Un análisis sobre la polémica desatada con respecto a las llamadas “Flor de la abundancia”
Cuentan los historiadores de la economía que cierta vez en Holanda, en pleno auge mercantilista, siglo XVII, comenzaron a aparecer en los mercados ciertos tulipanes de extraños colores (quizá con formas de mandalas). Había tulipanes violetas, rojos, amarillos, azules… pero nadie nunca había visto tulipanes multicolores. Fueron furor entre las damas de alta sociedad. Si los tulipanes violetas, rojos, amarillos o azules valían, por ejemplo, 10 pesos (o rupias o marcos, aún no euros), los multicolores pasaron a valer 100 (pesos o rupias o marcos). Pero pronto las señoras de alta alcurnia descubrieron que esos tulipanes multicolores duraban apenas un día. No eran tan longevos como sus hermanos violetas, rojos, amarillos o azules. No importó. La extravagancia de los tulipanes multicolores y ahora encima efímeros, hicieron que su precio subiera a, pongámosle, 200 (pesos, o rupias, o marcos). Hasta que un afamado botánico descubrió que era un terrible virus o plaga lo que hacía deformar el color de los tulipanes. Asqueadas las damas de alta alcurnia, los tulipanes multicolores pasaron a valer nuevamente 100, luego 20, luego 10, luego nada. Desaparecieron del mercado. Fin de la historia. Que fue recopilada, entre otros, por el periodista escocés Charles Mackay, en su libro Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes (1841).
La tulipomanía constituye uno de los primeros fenómenos especulativos de masas de los que se tiene noticia. Lo que hoy llamamos burbuja económica o crisis financiera. Un comportamiento irracional dentro de los esquemas de fijación de precios según la oferta y demanda, que además de factores físicos como la abundancia en la cosecha, el sueldo de los trabajadores, la necesidad de alimento o los impuestos estatales, también depende de factores psicológicos como la moda, el criterio de utilidad de los objetos dependiendo del tiempo y espacio (la cultura) o la conciencia de la externalidades que su producción genera. Por dar un ejemplo: no es lo mismo un tulipán en tiempos de hambre que de abundancia, en Holanda que en Polonia, si resultan que son orgánicos o parte de una campaña de financiamiento de una ONG que da de comer a niños hambrientos del África.
En los años setenta, un tal Roberto Lucas, economista de la prestigiosa Universidad de Chicago (Boys), desarrolló una teoría que llamó “de las expectativas racionales” que le hizo ganar el premio Nobel de Economía recién en 1995. Especular sobre la racionalidad o expectativas del Premio Nobel es asunto pa’otro ensayo, pero lo cierto es que lo que ese tal Lucas descubrió es que no importa los factores físicos que determinen los precios, si la gente piensa que un precio va a aumentar, aumenta. Un modelo bastante argentino y que explica muchos de los procesos inflacionarios de nuestro país. ¿O no se acuerdan del riegos país? ¿Era racional que los argentinos basáramos nuestra economía en la diferencia con respecto a otros países en una calificación elaborada por funcionarios de Wall Street? ¿Qué hubiera pasado si cuando Cavallo anunció el corralito los grandes bancos y los pequeños ahorristas hubieran dicho: fumá, el pelado este está re loco, yo mejor sigo como si nada? ¿Era racional que las acciones de las empresas punto.com crecieran tanto durante los noventas? ¿Eran racionales los créditos inmobiliarios a baja tasa que otorgaron las grandes bancas norteamericanas y europeas a principio de este mismo siglo y que generaron las grandes crisis financieras de los últimos años?
Ganador en 1983 del Right Livelihood Award (llamado el Premio Nobel Alternativo), luego de su paso por Shell, la ONU y el Banco Mundial, después de su trabajo con comunidades originarias y marginales de América Latina, el economista chileno Manfred Max Neef escribió, entre otros, los libros La economía descalza: Señales desde el mundo invisible (1982) y Desarrollo a escala humana(1986). Dice que el principal factor económico que determina la actual crisis financiera, alimentaria, humana y ecológica del mundo es la estupidez (definida como la capacidad de hacer lo que nos perjudica a pesar de tener todos los datos necesarios para evitar esa situación). “Es la expectativa económica estúpido”, sería una frase mejorada de aquella con la que Bill Clinton le ganó la presidencia a George Bush en 1992.
Y cuando las expectativas son estúpidas o irracionales (como el tulipán de Holanda o el Riesgo País), la burbuja tarde o temprano se pincha, estalla. Claro que en estos tiempos que corren algunos mal pensados casi que aseguraríamos que el principal beneficiado de la crisis es precisamente el mismo que la inventó (que es también el que inventa la forma de ver el mundo de la mayoría de nosotros, es decir nuestras expectativas racionales). Cierta perspicacia o sospecha o pensamiento crítico hacia este sistema capitalista que lo inunda todo como una hidra, tal como metaforizaron los compañeros zapatistas. Nos venden burbujas y nosotros creyendo que son globos que pueden crecer hasta transformarse en planeta.
Volvamos a las expectativas: ¿Es racional que si yo pongo 2.000 o 20.000 pesos reciba al mes 12.000 o 14.000? Claro que no.
Se puede discutir matemáticamente o incluso citar viejos sistemas truncos muy parecidos a los actuales fractales o mandalas de la abundancia. Si se miran detenidamente no hay forma de que se sostengan en el tiempo. La consecuencia ya está empezando a ser evidente. Pero ¿qué nos hizo creer que ese comportamiento es racional, antisistémico, ligado a la abundancia de la Madre Tierra y el empoderamiento de las mujeres? ¿Qué nos hizo embelesarnos con tulipanes multicolores que al final sólo eran producto de un virus, de una enfermedad muy metida en nuestros cuerpos? Esa enfermedad llamada capitalismo y que contiene en su gen factores como: rapidez, comodidad, desinformación, aislamiento, quizás una pizca de desesperación, y permítanme decirlo: el fuckin’ cash.
Existen numerosos sistemas de crédito por fuera del sistema capitalista que empoderan mujeres, respetan la Madre Tierra, que están ligados a la abundancia, la reciprocidad, la relaciones de confianza, pero sobre todo, que están basados en un factor indispensable para la construcción social de esta humanidad tan golpeadita: el tiempo. Países hermanos como Bolivia, culturas ancestrales como la aymara, cuentan con numerosos ejemplos de este tipo de economías paralelas. Que hasta incluso han permitido pasar los años de sequía, crisis económica y modelos neoliberales, creando un mercado paralelo que hoy domina rubros tan importantes como la informática, la venta de autos y la agricultura (con todas las contradicciones que el poder o fuckin’ cash acarrea). Sistemas que han permitido, entre otras cosas, que muchos bolivianos hallan llegado a la Argentina con una mano detrás y otra adelante y de repente aparezcan en lindas camionetas manejando rubros como el textil, la alimentación o la venta de ladrillos. Hay numerosos ejemplos. Pero casi todo ellos están sostenidos por una red familiar o de confianza que lleva años tejiéndose. Además implican esfuerzo, creatividad y un criterio de abundancia que no es unilateral, separado, sólo una cara de la moneda. Porque sin sequía no hay abundancia, no hay creatividad, no hay empoderamiento de las comunidades como respuesta al peligro de perder las necesidades básicas. Crisis que si no mata, fortalece. Y donde no hay pocos que ganen, sino que el triunfo es colectivo, de todos, comunitario. Como dice Manuel Rozental, una paz de los pueblos sin dueños y no de los dueños sin pueblos.
Pero así como a nadie le preocupa de donde viene el pollo que comemos, la harina con la que hacemos el pan, el sueldo con el que pagamos la escuela de nuestros hijos o esas gaseosas que tanto nos gustan pero están acusadas de matar sindicalistas en Colombia y desplazar campesinos con paramilitares en Santiago del Estero; así también puede no preocuparnos de donde salen las 10 o 140 lucas del famoso Mandala. Que no son otra cosa que los economistas llaman una sustitución intertemporal de dinero. Que crece al infinito, que dejará perdiendo guita a alguna persona (para ser específicos 7), en algún momento en 2 o 3 meses, quizás años, en algún lugar a 2 o 3 metros, quizás kilómetros o días, de viaje a pie, o en algún transporte que implique 2 o 3 litros, quizás toneladas, de petróleo y ganancias para ese sistema financiero que pretendemos combatir.
El tradicional sistema boliviano del pasanaku, que también es implementado en Argentina por familias de clase media que quieren irse de vacaciones lejos o grupos de empleados de una fábrica que desean comprar un televisor, puede tener una ecuación parecida: vos pones 2, recibís 12. Sólo que los otros 10 se van poniendo con el tiempo. Para que otros también reciban 12. Y la cuenta cierre. Porque señores, algo está claro: la Pachamama no imprime billetes, no tiene wasap ni western unión. La Pachamama tiene paz-ciencia, comunidades, relaciones humanas que se tejen de a poquito, con gentes como uno, que pueden prestarte unos mangos en caso de necesidad, darte fiado, ayudarte en una minga, prestarte su casa en la costa pa’irte de vacaciones o invitarte a ver el partido del mundial en su nuevo televisor. Y no salir desesperado a buscar plata convenciendo a un desconocido para que entre en un fabuloso negocio o sistema de crédito que por arte de magia inventa dinero a mayor tasa de rendimiento que los fondos buitres.
PD: No es casual que la burbuja financiera llamada Fractal o Mandala de la abundancia haya legado en tiempos de “cambio”, cuando en medio de la crisis y el aumento de precios, tarifas y endeudamiento externo, se beneficia a las grandes empresas y se recorta el gasto público en fondos sociales, educativos y para construcciones cooperativas de largo plazo. Tampoco es casual que muchas de las personas u organizaciones que tejieron redes y se organizaron comunitaria o cooperativamente desde el 2001 (o mucho antes), no hayan optado por estos sistemas ni carguen con mayores angustias frente al descalabro que ha generado el gobierno de Mauricio Macri. Muchas de estas organizaciones o personas cuentan con sistemas informales de crédito, poder de protesta social, terrenos propios o economías de pequeña escala que no dependen de fondos públicos o que, a pesar de los mayores fondos del estado y el crecimiento del PBI durante la “década ganada”, no aumentaron excesivamente su expectativa de consumo, generando ahorro o inversión en un capital físico y social que les permite afrontar esta nueva crisis o pinchazo de burbuja. Porque precisamente, una de las formas más magnificas de abundancia es la de necesitar menos, cambiar nuestros patrones de consumo. Con tiempo, claro, con tiempo. Con redes, claro, con redes. Con discusiones, claro, con discusiones. Van a ver más tantos propuestas y formas de hacer las cosas, como personas o formas de ver la vida.
[fuente: Especial para ECOS Córdoba]