria, incómodo para una ciencia quedice interesarse en los secretos de la vida y la muerte, cuando en los hechos parece querer momificar el fluir entrópico del tiempo en programas de Internet y en la investigación clónica.
Retorno de los cuerpos que el mismo psicoanálisis expulsó de su doctrina: el del esquino, del paranoico, del marginado, del alcohólico, etcétera, etcétera…
Cuerpos que hoy se manifiestan como arena de esclavitud, cárcel de pulsiones, que ya no tienen amos, pero que se expresan bajo regímenes de terror.
Cuerpos sin órganos
Si hay un tipo de discurso social que se ha acercado y mimetizado por momentos casi a extremos delirantes con el discurso de lo policíaco, es precisamente el de la salud mental. Todas las producciones enunciativas alrededor de ciertos temas que incumben a lo marginal, como ser el Sida, o la droga, tanto sean científicas, culturales, tecnológicas, cierran las preguntas en vez de abrirlas.
No se producen preguntas, sino que se imponen enunciados de un alto nivel de eficacia como estrategia de control. Los cuerpos de la drogadicción, de las psicosis, de la marginación, aún las anorexias, aparecen entonces como líneas de fugaque escapan a la segmentaridad dura del Cuerpo Programado.
La muerte no es solamente la muerte física: es unalínea de aniquilación que atraviesa los cuerpos más saludables. Mortificación en vida de la creatividad humana. Se necesitan cuerpos sanos, previsiblemente sanos para controlarlos mejor. Este es el punto, el tema que a toda psicología le cuesta pensar el de la experiencia, y el de la significación social de esa experiencia.
En tanto la experimentación se ve cada vez más restringida, solo quedan alternativas extremas, transgresoras de experiencia.
La pregunta que la clínica debiera hacerse es: ¿Cómo hacer el pasaje por la experiencia sin involucrar el desgaste del cuerpo? O bien, ¿Por qué la salud no basta? ¿Por qué la «grieta» es a veces ineludible en el encuentro con el deseo? Quizás sea porque nunca se ha pensado sino por ella y sus bordes. ¿Hay alguna otra salud que la de un cuerpo que sobrevive lo más lejos posible a su propia cicatriz, a una grieta que no cesa de inscribirse? La grieta es sólo una palabra. Hasta que el cuerpo no se ha comprometido con ella, hasta que el hígado, el cerebro, los órganos no presentan estas líneas en las que se lee el futuro, y que profetizan por sí mismas.
Ante la muerte de nada nos sirven conceptos resignantes como el de castración. Hay que acompañarse a sí mismo primero para sobrevivir, cuando se muere. (Deleuze). El acontecimiento no debe confundirse con su inevitable efectuación, la grieta no detenerse en el crujido de cada cuerpo. Hay que transmudar el apuñalamiento de los cuerpos, «ametrallamiento» de la superficie de todo acontecimiento… sobrevolar la grieta…
La problemática del drogarse se cierra cuando es tornada en forma sustantiva: La droga: se trata de una sustancia, de la relación entre un cuerpo y un objeto que le falta. Así como la esquizofrenia se manifiesta como proceso de irreductibilidad totalizadora, de resistencia a la constitución de objetos totales, expulsados de entrada del reino totalitario de la representación, la droga es una máquina de drenar flujos: flujos corporales, de capitales, de bandas, a velocidades incapturables e imprevisibles.
Pero la singularidad del drogarse, el tema de la droga concierne de manera inquietante al devenir animal del hombre: cuerpo animal, olfato animal, velocidad animal, sensibilidades del devenir animal específico a cada estado. Del devenir – vegetal del hombre: se trate al fin de cuentas de un matrimonio metabólico entre las plantas y los cuerpos: devenir químico – molecular del ser humano; pura química fluyendo por las venas.
La droga es una cuestión de «bodas» entre cuerpos y objetos, pero sobre todo entre cuerpos y el espíritu que cada química produce como conexión. Bodas de altas y a veces mortales dosis de fidelidad. Bodas por contagio, asimilación metabólica, pasiones y encuentros moleculares felices o infelices. Las bodas son siempre entre moléculas, partículas, singularidades; entre ritmos, umbrales de velocidad y de temperaturas. Entre bandas, territorios, organizaciones.
Si la droga es hoy una problemática en este social – histórico es porque hemos perdido la capacidad de reconocer nuestros orígenes más remotos, de reconocernos, a través del polvo de los siglos, en otros modos de producir y relacionarse con lo real, en otros modos de experiencia, propia de hombres de carne y hueso, sujetos a otros modos de gozar y sufrir. Hay un origen dionisiaco, de intensidades mistéricas y sublimes, de ceremonias y rituales jamás solitarios, de una comprensión de la Naturaleza en donde la humanidad es parte y protagonista de un drama, argumento que intenta develar encarnándolo, transmutándose en Naturaleza. Hoy se diría que el drogarse son sólo los restos, apenas un gesto desesperado e inútil por restituir lo dionisíaco de la cultura, de dialogar con dioses ya muertos, pero que en épocas remotas constituían una realidad tan necesariamente tangible como lo cotidiano.
Cuerpos – producto
Hoy los cuerpos no devienen en sus dimensiones vitales. Se fabrican. Fabulosas maquinarias de fabricación, mutación, transformación aberrante de cuerpos. No se ve el proceso, éste se oculta; lo que nos llega son los cuerpos como producto acabado. Auge del aplanamiento de los cuerpos. En estas culturas de espectadores catatónicos, ávidos adictos consumidores de imágenes, la imagen ya no tiene por qué responder a la realidad. Habla por sí sola. Crece como un tumor, cobra poder sobre los cuerpos.
Los cuerpos no están hechos para soportar estructuras tan fijas como las dictadas por las modas, cada vez más homogéneas. Los cuerpos están atravesados por múltiples afectaciones, responden a diversidades en sus modos de dejarse afectar.
Por ejemplo, la anorexia y la bulimia; nuevos mercados para una clínica hambrienta y mísera, que intenta reducir estos fenómenos a la mera urgencia de un síntoma: ni siquiera son cuadros nosográficos nuevos. Son, más bien verdaderos actos de sabotaje al deber ser de época. No son «desórdenes», pero desordenan, como líneas de flujo, las líneas duras de la moda. Son la manifestación de OTROS modos de relación con el CONSUMO. Dos modos diferentes de «hacer cuerpo» con el alimento.
Dejemos a las anoréxicas un poco sublimar sus cuerpos, dejemos a las bulímicas un poco sus catarsis hedónicas con la comida. Hay que ser un poco loco, un poco drogadicto, un poco anoréxico, un poco bulímico, un poco alcohólico, un poco guerrillero, lo justo para atravesar la experiencia, pero no demasiado, para no profundizar la grieta, la herida, hasta su limite.
El cuerpo sobrio
Devenir sobrio de los cuerpos: las líneas más difíciles de sostener. Devenir sobrio no tiene necesariamente que ver sólo con sustancias que se incorporan, se ingieren, hacen máquinas cerrada con los cuerpos. Se trata de la transmutación de los cuerpos. Voluntad de un plan de consistencia, de una estrategia de sobrevivencia. La sobriedad es un devenir del espíritu. Pero devenir imperceptible sin caer en los duros estratos del ascetismo.
Devenir utopía. Pero en determinados socio-históricos, las utopías deben ser creadas, deben tener un plan de consistencia pura poder ser efectuadas. Hay que inventar nuevas utopías cuando nos han pulverizado la máquina deseante de la ética social. Las esperanzas de un socialismo posible y real hoy parecen obsoletas. Y sin embargo hoy asistimos a la vigencia de un régimen de producción de subjetividad que bien podría elevar a Marx al nivel de uno de los genios más indiscutidos del siglo XIX: los antagonismos sociales, cada vez más extremos, la instalación de democracias dependientes hasta lo obsceno en los países tercermundistas, en relación con un Primer Mundo, concebido desde hace décadas para instalar de forma atroz e impune la división internacional del trabajo, gracias a la cual la explotación asesina de unas clases sociales por otras se denomina «progreso».
Devenir sobrios es mantener la memoria.
“Toda memoria es subversiva, y también todo proyecto de futuro… Y en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación» (Eduardo Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina, 1975).
Cápitulo de su próximo libro. “Clínica Grupal con Psicodrama: Etica y Estetica”. Editorial Thaiel. Carolina Pavlovsky. Psicologa. Psicodramatista