Hay que aprender de esas pibas que se toman el 269 en el Cruce, corren el último tren a Once y en Liniers se toman otro bondi para llegar a una fiesta a la que no fueron invitadas. Aprender de su andar a esas horas muertas de risa, con ese top, con esos ojos negros, con esa confianza desconfiada, con esa prepotencia. A mentir, a engañar, a clavar el visto, a plantarse como lo hacen ellas, a correr sin mirar atrás, a volver juntas. Aprender de sus miradas, de su prepotencia, de su fiesta que libera, de ese deambular que hace mundo.
Ni trabajadoras, ni pase a planta permanente, ni lucha, ni solidaridad de clase, ni formación política, ni ir a marchas, ni neoliberalismo. Desobediencia de toda regla, pero sin transgresión, sin andar diciéndolo por ahí, sin autoafirmación ideológica, sin tanta bandera. Desdén desde el carro, pulular por la ciudad hasta que pase algo, bajar en Flores, en Morris, en Paternal y perderse en los pasillos. Sentir miedo, tener la certeza de lastimar si es necesario. Gederla fuerte, escabio, papeo y sustancia.
Hay que aprender de los pibes dónde están las cámaras del monitoreo, hasta dónde puede la Local, cuál de los chinos es el que está enfierrado, cómo tramitar una pensión, cómo negociar con los de la Tercera, cómo jurarle a la trabajadora social que esta vez sí, que esta vez se va a rescatar. Hay que cruzar de vereda cuando vienen de frente pero seguir su itinerario y observar su caminar, su prepotencia, sus marcas, sus escrachos, ese apuro que los empuja sin saber adónde ir con una incertidumbre que se convierte en estilo.
Ni futuro, ni quejas, ni curriculum, ni asamblea, ni dignidad trabajadora, ni diseño de rutinas, ni boletín, ni presos políticos, ni ascenso social, ni inclusión como excluidos: segundearse es el único gesto válido. Una búsqueda de atajos permanente, un kiosco abierto las 24 horas, un tanteo intuitivo, un tiempo desquiciado, una lectura del mientras tanto para ir traspasando los límites.
Hay que aprender de los guachines qué hacer en un allanamiento, quién es el tranza de la cuadra. Aprender a ser malditos, a aguantar las trompadas del padrastro y el miedo de la madre, a no creer en ningún adulto desde muy chicas. Aprender cuáles son los talleres donde dan las becas de desarrollo, a poner esa cara, aprender de memoria la clave de la tarjeta de la abuela, los pasos de las chicas de Pasión de Sábado, que ya no van a ser princesas, que el centro comunitario es un negocio de la coordinadora y algunas más. Que casi siempre están solos, que el mar es inmenso y azul aunque nunca lo vieron.