“Una vida propiamente humana, una vida que no se define por la circulación de la sangre y el cumplimiento de las restante funciones comunes a los animales, sino principalmente por la razón, la virtud del alma y la vida verdadera”
(Baruch Spinoza)
Escribo estas líneas para los amigos, para los compañeros que queden, para todos aquellos que sientan, como yo, que este tiempo les juega una mala pasada, una pasada verdaderamente triste. Mientras escribo, mientras escribí todo el día 19 de marzo de 2020 he visto avisos de encierro, filas de gente en los cajeros automáticos y los supermercados, trabajadores de Globo y Pedidos ya que desde hace 25 minutos no pueden ganarse el día, vecinos cargando bidones de agua, bolsas de las compras… he visto policías a montones patrullando las calles en sus camionetas con luces, he hablado con mis hermanas, se me ha dicho que respire, que me tranquilice, se me ha preguntado si tenía comida guardada. Mientras escribo estas líneas Argentina es un país con 128 casos y 3 muertos por Coronavirus y en mi barrio se escuchan aplausos y bravos para los médicos argentinos que luchan contra este mal imparable. Escucho un programa de Radio donde se cita con elogio a Angela Merkel, Canciller de Alemania, diciendo que este es “el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial” que atraviesa su nación, probablemente olvidando los 3 millones de alemanes muertos en la contienda que duró casi 6 años, pero sí recordando a los 20 muertos que su país cuenta por Coronavirus. No compré comida, no posteo sobre mi solidaridad o lo sencillo de quedarse en casa comparado con una guerra, no guardé agua ni hice ninguna clase de fila para entrar en una farmacia. Sencillamente, siento que me volví loco.
Escucho al presidente de mi país declarar un aislamiento obligatorio mientras se festeja su rapidez y fuerza en la acción, mientras festejamos nuestra responsabilidad comunitaria. Lo escucho decir que “es el problema de salud más grave que hemos tenido en toda nuestra vida democrática”, que “la evolución de la situación será evaluada por expertos, sociedades científicas y el gobierno de modo constante”, le escucho decir que “ante esta crisis no hay lugar para actitudes individualistas, necesitamos mantener el distanciamiento social evitando salir de nuestras casas”, le escucho decir que:
“Responsabilidad, solidaridad y comunidad son las consignas. Esta es la palabra de comunicación y encuentro. Esta decisión es fuertemente democrática. Es una democracia que apela a medidas de excepción en base a su propia legislación para estos casos. Es una democracia que une a fuerzas políticas, sociales, gremiales, productivas y religiosas. Es una democracia que une a las autoridades de todas las jurisdicciones. Es la Democracia que busca reducir el daño en el pueblo y salvar la mayor cantidad de vidas posibles”
Para decirlo con sencillez, siento que se nos ha robado la cordura, que vivo en un país desesperado que no se preocupa por los males reales, pero si por una pandemia que ha dejado menos muertos a nivel mundial que las pandemias (¿el hambre no podría ser una de ellas?) que conoce en carne propia. Me rebelo contra el lenguaje de la ciencia que viene a decirnos que hay un solo modo de ver el mundo, un solo modo de actuar contra la realidad, un solo modo de pensar los vínculos. ¿A nadie más le hace ruido esta reverencia por el discurso médico transformado en tratado de teoría política y manual de afectos? Me siento envenenado por la alegría de esta batalla solidaria que tiene su arma más fiel, y pareciera que única, en el autoencierro. Tengo una rabia profunda contra los compatriotas que publican alarmas pensando en países que hasta hace dos meses tenían índices de muertes por gripe estacional que superan ampliamente los casos y muertos contables hasta ahora por el enemigo inmisericorde y todopoderoso nacido en Wuhan. Siento asco ante la alegría que este mundo triste de aislamiento genera en todos los bienpensantes amigos de la solidaridad y el autoflagelo. Me siento abandonado por los compañeros que pensé que iban a mirar con horror cómo los modos de una política de la tristeza que hasta ayer combatían bajo el nombre de Macrismo hoy se transforman en la política oficial de un gobierno que celebran. Me escribe mi hermana, me cuenta que un compañero de militancia, ante las críticas de ella a las medidas de confinamiento, le dice que si la ve en la calle, la denuncia. ¿Qué es este goce, esta reivindicación moral de la delación que hasta hace días hubiese asqueado al más inmoral de los militantes? Quiero gritar contra todos los que renuncian aquí y ahora al derecho a imaginar otros mundos posibles, contra este mundo único que nace del miedo mientras se esconden en el fervor patriótico y comunitario de esta gesta ridícula que quiere transformarnos a todos en héroes hogareños obedientes, en policías de nuestros amigos.
Abro un libro que vengo leyendo estos días, leo: “La facultad de juzgar puede estar sometida a la voluntad de otro cuando este otro logra embaucarle el alma”. Sí, nos han embaucado el alma. Tratemos de recuperar nuestra facultad de juzgar, nuestro derecho a mantener el juicio, o lo que es lo mismo: nuestro derecho democrático a imaginar.
“Hemos entrado oficialmente en la era biopolítica,
en la que los presidentes no pueden hacer nada,
y solo los médicos pueden hacer algo, aunque no todo”
(Franco “Bifo Berardi)
El 11 de Marzo de 2020 en su alocución de apertura el Director General de la OMS señalaba con respecto al brote de Covid-19 que debido a que “el número de casos de COVID-19 fuera de China se ha multiplicado por 13, y el número de países afectados se ha triplicado”, a que en esos “momentos” había “más de 118 000 casos en 114 países, y 4291 personas” habían “perdido la vida”, a que “en los días y semanas por venir” esperaban “que el número de casos, el número de víctimas mortales y el número de países afectados” aumentara “aún más”, y, finalmente, a que estaban “profundamente preocupados tanto por los alarmantes niveles de propagación y gravedad, como por los alarmantes niveles de inacción, habían “llegado a la conclusión de que la COVID-19” podría “considerarse una pandemia”. A continuación señalaba:
“Nunca antes habíamos visto una pandemia generada por un coronavirus. Esta es la primera pandemia causada por un coronavirus. Al mismo tiempo, nunca antes habíamos visto una pandemia que pudiera ser controlada. La OMS ha estado aplicando su máximo nivel de respuesta desde que se notificaron los primeros casos. Y cada día hemos hecho un llamamiento a los países para que adopten medidas urgentes y agresivas. Hemos hecho sonar la alarma de forma alta y clara”[1]
Una de las respuestas a este mensaje se produjo el 12 de Marzo de 2020 con el Decreto 260/2020 que declaraba la emergencia sanitaria “por el plazo de UN (1) año”, tomando en consideración: 1) la declaración del 11 de Marzo de la OMS del COVID-19 como pandemia; 2) la “la situación actual” por la que “resulta necesario la adopción de nuevas medidas oportunas, transparentes, consensuadas y basadas en evidencia científica” para “mitigar su propagación y su impacto sanitario”, y 3) “que la evolución de la situación epidemiológica exige que se adopten medidas rápidas, eficaces y urgentes”. Así, el presidente de la Nación Argentina señalaba en su decreto que
“Podrá disponerse el cierre de museos, centros deportivos, salas de juegos, restaurantes, piscinas y demás lugares de acceso público; suspender espectáculos públicos y todo otro evento masivo; imponer distancias de seguridad y otras medidas necesarias para evitar aglomeraciones”
E invitaba a la “cooperar a las “entidades científicas, sindicales, académicas, religiosas, y demás organizaciones de la sociedad civil (…) “a fin de evitar conglomerados de personas”. Por último, nos interesa señalar que el decreto sostenía que “las medidas sanitarias que se dispongan en el marco del presente decreto deberán ser lo menos restrictivas posible y con base en criterios científicamente aceptables” y que “las personas afectadas por dichas medidas tendrán asegurados sus derechos, en particular: I – el derecho a estar permanentemente informado sobre su estado de salud; II – el derecho a la atención sin discriminación; III – el derecho al trato digno”[2].
A este decreto seguirían otras medidas: “suspensión de clases por 14 días; cierre de fronteras; cuarentena obligatoria para quienes regresen de países de riesgo; licencia laboral para mayores de 60 años, embarazadas y personas con condiciones de riesgo; aislamiento social”[3], hasta llegar al 20 de marzo de 2020 en que por medio del decreto 297/2020 “se establece para todas las personas que habitan en el país o se encuentren en él, la medida de “aislamiento social, preventivo y obligatorio”, por un plazo determinado, durante el cual todas las personas deberán permanecer en sus residencias habituales o en el lugar en que se encuentren y abstenerse de concurrir a sus lugares de trabajo”, sosteniendo que “nos encontramos ante una potencial crisis sanitaria y social sin precedentes”[4].
Si leemos cuidadosamente la declaración de la OMS nos encontramos con un universo de casos contabilizados, preocupaciones técnico-políticas, novedad (“Nunca antes habíamos visto…”), declaraciones de lo probable, ejercicios de futurología y pedidos de urgencia. A la par, en el decreto presidencial, y las sucesivas decisiones tomadas desde el Ejecutivo nacional, nos encontramos con una declaración indefinida: “la situación actual” (¿De quiénes? ¿En dónde? ¿Para quién?), “evidencia científica” (¿Cuál, Dónde se encuentra esta, Cómo fue construída?) y dos palabras “conglomerados” y “aglomeraciones”. Así, hemos sido introducidos en un régimen político construido alrededor de una situación “pandemia”. Una situación vivida entre la contabilización de casos, las estadísticas y la probabilidad, una situación construida por el bombardeo constante de imágenes sufrientes de los casos más cruentos (España e Italia), por el torrente de información y propaganda, por la palabra de instituciones y expertos. ¿Qué es este mundo-cuarentena donde conviven palabras como aislamiento y solidaridad? ¿Qué es lo que están haciendo con nuestro mundo político aquellos que hablan desde el lugar de expertos virales? ¿Cuáles son los regímenes políticos de salvación en un mundo con miedo, mejor, en nuestro mundo edificado por el miedo?
Un “poder de salvación” administra nuestro miedo
y nos promete la supervivencia a cambio de obediencia.
(Amador Fernández-Savater)[5]
Los medios de comunicación en la argentina (y en el mundo) han explotado[6] y en esos medios la palabra de los “expertos” se ha vuelto central. En los últimos días han sido varios los especialistas científicos que enarbolando sus títulos (“virólogo”, “Profesora”, “presidenta de la sociedad argentina de virología”, “fue premio al…”) han concedido entrevistas a diferentes medios sobre el tema Coronavirus o se han convertido en sus panelistas permanentes. Estamos preparados, desde hace años, para poner en cuestión el discurso de los expertos de la economía, para pensar en sus ideologías, sus consecuencias, los mundos que nos sugieren; estamos preparados para discutir sobre el poder de los medios, sobre sus vínculos con el poder económico, sus informaciones y sus desinformaciones, pero en cuanto “la vida desnuda” aparece en el foco del discurso técnico, cuando se nos plantea la posibilidad de la mera supervivencia, entonces el discurso médico aparece como monolítico, y las respuestas políticas (sus “protocolos”) nacidas en y a partir de él aparecen como únicas. Es más, celebramos esta unidad que encontramos en la idea de la “prevención”, o, como se llama actualmente: “aislamiento”. Quisiera señalar aquí tres núcleos sobre los que el discurso (porque es uno ese discurso) de los expertos médicos sobre la pandemia se ha centrado: 1) Comparación y novedad, 2) Retórica de la Guerra y 3) Obediencia.
1) Comparación y novedad
Una de las características centrales del discurso médico de los medios es su descripción del Coronavirus, pero también su sinceridad a la hora de sostener la existencia de otras pandemias naturalizadas y cotidianas, conocidas:
“Para ponerlo más en contexto: todos los años mueren 150 mil personas en todo el mundo por mordeduras de serpiente, y la gente no anda mirando el suelo. Tenemos por día en la Argentina 22 muertes por accidente de tráfico. Por día. Y la gente no se pone el cinturón de seguridad. Tengo un amigo que fuma como un vampiro y está aterrado por el coronavirus. No entiendo dónde está la lógica. Desde que empezó esta enfermedad, ha matado a 7900 personas, de acuerdo con los tableros. Es una cosa terrible, sin dudas, porque cada muerto nos apena individualmente. Pero la verdad es que en lo global hay enfermedades que matan muchísimo más. La diferencia es que nosotros convivimos con ellas. Pero acá se plantea una enfermedad nueva y con algo de riesgo incierto para algunos grupos” [7]
“Y la gripe es pandemia todos los años y es un problemón, es el segundo virus que causa más muertos en la humanidad después de la viruela. No es menor y es complicadísima en personas con alguna inmunodeficiencia o enfermedades crónicas. Todo el tiempo está mutando y por eso se renuevan las vacunas. Pero hay vacunas, con el coronavirus todavía hay que esperar” [8].
“Está el dato de que hay muchas muertes por influenza todos los años” [9]
Nos encontramos, entonces frente a un número de muertos francamente pequeño comparado con otras causas estadísticas medidas de muerte (en España 6300[10] personas murieron por gripe en 2019, y entre 8000 y 12000 en Italia[11] –y esta franja enorme de inexactitud habla de la naturalización de estas muertes), esto mismo señalan los expertos citados, pero también frente a su asombro: la novedad del coronavirus. Esta novedad que ya podíamos ver en la declaración de la OMS del 11 de marzo, ese “Nunca antes…” que anunciaba no sólo el desconocimiento sino la posibilidad de control, la posibilidad de aplicar ciertas técnicas, de realizar un cierto experimento. Juan Manuel Carballeda lo decía con claridad: “a la gripe la conocemos y, de hecho, no hay medidas extraordinarias como aislamiento todos los años. Los humanos sabemos que la gripe es pandémica desde siempre. En cambio, de los coronavirus no se pensaba que tenían esa capacidad de expansión”.
¿Podría este desconocimiento, esta incapacidad de control, determinar un discurso médico de la urgencia aun sabiendo que la letalidad del virus y el número de muertes no es comparable con otras pandemias cotidianas? Yo quisiera sostener que este miedo de lo desconocido es también la falta de claridad del discurso médico en los medios: se habla de situaciones humanas, se disparan cifras de números de muertos, los expertos saben muy bien que hay que actuar de forma agresiva y urgente. Se puede ver claramente el desconocimiento como principio de la acción: “Cuando un virus aparece por primera vez en la población humana, aun cuando se parezca a otros virus relacionados, uno puede sospechar que se va a comportar de una forma similar, pero no tiene la certeza”. Se puede ver cómo la palabra experta vacila, se contradice: “toda la población del mundo es susceptible. Eso es muy importante para entender la magnitud de las medidas que se toman para prevenir la diseminación”, y sin embargo: “la mortalidad está asociada con los grupos de riesgo”[12].
Si las determinaciones y políticas del gobierno tenían que tener sustento científico, si se supone que aquí nos encontramos frente a políticas objetivas, científicas, absolutamente desprovistas de opinión personal sobre “la situación”, entonces: ¿qué lugar podemos atribuirle a estas expresiones de los expertos? ¿Qué debemos pensar cuando un científico nos dice que “la mortalidad es alta” y a continuación nos nombra variaciones del 0,2% “como en Francia” al 7% “como en Italia”[13]? ¿Qué decisiones podemos tomar a partir del desconocimiento y la variabilidad? ¿Qué lenguaje tenemos frente a lo mudable y no controlado? ¿No será que el desconocimiento genera aquí un ansia de probar el control, un impulso agresivo por recuperar la firmeza del juicio? El director de la OMS una vez más lo expreso con claridad: “Este coronavirus nos presenta una amenaza sin precedentes. Pero también es una oportunidad sin precedentes para unirnos contra un enemigo común”[14] ¿Este nivel de brutalidad de la lengua es el de un científico hablando? Y aquí su lenguaje no puede ser más exacto: Nunca antes… y sin embargo, el efecto de su lenguaje, alojado en la retórica de la emergencia se transforma no en un campo de estudio que abra a posibilidades de acción, sino en el espacio, en la lengua, de una guerra urgente.
2) La Guerra
Nos adentramos entonces en un campo de batalla, todos los recursos de la sociedad han sido, deben ser movilizados contra este “enemigo común”, se ha declarado una guerra total: “Esto es una guerra virológica, una guerra contra un virus que no lo vemos y no sabemos cómo está. Como dicen en Italia, a mi abuelo que lo mandaron a la guerra, a vos te mandan a tu casa, no es mucho, pero la diferencia es mucho más grande”. El enfrentamiento contra un enemigo invisible, un enemigo que puede ser cualquiera, pero que cobra nombres puntuales ampliados a la velocidad de las noticias: “los casos foráneos”, “los extranjeros”, “los que rompen la cuarentena”, “los irresponsables”, “los casos locales”, “los portadores asintomáticos”… y necesariamente -a la par-, una guerra contra todos, entre todos, disfrazada de una épica comunitaria. Una guerra que se ha mostrado como nacional con los cierres de fronteras y las repatriaciones de residentes, y que sin embargo también se ha mostrado regional, provincial, ciudadana, hogareña. Una guerra de denuncias, de acusaciones cruzadas posibles, una guerra de sospechas, una guerra civil de ciudadanos policíacos responsables, una guerra contra nosotros mismos.
Y sin embargo, esta no es la única guerra. Tartaglione lo sabe:
“Por lo tanto, es importante que tengamos una responsabilidad social, y cívica e individual cada uno. Sé que es difícil porque la Argentina tiene un 50% de trabajadores en negro, entonces no pueden dejar de trabajar pero es importante que tomemos conciencia de que esto si no lo hacemos entre todos la situación es muy pero muy grave y va a ser grave”[15].
Una guerra con una sola estrategia posible, un solo enemigo declarado, y una sola lengua, y a la par, una guerra con bajas plebeyas aceptables (no contables) para la supervivencia de los encerrados: “Porque una guerra con un enemigo invisible que puede acechar en cualquier persona es la más absurda de las guerras. Es, en realidad, una guerra civil”[16].
3) Obediencia
Porque ya hay muchos soldados voluntarios en la batalla del encierro que se ha declarado, pero se nos quiere a todos enrolados, se nos llama, desde todos los frentes, vecinos, amigos, medios de comunicación, políticos, especialistas, a obedecer:
“Hay virólogos que sostiene que las medidas que se están tomando en el mundo son exageradas y otros que piden actuar de forma urgente. No sé si son excesivas o no, quizás lo sean, pero va a haber tiempo después para examinar si fue exagerado. De lo que estoy seguro es que no es el momento, en medio de un brote, de discutirlo sino de atender y seguir las indicaciones del Ministerio de Salud y las recomendaciones de la OMS” [17]
Suspender la razón, suspender la libertad de pensar y hacer lo que se nos dice, esa es la consigna de la época. Lucía Caballero sostenía que “lo más importante de todo es colaborar o reforzar las indicaciones que bajan de la autoridad sanitaria. Todo aquello que introduzca un manto de duda socava el respeto a la norma”[18]. Nótese, no solo es colaborar, sino reforzar (¿de qué modo, hasta cuándo y dónde?), sobre todo, no dudar. Esta “situación” poco clara, novedosa, reclama obediencia. Reclama suspender toda forma de desafío al discurso médico. No importa si este discurso aparece desfasado y contradictorio en sus propios creadores, señalarlo es sólo una forma de la traición. A todos se nos pide que seamos policías, de los demás y de nosotros mismos.
Esto es claramente visible en las palabras de otro de los expertos consultados, Fernando Pollack:
“Y la pregunta es, ¿cómo inculcarle a Occidente la disciplina de Oriente sin aterrarlo? Corea del Sur, Singapur y China han controlado la epidemia, que ahora es una pandemia. Es verdad, quizás lo hayan hecho con tanques en la calle o como fuera, digitalmente, pero es evidente que han podido hacerlo. Pero creo que además lo han hecho porque son países dispuestos a seguir normas rigurosamente. Entonces, ¿cómo lograr que Occidente haga eso sin meterle un miedo espantoso a todo el mundo y que la gente viva encerrada por miedo en vez de aplicar una disciplina?”
Aquí se ve claro cómo no importan los medios (“Quizás lo hayan hecho con tanques”), sino la obediencia. Pero esta no puede ser una obediencia cualquiera. No puede basarse en el miedo, la paranoia o el terror, no. Se quiere una obediencia que se confunda con un modo de la vida. Una obediencia gozosa, buscada, aceptada. ¿No es esta la pregunta del control realizada con una sinceridad brutal desde un discurso que se desconoce a sí mismo como político? ¿No hemos olvidado todos en medio del pánico que este discurso de la ciencia es un discurso político sobre la obediencia de los hombres? No vemos con claridad que este es un deseo, una pregunta por cómo construir servidores voluntarios. “Un llamado a la disciplina” y un diagnóstico sobre la sociedad:
“nosotros somos italianos, nos abrazamos, nos besamos. Tenemos una distancia interpersonal muy pequeña. Siempre buscamos la excepción a la norma. Esta vez me parece que vamos a tener que aprender algo de la disciplina de los orientales. No es que yo la tenga, pero me parece que entonces la pregunta para la Argentina es: ¿La Argentina puede tener las restricciones de movimiento como Corea del Sur?”
Difícilmente podríamos decir que estas afirmaciones son producto de un discurso científico. Más difícilmente aún podríamos sostener que tener conocimientos sobre virología nos transforma automáticamente en demócratas convencidos. Pero en este mundo sin dudas, pero con novedades, con “situaciones que aparecen y así como aparecen, desaparecen y obviamente dan miedo”, donde así como “las iglesias están llenas de muertos en Lombardía y hay mucha gente infectada y los barrios son epicentro de esto”, “no necesariamente la foto general es una tragedia”, donde “la enorme, inmensa mayoría de la gente no se va a morir”; en este mundo el mensaje es claro: “El mensaje es que hay que cuidarse y que hay que estar solos”[19].
Esta es, en fin, la técnica de cuidado de sí que este nuevo mundo de expertos señala como la buena vida política. Pero más aún, hay aquí una idea de disciplina que parece la enseñanza moral de este tiempo: no una liberación, no un potencia del común, sino una técnica de la buena vida que se confunde con el aislamiento, una disciplina que es la de la obediencia, una forma de vida que es la de no salir, la de vivir el miedo a través de las noticias, una medicina de la soledad. Y un discurso de lo público disciplinado a partir del individualismo del resguardo, del aislamiento individual como base y centro de la común: «Todos tenemos que tener consciencia de la responsabilidad social que tenemos. Todos tenemos que tener consciencia de que el virus nos puede atacar a nosotros y que nosotros podemos dañar al otro. El modo solidario es cuidarnos a nosotros para cuidar a los otros»[20]
Nos enfrentamos a un sueño de lo común que desaparece detrás del encierro hogareño. Cuidarse primero uno mismo, ¿hasta dónde? ¿Por qué medios cuando el enemigo penetra por todos lados y es invisible, cuando todos pueden ser el enemigo? Cuidar a los otros aparece solo como aquello que podemos hacer una vez estamos a salvo. Construimos, defendemos, un régimen democrático del cuidado sostenido por una técnica del aislamiento. ¿Qué clase de igualdad podría surgir de aquí? ¿Es esta solidaridad una forma de la democracia? ¿Es posible que por “Salvar la mayor cantidad de vidas posible” la democracia olvide la pregunta fundamental por “la vida verdadera”?
“Los reyes no son dioses, sino hombres que
a menudo se dejan seducir por el canto de las sirenas”
(Baruch Spinoza)
En los últimos días, algunos intelectuales han creído hallar un mundo más justo por venir en esta crisis política que lleva por nombre Coronavirus. Han creído ver en las respuestas Estatales a la declaración de pandemia formas nuevas y posibles del comunismo, retazos libertarios y modos de vida contrarios al capital o renacimientos del Estado. Por un lado, entonces, visiones que se aglomeran junto al discurso virológico del Estado, tanto para reivindivar su rol como Estado Benefactor, como para pensar en su rol como constructor del comunismo internacional futuro. Ricardo Forster sería un buen ejemplo de la primera tendencia, mientras que Slavoj Zizek lo sería de la segunda. Por otro, interpretaciones que se montan en el aislamiento y la cuarentena para pensar la posibilidad no estatal de una salida al régimen del capital. Franco “Bifo” Berardi será nuestro ejemplo aquí.
Publicada en el diario Pagina 12, la nota “Coronavirus: entre el peligro y la oportunidad” de Ricardo Forster sostiene que “el miedo nos ha vuelto más iguales y, por esas extrañas vicisitudes de la historia, nos abre la posibilidad de repensar nuestro modo de vivir”, que vivimos un momento en que “mitos fundamentales de nuestro imaginario contemporáneo se derrumban estrepitosamente junto con la expansión de la pandemia” y se reconstruyen “lo común, el ámbito de la sociabilidad solidaria y del reconocimiento”, un momento en que se revitaliza “la dimensión de lo público y del Estado como garantes de un principio genuino de igualdad”. Así, caída del neoliberalismo y “extenuación de un gigantesco delirio manipulado por las grandes corporaciones comunicacionales que lograron convertir la idea y la práctica del Estado de bienestar en el equivalente del populismo, la demagogia, el autoritarismo, el derroche y la captura de la libertad”[21], vuelta, sin más, del Estado de Bienestar.
Por su parte, el filósofo y crítico cultural Slavoj Zizek sostiene en “El coronavirus es un golpe a lo “Kill Bill al capitalismo”, que junto a los virus de las falsas conspiraciones y la xenofobia que han aparecido con la crisis de la pandemia otro virus se está extendiendo: “el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperación internacional”, una reinvención del comunismo basada “en la confianza en el pueblo y en la ciencia”. Este filósofo encuentra “el primer modelo vago de tal coordinación global” en la “Organización Mundial de la Salud, de la que no recibimos la habitual perogrullada burocrática sino advertencias precisas proclamadas sin pánico”. Más aún, escribe que “a estas organizaciones se les debería dar más poder ejecutivo” para “controlar y regular la economía” y “limitar la soberanía de los Estados nacionales”. En fin, Zizek aprende de esta crisis la necesidad del control, los beneficios, las creatividades “comunistas” del control: “Así que no solo el Estado y otras agencias nos controlarán, también debemos aprender a controlarnos y a disciplinarnos”, pues “la solidaridad global se expresa a nivel de la vida cotidiana en órdenes estrictas de evitar los contactos cercanos con los demás, incluso de autoaislarnos”[22]
En su nota “Crónica de la psicodeflación”, Franco “Bifo” Berardi nos enseña: “Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos”. Para este autor, si “hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva, pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la transición hacia la inmovilidad”. Más aún, esta pandemia pareciera venir para ayudarnos a “pensar la frugalidad, el compartir”, para hacernos “disociar el placer del consumo”:
“La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo hagamos”
Nos encontramos frente a una revolución impensada, una salida de la pandemia y de la crisis como “deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad”[23].
Todas estas miradas suponen al Coronavirus como una forma de romper el cerco del régimen neoliberal del capital. Intentan imaginar un nuevo mundo naciendo gracias a lo inesperado. Encuentran una política de la igualdad escondida en la potencia viral de la crisis. Y sin embargo ¿será cierto que la solidaridad construida sobre el miedo y las policías del aislamiento puede ser la base de una reconstrucción democrática del mundo? ¿Puede surgir un modo de vida de la igualdad de un régimen de la obediencia que piensa en la vida como una forma de la circulación de la sangre? Aquí podríamos volver sobre una frase de Baruch Spinoza en su Tratado Político: “la libertad no suprime sino que impone la necesidad de la acción” [24]. ¿Realmente podemos pensar que una forma política de la igualdad puede surgir de “la igualdad del contagio, de la fragilidad y de la muerte”? ¿Podemos pensar en un régimen político de la libertad que se construya sobre la sombra del miedo, sobre la prohibición técnica de la duda? Deberíamos ser cautos, muy cautos. Tomarnos el trabajo de pensar si las lenguas de la libertad no han sido tomadas (ya desde hace tiempo) por el fantasma de la excepción, mejor, por fantasmas múltiples de microfascismos y microneoliberalismos cotidianos que hablan la lengua técnica de la igualdad para enseñarnos la sevidumbre en la emergencia, que se disfrazan de ciencia y nos enseñan la figura de nuevos Platones, refundadores y salvadores de la República, cuando sólo estamos frente a la figura oscura del terror. Esta es la única virtud de este mesianismo viral: revela ante nosotros, hablando todas las lenguas, incluso las más inesperadas, el modo en que las “razones de seguridad” se han colado en nuestra propia imaginación, en todas las imágenes, para hablar la lengua libertaria mientras el control se fortalece. Aquí, los bienpensantes, biensintientes pueden hablar de libertad e igualdad desde el corazón mismo del temor, pueden hablar de cambio de época desde el río venenoso del miedo que nos aísla.
Este modo de la vida que se nos impone en estos días como el único posible, este régimen político de la emergencia que se nos inocula en la forma técnica del saber médico anunciando la catástrofe, es precisamente lo contrario de un freno al tiempo y a la acumulación. Esa, en palabras de Bifo, “gerontomaquia que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la economía”, ¿dónde se manifiesta? Ciertamente no en la carrera por conseguir una vacuna, ni en la velocidad de las noticias que lo han invadido todo, ni en la sucesión histérica de las medidas gubernamentales, ni muchísimo menos en la velocidad de la obediencia. ¿Realmente podemos decir que “No hay pánico, no hay miedo, sino silencio”? ¿Qué silencio es este lleno de televisores encendidos y la premura por conocer el último número de muertos (porque las tasas de letalidad parecen no variar gran cosa)? Es cierto, tal vez, que la “ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto”, y sin embargo esto ha aparecido como una enorme facilidad de cerrar las fronteras comunitarias: bienvenidos a una política de los “residentes”, una política del autoencierro. Hoy bien pareciera que detrás de ese espectáculo banal de la solidaridad como declaración moral pública del miedo a contagiarse, el enemigo es el otro.
Spinoza escribió en 1677 que “una ciudad donde la paz es un efecto de la inercia de los súbditos, que son conducidos como rebaños y formados únicamente para la servidumbre, merece más bien el nombre de soledad que el de ciudad”. Estas palabras deberían darnos la lucidez necesaria para reconocer que vivimos en un mundo, en un modo de vida de soledad, que “busca solamente escapar a la muerte”, y que de aquí no puede surgir ninguna “multitud libre”, ningún “culto de la vida”. ¿Puede construirse una igualdad a partir del aislamiento como ética y salvación? ¿Realmente podemos creer que “la igualdad ha vuelto al centro de la escena” cuando tan fácilmente nos hemos encerrado, hemos gritado por encierro y aceptado la obediencia sin ninguna clase de mirada sobre la vida que se nos pide? ¿Podemos sostener que “el virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir”, cuando el virus en sí ha dejado una pobre cantidad de muertos, pero su reflejo, su bombardeo pandémico en los medios de comunicación ha sembrado el terror mundial? ¿Podemos creer realmente que no ha habido prédica cuando todos los noticieros, partidos políticos y organizaciones se han encolumnado detrás de la obediencia a la decisión técnico del encierro? Se nos pide una interrupción. Pero esa interrupción de “el mate o el abrazo” es el principio de la construcción de una disciplina de gobierno contra el modo del afecto democrático y plebeyo que hemos conocido, hasta ahora, como el derecho a la rebelión, mucho mejor: como el derecho a imaginar otros mundos rebeldes. Imaginarlos y compartirlos como un trabajo de la razón política de la vida, del culto a la vida verdadera.
Hoy más que nunca recordar ese poema de Walt Whitman titulado “A un desconocido que pasa” se transforma en un gesto democrático radical de la palabra y los cuerpos. Sólo recuperar esta tradición democrática de la multitud, de los cuerpos sin miedo y juntos nos permitirá elaborar una crítica del mundo pandémicopolítico que estamos viendo nacer:
“¡Desconocido que pasas! No sabes con cuanto ardor te contemplo (…) Todo se evoca al deslizarnos el uno cerca del otro, fluidos, afectuosos, castos, maduros (…) He comido contigo y he dormido contigo, tu cuerpo ha dejado de ser sólo tuyo y ha impedido que mi cuerpo sea sólo mío/ Tú me das el placer de tus ojos, de tu rostro, de tu carne, al pasar; tú me tocas la barba, el pecho, las manos”
[1] https://www.who.int/es/dg/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-the-media-briefing-on-covid-19—11-march-2020
[2] https://www.boletinoficial.gob.ar/suplementos/2020031201NS.pdf
[3] https://www.pagina12.com.ar/253601-mapa-del-coronavirus-en-argentina-en-tiempo-real
[4] https://www.pagina12.com.ar/254127-cuarentena-por-el-coronavirus-texto-completo-del-decreto-de-
[5] https://lobosuelto.com/cuarentena-amador-savater/
[6] https://www.pagina12.com.ar/253744-la-cuarentena-encendio-la-television. El cronista de esta nota señala que: “A contramano de lo que sostenidamente viene ocurriendo desde hace años, la TV abierta argentina está atravesando un momento en el que su encendido no para de crecer: en la última semana la audiencia de la pantalla chica local se incrementó un 15,5 por ciento. Los noticieros -que hace tiempo dejaron de ser la principal fuente informativa como en otros tiempos- se convirtieron en los programas más vistos. Las señales informativas de la TV paga no se quedaron atrás: el encendido de los canales de noticias creció más del 26 por ciento en solo 7 días. La avidez informativa, bajo el monotema “Coronavirus”, está potenciando la audiencia en cuarentena”
[7]https://www.clarin.com/sociedad/-unica-vacuna-tratamiento-ahora-aislamiento-_0_Ki2Jl5qA-.html
[8]https://www.pagina12.com.ar/252599-coronavirus-no-es-momento-de-discutir-si-son-exageradas-las-
[9]https://www.pagina12.com.ar/253124-una-radiografia-del-coronavirus-por-una-experta-en-virologia
[10] https://vacunasaep.org/profesionales/noticias/gripe-espana-balance-2018-19
[11] https://www.niusdiario.es/sociedad/sanidad/coronavirus-italia-gripe-comun-estacional-comparacion-muertos-contagios_18_2905095215.html
[12]https://www.pagina12.com.ar/253124-una-radiografia-del-coronavirus-por-una-experta-en-virologia
[13]https://www.infobae.com/tendencias/2020/03/18/jorge-tartaglione-sobre-el-coronavirus-esto-es-una-guerra-contra-un-virus-que-no-vemos/
[14]https://www.infobae.com/america/mundo/2020/03/18/solidarity-el-plan-que-lanzo-la-oms-para-detectar-el-tratamiento-mas-eficaz-contra-el-coronavirus/
[15]https://www.infobae.com/tendencias/2020/03/18/jorge-tartaglione-sobre-el-coronavirus-esto-es-una-guerra-contra-un-virus-que-no-vemos/
[16] http://bookhaven.stanford.edu/2020/03/giorgio-agamben-on-coronavirus-the-enemy-is-not-outside-it-is-within-us/
[17]https://www.pagina12.com.ar/252599-coronavirus-no-es-momento-de-discutir-si-son-exageradas-las-
[18]https://www.pagina12.com.ar/253124-una-radiografia-del-coronavirus-por-una-experta-en-virologia
[19]https://www.clarin.com/sociedad/-unica-vacuna-tratamiento-ahora-aislamiento-_0_Ki2Jl5qA-.html
[20] https://www.lanacion.com.ar/politica/alberto-fernandez-coronavirus-hay-entender-no-estamos-nid2343647
[21] https://www.pagina12.com.ar/253788-coronavirus-entre-el-peligro-y-la-oportunidad
[22] https://www.climaterra.org/post/zizek-el-coronavirus-es-un-golpe-a-lo-kill-bill-al-capitalismo
[23] https://lobosuelto.com/cronica-de-la-psicodeflacion-franco-bifo-berardi/
[24] Spinoza, Baruch. Tratado Político. Buenos Aires: Quadrata, 2014.
[…] “Nunca antes habíamos visto una pandemia generada por un coronavirus. Esta es la primera pandemia causada por un coronavirus. Al mismo tiempo, nunca antes habíamos visto una pandemia que pudiera ser controlada. La OMS ha estado aplicando su máximo nivel de respuesta desde que se notificaron los primeros casos. Y cada día hemos hecho un llamamiento a los países para que adopten medidas urgentes y agresivas. Hemos hecho sonar la alarma de forma alta y clara”[1] […]
[…] E invitaba a la “cooperar a las “entidades científicas, sindicales, académicas, religiosas, y demás organizaciones de la sociedad civil (…) “a fin de evitar conglomerados de personas”. Por último, nos interesa señalar que el decreto sostenía que “las medidas sanitarias que se dispongan en el marco del presente decreto deberán ser lo menos restrictivas posible y con base en criterios científicamente aceptables” y que “las personas afectadas por dichas medidas tendrán asegurados sus derechos, en particular: I – el derecho a estar permanentemente informado sobre su estado de salud; II – el derecho a la atención sin discriminación; III – el derecho al trato digno”[2]. […]
[…] en principio, el obispo no se amilanó y en su auxilio llegaron pronto sus parabolanos, y se escribieron textos largos y a la vez dramáticos y llenos de pasión comparando la tasa de […]