327 cuadernos // Diego Sztulwark

Últimamente busco la palabra de Ricardo Piglia. Sobre todo, sus conferencias o entrevistas públicas. Luego de leer sus diarios, cuando salieron, una parte de mí quedó a la búsqueda de ese tipo de narraciones. Busco, sobre todo, sus referencias a Borges, un poco para pensar esa inversión según la cual se trata menos de indagar sobre las formas en que la realidad aparece en la ficción, y más sobre los modos en que la ficción opera sobre la llamada realidad. Luego de vencer resistencias, finalmente logré ver el documental de Andrés Di Tella «327 cuadernos». Mas allá de la fascinación que pueda despertar la retórica del escritor, este diario (fílmico) de aquel diario (literario), me sorprendió por todas partes: la cita al diario fílmico de Amorin (Borges/Quiroga/Neruda) junto a la pregunta «¿cuál es el presente de un diario?»; los puntos de divergencia (imaginarios?) de una vida, leídos por la voz del propio viviente, como el desgarro de la partida de la casa familiar de Adrogué, y desde entonces, la amistad con su primo que se quedó, y que representa para él la hipótesis contrafáctica sobre qué hubiera sido de él de haberse quedado allí; el recuerdo de su padre: «el hijo de puta de mi viejo me dijo que no quiere que sea un sobaco ilustrado». Di Tella, dice, busca «recuerdos ajenos», una comprensión mayor de los funcionamientos de la memoria -propósito que se aproxima a cierta búsqueda de «Los Rubios», de Albertina Carri-, quizás porque necesitamos de ellos -de esos recuerdos que no son nuestros- para entender algo de este país.
Luego, si. Es angustiante. Me impresionó mucho la caminata por las cañerías subterráneas de la ciudad. Fluidos e inconsciente. Y ver de pronto ahí, al escritor con una linterna encendida! Los colores, los cielos grises. Todo es muy preciso. Luego, material de archivo que desconocía. Roberto Guevara y Valle grande. El destacamento policial de Maschwicz, tomado por el ERP 22 de agosto. Y sobre el final, Ricardo prendiendo fuego a los cuadernos. El escritor quemando sus manuscritos. Incinerando esos documentos, las llamas consumiéndolos. Seguramente pensando en que con la desaparición de la materia vivida, se consagraba al poder literario, el que más inquietud le producía (copias reescritas de lo redactado en esos mismos papeles estaban ya en manos de la industria, publicados y exitosos, con otra firma Emilio Renzi), legando, cómo él mismo dice, toda su vida -lo vivido y la vida- a la ficción.

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