Acerca de aquello que resiste VI: la experiencia, sin comas // Branco Troiano

«A mi hermana Mía y a los amigos de La Cosa»

La escritura, cuando en efecto es escritura, quema. La escritura cuando en efecto es escritura quema. La escritura quema sin comas. Sin embargo, Juan José Saer y Juan Román Riquelme, el vértigo que pausa, marea mansa y voraz. Pero sin comas quema. Y suda, la escritura suda. La escritura es sudor que suda quemante, es pliegue, es brasa contra brasa. La escritura obtura, aplaca, libera y obtura y aplaca y libera. 

Pavese, al cierre de un cruce entre cartas con un amigo químico, escribe: “Y termino aquí porque este papel y esta tinta me arden en las tripas”.

 

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La lectura, cuando en efecto es lectura, escribe. Guevara, previo a su asesinato, sostiene sus últimas lecturas echado sobre picos de árboles para evitar que lo tomen por sorpresa. En el margen lee Guevara: de una experiencia, de una parte de la Historia. La lectura guarda siempre, agazapada, su versión marginal. La lectura cuando en efecto es lectura desestabiliza, descubre un margen y lo camina. 

 

Habitar, arbitrario, ese margen de la Historia, es la única chance de hacer algo. 

 

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Nos descubrimos sobre un margen en el que es imposible caminar: se corre, a los ponchazos sin ponchos sin ropa sin miniaturas previas sin pose sin ritmo sin nada. Por eso la necesidad, la estrecha relación entre el pensamiento y la necesidad. 

 

Experiencia extrema, dice Piglia. Acerca de la lectura: experiencia extrema. Piglia descubre lo de Guevara y lo cuenta. Piglia quema las últimas hojas de sus diarios. ¿Será que no quería que lo tomaran por sorpresa? 

 

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Di Tella filma esa escena, la de Piglia. La escritura es un partido de ping-pong contra uno mismo. Di Tella filma. La filmación cuando en efecto es filmación escribe. Es tenis, no ping-pong: hay ladrillo y el polvo vuela. Y el que escribe ve. Algo. Hay ruptura, escisión, hay un dolor fundante y un ojo que se abre. No pueden ser dos los ojos: es uno. La escritura es renga. Es renga y ve. Algo. Y Di Tella escribe: “Me queda apenas un fragmento de sueño; un fragmento acerca de un fragmento, por así decir. Lo que recuerdo es que estaba mirando una filmación…”. 

 

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Es inválido el planteo que indica que hoy no hay tiempo para escribir: porque hay tiempo, de sobra, pero no en su mueca inmediata, en su versión cuantificable, sino en su carácter mutante. La escritura, cuando en efecto es escritura, cuando en efecto hay un cuerpo que se lanza sobre la posibilidad de un texto, es un código que ingresa en el carácter mutante como un sedimento en la boca de un agujero en el mar. Por eso la escritura no es atemporal, mucho menos contemporánea: es un hoyo de mutantes. Nunca hubo tiempo, entonces, en su versión cuantificable, para escribir, porque nunca hubo escritura que fuera partener de un tiempo.

 

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En la escritura hay ruido, en la belleza hay ruido. El ruido, ya sabemos, es furia, y la furia es una tripa que clama, y la escritura son las tripas, sus dolores. 

 

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“Estamos cercanos a la crisis del 75”, “En Argentina hay que poner orden”, se escuchó al inicio del debate presidencial. Meses posteriores a la crisis del 75, gran parte de la sociedad civil terminaba por legitimar el golpe de Estado más terrorífico de nuestra historia, tanto en su brazo represivo como en el económico (aumento del 364% de la deuda externa y una desocupación triplicada).

 

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La muerte y los tiempos tienen un diálogo singular: una vida menos no son dos vidas menos y a la vez una vida menos sí pueden ser cincuenta vidas menos cuando el horror es el platillo jazzero de una época.

 

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La denuncia de 30 mil desaparecidos es una denuncia plenamente activa y abierta, inconmensurablemente activa y abierta. Activa, abierta y aun, claro, sangrante. Hay escritura cuando, en efecto, hay verdades que sangran, hilos que se desprenden como se han desprendido los grandes versos de nuestra poesía, como claveles que tienen que aprender a vivir del aire, propiamente del aire. 

 

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Sin embargo, no se puede escribir al horror.  

 

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La memoria, la verdad y la justicia que quedan por labrar operan sobre las gestas que no fueron: pero no en el pasado, sino en el futuro. Los jirones del futuro son los que tenemos que recoger para reconstruirnos: y es ahora. 

 

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Pero sí, sí se puede escribir al horror. Sólo un requisito para hacerlo: que sea a las corridas, sobre el margen, desde las tripas, porque escribir son esos dos días en la vida, que, ya sabemos, nunca vienen nada mal. 

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