Bajo siete llaves, las siete vidas del gato, los siete días de la semana, las siete puertas de la sabiduría, los siete pecados capitales, los siete colores del arcoíris y las siete notas musicales. Diego Sztulwark, se anima a responder Siete Enigmas para Revista Ají.
LA FILOSOFÍA
La más apasionante y seductora de las trampas, aquella que nos promete una relación erótica con el saber. Quienes exhiben tal relación, llamados “grandes pensadores”, nos hacen creer que tal posesión -no del saber en sí, sino de una cierta relación erótica con él- es verdaderamente posible. Y, por mi parte, cometí la imprudencia de creerle a algunos de ellos (A Karl Marx, le creí que la pasión intelectual puede actuar como un poder práctico, político, revolucionario. A Baruch Spinoza, le creí que existen causas efectivas y determinaciones reales, en cuyas conexiones inmanentes se preparan las potencias subjetivas. A León Rozitchner, le creí que la verdad es inseparable de una sensualidad, que hay que reconocer, ante todo, en el propio cuerpo. A Nietzsche, que existe una sinceridad posible con uno mismo. Y a Gilles Deleuze, que puede alcanzarse una nobleza y hasta una elegancia en los propios devenires). Se trata de un juego de creencias y elecciones del que se espera que podamos aprender algo más sobre las formas de vivir.
LA VIOLENCIA
Siempre sentí que había, al menos, dos clases de violencia. Una destructiva, a la que le tengo terror. Y otra liberadora, a la que quisiera atreverme. De la primera me anoticié de niño, cuando escuché a los adultos pronunciar la palabra “desaparecidos”. De la segunda, más o menos a la misma edad, cuando los Reyes Magos me regalaron (porque se enteraron de mi curiosidad inmensa), en unas vacaciones en Necochea, el libro Mi hijo el Che. Esas dos violencias han permanecido en un estado mítico. O dosificado. La violencia destructora no ha dejado de aparecer como amenaza, aplicada a personas concretas, difundiendo un estado de terror que inhibe ciertos movimientos deseados. La violencia liberadora, en cambio, ha aparecido en unas pocas ocasiones. A veces, como decisiones individuales, otras, conmovedoras, en algunas acciones colectivas. Luego, estudiando a Walter Benjamin, aprendí que la violencia tiene al menos tres posiciones en la historia. Además de fundar y/o conservar el derecho, puede también dirigirse a él para destruirlo. Benjamin habla de destruir derecho sin derramar sangre. Hay algo que creo entender de esa formulación. Se trataría de ser capaces de destruir ciertas estructuras, por ejemplo, las que ligan la explotación de la vida a la concentración de la propiedad privada, sin caer en la violencia que ataca a los cuerpos.
LA MEMORIA
La memoria es una mujer con un pañuelo blanco, una torsión hecha sobre el dolor, la invención, fechada, por medio de la cual unas personas víctimas del poder alcanzaron la autoridad pública más alta, para decir unas de las pocas palabras verdaderas, en el sentido de universales. En este país, la memoria ha sido una política singular. El poeta Henri Meschonnic emplea el término “historicidad”, para dar cuenta de los movimiento intempestivos que escapan a una época, y actúan más allá de ella. La memoria ha sido, entre nosotrxs, el medio capaz de elaborar y prolongar unas fuerzas de transformación por otros medios. La memoria como ofensiva sensiblede no se confunde, afortunadamente, con el recuerdo fijo del pasado. En su particular coexistencia con el presente, la memoria ha sido fuente de actualizaciones e invenciones. Cuando logra liberarse del patetismo de la repetición de lo mismo (nostalgia que le es tan propia y que a menudo la domina), ha demostrado ser la más confiable fuente de actualización de lenguajes, luchas y desafíos.
ARGENTINA
La Argentina… es un esfuerzo de lo múltiple -migrantes, inmigrantes y pueblos llamados originarios-, por sacudirse un dispositivo de orden impuesto durante demasiadas décadas por unos jerarcas militares con bigotes, apoyados en la espiritualidad purpurada de la cruz. El hecho de que asistamos hoy a la decadencia de aquel dispositivo, no relaja en lo más mínimo el peso del legado “roquista”, el vínculo persistente entre color de piel, acceso a la propiedad y categorías de pensamiento. El ensayista Horacio González escribió, hace ya unos cuantos años, un libro impresionante llamado Restos pampeanos. Ese título designa bien, creo, el fracaso de aquel proyecto de nación, y el carácter deshilachado, en cierto modo residual, pero por lo mismo abierto a nuevas recomposiciones, que es la Argentina estallada. Seguimos a la espera de un impulso lúdico y plebeyo que tarda en llegar. Algo de eso se insinuó, quizás, durante el velorio de Diego Maradona. O incluso en ciertos movimientos colectivos aparecidos en diciembre de 2001. Algo que tiene que ver con las posibilidades del juego y con la irreverencia.
DIOS
Es una de las palabras más difíciles. Le encuentro al menos dos significaciones opuestas. Por un lado, está el Dios que ha sido garante de una cierta relación con la verdad justificadora de la servidumbre. Los profetas que anunciaron ya hace siglos que ese dios había muerto, advirtieron que ese deceso sería lento, y que una larga agonía permitiría al Dios desfalleciente sobrevivir en la sintaxis. Por otro lado, está el Dios que evoca un pensamiento eterno: Deus sive Natura. Se trata de un dios depurado de toda trascendencia. El Dios al que el pensamiento acude para comprender hasta qué punto el deseo vital es siempre una parte de una naturaleza más amplia. Esa naturaleza común es la premisa sin la cual no nos es dado descubrir -conocer, disfrutar de- la propia potencia.
SIETE LIBROS
Ética (Baruch de Spinoza); El 18 Brumario (Karl Marx); Así habló Zaratustra (Nietzsche); Tesis sobre el concepto de historia (Walter Benjamin), Mil mesetas (Deleuze y Guattari), Freud y el problema del poder (León Rozitchner), Obras completas (Jorge Luis Borges).