Pasamos de almorzar alfajores de 10 centavos a cenar pizzas en abundancia; de tomar cervezas parados en la plaza, chupando frío, a brindar con chops sentados en una silla, juntando mesas en una pizzería bien del centro de Quilmes.
Nunca supe si al fin y al cabo lo descubrieron. La cuestión es que el flaco Juan, que era de los pocos de la banda de los fichines que laburaba, un día descubrió que en su trabajo podía tomarse prestados unos pesos sin que el dueño del negocio se diera cuenta. Si sacaba de un saque sí, sería descubierto y perdería el trabajo. Así que probó una vez, dos, tres, quien sabe cuantas veces hasta que se le hizo costumbre. Llegaba el viernes y en los videos de Alsina y San Martín toda la banda esperaba que llegara el flaco Juan, sonrisa en el rostro y pregunta provocadora: “¿Qué comemos hoy?
Nunca lo dudó, o si lo dudó nunca lo demostró. La generosidad del flaco Juan no se quedaba sólo en la cena. Un día le pintó el berretín y fue y le compró un bajo a Falucho, se compró una guitarra para él y unos micrófonos con pies y todo. Hasta equipos de bajo y de guitarra compró ese día, que junto con la batería que Fede-pelo-verde tenía en el garaje de su casa, permitieron que la banda comenzara a ensayar temas de Flema y de Sin Ley.
Allí, en ese garaje, comencé a practicar mis primeras notas en guitarra, así en eléctrica, que sonaba con pedal y todo. Creo que “No quiero ir a la guerra” fue la primera canción que aprendí. No sé si esa banda prosperó, pero seguro que esas tardes han quedado grabadas en la memoria de todos los que allí estuvimos.
Un día el ensayo se estiró y no sé si es porque ese día en casa de Pelo-Verde no había nadie o qué, pero nos quedamos desde la tarde hasta la noche en aquél garaje.
Por entonces muchas banda de rock surgía y se desarrollaban en garages de la zona sur. Eran pocas las bandas que alquilaban una sala de ensayo, aunque con el tiempo el garaje te quedara chico. Pero no era el caso. Incluso esa banda ni nombre tenía, era más que una banda una juntada, tal vez tan sólo un modo de pasar un poco el tiempo, escuchando música, tocándola. Y compartiendo una birra con los amigos; o un gancia; o un heavy metal (vino blanco con gaseosa fugureti) o una de esas jarras locas de vino tinto y jugo tang (las locas en realidad era con pastillas, pero en el garaje de Fede salían con tang nomás).
El hecho es que esa tarde-noche pasamos horas entre canciones de punk rock y grandes ingestas de alcohol. Lo que sucedió no lo recuerdo. Tengo retazos de imágenes sueltas que se entremezclan con el relato que recibí al otro día y nebulosas que se llenan con lo que después oí en una grabación. Resulta que los pibes estaban tratando de grabar parte del ensayo. Entre canción y canción se armaban charlas, y se ve que a nadie le interesaba o nadie se acordaba de apagar el grabador. El hecho es que de repente se escucha un ruido como de golpe seco, y un coro de uyyy que denotaba algo grave, o al menos, fuera de lo común. “El Petty la quedó”, dijo Fede, o Juan, ya no recuerdo cual. Me había desmayado y golpeado la cabeza contra un espejo.
Después de eso se ve que la joda siguió, aunque sin mi presencia, ya que dormí en una cama rodeado de peluches y almohadones con forma de corazón.
Cuando me desperté, ya de día, no reconocí todo ese lugar tan rosado, al que nunca había entrado. Antes de que pudiera terminar de despertarme entró Fede, con un mate en la mano, diciendo que esa era la pieza de su hermana. Atrás estaba el flaco Juan, cagándose de risa y contagiando con su risa a Pelo-Verde. Decían que, así flaquito y todo como era, había sido un desafío subirme por la escalera y tirarme en esa cama. Yo miraba con un poco de sueño, y un poco de vergüenza, mientras me acomodaba mis chupines negros y mi cinto a tachas entre colchas rosas. Fede me dio un mate, y enseguida, el flaco Juan, facturas en mano, se acercó para armar la ronda de la mañana, todos un poco con resaca, sellando esa amistad que tenía en el centro de la escena a la bondad de Fede, y la generosidad del Flaco Juan.
*Extracto de un libro en preparación que Lobo suelto! irá publicando en parte, en entregas semanales, de acá fin de año.
El autor es ensayista y comunicador popular. También coordina cursos de filosofía. Autor de los libros Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y peronismo (Punto de Encuentro, 2016); Montoneros silvestres (1976-1983). Historias de resistencia a la dictadura en el sur del conurbano (Planeta, 2014); Kamchatka. Nietzsche, Freud, Arlt: ensayos sobre política y cultura (Alción, 2013); De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El Colectivo, 2010) y co-autor de Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo (Planeta, 2012). Editor del portal y conductor del programa radial La luna con gatillo, columnista el periódico Resumen Latinoamericano y colaborador de Lobo suelto!