Se dijo casi todo sobre 2001, fue infierno, crisis y escuela callejera. El mapa quebrado del trabajo y los territorios fue surcado por una gramática de la multitud hecha de asamblea, corte de ruta, olla popular, fábrica recuperada, clubes de trueque, organizaciones de desocupados y campesinos, saqueos y cacerolas. Difícil dejar de sentir a 2001 como la fecha más propia, aun cuando no haya una política que pueda reclamar su nombre sin quedar congelada.
Porque 2001 no existió, aunque circule un poco por todos lados. No es programa ni horizonte, pero no deja de recordarnos lo frágil de todo orden. Sobre todo hoy, cuando el gobierno de lo social es obsesión de todo los poderes coligados; cuando la crisis es empleada como discurso de miedo y sumisión.
Como hace 15 años, la gramática social orienta a la política, aunque la disputa por la dirección intelectual y moral parezca ahora más intensa. Una gramática que no deja de actualizarse en detrimento de los custodios del orden: rebeldía juvenil, gremialismo social, paro de mujeres, sindicalismo de base, agrupaciones contraculturales y antirepresivas. La persistencia en sentir y pensar de otro modo.
Dos preguntas se asocian a esas fechas, en Argentina y en el continente, y hoy no podemos sino recordarlas: ¿cómo poner límites a las políticas neoliberales, con su carga violenta y expropiatoria?, ¿cómo constituir momentos de acción y decisión colectiva sobre la producción, la reproducción y los modos de vida?
Lobo Suelto, 19 de diciembre 2016