Algunas reflexiones sobre Clínica y violencia // Juliana Colángelo

El texto original fue compartido en la presentación del Colectivo Manar: salud mental y esquizoanálisis, en diciembre de 2021, donde fuimos invitadxs a dialogar con Emiliano Exposto. La presente versión fue editada y reelaborada.

0.

Me formé en la facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires con un plan de estudios instituido en 1985 que aún sigue intacto. Con “lo intacto” me refiero a esa psicología de lo normal/moral que busca curar más que habilitar y explorar; escarbar más que potenciar; diagnosticar más que escuchar y escuchar solo lo que quiere para confirmar lo que ya sabe; que se supone neutral más que política; que cierra la ventana más de lo que la abre; que no habla para sostener un semblante, que no ‘se ensucia’ para sostener la blanquitud; que hace decir al ICC lo que solo el lenguaje ‘nos deja’, que nos reduce a una mente sin cuerpo, a un padecimiento solitario, privado e individual, que nunca es social ni político ni económico ni cultural, que sostiene que una identidad puede ser una compensación delirante, que reduce lo familiar a un triángulo – heterosexual, que luego llamó función, pero que nunca cuestionó a Edipo, ni al régimen de heterosexualidad obligatorio; que intentó ser antibiologicista y falló una y otra vez porque nunca renunció a sus bases, que vio en los desvíos la patología u anomalía y que nunca cuestionó a que norma significante responde, que escribió más papers sobre lo trans y lo homo, pero nunca sobre lo hetero ni sobre el cisexismo, cuerdismo, capacistismo inherente a nuestras prácticas. Una psicología normalizadora que mira más a lo blanco de Europa que al sur global, a los márgenes, lo loco, lo queer, lo negro y que niega la existencia de un cuerpo vulnerable, precario y afectado que dice tanto como las palabras y tanto como lo que no entendemos. 

 

  1. Y

 

También existimos, y existen e insisten otras muchas psicologías y fugas potentes que corroen “lo intacto”.

 

  1.  

 

HAY QUE CUIDARSE DE LOS POLOS.

-Me convenzo que

a no olvidar son dos. Y me rebelo.

 

“LITIO” de Marisa Wagner 

 

Dicho esto, y a riesgo de caer en posiciones morales y benevolentes, que precisamente son las que quiero cuestionar, comparto algunas líneas que he estado pensando en relación con: “clínica y violencia”. Me interesa pensar en esta conjunción, es decir en la “Y”, precisamente aquello que visibiliza una tensión, una relación, y no una “O” en términos excluyentes, binarios y opuestos como si existieran el bien y el mal; lo violento y lo no violento. Algo no muy novedoso, que Deleuze y Guattari han definido como lógica rizomática. Aquello que nos invita a desconfiar de las trampas binarias u arborescentes de Lo Uno y Lo otro. 

 

3.

 

¿Cómo no hará reír la famosa neutralidad? 

(Deleuze, Guattari, 2010: 321)

 

Primer conjunto: la violencia epistémica. ¿Qué conocimientos están académica-científica-social y políticamente legitimados desde los campos del saber y su relación obvia con el poder? ¿Quiénes detentan y ocupan dichos lugares? nunca neutrales, por supuesto. 

Aún hoy insisten aquellos saberes instituidos y legitimados en nuestros campos de saber que reproducen discursos patologizantes, moralizantes y manicomializantes apoyados en la construcción apriorísticas de las diferencias. Es decir, existe un sustrato “invisible” a los ojos de los mortales, de donde brotan saberes con olor a verdad donde ir a buscar respuestas, donde poder apoyar una hoja de calcar para reproducir los saberes bíblicos y si aquello no encaja, forzarlo a que así sea. Mecanismos de normalización sobran, voluntades para tensar los bordes de una teoría escasean.     

 

            4.

 

Segundo conjunto: del anterior se desprende una idea de “salud” que se instaura como ideal a alcanzar, por lo tanto, como un ideal regulatorio que se encuentra íntimamente relacionado con ciertos procesos de normalización anudados a una supuesta cura.

Dicho ideal de salud a alcanzar supone una concepción universal de la misma, basada en la vieja y absoluta dicotomía entre salud/enfermedad como territorios excluyentes. Aquello supone necesariamente un sustrato basado en la “falta” es decir, un indicador de que algo falla y por lo tanto hay que readecuarlo, repararlo, dado que si el estado por defecto es “lo saludable” (Pérez, 2019) si algo no está, se asume como déficit. Lo que legitima toda práctica de restitución en su nombre porque se supone un ‘buen lugar’ al cual llegar.

De allí deriva una lógica individualista, en términos de responsabilidad de cada unx por “su propia” salud, lo que no sólo esconde las altísimas demandas corporales, capacitistas, capitalistas de hiper productividad, que exigen tales parámetros de “normalidad” y salud ideal por defecto como condición de existencia, sino que también oculta e invisibiliza las desigualdades estructurales y los diferentes grados de responsabilidades éticas, económicas y políticas en el enjambre social del campo de la salud. Lo cual, sin dudas, resulta muy violento dado que no nos permite pensar en nuestras condiciones reales de existencia y de vida actual. Es decir, que ideal sostenemos y ¿a qué costo? 

 

5.

           

Tercer conjunto: El disciplinamiento de las instituciones de la normalidad. Los discursos de saber/poder médicos psi hegemónicos nos invitan a calmarnos, a hacer silencio “porque es salud”, a aquietar síntomas, angustias, sensaciones, vibraciones y padecimientos, dado que hay ciertas intensidades que desbordan y molestan. La sobre medicación rigidiza los cuerpos, corroe los dientes, el habla y sostiene negocios millonarios para las grandes empresas farmacológicas. Nos invitan a SER pacientes, y esperar la cura o un alta, que nunca llega, principalmente si no contás con los derechos básicos garantizados.  Las instituciones manicomiales siguen existiendo y funcionando como garantes del orden moral social de la supuesta cordura del ‘afuera’. Y ‘afuera’ lo manicomial se expande como el micelio, empapando formas de hacer/pensar/decir y sentir, delimitando formas correctas de estar en el mundo, normalidades idealizadas e identidades jerarquizadas.

Entonces la violencia se vuelve una excusa inventada por la normalidad para castigar, sancionar y calmar en su nombre. “De esta manera, la salud legitima o dignifica la violencia que conllevan estas formas específicas de normalización” (Pérez, 2019: 37). Y si hay algo que no es digno, es un manicomio.

 

6.

 

Evidentemente hay muchos puntos de encuentro entre la construcción y el sostenimiento de un paradigma de normalidad, los lugares de enunciación legitimados a su alrededor como garantías o patrullas de la normalidad y sus consecuentes modos de disciplinamiento y corrección. 

 

            7.

 

Cuarto conjunto: De la violencia de Lo normal a la potencia. La violencia padecida se vuelve una aliada a recuperar, como afecto como potencia. De la rabia a lo impensado, a lo posible. En una entrevista que le realizan a Angela Davis (filósofa estadounidense, militante antirracista) en 1972 en la cárcel, un periodista blanco le pregunta sobre las intervenciones de los movimientos negros (Black Panthers) y la violencia, a lo que ella responde:

 

Cuando hablas de una revolución, la mayoría de la gente piensa: VIOLENCIA (…) Por otro lado, debido a la forma en que esta sociedad está organizada debido a la violencia que existe en la superficie, por todas partes, tienes que dar por sentado que sucedan esas explosiones, tienes que dar por sentadas reacciones así. Si fueras una persona negra, que vive en la comunidad negra durante toda tu vida y vas por la calle todos los días viendo cómo te rodean policías blancos… Me paraban constantemente. La policía no sabía quién era, pero yo era una mujer negra con el pelo al natural y supongo que ellos pensaban que podría ser una «militante». Y cuando vives bajo una situación así constantemente y después tú me preguntas a mí que si yo apruebo la violencia… Eso no tiene ningún sentido. Que si apruebo las armas. Me crié en Birmingham, Alabama. Algunos de mis mejores amigos fueron asesinados por bombas. Bombas puestas por racistas.

 

Giro epistémico: ¿Desde dónde sostenemos ciertos paradigmas o modos de vida? ¿Quién define lo violento? ¿Dónde habita el borde que regula y separa?

 

Si yo no estuviera loca estaría cuerda.

Haciendo la fila

para pagar la luz, el gas, el teléfono.

Haciendo otra fila

para pagar los impuestos.

Estaría mirando los clasificados.

Los informativos.

Estaría soñando

Con ser alta, flaca, rubia

-como las modelos-.

Estaría yendo de Shopping

por ejemplo.

No sé si lo resistiría.

 

(Si yo no estuviera loca, Marisa Wagner)

 

8.

 

Quinto conjunto: Politización de la violencia y sus malestares. La politización de los malestares implica necesariamente la politización de los lugares de saber/poder/enunciación y la recuperación de los saberes subyugados, aplastados e invisibilizados como lugares posibles de enunciación, producción y resistencia. Así como la reapropiación de ciertos afectos como la violencia, la locura, la infelicidad, la no productividad, que generalmente son empleados como modos de captura sobre ciertas poblaciones o sujetxs con el fin de reproducir dicho paradigma de normalidad y así justificar el uso de la violencia o ejercicio del poder. Por ejemplo, catalogar a una persona con padecimiento mental como peligrosa, deslegitimar su voz bajo el título de locx, justificar todo tipo de violencia e intervención policial, validar desalojos violentos por la defensa de la propiedad privada por encima de cualquier otro tipo de derecho. 

 

            9.

 

Cautelas: No pensarnos por fuera de estas lógicas, en tanto si nos corremos de la moralidad que muchas veces nos pone del lado “del bien” y nos amucha, perdemos de vista que el microfascismo también puede habitar en nosotrxs. Es muy fácil volverse poli del deseo. La normalidad intenta una y otra vez volverse deseable y ¿cómo no? si hay todo un mundo montado para que esa fuerza se ejerza y circule. La supuesta normalidad “allana el camino”, pero ¿a qué costo? Aquello permea formas de vinculación, de deseo, modos de andamiaje familiar / institucional, exigencias, identidades. Ya lo dijo Foucault “el fascismo nos hace amar el poder, desear esa cosa misma que nos domina y nos explota”.

 

Entonces un desafío: ¿Cómo no devenir fachitx incluso cuando (y sobre todo cuando) se cree ser unx militante revolucionarix? ¿o un psicoanalista progre? ¿Cómo arrancar-se el fascismo incrustado? “No se enamoren del poder”, acaso el consejo más hermoso y complejo que nos dio Foucault.

 

10.

 

Romper-Conectar-Romper (La separación de las tareas es solo a fines descriptivos) 

 Tarea destructiva: “Destruir Edipo, la ilusión del yo, el fantoche del super-yo, la culpabilidad, la ley, la castración…” (Deleuze y Guattari, 2010: 321). Que se propicien rupturas donde se necesitan, donde la moral asfixie, donde el deseo (crea) morir-se. 

  • Tarea conectiva: Politizar el malestar para que la violencia no se vuelva una cuestión privada / propia que nos fagocite y parasite. 

 

(Repetir compulsivamente siempre y cuando vuelva la diferencia, si vuelve más de lo mismo, la experiencia ha fracasado)

            11.

Perspectiva clínica-micropolítica: Lo clínico, en este sentido, es un modo de poner a dialogar al todo el conjunto social allí, más allá de que se esté expresando de un modo singular o colectivo, ubicar que no se habla nunca solo en nombre propio, sino que allí se expresan agenciamientos colectivos de enunciación, por eso lo clínico puede ser un acto/ejercicio micropolítico ‘violento’ de intervención para romper con las violencias que propician todas las capturas morales y normales. En palabras de Guattari: 

Liberar el deseo significa que el deseo sale de la jaula del fantasma individual y privado; ya no se trata de adaptarlo, de socializarlo, de disciplinarlo, sino de situarlo de tal manera que su proceso no se vea interrumpido por un cuerpo social opaco, sino que, por el contrario, dé lugar a una enunciación colectiva. Lo que cuenta no es la unificación autoritaria, sino más bien la formación de enjambres de máquinas deseantes en las escuelas, las oficinas, los barrios, las guarderías, las prisiones, etc. No se trata, por tanto, de abarcar los movimientos parciales formando una totalidad sino de conectarlos entre sí mediante la puesta en común de un mismo plan de transición (Guattari, 2017:72)

Lo clínico-micropolítico estará atento a los modos en los que el deseo transversaliza y se entrama en todos estos campos de producción. Ya no -solo- se escuchan sujetxs sino modos en los que el mundo se ha organizado y entramado en nosotrxs, ¿dónde están nuestras capturas?, ¿dónde y de qué padecemos? ¿Qué ideales sostenemos? ¿Cuáles nos regulan? ¿A qué costo? ¿Cuál reproducimos? ¿Qué salud queremos? ¿Qué practicas ejercemos? ¿Cómo cuidamos? ¿A quiénes leemos? ¿De qué estamos hechos? ¿Qué nos duele? ¿Cómo vivimos? ¿Qué soñamos? 

Una escucha clínica que, en la escucha de unx o muchxs, siempre escuche al mundo hablando allí. 

 

Bibliografía:

Davis, A. Extracto del documental «The Black Power Mixtape 1967-1975» recuperado en: https://www.youtube.com/watch?v=6JRHu5eYQJQ

Deleuze, G. Guattari, F. (2010) [1972]. El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Buenos Aires Editorial Paidós.

Guattari, F. (2017). La revolución molecular. De la traducción Guillermo de Eugenio Pérez, 2017. Errata Naturae Editores. Madrid.

Pérez, M. (2019). Salud y soberanía de los cuerpos: propuestas y tensiones desde una perspectiva queer. En Sabrina Balaña, Agostina Finielli, Carla Giuliano, Andrea Paz y Carlota Ramírez Salud Feminista. Soberanía de los cuerpos, poder y organización. Buenos Aires (Argentina): Tinta Limón.

Wagner, M. (2007) [1997]. Los Montes de la loca. Cultura activa. Fondo de estímulo a las artes. Ediciones baobab.

 

 

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