No estoy en condiciones personales de hacer un análisis de coyuntura, en el sentido de reproducir y sintetizar las lecturas informadas disponibles a cerca de los grandes temas del momento que se actualizan en diversos medios minuto a minuto. Algo quizá dramático me obliga a sustituir el registro informativo y la operación categorial por otro tipo discurso. Trato de explicarme con un rodeo kafkiano.
En su relato En la colonia penitenciaria (1919), Kafka nos coloca ante la escena en la que un observador extranjero, que debe brindar un informe sobre cómo se practica justicia en una isla, resiste la insistente argumentación del oficial al mando que pretende un dictamen favorable sobre sus métodos, en particular, sobre la célebre máquina infernal de castigos que funciona escribiendo con unas púas metálicas el delito cometido en la espalda de los acusados. Juez y verdugo al mismo tiempo, el oficial termina asesinado por su propia máquina. El texto de Kafka parece una respuesta a la glorificación que Joseph De Maistre hizo de esa figura del matar legal que es el verdugo. De Maistre describe así al héroe de su teoría política proto-fascista de la soberanía: “toda grandeza, todo poder, toda subordinación descansan sobre el ejecutor: él es el terror y el vínculo de toda asociación humana. Eliminad del mundo a este misterioso agente, y de inmediato el orden dará paso al caos: se derrumbarán los tronos y desaparecerá la sociedad. Dios, que es creador de la soberanía, es por tanto creador también del castigo”. El entero orden de jerarquías se sostiene en el terror que el verdugo aplica al enemigo subversivo. Su crueldad es una crueldad que salva. Al ser asesinado por su propia máquina, Kafka coloca al verdugo frente a su propio desprecio, haciendo de su muerte un hecho sin sentido salvífico. El relato termina en la cantina del pueblo. Tras el rechazo del cementerio de aceptar el cadáver del antiguo comandante (creador de la máquina penal), su cuerpo fue enterrado allí, pasando las mesas en las que beben los trabajadores bebedores (“gente pobre, humilde”), bajo una “una simple piedra” en la que fue escrita la siguiente inscripción “Aquí descansa el antiguo comandante. Sus partidarios, que ahora no pueden decir su nombre, cavaron la fosa y pusieron la lápida. Hay una profecía que dice que después de un determinado número de años el comandante resucitará y desde esta casa conducirá a sus partidarios a la reconquista de la colonia. Crean y esperen”.
La cuestión, por supuesto, no concluye ahí. Unas seis décadas más tarde, Ricardo Piglia ficcionalizó –en su novela Respiración Artificial (1980)– un encuentro verosímil. Su personaje, el investigador Vladimir Tardewski, lo habría descubierto. El episodio en cuestión, ocurrido entre finales del año 1909 y comienzos del 1910 en el Café Arcos de la calle Meiselgasse –ciudad de Praga– habría reunido en una misma mesa a Kafka con Adolf Hitler. La pregunta que se nos plantea es, pues, la siguiente: ¿qué interés podrían tener para el escritor solitario y silencioso los dislates de un locuaz artista del hambre que se ganaba la vida pintando tarjetas postales? La lúcida hipótesis de Tardewski es que en Kafka hay una escucha. Una capacidad de dar crédito a presagios delirantes provenientes de un joven insignificante, por entonces incapaz de llevarlos a cabo. La escucha de Kafka era consecuente con su convicción a cerca del poder mágico de las palabras. A diferencia de los actuales métodos de encuesta y focus group, que son escuchas del presente, la escucha kafkiana captaba en las palabras aquello que tenían de precursoras. El escritor percibía los caminos oscuros que ellas abrían en el mundo. Presentía el “murmullo enfermizo de la historia”. Se ha dicho con frecuencia que Kafka entrevió el horror nazi que no llegó a vivir, pero que destruyó la vida de sus hermanas menores, y la de Milena Jesenská. Las palabras de Hitler llegaban a los oídos de Kafka como “chispas de incendios futuros”. Lo que descubre Tardewski es que Hitler le susurraba a Kafka –prácticamente le dictaba- el relato de la colonia penitenciaria. Si Hitler llegó a ser Hitler por ser –ante todo– el personaje adecuado para organizar la escena en ciernes, Tardewski descubre la escena en la que el drama se anticipa y prepara a la historia. Como no se cansará de decir Piglia: lo ficcional estructura la realidad. Kafka fue un visionario del Estado transformado en un instrumento moderno del terror. Piglia lo describe como hablando de sí mismo: se “despertaba todos los días para entrar en esa pesadilla y trataba de escribir sobre ella”. Hoy hacemos de ellos –Kafka, Piglia– nuestros “precursores”. Hitler pretendía imponer a toda Europa un alemán depurado para que sus órdenes fueran cumplidas. El alemán de Kafka, salpicado por el checo y el ídish, obstaculizaba la constitución de la lengua del mando.
La ampliación de lo posible como abyección
Hace años ya que despertamos como Gregorio Samsa: metamorfoseados. Mas que “transformar el mundo” –como decíamos con voluntad militante–, fuimos transformados por fuerzas oscuras que actuaron a nuestras espaldas. El modelo kafkiano de la transformación nos coloca en el curso de una reflexión sobre que va más allá –voy entrando, ahora sí, en el tema– de las victorias electorales de las derechas o las hiper-derechas. Porque las elecciones –después de todo, y hasta nuevo aviso– se ganan y se pierden. En cambio, el temor de que esas derechas sean expresión de una remodelación reaccionaria del vínculo social, introduce un dramatismo distinto. Sospechamos -en realidad acumulamos evidencia– del despertar de la “vieja profecía” del retorno del verdugo. Banales payasos asesinos hacen visible lo que algunos filósofos llaman una “inversión del juicio moral”, según la cual el victimario (el verdugo) se repone como figura arrasadora sobre las víctimas y arrasa con los términos históricos del “nunca más”, tal y como se pudo creer que había triunfado durante el fin de la segunda guerra mundial (y entre nosotros en los albores de la democracia). Decir que tal “resurgimiento” ocurre a nuestras espaldas, es reconocer que el horror se ha incubado desde el interior de la democracia misma, por medio de un juego de máscaras que ha neutralizado el juego de identificaciones que permitía rechazar las amenazas dictatoriales. En otras palabras: el resurgir del verdugo no es reconocible como tal desde un comienzo porque, a diferencia de los fascistas del pasado, estos surgen abrazados al dispositivo neoliberal-electoral. Y también porque el “Nunca más” –en particular el Nunca Más anti-nazi– ha asumido el mandato que prohíbe comparar, situando lo nazi en el lugar excepcional de la “fabricación de cadáveres”. Pero comparar no es necesariamente relativizar. Y lo cierto es que cuando se compara para aprender se establece una comunicación instructiva con las formas de apartheid, con las técnicas del poder colonial y con otros genocidios (del pasado y del presente). Custodiar la “excepción absoluta” provoca cegueras peligrosas. No permite advertir lo que está en juego cuando lo posible se amplía hacia lo abyecto. El verdugo ha copado la escena: toma la forma de ruptura militarista del derecho internacional, de violentas deportaciones de migrantes, de la aniquilación de estructuras de la vida pública, de limpiezas étnicas. La palabra “autoritarismo” no alcanza a captar la gravedad del fenómeno.
Israel como modelo
Arrasado el “nunca más”, no alcanza con denunciar el “genocidio”. Según el documentado libro de Antony Loewenstein – El laboratorio palestino (2024)– la población árabe de Gaza y Cisjordania está siendo utilizada como objeto para las pruebas de tecnologías de guerra, vigilancia y control orientada a la exportación de saberes de la ocupación a países que –literalmente– por todas partes administran de modo supremacista y belicista sus fronteras, sus migraciones y sus poblaciones no deseadas o simplemente sobrantes. La ocupación colonial como negocio completa un modelo tanto más atractivo para las élites en tanto articula lo comercial, lo militarista y lo teológico/ideológico. Semejante modelo resulta sumamente atractivo para las derechas extremas –neofascistas– que odiando a los judíos simpatizan con el Estado de Israel como la Esparta del mundo occidental.
Barcos y bancos.
Lo cierto es que cada vez se hace más difícil asumir lo político nacional sin afrontar estos anudamientos que suelen aparecer como problemas de “política internacional” y, en esa medida, lejanos. O difíciles, puesto que para saber sobre la escena internacional hay que volverse un especialista. Si la política nacional requiere “saber demasiado”, entonces el saber actúa despolitizando.
Lamentablemente no ocurre lo mismo con nuestros enemigos declarados. Ellos sí anudan, tejen y re tejen la geopolítica, la guerra, la economía, la teología, la historia y las aplicaciones tecnológicas en un lenguaje del saber “fácil”. Evocando una famosa entrevista a Hanna Arendt (1964) podemos decir ellos hablan a la perfección una lengua que no pretende producir nada nuevo, sólo fluir por medios de clishés.
La situación argentina –que es en definitiva lo que me concierne en esta mesa– se inscribe de manera plena en una fórmula que se resuelve en tres palabras y un paréntesis: “bancos o barcos” (de guerra). Trump nos lo ha hecho saber de mil maneras. Todas muy directas. Quiere retomar el control sobre América del sur mediante operaciones financieras –deuda, captura de insumos de nuestra naturaleza, posiciones geo-estratégicas– o bien mediante acciones de terrorismo de Estado internacional llevadas adelante con la excusa de la lucha contra el narcotráfico. Los datos de nuestra coyuntura más inmediata –Milei alcanzando una primera minoría en el Congreso; el nombramiento de un militar en actividad e hijo de un genocida como Carlos Presti al mando el ministerio de Defensa; Cristina presa– no pueden ser comprendidos por fuera de este cuadro de situación. Argentina no está al margen de la violenta remodelación que sufre el mundo y la región.
En 2023 la candidatura presidencial de Milei canalizó un rechazo mayoritario de la situación política previa, focalizando en la dirigencia presentada como “casta”. Tuvo algo de un “Qué se vayan todos”. Sólo que en 2001 el “qué se vayan todos” asambleario y democrático, en cambio en 2023 fue por redes y reaccionario. Milei fue entonces el “instrumento” para explicitar la depreciación de la política de todo un período. En octubre de 2025 -elección de medio término que revalida a LLA–, Milei ratifica su condición de “medida” respecto de lo que una parte significativa de la sociedad piensa de la política, pero lo hace gracias a una condición particular: la intervención chantajista del Tesoro norteamericano y del propio Trump. Lo cual plantea una serie de cuestiones que no tienen fácil resolución. La primera: carencia de un balance político no reaccionario del período 2019 a 2023 (pandemia incluida). La segunda: carencia de una política a la altura del diagnóstico que compartió la entonces vicepresidenta CFK 6 de diciembre de 2022 cuando declaró públicamente que el Estado argentino se encontraba literalmente “paralelizado” y que el poder judicial estaba tomado por mafias. La falta de balances críticos deja el terreno libre a balances reaccionarios. Eso es 2023. La falta de una reacción al copamiento mafioso de instituciones da curso a la descomposición reaccionaria. Eso es Milei 2025.
“Buscar una salida donde no la hay”.
Tomo una frase que dice: “ahí donde está el peligro está la salvación”. Se trata de una frase muy citada, cuyo origen parece ser del poeta Hölderlin. Para darle uso en nuestras circunstancias preciso de un breve rodeo por León Rozitchner. Leyéndolo, podemos presentar esta secuencia argentina: ingresamos a la democracia más desde la derrota que desde el deseo, con el desafío –decía León allá por 1983– de hacer de ella no un formalismo sin conflicto, sino una tregua en el enfrentamiento entre clases, a fin de recomponer fuerzas destruidas militarmente por el enemigo. La democracia como tregua implica una suspensión del terror abierto y una ocasión para replantear una política popular de naturaleza defensiva. Lo cual suponía –para él- superar la concepción de lo democrático del alfonsinismo, del peronismo (renovador y menemista) y de la izquierda partidaria. Se trataba, en definitiva, de hacer de la democracia el lugar de construcción de un contrapoder. Cosa que se intentó tanto en los movimientos de DDHH como en movimientos sociales y populares. Luego de 2001, Rozitchner lee al kirchnerismo a partir de un gesto fundamental: el retiro del cuadro de Videla del Colegio Militar que denuncia la complicidad de la política argentina con el terror militar. Ese gesto, pensó Rozitchner, para no cerrarse en su símbolo aislado y reversible, debía prolongarse en un señalamiento capaz desandar la estructura del país que emerge en el 76. Este rodeo es necesario para explicitar la pregunta siguiente: ¿en qué situación se encuentra esta hipótesis de atravesamiento de la democracia desde la constitución de contrapoderes? Podemos tomar como punto de partida tres observaciones: una crisis de la democracia que tiene entre otros indicadores un crecimiento sostenido del ausentismo electoral; una avanzada transformación social reaccionaria; una ausencia de gestos que convoquen la fuerza popular dispersa. Era necesario este repaso para volver sobre aquella frase conocida y difícil de Hölderlin: ¿Qué quiere decir que en el peligro aguarda lo salvador? Podemos dirigirle la cuestión al héroe de las novelas de Kafka, ese sujeto que, como nosotros, sabe bien que no hay salida a la vista, y que, sin embargo, sigue buscando. Un héroe que no parte de la lucidez total (el héroe es alguien que “no la vió”) ni de la potencia popular para transformar la realidad. El héroe kafkiano persiste, intenta: busca crear una salida donde no la hay porque –como el simio Pedro Rojo– precisa respirar.
Lo salvador en el peligro toma la forma de un rizoma particular. Es algo que podemos aprender de Zohran Mandami. Su padre, Mohamed, académico exiliado de Uganda, dijo en una reciente entrevista a The Guardian lo siguente:
«Cuando fui a Dar es Salaam, estuve involucrado en un ambiente intelectual que me dio razones para comprender esta transformación y me informó sobre el movimiento anticolonial más amplio, que empezó con la Revolución rusa, la Revolución china, la Revolución de Vietnam y la Revolución cubana. Hoy en Nueva York, la experiencia neoyorquina sigue cambiando, y ahora, con la elección de mi hijo como alcalde, está cambiando aún más. La sensación de posibilidades se amplía. Me sorprendió bastante ver a Zohran abrazar sus orígenes abierta y directamente. «Soy musulmán. Nací en África. Soy de ascendencia del sur de Asia», y así sucesivamente. Nueva York sigue siendo una experiencia vivida.
Todos los hilos que llevaron a la expulsión asiática en 1972 y, antes de eso, a la expulsión del pueblo luo, están presentes ahora en Estados Unidos: ciudadanía por nacimiento, indigenidad. Hay resonancias, incluso similitudes, pero no son lo mismo. La gran diferencia, creo, es que aquí hay un contragolpe, y apenas está comenzando. Creo que estas elecciones en la ciudad de Nueva York son un posible comienzo. No quiero ser demasiado optimista, pero es un posible comienzo porque ha tenido repercusiones, no solo en todo el país, sino incluso fuera de él.
Traigo esta cita para señalar dos cosas. La idea de “contra golpe”, y la “sorpresa” (de Mandami padre) ante el hecho que Mandami hijo abrace sus marcas de origen como índices personales y los convierta en políticos. Creo que podemos aprender de estas dos observaciones –lo africano, lo asiático, el exilio, las largas conversaciones sobre las revoluciones del siglo XX– como un espacio de “resonancias y similitudes” que hacen de Nueva York, cuna del trumpismo, el lugar de contra-golpe. En el momento en que el trumpismo –entendido destrucción militar de mundos para su posterior reconstrucción del bajo la lógica del mercado inmobiliario– hace sus maquetas de la Gaza gentryficada (sin palestinos), los desplazados y derrotados que conforman el proletariado informal de su ciudad esbozan su contragolpe. Lo salvador irrumpe en las entrañas de lo peligroso. ¿Qué podemos escuchar de esto desde Argentina? Por un lado, que el “saber difícil” de la geopolítica puede ser replanteado como marca personal y componente inmediato de lo social. Las potencias que usan la guerra para disputar recursos, nos recuerdan la impotencia de reconstruir regulaciones democráticas que hacen posible el acceso a vivienda, servicios públicos, seguridad, transporte. Por otro lado hemos visto como el entusiasmo fue capaz, durante la campaña, de combinar red social con voluntariado puerta-puerta. Finalmente, la interpelación a una población plural -que llevó a votar juntos a muchos judíos junto con muchos musulmanes– nos recuerda qué indispensable recomponer un mundo popular fragmentado (por ejemplo, entre quienes tienen trabajo formal e informal). Se dirá –con razón- que NY cuenta con recursos incomparables rechazo al chantaje trumpista. Por tanto, nos toca construir una salida situada en nuestras condiciones. Estamos a la espera no pasiva de un gesto, sin saber de dónde vendrá. El héroe kafkiano viene a cuento para señalar esto: convocar la lucidez y la fuerza que falta a partir de la dispersión, para invertir la dinámica de la situación, sabiendo que un gesto tal, por su propia naturaleza, tiene siempre algo de imprevisible.
[1] 6 de diciembre de 2025 fui invitado a participar junto a Carlos Skliar y Jorge Elbaun de la apertura del XXI Congreso del ICUF. Me habían encargado de hablar de política nacional. Hice lo que pude.