No somos islas // Carolina Wajnerman

Ante cuarentena, 

cuarenta antenas

la tarde anda lenta,

la noche a veces pesa.

(08/06/20). 

Desde que empezó el aislamiento social obligatorio trabajo en la guardia de un hospital, además de la sala de salud donde venía trabajando antes del aislamiento. Y escribo mucho. Voy recorriendo mis escritos en este período, como antenas buscando una señal.

Cuando escribo le doy batalla a la narrativa de la infección. Cuido que no toque mis poros, mis agujeros, mis órganos. No soy infómana, pero el relato infectante se cuela. Igual puedo decir que hay resistencia viva, cuando la afección se hace visible y no se aparta de lo esencial: la afectividad. Ella es mucho más poderosa que la estadística, la detección y las masividades. 

Hoy, en mi trabajo, encontré situaciones que me mostraron algo que ya venía percibiendo: un malestar que no tiene que ver solamente con la situación, que de por sí es difícil, sino especialmente con las interpretaciones y creencias que se fueron generando en relación a la situación. Y voy un poco más allá del rol de los medios masivos de comunicación y redes sociales, que tienen gran parte. Respecto a estas últimas, hoy recibí por whatsapp algo que simboliza lo que venía escuchando en quienes acompaño: un video en el que aparecía un monstruo de tamaño king kong, redondo, pinchudo, con cara de malo, que tenía cubiertos en la mano y se iba comiendo gente por las calles de una ciudad. Las personas corrían y se escondían en la casa, y el monstruo se ponía triste porque entonces no podía comer. Entiendo el mensaje, pero ¿con qué costos y efectos, buscamos influir en el comportamiento de otros? (22/04/20).

Quizás poco a poco podamos comenzar a percibir con mayor atención, aún transitando los (d)efectos de una comunicación de la distancia, bocas con barbijos y ojos irritados de pantalla. 

El consultorio 4 sigue siendo un espacio por descubrir. Los objetos se resisten al tiempo que nos cambia la mirada. Pero vuelvo a mirar el cartel que pegamos en enero: «Más razones para limitar el uso de pantallas». El cartel de al lado, contiene las fechas de reuniones de acompañamiento a familias que no están siendo (10/06/20). 

Me pregunto por qué tengo la necesidad de afirmar que no somos islas. Parece absurdo reivindicar cercanías. Algo de lo desorganizado del pensamiento es inevitable, y también necesario.

Entre barbijo y barbijo, le pido a este mate no compartido que me escuche. Él tampoco se quedó en casa. La bombilla me tira unas curvas, así no se achatan las preguntas (10/06/20).

Cuando toca acompañar y escuchar los bordes filosos de lo urbano, hay que estar con quienes gimen, gritan, abren la garganta, cantan con la sensación de que nunca se alcanza a lo suficiente. 

Un abrazo

se busca

en las casas

que la salud

nos valga

sin pena

ya queda

cada vez

menos distancia.

(09/06/20)

De a poco, me doy cuenta. Aunque me hace ruido la palabra aislamiento, no somos islas. 

Mucho después de todos los hisopados, aún quizá no se descubra por qué hay barrios en los que todo está unido. Hay sitios en que por razones obvias pero misteriosas, lo que les pasa a los fideos depende de los llamados, de las cucharas, de los médicos, de unas manos, de biromes, de corazones, del sol. (06/05/20) 

Hay algo de ser y sentirse islas en las ciudades amontonadas que no se apapachan, ni se amuchan, ni se avecinan. Se quiere salud sin saludarse. Pero aún las islas urbanas, se producen dentro de, con la naturaleza y las otras personas que nos rodean. De todos modos, hay barrios en los que todo está unido, por razones obvias y misteriosas: no creer posible la vida dentro de islas.

3 Comments

  1. Me gusta mucho la idea de que no somos islas.
    Tenemos una inmensa suerte de estos feroces aparatitos que nos contactan con el mundo. En muchos casos con la solidaridad, con las necesidades de los vecinos.
    Quizas con mis propias necesidades de ser con otros.

  2. Nunca vamos a ser islas cuando hay corazones que laten,conectandoce en el universo, nunca vamos a ser islas si hay un mate con dos orejas, dónde hay otra que recibe nuestro escuchar, seguimos ahislado, pero nuestras voces reconocidas por el universo nunca callan, siempre están conectadas con un abrazo de Luz y un te quiero estoy aquí

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