La alianza entre ciencia política y periodismo hace estragos en el modo de plantear problemas. El último de ellos es la expresión «insatisfacción democrática», que oculta en sus términos la posibilidad misma de pensar el problema de la irresolución de la cuestión democrática sobre fondo de un capitalismo en fase autodestructiva. No es nuevo que la palabra «democracia» está en centro de toda disputa ideológica. De hecho, las ideologías políticas modernas bien podrían ser definidas a partir de su pretensión de ampliar (realizar) o bien restringir (reducir a forma) en extensión y en intensidad el principio de igualdad política asociado desde la antigüedad al termino democracia. De allí que la democracia sea siempre en la modernidad capitalista «burguesa» o «proletaria» -de acuerdo a clase social en el poder-, o bien «social», «liberal», «popular», «cristiana», «plurinacional» o «neoliberal» según la combinaciones políticas en las que en cada tiempo y lugar se sostiene. En el extremo, la democracia vive polarizada entre sus tendencias principales: la consumación inmanente de la igualdad política en igualdad económica y social -socialismo y más allá del estado: comunismo-, y su adecuación a mera forma de legitimación de la dominación capitalista, es decir, como medio de compensar en el plano de la política parlamentaria la reproducción ampliada de desigualdad económica y social. La democracia capitalista produce en esa separación de dos mundos un doble movimiento característico: politiza el estado en su forma parlamentaria (los célebres “políticos”) y despolitiza todo lo que tiene que ver con la vida material de las personas en una esfera formada por específicas demandas económicas y sociales. Si el realismo burgues confiaba al Estado la corrección de los desvío sociales, su utopía consistía en que de ese mundo económico y social -empresarios, dirigentes sindicales y sociales, la “sociedad civil”, etc- surgieran los correctivos morales para los desvíos políticos del Estado. Pero eso ya es historia, porque en su forma neoliberal, realismo y utopismo burgués ya no descansan en un pueblo y un estado, sino que los producen activamente. No hay por tanto democracia neoliberal, sino reducción de principio formal de la igualdad política a principio igualmente formal de igualdad de intercambio en el mercado: la política reducida a racionalidad burguesa sin fisuras. Si el capitalismo promueve estados neoliberales democráticos, es porque por ese medio hace de la política una la gestión empresarial (más o menos policial o militar) de los conflictos que el régimen de acumulación supone. De ahí también que el Estado Neoliberal (que no tiende a reducirse, sino a ensancharse) pretenda que la lucha de clases se reduzca a un mínimo de lazo social, expresado en la ruinosa escisión entre organización sindical reivindicativa y en participación igualitaria en el plano electoral-parlamentario.
Una frase del sociólogo Eduardo Fidanza escrita en Diario Perfil ayer, domingo 9 de octubre, afirma que «los puntos ciegos de la política democrática conducen a su autodestrucción». En el contexto de su artículo, la referencia encalla en la insatisfacción creciente con la democracia, en el peligro de los mesianismos de tipo «libertarios» y en la interpelación a “los políticos” para reaccionen y ofrezcan formas más convincentes de adecuar desigualdad material e igualdad política, para evitar lo peor. La frase es demasiado como para dejarla perecer en un razonamiento tan improbable. «Los puntos ciegos de la política democrática conducen a su autodestrucción», es un modo verbal eficaz que recubre a la perfección lo que queremos decir cuando afirmamos que el principio de la igualdad política se arruina si no logra cuestionar las fuentes neoliberales que la impotentizan y desigualan. La frase es buena porque deja activada en la cabeza del lector inquieto su otra mitad, su complemento virtual más obvio: ahí donde «los puntos ciegos de la política democrática conducen a su autodestrucción», sus puntos fuertes conducen, por el contrario, a una reinvención del socialismo.
Lo que el actual corrimiento a la derecha occidental viene a señalar no es la falta de un centro adecuado, sino la crisis misma del centro como articulador eficaz entre igualdad política y desigualdad social. De allí que la izquierda este llamada a actuar como nuevo centro imposible. Tras la falta de un centro capaz de reparar la máquina, hallamos una falta más substancia: la de una izquierda capaz de salir de ella. Aunque esta última falta quizás no falte del todo, sobre todo si se presta atención a los discursos de Gustavo Petro, presidente de Colombia. No serán “los políticos”, ni el centro, ni el perfeccionamiento de la división burguesa entre dos mundos -lo político, la sociedad- las categorías de comprensión de un nuevo frentismo de izquierda, capaz de asumir que ya no es posible -ni deseable- una nueva corrección institucional que adecue aumento de la tasa de ganancia del capital concentrado y democracia parlamentaria. Un frentismo que falta, o que apenas si existe, ¿podría crecer en el tiempo sin substraerse a las enseñanzas que brotan de la triste alianza de politólogos y periodistas en torno al cliché de las “demandas populares más urgentes”, sin meter la cabeza en el yacimiento de una energía popular no convencional, que subyace al formato guionado de la “demanda”, para suscitar una fuerza igualitaria largamente postergada y en todxs nosotrxs, un nuevo tipo de práctica política?
Ciertamente habría que precisar qué entendemos hoy por «democracia», lo que no se soluciona añadiendo un adjetivo para categorizar el concepto según el tiempo histórico o ideología hegemónica. Esto último sólo implica mayor confusión, efecto nada ingenuo. Sería similar a definir la etapa de saqueo por «estado ausente», cuando por el contrario y como bien dice la nota el estado es más fuerte, en tanto funciona y perfecciona el poder contra el Pueblo («la sociedad», para el sentido impuesto). En la misma dirección se rotula como «fracaso» por sus resultados al gobierno de Macri, siendo sus políticas las más exitosas en tanto hicieron exactamente lo que vinieron a hacer. Y distinguiendo las bases
del FdeT con la conducción del actual gobierno: ¿es honesto afirmar que éste se caracteriza por «débil», por sus «errores» o por culpa de Clarin? En política… «mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar», sin eufemismos encubridores.