I only wanted to see you
bathing in the purple rain
Prince, 1984
Los colores no existen. Son atributos que vemos en un cuerpo según el modo en que absorbe la luz. No son objetos del mundo. No son sustancias con las que tengamos que aprender a relacionarnos o esencias que puedan contestar la pregunta acerca de quiénes somos. Son pura percepción, pura subjetividad tecno. Nada más que otra manera de inventarnos lo real. En su insustancialidad, los colores se prestan a los simbolismos más diversos, y las mujeres lo sabemos, siempre atentas a los modos en los que el sol se posa sobre las superficies. Nuestras luchas están atravesadas por distintos impulsos que conviven, se mezclan y, por momentos, se solapan unos a otros y estallan.
El violeta es un color profundo, que condensa capas y capas de sentidos superpuestos. No hay modo de llegar a él sino a través de la mezcla y del tiempo. Es como un magma sagrado, una masa madre. Tal vez por eso en el comienzo mítico de nuestro movimiento fue necesario teñirnos de violeta en asambleas de furia y duelo colectivo, o tal vez fue en honor a aquellas 123 obreras textiles muertas a manos del capitalismo pujante y claramente patriarca –y a ese humo color violeta que inundó los cielos de Nueva York en 1911–, o tal vez fue un homenaje a las sufragistas inglesas que se lo expropiaron a la realeza… quién sabe. A las mujeres nos gusta contarnos historias, tramar relatos brujos, tejer redes que nos mancomunen y nos organicen. Y el violeta se transformó para nosotras en un hogar, un habitáculo, un cuarto propio.
Nuestro violeta nombra también la presencia de sangre atrapada bajo la superficie de la piel, los golpes, los moretones. En su progresión la herida se trasviste: fue roja y también un poco negra gracias a la coagulación de la sangre, y permanecerá violeta y morada hasta pasar por su complementario, el amarillo, antes de cicatrizar. El violeta sufre, cursa su duelo y transforma ese dolor en lucha.
En el círculo cromático el violeta tiene dos opciones: puede elegir ir hacia el azul (el blue), la pena, o puede elegir irse por la vía del rojo, la sangre, por donde estalla la luz.
La ruptura del violeta hacia el rojo es mucho más brutal y definitiva, contundente.
Pero sería un error creer que se trata sólo de una síntesis o de una igualitaria distribución del rojo y el azul como representantes de los géneros inventados por la heteronorma. El violeta es siempre tensión entre el rojo y el azul, y sólo cuando logra dejar atrás la pena sale a bailar y se lleva todo lo vivido encima, sale a conquistar la calle habitando su cuerpx como territorio de placer, y explota en magenta. Es una vinculación volcánica entre el dolor y el placer en estado puro.
El magenta es un violeta que vuelve a brillar y es, por ello, festejo de sí mismo. Es un color puro, aún sin ser primario; un color sin saturar, que no puede reproducirse con una sola longitud de onda.
El magenta no pide: avanza y ocupa, conquista el espacio de luz. Se basta a sí mismo.
Sale a la superficie desde las profundidades y es pura vitalidad, puro impulso. Y ya no es (solo) testimonio de la herida: es superficie reconquistada como superficie de placer. De todos los órganos, la piel es el más grande y el más débil, el más expuesto al mundo, a la vez que el límite delgado que nos separa de él. El nuestro es un estar en la superficie que es a su vez un mantenerse a flote: el propix cuerpx como territorio de conquista, y como salvavidas.
Juntxs hicimos una apropiación colectiva del rosa-nena y lo volvimos algo peligroso, disruptivo. Amenazante para el patriarcado, insolente y autónomo. El color que fue concebido como normalizador, ordenador de juegos y de géneros, apaciguador de ánimos femeninos y señalizador de las zonas blandas aparece ahora, por acción colectiva, como chirriante, irreverente y disruptivo. La Barbie-Chuckie.
Este rosa estridente es la reconciliación con el deseo propio, el descubrimiento de potencias y el festejo vital y desbordado de nuestra existencia. No hay modo de llegar a él más que a través del despojo de todo el ruido, del sinceramiento de los deseos más profundos y del fin del duelo como lugar de enunciación o refugio. No se identifica como solo-víctima. Porque exige sin pudores, exige y se expone, se muestra y se hace ver a lo lejos. Hace rebotar toda la luz. No se confunde con casi nada de lo que hay en el paisaje, resalta sin pudores, inunda la vista con furia y fiesta adolescentes.
Nos obliga a entrecerrar los ojos, a meternos para adentro para que no nos queme su brillo, o a salir del escondite y dejarlo todo atrás, salir a encontrarnos en el magenta de las otras tantas y abrazarnos sin pudores en la calle, cantar a los gritos y prender una fogata con los carteles de madera, transformar la calle en una casa (porque la diferenciación entre la polis y el oikos, nosotras lo sabemos, fue otra invención patriarcal para mantenernos encerradas), ranchar con las compañeras nuevas y las de siempre sin reglas de etiqueta militante. Con los pelos del sobaco largos, con los pantalones cortos, con cuerpas disidentes, con y sin peluca, dildo, hijx, teta, lentejuela o pañal.
Este magenta es un activismo del goce más allá del yo, no te pide el dni, ni te exige una definición. Es el deseo puesto en evidencia, empoderado, que guía. Es un nosotrxs que no nos diluye: nos amplifica. Nos abraza con luz y vitalidad, y sobre todo con señales del futuro, aunque no es promesa sino acto: es baile sobre las tumbas en la certeza de que ya no estamos solas, de que juntas vencemos a la muerte y a la pena, porque a la vida se la defiende bailando.
Este magenta no reivindica cuerpas individuales, no es un nombre propio, es siempre un común que nombra a este monstruo que somos todxs juntxs, que cualifica a esta marea, que puede habitar la calle de una manera otra. Este magenta es cualquier mujer, un ejemplo de mujer, entre otros posibles. No es el yo mujer, no es una individua. Porque reivindica la singularidad que se opone a la individual y a la universal. Este magenta es cualquiera. Es la cualquiera. Es una cualquiera. Por eso “tocan a una y nos tocan a todas”. Porque no queremos ser sólo sujetxs: no es sólo amparadas en la ley donde vamos a lograr construir un mundo no-patriarcal. Cualquieridad para zafar de la falsa dicotomía, porque no hay particular o universal. Singularidad, ejemplo, individual que está en lugar de todxs.
De acuerdo con la teoría física, aquellos colores que absorben la luz de los colores aditivos primarios se llaman colores sustractivos primarios. Con un ejercicio de economía sustentable que resiste a la lógica extractivista del capital patriarcal, el magenta es el que absorbe el verde para luego emitir. Juntos se potencian, se hacen brillar, se nutren mutuamente, se echan luz. Transición en la lucha, colorímetro de pasiones
Hoy el verde es un acontecimiento, una ola que arrasa y se impone y condensa por un momento toda la atención, ocupa todos los espacios, abre y resignifica. Contrariamente a lo que quieren imponer los partidarios de nuestras muertes en abortos clandestinos, el verde es un símbolo de la vida, del respeto por las vidas de cientos de miles de mujeres que la han perdido por ser consideradas por un Estado machista sólo recursos disponibles o cuerpos envases de vidas igualmente disponibles y desechables.
En nuestro país el verde fue visto viajando en Falcon durante los años más negros. Aquel verde oscuro y el celeste lavadito de los pañuelos que defienden las dos muertes clandestinas, tienen en común el amarillo, por falta o por saturación. Por eso no es casual que hoy intenten reponer el terror abotinado que busca disciplinarnos también por medio de las finanzas. Verde milico y verde dólar: recintos donde entra poca luz. Hay luces y hay sombras, y hay lucha.
Pero esta vez estamos juntxs, recuperando un verde vital, uno que nos deje respirar otra vez. La vida se parece más a esto que somos cuando estamos juntxs en la calle que a una pulsación natural.
Nuestra vida no está en el cielo celeste, nuestra vida es de este mundo y es verde como son verdes los brotes que garantizan oxígeno y hacen habitable el planeta. Una vida verdadera es una vida de libertades y potencias desatadas. Es todo esto o es una vida que no vale la pena. Si de algo nos sirven los años de cultura y organización, es para hacer de la vida un evento más allá de lo estrictamente biológico.
Hoy el verde es una exigencia clara y puntual, un grito al unísono: “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, al que le agregamos capas de sentido a cada paso que damos. Brotamos en las calles, en los barrios, en las plazas, en el Congreso, como en una primavera inesperada. Y nuestras ramas se entrecruzan, se dan sombra, abrigo y alimento feministas. El verde es la vida biológica reconquistada. Esa vida que nos fue expropiada desde el comienzo de los tiempos.
Es el color del que nos teñimos para gritar que ya no estamos dispuestas a pagar con nuestras vidas y nuestros cuerpos las consecuencias de la falsa ideología de la distinción entre naturaleza y cultura. Nosotras nos reapropiamos de nuestrxs cuerpxs feminizadxs y decimos que es natural decidir no continuar un embarazo.
Así, el verde representa la plena ciudadanía para lxs cuerpxs con capacidad de gestar. Ahora somos dueñxs de nosotrxs mismxs. Este verde se deja ver, al fin, como punto de partida: es el umbral, el ritual de inicio de nuestro viaje.
Sabemos que hoy disputamos el sentido de la vida en el congreso, en la puerta de los cuarteles, en los bancos y en la calle, y nos sabemos juntxs. Vemos venir las banderas violetas, verdes, magentas, naranjas, multicolores, que se juntan en una revuelta. Traman alianzas insólitas.
Nosotrxs nos organizamos. Usamos señalética pagana que establece pactos momentáneos y duraderos en todas partes. Porque vamos a cambiarlo todo, porque la lucha, el placer y la vida son nuestrxs. Lo que viene después es un fuego, algo por ser inventado.
Molécula revuelta
Nos inspiramos en, y usamos fotos prestadas de: MAFIA, Cromoactivstas, Emergentes, Julieta Colomer, Serigrafistas Queer, diarios online, la web