América Latina: una región en disputa que gira a la derecha // Cecilia Valdez

Latinoamérica ha vivido un 2016 especialmente convulso, con el proceso contra Dilma Rousseff o la muerte de Fidel Castro, entre otros asuntos, mientras se resiste a volver a caer en un modelo neoliberal cada vez más extendido.
Preguntarse por el futuro de los otrora gobiernos progresistas de América Latina es preguntarse por el resultado de un proceso que marcó una época en la región latinoamericana y que hoy, salvo en el caso de Bolivia (el país con mayor índice de crecimiento económico de la región), Venezuela y Ecuador, vive un retroceso feroz con la aplicación de medidas de corte ultraliberal. Algunas de las razones que explican este retroceso hablan de que se han mantenido intactos la mayor parte de los mecanismos que reproducen el poder de las clases dominantes o, según el caso, no se supo, quiso o pudo atacar de forma más fuerte sus bases ideológicas.

En 1990, el PT del Brasil y el PC de Cuba convocaron el Foro de Sao Paulo para enfrentarse al ciclo conservador y neoliberal que estaba en auge. Paralelamente, diversos movimientos sociales de todo el continente organizaron la Campaña por los 500 años de colonización.
A partir de entonces, con los triunfos de Hugo Chávez en 1998 y Lula en 2002, comenzó un ciclo que es heredero de esas dos iniciativas y que tuvo importantes consecuencias en la región: la recuperación del papel del Estado en la economía, el despliegue de políticas sociales que redundaron en una reducción de la pobreza, mejoras en el terreno laboral, fortalecimiento de la negociación colectiva y la actividad sindical, recuperación de la economía campesina con apoyo de políticas públicas, etc. Una enorme diferencia con la década anterior donde casi todas estas variables habían sufrido un deterioro sin precedentes.
Desde 1998 diversos frentes políticos de carácter nacionalista y patriótico accedieron al Gobierno a través de las urnas y proclamaron su oposición al neoliberalismo y a la deuda externa. Mientras que los de Venezuela, Ecuador y Bolivia se autoproclamaron como revolucionarios, los de Brasil, Argentina, Uruguay, Nicaragua, El Salvador, y en su momento, el Gobierno de Lugo en Paraguay, establecieron políticas de corte socialdemócrata.

Por otra parte, a partir del año 2000 y hasta 2015 América Latina fue beneficiaria de un importante boom de altos precios de petróleo, cobre, oro, materias primas y productos agrícolas, lo que se conoce como commodities, fundamentalmente por parte de China. Esto se expresó en importantes índices de crecimiento económico que ocurrió en casi todos los países de la región.
Relación de fuerzas
Sin embargo, la idea de independizarse tanto de Estados Unidos como de los organismos financieros internacionales y los enfrentamientos con ciertos sectores de poder, como era de esperarse, trajo consecuencias. La manipulación mediática fue desgastando las bases de unas políticas que, en muchas ocasiones, se preocuparon más por incluir sectores históricamente excluidos en base al consumo que por modificar las reglas del juego y plantear mecanismos que promovieran, entre otras cosas, una inclusión participativa.
Una inclusión que, por este motivo, muchos consideran frágil aunque no fácilmente reversible en todas sus facetas. Es el caso de Diego Sztulwark, miembro del Instituto de Investigación y Experimentación Política (IIEP), quien considera que muchos de los logros atribuidos al Ejecutivo son logros de años de luchas de colectivos sociales que se encuentran profundamente arraigados. “A pesar de la sorpresa que nos provoca la ofensiva del Gobierno de Macri tenemos que reconocer que la relación de fuerza social no ha cambiado tanto como para que se puedan desmontar un montón de variables estructurales, ni en Argentina ni en la región. En Brasil la situación es más terrible, se trata de la ofensiva de una derecha que llega al poder en una jugada legalmente cuestionable y sin elecciones de por medio. Hasta ahora en ningún país de América Latina la derecha pudo ganar elecciones prolijamente, construir una hegemonía política y desde ahí desarticular todo lo hecho previamente. Argentina es donde más cerca se está de eso”, afirma.

Dilma Rousseff, expresidenta de Brasil, fue sometida a un juicio político y finalmente destituida el 1 de septiembre. En octubre pasado, uno de los principales impulsores de su destitución parlamentaria, Eduardo Cunha, quien se había desempeñado como presidente de la Cámara de Diputados, fue detenido. Cunha está acusado de recibir sobornos y lavar dinero en Suiza, y su detención forma parte de una escalada contra la corrupción que se lleva adelante en varios países de la región. “No está mal que se avance contra la corrupción, lo que no está bien es que este proceso lo lleven adelante jueces que representan al sector más podrido y más conservador del poder judicial. Existe un eje muy fuerte en América Latina puesto en esta cuestión, pero con una intencionalidad política muy clara. Cunha ya cumplió su deber, ya encabezo el impeachment contra Rousseff, no les sirve más y se lo sacan de encima”, sostiene el periodista e historiador Néstor Restivo.

Alianzas y estrategias

Por otra parte, tanto el tema de los organismos regionales como las alianzas y los (des) acuerdos entre los países que los componen son algunas de las cuestiones más debatidas en cuanto a la reconfiguración del mapa regional. El fracaso del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) en 2005, que rechazó un acuerdo cuyo objetivo era liberalizar los flujos de comercio entre los países del hemisferio sin contemplar ni el grado de desarrollo ni las asimetrías existentes entre los mismos, marcó un punto de inflexión. El no al ALCA fue la antesala para la creación de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) y Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), entre otros muchos proyectos que permitieron visibilizar y hacer converger, fundamentalmente, los intereses de los gobiernos progresistas.
El sueño de una integración plena sufrió un duro revés cuando en abril de 2011 Chile, México, Perú y Colombia, siempre más alineados a los intereses de Estados Unidos, anunciaron la creación de la Alianza del Pacífico (AP), con un claro perfil liberal. La AP buscaba, por un lado, evitar el avance de Unasur y Mercosur, donde están concentrados gran parte de los recursos estratégicos de la región latinoamericana; y por otro, allanar el camino para la injerencia de Estados Unidos, proteccionista fronteras adentro pero liberal en sus vínculos externos. Por otra parte, los Estados miembros del Mercosur tienen peso en las decisiones globales al ser sus socios más grandes miembros del G-20. De la AP, sólo México juega en los asuntos globales.

Argentina, por su parte, dio un primer paso en este sentido al ingresar con carácter de observador al bloque para hacer las veces de facilitador con Mercosur. Un Mercosur que en setiembre entrego la presidencia pro tempore de la misma a Venezuela en un traspaso cargado de interferencias donde empezaron a dirimirse las enormes diferencias que caracterizan a los diferentes gobiernos que componen el bloque actualmente.

Uruguay dejó la presidencia de Mercosur y Venezuela decidió asumirla en base al sistema de rotación semestral por orden alfabético. Pero Argentina, Brasil y Paraguay consideran que esa función está vacante porque no hubo traspaso formal. Aunque el Gobierno de Uruguay, a diferencia de sus socios, en el inicio de la crisis reconoció a Venezuela en su puesto y denunció la intención de Brasil de “comprar el voto de Uruguay”, luego retiró su apoyo al país petrolero. El pasado 1 de diciembre, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay dispusieron la suspensión de Venezuela, una decisión que desde Caracas se calificó de “golpe de Estado”. Ahora es Argentina quien ostenta la presidencia pro tempore del bloque.
Fin de ciclo
“Hablar de fin de ciclo no me gusta, prefiero hablar de espacios en disputa. Sí creo que hay un giro a la derecha producto de cierto cansancio de la sociedad por demandas que no fueron satisfechas y de operaciones permanentes de la derecha latinoamericana”, opina Néstor Restivo. Varios analistas coinciden en señalar una suerte de desfase entre las mejoras en la situación de vida de los sectores populares y la conciencia política respecto a las razones de esas mejoras. Según Restivo, “en Argentina, las reclamaciones se llevaron por delante al Gobierno que estaba llevando adelante esas conquistas”.
Por otra parte, hay otros expertos que sostienen que el problema a la hora de pensar que los gobiernos puedan ser totalmente nacionales es inviable porque los Estados están completamente mediatizados por mecanismos financieros globales y esto obliga a formular una teoría política más radical y más sofisticada que lo que fue la teoría política de los gobiernos latinoamericanos. Según Sztulwark, del IIEP, la incorporación de los sectores populares tuvo un problema que es que además de permitir el acceso a ciertos bienes, «subjetivaron neoliberalmente a las personas». “Este es un proceso que los gobiernos, o bien advirtieron demasiado tarde, o bien no tienen categorías mentales para pensarlo”, añade el analista.

Por último, y por si faltaban novedades importantes en la región latinoamericana durante este último año, la muerte de Fidel Castro produjo un sismo acorde al peso de su figura y dio lugar a todo tipo de debates sobre el proceso que lideró. Una interminable catarata de argumentos reflejó el devenir mental de férreos seguidores y/o detractores pero también de quienes se permiten asomarse a las complejidades de un proceso de más de 50 años que ha dado como resultado una Cuba que muchos definen como «la piedra en el zapato del país más poderoso del planeta», es decir, EEUU. Una excusa más para pensar en la realidad latinoamericana en su conjunto, fundamentalmente quienes, como en el caso de los llamados gobiernos progresistas, han visto en Castro y en la Revolución Cubana una referencia insoslayable.

[fuente: http://www.publico.es/]

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