24 de marzo: la memoria como campo de batallas políticas y culturales // Mariano Pacheco*

Por Mariano Pacheco (Director del instituto Generosa Frattasi)

“Nunca fuimos tan libres como durante la ocupación”, escribió alguna vez un provocativo Jean Paul Sartre para hacer referencia a la vida en París, bajo el nazismo, durante la Segunda Guerra Mundial.

Es que para la mirada existencialista, la libertad se juega en situación y, en medio de situaciones límites –como la tortura, por ejemplo, pero también bajo dictaduras y regímenes autoritarios– cada decisión contribuye a forjar un proyecto a partir del cual el ser humano se define y experimenta (o no) algo de autenticidad en su paso por este mundo.

Es la obsesión de las y los escritores y filósofos que atravesaron semejante tragedia europea: ¿serían capaces de resistir la tortura? ¿Qué estuvieron dispuestos a hacer para fomentar e intensificar la resistencia? ¿Que no hicieron y qué consecuencias tuvo esa inacción? Es el tema tratado de manera magistral por Simone de Beauvoir en su novela La sangre de los otros.

Tratados y narrativas, las existencialistas, que marcaron a toda una generación: la de las y los intelectuales que en Argentina leyeron las traducciones de la editorial Losada, en libros que se vendieron por miles en la Avenida Corrientes, antes que la Nación padeciera un proceso que la reorganizara sobre nuevas bases.

Después, cuando los militares se replegaron y las atrocidades tomaron un mayor estado público, los dichos-sorpresa, las miradas distraídas, la construcción progresista del relato sobre el horror, centrado en el horror, como reverso angelical de la canalla teoría de los dos demonios.

¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha pasado? ¿Cómo fue posible?

Nadie lo dice, pero todos lo saben: la dictadura cívico-militar fue posible por una mezcla de complicidad, y apoyo implícito, más allá del reducido apoyo explicito. Como lucidamente escribió Pilar Calveiro en su ya clásico libro Poder y desaparición, el Proceso de Reorganización Nacional no fue una «extraña perversión, algo ajeno a la sociedad argentina y su historia”.

Frente a ese horror militar, y esa complicidad o apoyo civil, los derechos humanos, el valiente accionar de un grupo de mujeres que salieron a reclamar por sus hijos e hijas que ya no estaban, «ni muertos ni vivos», simplemente desaparecidos, según las palabras del propio presidente de facto Jorge Rafael Videla.

Y luego la derrota, y el travestismo de los intelectuales revolucionarios –“travestismo”, como diría Antonio Gramcsi, y aquí pedimos paciencia a quienes leen este texto, porque el concepto expresa de manera cabal un proceso que requiere no hacer extrapolaciones en relación a las actuales y más recientes luchas por la diversidad–. La derrota de las apuestas revolucionarias, y también, el memorialismo como moral, frente a la memoria como campo de batallas políticas y culturales. El memorialismo como refugio progresista ante la imposibilidad de poner en pie un proyecto que recupere la iniciativa estratégica, y vuelva a discutir el Poder Real, como suele señalar mi amigo y compañero Mariano Rodolfo Martín. El memorialismo progresista como reafirmación del Nunca Más: al terrorismo de Estado, pero también a la Revolución. La Revolución, atrás, en el pasado. Por delante sólo aquello que permanece en los estrechos márgenes de la democracia… de la derrota.

Por eso en este homenaje a quienes nos antecedieron en las luchas y fueron arrancados de este mundo por el criminal odio clasista, quisiera destacar nuestra admiración por las Abuelas que salieron a rastrear el destino de sus nietos y nietas –esos bebés arrancados a sus madres en ilegal cautiverio–, sí, por supuesto; y nuestra admiración y homenaje a las Madres que salieron a caminar y patear puertas para exigir la aparición con vida de sus secuestrados hijos e hijas militantes… Pero también, nuestro gesto por destacar a las Madres/Abuelas, militantes ellas también incluso antes del secuestro de sus hijas e hijos, parte ellas de un pueblo con largas historias de luchas. Y nuestro homenaje a los grandes olvidados de esta historia, nuestra historia: las y los combatientes que enfrentaron la dictadura armas en mano, ejerciendo el legítimo derecho a la resistencia. Resistencia guerrillera que no hubiese tenido ningún sentido si no hubiese existido asimismo una intensa lucha obrera, no sólo desde las huelgas generales de 1979, sino incluso desde el mismísimo 24 de marzo de 1976, con las huelgas parciales, el trabajo a tristeza y los sabotajes.

No nos transformamos en lo que somos sino mediante la negación, íntima y radical, de lo que han hecho de nosotros, escribió un Sartre ya más viejo, pero más radicalizado, en esa proclama (el prólogo al libro Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon) en apoyo al pueblo argelino que luchaba por liberarse de la opresión colonial francesa.

Lo que han hecho con nosotros, como pueblo, las clases dominantes, es arrebatarnos la vocación, la convicción, la voluntad de querer tomar el cielo por asalto.

La negación, íntima y radical de aquello, desde una filosofía militante como la que queremos rescatar aquí, será contribuir a que el punto de vista popular, con su deseo de cambio y su mirada realista, vuelva a situar la mirada en el infinito… y más allá.

 

* Transcripción de la editorial del #episodio2 de La parte maldita. Filosofía Errante y Sucio Rock, programa que se emite todos los jueves,de 14 a 15 horas, por Radio Gráfica de Buenos Aires

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