(Notas para la presentación de DESTELLOS, libro de Natalia Ortiz Maldonado)
Día 0. Estamos en un experimento. Escribe Natalia: ¿Cuánta virtualidad soporta un cuerpo? ¿Qué niveles de inmovilidad necesita y cuáles tolera el semiocapital? ¿Hasta dónde es rentable la soledad? ¿Qué circulaciones son imprescindibles? ¿Cómo gobernarlas? ¿Cómo pueden distinguirse las vidas que merecen vivir (aisladas y productivas) de las que pueden morir (expuestas a la intemperie)?
En un diario puede haber tardes, noches, días, madrugadas. En un diario podría leerse una progresión, un inventario de tiempo, la travesía donde alguien cuenta sus marcas, sus afectaciones. Pero qué pasa cuando ese registro narra la calamidad 2019, como nombra Kaufman en el prefacio, al compuesto de acontecimientos que se desatan a partir de la pandemia. Algo con la fuerza suficiente para detener al mundo. Destellos es el nombre que Natalia elige para estos diarios. Iluminaciones, digo yo, preguntas, intuiciones, que buscan su transmisión, su inscripción antes que la noche de la normalidad vuelva a tragarse todo.
Podemos abrirlo y leer en donde cae la piedra, como una rayuela. Como el día 6, en que llegó el miedo:
Llegó el miedo, se huele como una flor cualquiera. También se huele la noche. Equinoccio de otoño, las mismas horas de luz solar que de oscuridad. De ahora en más y por un tiempo, las noches serán más largas.
O el día 2, donde a tanta invitación maníaca –Se nos invita a leer, escribir, escuchar música, jugar, mirar películas, ordenar la casa, hacer yoga, visitar museos, ver tutoriales de danza de cocina de origami de albañilería de idiomas de peluquería de limpieza (…) insinúa que (…) a lo mejor es un buen momento para sentir esa tristeza, esa debilidad, ese miedo, darles un lugar y comenzar a hacer otro día después del fin del mundo.
Esperaba mucho que alguien más dijera que a lo mejor era un buen momento para sentir esa tristeza, esa debilidad, ese miedo. En general nunca parece un buen momento para eso. Raramente bienvenimos esos estados. Ya hoy descreemos de la potencia que podía tener ese shock de finitud, lo que nos podía hacer. Pero entonces… no sabíamos. Quizá recién el día 36 empezamos a saber algo, una intuición, un susurro:
(…) si acatamos rápida y masivamente este encierro es porque esa normalidad (también) era insoportable.
O el día 22: La irritación (…) El cableado cognitivo común está irritado
por sobreexposición súbita, por aceleración en la tasa de intercambio en el mercado del egotrip y la autogestión del propio valor, sí, pero quizá pase algo más. Quizá estemos sintiendo cierta tensión entre la vida que teníamos y la que ahora habitamos, entre el agotamiento de los viajes interminables a ninguna parte, el reunionismo, el eventismo, los disfraces aquellos, y este modo de la quietud con el cuerpo entumecido, tan pendientes de lo inmediato que se desarma. Quizá nos irrite la percepción de los encierros, éstos y aquellos, y especialmente lo que ambos comparten. Quizá nos esté irritando la intuición de una trampa.
O el día 56: la paranoia
Encontrar una nota en un cajón que dice “Evitar la paranoia. Primer ejercicio espiritual en un mundo que genera plusvalor en la competencia individual. Equis no le odia, sino que probablemente se encuentre tan a la intemperie como usted y no se le ocurre otro modo de tramitar al capitalismo”.
Estamos soñando distinto, anota el día 33:
Estamos soñando distinto. Quizá no sea solo por la temporalidad trasmutada, por los momentos en los que ahora dormimos. Si el deseo es una fuerza transindividual
y hay una inteligencia colectiva, también hay un terreno -quizá más cenagoso, más volátil, más esquivo- donde se sueña con otrxs. No solo compartimos pesadillas, algunas diurnas, sino un enorme y sensual oleaje onírico. Soñé que caminaba al sol, entraba a un bar, me sentaba a esperar, pedía algo, reía. Fui tan feliz que me desperté.
Y uno de mis preferidos, el día 72. El cansancio
Algo se aplana, nos aplana, cuando el trabajo el erotismo la amistad la diversión el abastecimiento el aprendizaje el aburrimiento se realizan con la misma disposición del cuerpo. Cabeza ligeramente inclinada, rodillas dobladas, manos en alerta, espalda ligeramente curvada hacia adelante. Ventanas solapas aulas chats mails videos diarios vida palabras recuadro luminoso. La percepción se embota, es necesario redoblar el esfuerzo para distinguir lo que traen los mensajes casi idénticos, establecer sus importancias. Aumenta la exigencia cognitiva, aumenta la pesadez corporal. Algo se disloca y algo se articula. El cansancio es precisamente aquello que nos recuerda que la mente y el cuerpo no eran la cara y la seca de una moneda, exclusiones recíprocas, sino nombres de regiones terriblemente próximas, saturadas de minerales comunes de raíces múltiples. Quizá en el cansancio, esa experiencia que el capitalismo produce, niega y combate, haya una veta para la imaginación política.
Estos son los diarios de una detención. Y también el registro de qué se pone a correr cuando todo se detiene. La prueba quizá de la existencia de una especie abochornada a la altura de su ego. Estos diarios hablan de la importancia de los mapas. Los que nos permiten decir cuánto de refugio hay en la tempestad, y cuánto de tempestad en el refugio. Los que ponen o resitúan de nuevo la pregunta sobre qué es cuidar. Los que nos permiten intuir las trampas. La evidencia de que quizá queramos quedarnos con el problema, abrazar la duda ya no como la relación entre términos, alguno de los dos verdaderos, ciertos, A o B, sino la duda respecto a lo que el razonamiento, la razón, ha venido a colapsar de nuestra experimentación vital. Un amigo, Carlos Bergliaffa arriba a este planteo bajo la forma de remera: “estar más interesados en tener razón que en vivir”.
Estos diarios son quizá la prueba de la relación inestable, como plantea Kaufman en su prefacio, entre el enmudecimiento, -esa repentina indigencia de palabras para nombrar, esa desnudez que se nos adhiere cuando la muerte se nos hace cercana- y el testimonio.
Natalia entre la Tarde del día 112 y el día 127 escribe: Quizá sea imprescindible escribir poesía después de cada desastre, de cada peste, de cada genocidio. Cómo no buscar el aire y la vibración vital en las bocas de otrxs con quienes compartimos el
dudoso estatuto de esta especie.
Erri de Luca en su libro El crimen del soldado, cuenta que los insurgentes del gueto de Varsovia intentaban poner a salvo a los poetas, a los escritores. Lo mismo hacen los árboles rodeados por las llamas, dice: lanzan lejos sus semillas. Los poetas y los escritores eran las semillas de sus plantas y alzarían en forma de canto su testimonio.
Sabemos que Los Poderes, cuando se ocupan de la memoria, lo hacen bajo la forma de la monumentalizaciòn. Conceden o condescienden a la memoria bajo la forma de hitos, trabajan a nivel de la historia haciendo sus recortes, planteando linealidades que saltan sobre las complejidades produciendo zonas de silencio, de ocultamiento. Y sabemos, que esas grietas, esas sustracciones, generan fantasmas. Lo no dicho genera fantasmas. Es a nivel de los cuerpos, de las experimentaciones singulares donde necesitamos de otros relevamientos. O parafraseando a Vicente Luy, asumir que la poesía es la única ciencia que se ocupa del problema.
Ya llegarán, pensaba. Ya llegarán escritores, poetas, los de la irresistible salud pequeñita que decía Deleuze, los que regresan con los ojos llorosos y los tímpanos perforados producto de lo que han visto y oído, cosas demasiado grandes, demasiado fuertes, irrespirables, cuya sucesión agota. Pensaba: ya llegarán nuestros esenciales, los que saben leer el mundo como conjunto de síntomas, los que saben que la enfermedad se confunde con el hombre. Ya llegarán los que escriben como una iniciativa de salud, los que se preguntan ¿Qué salud bastaría para liberar la vida allá donde esté encarcelada por y en el hombre, por y en los organismos y los géneros? Incluyo a Natalia y a su libro Destellos dentro de esa iniciativa de pequeñita salud. Y lo celebro.
Destellos, publicado por Cielo Invertido Ediciones, fue presentado el 16 de octubre en Córdoba. Las imágenes son también miradas de Natalia, parte del otro texto que habla en el libro.