24S: La política y la ecología, entre la militancia y el activismo // Alejo Di Risio

Una nueva huelga mundial para poner en agenda la crisis climática llega a nuestro país en medio de un clima político enrarecido por los resultados de las PASO. Con medio gabinete renovado y una tanda de declaraciones que indican una profundización del modelo basado en extracción de recursos naturales, los reclamos globales por una transición socioecológica se chocan con las narrativas locales de mayor sojizacion, megaminería y extracción petrolera como única forma de salida de la crisis. A su vez, la novedosa presencia en la movilización es la de partidos políticos, sindicatos y agrupaciones de la talla de La Cámpora o Movimiento Evita. Las heterogéneas alianzas entre organizaciones socioambientales del campo popular y ONGs de identidad joven miran con reticencia esta presencia, mientras buscan también otras formas de lograr sus objetivos comunes. Entre activismo de redes, performance artísticas y algo de tibio lobby, disputan sentido común y específicamente «el modelo».

Es imposible medir hoy a dónde se fueron los votos de lxs ambientslistas de todo el país en las PASO, pero podemos especular un poco. Estarán quienes se mantuvieron orgánicos a sus afiliaciones históricas, aquellos votos que no pueden justificar la profundización del extractivismo basado en violaciones a los derechos humanos, que se «piantan por izquierda», y algunx que otrx votante creyente en el mercado que votará a la derecha. Lamentablemente, muchos ecologistas no votaron, descreídos de la política partidaria, no encuentran cauce ni representación en las urnas. Condenando el rumbo de las instituciones e identificándolas como responsables únicas de la profundización del modelo que ocasiona la crisis ecológica.

Aparte de militar e impulsar ciertas leyes clave como la Ley de Acceso a la Tierra, la Ley de Humedales o la de Etiquetado Frontal, las alianzas entre organizaciones sociales del campo popular y ONGs de identidad joven buscan nuevas formas de lograr lo que no están pudiendo encontrar en la política partidaria tradicional. La performance de los políticos de alto cargo que reclaman acción a un otro vacío, desconocido, es por ahora la única presencia de la agenda en los altos cargos ¿A quién le piden «acción urgente» Joe Biden, Alberto Fernández o Juan Cabandie? Mientras el intento de presionar en las urnas a la política partidaria para que tome acción no encuentra una alternativa de poder real, otros formatos de acción emergen. El activismo de redes tal vez sea el caballito de batalla de un sujeto político compuesto por una gran mayoría que creció dentro de la infosfera digital. Pero mientras el asambleísmo histórico logra ocasionalmente ganar batallas a nivel municipal mediante ordenanzas de prohibición, las redes de jóvenes tejen nuevos espacios de formación y aprendizaje. También buscan disputar sentido mediante campañas comunicacionales, performances artísticas o la participación masiva en audiencias públicas, pequeño agujerito donde la participación directa se puede colar a la democracia. Por otra parte, muchas veces se milita el cambio de hábitos, o la acción individual como única salida para lograr otros futuros ¿Pero quienes son los que en los hechos terminan pudiendo cambiar realmente sus usos y costumbres? Mientras impere la idea de que el consumo es la única forma de acceder al bienestar, solo quienes accedan a un ámbito de consumo privilegiado podrán ejercer cambios reales en la estructura de la sociedad. La compra seleccionada sigue siendo para pocas personas.

Ciertos activismos se encuentran muy reacios a la política, le tienen aversión. Y en torno a pensar grandes cambios en la infraestructura social, como el sistema energético o agro alimentario, la política es imprescindible. Más todavía al enfrentarse a actores del tamaño de multinacionales que superan en poder a nuestras estructurales estatales. La tendencia tiene también una raíz en la necesidad de tomar acciones individuales ante problemáticas globales. La impotencia de sentirse testimonio pasivo de la devastación ambiental insta a la acción, pero esta pocas veces se canaliza fuera de las posibilidades individuales. La política, entendida en su formato más amplio, como la forma que tenemos de sociedad como organizarnos, aparece como la única respuesta posible ante las escalas que manejamos en la problemática ecológica. La incapacidad de canalizar reclamos de manera colectiva, o política, es también producto del sentido común hegemónico que re-produce la noción del individualismo que se ha perpetuado en la modernidad. Este individualismo patriarcal, colonial e imperial, asume que el control de una problemática puede ser de cada ciudadano de a pie. Forma parte de una negación sistémica y epistémica de la interdependencia y de la eco-dependencia que como especie tenemos en este mundo.

Mientras tanto, aparece como actor una extrema derecha que afirma con la misma liviandad que el cambio climático no existe, que es una conspiración global de comunistas que luego de la caída de la Unión Soviética infiltraron las ciencias sociales con una agenda de expansión de derechos humanos. El famoso «marxismo cultural», que confunde al Estado de Bienestar propio de las conquistas de movimientos sociales y sindicales de los 60/70, que con distintas temporalidad y territorialidades tuvieron diferentes resultados en la vida cotidiana. Para las clases medias, mayoritariamente urbanas, de Latinoamérica significó un ascenso social. Las ruralidades quedaron afuera, muchas veces a merced de enclaves extractivistas al mejor estilo república bananera. Zonas que se sacrifican para satisfacer el modo de vida de las clases medias urbanas, y que economistas ortodoxos justifican como necesario, como cada vez que el sistema agroalimentario basado en el monocultivo sojero se justifica por la necesidad de generar divisas o gobernanilidad.

Pero lo preocupante en que ganen espacios estos movimientos de derecha extrema es que, por más que las propuestas sean de lo más nefasto que la política nos puede ofrecer, hay algo de irreverente en poder decir en voz alta y vociferar a los cuatro vientos un diagnóstico que las izquierdas y movimientos populares gritan hace años. La crisis climática, como proceso, termina de aniquilar cualquier atisbo de duda de que el modelo, tal como esta, tiene una senda suicida. La meritocracia todavía se usa como excusa para hacer dudar a generaciones enteras de que el extractivismo y el capitalismo no dejaron nada más que sueños rotos. Donde iba a haber casa propia, auto y vacaciones pagas solo quedan precarización digital, deudas en crecimiento y un panorama de futuro con cada vez peor calidad de vida. Lo peligroso de la extrema derecha es que se apropia de un diagnóstico que atraviesa muchos sentires de izquierdas: el modelo actual deja afuera a una gran parte de la población del bienestar prometido. El capitalismo, como esta, no funciona. O sólo funciona para una elite.

Lejos de pensar en agendas de reducir derechos como proponen los derechosos, es fundamental ampliarlos. El verdadero hacerle el juego a la derecha es no admitir que es necesario un cambio radical en la estructura social para reducir la desigualdad y aumentar nuestra capacidad de vivir bien, y para eso es necesario cambiar la relación entre sociedad y naturaleza, como propone el movimiento ambiental. Es no salir a militar con la firme creencia de que el bienestar de las personas es absolutamente dependiente del modelo que tengamos.

Tal vez la disputa central con el panperonismo sea la nocion del bienestar. Mientras el Estado de Bienestar que milita la justicia social empareja absolutamente consumo con bienestar, el movimiento ecologista pone arriba de la mesa lo insostenible del consumo desmedido de bienes. Desdolarizar la economía, poner topes al consumo de los ricos, asegurar los derechos humanos de las poblaciones cercanas a proyectos extractivos son propuestas y objetivos que deben hermanarse con la agenda de derechos humanos y justicia social. No puede haber justicia social en un mundo asediado por eventos de clima extremo, crisis hídrica, envenenamiento de las aguas o fumigación con agrotóxicos de los pueblos. Estos costos siempre los pagan los sectores populares y humildes. Los efectos del extractivismo no se externalizan, se proyectan sobre las poblaciones más vulnerables ¿puede haber entonces un peronismo ecologista o un ambientalismo popular? ¿hay lugar para el chori vegano en la parrilla de la unidad básica? ¿llegará la narrativa a traducirse en agenda antes de las elecciones? ¿significa hoy la presencia de las bases que habrá una presión hacia arriba para tomar acción?

Reducir las luchas por el bienestar de la población sólo a la esfera del consumo es un error. No sólo mediante la compra es que la calidad de vida de las personas puede mejorar. Lejos de reducir la importancia del acceso a bienes fundamentales para el bienestar y el pleno desarrollo de la vida humana, hay que integrar en la agenda el ambiente sano y las funciones fundamentales de los ecosistemas necesarias para esto. Existe una mirada enorme de acciones a tomar para acercar los derechos humanos a todas partes sin que se requieran dólares, ni impactos en la balanza comercial. El fin de los subsidios masivos a la energía fósil y el comienzo de la transición energética popular deben ser parte de la agenda y programa político de cualquiera que busque la justicia social. La crisis climática es el síntoma mas evidente porque tiene escala planetaria y porque eso también hizo que los países del norte lo militen en sus agendas. Pero con la misma celeridad que pedimos transición energética popular, tenemos que pedir soberanía alimentaria, acceso a la tierra, derecho a vivir y gozar vidas plenas y disfrutable en un ambiente sano.

Foto Lucia Prieto 

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