¿Se discute la ley? // Diego Sztulwark


¿Se discute la ley? Nada de eso, se la esgrime sólo retóricamente. Nadie se pone, como escribe Kafka, “ante” la ley. Es decir, de cara a una ley, por venir. Lo que supondría hablar menos de derecho y pretender más justicia. Nada relevante ocurre, sin embargo, ante la evidencia de una estructura fallida, una realidad insostenible, un estado injusto e impotente. Ante la catástrofe y el abismo, sólo una reaccionaria voluntad de aseguramiento se presenta con capacidad de acción. Por más reaccionaria que sea, esa disposición a actuar se funda sobre una decisión de protección y seguridad, perfectamente comprensible ¿Quién está fuera de eso? Pero precisamente por esa comprensibilidad, inquieta. O directamente asusta. Porque se trata de una decisión firme de asegurar una supremasía (blanca, propietaria, masculina, etc). Desconcierta esa audacia o insolencia, que sale a la calle sin formar mayorías, que se muestra en su pasión declarativa, que no duda en ofender sin calculo. Quizá esto sea nuevo, aunque sus antecedentes están lejos de ser marginales. La voluntad de aseguramiento de una supremacía, hecha movilización popular, agresividad pública, disposición a la muerte… tiene su historia en el corazón -al menos en el corazón europeo- del siglo XX. Corazón europeo que nutrió no poca historia de la argentina. En más de un sentido. Horroriza ver las cosas de ese modo. Sobre todo porque no aparece otro modo de ver, ni de actuar. ¿Cuál sería un otro modo? ¿La defensa de la ley? ¿de esta ley? Eso significaría ya no sólo recluirse por prevención, cuidados o fatigas. Sino solo desistir, abandonar toda lucidez. Una clausura política subjetiva, y un cerrar los ojos -los sentidos- a la reproducción del horror que funciona bajo la ley vigente. No. No se discute la ley, porque nadie está en disposición de desafiarla, de actuar en nombre de otra cosa, de colocarse ante la ley como algo por venir. Si las cosas se consolidan de este modo (y es muy posible que eso siga ocurriendo, dado que por temor a esa Voluntad de supremacía estamos dispuestos a consentir una absurda, cruel inacción), en medio de la banca-rota social, en un encierro que es un cuidado esencial, pero también -y esto no lo sabemos ver- una impotencia, se hará por fin cierta aquella predicción penosa o lamentable, contra la que nos hemos sublevado mil veces, que sentencia que la política, palabra y practica, no es más que una ingeniosa justificación interna a la que los poder acuden para mejor ejercen su designio: volver la vida de los muchos un destino repetido e inalterable. Nadie ante la ley.

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