“No es que el cuerpo piense, sino que obstinado, terco, él fuerza a pensar y fuerza a pensar, lo que escapa al pensamiento, la vida.” Gilles Deleuze.
“Los cuerpos no pacificados ya no piden permiso, exigen existencia.” Ana Kiffer
Este escrito es una apuesta a repensar los presupuestos con los que trabajamos. Nos fuerzan a escribir tanto el impacto de la “cultura actual” como los efectos de la pandemia sobre nuestra clínica con adolescentes.
Pensamos que la pandemia funcionó como catalizador de procesos y agudización de fenómenos, que ya se visibilizaban con anterioridad a la misma, producto de lo que llamaremos a grandes rasgos Neoliberalismo.
Tal vez valga la pena aclarar que no será nuestra intención sugerir que la época inaugura nuevas entidades psicopatológicas. Más bien, preferimos hablar de particulares ‘modalidades existenciales’, estilos de sufrimiento o malestares. Los mismos por su frecuencia en la consulta y la insistencia en su modo de presentación clínica, nos obligan a preguntarnos qué problemáticas se están jugando y cómo posicionarnos a la hora de intervenir, no cediendo en la intención ética de un ‘estar psicoanalistas’.
En los últimos años asistimos a una mutación tecnológica y social. La extensión del Capitalismo de plataformas y la omnipresencia de la conectividad digital, están produciendo transformaciones radicales en nuestras formas de vida.
“Si partimos de la idea de que la mortalidad es la característica que define lo humano, el Capitalismo consiste en un intento fantástico de superar la muerte, de deshacerse de ella. La acumulación, es el sucedáneo que sustituye a la muerte con la abstracción de valor, la continuidad artificial de la vida en el mercado” .
La tendencia a una vida virtual y el Metaverso como su máxima expresión, forman parte de un proyecto de humanidad que podría prescindir de la materialidad del cuerpo. Sin embargo, mientras tanto… Crisis de ansiedad, desgano, depresión, pánico, inhibición, atracones, restricción alimentaria, autolesiones, insomnio, abusos, cancelaciones e incomodidades, son algunos de los nombres de los sufrimientos de los jóvenes actualmente.
En todos los casos, los mismos tienen un correlato de manifestaciones muy marcadas en el cuerpo: “se me cierra el pecho”, “cuando me voy a dormir sólo siento los latidos de mi corazón”, “los dolores de cabeza no me dejan dormir”, “vomité tanto que tengo miedo de haberme roto las cuerdas vocales”, “cada vez que como se me infla una panza de seis meses de embarazo”, “no me animo a ir a lugares públicos por miedo a ahogarme con mi propia saliva”. Estos cuadros, además, vienen en muchas consultas asociados a diagnósticos médicos: colon irritable, SIBO, colitis ulcerosa, gastritis, taquicardia, hipertensión, cefaleas, migrañas, alergias, cuadros asmáticos.
Si bien estos modos de nombrar el sufrimiento no son nuevos, nos interpela la coagulación de sentido, ligada a la representación del ser, que tiene este tipo de presentación sintomática (“soy TCA”, “soy depresiva”).
La oferta en la Web de descripciones sintomáticas asociadas a sus respectivos diagnósticos, son respuestas listas para su consumo, ligadas a una cultura que responde medicalizando la demanda de erradicación del dolor y el sufrimiento. Es un observable clínico actual la urgencia de definición identitaria de los jóvenes. Los diagnósticos sellan una identidad cerrada. Urgencia en enlazarse al signo como necesidad de encontrar sentido a la existencia.
En muchos casos, los jóvenes, suelen llegar a la consulta con un cuadro psiquiátrico “autopercibido”. Esto nos confronta con la pregunta acerca de cómo pensar “lo autopercibido”que ha sido socialmente legitimado y avalado legalmente sin cuestionamientos. ¿Cómo pensarse por fuera del lazo con un otro?
El enlace identitario funcionaría como una respuesta reactiva a la conmoción desestabilizadora del cuerpo.
Clínica actual en el entre de cuerpos explotados, patologización del sufrimiento, insensibilización y negación del cuerpo.
El peso del cuerpo
“Si Occidente es una caída, como pretende su nombre, el cuerpo es el último peso, la punta extrema del peso que se vuelca en esta caída. El cuerpo es la gravedad. J.L Nancy
La hiperpresencia corporal o lo que llamaremos hipercorporización y el sentimiento de futilidad de la vida que viene asociado con lo que ubicaremos como descorporización, son expresiones del malestar que se imponen en nuestra clínica de todos los días y por lo mismo, nos mueven con urgencia a un esfuerzo de lectura.
La miniserie británica Years and Years, distopía cuya cualidad no es la de contarnos historias imposibles sino enfrentarnos con profecías plausibles, nos servirá para ilustrar la idea. La escena de la serie que rescataremos, consiste en una conversación de los padres con su hija quienes encuentran, a partir del control de sus redes sociales, búsquedas repetidas en relación a lo trans. Los padres con intención de contener a la adolescente, se anticipan a aclararle que ellos aceptan ampliamente su elección de identidad sexual. La chica sorprendida, con una sonrisa irónica, responde que no quiere ser transexual sino transhumana.
El Transhumanismo, movimiento que propone la utilización de la tecnología para trascender los límites de las capacidades humanas, anuncia, en última instancia, el futuro de una otra humanidad sin cuerpo. Asimismo, detrás de la propuesta del mejoramiento de las aptitudes psíquicas y físicas de los humanos a partir de la incorporación de la tecnología, el horizonte transhumano supone la muerte como mera contingencia, es la promesa de la inmortalidad.
Es por ello que el Transhumanismo nos ilumina el registro de un fenómeno clínico que dimos en llamar de descorporización e hipercorporización. Estos serían anverso y reverso del mismo fenómeno, son expresión de un malestar que se traduce como: la incomodidad insoportable de la materialidad del cuerpo y la sensación de futilidad de la vida, una vida sin sentido, una vida que no vale la pena ser vivida.
“Muchos días pienso que quiero desaparecer. Literalmente, quiero desaparecer, no tener cuerpo. Siento que estoy haciendo algo mal, que no estoy viviendo la vida como debería, a mi edad. No hago nada y eso me pesa en los hombros como si llevara kilos de plomo en la mochila”. Julia
En las formas de vida actual conviven cuerpos encorsetados bajo dos formas del mandato: cuerpos de salud, de deporte, de rendimiento, de goce, cuerpos perfectos, magros, flacos, en yuxtaposición con cuerpos imperfectos, cuerpos libres, gordos, fofos, que deben ser aceptados y gozados a cualquier precio. Dos políticas del cuerpo, dos versiones: cuerpos insoportablemente grávidos.
Los fenómenos de descorporización e hipercorporizacion podrían ser también intentos desesperados de abrir lugar, de salir de la enajenación de esos cuerpos atrapados, calculados, esclavizados por todo tipo de mandatos.
Nos preguntamos qué es lo que estaría determinando que estas modalidades sintomáticas nos resulten en la clínica actual tan repetitivas, casi calcadas. Modos de nombrar y nombrarse, de nominar un padecimiento, comunes a una generación de jóvenes que sólo pueden leerse, hasta antes de la consulta, en clave individual.
Se trata de generaciones expuestas más a las pantallas que a la musicalidad del sonido de la voz de la madre, que aprendieron más palabras de la web que de la voz singular de otro humano.
“Modalidades existenciales” de cuerpos pesados, congelados, tensos, contracturados, que duelen, cuerpos insoportables, peso que no se soporta. Humanidad cyborg, cuerpos/máquina que hacen signo, sofocan e impiden la circulación de sentido. Pensamientos imparables sobre el miedo a la comida, la compulsión a contar calorías, compararme en relación a los otros. Vida limitada a quedarme encerrada en mi cabeza, mirarme en el espejo y el terror frente a la balanza.
¿En qué consiste la operación que habilita sobrellevar un cuerpo? ¿De qué consistencia se trata? ¿ Qué lo sostiene? ¿Cuál es su soporte? .
Pensamos siguiendo a Rozitchner que : “No se puede hablar de materialismo de cuerpo humano, si no recuperamos el “sentido” que, por ser histórico, la experiencia ensoñada con la madre le agrega para siempre a la materia.”
Lo que nos hace humanos es la indefensión de nuestra prematurez al nacer, vulnerabilidad que inaugura la necesidad del otro para vivir , ese otro que, con su asistencia, abre la posibilidad de soportar un cuerpo y en el mismo acto inaugura la sensibilidad de un cuerpo que se ”sabe vivo”. Lo que humaniza es necesariamente el contacto con los otros en un devenir histórico que se singulariza en ese instante, en el entre, efecto del encuentro con el cuerpo de la madre. Acto de agarrar lo vivo que instaura la ilusión, unidad de dos que son uno. Ensueño que convierte al infans en mago y lo dota de una potencia: el poder de crear lo dado.
La modernidad nace bajo la idea de que para pensar es necesario dejar la materialidad del cuerpo afuera. Así, desde la temprana división de las ciencias humanas en disciplinas, los cuerpos fueron pensados como totalidades, sistemas biológicos, quedando escindidos del alma, del pensamiento y del lenguaje. El aporte del psicoanálisis hace eje en la inscripción en el orden simbólico como operatoria para el surgimiento del sujeto. Pero lo simbólico pensado como orden único e invariable requiere de la disociación de lo histórico social y por lo mismo arrasa con la materialidad de ese encuentro. Ese encuentro en el que la Historia de la Humanidad se actualiza, cada vez, en la inmensa medida del ‘entre dos’.
Es a través de la sonoridad y el ritmo de la palabra encarnada en la madre que operará la ternura velando la crueldad de la desnudez del cuerpo, lo carnal, lo descarnado de saber que estamos en carne viva, que estamos hechos de esa materialidad insoportablemente grávida e incomprensiblemente viva.
Ponerle el cuerpo a la vida
“A Laura aquella vida basada en nuestra felicidad le resulta insoportable. Aquella felicidad es la muerte. No huye de esa felicidad para ser feliz. Huye de la felicidad para vivir” Sara Ahmed
“Me imagino que en primer lugar va a estar la carrera…me gustaría ser editora de una revista de moda, da para ganar plata, viajar y ser reconocida. Pareja fija, no me imagino. Creo que las relaciones llegan hasta un punto en el que ya está, ya te dieron todo lo que podían dar y hay que pasar a otra cosa. Hijos… me gustaría pero jamás quedaría embarazada porque me da miedo lo que pasa con tu cuerpo, me asusta, miedo a morir, muchas mujeres mueren en el parto… Jamás los tendría con alguien, después quedás pegado para toda la vida.
No traería a alguien a este mundo en el que está todo mal. Con las catástrofes ecológicas no sabemos cuánto mundo más va a haber… Sí adoptaría, pero adoptaría un adolescente. Por un lado, por lo difícil que es la adopción en este país, además, los que no fueron adoptados de chicos sufren mucho y me gustaría poder ayudar. También porque un adolescente ya está está formado y no tendría que pasar por toda la situación del crecimiento y tener que criarlo, equivocarme por imponerle mis ideas…” Laura, 14 años
Podemos pensar que Laura intenta controlar todo atisbo de conflicto o incomodidad, cualquier asomo de riesgo. En este esfuerzo sólo le queda objetalizar a los otros y consumir representaciones de deseo, aparentar una vida.
Si tal como veníamos planteando, la cultura actual, propone y ofrece para su consumo, formas de vida en las que se podría prescindir de la materialidad de cuerpo y la muerte podría ser asumida como una contingencia, asimismo elogia y supone una subjetividad basada en la individualidad y la autosuficiencia.
El otro, también prescindible en esta humanidad post humana, queda investido de las figuras de lo peligroso cuando no, del enemigo y la confrontación con la diferencia es su pesadilla más aterradora y por lo mismo debe ser suprimida y o evitada a cualquier precio.
Queremos las intensidades del deseo pero sin la angustia. Amores, revoluciones o hijos sin «precio a pagar’, sin ninguna «pérdida». O no nos implicamos mucho en nada, porque al final «siempre duele». La anestesia como forma de vida.
Se instituye una economía libidinal compensatoria que es característica de las redes sociales: la radicalidad exhibida en opiniones, sustituye cualquier exploración radical efectiva, es decir, evita el despliegue de la pregunta en relación al deseo.
Vidas sumidas y atrapadas, cuerpos modulados por una “pedagogía de la crueldad”.
Continúa Laura en otra sesión “…quiero vivir pero me da fiaca porque si tengo que vivir esto todo los días prefiero morir”.
Entonces pensamos que paradójicamente y al mismo tiempo podríamos escuchar ahí la fuerza de la deserción de todos los órdenes automáticos, decisión de no desear nada, como maniobra que intenta liberar a la vida de esa captura. La fantasía de muerte no es otra cosa que una ilusión de salida, la última apuesta a vivir, a sentirse real.
Jóvenes desertores, vidas al margen de una sociedad que se desintegra, posibilidad de exilio del mundo, de este mundo. Deseo de sentido, de sentirse real.
Para sentirse vivo ¿habrá que saberse humano? y ¿Qué es lo que humaniza? ¿Será posible que el cuerpo y sus afectos inauguren la posibilidad de un nuevo comienzo?
Cuerpos liberando al pensamiento de una metafísica del poder. Algo del cuerpo se resiste a la mercantilización. Esa metafísica en nuestra época es la economía.
Cuerpos como último bastión de resistencia/re-existencia del deseo o la vida en su máxima expresión . Esto no va de suyo, sino que es efecto de una lectura clínica, entre dos, en transferencia.
La deserción como patología o como potencia a ser interpretada
“¿Cómo hacer para jugar la apuesta a un destino ético que no sea simplemente el de una mera estabilización reactiva? Es este el desafío al que nos enfrentamos.” Suely Rolnik
Entonces nos preguntamos ¿Cuál es la brújula ética que nos orientará en nuestra clínica? ¿Desde dónde estamos pensando?
En el contexto compartido post pandemia del miedo màs extremo a la enfermedad y la muerte, estalla el grito adolescente “¡no quiero vivir más!”. Hay una fuerza vital en el deseo de morir que es lo que queremos tratar de indagar. Desear morir rompe pactos, relaciones previas. Deseo de morir en un adolescente es una sacudida, un impensado.“No quiero seguir viviendo”, “quiero desaparecer” abre afectos e intensidades, líneas de subjetivación que hacen tambalear todos nuestros presupuestos.
“Muchos hablan de clínica de las depresiones al referirse a estos estados, tenemos que pensar más bien en una clínica de la desesperanza. …Desesperación y la desesperanza por vivir”.
Winnicott abre espacio a este impensado ubicando al derrumbe psíquico como una posible forma esperanzada de poder empezar a vivir. Dice: “la mera cordura equivale a pobreza”.
Escuchamos en esa desesperanza “quiero desaparecer”, al mismo tiempo un gesto desesperado por vivir, una invitación a interrumpir la inercia, un desertar como una forma diferencial de posicionarse, la apertura a la novedad, a crear nuevas formas de vida.
La contemporaneidad del psicoanálisis o cómo no ceder en la intención de “estar psicoanalistas’
“Percibir en la oscuridad del presente esta luz que trata de alcanzarnos y no puede hacerlo, esto significa ser contemporáneos. Por ello los contemporáneos son raros. Y por eso, ser contemporáneos es, ante todo, una cuestión de valor: pues significa ser capaces no sólo de tener la mirada fija en la oscuridad de la época, sino incluso percibir en esa oscuridad una luz que, dirigida hacia nosotros, se aleja infinitamente. Es decir, una cosa más: ser puntuales a una cita a la que sólo se puede faltar.” Agambem, Giorgio
Partimos de la idea de introducir lo no pensado, lo virtual, una fuerza que aunque real es intrínsecamente refractaria a la representación pero que se actualiza, en este caso, en el padecimiento de los jóvenes. Es eso, lo no pensado, lo que determina un ‘reparto de lo sensible’ condicionando la lectura y por lo mismo los modos de intervención sobre la clínica.
Nuestra rara tarea es resonar y hurgar en torno a esos lazos, esas gestualidades del cuerpo, percepciones colectivas aún incipientes. Se trata de escuchar afectos. ¿A qué llamamos afectos? A la modificación del cuerpo que aumenta o disminuye la potencia de actuar o de pensar. Una búsqueda por “curar”, lo más posible, a las vidas de su impotencia.
La apuesta a un estar psicoanalistas involucra también al propio cuerpo, excesos que recaen sobre el cuerpo del analista: los dolores, el agobio, la angustia, el insomnio, son los efectos del dilema ético al que nos confronta cotidianamente la clínica con adolescentes y que al llegar al inquietante abismo, luego del trabajoso tránsito por bordes escarpados, nos hace preguntarnos ¿por qué?
Cuenta Rodolfo Kusch en su texto vivir en Maimará:
“Cuando le cuento a alguien que me radiqué definitivamente en Maimará, siempre me responde con un gesto de asombro. ¿Por qué?… La pregunta no surge en relación a la lejanía, ni a la accesibilidad, ya que no es tanta la distancia y hay medios para llegar. El asombro, alguna razón tiene que tener, y parece estar más en relación a la sensación de que estuviera del otro lado, de que hubiera una frontera. Y se diría que hace referencia a que Maimará está ubicada en una zona en la cual no se viviría así nomás.”
Estar psicoanalistas. ¿Por qué asumiríamos el riesgo de esta apuesta? Es que hay que aventurarse a buscar más allá de la fronteras lo impensado y lo impensable de un saber que se encuentra, sólo si existe el ánimo que anima al cuerpo a ese gesto heroico, gesto de aquel que volvió avivado de ese más allá y que ahora, por lo mismo, está un poco más agarrado a la vida. Encuentro de lo más íntimo en lo más extranjero.
Quizás porque lo que nos hace humanos es un saber del cuerpo que se hace oír a través de los afectos, los efectos de las fuerzas del mundo sobre él. Es que somos humanos hasta que somos polvo y la vida vuelve a perseverar a pesar, muy a pesar nuestro, y gracias a nuestro devenir nada. Un destino que vuelve a hermanarnos, como parte de una Naturaleza de lo vivo, en la que lo más personal es lo más impersonal, a riesgo de ser carnal.
Bibliografia
AGAMBEM, Giorgio: Desnudez. Buenos Aires. Adriana Hidalgo Editora, 2011
AHMED, Sara: La promesa de la felicidad. Buenos Aires. Caja Negra, 2019
BERARDI, Franco: El umbral. Buenos Aires. Tinta Limón, 2020
DELEUZE, Gilles: La imagen tiempo. Estudios sobre el cine 2. Barcelona, Buenos Aires, México. Paidos Iberica, 1985
DOUFURMARTELLE, Anne: Elogio del riesgo. México. Nocturna/ Paradiso , 2019.
FERNANDEZ, Ana Maria: Jóvenes de vidas grises. Buenos Aires. Bibios, 2017
GIORGI, Gabriel; KIFFER, Ana: Las vueltas del odio. Gestos, escrituras, políticas. Buenos Aires. Eterna Cadencia, 2020
KUSCH, Rodolfo: Vivir en Maimará. Revista Adynata. 2021
NANCY, Jean Luc: Corpus. Madrid. Arena Libros, 2003
RODRIGUEZ, Jorge: Soñar con los dedos:entre Freud y Winnicott, Buenos Aires. Letra Viva, 2015.
ROLNIK, Suely: Esferas de la insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente. Buenos Aires. Tinta Limón, 2019.
ROZITCHNER, León: Materialismo ensoñado. Buenos Aires. Tinta Limòn, 2011
SEGATO, Rita: Pedagogìa de la crueldad. Buenos Aires. Prometeo Libros, 2018
ULLOA, Fernando: Novela clìnica psicoanalítica. Buenos Aires. Paidos, 1985.